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Caben muchos elogios en este movimiento que acabamos de describir, más allá de la
descarga de adrenalina inherente a la batalla con los saberes convencionales de un
extenso abanico de instituciones (constructores, banqueros, gobiernos, intereses
de transportistas, etcétera). Responde a los deseos y a la voluntad de pensar
sobre el lugar de los polos urbanos especiales dentro de las áreas regionales en
su conjunto, y de aspirar a un ideal mucho más orgánico y global de aquello en lo
que las ciudades y las regiones podrían consistir. El intenso interés observado
acerca de las formas de desarrollo urbano más cercano humanamente e integrado que
evite la monotonía agobiante de la ciudad planificada horizontalmente es digno de
alabanza, ya que libera un interes en la calle y en la arquitectura ciudadana
consideradas como escenarios de sociabilidad.
En el mejor de los casos, el nuevo urbanismo promueve nuevas vías para pensar la
relación entre el trabajo y la vida, y hace factible una dimensión ecológica del
diseño urbano que, en cierto modo, va más allá de la búsqueda de una calidad
medioambiental superior, propia del consumidor de bienes tales como árboles
hermosos y estanques. Plantea, incluso, abiertamente el espinoso problema de lo
que hay que hacer con las despilfarradoras exigencias energéticas de la forma de
urbanización basada en el automóvil, que ha predominado mucho tiempo en Estados
Unidos y que de modo creciente amenaza con tragarse las ciudades en Europa y en
otros lugares.
Sin embargo, hay mucho margen aún para el escepticismo. Para empezar, no es que
haya muchas novedades en todo esto. El nuevo urbanismo rebosa de nostalgia por una
idealizada vida de pequeña población y estilo de vida rural que nunca existió. Las
realidades de tales lugares estuvieron con frecuencia caracterizadas por un
ambiente represivo y limitador, más que por ser realidades seguras y
satisfactorias (al fin y al cabo, ésta fue la clase de mundo del cual las
generaciones de emigrantes ansiaban huir, y precisamente no acudían a él en
tropel). Y además, el nuevo urbanismo, en la manera en que es descrito, muestra
señales abundantes de represiones y exclusiones en nombre de algo llamado
"comunidad" y "barrio" o "vecindario".
¡Europeos, tened cuidado! A no ser que el nuevo urbanismo forme parte de un ataque
frontal contra las rampantes desigualdades sociales y el malestar urbano,
fracasará rotundamente en la tarea de cambio de cualquier factor realmente
sustantivo y esencial. En realidad -como sucede en Estados Unidos- puede
constituir sólo una parte del problema de la creciente segregación racial, en
lugar de ser una solución para los dilemas de la vida urbana.