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La precocidad está arruinando la infancia


Por Ángela Marulanda, Autora y Educadora Familiar

Desde hace años los científicos de la conducta han denunciado


que las costumbres de la cultura actual están acabando con la
niñez, esa etapa que se supone ser la más inolvidable de nuestra
vida. Es verdad, cada vez se alimenta más la precocidad porque
se permite que los menores participen en más actividades antes
privativas de los adultos, lo que afecta su formación y reduce al
mínimo su infancia.

Mientras que en el pasado la precocidad de los niños se veía


como un grave error de sus padres, hoy alentamos a los hijos a
"madurar biches" a ciencia y conciencia al permitir que se vistan
e involucren en experiencias adultas que no les corresponden.
Un ejemplo patético son las llamadas "minitecas" y "chiquitecas"
con que se animan las fiestas supuestamente infantiles en las
que los niños en lugar gozar con piñata, rifas o payasos, desde
pequeños empiezan a experimentar el frenesí de la música
tecno, baile con espumas, lluvia de colores y aturdidores
estallidos controlados por un discjockey.

Lo grave es que estas experiencias vienen acompañadas de la


competencia a ver quién baila mejor o cuál tiene más éxito. Es
decir, se comienzan a alentar las rivalidades entre los niños
cuando apenas están aprendiendo a tejer vínculos de amistad
con sus compañeros. Pero es sólo en la medida en que ellos
hayan podido gozar de los frutos de la camaradería sin las
presiones de la competitividad, que aprenden a confiar en sus
congéneres y a verlos como sus aliados, no como sus rivales.
Esto les permite forjar sus amistades sobre tales bases y poder
lidiar más adelante con las pugnas propias de su adolescencia,
asumiéndolas como algo trivial porque saben a sus compañeros
capaces de sentimientos más nobles.

Cabe preguntarse cuál es el objetivo de este tipo de fiestas


infantiles, cuando sabemos que los hijos para bailar y parrandear
tienen toda la vida, pero para ser niños muy pocos años. En una
sociedad en la que la mejor credencial para gozar de prestigio
social es tener mucho dinero, me pregunto si los derroches que
se están viendo en las fiestas infantiles no tendrán que ver con
la necesidad de validar nuestra posición a través de estas
opulentas celebraciones para ratificar nuestro status económico
y evitar que nuestros hijos "se queden atrás de los demás".

El resultado es que los niños son cada vez más precoces pero
más inmaduros, es decir, capaces de asumir riesgos más grandes
pero con menos sensatez para afrontar sus consecuencias. Y lo
peor es que en esta forma estamos cayendo en el error de
contribuir a acabar con el mejor aspecto de la niñez: vivir para
descubrir el mundo con ojos desprevenidos, creyendo en las
hadas, los duendes y la bondad de los demás, ajenos a los
conflictos y recelos comunes entre los mayores.

Los hijos son el fruto de nuestro amor y para muchos efectos se


rigen por los mismos principios de todos los frutos. Así como
aquellos que se arrancan del árbol antes de lo debido tardan más
en madurar o se pudren biches, los niños sometidos a
experiencias adultas no maduran más sino que se pueden dañar
más pronto.

Recordemos que lo que les garantizará a los hijos una alta


posición en la sociedad no será el tamaño de nuestro capital sino
el de su corazón. Y es en la infancia, que éste se nutre de la
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magia y los sueños que tejen gracias a su "ingenuidad infantil,"
esa condición que, si se preserva, les permite mirar el mundo
con lentes color de rosa y alimentarse ante todo de lo bello y lo
bueno de los seres que les rodean.

www.angelamarulanda.com
angela@angelamarulanda.com

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