El sábado 25 de abril del 2009, será un día digno de destacar en mi
vida, resultó como algo natural, propio de mi identidad, la que he ido reconstruyendo tras el largo proceso de 10 años de terapia en el FASIC y posteriormente en el CIS.
Ese sábado en particular me levanté temprano, tomé a mis hijos de
10 y 12 años para dirigirme manejando con una mano, a Limache, donde vive mi madre de 78 años, que por estos días padece una Bronconeumonia, que sumada a la soledad más absoluta en la que vive, se transforma en un doloroso proceso que me es imposible acompañar, debido a mis labores de madre y esposa, en Santiago.
No puedo hacerle el quite, al hecho que me cuesta demasiado ir a
aquella casa otra vez, pasearme por sus jardines y pisar las losas de la terraza que mi padre puso allí con sus propias manos, más aún habiendo reconstruido mi infancia desde una memoria truncada por los hechos que marcaron mi vida y reconociéndome hoy, como una niña de 9 años que el día 22 de septiembre de 1964 (mismo día de mi cumpleaños), fue apuntada por dos metralletas en la puerta de su casa, cuando los infantes de marina se llevaron a mi madre, que había sido entregada por mi padre que pertenecía al Ancla 2, quien junto a otro sujeto se encargó de ultrajarme, inyectarme en tres oportunidades, golpearme y amarrarme para que me callara y dejara de preguntar y gritar porqué y a dónde, se habían llevado a mi madre.
Reconocerme en aquella infancia tortuosa, en la que luego de los
sucesos acaecidos aquel día, tenía que soportar los pasos incesantes del infante de marina que con su casco, sus botas, traje de campaña y metralleta en mano, me esperaba y seguía del colegio a la casa y de la casa a donde fuera que fuese hasta el año 1982; y soportar los constantes y diarios interrogatorios de mi padre que me llevaba cada mañana a los patios de la Escuela de Infantería en Las Salinas, para mostrarme el lugar dónde estuvo detenida mi madre y obligarme a contarle todo lo que hacía pues así se lo pedía su Comandante…
Saber que mi padre actuaba así por órdenes recibidas y que si le
daban orden de entregarme a mí también, él debía obedecerlas, ya que “primero está Dios, la Patria y la Bandera…” (esas eran sus palabras)….
Reconocer que los diplomas que ostentaba por “servicios prestados”
el 11 de septiembre de 1973, se referían a su aporte en la maquinaria de exterminio, de la cual mi madre y yo fuimos parte y él mismo el ejecutor… Todos y cada uno de estos acontecimientos fueron poco a poco hilvanados en estos 10 años de terapia, lo que finalmente me permitió sacar la mordaza de mi boca y hablar, me llevaron a reconocerme, a darle nombre a lo innombrable y ver que junto a mi, habían otros tantos niños y niñas, viviendo situaciones similares y aún peores. Todos y todas, víctimas inducidas, pues nada teníamos que ver con las actividades de nuestros progenitores.
Todo salió a la luz, ese sábado 25 de abril, en el que estando en el
encuentro de Afasia, tomé el micrófono y con el corazón palpitando a full y la boca seca de algún tipo de pánico aún presente en mi interior, me presenté y dije: “Buenas tarde, soy Patricia Pienovi Ex Menor, asumida hace muy poco tiempo y quiero compartir con ustedes mi historia”.
Verme en medio de tantos otros y otras, llenó mi ser de alguna paz
indescriptible, que hizo significado y significancia en mi vida. Soy lo que soy y quién soy, a pesar y gracias a lo vivido, soy Ex-Menor e Hija de la Memoria de este país, que se ensañó con la infancia y produjo una generación silenciada, acallada por el pánico y el terror, absolutamente inmovilizada por la magnificencia del poder demostrado y ejecutado sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos.
Ya adulta, hoy puedo levantarme, orgullosa de los pasos de mi madre
que fue siempre fiel a sus ideales y sacudirme de las atrocidades de quien fuera mi progenitor “el perro Pienovi” como le decían sus compañeros de armas. Plantar mi paso firme en las arenas de esta vida y caminar a viva voz, por fin sin miedos, por fin con voz.
Patricia Pienovi Arancibia
Hija de una torturada y un torturador del Ancla 2.