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Título original:
1
“Selling Houses”
© 2006, Laurell K. Hamilton
Ilustración de cubierta
© 2007, Alejandro Terán
Fotomecánica e impresión:
Aleu, S.A.
C/. Zamora, 45
08005 Barcelona
ISBN: 978-84-96208-48-3
Depósito legal: B-16174-2007
Casa en venta
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Este relato apareció por primera vez en Strange Candy, la primera recopilación
de la autora Aparte de unos pocos relatos protagonizados por Anita Blake, que
transcurren generalmente entre novela y novela de la serie, “Casa en venta” es la
primera historia que ha escrito Laurell K. Hamilton ambientada en el “anitaverso” en
la que no aparece el personaje de nuestra intrépida cazavampiros ni ningún otro
conocido de la serie.
Además de por sus méritos intrínsecos, hemos pensado que constituye una toma
de contacto idónea con Anita Blake, cazavampiros: es una historia cotidiana en la que
se describe un mundo muy parecido al nuestro, y en el que algunos de sus temas
fantásticos característicos se van insinuando poco a poco para que, cuando irrumpen
en la narración parezcan la cosa más natural del mundo.
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La casa, agazapada en su pequeño jardín, tenía un aspecto abatido;
parecía encogerse contra la tierra, como si estuviera triste. Abbie sacudió la
cabeza para desechar aquellas asociaciones: la casa era exactamente igual
que las demás casas de la urbanización. Sí, bueno, tenía una cubierta a dos
aguas con una inclinación pronunciada, lo que quería decir que el tejado era
picudo, y además tenía dos claraboyas en el salón y una chimenea. Los
Garner habían pedido unos cuantos extras. Era una casa muy bonita, con un
lateral de lujo en madera de cedro y una fachada de ladrillo visto. El jardín
era pequeño, del mismo tamaño que el resto de los terrenos que no hacían
esquina. Y sin embargo...
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El verdadero problema era que la prensa había montado un
escándalo; no había un alma en varios kilómetros a la redonda que no
estuviera al tanto, así que tocaría explicárselo a los posibles compradores.
Tampoco era que Abbie pretendiera ocultarlo, aunque prefería no sacarlo a
relucir hasta tener bien avanzadas las negociaciones.
-Venga –se dijo en voz alta -, sólo es una casa. No hay nada que
pueda hacerte daño.
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-¿A que viene ese derrotismo¿- se dijo en voz baja-. Vas a vender
esta casa. – Y pensaba venderla, fuera como fuera.
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sin nada dentro. ¿Para qué sustituirlo si no era seguro que no se fuera a
demoler la casa? Otras se habían demolido por mucho menos.
También podía ser que Philip Garner sólo hubiera buscado a su hijo
allí, porque lo cierto era que el niño había muerto en otro sitio. En su
cuarto, no había manchas de sangre ni huellas de manos desesperadas.
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Abbie salió al pasillo. A lo largo de los años había examinado
cientos de casas vacías, pero nunca había sentido nada parecido. Era como
si hasta las paredes contuvieran la respiración, a la espera. Pero ¿a qué
esperaban? No había tenido esa impresión hacía un rato; de eso estaba
segura. Intentó desechar la sensación pero fue inútil. Lo mejor que podía
hacer era terminar con la inspección cuanto antes y salir de allí.
Era pequeña, pero teniendo en cuenta que el niño tenía cinco años, le
pareció grande.
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La última mancha tenía forma de pentáculo, basto pero inequívoco.
Había sido un sacrificio.
Una pared tenía salpicaduras altas, sin un origen visible más abajo.
Sería allí donde Philip Garner se había saltado la tapa de los sesos.
Apagó la luz y salió del sótano. Cerró la puerta a sus espaldas. Las
escaleras eran simples escaleras, como las de cualquier otra casa, y la
cocina tenía un aspecto alegre con sus paredes blancas. Cerró la ventana de
encima del fregadero; no quería que entrase la lluvia.
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Salió al porche y cerró con llave, moviéndose tan deprisa como pudo
sin perder la compostura; no sería conveniente que los vecinos vieran a la
agente inmobiliaria salir corriendo. Se esforzó para no correr mientras
bajaba los escalones flanqueados de flores amarillas, pero notaba una
desazón en la espalda, como si la observaran.
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-En el día de hoy, el Tribunal Supremo ha ratificado el veredicto de
los juzgados de Nueva Jersey, según el cual, Mitchell Davies, conocido
banquero e inversor inmobiliario, sigue estando vivo legalmente a pesar de
ser un vampiro. Este dictamen viene a respaldar el proyecto de ley que se
presentó el año pasado, en el que se proponía una ampliación del concepto
de vida que incluyera algunas formas de nomuerte. Vamos con los
deportes...
- ¿Cómo está?
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-No hiciste nada malo. No fue culpa tuya.
- Pero debería habérmelo olido. Debería haber notado que había algo
que no encajaba. Me dio mala espina cuando Marion se puso en contacto
conmigo, y debería haber hecho algo.
- Llamar a la policía.
- No te tortures por algo con lo que no tuviste nada que ver.- Abbie la
rodeó con un brazo para reconfortarla-. No fue culpa tuya, así que déjate ya
de monsergas.
- ¿Estás segura?
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- Para eso están los amigos. Ahora, vete a casa y descansa un poco,
que te lo mereces.
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Abrió la puerta con su mejor sonrisa profesional, y no le costó
mantenerla, porque le pareció una familia muy normal. El señor Channing
y su mujer eran una pareja joven y atractiva. Él medía más de un metro
ochenta; tenía una densa mata de pelo castaño y ojos azul claro. Ella era un
poco más baja, y rubia. Pero no sonreían; el único que sonreía era el hijo.
Rondaría los catorce años y había heredado el pelo castaño de su padre,
pero tenía los ojos de un marrón oscuro, y Abbie se sorprendió
observándolos. Eran los ojos más perfectos que había visto en su vida, de
un color uniforme, sin una veta, en los que se perdía...
- Claro.
- Señor Channing...
- Como quieras, pero será mejor que nos tuteemos. Llámame Abbie.
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- Bien, Abbie, ¿nos enseñas la casa? – Tenía una mirada muy directa,
muy adulta. Resultaba desconcertante ver tanta inteligencia y confianza en
los ojos de un niño de catorce años-. Soy mucho mayor de lo que aparento.
Apagó las luces para enseñarles la luz de luna que entraba por las
claraboyas. La chimenea de ladrilla tuvo un éxito inesperado; Abbie no
sabía de dónde había sacado la idea de que a los vampiros no les gustaba el
fuego.
Puesto que se reflejaban, Abbie les enseñó la cocina con más detalle
del previsto. A fin de cuentas, si un mito había resultado ser falso, quizá los
otros lo fueran también. Igual comían y todo.
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Dejó el sótano para el final, como hacía en la mayoría de las casas.
Encabezó la marcha escaleras abajo y llevó la mano al cordón de la primera
bombilla, pero no tiró de él hasta que estuvo segura de que sus clientes la
habían seguido.
No era lo que se dice una reacción muy entusiasta, pero Abbie había
hecho lo que había podido. Encendió la luz para mostrarles la caldera y la
bomba de la fosa.
- Si no te importa...
No los oyó subir, pero de repente los tenía delante. Tragó saliva para
contener la impresión.
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- Excelente. La casa será vuestra en cuanto firméis los papeles.
FIN
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