You are on page 1of 22

La historia de Ernani  

Cierta vez, trabajé en una pequeña empresa


de ingeniería.
Y allí conocí a un joven llamado Mauro.
Él era un grandulón al que le gustaba hacer
bromas a los demás, siempre con escenas.
Y estaba también Ernani, que era un poco mayor
que el resto del grupo. Siempre quieto, inofensivo
y apartado, Ernani acostumbraba almorzar solo,
en un rincón de la sala.
Él no participaba de las bromas que hacíamos
después del almuerzo, siendo que, al terminar la
comida, siempre se sentaba solo debajo de un
árbol lejano.
Debido a ese comportamiento, Ernani era el
blanco natural de las bromas gastadas por el
grupo. A veces encontraba un sapo en su olla, o
un ratón muerto en su sombrero. Y lo que
encontrábamos más increíble es que siempre lo
aceptaba sin enojarse.
En un feriado prolongado, Mauro decidió ir a pescar
a un pantano. Antes, nos prometió que, si le iba
bien, nos daría un poco del resultado de la pesca a
cada uno de nosotros.
En su regreso, nos pusimos contentos
cuando vimos que había pescado unos
dorados enormes.
Mauro, mientras tanto, nos llevó a un rincón y nos
dijo que tenía preparada una buena broma
para Ernani.
Mauro dividiría los dorados, armando paquetes con
una buena porción para cada uno de nosotros.
Pero, la “mejor pieza” era la que él había preparado
con los restos de los peces en un paquete mayor,
aparte.
“¡Va a ser muy gracioso cuando Ernani abra el
“regalo” y se encuentre con
espinas, pieles y vísceras!”,
nos dijo Mauro, que ya se estaba
divirtiendo con la idea.
Mauro entonces distribuyó los paquetes en el
horario del almuerzo.
Cada uno de nosotros, cuando iba abriendo su
paquete y encontraba una bella porción de
pescado decía:
“¡gracias!
Pero dejó para el final el mayor paquete de
todos. Era para Ernani.
Todos nosotros ya estábamos casi reventando de ganas de reir,
mientras que Mauro mostraba un aire especial, de gran satisfacción.
Como siempre, Ernani estaba sentado solo, en el lugar más alejado
de la mesa.
Mauro entonces llevó el paquete cerca de él, y todos quedamos a la
expectativa de lo que iba a suceder.
Ernani no era una persona de muchas palabras. Él hablaba tan poco
que, muchas veces, ni se sentía que estaba cerca. En tres años, él
probablemente no había dicho ni cien palabras.
Por eso, lo que sucedió nos tomó por sorpresa.
Él tomó el paquete con firmeza y lo
levantó despacio, con una gran sonrisa en el
rostro. Entonces, notamos que sus ojos
estaban brillando.
Por algunos momentos, su nuez de Adán se movió
para arriba y para abajo, hasta que él pudo
controlar su emoción.
“Yo sabía que usted nunca se iba a olvidar
de mí”, dijo con su voz quebrada. “Yo
sabía, usted es un grandulón al que le
gusta hacer bromas, pero siempre supe
que tenías un gran corazón”.
Él tragó en seco nuevamente,
y continuó hablando, esta vez,
hacia todos nosotros.
“Yo sé que no he sido muy participativo
con ustedes, pero nunca fue por mala intención.
Saben… tengo cinco hijos en casa, y
una esposa inválida, que hace cuatro años
que está en cama. Y estoy conciente de
que ella nunca más va a mejorar.
A veces, cuando ella se siente mal, tengo que
pasar la noche despierto, cuidándola.
Y la mayor parte de mi salario ha sido
para sus médicos y remedios.
Los chicos hacen lo que pueden para ayudar,
pero ha sido difícil poner comida
para todos en la mesa.
Ustedes tal vez encuentren raro
que yo vaya a comer mi almuerzo solo, en un rincón…
Es que me avergüenzo,
porque la mayoría de las veces no tengo
nada para poner en mi sandwich. O, como hoy, tenía
solamente una papa en mi cacerola.
Pero quiero que sepan que esa porción de
pescado representa, realmente, mucho para mí.
Probablemente mucho más que para
cualquiera de ustedes, porque hoy
a la noche, mis hijos…”

…Se secó sus lágrimas con las manos,


 “Hoy a la noche mis hijos van a tener,
realmente, después de algunos años…”
y él comenzó a abrir el paquete…
Habíamos prestado tanta atención a
Ernani, mientras que hablaba, que ni habíamos
notado la reacción de Mauro.
Pero ahora, todos percibimos su aflicción cuando
saltó e intentó sacar el paquete de las manos a
Ernani. Pero era demasiado tarde.

Ernani ya había abierto el paquete y estaba, ahora,


examinando cada pedazo de espinas, cada porción de
piel y vísceras, levantando cada cola de pescado.
Tendría que haber sido muy gracioso, pero nadie rió.
Todos nosotros quedamos cabizbajos. Y la peor parte
fue cuando Ernani, intentando sonreir, dijo lo mismo
que todos nosotros habíamos dicho anteriormente:
“¡Gracias!”.

En silencio, uno a uno, cada uno de los compañeros


tomó su paquete y lo puso delante de Ernani, porque
después de muchos años, nosotros habíamos, de
repente, entendido quién era Él realmente.
Una semana después, la esposa de Ernani
falleció.
Cada uno de nosotros, de aquel grupo, pasó
entonces a ayudar a las cinco criaturas.
Gracias al gran espíritu de lucha que ellas
tenían, todas progresaron mucho:
Carlitos, el más joven, se convirtió en un
importante médico.
Fernanda, Paula y Luisa pusieron su propio y
exitoso negocio: ellas producen y venden dulces
y salados para panaderías y supermercados.
El mayor, Ernani Junior, estudió ingeniería;
y hoy es Director General de la misma empresa en
la que Ernani, mis compañeros y yo trabajábamos.
Mauro, hoy jubilado, sigue
haciendo bromas;
pero son de un tipo muy diferente:
él organizó nueve grupos de voluntarios que
distribuyen juguetes para chicos hospitalizados y
los entretienen con juegos, historias y otras
actividades.
A veces, convivimos por muchos años con una
persona, para, de pronto, descubrir lo mal que la
conocemos.
Nunca le prestamos la debida atención; no
demostramos ningún interés por sus cosas;
ignoramos sus ansiedades o sus
problemas.
Revisemos la historia de Ernani, para que
verifiquemos si no somos un poco como Mauro y
sus compañeros.
Si lo fuéramos… por favor, hay tiempo
de cambiar, antes de hacer daño.
Ojalá pudiéramos mantener siempre viva,
en nuestras mentes, la enseñanza básica de

Jesucristo:
“Como Yo os he amado, que también
os améis unos a otros”
Juan 13:34

You might also like