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ENTREVISTA A JUAN ACEVEDO

El solitario héroe de las historietas

Por Sofía Pichihua Vegas


spichihua@gmail.com | @zophiap

Quien conoce a Juan Acevedo en una reunión social no puede imaginarlo encerrado
en su estudio, ubicado en su casa miraflorina con el teléfono descolgado rodeado de
libros de historia del Perú y del mundo, caricaturas, historietas y dibujos de humor
gráfico: arte y más arte. Yo tampoco lo imaginé así: devoto de San Trabajo. Pero es lo
que ha hecho siempre.

El historietista nunca podría imaginar la posibilidad de no pronunciar palabra alguna, le


encanta hablar y es muy sociable. Por eso acordamos que la entrevista sea después
de mejorar de un problema con los bronquios. El 16 de junio se realizó el encuentro.
Su casa es muy acogedora, predomina la madera y en la entrada tiene abundante
vegetación. No solo hay libros en los estantes, también en la mesa de la sala y,
obviamente, en el sótano donde está su más grande colección de textos -adquiridos
en las librerías de la capital, en sus viajes y obsequiados por los amigos.

Algunas cerámicas incas adornan sus muebles y la escultura de su hijo más famoso,
el Cuy, -que fue regalo del artista Alonso Núñez- se ubica, muy cómodo, en la
alfombra.

Al entrar solo me pidió –indirectamente- una condición: hablemos del Cuy más tarde.
El día anterior había sido entrevistado y ese pequeño animalito había capturado la
charla. Así que conversamos largamente sobre su niñez y su vocación. Nos olvidamos
un poco del Cuy, del cual se conoce bastante, para recordar otros trabajos.

Después del lonche, nos dimos cuenta que ya habían pasado tres horas. Me prometió
una segunda cita y otro cafecito. Poco más de una semana después se dio el segundo
encuentro.

Las reuniones fueron dos miércoles. Ese día dispone de un poco más de tiempo. Juan
tiene una dinámica pero no siempre logra cumplirla. El sábado en la tarde o noche
comienza a pensar los guiones de la historieta diaria para Perú.21. Lo normal es que
lo termine el lunes, pero el domingo ya tiene que comenzar a dibujar la tira. Cada una
le toma tres o cuatro horas.

A veces logra completar la serie a la medianoche del lunes. La envía a Germán Luna,
su asistente, para que le ponga color. Y eso está listo al día siguiente. Si sigue este
plan ideal puede tener libre el martes, miércoles y jueves. El viernes inicia el proceso
de preparación de Love Story, su historieta política en el mismo diario. Durante la
semana ha señalado con tinta roja los comentarios en cada noticia. A veces comienza
desde el jueves o a la primera hora del viernes. Suele terminar todo a las 6:30 ó 7 de
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la noche. “El viernes es sagrado. A veces descuelgo el teléfono porque si me llaman
me distraen”.

El día de descanso que no toca por nada del mundo es el sábado. El domingo sigue el
trabajo. Cuando se sale del plan, retrasa su tiempo para la investigación. “Desde este
año, estoy estudiando, fichando y sistematizando un estudio sobre la historia del
humor gráfico”, expresó muy entusiasmado.

No obstante, este hombre de 60 años, autoproclamado solitario, nunca está solo. Los
incontables personajes de sus historietas siempre lo acompañan.

−Vivo fundamentalmente solo. Recibo visitas eventuales, y veo semanalmente a mi


hijo Juan Francisco. Mi otro hijo, Gabriel, vive en Alemania, aunque hace unas
semanas vino a Lima. Me gusta estar solo y me gusta estar acompañado. Sé estar
solo y sé estar acompañado. No me pongo a llorar por estar solo. A veces hay
compañías que son para llorar. Estoy acostumbrado. A los 4 años estuve solo con mis
abuelos en un pueblito, debe haber sido un mes, pero para mi fue un año mágico. A
los 13, estuve en el Colegio Militar Francisco Bolognesi, de Arequipa, interno, sin
parientes. Fue uno de los años más bacanes de mi vida.

−Tu novia tampoco vive contigo…

−Esto parece la página de Love Story (risas). Cada persona y cada pareja encuentran
su manera de serlo. Ella vive cerca de aquí. Suelo ir caminando a su casa, además,
ella puede dormir aquí o yo duermo allá. Ya no es como antes que había una presión
social para que la gente viva junta. Pierina anda también muy dedicada a lo suyo. El
hecho que lo esté ha resultado clave para que ya estemos nueve años juntos, sino ya
hubiéramos peleado (risas).

Años atrás, Juan Demetrio Acevedo Fernández de Paredes estuvo casado. Luego de
doce años, a sus treintaicinco, se separó. Desde el 2001, está acompañado de
Pierina, nueve años menor que él, psicóloga y gran apoyo. De hecho, ha agradecido
públicamente –en al menos un libro- a su novia.

-¿Cómo te llevas con tus colegas?

−Muy bien. A Heduardo (Rodríguez) lo conocí en Artes Plásticas, cuando él tenía 19 y


yo 20. Desde el año 70 dejamos de vernos por mucho tiempo. Si yo no salgo de mi
casa, Heduardo no sale de San Bartolo. En la última Semana Santa estuve en la playa
Los Pulpos, en casa de una amiga, así que lo llamé y visité. Charlamos largo rato
durante el almuerzo. El cebiche estuvo buenísimo, pero lo mejor fue la conversación,
no la olvidaré.

Carlos (Tovar) y yo tenemos temperamentos distintos. Hay gente que lo conoce y se


sorprende, porque Carlos puede ser algo parco, pero en confianza es un gran
conversador y un amigo sincero. Heduardo y Carlos, dos colegas de mi generación y
amigos a los que aprecio mucho, tienen fama de tímidos y yo de hablantín. Sin
embargo, sospecho que soy el más solitario de todos. Me gusta, me encanta mi
soledad. Algunos se engañan conmigo, sobre todo si me conocen en una fiesta, creen

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que soy súper sociable. Me gusta ir de vez en cuando a reuniones, y bailo, gozo, pero
luego me encierro. Tengo una vocación un poco monacal.

Se tardó en descubrirse a sí mismo. Su soledad, probablemente, lo acompañó en esa


misión. A pesar de que era una constante en su vida, no pensó que sus dibujos
podrían volverse su primordial actividad laboral. No lo planeó así.

−Siempre me gustó dibujar cosas que hicieran reír a los demás. En primaria hacía
dibujos sencillos que pretendían ser retratos o caricaturas de los alumnos, de los
profesores, pero sin intención de burla.

En cuarto de primaria participé como representante de mi colegio en un concurso


interescolar organizado por la Cruz Roja. En dibujo, obtuve el segundo puesto y en
composición literaria el primer puesto. Gané los primeros puntos para mi colegio, el
Ricardo Palma, de Jesús María. Al final el colegio, que era pequeñito, quedó sub-
campeón. En la ceremonia de premiación, nuestra barra metía mucha bulla, era enana
y seguramente ridícula, pero esto no lo sentíamos. Nos habíamos enfrentado a los
colegios más grandes de Lima, nacionales y particulares. Nos pifiaban y nosotros
gritábamos más todavía. Era como ser ciudadano de un país chiquito y misio que le
había ganado países grandes y ricos, pero íbamos con una garra, con un orgullo…

En secundaria, en el Mariano Melgar de Breña, los chicos eran mucho más listos y
más palomillas, y me dediqué a aprender de ellos. Yo estaba acostumbrado a ser el
primer puesto en la primaria, pero aquí me encontré con algunos que destacaban más
que yo en el estudio, y también con gente que dibujaba mejor que yo. Era un colegio
inmenso y había de todo, también delincuentes infantiles y juveniles.

Pasé invicto en primero de media, pero en el siguiente año mi adaptación fue tan
buena que me jalaron en dos cursos. Mi papá trabajaba en Arequipa. Era militar y lo
habían enviado allí. Mi mamá le escribió diciendo que a mis 12 años era incontrolable.
Después de un examen de ingreso, entré al colegio militar Francisco Bolognesi de
Arequipa. Era el más enano de todos. Recuperé la disciplina, aunque nunca llegué a
ser lo que se llamaba un Cadete Distinguido, status que se lucía en el uniforme con un
cordón rojo, y que se obtenía si sacabas 14 de nota, mínimo, o si en algún curso se
bajaba de 14, el promedio debía ser 16. Era dificilísimo sacar 14.

− ¿No recibías presión por ser hijo de militar?

−A veces algún alumno me echó en cara ser hijo de milico, cachaco, y todo lo que se
piensa de los militares. No me hizo mella, yo estaba orgulloso de mi papá, admiraba
su disciplina y verlo estudiando en casa. Un profesor de Lenguaje, en ese laberintoso
segundo de media, me jaló, y al hacerlo me dijo que él había estudiado en colegio el
San Juan de Trujillo, y que allí mi papá era un alumno brillante. “Qué vergüenza, su
padre fue primer puesto y usted es un vago”, me dijo. Me dio rabia, sentí que era
injusto. No tenía las palabras para contestarle, pero entendía que cada persona tiene
su proceso, que el crecimiento de un estudiante no sólo se mide por sus notas, y que
por último, carajo, mi viejo era Enrique y yo era Juan. Eso es algo que los padres
tardamos en entender. Esas referencias a mi papá ya las sabía, pero no hubo muchas
en Arequipa.

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Aprendí muchas cosas. Estaba lejos de mi familia, mi papá regresó a Lima y yo me
quedé en Arequipa. Mi mamá me enviaba cartas, propinas, pero yo no me sentía
huerfanito, me sentía muy bien.

Al año, Juan regresó a la mini ciudad que encontró en el Mariano Melgar. Durante su
último año de estudios secundarios, su padre le preguntó qué carrera seguiría. Ni lo
había pensado. Su padre le sugirió entonces que fuese abogado, él mismo así lo
había hecho cuando era capitán, y un tío suyo también ejercía esa carrera. “Mis
padres respiraron cuando dije: ‘Ya, pues’”.

−En Letras de la Universidad Católica hice una investigación sobre el conflicto


vocacional. Recuerdo que había un autor que decía que estar en una carrera que no
se quiere es como estar casado con una mujer que no se ama. Esa comparación me
estremeció. “Qué horrible”, pensé. No se trataba entonces de ganar plata, sino de
buscar la autenticidad. Vocación viene de ’voz interior’ y había que saberla escuchar.

Lo que siguió después fue una “guerra”. Le dijo a su padre que no pasaría a la
Facultad de Derecho, que seguiría Historia del Arte en San Marcos porque quería ser
un “doctor en arte”.

-¿Hubo problemas?

−Fuertes. No de un rato, sino de años. Entre mis opciones consideraba ser historiador,
literato, psicólogo, sociólogo, filósofo, incluso pensaba en ser sacerdote porque me
atraía la vocación religiosa. Eso último lo descarté porque no me gustaba la idea de no
tener mujer ni hijos. “¿Quieres ser pintor? ¿De qué vas a vivir?”, preguntó mi padre. Le
dije que no iba a ser un artista sino un crítico de arte, un investigador. En ese
momento yo mismo avanzaba con temores y no me atrevía a levantar mi programa
máximo, es que ni yo lo conocía. Para él era una doble decepción, a cual peor, dejaría
la Universidad Católica para pasar a la de San Marcos, dejaba la abogacía para pasar
a historia del arte, ¿qué era eso? Empecé la nueva carrera y, en cuanto comencé a
asistir a mis clases, sentí que había acertado.

El artista tiene cuatro hermanos. Su hermana mayor, Clara, ya era asistenta social;
Rommel, sería economista; Martiza, obstetra, y Liliana, profesora de inicial. “Mi papá
estaba muy preocupado. Sentía que me estaba descarrilando. No me lo prohibió, pero
siguió el hielo, era una guerra sorda. Fueron años de combate entre los dos. Mi mamá
entendió que esa era mi decisión y que sólo por eso debía apoyarme.”

Después de un año en San Marcos, volvió a ingresar a la Universidad Católica, esta


vez a Artes Plásticas, que siguió paralelamente a sus estudios de historia del arte. La
mayor parte del tiempo estaba en el Fundo Pando, pintando, modelando,
componiendo... Volvía a su casa tarde. Todo el día estudiaba. “Mi etapa universitaria
fue de lo mejor, estaba feliz con mi alma máter, la Católica, y con mi alma páter, San
Marcos” (risas).

−¿Quién pagó tus estudios?

−Mi papá pagó el primer año y creo que el segundo de Artes Plásticas…

−No te apoyaba pero te apoyaba.


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−Eso tardé en reconocerlo. Supongo que me era rentable presentarme como víctima
ante las enamoradas (risas). Para mi padre yo era un izquierdista, o un hippie, con el
pelo largo e ideas extrañas a su formación, aquella que tan esmeradamente le habían
dado sus directores alemanes de entre guerras en el colegio de Trujillo. Dialogábamos
muy poco en esa época, discutíamos, nos gritábamos. Yo pensaba que él era el malo
de la película, y él lo mismo de mí. Después, mucho después, lo entendí: él estaba
preocupado, discrepaba conmigo, y aún así me continuó pagando la universidad. Toda
esta oposición fue muy interesante y potenció el hecho que nos hicimos cada vez
mejores amigos en los últimos 25 años, hasta su muerte en 1999. De él recibí
auténticos regalos espirituales que atesoro especialmente.

Comenzó a trabajar pronto de profesor auxiliar en ambas casas de estudio. Se casó a


los 23 años, a los 24 ya era papá y director de la Escuela de Bellas Artes en
Ayacucho. Tenía el cabello largo hasta los hombros, así lo tuvo por mucho tiempo.
“Antes había comenzado en el Museo de Arte y de Historia de la Universidad de San
Marcos, como Conservador Asistente… Y yo que me computaba un revolucionario”
(risas). Todos los jueves dictaba charlas de historia de arte y las ilustraba con películas
que conseguía principalmente en las embajadas de Francia, Alemania, Italia, Inglaterra
y EEUU…”

Juan es un apasionado por la sociología y la historia. Sus libros lo delatan. Su hijo


mayor, Juan Francisco, sociólogo, se convirtió en un interesante compañero de
conversación. En sus veintitantos, Juan se describía como un defensor de la justicia
social y se sentía “cercano al socialismo”. Esto se expresó en su trabajo. Un primer
ejemplo fueron las viñetas de humor gráfico publicadas en la revista Marka, donde
atendía la contraportada. La mayoría de estos dibujos, expuestos en los años setenta,
constituyeron el libro Ciudad de los reyes, de 1983.

−Tengo entendido que no has militado en ningún partido, pero tus historietas
estuvieron muy vinculadas al socialismo. ¿Piensas igual que antes?

−Estuve cerca de Izquierda Unida, no como militante sino que compartía algunas
ideas centrales. No fui militante porque tengo algunas limitaciones: no aguanto a la
gente que fuma mucho y me aburren las reuniones donde sólo se discute de política.
Padecían mis bronquios y mi cabeza. Algo similar ocurre con mi religiosidad. Soy
creyente católico, pero no tengo vocación de feligrés. Soy socialista y católico, pero
individual. Me es difícil imaginarme como miembro de un partido político, siempre he
sido muy celoso de mi independencia. Pero pensaba que el mundo tenía que caminar
a la justicia social y que eso no estaba reñido con la libertad individual…

− ¿Pensabas o piensas?

−Pensaba que el socialismo era la alternativa para el país. Creía que el régimen
socialista traería soluciones de tipo social, de bienestar para la gente. Creía, creo, que
hay que construir algo distinto, con un estado eficiente al servicio de la comunidad, de
su realización como personas, y no un simple árbitro que permite a algunos lucrar en
perjuicio de los demás.

Asistí a la fundación de El Diario de Marka y, en los primeros años, veía con


preocupación que este medio podía ser un laboratorio de lo que sería una revolución
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en el Perú. Los defectos del diario podían ser los defectos de un régimen socialista.
Veía mucha inmadurez en los partidos que componían ese frente que tenía una
importante cantidad de acciones en el directorio del periódico. Creo que no hubiese
resultado, hubiese sido fatal, no sólo para la propia izquierda…

Al surgir Sendero Luminoso, despojó a la izquierda de la imagen que estaba labrando,


e impuso un comportamiento extremista e irracional. Yo no creo que en Sendero ni en
el MRTA hayan estado “los mejores hijos de la sociedad”, como Lori Berenson dijo
alguna vez. No diría eso. Los mejores hijos están en varios lugares, en la izquierda, en
el centro y en la derecha.

−En la dictadura militar te enfocabas a la lucha por la democracia, ¿qué dibujabas en


ese periodo?

−En tiempo de los militares mis dibujos estaban centrados en la lucha por la
democracia, por la libertad de expresión y por una sociedad justa, sin las
discriminaciones que caracterizan a nuestro país y que vienen de tiempos coloniales.
Después, en pleno 1986, a la mitad de la guerra interna, hice unas tiras del Cuy que
salieron publicadas en el diario La Razón (dirigido por José María Salcedo y de
propiedad de Gustavo Mohme) y que fueron atacadas desde los dos extremos, porque
se me ocurrió mencionar que Sendero y las FFAA actuaban de la misma manera. Me
atacaron públicamente y tengo los impresos de esos medios. Yo no sé bien, no he
conocido a Sendero por dentro, pero pienso que allí también habrá habido gente
buena, pero engañada, y algunos se volvieron sanguinarios… Caray, era como si
hubiesen bebido sangre, qué manera de actuar…

− ¿Te dedicaron editoriales?

A veces. En la revista Oiga dijeron que el verdadero pensamiento del periódico La


Razón no había que buscarlo en sus editoriales sino en la tiras del Cuy. Alertaba
contra eso protestando porque yo igualaba las fuerzas del orden con las de quienes
pretendían subvertirlas. Ese mismo día, apareció en El Diario, de Sendero, una nota
que se refería a “un animalito… que en otro tiempo era simpático y que ahora igualaba
a las fuerzas de la revolución con los de la reacción”. Me acusaban de algo muy
gracioso, el cargo exacto era “reblandecimiento ideológico”, y me decían que me
cuidara porque “mis personajes se iban a rebelar”.

− ¿Hubo represalias?

−No que yo me enterase. Las represalias parece que vinieron de parte de otros,
cuando en los siguientes años no me abrieron las puertas de los periódicos. En un
medio me dijeron que el Cuy estaba identificado con la izquierda y que de eso no se
quería saber. Supongo que me tocó pagar pato, igual que a muchos políticos. Aunque
ellos pagaron un pato mayor, en las elecciones siguientes se vio eso.

− ¿Qué hacías mientras tanto?

−Hubo una excepción en 1995, cuando por medio año tuve una página diaria en el
periódico El Mundo. Además, a comienzos de los noventa, tuve un espacio en la
Revista Sí, pero nada más. En El Mundo no hice al Cuy, sino a la Araña No. En esos

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años también trabajé en ONGs sobre derechos del niño y el adolescente, así como
sobre derechos de la mujer. Entre el 2000 y 2004 retomé un proyecto de 1995: contar
en historieta la historia de América Latina, pero desde los derechos de los niños. Ellos
eran los protagonistas principales. Se publicaron cuatro tomos a todo color, que se
presentaron en Madrid. Todo eso iba muy bien, pero yo extrañaba el trabajo en el
periodismo, quería llegar a la gente cada día…

Posteriormente toqué las puertas a Perú.21, y Augusto Álvarez Rodrich me permitió


volver con Love Story. Yo llevé al Cuy, pero el diario le interesó algo más político,
como Love Story. Como lo que yo quería era volver a la cancha, me pareció
fenómenal.

− ¿Sentiste que el Cuy ya no daba para más?

−Qué va. Tres años después volví a proponer la tira del Cuy y la razón que me dieron
fue buena: “¿Por qué no creas algo propio para el periódico?” No querían algo que
había nacido en otro medio. Me pareció razonable, hice nuevas tiras y esperé bastante
tiempo. La aceptación vino un año después, con Fritz Du Bois como director.

En marzo del 2009, nace la tira de El Barrio. El Cuy aparece eventualmente, pero a la
manera de un invitado, es otra historieta que yo no había imaginado antes, sus
protagonistas están naciendo o creciendo cada semana, responden a los tiempos que
vivimos actualmente.

−Y ya puedo incluir la pregunta: ¿Qué es lo que piensas ahora? ¿De qué manera tus
nuevos personajes expresan esa manera de pensar?

−Sigo creyendo que para llegar a la justicia social –como igualdad de condiciones-
tiene que haber un cambio de mentalidad, tenemos que aprender a respetarnos,
todos, a superar los abusos, los complejos y las discriminaciones. Trato que mi trabajo
sea una marcha a un cambio, pero mi objetivo principal es entretener, si no logro eso
no pasa nada. Lo que quiero es que la tira exprese lo que yo voy pensando y sintiendo
y que la gente siga la tira.

Los personajes de Juan Acevedo son incontables, pero el más popular es el Cuy, que
nació en 1977, pero que conoció a sus amigos –desde el diario La Calle- recién en
1979. No fue elegido solo por ser un roedor sino por representar lo peruano. Además,
eso le recuerda al cuy que mató –sin querer- a los seis años. Luego le dio esposa y
cuatro hijos, cuatro cuycitos como los que perdió la cuya, porque resultó ser hembra el
animal que ahogó cuando era pequeño.

También está Manuelito uno de tantos, el primero de todos sus personajes; Piolita, en
la revista Collera (1978); la Araña No (1987); Luchín González (1987); El Pato Lógico;
las historietas de Pobre Diablo; Anotherman; entre muchos más. Si le pregunto con
cuál se queda, no tiene respuesta. Solo dice que tiene un cariño muy especial por
Pobre Diablo porque se trata de una historieta personal, casi en su totalidad
autobiográfica. “Pobre Diablo registra parte de mi vida, está basado en mis diarios
personales, a veces sus páginas, en las que mezclo sueños y fantasías y análisis de la
realidad, sólo han sido sacadas de mis cuadernos y pasadas a limpio”. Le pregunté
por la costumbre de seguir un diario. “Lo abro una vez a la semana y lo dejo. Eso lo

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hago hace muchos años, más de treinta. Hay gente que va al psicólogo, yo escribo.
¿Dibujo? A veces. Tiene que ver con cómo me siento. Cuento mis cosas, me ayuda a
ordenarme”.

En realidad, Juan ha hecho de todo: caricaturas, humor gráfico, historietas y también


solo guiones. Explicarme las diferencias de cada concepto iba a ser una historia larga.
Antes de continuar me ofrece una taza de café. “¿Eres cafetera?”, me preguntó. Le
confesé que prefería el té. “Yo soy de hierbas”, coincidió.

María, quien le ayuda en la casa, había dejado todo listo. Podía elegir entre
mermelada de fresa, queso, hasta mantequilla de maní para acompañar el pan.
Además, había una serie de hierbas: cedrón, hierbaluisa, manzanilla y una mezcla de
todas en la tetera. Insistí con el té. Eso tomé.

Le comenté de mi afición al manga, la historieta japonesa. Sin embargo, admitió ser


poco conocedor del tema. A pesar de ello, posee algunos tomos de esas obras que
consiguió en España.

Sonó el teléfono, una, y tres veces más hasta que decidió dejarlo colgado. Solo
entonces retomamos la conversación sobre las diferencias de los términos que definen
su arte.

−Esos conceptos se confunden porque, en general, comparten el humor. Aunque no


necesariamente la historieta. Esta es mayoritariamente divertida, pero no
necesariamente tiene que serlo. En cuanto a la caricatura, en el siglo XVII se acuñó el
término ‘caricare’, que significa ‘cargar’, en italiano. ¿Qué se carga? La intención, la
tinta, las proporciones de la figura humana para resaltar determinados rasgos. La
caricatura es una forma de retrato, tiene la licencia de cargar más para resaltar la
expresión.

−El trabajo de Carlín…

−Carlos Tovar es un caricaturista neto, caricaturista en esencia, el mejor que tenemos


en el país…

En el siglo XVIII, y especialmente en el XIX, su uso ya no fue sólo político, sino que
también hace crítica de costumbres. Ahí se acerca al humor gráfico, la caricatura no
solo es la burla de la persona, tiene una carga expresionista. En el caso del humor
gráfico, parece que surge en la prensa, en el siglo XIX. Debe estar vinculado a la
caricatura y a las costumbres. Un antecedente puede encontrarse en los azulejos y
otras artes populares como los grabados.

Mi vocación principal es narrar, y de eso se trata en la historieta, que surge a fines del
siglo XIX y crece en los medios estadounidenses.

−The Yellow Kid…

−Sí, a mediados de la última década del siglo XIX, y es hasta la primera década el
siglo XX que se crea el lenguaje de la historieta.

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Juan nació en Pueblo Libre, “rodeado de chacras y con acequias de tiempos
precolombinos”, y de allí no se movió hasta sus 50 años. Ahora vive en Miraflores. Aún
conserva el cariño a la camiseta de Alianza Lima y recuerda su época de arquero en el
colegio, “fulbito, en cancha de cemento, terminaba el partido con las rodillas
sangrando, pero feliz”. Repasamos su pasado lejano y los orígenes de su apellido
materno, muy español, por cierto. A Juan le gusta mucho recordar. Y en ocasiones le
viene a la memoria los orígenes de las palabras que está por enunciar. Lo hizo en
varias ocasiones y se lo deja de tarea a los comentaristas de su blog. Le envía la
palabra de su historieta diaria y ellos escriben un editorial a partir de ella. Él publica los
comentarios debajo de cada gráfico.

Antes no era así. En setiembre del 2008, convencido por el periodista Marco Sifuentes
y su adorada Pierina, decide lanzarse al ciberespacio con el Cuy y sus amigos.
Publicaba una tira diaria, casi siempre en blanco y negro, pero el tiempo no le dio para
más. Sin embargo, parece gustarle haberse acercado a este medio e incluso a la red
más popular del momento, Facebook, desde donde lo contacté.

− ¿Te gusta el blog?

−Me gusta y me distrae mucho. Al principio, me obligaba solito a dar respuesta a


todos. Ahora a algunos no más. A veces discuten, y siento que son como chicos que
están en mi casa y entran a pelearse (risas). Solo intervengo cuando se trata de la tira.

− ¿Entras todos los días?

−Sí. Veo en el blog la demanda que van teniendo los personajes, qué es lo que quiere
el lector, qué es lo que le da cólera…

− ¿Tus lectores influyen?

−Ya lo creo. Sí que influyen, pero a veces puedo rebelarme ante lo que piden. Pero es
interesante, me hacen ver cosas…

− ¿Dejarías el papel?

−En este momento no, porque me encanta los medios impresos, lo que se puede
agarrar, me encanta (risas). Me encantaría publicar una revista semanal del Cuy, sería
precioso.

Juan tiene la costumbre de guardar todo lo que hace, bueno o malo, por eso ha podido
publicar recopilaciones y tener algunos trabajos a la vista, inéditos. Así es,
cachivachero. Nunca ha dejado de hacer historietas, para él y para un público
determinado. En su diario, almacena algunas.

Le menciono la profecía de la muerte del papel. “No sé”, dice inmediatamente. No le


llama mucho la atención los programas de diseño ni de animación. “Mi formación es a
la antigua, pluma y tinta, o si quieres, como en el colegio, cuaderno y lapicero de tinta
seca”. Su hijo menor, Gabriel, está más enfocado a eso, a las artes visuales
multidisciplinarias, y Juan lo admira. Dice que trabaja a la antigua. Sin embargo, pasa
largos ratos en la computadora, puliendo sus dibujos escaneados y no descarta

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navegar por otras dimensiones, así como el Cuy, su fiel amigo, lo hizo recordando la
Lima antigua e incluso la prehistoria.

Lima, junio de 2010.

Entrevista publicada en el libro Boca de Fuego (2011) de la Facultad de Ciencias


y Artes de la Comunicación de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

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