La figura de la gran torre, que un pueblo nuevo y poderoso construía y cuyo
proyecto terminó por diluirse en la confusión por que nadie entendía al otro, sirve como metáfora y punto de partida a esta columna que será un espacio para ‘reflexiones no siempre hepáticas sobre noticias de nuestro país y el mundo’ sobre Perú: un lugar bendito en América que tiene ‘de todo’, menos un diálogo fluido y colaboración entre hermanos. Nuestro país es un tapiz variopinto de razas, culturas y geografía. Hemos tenido grandes y avanzadas culturas con imperios que precedieron aun al de los magnos monarcas incas, todos éstos estuvieron limitados por la difícil geografía de los andes y guerras intestinas que los diluyeron en el tiempo, claro sólo políticamente porque ellos siguen vivos en la sangre y en la cultura ancestral de todos los peruanos. Después llegaron hispanos, negros, chinos, japoneses y otras etnias que le pusieron ‘alguito’ más a nuestra actual cultura peruana. Y con toda esa riqueza (eso, sin tomar en cuenta los ingentes recursos naturales de Perú), en lugar de sentirnos todos orgullosos al mismo tiempo, siempre se desdeña lo supuestamente ‘ajeno’ y se le pone maliciosa zancadilla al que vive en otra región, al que es más claro o más oscuro, o habla distinto, ya sea que ‘motosee’ o se ‘apituque’. Ése es nuestro Babel peruano. Los pueblos necesitan agua y los alcaldes les dan monumentos huachafos; los policías que deben de proteger a la población no pueden hacerlo bien ni con su propia familia porque no reciben un salario digno y encima los matan como pasó en ‘El Pómac’ y más recientemente en el ‘Baguazo’; los pueblos selváticos piden explicaciones nadie se las da, toman una comisaría por semanas y la noticia salta recién cuando mueren los primeros peruanos; Cusco tiene un ministro que poco escucha a su región y desde Lima nos dicen que ‘El Perú Avanza’, pero la pregunta es: ¿A dónde?; tenemos ‘faenones’, crisis, masacres y ‘otorongos’. Felizmente también tenemos un sin fin de cosas de qué enorgullecernos: Machu Picchu, Sipán, el cebiche, el pisco, el Titi Caca, nuestra gente valiosa y la lista sigue, así que nada está perdido (aún). No soy un optimista nato –lo habrán notado–, pero creo que la única forma de avanzar en serio es empujando el carro (pero juntos). Esta es la primera y única ‘introducción-reflexión’ a esta columna, de aquí en adelante sólo noticias, análisis y reflexión sobre nuestro babélico Perú.