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Michel de Certeau La toma de la palabra y otros escritos politicos y ffi UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA INSTITUTO TECNOLOGICO Y DE ESTUDIOS SUPERIORES DE OCCIDENTE Titulo en Francés La prise de parole et autres écrits politiques Ed. Du Seuil ISBN 2-02-021798-8 UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO CENTRO DE INFORMACION ACADEMICA Certeau, Michel de. La toma de la palabra y otros escritos politicos / Michel de Certeau ; traduccién de Alejandro Pescador. p.: om. -- (Serie Historia y Grafia, 2) 1. Libertad de expresién. 2. Autoridad. 3. Cultura. 4. Valores sociales. 5. Paris (Francia) - Huelga, 1968 - Bibliografia. I. Giard, Luce. Il. Pescador, Alejandro. IILt. IV. Serie HM 271 / C46 / 1995 Portada: Raoul Dufy, Le violin rouge, 1948, 38x51 cm., col. particular Cuidado de la edicién: Maria Aguja, Rubén Lozano Herrera y Maria Enriqueta Salazar la. Edicién en espafiol, 1995 © Universidad Iberoamericana, A.C. Prol. Paseo de la Reforma 880 Col. Lomas de Santa Fe 01210 México, D.F. ISBN 968-859-209-9 Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico indice Prefacio Guillermo Zermefio Por qué el mariana ya se dispone a nacer Luce Giard I LA TOMA DE LA PALABRA (MAYO DE 1968) 1 Una revolucién simbélica Imposible olvidar La accién simbélica Una revolucién de la palabra 2 Tomar la palabra Un acontecimiento: la toma de la palabra Una opcién Teoria y novacion <“Accidente” o principio? Manifestaciones “simbélicas” 3 El poder de hablar Lenguaje y poder: la representacién De la toma de la palabra a la palabra “retomada” El poder de hablar Una grieta entre el “decir” y el “hacer” La ley del “desorden” n ABBS 22 53 57 61 6 / Michel de Certeau 4 Por una nueva cultura El retorno del lenguaje De los acontecimientos a la historia El mismo y el otro en el saber éUn problema de civilizacin? 5 La cosecha de editores: mayo visto desde septiembre Una presentacién general Cronistas Sonidos, imagenes, citas Humor y caricaturas ‘Tres informes Testimonios La ORIF El Movimiento del 22 de marzo Comentarios politicos Explicar o comprender 6 Una literatura inquieta: un afio después La crisis de la autoridad La relacién entre el pasado y el presente Lo fantastico Una realidad en pedazos Lo interdisciplinario El intelectual en la sociedad Bibliografia razonada A. Anilisis politicos B. La crisis universitaria C. Sociologias de la crisis D. Ensayos “culturales” E. Documentos SS2Syzyayy axyseg SBERRRELSE BS8s La toma de la palabra / 7 0 LAS AMERICAS: EL DESPERTAR POLITICO 7 Misticas violentas y estrategia no violenta m El mértir guervillero 12 “Estancamientos” y progresos de la religion popular 114 Laboratorios para hacerse cargo de la gente 118 8 La larga marcha india 123 La memoria 0 el cuerpo torturado 124 Un despertar politico 126 Una revolucién: comunidades autogestoras federadas 130 Il LO ORDINARIO DE LA COMUNICACION (CON LA COLABORACION DE LUCE GIARD) 9 Una misica necesaria 137 Niveles y registros 138 Opciones 141 Necesidad 14 10 Prioridades 147 La oralidad 148 La operatividad 149 La busqueda de una légica 151 nN Redes 153 Lo local 154 Lo étnico y lo familiar 158 Los vinculos del trabajo 160 8 / Michel de Certeau 12 Operadores 163 Intermediarios 163 Medios articuladores 168 Practicas de difusién 172 13 Memorias 175 Historias de vida 176 EI pasado de la gente sin historia 7 “4 Proposiciones 179 El inmigrante como forma social de la comunicacion 179 Orientaciones generales 182 Medidas propuestas 184 Iv ECONOMIAS ETNICAS 15 El encuentro interétnico 189 16 La asimilacién conceptual 193 Un eclecticismo ideolégico 193 Cultural 0 econémico? 196 Derechos individuales y derechos colectivos 198 Figuras enmascaradas 200 7 Lo activo y lo pasivo de las pertenencias 207 Hibridaciones 207 Politizaciones 209 Repertorios de précticas 215 18 La escuela de la diversidad 225 Indice onoméstico 229 Prefacio EI presente libro recoge los escritos politicos de Michel de Certeau. Son los trazos de la escritura de un historiador comprometido con su tiempo (conven- cido de que “nadie puede sustraerse a la esfera de lo publico”). Paul Valery dijo alguna vez que la politica es el arte de impedir que la gente tome parte en los asuntos que le conciernen; Michel de Certeau nos ilustra, mediante “la toma de la palabra”, con las nuevas formas de hacer politica, entendida ésta como un proyecto de dilucidacién comin —del cual nadie puede sostener el monopolio y el secreto, comprometido en observar cémo la sociedad se inven- taa sf misma-. Esta coleccién de ensayos escritos a lo largo de veinte afios, preparada y presentada por Luce Giard, estd atravesada por la idea de la “ruptura”, de una “ruptura instauradora”: la que experimenta el viajero situado en lugares de trdnsito (entre-mundos, entre-disciplinas...), quien ademds estd dispuesto @ iniciar 0 seguir “un camino atin no trazado”. La toma de la palabra y otros escritos politicos se levanta sobre tres experiencias que marcaron profundamente a Michel de Certeau, y que por ello se convierten en claves para entender la obra de este ilustre historia- dor francés: la vivencia del mayo francés del 68 y su trabajo de dilucidacién politica; la de sus viajes y encuentros con el continente americano, la cual le permitié distanciarse de una visiin eurocentrista; y, finalmente, la de una reflexién profunda sobre la nueva “humanidad” enmarcada por el impacto de los medios de comunicacién masiva. En sentido estricto, como sefiala Luce Giard, este libro es un conjunto de “dilucidaciones filoséficas” hechas bajo el signo de la historia. Surgen bajo el apremio y las urgencias del tiempo presen- te. De ahi su particularidad y su interés. La cuestion de la palabra, la conciencia de las diferencias y la atencién @ los lugares reales y simbélicos donde se desarrollan las posibilidades de sen- 10 / Michel de Certeau tido y entendimiento dan la pauta para acercarse a este texto. Visto éste como prolongacién de su labor ordinaria como historiador, cierra interrogantes a la vez que abre nuevas preguntas (envuelto, como toda la obra de de Certeau, por su pasion de dilucidar, con la palabra, mundos posibles, e imaginar, a la manera de Wittgenstein, lenguajes como formas de vida). La forma en que de Certeau escribe historia es también la forma en que “hace la historia.” Se refiere tanto al presente como al pasado. Sus escritos no padecen el mal de morir casi al momento de nacer. Estin vives, porque no renuncian a ser parte del tiempo. En efecto, nuestro presente estd cargado de ese futuro anunciado por acontecimientos del pasado reciente: la revuelta in- telectual y cultural de los arios sesenta, el despertar indigena latinoamerica- no de los setenta y el despliegue y desarrollo de los medios electrénicos de comunicacién. Considerar estos factores es condicién ineludible no sélo para que Europa —o Francia, punto de partida de estas dilucidaciones decerteau- nianas— se entienda a si misma, sino para que asimismo el continente ameri- cano se abra a nuevas posibilidades de autoidentificacin. Lo que estd en jue- go en este incansable ir y venir de de Certeau entre Europa y América, es el problema de ta conformacién de las nuevas identidades en un mundo regionalizado a la vez que internacionalizado. De Certeau no se deja evar por el espejismo ni la sacralizacion det “hecho comunicatioo”. Como obseroador y participe del mismo, descubre y encuentra los indicios de una nueva configuracién de “lo politico” que viene a modificar viejos y obsoletos cdnones comunicativos a través de los cuales se venta ejerciendo el poder. En ese nuevo “hombre sin atributos” del siglo XX descubre las posibilidades de desviacién o resistencia ante las verdades proto- colarias originadas en la raz6n de Estado. Doscientos afios después de la toma de la Bastilla, el Occidente moderno se ve inmerso en la conmocién de los paradigmas que lo vieron nacer. No basta la voz del moralista, ni la del profeta, del memorialista o det historiador, quienes consideran que basta con relatar “los acontecimientos” para que el presente se ilumine. Hoy se exige algo mds: una labor intelectual de dilucidacién politica comin. Este trabajo de Michel de Certeau traza el curso de una evolucion inte- lectual, asi como nos deja ver una sensibilidad e inteligencia capaz de atisbar y penetrar dngulos inesperados de la realidad social. Es la voz de un historia- dor sobre el presente, a la vez que legado insustituible de un sobreviviente, quien lo entrega a las siguientes generaciones. Guillermo Zermefio Por qué el mafiana ya se dispone a nacer La filosofia no es una doctrina, sino una actividad. Una obra filosdfica esté compuesta esencialmente por dilucidaciones. Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus (921), 4.112. Nada parecia predisponer a Michel de Certeau para sentirse ligado a los “acontecimientos” de mayo de 1968, al grado de acoger esta situa- cién extraiia, todavia sin explicar,! con tanta emocién como deslum- bramiento: Algo nos ha sucedido. Algo se agita dentro de nosotros. No sabemos de dénde salen, pero de pronto Ienan las calles y las fabricas, circulan en- tre nosotros, se hacen nuestras al dejar de ser el ruido ahogado de nues- tras soledades, esas voces jamas oidas nos han transformado. Al menos asf lo sentiamos. Se produjo algo inaudito: nos pusimos a hablar. Pare- cfa que era la primera vez. De todas partes brotaban los tesoros, ador- mecidos 0 técitos, de experiencias jamés dichas (capitulo 2). No podfa atenerse a las determinaciones superficiales. Historia- dor de profesién, habia pagado extensa y largamente el tributo de la 1 Alain Schnapp y Pierre Vidal-Naquet, Journal de la Commune étudiante. Textes et documents. Novembre 1967-juin 1968, ed. aument., Paris, Ed. du Seuil, 1988; Henri Weber, Vingt ans apres. Que reste-t-il de 68?, Paris, Ed. du Seuil, 1988. Ver mas ade- ante los capitulos 5 y 6 que establecen una bibliografia razonada de todo lo que habia aparecido entre mayo de 1968 y mayo de 1969 sobre los “acontecimientos”. 12 / Michel de Certeau erudici6n, de la critica de las fuentes, al procurar las doctas ediciones de Pierre Favre, y luego de Jean-Joseph Surin? Sin duda, estaba bien nutrido de filosofia y teologfa por sus estudios universitarios, y luego por la formacién complementaria recibida en la Compania de Jesiis, donde ingresé en 1950 por una decisién adulta de la que nunca se retract6, pese a que haya buscado, a su manera, seguir “un camino atin no trazado” y que se rehusara a hacer de su pertenencia a esta institucién religiosa el resumen de su identidad social o el refugio de un conformismo interior. Pero él habria podido optar en mayo de 1968 por permanecer al abrigo de los altos muros del conocimiento, aparta- do de la multitud, lejos de las calles inflamadas por las risas, los can- tos y las barricadas de los estudiantes universitarios y preuniversitarios. Eso hubiera sido légico. Habria podido irritarse por el reproche de los estudiantes (“pro- fesores, ustedes nos hacen envejecer”), criticar la utopfa de sus afir- maciones (“tomo mis deseos como realidades, pues creo en la reali- dad de mis deseos”), indignarse por las amalgamas y la ignorancia que establecian un paralelo entre las fuerzas de la SS y la ayuda de la policia solicitada por el decano de la Facultad de Letras de Nanterre, un germanista antiguo miembro de la resistencia, que tiempo atras apenas habia escapado a la deportacién y recientemente militado con valentia en contra de la guerra de Argelia.? Como tantos otros, habria podido asustarse por la huelga gene- ral, ver por todas partes la amenaza de los soviets 0 el riesgo de la “bo- targa”, temer una “conmocién” funesta donde perecerfan la naci6n, sus instituciones y sus leyes.* Habrfa podido retirarse, deplorar, morali- Zar, increpar, sustraerse cuando menos, apartarse del desorden gene- ralizado y ocuparse con seriedad de sus trabajos en una seria espera de mejores dias, pues “es preciso aceptar lo propio de la juventud”. Llevado por una légica diferente, no hizo nada de eso. gDénde encontré la inspiracién de una actitud distinta? ;De dénde le lleg6 2 A este respecto, véase Luce Giard et al., Le Voyage mystique, Michel de Certeau, Paris, Cerf et Rsk, 1988, con su bibliografia completa, pp. 191-243; Luce Giard (ed.), Michel de Certeau, Paris, Centro Georges-Pompidou, “Cahiers pour un temps”, 1987; el estudio titulado “Michel de Certeau historien”, en Le Débat, nim. 49, marzo-abril 1988; Claude Geffré (ed.), Michel de Certeau ou la différence chrétienne, Paris, Cerf, “Cogitatio fidei”, 1991; Luce Giard, Hervé Martin, Jacques Revel, Histoire, Mystique et Politique. Michel de Certeau, Grenoble, Jéréme Millon, 1991. 3 A. Schnapp y P. Vidal-Naquet, Journal de la Commune étudiante, op. cit., p. 108; H. Weber, Vingt ans aprés, op. cit., pp. 73-4. + Epistémon, Ces idées qui ont ébranlé la France (Nanterre, novembre 1967-juin 1968), Paris, Fayard, 1968. La toma de la palabra / 13 esta comprensi6n de ese acontecer inédito, ese respeto por una agita- cién todavia imprevista? Desde los primeros dias se destacé por la extrema atencién dedicada a estas cuestiones inauditas cuyas respues- tas inéditas estaban atin por buscarse, en lo que designé como un tra- bajo de dilucidacién comin del cual nadie mantenfa el monopolio o el secreto. Una toma de posicién que suscité oposiciones irreductibles entre sus familiares y rencores tenaces entre sus colegas. Se trataba en verdad del acta de lo que luego debfa llamar la ruptura instauradora.> Lo més notable consiste en que se internaba en ese “camino atin no trazado” sin saber dénde lo llevaria, armado con la sola certeza de que una exigencia de veracidad interior lo obligaba a avanzar hacia esa direcci6n. Al mismo tiempo que avanzaba, en los primeros textos redactados para 6] mismo, mds tarde publicados en Etudes a partir del mes de junio, se esforzaba por rendir cuenta del movimiento. Los and- lisis que realiz6 de mayo a septiembre de 1968, y que constituyen la primera parte de esta obra, revelan su voluntad de superar la narra- cién de una experiencia personal para ampliar el campo de examen a las dimensiones sociales del presente, al enunciar las diferencias sur- gidas entre los actores, los grupos, los espectadores, las autoridades, cada quien interpretando de mala gana su papel en la escena nacio- nal: “El acontecimiento resulta indisociable de las opciones a las cua- les ha dado lugar; es un sitio asi constituido por las opciones a menudo sorprendentes que han modificado las clasificaciones habituales, los grupos, los partidos y las comunidades, de acuerdo con una discre- pancia inesperada” (cap. 1). Esta reaccién fue en él contempordnea de los “acontecimientos”, como lo atestiguan sus escritos de entonces; no fue ni la consecuencia de una recuperaci6n de s{ después del hecho, ni una actitud tomada con desplante para el puiblico. Yo le supondria tres razones, cada una referente a un nivel de la temporalidad. La primera -una tradicién-, se inscribe en el largo plazo. Se trata de la historia del cristianismo y especificamente de esos autores misticos de los siglos XVI y XVII de quienes de Certeau habia hecho el objeto central de sus investigacio- nes histéricas y de su meditacién interior. Sus textos misticos los ana- lizaba en sf mismos, a partir de un tema enunciador y de sus procedi- mientos de enunciacién (un estilo, “maneras de decir”), si bien los consideraba asimismo como un “momento”, en un contexto sociopoli- tico, donde un grupo, una red affn expresiva de una inquietud, una 5 Michel de Certeau, La Faiblesse de croire, Paris, Ed. du Seuil, 1987, cap. 7, “La rupture instauratrice”, pp. 183-226. 14/ Michel de Certeau esperanza, buscaban inventarse una “manera de ser y de creer”. Al leer y releer a los misticos, de Certeau descubria en ellos las huellas de esta “fuerza de los débiles” mediante la cual uno se vuelve capaz de resistir la violencia de los fuertes, si no visiblemente, por lo menos interiormente, al protegerse mentalmente de sus golpes, al cerrarse a sus exigencias. Estos recursos infinitos de una resistencia silenciosa, y a veces desesperada, los veia en la obra de los “cristianos sin Iglesia” del sigto xva, en los amerindios aplastados por el colonizador desde el Renacimiento o en el “hombre sin atributos”, nuestro contempordneo, invadido por el consumo masivo hasta en el secreto de sus suefios.® A mediano plazo hace notar el hecho de pertenecer a una cierta generacién. En relacién con los protagonistas adolescentes, o casi, de mayo de 1968, Michel de Certeau (nacido en mayo de 1925) pertene- cia a una generacién de padres cuyos hijos estudiantes universitarios © preuniversitarios poblaban las calles. Posefa esta particularidad de poder iral encuentro de la gente joven, como un padre sin hijos, pues- to que tiempo atrds habia consentido libremente esta privacién, al acep- tar la disciplina de la vida religiosa. Esta privacién en el orden de la carne procuraba extenderla escrupulosamente en el orden del espfri- tu. Como lo haria notar uno de sus ex alumnos, era “el maestro que no queria tener discfpulos”, por un gesto, siempre recomenzado, de luci- dez sobre el intercambio de afectos y vinculos de dependencia que se establece entre padres e hijos, o entre maestros y discipulos, pero, mas atin, me parece, por un cuidado de extrema reserva y de extremo res- peto ante la libertad de su interlocutor. Eso daba una tonalidad sin paralelo a su manera de relacionarse con el préjimo:’ era un “estilo de accién” donde més tarde, al volverme un poco menos ignorante, reco- noc la huella silenciosa y profunda de la inspiracién ignaciana, sea que haya sido conformado por la experiencia vivida en la Compafifa, sea que haya sido atrafdo en esta Orden por una afinidad secreta con esta via, y mds probablemente por ambas a la vez. Lo que habfa determinado a su generaci6n fue la experiencia comin, dolorosa, de la conmocién sufrida en la adolescencia, en 1940, * Michel de Certeau, La Fable mystique, xvr-XVIF siécle, 2a. ed., Paris, Gallimard (col. Tel), 1987, en particular los caps. 4 y 6 {hay trad, al espafiol: La fabula mistica siglos XxvEXvn, trad. de Jorge Lopez Moctezuma, México, UtA-Departamento de Historia, 1993 (El Oficio de la Historia). N. del E.}; idem, L’Absent de l'histoire, s. |, Mame, 1973, caps. 4 y 6; idem, L'Invention du quotidien, t. 1, Arts de faire, nueva ed., Paris, Gallimard (col. Folio), 1990, especialmente los caps. 2,3 y 6. ¥ eneste libro el cap. 8. ? Luce Giard, “A qui s‘éloigne”, y Marc Guillaume, “Vers l'autre”, en Luce Giard et al,, Le Voyage mystique, op. cit., pp. 13-5 y 181-6. La toma de la palabra / 15 cuando hubo que asistir, con el dolor en el pecho, a la cafda del “viejo pafs” en la resignacién, el miedo, la vergiienza, el desorden. De esto habfa conservado la leccién imborrable, que a menudo volvia a su conversacién, de que no hay raz6n para que los hijos obedezcan a los padres y, mucho menos, para aceptar como dinero en efectivo sus dis- cursos sobre los valores 0 el c6digo de honor que los padres, de acuer- do con las autoridades, estan siempre dispuestos a celebrar. Crefa, al contrario, en el duro trabajo de emancipacién que cada uno deberia realizar en s{ mismo, por cuenta propia, en la soledad, a fin de sacar a luz la exigencia ética que habria de gobernar su vida, en el orden de lo visible y de lo invisible, es decir, para volverse capaz de tomar una parte de responsabilidad en la edificacién del cuerpo social, a través de la multiplicidad de logros posibles. A nadie pedia que se erigiera en héroe, en parangén de todas las virtudes, y mucho menos en victi- ma propiciatoria. No tenia ilusiones sobre las bondades y beneficios que se disimulan tras este tipo de conductas. Rechazaba los discursos conminatorios 0 incitadores que comprometian a renunciamientos donde sdio el prdjimo ha de pagar el precio. Exigia a quienes deben “pronunciar palabras de autoridad” el ser conscientes, mds pudoro- sos y mds respetuosos de la libertad y el sufrimiento del préjimo en cada uno de sus actos. Sabfa que este trabajo de emancipacién Ilevaba a una dolorosa fase de desgarramiento, de alejamiento de certezas previas, a veces a una ruptura sin retorno, pero nada de esto significaba para él una ne- gacién o una ingratitud. Todo lo contrario: é] era un hombre que siem- pre se reconocia “en deuda” en relacién con el préjimo. Pero concebir su autonomia, distanciarse de los “entendidos” producto de una tra- dicién, de un medio, de una familia, era permanecer fiel a la violencia interior del adolescente que, en 1940, se habia rehusado a la resigna- cién de los padres (de la mayoria de ellos), a la adhesién al viejo ma- riscal, al discurso moralizador sobre la merecida derrota de una Fran- cia pecadora. Se habia propuesto otros objetivos, y habia sofiado con tierras lejanas al correr en los senderos de la montafia para llevar men- sajes a los miembros de la resistencia. Desde los turbios aiios de 1940- 1944 habia conservado esa certeza: nadie puede sustraerse a la esfera Publica, pues nadie puede eludir su parte de responsabilidad politica en lo que es el combate de todos. A sus ojos, esta responsabilidad for- maba parte de eso que cada vida tendria que rendir cuentas, cualquie- ra que fuera el nombre del tribunal: raz6n critica, conciencia moral, solidaridad nacional, Juicio Final, eteétera. Si no se ocupaba de esta- 16 / Michel de Certeau blecer una instancia judicial ni de definir las normas de funcionamiento, sf le importaba, en el més alto grado, alimentar la llama de una exi- gencia, el valor de una radicalidad donde algun dfa sabria desplegar- se una libertad que se referiria con el mismo titulo al actuar, al decir, al entender y al creer. La Ultima raz6n que expondré para ilustrar su actitud en mayo de 1968 se ubica en el corto plazo y se apoya en la conjuncién de cir- cunstancias personales. Habia resultado afectado por una serie de pesa- res familiares (su hermana menor, desaparecida prematuramente en 1966; su madre, muerta en un accidente automovilfstico en agosto de 1967, en el que é] mismo estuvo a punto de morir y perdié la vista de un ojo). Una crisis habfa estallado en Christus, la revista trimestral de la Compaiiia de Jestis, de la cual era el director adjunto y que dirigfa Francois Roustang: se desaté con la salida de éste, al cambiar é1 mis- mo su destino y reincorporarse en el otofio de 1967 a la redaccién de Etudes, la revista mensual de cultura general de la Compaiifa. La ter- minaci6n en 1966 de un trabajo de muchos afios —la edicién critica de la correspondencia de Surin-, lo habfa dejado inquieto respecto al cur- so que debia dar a sus investigaciones. Titubeaba al borde de una nue- va via, sofiaba con cruzamientos inéditos entre la historia y la teolo- gia, el psicoandlisis lo atrafa cada vez mas como procedimiento de dilucidacién personal y como “critica tedrica de la sociedad”.® Acaba- ba de tener la experiencia nueva de conocer otro continente, con moti- vo de una serie de cursos impartidos en América Latina. Se apasion6é enseguida, con una pasién duradera, por estas sociedades jévenes, mestizas, bullentes, donde activas minorfas de intelectuales y comu- nidades cristianas “de base” trataban de poner fin al desorden esta- blecido, a la necesidad de recurrir a la lucha armada. Este primer viaje a Latinoamérica, al que seguirfan muchos otros, le forj6 numerosos lazos en Brasil, Chile, y mas tarde en México. Se tradujeron sus textos, se hicieron circular grabaciones de sus conferencias, se viaj6 hasta Paris para elaborar una tesis bajo su asesorfa. El observador perspicaz, que reconocié en é] “al maestro que no deseaba tener discipulos”, habia legado de Brasil, y alld retorné. Pese a la diferencia de las situaciones, ¥ Michel de Certeau, en Jean-Michel Damian (ed.), Regards sur une révolte. Que faisaient-ils en avril?, Paris, Desclée de Brouwer, 1969, p. 211: se trata de una conver- ‘saci6n recogida por estudiantes. Ver Michel de Certeau, Histoire et Psychanalyse en- tre science et fiction, Paris, Gallimard (col. Folio), 1987, en particular los caps. 6 y 8 {hay trad. al espaiiol: Historia y psicoandlisis entre ciencia y ficcion, trad. de Alfonso Mendiola, México, UlA-Departamento de Historia/ITEso, 1995 (El Oficio de la His- toria). N. del E.]. La toma de la palabra / 17 estos encuentros latinoamericanos desempefiaron un papel determi- nante en la forma en que experimenté la crisis de mayo de 1968 y percibié por adelantado la sorda inquietud que producia el “hastfo” de una Francia préspera e insatisfecha. Sin saberlo, entre 1965 y principios de 1968 siguié un ciclo com- pleto de aprendizaje. As{ aprendié a explorar sus zonas sensibles, esos “lugares de transito” como dird mds tarde,’ donde se buscan pregun- tas no formuladas, donde se inventan improbables respuestas. A este ciclo de aprendizaje le daria yo un valor politico, no obstante haber in- corporado numerosos factores mucho mas personales, Pero no habria que confundirse respecto al sentido del término “politico”. Michel de Certeau nunca ejercié de oficio el andlisis polftico, ni en el nivel dela practica ni en el de las teorfas. No fue el portavoz 0 el inspirador de una corriente de opinién, ni el consejero del principe, ni el militante activo de un partido, tampoco el “compaiiero de ruta” de innumera- bles organizaciones mds o menos ligadas al Partido Comunista. Sin embargo, tomé en serio los compromisos politicos de sus contempordneos, respets las militancias al servicio de un proyecto de sociedad (aun si no lo suscribfa), ley6 con atencién, en aleman y en francés, muchos textos de Marx (aunque los epigonos no le interesa- ban) y medit6, con un gusto particular, cuya raz6n me resulta oscura, El dieciocho Brumario del cual hizo un texto clave para toda su reflexién historiografica. En la limitada parte de su obra que aborda mds direc- tamente el dominio politico, unas palabras, unos temas, vuelven como una escansi6n profunda. Resulta significativo que también figuren en el resto de su obra, ya se trate de historiografia, de mistica o de la cultura de la gente comin y corriente. A partir de esto deduzco que estas palabras, estos temas, remiten a la arquitectura conceptual que sostiene la dindmica de su pensamiento. Al respecto sefialaré breve- mente tres que son indispensables para moverse en este volumen. Hay al principio una cuestién central, obsesiva, presente en to- das partes bajo diversas formas, desde el primer texto que publicé y que he podido reeditar” hasta el tiltimo escrito, en sus tiltimos dias: una resejia de Ja literatura oral y escrita (canciones y folletos) que se burlaban de Mazarino." Esta cuesti6n de la palabra, de su eflorescencia, 9 Michel de Certeau, La Faiblesse de croire, op. cit., cap. 8, “Lieux de transit”, pp. 227-52. 1 Michel de Certeau, “L’expérience religieuse, connaissance vécue dans YEglise”, en Luce Giard et al., Le Voyage mystique, op. cit., pp. 27-51; este texto primero habia sido publicado en un boletin estudiantil (Lyon, mayo de 1956). " Michel de Certeau, “L'expérimentation d’une méthode: les Mazarinades de Christian Jouhaud”, en Annales Esc, t. XLi, 1986, pp. 507-12. 18 / Michel de Certeau de su libre difusién en el cuerpo social, que esta difusién toma en for- ma oral o escrita,'? Caracterfstico de este punto de vista, es el resumen que ofrece, algunos meses después, de los “acontecimientos” de mayo de 1968: “Hemos visto prorrumpir de todas partes, bajo la forma del lirismo, de esas palabrerias indefinidas, de una apologia del ahogo en el habla comin, lo que yacia al fondo de una especie de experiencia neutra, pero verdadera para cada uno por el hecho de encontrarse en un tejido de lenguaje, de habla”.'> El habla es lo que permite entrar en el concierto de voces donde se confrontan, contradicen y completan las verdades parciales, contradictorias 0 incoativas; medio de elabora- cién, después despliegue de la veracidad, es con la que cada uno ali- menta el cuerpo social, este flujo que la irriga y la hace vivir. En ella se expresan las relaciones de las fuerzas, se imitan los conflictos, en ella se insinda la astucia del débil y se gana un espacio de libertad." Agregaba a esto una aguda conciencia de las diferencias, al en- contrar en la pluralidad de la diversidad lo que aseguraba a una socie- dad su vitalidad y su fuerza inventiva. Pero sabia que cada grupo social teme la cercania de “gente diferente”, tiende a rechazar al ex- tranjero para proteger su propia coherencia. Le parecia que el trabajo politico tenia como objetivo principal llevar a cabo una especie de unidad plural, lo que habfa llamado “la unién en la diferencia”! la unica susceptible de hacer llevaderas las fuertes diferencias entre unos y otros, Esta tarea la asignaba en parte a los maestros. Unos estudian- tes le pidieron que se explicara sobre su propia practica docente; era en los tiempos del seminario del tercer ciclo de antropologia cultural que cumplia con la Universidad de Parfs VII (Jussieu).'* De ese lugar y ese tiempo oficialmente destinados a ensefiar a los estudiantes a en- trar en contacto con la investigacién, quiso hacer un tiempo de surgi- miento, luego de la elaboracién de diferencias admitidas y manteni- das como tales: ™ Michel de Certeau, La Fable mystique, op. cit., caps. 4 a 6; idem, La Faiblesse de croire, op. cit. pp. 91-2, 131-2, 157-9, et. © Michel de Certeau, en J-M. Damian (ed.), Regards sur une révolte, op. cit., pp. 204-5. ™ Michel de Certeau, L'Invention du quotidien, op. cit,,t.1, Arts de faire (trad. al espa- Aol, en proceso, por la ulA-Departamento de Historia. N. del E.], caps. 2 y 3. 15 Michel de Certeau, L'Etranger ou !' union dans la différence (1969), nueva ed., Paris, Desclée de Brouwer, 1991. '® Luce Giard, “Histoire d’une recherche”, en Michel de Certeau, L'Invention dit quotidien, op. cit.,t.1, Arts de faire, pp. XXX. La toma de la palabra / 19 La experiencia del tiempo comienza en un grupo con la explicitacién de su pluralidad. Hay que reconocerse diferentes (de una diferencia que no puede superarse mediante ninguna posicion magisterial, mediante ningwin determinado discurso, mediante ningun fervor festivo) para que un seminario se transforme en una historia comin y parcial (un trabajo sobre las diferencias y entre ellas) y para que el habla se transforme ahi en el instrumento de una politica (el elemento lingilistico de conflictos, contratos, sorpresas, en suma, de procedimientos “demo-craticos”)..7 Sin embargo, ilustrado por la observacién de la sociedad norte- americana, también conocia el peligro que puede nacer de la perte- nencia a las “minorfas”, mantenida, reivindicada en el largo plazo. Supuestamente considerada para proteger una identidad cultural y social, garantizar la transmisién de una herencia, esta pertenenda puede conducir a la reclusién de las minorias en otros tantos ghettos, alimentar los estereotipos sobre la representacién de cada una, admi- tir una divisiGn de los papeles y las responsabilidades y terminar por liquidar la tradicién, embalsamada, puesta al margen de Jas fuerzas vivas de la sociedad, de manera que se vuelve el medio hipécrita de una “estigmatizacion” o la forma para conservar todas las nostalgias, y amenudo ambos. Esta dificil interrogante (;hasta dénde sostener la pluralidad de las diferencias?, ;o6mo asegurar su respeto mutuo y la coherencia de una sociedad?) atraviesa toda su obra, desde los prime- ros articulos destinados al publico cristiano de Christus hasta la bis- queda histGrica sobre el trabajo de unificaci6n lingiifstica asumido por la Revolucién francesa, de la observacién de las prdcticas culturales hasta la definicién de una politica escolar de los Estados miembros de la OCDE.® Ultima caracteristica de sus textos politicos, de los cuales quisie- ra subrayar la importancia y la presencia de un extremo a otro de la obra, es la atencién dedicada a los lugares, a toda clase de lugares, rea- les 0 simbélicos, ptiblicos o privados, de los que la geografia movediza dibuja las figuras sucesivas de una sociedad. Instituciones y medios sociales, grupos por afinidad o por pertenencia, lugares de militancia 7 Michel de Certeau, “Qu’est-ce qu’un séminaire?”, en Esprit, noviembre-diciem- bre 1978, p. 177, 1 Michel de Certeau, L’Etranger, op. cit., caps. 2, 3 y 7; idem, La Culture aw pluriet (1974), nueva ed,, Paris, Ed. du Seuil (col. Points), 1993, cap. 7; idem, Dominique Julia y Jacques Revel, Une Politique de la langue. La Révolution francaise et les patois: Venquéte de Grégoire, Paris, Gallimard, 1975. Y mds adelante caps. 15 a 18. 20 / Michel de Certeau o de debate, todos cuentan a los ojos de Michel de Certeau que vefa en ellos otras tantas marcas del cuerpo social. Dicho de otro modo: para é] todos son lugares de sentido y entendimiento. Al principio surge, para cada uno, la necesidad de enunciar la identidad, la particulari- dad del lugar donde se encuentra. Esto vale para la reflexién sobre el cristianismo: “Un lugar es necesario para que haya un comienzo, y el comienzo sélo es posible si hay un lugar de donde proceda: los dos elementos -el lugar y el comienzo—son relativos el uno al otro, pues se trata de un distanciamiento que permite reconocer su fin en la locali- zaci6n inicial, y es sin embargo este campo cerrado el que hace posi- ble una nueva investigacién”.'° Esta explicitacién también es indis- pensable en el acto de ensefiar, para permitir a los estudiantes reconocerse como diferentes (de donde se comprende la légica “del maestro que no deseaba tener discipulos”): Mi postura seria por lo tanto més bien explicitar mi sitio particular (en lugar de enmascararlo bajo un discurso supuestamente capaz de agru- par a los otros), de ofrecer todos los efectos posibles, tesricos y practi- cos, en la discusién del grupo [en el seminario], y recfprocamente res- ponder a quienes intervienen de una manera interrogativa que los lleva a expresar su diferencia y a encontrar en las sugerencias que puedo ha- cer el medio de formularla ms intensamente. Los “modelos” teGricos propuestos tienen la funcién de sefalar lfmites (la particularidad de mis preguntas) y hacer posibles diferencias (la expresin de experiencias y preguntas diferentes) Si bien la referencia al lugar subraya también sus trabajos hist6- ricos; al analizar los medios de L’Feriture de I’histoire, a la primera par- te del libro le da el titulo de “Productions du lieu”. En esta parte, el famoso capitulo sobre “L’opération historiographique” se abre, tam- bién, bajo el subtitulo “Un lieu social”?! Para llevar a cabo su tarea, el historiador debe poner de manifiesto su propio lugar, sin el cual incu- rrirfa en una falta respecto a la deontologia de la profesién y a la com- prensién de su objetivo de conocimiento: “La articulacién de la histo- 1 Michel de Certeau, La Faiblesse de croire, op. cit., p. 219. 2 Michel de Certeau, “Qu’est-ce qu'un séminaire?”, art. cit, p. 177. 21 Michel de Certeau, L’Ecriture de l'histoire (1975) (hay trad. al espafiol: La escritura de la historia, trad. de Jorge Lopez Moctezuma, 2a. ed. (tr. revisada), México, UtA- Departamento de Historia, 1993 (El Oficio de la Historia). N. del E.], 3a. ed., Paris, Gallimard, 1984, cap. 2. La toma de la palabra / 21 ria sobre un lugar es para un andlisis de la sociedad su condicién de posibilidad”; y todavia més: “La negacién de la particularidad del lu- gar, por ser el principio mismo de la ideologia, excluye toda teoria”.”? La reflexién sobre el lugar no es pues secundaria ni accesoria; es una pieza clave en la cimentacién del acto de conocimiento, ignorarla lle- va a la ruina de la edificacién del conocimiento. Pero esto también conduce a plantear que el conocimiento de lo particular tendrfa que ver con la construcci6n de una cientificidad, que ésta no atafie sola- mente a los enunciados universales de verdad, una tesis audaz que de Certeau se empeiié en elaborar a propésito de las “artes del hacer” de la vida ordinaria.? Dela pluralidad de lugares, habla, accién, conocimientos, traba- je. propone una cartograffa dindmica, como dindmica era su lectura de las “diferencias”. Su atenciGn se dirige siempre hacia las circulacio- nes posibles, se trate de redes sociales, de viajes individuales surgidos del momento, o de la manera que, en el espacio estratégico del fuerte, se insintia la astucia del débil, por tactica o sutileza. De donde resulta el interés consagrado a las practicas del espacio, al transedinte de la ciudad,” pero también a la manera con la cual la “posesa” salta de un lado a otro en su respuesta al interrogatorio de los jueces y confunde la légica de sus requerimientos de identidad con lugares y nombres;> o también la sorprendente pesquisa sobre la difusién del relatode Surin al encontrar al “joven de la diligencia” y recibir de este “iletrado” ma- ravillosas luces misticas;* o por tiltimo el viaje desesperado de Labadie, en su imposible busqueda de un lugar de la verdad de Dios, de una tierra de la certeza donde establecer Ja Iglesia de la “verdadera fe”.?” Preparado por el entrecruzamiento de la pertenencia a una tra- dicién, a una generacién y, por una conjugacién de circunstancias re- lativas a su vida personal, provisto de los instrumentos de dilucidacion que le aseguraba su atenci6n por el habla, las diferencias y la plurali- dad de lugares considerados en su particularidad, Michel de Certeau 2 Ibid, p. 79. 2 Michel de Certeau y Luce Giard, en L'Invention du quotidien, t. 1, Habiter, cuisiner, nueva ed., Gallimard (col. Folio), 1994, en proceso de conclusién. [Con posteriori- dad a esta nota, aparecié la nueva edicién, con el nim. 238 dé la col. mencionada; pe encuentra en proceso de tr., por la utA-Departamento de Historia. N. del E.] # Michel de Certeau, L'Invention du quotidien, op. cit., t. 1, Arts de faire, caps. 7 y 9. 25 Michel de Certeau, L'Ecriture de histoire, op. cit., cap. 6; idem, La Possession de Loudun, 3a. ed., Paris, Gallimard (col. Archives), 1990. 2 Michel de Certeau, La Fable mystique, op. cit., cap. 7, pp. 287-308. ® Jbid., cap. 9, “Labadie le nomade”. 22 / Michel de Certeau se encontré mejor preparado, intelectual e interiormente, que muchos de sus contempordneos para comprender esa parte esencial que so- cialmente estuvo en juego en mayo de 1968, Los artfculos que redacté en mayo y junio, marcados aqui o alla por un giro Iirico 0 romntico, permanecen extrafiamente exactos. No se trata de un relato de aconte- cimientos, ni de un discurso en el que expresaria el sentido de un pun- to de vista dominante. De Certeau no buscaba, en estas paginas tré- mulas, ni erigirse en memorialista, ni hacer sermones o profetizar. Queria simplemente participar en la tarea comtn de una dilucidacién politica, exigida por el habla nueva que circulaba en las calles. Al des- orden de las calles correspondia el desorden de las inteligencias: el discurso de los aparatos del Estado, el de los partidos politicos y los sindicatos eran igualmente incapaces de analizar lo que sucedfa y, con més raz6n, de expresar su sentido. De donde surge esta primera observacién: “Nos hace falta vol- ver a esta ‘cosa’ que ha sobrevenido y comprender lo que esta situa- cién imprevisible nos ha ensefiado de nosotros mismos, es decir, lo que mas tarde nos hemos vuelto” (cap. 1). “Revolucién simbé6lica” o “revolucién fracasada”, se dio de una manera masiva, irresistible, con- movedora, poética y confusa, la toma de la palabra, que escenificé en todas partes el acto de decir mas de lo que hasta entonces habia ar- ticulado. De ahi la imposibilidad de identificarla en determinadas reivindicaciones, de asignarla a determinados espacios sociales, de co- nocer a sus autores y a sus “instigadores”. Sefialaba lo que de funda- mental faltaba a las instituciones, a las representaciones y, por esto, no sabfa cémo decirse. Dénde pasaba la linea de separacién entre los “sujetos” y sus instituciones, entre las creencias que les suponfamos y sus convicciones reales? De Certeau no sabia mas que otros, pero so- bre estos uiltimos tenia la ventaja de reconocerse en una situacién de no saber y de buscar su clarificacién: “Dilucidarla me resultaba impe- rioso. Al principio no era para otros. Mas bien por un requerimiento de veracidad” (cap. 1). Esta tarea de dilucidacién lo ubicaba bajo el signo de la historia, en ésta reconocia una prolongacién natural de su labor ordinaria. No es por una usurpacién 0 por una mezcolanza im- prudente de géneros, que se pregunta sobre mayo de 1968: “Sin duda la funcién misma de la historia (de la historiografia) es la de constituir, més lticidamente, un discurso que enuncie una relacién de la razén con su ‘otro’, con los acontecimientos” (cap. 4). Dicho de otro modo, la tarea de “hacer historia” (famoso titulo de uno de sus artfculos, transformado después en el primer capitulo La toma de la palabra / 23 de L’Ecriture de V'histoire)* se refiere tanto al presente como al pasado. Porque hace inteligibles en el presente los acontecimientos del pasado con sus condiciones de posibilidad, este trabajo consiste también en hacer posible en el presente el engendramiento del porvenir en la trans- formacién del cuerpo social. Se trata en realidad, pues, de un trabajo de dilucidacién que esa la vez histérico y politico, que no puede ser lo uno sin lo otro, ya que le hace falta asociarse con el actuar, el decir y el comprender. Como lo ha puesto en relieve un historiador ligado a Michel de Certeau, y lector perspicaz de su obra: “Politico es el pro- yecto de quien pretende descubrir la invencién de la sociedad”. * Los siguientes textos fueron reunidos en nombre de esta unidad de intenci6n y método. Clasificados en el orden cronolégico de su apari- cién, entre 1968 y 1985, trazan la curva de una evolucién, o mas bien de una profundizacién, de los andlisis, con una bella unidad de factu- ra en la diversidad de periodos y propésitos. Lo que si cambia visible- mente en veinte afios de intenso trabajo es la amplitud del campo de observacién y de experiencia, con el enriquecimiento que le aportan las estadias en el continente americano (tanto en Estados Unidos como en América Latina) y la distancia ganada, es decir, pensada, frente al contexto europeo, como puede constatarse ya sea en los capftulos 7 y 8 (escritos entre 1975 y 1976), ya sea en la tiltima parte (caps. 15 a 18, que datan de principios de 1985). Los capftulos 1 a 6 se refieren a mayo de 1968. Retoman el pe- quefio libro publicado a fines de octubre de 1968: La Prise de parole (Paris, Desclée de Brouwer, 1968, 165 pp.). Sélo el capitulo 4 no figura aqui, pues Michel de Certeau lo habia agregado después a otra obra, La Culture au pluriel (1974), donde constituye el capitulo 8; en este punto he seguido la preferencia del autor y dejado que este capitulo prosiga su difusién bajo el sello de la cultura. El pequeio libro de 1968, apare- cido en el otofo, retomaba, con cambios en algunos detalles, los arti- culos publicados en los Etudes, en junio-julio (tal es el caso de! cap. 2) 28 Michel de Certeau, L’Ecriture de l'histoire, op. cit., cap. 1, “Faige de Vhistoire”. Con su permiso, este titulo fue tomado para una gran empresa editorial de la tribu his- toriadora (por el lado de Armates y EHESS, principalmente), para la cual también se le habia pedido que contribuyera, lo que dio lugar a “L/opération historique” (ue- go completada y titulada “L’opération historiographique”): Jacques Le Goff y Pierre Nora (eds.), Faire de histoire, 3 t,, Paris, Gallimard, 1974. 2 Jacques Revel, en L. Giard, H. Martin y J. Revel, Histoire, Mystique et Politique, op. cit, p. 127. 24 / Michel de Certeau y en octubre (cap. 3 y el “apéndice bibliografico” del cual hice aqui el cap. 5). Al estar ausente ahora el cap. 4 de 1968, lo que era en esa pri- mera edicién el cap. 5 es en este volumen el cap. 4. He agregado como cap. 6 un articulo de los Etudes (mayo de 1969) que continua y comple- ta la relacién bibliografica emprendida en el cap. 5. Para esta nueva edicién, me limité a completar algunas referen- cias, a corregir algunas erratas. Agregué sistematicamente los nom- bres propios de personas mencionadas; su omisi6n resultaba compren- sible cuando el relato de los acontecimientos estaba presente en todas las memorias, hoy esto constituirfa un inconveniente para el lector. Por la misma razén, afiad{ entre corchetes algunas fechas y precisi nes; escribf algunas notas complementarias, firmadas con mis inicia- les. Segui los mismos principios para establecer el texto de los otros capitulos, publicados todos separadamente en vida del autor. Su reco- pilacién en un mismo libro es asunto que me concierne, Después de la primera parte consagrada a mayo de 1968, la se- gunda parte (caps. 7 y 8) se refiere al continente americano.” El pri- mero de los dos textos habia aparecido, bajo el mismo titulo, en Le Monde diplomatique (ntim. 266, mayo de 1976, pp. 16-7); el segundo se habia incluido en Le Monde diplomatique (nam. 273, diciembre de 1976, p. 16). Sin embargo, el texto sobre los indios y su concientizacién poli- tica estaba de hecho destinado a terminar un volumen de documentos reunidos y traducidos por la asociacién DIAL (Diffusion de l’informa- tion sur I’Amérique latine), de la cual Michel de Certeau habia sido uno de sus fundadores, en tiempos de la dictadura militar en Brasil, creo, y de la cual ocup6 la vicepresidencia en 1975. Firmado con seu- dénimo, si bien la advertencia final Ilevaba el nombre de Michel de Certeau, este libro ha circulado mucho, sobre todo en traducciones parciales en Estados Unidos: Yves Materne (ed.), Le Réveil indien en Amérique latine, Paris, Cerf, 1977, 139 pp., bajo el titulo que aqui con- serva; la advertencia final estaba en las paginas 121-135. La tercera parte retoma el informe que habfamos preparado jun- tos para el Ministro de Cultura: Michel de Certeau y Luce Giard, L’Or- dinaire de la communication, Paris, Dalloz, 1983, 167 pp. El destino de este texto bajo pedido explica que se consuma en “Proposiciones” y adopte por momentos un tono conminatorio para sugerir determina- das acciones. Hay que recordar que en 1983 muchas cosas parecian posibles y que éramos bastantes quienes crefamos que la sociedad » Otros elementos de su reflexién sobre las Américas se han reunidoen La Faiblesse de croire, op. cit,, caps. 5 y 6, La toma de la palabra / 25 podia transformarse. Dejé este texto en el mismo estado, como testi- monio de un “momento” de nuestra historia intelectual y porque no vefa ninguna razén de desdecirmos de lo que habfamos crefdo. Me limité a reformular los titulos interiores y suprimir las paginas del cap. 1 de 1983, ya reutilizados para otro articulo: Michel de Certeau y Luce Giard, “La culture comme on la pratique”, en Le Francais dans le monde (nam. 181, noviembre-diciembre de 1983, pp. 19-24). Este arti- culo se retoma en la conclusién de otro volumen: Michel de Certeau, Luce Giard y Pierre Mayol, L’ Invention du quotidien, t. 11, Habiter, cuisiner, nueva ed. aumentada, Paris, Gallimard (col. Folio), 1994. Separé tam- bién una parte del cap. 4 de 1983, del cual Michel de Certeau habia hecho “Les revenants dela ville”, en Architecture intérieure/Créé (nams. 192-193, enero-marzo de 1983, pp. 98-101). Este articulo se retom6 igual- mente en L’Invention du quotidien, t. U1, nueva ed., 1994, cap. VIIL En el informe de 1983, a nuestros andlisis seguia una serie de estudios que habfamos propiciado y dirigido: hechos por jévenes investigadores, se referfan respectivamente a la infancia (Anne Baldassari), los inmi- grados (Philippe Mustar), los suburbios (Jacques Katuszewski y Ruwen Ogien) y las culturas regionales consideradas a partir del caso breton (Fanch Elegoét). Al final, la iltima parte se encuentra constituida por un informe que la OCDE habia solicitado a de Certeau con miras a una reunién de expertos sobre el tema Educational Policies and Minority Social Groups (16-18 de enero de 1985). Traducido por el solicitante al inglés y difun- dido bajo esta forma en sus servicios, el texto se publicé primero en parte bajo el titulo “L’actif et le passif des appartenances”, en Esprit, mimero intitulado Francais/immigrés (junio de 1985, pp. 155-171). Tras la muerte de Michel de Certeau, el informe se publicé integramente bajo el titulo “Economies ethniques”, en Annales ESC (t. XLI, 1986, pp. 789-815). A su retorno de seis afios de ensefianza en California, con motivo de su elecci6n en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences So- ciales (donde asumié sus funciones en octubre de 1984), Michel de Certeau me habfa planteado que algunas cuestiones reclamaban una inversi6n intelectual y social; dicho de otra forma, un trabajo de dilu- cidacién politica de la manera misma que se pone de manifiesto en este libro. Le habia mencionado dos de ellas, prioritarias a mis ojos: el problema de los inmigrados y las relaciones con Alemania. Comenzé enseguida a trabajar en estos dos temas: asistié a coloquios, recopilé informacién, emprendié diversos contactos. El informe para la OCDE era la primera piedra puesta en la obra sobre la inmigracién. Diez aiios 26 / Michel de Certeau después, nos falta la inteligencia generosa de Michel de Certeau para avanzar por esa via. Sin embargo, cada uno sabe desde ahora que este problema sera una de las piedras de toque de la vieja Europa en la aurora del siglo XXI. He querido componer este volumen de escritos politicos no como un memorial, sino como una “caja de herramientas”, puesta al servi- cio de otra generacién sobre Ja cual recae ahora la responsabilidad de conducir, a su manera, el trabajo de dilucidacién politica. Una socie- dad que no retomara, con un nuevo impetu a cada generacién, este trabajo reflexivo sobre s{ misma se resignaria a morir. Esta reanudacién necesaria no equivale ni al olvido de lo precedente, ni al rechazo de las herramientas claboradas por las generaciones precedentes. En estas paginas de Michel de Certeau, se encontrarén andlisis agudos, intuiciones luminosas, ideas y conceptos, informaciones y reflexiones. Pero lo mas precioso, porque es lo mas raro, consiste en asistir al trabajo de una inteligencia generosa y fuerte, capaz de respe- tar la diferencia del préjimo, habitada por una secreta ternura para la multitud anénima de los vivos, jams en busca de “tomar el poder”, sino siempre de “hacer posible” el desarrollo de una libertad futura, el surgimiento de un porvenir inédito, la “invencién de una sociedad”. Una inteligencia convencida de que tal era la funci6n del espfritu. Creo que esta conviccién es contagiosa. Luce Giard I LA TOMA DE LA PALABRA (MAYO DE 1968) 1 Una revolucion simbélica Las Iluvias de agosto parecen haber cambiado los fuegos de mayo en restos abandonados al servicio de limpia. En un Parfs desierto, se han limpiado las calles, después los muros. Esta operacién de aseo alcan- za también a la memoria, donde los recuerdos se borran. El gran silen- cio en medio del verano ha pasado sobre tantas palabras y manifesta- ciones primaverales, como la ola lava la playa. As{ volvié “el orden” que habfa crefdo suprimir un Asueto de ayer (titulo-programa de una pelfcula alemana) y que parecia entonces o singularmente comprome- tido o intolerable. El después recomienza el antes, y aqui estamos de nuevo. Imposible olvidar Que los residuos de una revolucién fracasada se tiren a la basura, no quiere decir sin embargo que ésta haya sido olvidada. Algo de noso- tros queda ahi, algo que no podemos eliminar tan facilmente. El acon- tecimiento resulta indisociable de opciones a las cuales ha dado lugar; es este sitio constituido por opciones a menudo sorprendentes que han modificado las distribuciones habituales, los grupos, los partidos y las comunidades, segan un desacuerdo inesperado. Una nueva to- pografia ha transformado (digamos, al menos, un momento), en fun- cién de este lugar surgido como una isla, la carta bien establecida de circunscripciones ideolégicas, politicas o religiosas. Este pasado, que es nuestro pasado, también puede ser “limpia- do”? :Sélo ha sido un suefio, o bien hemos recafdo tras la inconscien- cia de la que habriamos salido en mayo pasado? ;Dénde esté la fic- cién? ;D6nde lo real? El lazo entre “los acontecimientos” y “el orden” 30 / Michei de Certeau hace entrar en acci6n la relacién que tenemos con nosotros mismos, colectiva e individualmente. Dejar caer es operar una seleccién y op- tar de nuevo, pero con una opcién a escondidas; es pronunciar un jui- cio, pero sin proceso; es recurrir a procedimientos decisivos para pro- digar, en este caso, la verdad y, alld, la ilusién. No, nosotros no podemos aceptar mas adelante el simplismo ciego de una divisién que despoja- rfa de toda significacién a una parte del pais y a una parte de nosotros mismos. Debemos volver a esta “cosa” que ha sobrevenido y com- prender esto que lo imprevisible nos ha ensefiado de nosotros mis- mos, es decir, en lo que, después, nos hemos convertido. Ala necesidad de situarse con relacién al acontecimiento res- ponde la abundante literatura consagrada al tema. Testimonia modos muy divergentes de enfocar esto e interpretaciones contrarias, pero constituye por eso mismo una investigacién, rica e incoherente, para un nuevo debate sobre lo que somos y sobre los medios de que dispo- nemos para analizarlo. Se trata del pais y de las ciencias sociales al mismo tiempo. Resurge una inquietud por todas partes, incluso a tra- vés de las afirmaciones més categéricas, en cuanto no nos contenta- mos més con enhebrar un rosario de hechos o documentos: finalmen- te, gqué sabemos de una sociedad y de los acuerdos silenciosos sobre los que descansan los contratos del lenguaje? Y zqué es comprender- la? Como dice el sabio Epistémon: 2”con qué conceptos pensar”! esta “revuelta”? Algdn elemento tdcito agitado invalida las herramientas mentales elaboradas en funcién de una estabilidad. Los instrumentos también formaban parte de lo que se ha agitado. Se referian a lo im- pensado, que fue, en mayo ultimo, descubierto e impugnado al mismo tiempo: valores tomados como evidentes; intercambios sociales cuyo Progreso bastaba para definir el éxito; bienes cuya posesién represen- taba la felicidad. Una idea del hombre habitaba el inmenso aparato organizador de la sociedad. Esta regla secreta, implicitamente reconocida 0 acepta- da, fue sacada de la sombra donde determinaba el orden. De André Glucksmann a Raymond Aron, de Claude Lefort a Epistémon, cada 1 Epistémon, Ces idées qui ont ébranlé la France (Nanterre, novembre 1967-juin 1968), Paris, Fayard, 1968. El autor toma el seudénimo de Rabelais, Pantagruel, del cual ha conservado una cita en epigrafe (un segundo epigrafe procede de Erasmo, Elogio de Ia locura). Epistem6n era en realidad Didier Anzieu, egresado de la Escuela Normal Superior (Ulm), profesor de filosofia en lo que era la Facultad de Letras de Nanterre, conocido y apreciado por sus numerosos trabajos sobre la psicologia de grupos y adolescentes, asi como también sobre el psicoanilisis [L.G.]. La toma de la palabra / 31 uno de los autores que reflexionaba sobre ios acontecimientos? retoma a su manera lo que Lenin escribfa hace tiempo: “La importancia que revisten las crisis se debe a que manifiestan lo que, hasta ese momen- to, estaba latente...” Pero hoy lo que se ha manifestado como latente no es una fuerza mds poderosa que los poderes politicos 0 ideolégicos (el proletariado, en la perspectiva marxista), sino un conjunto de prin- cipios esenciales del orden establecido y que se han vuelto impugna- bles, Para restaurar este orden, ;dénde encontrar razones que justifi- quen lo que era su raz6n? Inversamente, {cudles referencias sustituirle para fundar otro orden? “;En nombre de qué?”, exigfa hace tiempo Pierre Emmanuel. La irrupci6n de lo impensado es peligrosa para todo “especialista” y para toda la nacién. La supervivencia del Arbol esta en juego cuando sus rafces se sacan a la luz. No basta entonces decir que las “evidencias” de no hace mucho deben devolverlo y que la vida social resulta imposible a partir del momento en que sus fundamentos son expuestos a la critica. No basta hacer como si nada hubiera pasado, como si no lo hubiéramos visto, por debajo la seguridad del pafs, un sistema de convenciones que se han tornado fragiles (porque se volvieron discutibles) y la falta de otros recursos (susceptibles de sostener o de reemplazar el orden desquicia- do). Este boquete abierto por el preguntarse de una sociedad sobre sf misma, no puede taparse con la reaccién masiva y normal que sola- mente ha rechazado el vacio, repelido una pregunta todavia sin res- puesta y sustituido apresuradamente la exigencia de una més justa reparticién de bienes con la exigencia, significada por la crisis, de una restauracién o de una veracidad de relaciones sociales. Se trataba de redefinir un cédigo social, al termino de un periodo que lentamente habia operado una distorsién entre la racionalizacién de la sociedad y el sistema de valores que hab{a animado esta labor en el siglo XIX, pero que ahora le resulta algo sobrepuesto. Mas alla del limite siempre imprevisible (porque siempre esta asociado con acci- dentes), semejante distorsién ya no es tolerable. Esto no quiere decir que este sistema sea reemplazable; menos atin que haya sido reempla- zado. Tal vez se halla tan ligado a una civilizaci6n que ésta no pueda sobrevivir a esta critica. Tal vez también el pafs, llevado a redefinirse en su existencia, ya no encuentre la fuerza necesaria. Aun asf, si todos estamos delante de estos recientes “acontecimientos” que nos interro- gan sobre nosotros mismos y abren un porvenir incierto, no creo (zy ?Se encontrar una bibliografia detallada de obras sobre mayo de 1968 més adelan- te, caps. Sy 6 [L.G.). 32 / Michel de Certeau quién podria creerlo?) que podamos hablar de una revolucién con- cluida. Sin embargo, es el sintoma de un problema global, caracteristi- co tal vez de una sociedad en vias de racionalizacién técnica y en la cual las tensiones son tanto mas graves de lo que manifiesta una tradi- cién mas antigua y que su relacién con su propio pasado sea dilucida- da menos directamente. Revolucién simbélica, pues, sea a causa de lo que significa mas que de lo que hace, sea a causa de que impugna las relaciones (sociales e hist6ricas) para crear otras, las auténticas. Ademis, el simbolo es la indicacién que afecta a todo el movimiento, en su practica y en su teorfa. La palabra, de principio a fin, ha desempefiado un papel deci- sivo, desde la de Daniel Cohn-Bendit hasta la del general de Gaulle. Me detengo en este hecho extraiio (es una via de acercamiento), por creer que era fundamental y que comprometia la estructuracién com- pleta de nuestra cultura (es una opcién). La accion simbélica La revolucién de mayo no se tradujo en una hostilidad en contra de personajes odiosos o en la destruccién de los instramentos y los pro- ductos del trabajo. Ni los profesores ni los patrones estaban directa- mente amenazados, y una especie de respeto protegia las maquinas y los laboratorios (a decir verdad, mas en las fabricas que en las faculta- des): los obreros pasaron noches enteras para cuidar el buen funcio- namiento de sus equipos durante la huelga; los estudiantes se encar- garon de formar grupos para cuidar el orden. Los estragos, aparte de los que inevitablemente implica el des- orden, tenfan mas bien la traza de sacrificios necesarios en la expresin de una reivindicacién. Asi, la historia de mayo-junio se escribié en términos de automéviles, al revertir o retomar la maquinaria auténo- ma, a la vez posefda y posesiva, con un vocabulario simbélico de una conducta humana. Hubo muertos, pero pese a las precauciones extraordinarias que se tomaron para evitarlos;’ fue necesario el retorno del orden civil y de la gasolina para que se elevara de pronto, a principios de junio, la En el Paris retumbante de rumores durante mayo, se hablaba mucho de los muer- tos provocados a consecuencia de los “acontecimientos”, pero cuya noticia seria mantenida en secreto por parte de las autoridades politicas. Se registré en realidad la muerte de Gilles Tautin cerca de la planta Renault en Flins: este estudiante preuniversitario se ahogo al intentar escapar a una embestida de la policia el 10 de junio de 1968 (ver Alain Schnapp y Pierre Vidal-Naquet, Journal de la Commune étudiante, Paris, Ed. du Seuil, 2a. ed. aum., 1981, pp. 521-3). Hubo, parece, un muy La toma de la palabra / 33 cifra de muertos (considerados como normales) y para que un peridédi- co, al regreso de las vacaciones, tuviera este encabezado alucinante: “Se prevén 10 000 muertos...” Los manifestantes de mayo se batieron contra marcianos negros que Ilevaban cascos, irrupcién y signo del poder en las calles, mientras que a la inversa las violencias de la poli- cfa resultaban menos provocadas por estudiantes, incluso unos “en- furecidos”, que por su tendencia y sobre todo por la bandera roja (al grado que esta reacci6n se extend{a a jtodo lo que fuera rojo!) o por las pancartas negras, sefiales al fin visibles de amenazas cuya imagen de horror habfa sido cuidadosamente cultivada por la formaci6n antico- munista dada a los [soldados del] contingente. Combates de som- bras donde cada uno perseguia sus fantasmas? No, sino combates que no se tomaban al pie de la letra. Guerra espiritual, si se quiere, lucha ritual mas bien (pero no por eso menos real) -antes de ser utilizada con fines politicos, sociales o simplemente individuales-, la revuelta se oponia al sistema, “manifestaba” signos contrarios a otros signos. Finalmente se atacaba a la credibilidad de un lenguaje social. Asi se constitufa en una accién simbélica. Asimismo estuvo en su topografia, que renovaba la geografia clasica de las huelgas y los motines, La Sorbona y, desviada hacia la ribera izquierda, el desfile hacia Denfert-Rochereau, el Arco del Triunfo, el Odeon, la Bolsa (“templo de la ganancia”, decia un cartel), el peregrinaje a Billancourt, etcétera (para no hablar de lo que era prohi- bido, por ejemplo, el proyecto de ira la ORTE, “uno de los sitios sim- bélicos del poder”, segan Alain Geismar): tantos gestos procuraban un efecto de lenguaje. Eran subversivos porque eran escogidos, en la lengua nacional, para tomar en contrasentido los signos de su articula- cién: el lugar del conocimiento pasaba a las manos de sus “objetos”; una unién sagrada superaba el muro entre universitarios y trabajado- res; la “blasfemia” desacralizaba el patriotismo; un teatro (toda socie- dad lo es) transformaba a los espectadores en actores y el espectaculo en creacién colectiva; la fiesta del fuego (siempre asociada a la alegria de gastar sin medida) se celebraba alli mismo donde los calculos ha- bian medido los intercambios en su valor monetario; etcétera. Las manifestaciones crearon una red de simbolos al tomar los signos de una sociedad para trastocarles el sentido. Este esquema de un voca- bulario no efectuaba, sino que representaba un cambio “cualitativo”. reducido ntimero de muertos, més accidentales que resultado de violencias poli- ciacas 0 contrapoliciacas en provincia Gochaux, Lyon), en el curso del periods [L.G.]. * Office de radio diffusion-télévision frangaise (N. del T). ‘M4 / Michel de Certeau Signo mayor entre todos, las barricadas tampoco se aprecian por su eficacia militar. En verdad, tuvieron un papel politico en la medida en que pusieron al enorme aparato gubernamental en la peligrosa al- ternativa de capitular ante estas cortinas de piedra o de transformar a los “enfurecidos” en martires inocentes: dos maneras para perder pres- tigio. Sin embargo, en lo mds profundo, transformaban el miedo del gendarme en una accién colectiva; rompian el encanto de una autori- dad; de una atomizacién paralizante hicieron la festiva experiencia de una transgresién creadora de comunidades; despojaron del encanto a una organizacién social al descubrir una fragilidad alli donde supo- niamos que radicaba la fuerza, y al hacer posible un poder donde rei- naba el sentimiento de la impotencia. Sin duda, esta arma simbélica se halla en reciprocidad con un poder sélidamente ideolégico; lo amenaza porque vuelve increible la “mistica” que aquél se acredita. Esta arma funcionaria menos bien en una organizacién més pragmitica, del tipo estadounidense, por ejem- plo. Si el realismo no es menor en Paris o Moscti que en Nueva York, le resulta necesario sin embargo referir a posiciones doctrinales mono- liticas las opciones sucesivas, hasta contradictorias, impuestas por la politica. De ahi el impacto de los movimientos que alcanzaban al sis- tema en las nubes del cielo de donde pretende recibir un sentido de la historia. En cierto sentido, se trata de la revolucién del humor. La risa puede liquidar ei poder que juega a Jupiter y que no sabria tolerarlo, Esta arma la usaron con maestria los checos: los tanques mas pesados de Europa que se paseaban en Praga llevaban en la punta del hocico la hoja volante que los ridiculizaba.* En Francia, no hubo el mismo hu- mor, pues no habia ni la misma confianza ni la misma unanimidad. Mas que expresar aquello de lo que estaba seguro un pueblo entero, el simbolo buscaba hacer posibles perspectivas hasta entonces prohibi- das; era la salida del malestar hasta ese momento sin lenguaje y de una “voz reprimida”. El sitio central del simbolo en los acontecimientos no surge sola- mente del anélisis de lo que sucedié: se ha vuelto el objeto de una reflexién que tal vez sea, en el nivel de tactica, el aporte tedrico mas original de este periodo. En efecto, esta tactica se define en funcién de to que una sociedad no dice y de lo que admite tacitamente como impo- # Alusién a la resistencia a manos limpias, basada en ja libre discusién y el humor, que la poblacién de Checoslovaquia, al final de la “Primavera de Praga” en 1968, traté en vano de oponer a la invasion del ejército soviético, encargado de reestablecer el orden y la ortodoxia del bloque del Este (L.G.]. La toma de la palabra / 35 sible. Tiene, pues, un efecto de disuasién con relacién a un conjunto de posibilidades: la creacién de un lugar simbélico constituye también una accién. Que los estudiantes puedan ocupar los sillones de los profeso- res, que un lenguaje comin pueda superar la divisién entre trabajado- res intelectuales y manuales, o que una iniciativa colectiva pueda res- ponder a los representantes de un sistema omnipotente, esto modifica el cédigo, tacitamente “recibido”, que responde a lo posible y lo im- posible, lo permitido y lo prohibido. La accién ejemplar “abre una bre- cha” no a causa de su propia eficacia, sino porque desplaza una ley tanto mds poderosa que impensada; descubre lo que permanecia la- tente y lo hace impugnable. Es decisiva, contagiosa y peligrosa por- que toca esta zona oscura que tode sistema postula y que no sabria justificar. No le queda, sin embargo, como lo decfa el Movimiento del 22de marzo, “un lugar simbdlico”; no cambia nada; crea posibilidades relativas a imposibilidades admitidas hasta entonces y no dilucidadas. Veo un fendédmeno sociocultural nuevo e importante en este impacto de la expresién que manifiesta una desarticulacién entre lo dicho y lo no dicho; que sustrae a una practica social sus fundamentos tAcitos; que remite finalmente, creo, a un cambio de “valores” sobre los cuales una arquitectura de poderes y de intercambios se habia construido y en la que todavia crefa poder apoyarse. Bajo este aspecto, la accion sim- bélica abre también una brecha en nuestra concepcidn de la sociedad. Nos lleva a lo que puede ser el rasgo esencial y el mas enigmati- co de una “revolucién” caracterizada por la voluntad de articularse en “lugares de la palabra” que impugnan las aceptaciones silenciosas. Palabra y acci6n se identificaron en la repeticin de un mismo tipo de gesto: “Impugnacién-revolucién, declaraba el Movimiento del 22 de marzo, descubrimiento de lo insoportable, puesta en evidencia de los mecanismos de donde surge lo insoportable; creaci6n de un lugar donde una palabra que rechaza, que se rehtisa, es posible”. Una revolucién de la palabra Dos citas entre mil precisan la naturaleza de esta extrafia “revolucién”, ambas tomadas del importante expediente recogido por Philippe La- 5 Nombre dado a un niicleo activo de estudiantes de Nanterre, de donde surgié la primera huelga del afio escolar universitario (17-25 de noviembre de 1967) y cuya agitacién se extendié de enero a marzo de 1968. Ver al respecto A. Schnapp y P. ‘Vidal-Naquet, Journal de la Commune étudiante, op. cit., pp. 101 y ss., 415 y ss., que se refieren al Movimiento como un “antigrupiisculo”. Epistémon, Ces idées qui ont ébranilé la France, op. cit., da su relacién de los hechos y su andlisis de las maniobras del Movimiento [L.G.]. 36 / Michel de Certeau bro. Decfa una joven elevadorista de la Samaritana a la que entrevis- taba un periodista: “No sé qué decir, yo no tengo cultura”; y un cama- rada huelguista la interrumpié: “No digas eso. El conocimiento termi- n6, La cultura de hoy consiste en hablar”. Por su parte, Jacques Sauvageot declaraba: “Todo el mundo ha tenido ganas de expresarse, de tomar en sus manos los asuntos. Eso es el socialismo.” Acaso la palabra efectivamente ha redefinido la cultura? ;Hay equivalencia entre “tomar la palabra” y “tomar en sus manos los asun- tos”? Los hechos han probado que no, en junio dltimo. Pero el proble- ma es todavia més grave: la palabra que pide una mutacién de la cul- tura o del socialismo ha surgido del lado del no conocimiento 0 de quienes se ha tachado de irresponsables. Lo que no se decia mas en el texto se ha quedado al margen. La falta de participacién en los apara- tos que deberjan asegurar la comunicaci6n social ha tomado la forma de una exterioridad. Una pregunta contestataria, cuyo blanco es esta institucién ptiblica que es el lenguaje y al descubrir la fragilidad de sus fundamentos, no ha tenido otra salida sino como algo derivado del lenguaje. La palabra, convertida en “lugar simb6lico”, sefiala el espacio creado por la distancia que separa a los representados de sus repre- sentaciones, a los miembros de una sociedad y las modalidades de su asociaci6n. Es a la vez lo esencial y la nada, puesto que anuncia una dislocacién en la profundidad de los cambios y un vacio, un desacuer- do, ahi mismo donde los aparatos deberian articularse sobre lo que pretenden expresar. Se sale de las estructuras, pero para indicar lo que les falta, a saber la adhesion y la participacién de los sometidos. Asi como tampoco sucede al tomar conciencia, tomar la palabra no es una ocupacién efectiva ni la toma del poder. Al denunciar su falta, la palabra remite a un trabajo. Es, por excelencia, una accién simbdlica, reveladora de una labor que interesa hoy a la totalidad de nuestro sistema. Creerla eficaz por si misma seria tomarla por una cosa y, por una especie de magia, pretender encadenar las fuerzas con palabras, sustituir con palabreria el trabajo. Concluir de esto que es insignificante, seria perder el sentido, reemplazar por un mecanismo un sistema de relaciones y suponer finalmente que una sociedad pue- de funcionar sin el hombre. Las reflexiones siguientes nacieron de la conviccién de que la palabra “revolucionaria” de mayo ultimo, accién simbélica, abre un ® Philippe Labro, Ce n'est qu'un début, Paris, Ed. Premiéres, 1968 (L.G.}. La toma de la palabra / 37 proceso del lenguaje y exige una revisién global de nuestro sistema cultural. La interrogante que me planteaba una experiencia de histo- tiador, de viajero y de cristiano, la reconocia, asf la descubro también, en el movimiento que conmovié el fondo del pafs. Dilucidarla me re- sultaba una necesidad. Pero al principio no para otros. Mas bien por una necesidad de veracidad. Solidario con lo que significaba y lo que me ensefiaba una “palabra” tan fundamental, no podia pensar ni creer que pudiera haber estado exiliada en los bordes del pafs, prisionera de si misma al mismo tiempo que presa; su ausencia también conde- naria a muerte a la sociedad que la rechazaba. Un cisma entre la irre- ductibilidad de la conciencia y la objetividad de las instituciones so- ciales me parecia a la vez como el hecho denunciado y lo inaceptable, es decir, como el problema presente del pensamiento y dela accién. Al desaffo que, en mayo pasado, precis6 los datos de una situacién ilegi- tima, responde hoy una apuesta que se puede ganar. 2 Tomar la palabra Un acontecimiento: la toma de la palabra En mayo tiltimo, se tom6 la palabra como se tom6 la Bastilla en 1789. La plaza fuerte ocupada es un conocimiento conservado por los dispensadores de la cultura y destinado a mantener la integracién 0 el encierro de los trabajadores, estudiantes y obreros, en un sistema que les fija el funcionamiento. De la toma de la Bastilla a la toma de la Sorbona, entre estos dos simbolos, una diferencia esencial caracteriza el acontecimiento del 13 de mayo de 1968: hoy es la palabra prisionera la que se ha liberado. Asi se afirma, feroz, irreprimible, un nuevo derecho, que se ha vuelto idéntico al derecho de ser hombre, y ya no un cliente dedicado al consumo o un instrumento util a la organizacién anénima de una sociedad. Dominaba, por ejemplo, las reacciones de las asambleas siem- pre dispuestas a defenderlo desde que parecia amenazado en el curso del debate: “Aqui todo el mundo tiene derecho de hablar”. Pero este derecho se reconocia solamente a quien hablaba en su propio nombre, pues la asamblea se rehusaba a escuchar a quien se identificaba con una funcién o a quien intervenfa a nombre de un grupo escondido tras las palabras de uno de sus miembros: hablar no es ser el speaker de un grupo de presién, de una verdad “neutra” y objetiva, o de una conviccién recibida de otra parte. Una especie de fiesta (zcudl liberacién no es una fiesta?) trans- formé desde dentro estos dfas de crisis y de violencias: una fiesta en- lazada, pero no identificable, con los juegos peligrosos de las barrica- das 0 con el psicodrama de una catarsis colectiva. Algo nos sucedié. Algo se agité dentro de nosotros, Quién sabe de dénde salieron, pero 40 / Michel de Certeau de pronto colmaron las calles y las fabricas, circularon entre nosotros, se volvieron nuestras, pero dejando de ser el ruido ahogado de nues- tras soledades: esas voces jamds escuchadas nos transformaron. Al menos tenfamos ese sentimiento. Se produjo algo inaudito: nos pusi- mosa hablar. Parecia que se trataba de la primera vez. De todas partes brotaban tesoros, dormidos 0 tacitos, experiencias nunca dichas. Al mismo tiempo que los discursos resueltos callaban y que las “autori- dades” quedaban en silencio, las existencias congeladas se desperta- ban en una mafiana prolifica. Una vez abandonado el caparazén me- talico del auto y roto el encanto solitario de la televisién a domicilio, con la circulacién desquiciada, los medios de comunicacién de masas cortados, el consumo amenazado, en un Paris deshecho y reunido en sus calles, barbaro y estupefacto de descubrirse un rostro despojado de sus afeites, surgia una vida insospechada. Ciertamente, la toma de la palabra tiene la forma de un rechazo; es una protesta. Veremos su fragilidad de s6lo expresarse al impug- nar, de s6lo dar fe de lo negativo. Tal vez en eso radique su grandeza. Pero en realidad, consiste en decir: “No soy una cosa”. La violencia es el gesto de quien rechaza toda identificacién: “Existo”. Si entonces quien se pone a hablar niega las normas en nombre de las cuales se pretendiera censurarlo, o las instituciones que quisieran utilizar una fuerza aparentemente desligada de toda pertenencia, exigiria lanzar una afirmacién. Un acto de autonomia precede en mucho la inscrip- cién de la autonomfa en el programa de una reivindicacién universi- taria o sindicalista. De ah el escéndalo de ver sustituir esta exigencia por algunas medidas reformistas que son de otro orden. De ahf tam- bién el menosprecio por aquellos que no “hablan”, y que sélo expresan su miedo (bajo el énfasis de la conformidad o la promesa excesiva), sus objetivos politicos (bajo la retérica del “servicio” o del “realismo”) osu poder (que espera pacientemente su hora). Este nuevo derecho no se agrega a una lista ya de por sf muy larga. Es una opcién que funda y pone de manifiesto otras opciones, como una raz6n secreta que tomaria de revés o que orientaria a todas las razones. Y no viene ademas del resto. Decide el resto. Y aqui se ponen de manifiesto las primeras implicaciones de esta invencién ini- cial: la experiencia directa de la democracia, la permanencia de la im- pugnaci6n, la necesidad de un pensamiento critico, la legitimidad de una participacién creadora y responsable para todos, la reivindica- cién de la autonomia y la autogestién, y también la fiesta de la liber- tad: poder de la imaginaci6n y festividad poética... Igualmente puede La toma de la palabra / 41 precisarse esta regién por medio de lo que rechaza: un conocimiento “conservado”, cuyo aprendizaje harfa de sus adquirientes los instru- mentos de un sistema; instituciones que reclutan a cada uno de sus “empleados” para causas que no son las suyas; una autoridad preocu- pada por imponer su lenguaje y censurar al disconforme, etcétera. Pero, mas que a estas generalidades (indices de problemas des- de ahora abiertos), mds que a la evocacién de una revoluci6n cultural (que precisamente es problemética), es otra cosa ms simple y mas radical a la que debemos referirnos en primer lugar. Pese a que se ha localizado demasiado y a menudo mal percibido fuera de los lugares donde se producia, un hecho resulta mas importante que las reivindi- caciones o la impugnacién misma que lo expresan en términos ante- riores al acontecimiento: un hecho positivo, un estilo de la experiencia. Una experiencia creadora, es decir, poética. “El poeta arrancé la pala- bra”, anunciaba un cartel en la Sorbona. Es un hecho de) cual somos testigos por haberlo visto y haber participade en él: la multitud se volvié poética. Escondida tal vez hasta entonces (pero esto no quiere decir que no existiera), una palabra estallé en las relaciones que la permitieron o que se dio, con la alegrfa (0 gseriamente?) de las clasifi- caciones despedazadas y de camaraderias imprevisibles. Al fin nos pusimos a discutir de cuestiones esenciales, de la sociedad, de la feli- cidad, del conocimiento, del arte, de la politica. Una palabra perma- nente se extendia como el fuego, inmensa terapia alimentada de lo que liberaba, contagiosa a pesar de toda receta y todo diagnéstico; abria a cada uno estos debates que superaban a la vez la barrera de las especialidades y la de los medios sociales, y que transformaban a los espectadores en actores, el frente a frente en didlogo, la informacién o el aprendizaje de “conocimientos” en discusiones apasionadas sobre las opciones que comprometen la existencia. Esta fue la experiencia. No se puede cancelarla. Pero, ,qué dice para nosotros? Una opcién Asf se opera un cambio, no dirfa que en nuestra concepcién de la cul- tura, sino en la experiencia que tuvimos de él. Este hecho nos interro- ga. Puede olvidarse? Y si no, zen qué revisién, en qué conversacién estamos comprometidos? De todas maneras, resulta provocador y re- velador. Implica y exige una opcién. Aun si este momento no fue un momento de verdad, aun si se traté de dar rienda a sf mismo y la explosién de una larga frustraci6n, 42 / Michel de Certeau aun si es un tiempo de locura (pero la locura anuncia a veces nuevas razones), aun sia la ebriedad de la palabra siguen la resaca y los des- engafios del maiiana que comienza antier -todas las cosas felizmente discutibles-, una pregunta se nos ha formulado: no debe perderse. Se arriesga a perderse, sea que uno la ahogue, después de demasiados excesos o demasiados miedos, en el juego de fuerzas que ha moviliza- do y tensado su irrupcién, sea que las reformas de las que habra sido el origen la hagan olvidar y la traben en los objetivos mas “serios” de reajustes sindicales, universitarios 0 politicos. La ejecucién y el analisis de estas reformas, la historia de los movimientos que las permitieron u organizaron seran hechos en otra parte. Son necesarios. Pero la cuestién que fue la provocadora, bajo la forma de una impugnacién de la sociedad, no tenemos derecho de ponerla entre paréntesis, satisfechos del beneficio que habra obtenido de ella esta misma sociedad. No podemos admitir que se limite a cier- tas mejoras en las estructuras docentes o en los salarios de los trabaja- dores (resultados ciertamente apreciables), mientras que al sumergir- se de nuevo una experiencia mas fundamental s6lo dejaria el rastro de una inmensa decepcion. No, no podemos dejarnos distraer asi de lo esencial. Para nosotros, es una tarea reconocer su alcance verdadero, explicar su sentido, descubrir sus efectos practicos y tedricos. Esta labor resulta tanto mds imperativa pues se inscribe en el hecho mismo, en la medida en que ahi se revela una incapacidad para proporcionar una accién coherente con la experiencia llevada a cabo. Al menos es mi interpretacién. Lo que se vivi6 positivamente s6lo pudo enunciarse negativamente, La experiencia era la toma de la palabra. Lo que se dijo resultaba una impugnaci6n que, al repudiar el sistema en- tero, s6lo podia traicionarse por parte de toda organizacién existente, todo procedimiento politico o toda institucién renovada. Un movi- miento, masivo, nacido desde abajo, escapé a las estructuras y a los marcos preexistentes; pero por eso mismo le faltaba todo programa y todo lenguaje. Dentro de esta sociedad que denunciaba, sélo podia expresarse marginalmente, pese a que ya constituia una experiencia de sociedad, Su propio “rechazo” también traicionaba la realidad, pues- to que marcaba una frontera sin decir lo que era el territorio interior: esta experiencia misma. Por razones tacticas, la impugnacién disimu- laba también la disparidad de experiencias para reunirlas en la uni- dad de una misma contraofensiva. En realidad, la toma de la palabra, invencién comtin, no podia crear diferencias y habia que reconocer éstas para analizar la naturaleza de aquélla. La toma de la palabra / 43 Toda negacién se contenta, por lo demds, con invertir los térmi- nos de la afirmacién que contradice; es la victima, en el momento pre- ciso en que la denuncia como autoritaria. Entre muchos otros, este signo revela todavia una ensefianza y unas instituciones incapaces de Pproporcionar a otras generaciones los instrumentos que les permitan dar cuenta de otra experiencia que no sea lade sus “dirigentes” o lade sus maestros. En efecto, los enfrentamientos violentos con el poder aumentaron desmesuradamente esta mutua incapacidad; y desde en- tonces la colaboracién entre estudiantes y maestros o entre obreros y “responsables” tiende a superar esta alternativa entre la impugnacién 0 la defensa de los mismos términos. Pero el problema capital de hoy esta planteado por la disparidad entre una experiencia fundamental y el déficit de su lenguaje, entre la “positividad” de un hecho vivido y la “negatividad” de una expresién que, bajo la forma de un rechazo, parece el sintoma més que la elaboracién de la realidad que sefala. Este problema tiene inmediatamente una consecuencia politica. Un rechazo de la “sociedad de consumo” cuestiona el régimen politi- co que la sostiene o que podria modificar sus propésitos. Desde el primer momento, unos estudiantes lo vieron y lo dijeron. Pero enten- dieron que esta lucidez teérica dejaba intocada la cuestién de los me- dios de accién, y que no analizaba adecuadamente las fuerzas en jue- goy su disponibilidad con vistas a una modificacién de las estructuras, que el “poder estudiantil” (nocién, por lo demas, tardfa y surgida tras haberse manifestado el poder obrero) tomaba su eficacia de una opo- sicién latente en el poder, pero no conseguiria construir otro. Al recha- zar a los organismos que enmarcaban las fuerzas reales del pais, el “movimiento” sélo podia utilizarse y “recuperarse” por parte de cual- quiera de ellos. Un fracaso estaba inscrito por adelantado en la im- pugnacién global y permanente. A este fracaso se debe que, en una Pperspectiva politica, los estudiantes no tengan derecho a conceder, al menos en nombre de las nuevas relaciones todavia por instaurarse entre trabajadores obreros y trabajadores universitarios, o entre la so- ciedad y los docentes. A falta de lo cual, deberia optarse por una uto- pia evanescente o por un “realismo” conservador; el movimiento se romperfa en mi] pedazos para ser la ocasién de algunas reformas, el tema de una literatura, la fuente de un cinismo y, en los bordes del pats, este anarquismo de desperados’ del cual hace poco Victor Serge lacidamente describié el proceso de descomposicién.! Estos escapes a * Sic en el original (N. del E.) Victor Serge, Memoires d’un révolutionnaire, Paris, Ed. du Seuil, 1951, pp. 25-52. 44 / Michel de Certeau consecuencia de Ja incapacidad de dar su fuerza practica y tedrica en favor de una gran experiencia harfan creer que la protesta inicial ya era una coartada. Este terreno politico no es el mfo (sino como ciudadano). Deseo simplemente subrayar la gravedad de la cuestién y su urgencia. No basta tomar una posicién de un retiro que, bajo la forma de una ermita mental, seria ain una renundia. No es posible, sin arruinar eso mismo que se quiere defender, atenerse a esta seguridad del interior que hace decir, en nombre de una experiencia inconquistable: “El poder ya no puede entrar en nosotros. Ya no le tenemos respeto. Ya no damos pa- bulo a la autoridad”. Si no se organiza, si no se inscribe, al menos como si fuera una estrategia, en la red de las fuerzas nacionales para cambiar efectivamente un sistema, esta reivindicacién de la conciencia no ser ni reformista, ni revolucionaria, sino que se agotaré en salidas hacia el extranjero o en exilios interiores, al negar su demanda de una participacién para refugiarse en una emigracién vagabunda 0 en una resistencia ideolégica e impotente. La misma cuestién reapareceria en el terreno al cual directamente aspira el movimiento cuando reclamé una revoluci6n cultural. La toma de la palabra tiene primero su impacto alli donde se trata de cultura. Hay que analizarla alli también, pues cuestiona la posibilidad y las condiciones de una renovaci6n, al mismo tiempo que la relacién entre una experiencia decisiva y nuestras concepciones de la cultura. Teoria y novacion La accién contestataria choca de frente con la organizacién de la cul- tura. Pero gacaso las teorias que precedieron a los acontecimientos van a reabsorber su significacién al “explicarlos”? Alli donde se formula la conciencia que una sociedad tiene de si misma, ;tendré la experien- cia de ayer una consecuencia, ejercera una accién, desplazaré nuestro lenguaje corriente? O gse verd reducida por las ideas precedentes y recuperada por un pasado ya pensado, como un boquete en un siste- ma capaz de obliterarlo de inmediato 0 de cubrirlo con palabras del todo preparadas? ;Resultar4 “alienada” por las “ciencias humanas” lo bastante elaboradas como para integrar al disconforme en el con- forme, y bastante fuertes como para imponer a un “malestar” de la civilizacién la interpretacion que ha secretado esta misma civilizaci6n? En este nivel, que atafie a la relaci6n entre la cultura y una expe- riencia nueva, existe también una relacién de fuerzas. De manera ge- neral, bien podemos constatar el hecho cada vez que una innovacién La toma de la palabra / 45 busca darse en un sistema constituido. La actualidad, y.antes la histo- ria nos describen las vias indirectas por las cuales un cambio 0 una resistencia inédita se muestra y se oculta en el lenguaje corriente, cul- tural o cientifico, La novedad permanece opaca: “inaccesible” en ra- z6n de lo que representa en la conciencia, también es “indecible” (para retomar un término empleado en el pasado a propésito de una crisis andloga), pues tiene la forma de un derrumbe subterraneo o de una emergencia inesperada. Al ya no poder determinar una nueva menta- lidad, para expresarse s6lo dispone de una regresin a una situacién mis antigua que la protege del orden imperante, o de una marginali- zacién que arroja la accién contestataria a los margenes de la sociedad, bajo la forma de un espacio propio (lo “esencial” de la experiencia se convierte en el exterior de una cultura) y bajo el disfraz de ideas o nociones todavia tomadas del sistema impugnado. Innovar es, por principio, traicionarse. Asi lo vimos este pasado mes de mayo: por un lado, en las referencias pre o antitemocraticas en que se daba la impugnacién al volver a un pasado trotskista, fourierista, existencialista o “salvaje” (de esta manera parecia “retrégrada” con relaci6n al “progreso”); por otro, en el retroceso que, a pesar de si mis- ma, acarre6 la experiencia fundamental en un ghetto (la Sorbona, por ejemplo) donde se encerré y donde disponia, por decirlo asi, de nocio- nes arrancadas a la cultura 0 a las ciencias sociales que rechazaba (por esto parecia “marginal” con relacién a la opinién publica). Ya no es facil para el socidlogo o el psicélogo emplear ahora el conocido procedimiento del “Yo les habia dicho”, recuperar las “here- jfas” en el aparato de su técnica y explicar con su saber lo que, por poco tiempo, se le ha escapado. Se asiste, en efecto, a una vasta opera- cién para reintegrar lo “aberrante” (el acontecimiento) en sistemas previamente elaborados: la operacién se beneficia de la desventaja con la que sufren las consecuencias de las “impugnaciones” todavia des- provistas de herramientas intelectuales propias. El psic6logo, o el so- cidlogo, puede facilmente “comprender” lo que sucedié e interpretar- lo en su lenguaje, puesto que encuentra precisamente en sus oponentes los conceptos que él mismo puso en circulacién o las posiciones que piensa haber superado. La verdad es que los interesados son numero- sos y al no poder reconocerse en estas explicaciones, se rehtisan a ex- plicarse la manera como fueron explicados. Esta interpretacién “recuperadora” representa, desde un punto de vista cultural o cientifico, una reaccién andloga en la recuperacién efectuada por parte de los sindicatos o de los partidos politicos. ;C6mo 46 / Michel de Certeau podian pasar las cosas de otra forma? Sin embargo, en términos pare- cidos, se plantea el mismo problema, aqui y alla: zcdmo se va a manifes- tar, como puede reconocerse la novedad de una experiencia que es la opor- tunidad y tal vez el signo precursor —pero todavia no la realidad- de una revolucién cultural? Es probable que ahora estemos mejor arma- dos, intelectual (y socialmente), para pensar sistemas dentro de la racionalizacin propia de nuestro tipo de civilizacién que para anali- zar el proceso de mutaciones (quiero decir: las que no se inscriben en un “desarrollo” homogéneo). Es un sintoma —un sintoma alarmante- que requiere un diagnéstico. Pero, si nosotros la tomamos en serio, la actualidad nos obliga a revisar esta inclinacién por la tautologia y esta légica basada sobre el rechazo tacito de lo que no es lo Mismo. En la medida en que nos sorprendié, el acontecimiento debe en- sefiamos a desconfiar de habitos mentales o de reflejos sociales que nos Nevarian a despojarlo de todo sentido y a olvidarlo. Desde un punto de vista epistemoldgico, establece una nueva tarea para cada disciplina que se vuelve, por su causa, indisociable de una relacién pedagégica, es decir, de una relacién con el otro. Es el mismo problema que el de la reintroduccién de esta relacién en la ciencia o la del acontecimiento en una reflexion demasiado encerrada por el desarrollo de un sistema. En lo que respecta a esta cosa, o demasiado rigida o demasiado vaga que llamamos la “cultura”, la tarea puede considerarse a partir de dos datos actuales: por un lado, el carécter de las manifestaciones que ya se produjeron; por otro, los instrumentos conceptuales provistos por las obras recientes. Esta doble referencia nos debe permitir un and- lisis que sea el ejercicio 0, si se prefiere, la experimentacién del proble- ma mismo que va a considerar: nuestra accién le ser4 proporcionada si incluye, a la vez, revisar interpretaciones en funcién del aconteci- miento e inscribir el acontecimiento en nuestras herramientas teéri- cas. Sin esta confrontacién, el pensamiento (cientifico, pero también cotidiano) solamente se desplegaria segiin sus postulados 0 sus “evi- dencias”, ocupado en justificar y en multiplicar su propio condiciona- miento, y en eliminar toda impugnacién integrandola; inversamente, la originalidad seria desterrada hacia Ja aberracién para reducirse a no ser mds que un grito, una resistencia desprovista de vocabulario, un silencio irreductible. Mas atin, no podemos consentirlo sin bajeza mental, pero también, creo, sin renunciar a eso que la fe tiene de mas fundamental, a su reto mas esencial que apuesta por una verdad per- sonal descubierta en la comunicacién y que articula la experiencia mas absoluta sobre el lenguaje de una sociedad. La toma de la palabra / 47 2” Accidente” o principio? No podemos contentarnos con esta primera forma que asume la ac- cién contestataria cuando se relata por primera vez. Como el aconteci- miento, comienza por ser una narracién, y a menudo autobiografica: la del testigo. Pero semejante introduccién en el lenguaje permanece en una condicién subrepticia. Se coloca bajo la categoria del también: quien toma la palabra también es aceptado, sin duda a causa de su modestia misma, y porque a titulo individual puede ser tolerado sin inconveniente alguno por parte de una sociedad lo bastante fuerte como para absorber un elemento heterogéneo y usarlo. La riqueza va siempre para los ricos: una sociedad bien estructurada se beneficia de una oposicién minoritaria. Sin embargo, la situacién cambia cuando, al superar el hecho de que tal o cual toma la palabra en una estructura acostumbrada a este tipo de veneno, uno se pregunta si el acto de tomar la palabra no es 0 no debe volverse el principio constitutive de una sociedad: en suma, cuando la excepcién asume el peso de una regla; cuando accidente sig- nifica lo universal. Se trata entonces de una cuestién subversiva: se cuestiona el sistema. Desde el punto de vista de una teoria cientifica de la cultura, es pues capital saber si el hecho comprobado resulta “explicable” o revolucionario, si pide un desarrollo de la teoria o sila revierte. Ciertamente, la alternativa, como en economia o en politica, ja- mas se presenta en términos tan simples; y no es por eso menos real. Ante esta opcién, el pensamiento conformista reacciona con el reflejo de la primera hipétesis y aguarda, con la ceguera de su duplicidad 0 de su ingenuidad, que el problema se resuelva cuantitativamente, para pasar, llegado el caso, a otro conformismo, el de una nueva mayorfa. Este privilegio dado a la cantidad consiste en atenerse a la “opinién’”. Esta jamés ha estado casada, que yo sepa, con la exigencia de la ver- dad. Un divorcio incesante las separa mas bien (aun si cada uno de nosotros se inclina a creer que piensa bien cuando es conformista). Otra preocupacién nos puede volver solidarios con el aconteci- miento en la medida en que tiene una significacin propia, en la medi- da en que comienza algo y que una accién, al ponerse de manifiesto, implica y requiere una revolucién teérica. El investigador tiene como papel revelar y elaborar esta implicacién con una tarea que tiende menos a “hacer” la revolucién que a exhumarla donde ésta se inaugu- ra, pero sin ser todavia cuantitativamente impuesta y por eso sin ser mas que una nueva posibilidad. Alli opera, en el campo de la reflexién, 48 / Michel de Certeau una obra necesariamente coordinada {y relativa) a la accién que cues- tiona los aparatos politicos o los sistemas econémicos. La ley de su pensamiento ya no tiene como funcién proteger las leyes de una so- ciedad. No obstante, el problema es saber si tal acontecimiento tiene valor de “principio”; en otros términos, hay que analizar cémo se manifies- ta ya un cambio cualitativo, es decir, revolucionario aunque todavia minoritario. Manifestaciones “simbélicas” A este respecto, el criterio final es la experiencia cuando ésta se hace a la vez lo irreductible de la existencia y su apuesta. Un acontecimiento no es lo que uno puede ver o saber sobre él, sino lo que se vuelve (y para nosotros en primer lugar). Esta opcién sélo se entiende en el ries- go, y no mediante la observacién. Ahora bien, es seguro que lo sucedi- do en mayo ultimo se volvié para muchos un acontecimiento inaugu- ral o revelador. Sin embargo, esta afirmacién dice poco. No va mds alla de la crénica o de la biografia: “All{ estaba yo. Esto es lo que fue para mi”. Hecho irrefutable, pero particular. Aprendimos mas que eso y alguna otra cosa, lo que ataiie directamente a la teorfa: en un sistema social, una relaci6n de fuerzas ya puede sefialar la via de su mutacién. Paradéjicamente, esta leccién estaba inscrita en el aspecto més equi- voco (y también el mas facil de “explicar”) de la actualidad; su cardc- ter simbdlico, es decir, eso mismo que hoy hace hablar, con toda ra- z6n, de una revolucién fracasada. Revolucién simbélica, mas bien, como para empezar lo prueba la naturaleza de los gestos mediante los cuales se expresa. Pero para comprender este simbolismo, hace falta, creo, ir mas alla de una descripcién de los lugares donde se asenté, mis alld de un anilisis de las “acciones ejemplares”.? Unos movimientos s6lo pueden disponer de términos propios de un orden establecido, y manifestar no obstante su agitacién. Se efec- tda un cambio, pero no es legible como tal en sus expresiones puesto que emplea el vocabulario y hasta la sintaxis de un lenguaje conocido; pero lo “transpone” en el sentido en que el organista cambia la parti- tura que se le dio cuando le asigna una tonalidad diferente; nada lo delata en su juego, fiel a las notas escritas, a no ser por el registro que ha marcado, tinica indicacién visible de la transposicién que opera. La comparacién se queda corta, pero indica al menos un fenémeno de 2 Sobre el caracter “simbélico” de lugares y acciones, ver el cap. 1, pp. 32-5: La toma de la palabra / 49 una importancia muy distinta: una cultura puede vivirse de una ma- nera diferente a consecuencia de un deslizamiento cuyo conjunto de palabras y de gestos todavia no es el signo, pero cuya sefial es el coefi- ciente que a todos afecta. Este coeficiente separa a todos los gestos de su uso normal; les da un nuevo estatuto, simbologia de una experien- cia diferente a la que organizan. Este coeficiente es ahora la toma de la palabra. Semejante transposicién resulta temible porque es engaiiosa. Atrae y propone justificar las interpretaciones reduccionistas. La no- vedad se insintia en un lenguaje antiguo que permite no verla. Enga- fia porque hace posible la ceguera. Se presenta como lo conocido. Por eso las explicaciones no estan equivocadas al sefialar el aspecto de “repeticién” de la crisis o de “escenificacién”; pero, en mi opinién, resultarfa equivocado definir el simbolismo como una reedicién, sus- tituto imaginario de la accién. Seguramente, el historiador puede encontrar aqui Petrogrado, los soviets, la Comuna de 1848, la ideologia obrerista, la utopfa fou- rierista © el trotskismo de antafio; reconocer cudnto imita el nuevo hecho unos acontecimientos pasados y tiende a reproducirse (asi, to- madas de revoluciones que se volvieron legendarias, las barricadas recomenzaron un gesto que ya no pudo ser espontaneo y que se va a repetir, pues una universidad se deshonraré si no tiene también las suyas). Con toda raz6n, puede revelar, en lo que se hace, lo que ya se ha hecho. Eso es verdad. Pero no es verdad que la novedad sea explicable mediante elementos ya descubiertos pero combinados de otro modo (“Profesores, ustedes nos hacen envejecer”, decfa un car- tel). Esta posicién seria por lo demas extrana para el historiador socié- logo: al creer que puede considerar el presente como la nueva puesta en escena de episodios antiguos, se contradiria doblemente. Por un lado, reconocerfa que a la inversa de lo que él pretende ensefiar, nunca ha pasado nada, puesto que en principio la historia entera podria ex- plicarse de la misma manera que la actualidad: su comprensién del presente evaluaria la del pasado. Por otro, al identificar las piezas his- téricas gracias a las cuales querria reconstituir el rompecabezas del presente, no comprenderia que la “puesta en escena” es el aconteci- miento mismo, y que el nuevo estatuto dado a las “figuras” antiguas hace entrar al lenguaje lo que no les convenfa, en suma, lo que no decfan. Al psicélogo también se le escaparian los acontecimientos si sélo viera allf (lo que, por lo demés, es evidente) el teatro de una frustra- 50 / Michel de Certeau cién, una palabra propia de Carl Rogers, un psicoandlisis colectivo, por ultimo la “aplicacién” a gran escala de fenémenos desde hace mucho tiempo analizados, llevados al grado de la explotacién cientifi- ca y terapéutica, y muy conocidos por los estudiantes: en suma, el ejemplo monumental de la “doctrina expuesta mds adelante”. Una teorfa que tiene como tema, y a menudo por tabi, “lo que sucede”, seria precisamente el medio de eliminar lo que sucede hoy en dia. Dis- creta, pero seguramente y, una vez mas, con todas las apariencias de una justificacién dado que lo heterogéneo fue eliminado a priori. Escogemos pues un tipo de cultura, de verdad y, simplemente, de profesién, realizamos una eleccién global y reveladora de nuestras opciones personales, de ah{ que seamos Ilevados por el acontecimien- to a sostener, bajo formas mas 0 menos sutiles y ocultas, esta proposi- cién en mi opinién contradictoria: “Sabemos lo que sucede”. Este co- nocimiento niega por adelantado la posibilidad del objeto que pretede conocer; postula que unica y exclusivamente puede acontecer lo que ya pensamos. Ahora bien, esto que transforma el acontecimiento cambia nues- tros conocimientos, que se han vuelto simbdlicos. Atafie a nuestras concepciones de la sociedad, pero bajo todas sus formas. Fundamen- talmente, ataiie a la relacién pedagégica en tanto tiene importancia para las instituciones escolares, familiares también y, en mayor medi- da, para las relaciones entre dirigentes y afiliados, consejos directivos y empleados, gobernantes y gobernados, es decir, toda situacién don- de la relacién con otros (estudiantes, nifios, etcétera) se efectua en el campo de un lenguaje comin, aunque afectado de un sentido particu- lar por los interlocutores que estan en una posicién de fuerza. No sélo nos hace falta constatar sino admitir que nuestros gestos y nuestra historia pueden ser devueltos a nosotros con un sentido que nos parece sorprendente; que nuestras propias palabras pueden expresar una ex- periencia no contraria (pues esto serfa una forma del Mismo), sino diferente de la nuestra; que se vuelven el instrumento de una accién contestataria, un vocabulario ajeno. Por lo menos, es posible que unos estudiantes, al imitar la Comu- na o la dindmica de grupos, y que unos obreros, al repetir 1936 como sus dirigentes sindicales y al reivindicar un aumento de salarios, to- men en realidad este lenguaje de manera distinta a como hasta enton- 3 Repetidas veces se han interpretado los acontecimientos de mayo con referencia a concepciones del psicslogo estadounidense Carl Rogers sobre la expresién, liberadora de tendencias profundas. La toma de la palabra / 51 ces se habia hecho, y que introduzcan una exigencia nueva en sus ac- ciones 0 en sus reclamos tradicionales. Creo que ahora se trata de eso. Esta interpretaci6n s6lo es personal, y gquién no dudaria ante la com- plejidad de los hechos? Pero habria una ceguera al no interrogarse sobre esta posibilidad y climinar la hipétesis de que tal sea el caso. Mientras mds coherente es una sociedad, menos maleable a las modificaciones. Ayer, éstas producian movimientos fragmentarios que se traducian en un tejido social mas laxo, en equilibrios nuevos. Ya no puede suceder lo mismo en el inmenso sistema actual, del cual tantos estructuralismos, teorias econémicas 0 andlisis politicos precisaron las sintaxis, las leyes y las combinatorias. Sin embargo, el cambio no se elimin6. Pero, retrasado mucho tiempo por censuras ¢ integraciones mas poderosas, terminé por desplazar el bloque entero. El sistema, al amplificarse, s6lo permite impugnaciones globales puesto que repri- me las mutaciones parciales. El tiempo de los sistemas sociales totali- tarios es el de las revoluciones. Esto sucede primero bajo la forma de un deslizamiento de todo el sistema, y la diferencia se expresa mediante el nuevo coeficiente que afecta su totalidad. Un lenguaje social se vuelve, pues, “simbéli- co” allf donde recibe un nuevo estatuto. Significa un cambio cualitati- vo que todavia no es cuantitativo. En este caso el simbolo no remite a lo que ya sabemos 0 a lo que hemos definido, sino, por lo que sabe- mos, a lo que ignoramos: un advenimiento que alcanza el todo. Quie- re decir que nuestros propios conocimientos se vuelven el lenguaje de los otros y de una experiencia diferente. Esto es exactamente lo que se produjo para las “ciencias humanas”, lugar originario de la crisis: un saber que organizaba relaciones segiin el modelo y para el servicio de una sociedad de consumo se encontré “retomado” en una calidad dife- rente, “ocupado” por quienes declaran hoy querer hablarle por cuenta propia, menos estropeado por éstos que “liberado”, por su uso, del sen- tido que le dabamos. El sistema mismo se volvié simbélico. Expresa en términos ya conocidos una novedad que le resultaba desconocida. Esta revolucién toma al revés nuestro saber. Posee lo necesario para que nos equivoquemos. Porque subsiste, aunque transpuesto, un lenguaje cientifico, histérico o cultural ofrece por adelantado todos los medios de una recuperaci6n que sera un sefiuelo. Y, lo que es mas grave, este lenguaje amenaza con ser engafiador también para quienes le hablan de una manera diferente. ¢Cudl indi- caci6n y, si me atrevo a decir, cual prueba tienen de ser diferentes (puesto que finalmente su lenguaje es el mismo, y que no cualquier profesor o

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