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Al cumplir ochenta, de Henry Miller


A los cuarenta Henry Miller deja trabajo estable y familia en Estados Unidos y se va a
París a escribir. Cuentan que cuando tenía hambre salía a la calle y buscaba familias o
parejas de edad avanzada, y sin más les pedía una comida, un almuerzo. Luego seguía
en su cuarto afinando su grito por la libertad. Ningún libro suyo fue publicado en su
país en esos años, se les consideraba obscenos.
Regresó a Estados Unidos en 1940, en el 58 fue nombrado miembro de la Academia
Americana de las Letras y las Artes, pero sus libros siguieron proscritos allí. Trópico
de Cáncer es de 1934 y apenas se publicó en Estados Unidos en la década del sesenta.
A los ochenta Miller seguía siendo más joven que muchos escritores jóvenes
americanos. Aquí está el manifiesto que compuso a esa edad, cuando la mayoría de la
gente está esperando morirse. Él estaría otros nueve años dando guerra.




Henry Miller

Si a los ochenta años no estás ni tullido ni inválido y gozas de buena salud, si todavía
disfrutas una buena caminata y una comida sabrosa (con todo y acompañamientos), si
duermes sin pastillas, si las aves y las flores, las montañas y el mar te siguen inspirando
eres de lo más afortunado y deberías arrodillarte en la mañana y en la noche para darle
gracias al Señor por mantenerte en forma. En cambio si eres joven pero ya tienes
cansado el espíritu y estás a punto de convertirte en autómata, sería bueno que te atrevas
a decir de tu jefe ²en silencio, claro² ³¡Al carajo con ese fulano, no es mi dueño!´. Si
no te has quedado culiatornillado y si te sigue emocionando un buen trasero o un
magnífico par de tetas, si todavía puedes enamorarte las veces que sea y si perdonas a
tus padres por el delito de haberte traído al mundo, si te hace feliz no llegar a ningún
lado y vivir al día, si puedes olvidar y perdonar y evitar volverte amargado,
cascarrabias, resentido y cínico, hombre, ya vas ganando.
Lo que importa son las cosas pequeñas, no la fama ni el éxito o el dinero. La cima es
muy estrecha, pero abajo hay muchos como tú que no se estorban ni se molestan. Ni por
un instante se te ocurra que los genios viven felices; todo lo contrario, dan gracias por
ser del montón.
Si tuviste una buena trayectoria, como es de suponer que yo la tuve, los últimos años
podrían ser los más infelices de tu vida (salvo que hayas aprendido a tragarte tus
mentiras). El éxito, desde el punto de vista mundano, es la plaga del escritor que aún
tiene algo que decir, pues cuando llega la época en que podría disfrutar un poquito del
ocio, resulta que está más ocupado que nunca porque se ha vuelto víctima de
admiradores y adeptos y de todos los que desean explotar su nombre. Aquí se enfrenta
otro tipo de lucha: el problema consiste en mantenerse libre y hacer sólo lo que uno
quiere.
Con todo y una visión del mundo que es producto de una gran experiencia, con todo y
una filosofía elaborada para la vida diaria, uno cae en la cuenta de que los tontos se
vuelven más tontos y los pelmazos más pelmazos. De uno en uno la muerte se lleva a
tus amigos o a los grandes hombres que reverenciabas; mientras más viejo, más pronto
se te mueren. Al final te quedas solo y ves a tus hijos o a los hijos de tus hijos cometer
los mismos errores absurdos, esos errores casi siempre lamentables que cometiste tú a
su edad, y ni lo que digas ni nada de lo que hagas podrá evitarlo. Sin duda al observar a
los jóvenes se termina por comprender lo idiota que uno mismo fue en su momento (y
tal vez lo siga siendo).
Hay algo que para mí se vuelve cada vez más claro: en lo fundamental la gente no
cambia con los años. Salvo raras excepciones la gente no evoluciona ni se transforma:
un roble sigue siendo un roble, un cerdo cerdo y un zopenco zopenco. Lejos de mejorar,
el éxito por lo general acentúa las faltas o fracasos. No es raro que los tipos brillantes de
la escuela en cierta medida dejen de serlo una vez que salen al mundo. Si en tu grupo te
disgustaban ciertos chicos o si los despreciabas, después te parecerán peores
convertidos en hombres de negocios, estadistas o generales de cinco estrellas. La vida
nos obliga a aprender ciertas lecciones pero no necesariamente a crecer. Aquí entre nos,
con dificultad cuento a una docena de individuos que logro aprender las lecciones de la
vida; la gran mayoría no sabría ni su nombre si yo lo pronunciara.
En cuanto al mundo en general, no sólo no lo veo mejor que cuando era yo un niño de
ocho años sino mil veces peor. Un escritor famoso alguna vez lo resumió de este modo:
³el pasado me parece horrible, el presente gris y desolado y el futuro totalmente
espeluznante´. Por fortuna, no comparto este sombrío punto de vista. En primer lugar,
no me interesa el futuro; en cuanto al pasado, bueno o malo, le he sacado el mayor
partido; lo que me quede de futuro es producto de mi pasado. El futuro delmundo se lo
dejo a los filósofos y visionarios. Lo único que tenemos todos es el presente, pero muy
pocos lo vivimos alguna vez a plenitud. No soy pesimista ni optimista; para mí el
mundo no es esto ni aquello sino todo al mismo tiempo y así será para cada quien en su
propia medida.
A los ochenta creo que soy una persona mucho más alegre que cuando tenía veinte o
treinta años. Para nada querría ser adolescente otra vez: la juventud puede parecer
gloriosa pero también duele sobrellevarla. Es más, lo que llamamos juventud no es tal,
en mi opinión se trata más bien de algo así como una vejez prematura.
Con la maldición o la bendición de haber vivido una adolescencia eterna, alcancé cierta
madurez pasados los treinta años, No fue sino hasta los cuarenta que comencé a
sentirme joven en serio; para entonces ya estaba listo (Picasso dijo alguna vez: ³uno
comienza a volverse joven a los sesenta pero para entonces ya resulta demasiado
tarde´). En esa época había perdido muchas ilusiones, pero por suerte mantenía el
entusiasmo, la dicha de vivir y una curiosidad inagotable. Tal vez fue esa curiosidad ²
por todo y por cualquier cosa² lo que me convirtió en el escritor que soy. La
curiosidad nunca me ha faltado y hasta el peor pelmazo me puede provocar interés (si
aún tengo el ánimo de escuchar).
Con este atributo viene otro que valoro sobre todos los demás: el sentido del asombro.
Sin importar qué tan limitado pueda volverse mi mundo, no me lo imagino sin mi
capacidad de asombro; en cierto sentido creo que puedo definir esta capacidad como mi
religión. No me pregunto de qué manera surgió la creación en que nos hallamos
sumergidos, sólo la disfruto y la valoro. Rabiando por la condición de la vida y la forma
en que la vivimos, ya dejé de creer que yo tengo el remedio. Quizá pueda modificar
hasta cierto punto mi propia situación pero nunca la de los demás. Ni veo que nadie, en
el pasado o el presente, por grande que fuera, haya podido realmente alterar la condition
humaine.
El mayor temor de la gente al pensar en la vejez es que será incapaz de hacer nuevos
amigos, mas quien tuvo alguna vez la facultad de cultivar nuevas amistades, no la
perderá por viejo que sea. En mi opinión, después del amor, la amistad es lo más valioso
que nos ofrece la vida, Nunca he tenido problemas para hacer amigos; de hecho, a veces
esa facilidad se ha convertido en un obstáculo. Dice el dicho: ³dime con quién andas y
te diré quién eres´, pero mucho he reflexionado yo qué tan cierto es esto. Toda la vida
tuve amigos provenientes de mundos totalmente disímiles, tuve y sigo teniendo amistad
con personas que no son nadie y debo confesar que se cuentan entre mis mejores
amigos. He sido amigo de criminales y de ricos despreciables. Mis amigos me
mantienen vivo, me han dado ánimo para proseguir y también, muchas veces, me han
aburrido hasta las lágrimas. En lo único que insisto con todos mis amigos, sin importar
su clase social o su condición, es que hablen con la verdad; si no puedo ser abierto y
franco con un migo, o él conmigo, no me interesa.
La capacidad de ser amigo de una mujer, en particular de la mujer a la que amas es, para
mí, la mayor de las proezas. El amor y la amistad rara vez van de la mano. Es más fácil
ser amigo de un hombre que de una mujer, sobre todo si es atractiva. En toda mi vida he
conocido apenas unas cuantas parejas que son amigos además de amantes.
Tal vez lo más alentador de envejecer con gracia sea la capacidad cada día mayor de no
tomar las cosas demasiado en serio. Una de las grandes diferencias entre un sabio
genuino y un predicador radica en la jovialidad: cuando el sabio ríe la risa sale de la
panza; cuando se ríe el predicador (raras veces) le sale de la mejilla equivocada. Al
hombre sabio de verdad ²¡incluso al santo!² no le interesa la moral; está por encima y
más allá de tales consideraciones, tiene un espíritu libre.
Con la edad mis ideales, que por lo general niego tener, se alteran en forma definitiva.
La idea es vivir sin ideales, sin principios, sinismos ni ideologías. Quiero sumergirme en
el océano de la vida como un pez en el mar. De joven me interesaba enormemente el
estado del mundo; hoy, aunque todavía pataleo y me enfurezco, me contento con sólo
deplorar el estado de las cosas,. Puede sonar petulante hablar así pero en realidad
significa que me he vuelto más humilde, más consciente de mis limitaciones y de las de
mis semejantes. Ya no intento convertir a la gente a mi propia visión, ni sanarla, ni me
siento superior porque no muestra gran inteligencia. Uno puede combatir el mal, pero
contra la estupidez no existe arma posible. Creo que la condición ideal de la humanidad
sería vivir en un estado de paz en el amor fraterno, pero debo confesar que no conozco
forma alguna de producir tal condición. He aceptado el hecho, sumamente difícil, de
que los seres humanos se inclinan a portarse de una forma que ruborizaría a los propios
animales. Lo irónico, lo trágico, es que muchas veces nos comportamos de manera
innoble en nombre de los que consideramos motivos sublimes. La bestia no se disculpa
por matar a su presa; la bestia humana, en cambio, llega a invocar la bendición de Dios
cuando masacra a su prójimo, olvida que Dios no está de su lado sino a su lado.
Aunque sigo siento lector, cada día me abstengo de más libros, Mientras que en los años
mozos buscaba en ellos instrucción y orientación, hoy leo sobre todo por placer. Ya no
me tomo tan en serio ni los libros ni a los autores, en especial los libros de
³Pensadores´. Hoy su lectura me parece letal y cuando en realidad emprendo la lectura
de lo que se podría llamar u libro serio, busco más corroboración que ilustración. El arte
puede ser terapéutico, como dijo Nietzsche, pero sólo de modo indirecto. Todos
necesitamos estímulo e inspiración, pero éstos nos llegan por distintos caminos y casi
siempre en una forma que escandalizaría a los moralistas. Cualquier camino que uno
elija será como caminar en la cuerda floja.
Tengo muy pocos amigos o conocidos de mi edad o de edad cercana. Aunque suelo
sentirme incómodo en compañía de ancianos, me despiertan gran respeto y admiración
dos hombres muy viejos que parecen eternamente jóvenes y creativos. Me refiero a
Pablo Cassals y a Pablo Picasso, ambos hoy de más de noventa años. Esos nonagenarios
juveniles ponen en vergüenza a los jóvenes, a hombres y mujeres de mediana edad y
clase media, decrépitos en verdad, cadáveres vivientes, por así decirlo, esclavos de sus
cómodas rutinas que imaginan que el status quo ha de durar siempre, o que tienen tanto
miedo de que sea otro el desenlace que se retiran a sus refugios mentales para esperar el
fin.
Jamás he sido parte de ninguna organización religiosa, política ni de ninguna otra
índole. Nunca en mi vida he votado; he sido anarquista filosófico desde mi
adolescencia. Soy un exiliado voluntario que tiene hogar en todas partes salvo en su
propia casa. De niño tuve muchos ídolos y hoy, a los ochenta, aún tengo algunos: la
capacidad para admirar a otros ²aunque no necesariamente implique hacer lo mismo
que ellos² me parece de suma importancia; pero importa más tener un maestro, el
punto es cómo y donde encontrarlo; casi siempre habita entre nosotros pero no lo
reconocemos. Por otro lado he descubierto que tal vez uno pueda aprender más de un
niño pequeño que de un maestro acreditado.
Pienso que el Maestro (con mayúscula) tiene la misma calidad del sabio y el profeta. Es
una pena no poder criar ese tipo de ejemplares. Lo que suele llamarse educación para mí
es una tontería absoluta que impide el crecimiento. A pesar de todos los cataclismos
sociales y políticos por los que pasamos, los métodos educativos aceptados en todo el
mundo civilizado siguen siendo, al menos a mi modo de ver, arcaicos y estúpidos; sólo
contribuyen a perpetuar los males que nos hacen inválidos. William Blake dijo: ³Los
tigres de la ira son más sabios que los caballos de la educación´. Yo no aprendí nada de
valor en la escuela; dudo que pudiera pasar un examen de primaria en cualquier materia
incluso hoy. Aprendí más de los idiotas y de los don nadie que de los profesores de
esto y aquello. La vida es el maestro, no el Consejo de Educación, Por extraño que
parezca, me inclino a coincidir con aquel miserable nazi que dijo: ³Cuando escucho la
palabra ´ulturme dan ganas de empuñar mi revólver´.
Nunca me han interesado los deportes organizados;: me importa un carajo quién rompe
ese récord o aquél. Los héroes del béisbol, el fútbol y el básquetbol me son
prácticamente desconocidos. Me disgustan los juegos de competencia: uno no debe
jugar para ganar sino para disfrutar el juego, sea lo que sea. Prefiero jugar en vez de
hacer ejercicios y hacerlo solo en vez de formar parte de un equipo. Nadar, andar en
bicicleta, caminar en el bosque o jugar pong pong satisface toda mi necesidad de
ejercicio. No creo en las lagartijas, ni en levantar pesas ni en el fisicoculturismo; no creo
que haya que hacer músculos a menos que se utilicen para algún fin vital, Creo que las
artes de autodefensa deberían enseñarse desde una edad temprana y utilizarse sólo como
tales (y si la guerra es el orden del día para las generaciones futuras, entonces debemos
dejar de mandar nuestros hijos al catecismo y mejor enseñarles a convertirse en asesinos
profesionales).
No creo en la alimentación sana ni en las dietas; lo más seguro es que no haya comido
adecuadamente durante toda mi vida y estoy bien. Como para disfrutar mi comida; haga
lo que haga, primero ha de ser para disfrutar. No creo en los exámenes médicos; si algo
me falla prefiero no saberlo, pues sólo me preocuparía y agravaría mi mal. Con
frecuencia la naturaleza se encarga de nuestras dolencias mejor que cualquier médico.
No creo que exista receta médica alguna para una larga vida; además, ¿quién quiere
vivir cien años?, ¿qué casi tendría? Una vida breve y alegre es mucho mejor que una
larga vida sustentada por el miedo, la cautela y la perpetua vigilancia médica. Con todo
y el progreso de la medicina aún tenemos todo un santoral de enfermedades incurables;
las bacterias y microbios siempre parecen tener la última palabra. Cuando todo falla, el
cirujano sale a escena, nos corta en pedazos y nos despoja hasta del último centavo, ¿es
eso el progreso?
Lo que le falta a nuestro mundo actual es grandeza, belleza, amor, compasión y libertad.
Se fueron los días de los grandes hombres, los grandes líderes, los grandes pensadores.
Para sustituirlos creamos un engendro de monstruos, asesinos, terroristas, que parecen
inoculados de violencia, crueldad, hipocresía. Al citar lo nombres de las figuras ilustres
del pasado, como Pericles, Sócrates, Dante, Abelardo, Leonardo da Vinci, Shakespeare,
William Blake o aun el loco de Luis de Baviera, se olvida uno de que aun en tiempos
más gloriosos hubo extrema pobreza, tiranía, crímenes inconfesables, horrores de
guerra, malevolencia y traición. Siempre han existido el bien y el mal, la fealdad y la
belleza, lo noble y lo innoble, la esperanza y la desesperación. Parece imposible que los
contrarios dejen de coexistir en lo que llamamos mundo civilizado.
Si no podemos mejorar las condiciones en que vivimos podemos al menos ofrecer una
salida inmediata y sin dolor, Hay una forma de escape mediante la eutanasia, ¿por qué
no se le ofrece a los millones de miserables desahuciados que carecen de toda
posibilidad de disfrutar siquiera una viuda de perros? No pedimos nacer, ¿por qué
negársenos el privilegio de dejar el mundo cuando las cosas se vuelven insufribles]?
¿Debemos esperar a que la bomba atómica nos acabe a todos juntos?
No me gusta terminar con una nota amarga. Como bien lo saben mis lectores, mi lema
de toda la vida ha sido ³siempre contento y siempre luminoso´. Tal vez por eso nunca
me canso de citar a Rabelais: ³para todos tus males te doy la risa´. Al mirar hacia el
pasado, veo mi vida llena de momentos tráficos pero la contemplo más como una
comedia que como una tragedia. Una de esas comedias en las que mientras te doblas de
risa también sientes que se te quiebra el corazón. ¿Qué mejor comedia podrá haber? El
hombre que se toma demasiado en serio no tiene salvación. La tragedia que vive la gran
mayoría de los seres humanos es otro asunto: para ello no veo elemento de alivio
alguno, Cuando hablo de una salida sin dolor para los millones de personas que sufren
no hablo con cinismo o como quien no ve esperanza alguna para la humanidad. En sí, la
vida no tiene nada de malo., es el océano en el que nadamos y se trata de adaptarse o
hundirse, pero nuestra capacidad como seres humanos radica en no contaminar las
aguas de la vida, no destruir el espíritu que nos infunde aliento.
Lo más difícil para un individuo creativo es evitar el impulso de ver el mundo según su
propia conveniencia y aceptar al prójimo por lo que es, malo o bueno o indiferente. Uno
tiene que poner todo su esfuerzo aunque nunca resulte suficiente.

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