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Nuestra sociedad no tiene ritos ni ceremonias para enarcar el paso de la adolescencia a la etapa adulta. No existe una
única edad en la que las personas llegan á la madure. Así fue definiremos arbitrariamente juventud desde los 18 a los 40
años, utilizando el final de en el instituto como referencia conveniente para entrar en la etapa adulta. Un dicho popular
dice que ala vida empieza a los 40, y a esa edad es donde situaremos el comienzo de la mediana edad Una referencia
común para marcar el final de la misma es empezar a cobrar la jubilación Aceptamos esa fecha y consideramos que la
mediana edad se extiende hasta los porque las personas de poco más de 60 tienen más en común con los de 50 que
con las más mayores que ellos. Estos capítulos comienzan can la historia de los jóvenes que e por, conseguir su
intimidad y un puesto de trabajo. Continúa con la historia de la “generación del ando» los adultos de mediana edad cuya
amplitud de responsabilidades les sitúa como “gente de sociedad”.
CAMBIO SOCIAL
CARACTERÍSTICAS FÍSICAS
TEORÍAS Y TEMAS DE LA JUVENTUD
La teoría psicosocial de Erikson
Las etapas de Levinson
Las transformaciones de Gould
El imperativo de la paternidad de Gutmann
Temas de los primeros años de juventud
TRABAJO
La importancia del trabajo
Elegir una ocupación
Las diferencias de género en el mundo laboral
MATRIMONIO
Elegir una pareja
Hacer que el matrimonio funcione
Cohabitar
Quedarse soltero
TENER HIJOS
Embarazo
Ajuste a la paternidad
El momento de ser padres
¿Sin hijos o libres de ellos?
Madres solteras
DIVORCIARSE
VOLVER A CASARSE
Patty Wilson, de 30 años, tiene dos trabajos a tiempo parcial, uno como bombera y otro en un centro de
emergencias 911, encargada de enviar ambulancias, bomberos y policía a toda la región de Pensilvania. Su esposo Phil,
de 31 años, es fotógrafo para un periódico local. Los Wilson se casaron hace nueve años y tienen una hija de un año.
Cuando se conocieron ninguno de los dos tenía planes para casarse. Phil no había pensado demasiado en el tema y la
idea de Patty era ser una gran reportera del New York Times. Se casaron al cabo de dos años, cuando Patty tenía 21
años y Phil 22. Patty trabajó de reportera durante siete años para el mismo periódico que Phil. Ahorraron dinero y se
compraron una casa. Luego Patty se quedó embarazada. Trabajó hasta un mes antes de dar a luz. Cuando Meredith, su
hija, cumplió 5 meses, Patty volvió a su trabajo de ocho horas como reportera, trabajando mañana y tarde. Meredith
pasaba las mañanas con la madre de Phil, que era la cuidadora principal, y por las tardes era Phil quien cuidaba de ella.
Cuando Meredith tenía unos 9 meses, Patty se dio cuenta de que un empleo de 50 horas semanales le estaba robando
una relación importante con su hija. Cambió de un trabajo a tiempo completo a otro a tiempo parcial, pero espera volver a
su carrera al cabo de unos pocos años.
Ser padres ha supuesto un cambio para ambos. Cuando Patty intenta transmitir lo que Meredith ha aportado a su
vida, se vuelve muy elocuente: «Siento como si hubiera encontrado algo que ya tenía antes pero que no había forma de
alcanzar. Es como tener una nueva habitación en casa. Pasas por delante de la puerta pero nunca te molestas en entrar.
Pues bien, la abrí y resultó ser la mejor de la casa» (Kotre y Hall, 1990, pág. 83). Para Phil el panorama de su propia vida
también ha sufrido un cambio profundo: «Ahora que tengo una hija, todo ha cambiado. Mis expectativas en la vida se
han centrado en lo que puedo hacer por ella. No es únicamente que haya dejado de ser una persona centrada en mí
misma, sino que cuando hago planes, realmente los estoy haciendo para ella» (Seasons of Life, 1990).
Para Patty y Phil la década de los veinte no fue los jóvenes adultos que pasan parte de esa década una etapa de
exploración, sino que entraron de lleno en los avatares de la vida: en la universidad, las decisiones respecto al
matrimonio, las responsabilidades y los hijos -el trabajo, el matrimonio y la carrera todavía están muy lejos. Durante un
tiempo están libres de las responsabilidades de adulto y escasamente han alcanzado el punto medio de su progreso
respecto a la verdadera etapa adulta.
En este capítulo veremos de qué modo los cambios en la sociedad han provocado cambios en la juventud desde
que los padres de Patty y Phil tenían 20 años. Las situaciones a las que se han de enfrentar los jóvenes y las decisiones
que deberán tomar desde los 18 a los 39 años se verán claramente a medida que vayamos trazando el curso del
desarrollo en los jóvenes adultos. Tras observar los recientes cambios sociales, consideraremos brevemente el desarrollo
físico en los años de la juventud. Luego examinaremos varias explicaciones de los cambios que acontecen entre los 18 y
los 40 años. Con esa base estamos preparados para abordar los aspectos principales de la vida en la juventud,
comenzando con el modo en que la madurez y el género afectan al concepto de yo y la autoestima. Después
investigaremos el trabajo como parte de nuestras vidas, puesto que es tan importante que la mayoría trabajaríamos
incluso cuando no tuviéramos necesidad de hacerlo para sobrevivir. Una vez considerada la institución del matrimonio y
sus alternativas, veremos el ser padres y sus efectos en nosotros como parejas e individuos y examinaremos el nuevo
ciclo de muchas familias en el siglo xx: casarse y divorciarse.
CAMBIO SOCIAL
Los cambios en la sociedad influyen en las actitudes y conducta de todos sus miembros. Los hombres y las
mujeres tienen “relojes sociales” en la cabeza que les ayudan a juzgar su propia conducta y la de los demás en términos
de pronto, tarde o a tiempo (Neugarten y Neugarten, 1986). La época adecuada para un acontecimiento particular en el
desarrollo puede cambiar de una generación a la otra. En 1960, por ejemplo, casi el 90 por 100 de los adultos de
Chicago estaban de acuerdo en que las mujeres debían casarse entre los 19 y los 24 años; en 1980, sólo el 40 por 100
creía que las mujeres debían casarse tan jóvenes (Neugarten y Neugarten, 1986). La fuerza de los relojes sociales se ha
ido debilitando desde 1980. Las normas y expectativas tradicionales han variado y la edad adecuada para
acontecimientos como el matrimonio, la carrera y la paternidad/maternidad se están desvinculando cada vez más de la
edad cronológica. A veces parece que estemos presenciando el desarrollo de lo que Bernice Neugarten (1979) denominó
sociedad en la que la edad es irrelevante, en la que no existe una sola edad apropiada para adoptar el rol de
padre/madre, estudiante, trabajador, abuelo/a, etc. En una sociedad de este tipo, las tareas del desarrollo siguen siendo
las mismas, pero los adultos no sienten que sus relojes sociales estén especialmente adelantados o atrasados cuando
posponen o adelantan los roles de la etapa adulta.
Un número cada vez mayor de adultos retrasa el matrimonio. En 1956, la mitad de todos los hombres
americanos se habían casado antes de los 23; en 1991, los hombres habían cumplido 26,3 años antes de que la mitad
de ellos se hubieran casado. Las mujeres también esperan más tiempo para casarse, con una edad media en el primer
matrimonio que saltó desde los 20 años en 1956 a los 24,1 en 1991 (Barringer, 1992). Entre las mujeres de clase media
todavía se pospone más, principalmente porque un mayor número completa sus estudios universitarios, va a escuelas
universitarias o de formación profesional y luego entra en el mundo laboral. Las familias también están cambiando. Las
mujeres una vez casadas también esperan más tiempo a tener hijos. La mayoría utiliza algún medio anticonceptivo,
siendo la píldora el más popular entre las mujeres que desean retrasar el embarazo (Oficina del Censo de Estados
Unidos, 1990ª).
En unión con la planificación familiar, las familias han ido reduciendo su tamaño. La mayoría de las parejas tienen
o sólo quieren tener dos hijos, y la proporción de mujeres que dijeron querer tener un solo hijo aumentó en la década de
los ochenta. Entre las que terminaron los estudios en el instituto había más que querían tener un solo hijo que entre las
universitarias, aunque entre estas últimas eran más las que preferían no tener ninguno (Oficina del Censo de Estados
Unidos, 1990ª). No obstante, el índice de nacimientos es mayor que en 1976, cuando el índice de fertilidad nacional era
de 1,74 hijos por mujer; en 1990 llegó a 2,1 por mujer, todavía muy por debajo de los 3,77 nacimientos por mujer que se
habían registrado a principios de los sesenta en plena cumbre del baby-boom (Barringer, 1991). La mayor parte del
aumento de la natalidad procede de mujeres por encima de los 30: en 1975, sólo el 34 por 100 de mujeres de poco más
de 30 dijeron que esperaban tener un hijo (u otro más) algún día, pero en 1988 el 54 por 100 manifestó que todavía
esperaba tener un hijo (Berke, 1989). El que tengan otro hijo puede depender de factores económicos; en la primera
mitad de 1991, en plena recesión en Estados Unidos, los índices de natalidad descendieron por primera vez en la década
(Barringer, 1991).
A pesar del aumento en la fertilidad, el matrimonio es menos popular que hace algunos años. Quizá debido a que
hay más parejas que viven juntas sin casarse, el índice de matrimonios ha descendido, dándose el índice más bajo de
mujeres libres y en edad de casarse desde que se estableció esta marca en 1940 (Oficina del Censo de Estados Unidos,
1990b). Tras aumentar durante dos décadas, el índice de divorcios se estabilizó en los ochenta, pero se espera que entre
las parejas que acaban de contraer su primer matrimonio, más de la mitad se divorcien (Bumpass y Castro-Martín, 1989).
En el aspecto físico de los jóvenes americanos también ha tenido lugar otro cambio. La buena nutrición, la
higiene y la medicina preventiva se han combinado para hacer que hombres y mujeres en las últimas etapas de la
juventud parezcan más jóvenes y atractivos que sus padres y abuelos a su misma edad. La persona de 35 años de las
décadas treinta y cuarenta estaba más avejentada que la de los noventa.
CARACTERÍSTICAS FÍSICAS
La mayor parte de las personas durante la juventud se encuentran en la cima de la agilidad, rapidez y fortaleza
física Los hombres suelen estar orgullosos de sus cuerpos, no así las mujeres. Cuando se preguntó a 300 hombres y
mujeres universitarios sobre cómo evaluarían sus cuerpos, las mujeres (sin importar lo delgadas que estaban) se veían
algo más gordas que el ideal masculino y bastante más que su propio ideal de cuerpo femenino (Fallon y Rozin, 1985).
Los hombres (incluso los que pesaban más de la cuenta) veían que encajaban tanto en el ideal femenino como en el
propio. Ninguno de los dos sexos acertó en su idea de atractivo sexual para el sexo opuesto. La mujer ideal para los
hombres era más rellenita de lo que éstas creían, y el ideal masculino para las féminas era más delgado de lo que éstos
pensaban.
Aunque los adultos alcanzan su máximo poder físico durante la juventud, muchas de las marcas de
envejecimiento también empiezan en esta época. Hacia los 20 años empiezan a tener lugar lentos y continuos cambios
que afectan al funcionamiento del cuerpo humano (A. Spence, 1989). El tono muscular y la fuerza, que por lo general
alcanzan la cima entre los 20 y los 30 años, empiezan a descender después de esa edad. La agudeza visual y auditiva
comienzan a disminuir a los 20. Aparecen las pequeñas arrugas alrededor de los ojos y la piel envejece, especialmente
entre los aficionados a broncearse. Los rayos ultravioleta del sol interfieren en la producción de ADN y la síntesis de
proteínas en la piel. Como respuesta, las células de la piel se regeneran más despacio, ésta se vuelve más fina y se
arruga (Perlmutter y Hall, 1992).
Los cambios también tienen lugar dentro del cuerpo. Incluso si el peso no cambia, hacia finales de la juventud la
proporción de tejido adiposo en los músculos empieza a aumentar. Además, la cantidad de aire que pueden absorber los
pulmones en una sola respiración empieza a descender entre los 20 y 30 años, disminuyendo un 1 por 100 por año, del
mismo modo que lo hace el índice en que los riñones filtran la sangre (Vestal y Dawson, 1985). Las arterias también
empiezan a envejecer, apareciendo placas de grasa, duras y amarillas en sus paredes, especialmente en las personas
propensas a la aterosclerosis. Una dieta deficiente y la falta de ejercicio han empezado a contribuir al desarrollo de
enfermedades crónicas que no se manifestarán hasta la mitad o a finales de la etapa adulta.
Pocos jóvenes se preocupan de estos cambios, aunque algunas personas de 30 empiezan ya a quitarse
cuidadosamente alguna cana. Quizá la falta de preocupación se deba en parte a que se encuentran en la cumbre del
rendimiento físico y el estar en forma. Los tiempos de reacción se encuentran generalmente en su apogeo hasta los 26
años, y los jóvenes destacan en los deportes que exigen reacciones rápidas, fortaleza y velocidad, como el baloncesto, el
boxeo, el tenis, el esquí y el béisbol (Schulz y Curnow, 1988). La lentificación de los tiempos de reacción es uno de los
síntomas “de la edad” que la mayor parte de los atletas profesionales empiezan a sentir cuando llegan a los 30 años.
TEORÍAS Y TEMAS DE LA JUVENTUD
A medida que las personas van llegando a la etapa adulta, van enfocando sus energías y motivaciones en
diferentes tareas del desarrollo. Entre ellas, las principales que han de afrontar son las de terminar sus estudios, entrar
en el mundo laboral, casarse y ser padres. Todas las personas se enfrentan a ellas, puesto que incluso la decisión de no
casarse o tener hijos es una forma de tratar este aspecto del desarrollo. Las distintas teorías del desarrollo en el adulto
tratan de explicar los patrones generales decrecimiento y cambio e identificar los temas dominantes que caracterizan la
vida del mismo. Algunos teóricos creen que el curso del desarrollo que han trazado puede aplicarse a personas de
cualquier sociedad; otros son más cautelosos y consideran que sus teorías sólo hacen referencia a los adultos de
sociedades tecnológicas occidentales. Cuando las teorías chocan entre sí, los desacuerdos apuntan a temas importantes
en el desarrollo del adulto que aún no se han resuelto en las investigaciones.
TRABAJO
El trabajo ocupa una considerable porción de la vida de un adulto y su influencia abarca casi todos los aspectos
de la misma. Define nuestra posición en la sociedad, y si tenemos suerte, da significado y proporciona una actividad
satisfactoria, un medio de expresión de la creatividad y una fuente de estímulo social (Perlmutter y Hall, 1992). El
concepto de yo está tan vinculado al trabajo que la mayor parte de las personas se definen a sí mismas según la labor
que desempeñan. «Trabajo en IBM», «soy profesor» o soy «ama de casa» -una respuesta autopeyorativa muy común
entre la mayoría de las mujeres que pertenecen al mundo laboral-. Cuando presentamos un amigo a otra persona
solemos incluir su ocupación: “Quiero que conozcas a Jerry. Tiene una tienda de calzados en la ciudad”. En algún nivel,
aparentemente nos damos cuenta de la importancia del trabajo, tal como hizo Freud al resumir los requisitos para llevar
una vida sana en Beben und arbeiten (amar y trabajar). La cultura, la clase social y el género poseen efectos de mucho
alcance en esta parte vital de nuestra existencia; influyen en el tipo de trabajo que realizamos, dónde y cuándo lo
hacemos. En las sociedades tecnológicas, por ejemplo, la proporción de mujeres en el mundo laboral ha crecido
rápidamente desde 1970 (Oficina de Estadística Laboral de Estados Unidos, 1991). Sin embargo, en Italia sólo un 30 por
100 de las mujeres trabajan fuera de casa (véase Gráfico 16.1).
La mayor parte de las personas se casan al menos una vez a lo largo de su vida; actualmente suelen ser más
mayores, pero no por ello más sabios, cuando realizan el compromiso legal que hace veinticinco. En 1960, casi el 72 por
100 de las mujeres y el 47 por 100 de los hombres entre los 20 y los 24 años estaban casados. Hoy en día, sólo el 34,6
por 100 de las mujeres y el 21,4 por 100 de los hombres de esas edades lo están (Oficina del Censo de Estados Unidos,
1990b). Estas cifras indican que estamos volviendo a los patrones de matrimonio del siglo pasado, cuando las mujeres
se casaban casi a la misma edad que ahora. Esta tendencia a retrasar el matrimonio varía en intensidad según el grupo
étnico (véase Gráfico 16.4).
La tendencia a posponer el matrimonio refleja en parte una mayor asistencia a la universidad. Las personas que
cursan estudios universitarios suelen demorar el matrimonio hasta haber completado su educación y las mujeres jóvenes
que se están asentando en una carrera son las que más lo retrasan. El retraso también se realza debido a otros cambios
en la sociedad: una mayor tolerancia respecto a las parejas que viven juntas sin estar casadas, la nueva aceptación del
status de soltero o una forma adecuada de vivir y quizá la duda casarse debido a los altos índices de divorcios.
parejas de clase obrera, en línea con su pronta asunción de responsabilidades de adulto, tienen mayor tendencia que las
parejas de clase media a seguir el patrón de los años sesenta de casarse pronto. Una de las razones por las que las
primeras parecen ser reacias a retrasar el matrimonio es que ese papel les ayuda a ser independientes. Los adultos de
clase media suelen abandonar el hogar a ir a la universidad; los adultos de clase obrera lo hacen para casarse.
Cohabitar
Actualmente, las parejas solteras que viven juntas son casi cinco veces más que en 1970; el número de éstas de
todas las edades ha pasado de 5,23 millones a 25,88 millones (Oficina del Censo de Estados Unidos, 1990x). Vivir juntos
o cohabitar se hizo popular en las ciudades universitarias hacia finales de los sesenta. En 1988, más de un tercio de las
mujeres americanas entre 15 y 44 años habían vivido con un novio o pareja sin estar casadas con él (London, 1991). Tal
como nos recordaba la serie de televisión Tres en casa, cohabitar no ha de implicar necesariamente el sexo (o incluso la
amistad), pero a menudo suele ser así.
El compromiso de la relación abarca desde leve (en el que las partes contemplan el arreglo como un acuerdo de
conveniencia temporal y se sienten con libertad para tener relaciones íntimas con otras personas) hasta intenso (en el
que ambos lo contemplan como un camino hacia el matrimonio o una situación permanente sustituta de éste) (E.
Macklin, 1988). La mayor parte de los que cohabitan, o bien se casan o bien rompen al cabo de un año más o menos,
por lo que el acuerdo parece ser un nuevo paso del proceso de cortejo. La cohabitación puede ser una especie de
prueba para comprobar si la relación tiene una base sólida para el matrimonio.
Las personas que viven juntas que finalmente se casan tienden a unir sus ingresos, mantener visiones
relativamente tradicionales sobre los roles de género y pasar la mayor parte de su tiempo juntos (Blumstein y Schwartz,
1983). Una vez casados, son difíciles de distinguir de las parejas que nunca han cohabitado antes del matrimonio. Sin
embargo, son más propensas al divorcio que las otras.
La definición oficial de cohabitación se limita a las parejas heterosexuales, pero muchos homosexuales viven
juntos de una forma similar. De hecho, tanto parejas heterosexuales que cohabitan como las homosexuales (ya sean
gays o lesbianas) pasan por las mismas fases de armonización, crianza y mantenimiento que las parejas casadas
(Kurdek y Schmitt, 1986).
La mayoría de los estudios de varones homosexuales se han quedado obsoletos por los recientes
acontecimientos. Un amplio estudio anterior, que ahora tiene quince años, mostraba que sólo el 10 por 100 de los gays
vivían en una estrecha relación de pareja que se pareciera a los matrimonios convencionales y otro 18 por 100 vivía una
relación sexual estable que se asemejaba a la de los matrimonios abiertos, en la que ambos tenían libertad para tener
relaciones sexuales con otros (A. Bell y Weinberg, 1978). El resto se parecía a los fluctuantes solteros, no tenían parejas
o no podían clasificarse.
Después de que el SIDA empezara a causar estragos en la comunidad gay a principios de los ochenta, muchos
de ellos entablaron relaciones estrechas, confinaron sus parejas sexuales a grupos reducidos o practicaron el «sexo
seguro», especialmente en las zonas urbanas (Stall, Coates y Hoff, 1988). El resultado entre amplios grupos de gays que
se han venido observando durante unos cuantos años ha sido que la proporción de los que han contraído el SIDA cada
año (pero que aún no han desarrollado la enfermedad) ha bajado de un 7,5 por 100 a un 1 o 2 por 100 (Cowley, 1990).
Aunque el miedo al SIDA ha acelerado la continuidad de las relaciones comprometidas entre los gay, estudios anteriores
indican que las relaciones tipo matrimonial ya estaban en auge antes de que empezara la epidemia (E. Macklin, 1980).
Las lesbianas parecen tender más a una relación estable que los hombres. El mismo estudio que mostró sólo un 10 por
100 de gays con una relación estable, señalaba que el 28 por 100 de las lesbianas mantenían una relación de este tipo y
otro 17 por 100 tenía relaciones pero con libertad sexual (A. Bell y Weinberg, 1978). En estudios más recientes, las
parejas gays eran dos veces más propensas que las lesbianas a permitirse tener relaciones sexuales con otros (Kurdek,
1991ª). La diferencia entre lesbianas y gays ha sido atribuida a los diferentes patrones de socialización en la niñez. En
una relación entre gays, ambos miembros han sido socializados para ser independientes; mientras que en una relación
entre lesbianas, ambas han sido socializadas para ser protectoras, interesarse en el amor y el afecto. Las lesbianas y los
gays pueden encontrarse ante conflictos inesperados en sus relaciones, porque no pueden emplear los roles de género
como guía para tomar decisiones (Blumstein y Schwartz, 1983). Puesto que no pueden casarse legalmente, y por tanto
no tienen barreras constitucionales para abandonar una relación insatisfactoria, gays y lesbianas tienen mayor tendencia
a separarse que los heterosexuales, cuando encuentran alternativas deseables para su relación (Kurdek, 1991ª).
Quedarse soltero
La soltería va en aumento en Estados Unidos, en parte porque los adultos retrasan su matrimonio (véase Tabla
16.3). Hay tantas personas que se casan tan tarde que los demógrafos no se ponen de acuerdo con la cifra final de la
población soltera. No todos los adultos solteros viven solos, algunos cohabitan, otros viven con algún amigo o pariente y
otros no se van nunca de casa.
Antaño, las personas que no se casaban tenían que afrontar la desaprobación de la sociedad. En 1975, el 80 por
100 de los americanos creían que las mujeres que elegían quedarse solteras debían estar «enfermas», «neuróticas» o
ser «inmorales» (Yankelovich, 1981). No se decía lo mismo de los hombres solteros, aunque los primeros colonos
tampoco los consideraban favorablemente. Los gobiernos colonialistas intentaron conducir a los solteros al matrimonio
poniendo impuestos de soltería y recogiendo el dinero cada semana (Scanzoni y Scanzoni, 1981). En 1980, la sociedad
había llegado a aceptar este estado y el 75 por 100 de los americanos describieron a las mujeres solteras como
personas sanas que habían decidido seguir un camino distinto en la vida (Yankelovich, 1981).
Los microondas, las comidas congeladas, los vestidos que no necesitan plancha, la mejora en las
comunicaciones y otros servicios de los que hacen uso los solteros, han hecho que vivir solo sea más fácil que hace
treinta años. La televisión hace que uno no se sienta tan solo. Aunque quizá debido al problema económico, cada vez
menos hombres solteros abandonan el hogar de sus padres. Entre los adultos de 25 a 34 años, el 32 por 100 de los
hombres solteros viven con sus padres (Gross, 1991). Entre las mujeres de la misma edad y estado, el 20 por 100
todavía está en casa. Antiguamente, las mujeres se casaban para tener seguridad. Actualmente son económicamente
independientes, pueden casarse para tener una compañía. La libertad económica las ha hecho más selectivas a la hora
de elegir a un compañero.
Las personas que prefieren no casarse dicen que tienen más ventajas: libertad personal, oportunidades
profesionales, libertad y variedad sexual y la posibilidad de mejorar. En un estudio, los individuos solteros estaban física y
emocionalmente tan sanos como los casados (C. Rubinstein, Shaver y Peplau, 1979). De algún modo, las mujeres
solteras se desenvuelven mejor que los hombres en la misma situación. Las que no se han casado nunca tienen más
estudios, mayores ingresos y mejor salud mental que los hombres solteros (E. Macklin, 1980).
TENER HIJOS
Los americanos están teniendo menos hijos y a una edad más avanzada, pero la mayoría acaban siendo padres.
Gran parte de lo que implica la paternidad sigue siendo igual que siempre, pero los cambios en la sociedad han alterado
la experiencia de modo que tiene efectos radicales en sus vidas. Los anticonceptivos baratos y efectivos han traído
algunos de esos cambios. Han conducido a la reducción del tamaño de la familia, lo que implica que hombres y mujeres
pasan menos años involucrados activamente en la crianza de los hijos. En los tiempos de nuestros bisabuelos, no era tan
raro que una mujer volviera a dar a luz casi al mismo tiempo que su hija mayor se convertía en madre. Los
anticonceptivos también han facilitado el retrasar el primer nacimiento, permitiendo a las mujeres que se establezcan en
sus carreras y que la pareja consiga alguna seguridad monetaria antes de embarcarse en ser padres. Este control del
tiempo hace que los hijos sean mejor recibidos.
Debido a los cambios tecnológicos, tener hijos no es tan pesado en la actualidad. Todas las innovaciones que
hacen la vida más sencilla, junto con artículos como los pañales desechables, aligeran la carga de las tareas de ser
padres. Hacen posible que las madres entren (o permanezcan) en el mercado laboral. Aunque los altos índices de
divorcio y el aumento de madres solteras implica que hay más adultos que experimentan al menos una parte de la
maternidad sin el apoyo de una pareja.
Embarazo
Ser padres empieza con el embarazo. Tan pronto como los cónyuges son conscientes de que van a tener un hijo,
su relación empieza a cambiar. Para algunas parejas es un momento de mucho estrés; para otras es un tiempo de
crecimiento personal. El transcurso emocional del embarazo puede estabilizar o romper el matrimonio (Osofsky y
Osofsky, 1984). Algunos de los sentimientos de la mujer respecto a su embarazo son positivos: puede sentirse especial,
fértil, femenina, excitada e impaciente. Otros son negativos: puede tener miedo, estar exhausta, preocupada sobre el
bebé y su habilidad para sobrellevar la maternidad (Grossman, Eichler y Winickoff, 1980). Puesto que se siente
vulnerable, las reacciones de su compañero tienen una gran influencia en el modo en que sentirá su embarazo. Tal como
escribió una mujer embarazada: «no soy la mujer autosuficiente que él conoce y ama. Al salir del trabajo necesito a
alguien que me cuide» (Kates, 1986).
Los hombres generalmente se sienten orgullosos y están excitados ante la perspectiva de ser padre, pero los
sentimientos negativos también son frecuentes. Un marido puede preocuparse por el modo en que el nacimiento del
bebé cambiará su relación matrimonial, la envidia de la capacidad de su mujer de llevar al hijo dentro, celos del bebé,
experimentar una sobrecarga de responsabilidad, o sentirse excluido del misterio y la intimidad del proceso del embarazo
(Osofsky y Osofsky, 1984).
La calidad de la relación matrimonial afecta al curso del embarazo. Entre 100 parejas tradicionales de clase
media que estaban esperando su primer o segundo hijo, las mujeres cuya relación era buena y que compartían la toma
de decisiones, experimentaban pocos problemas fisicos y emocionales (Grossman, Eichler y Winickoff, 1980). Cuando el
bebé había sido deseado en el momento de la concepción, el estrés y las complicaciones durante el embarazo
disminuían, hallazgos que han podido probarse gracias a los últimos estudios (Heim, 1992).
La mayoría de las parejas se embarcan en su primer embarazo con poco conocimiento de lo que ello supone. No
obstante, cuanto más saben los futuros padres, mejor parecen adaptarse a los cambios en sus vidas. En un estudio
longitudinal de parejas jóvenes de clase obrera y media que iban a tener su primer hijo, las que sabían lo que les
esperaba durante el embarazo, el nacimiento y el primer año del bebé afrontaron mejor todos los aspectos del proceso
(Entwisle y Doering, 1981). Entre las parejas de una amplia gama de procedencias socioeconómicas y étnicas (anglo,
afroamericanos, asiático-americanos e hispanos), los que participaron en grupos de parejas y se encontraban
semanalmente durante el embarazo también hicieron una transición hacia el nuevo estado más suave que las parejas
que no lo hicieron (P. Cowan y Cowan, 1988).
Ajuste a la paternidad
El nacimiento del primer hijo causa un gran revuelo en la vida de la pareja. Cambia los roles sociales de las
personas, sus patrones de amistades, personalidad, valores y participación en la comunidad. Muchas mujeres dicen que
el mayor cambio en su vida no tuvo lugar cuando se casaron, sino con el nacimiento del primer hijo. Anteriormente vimos
que las personas ven el convertirse en padres como un indicador de convertirse en adultos. Conlleva una nueva forma de
responsabilidad para ambos. Ahora han de proteger y cuidar otra vida, un ser que llega al mundo indefenso.
Durante la primera semana tras el nacimiento del bebé, muchas mujeres atraviesan un breve período de
«depresión posparto», en el que lloran, maldicen al bebé y están confusas. Casi un 20 por 100 pasa este proceso (véase
Capítulo 5), que incluye pesadillas, sentimiento de impotencia y tristeza, miedo o preocupación por el bebé. Sólo el 8 por
100 padece depresiones lo bastante graves como para necesitar tratamiento psiquiátrico (Fedele et al., 1988).
La experiencia de ser padres afecta en la personalidad, pero la naturaleza del cambio depende de las características de
la persona, el bebé, la relación matrimonial y el nivel de apoyo social. Los conceptos de yo se modifican a medida que se
van viendo como padres, además de compañeros y amantes. En la mayor parte de los casos, la autoestima o permanece
estable o aumenta, los padres suelen sentirse más valiosos y su confianza en sí mismos suele crecer (Antonucci y Mikus,
1988). Como veremos en el recuadro El ser padres intensifica los roles de género-, ser padres inclina a ensalzar los roles
tradicionales en muchos adultos.
La calidad de la relación conyugal afecta en el modo en que los padres tratarán a su bebé. Entre las parejas
blancas de clase media, las madres con relaciones estrechas y seguras eran especialmente afectuosas y sensibles con
sus bebés, quizá porque esos matrimonios cumplían las necesidades emocionales de las mismas (Cox et al., 1989). (Los
padres de estos matrimonios solían tener actitudes positivas hacia sus bebés y su rol paterno.) En el Capítulo 8 vimos
que la sensibilidad y el afecto de una madre estaba asociado con la seguridad del apego de su bebé.
las exigencias y responsabilidades de ser padres también pueden afectar la relación. La mayoría de los estudios
indican pequeños pero significativos declives en la satisfacción conyugal tras el nacimiento del niño/a. De todos modos,
algunos nuevos padres dijeron que sus matrimonios eran más gratificantes desde la llegada de su primer hijo (P. Cowan
y Cowan, 1988). Tanto si la satisfacción aumenta o desciende, las parejas tienden a permanecer en el mismo lugar que
cuando se les clasificó por orden de satisfacción, con correlaciones desde 0,52 a 0,79 entre los principios del embarazo y
nueve meses después del nacimiento del bebé (Belsky, Spanier y Rovine, 1983). La continuidad que aparece
consistentemente en los estudios indica que los bebés ni crean malestar donde no existía, ni unen a parejas que tenían
problemas (P. Cowan y Cowan, 1988). De todos modos, los sentimientos positivos de las esposas respecto a sus
maridos generalmente descienden tras el nacimiento del niño (véase Gráfico 16.5). Estos sentimientos afloran cuando el
bebé tiene 3 meses, para volver a establecerse cuando el pequeño cumple los 16 meses y ser tan afectuosas con sus
maridos como antes (Fleming et al., 1990).
Muchas parejas encontraron que se comunicaban menos tras el nacimiento de su hijo; la espontaneidad que
caracterizaba su vida social y sexual se reducía en gran medida. Comentaron tener más tensiones y angustias, más
desacuerdos y menos entendimiento mutuo durante los primeros años de paternidad que en ningún otro momento.
Puede que todo este estrés no se deba a este estado; las parejas sin hijos dan muestras de un estrés similar durante el
segundo o tercer año de matrimonio -casi cuando la mayoría tienen su primer hijo (Kurdek y Schmitt, 1986).
Cuando las parejas se sienten separadas por los hijos, esta situación parece surgir a raíz del poco tiempo que pueden
estar juntos, los desacuerdos sobre la educación del hijo, o los sentimientos del marido de que la mujer está tan absorta
en los hijos que se olvida de él (L. Hoffman y Manis, 1978). Según parece, la paternidad intensifica los placeres y las
insatisfacciones, y la situación en la que se encuentra una pareja determina en qué sentido se subirán o bajarán los
peldaños.
Con el nacimiento del primer hijo, independientemente de lo igualitario que sea el acuerdo de la pareja, los
cónyuges pasan a una división más tradicional de las tareas domésticas (P. Cowan y Cowan, 1988). El modo como se
dividan las tareas no afecta en la satisfacción matrimonial, pero la satisfacción de ambos con tal división tendrá una gran
repercusión. Cuando el bebé ya ha cumplido 6 meses, la mayor parte de los hombres ayudan menos en las tareas del
hogar pero pasan más tiempo cuidando del hijo que en los primeros meses. Es también muy importante que estén de
acuerdo en el modo en que han de educar a los hijos. En un estudio, las diferencias en las actitudes de los padres sobre
la educación de su hijo de 3 años predecía un divorcio cuando éste cumpliera los 11 (G. Roberts, Block y Block, 1984).
A pesar del estrés, el ser padres parece ser una experiencia gratificante. Cuando los investigadores preguntaron a los
padres de bebés de 18 meses «¿Cuál ha supuesto la mejor parte de formar una familia para cada uno de ustedes?»,
casi todos, hombres y mujeres, respondieron que tener a su hijo (P. Cowan y Cowan, 1988). Hablaban de la expectación
de observar el desarrollo del niño, de redescubrir el mundo bajo la perspectiva del pequeño, de aprender a resolver los
problemas con mayor eficacia, de conexiones más positivas con sus propios padres, de un renovado sentido de
propósito en su trabajo e implicación en la comunidad, de sentimientos de orgullo y cercanía. Estos sentimientos parecen
ser duraderos. Entre los padres de preescolares de una amplia muestra nacional, del 95 al 98 por 100 de los padres y
madres -independientemente de su nivel cultural- dijeron que habían encontrado una gran satisfacción al convertirse en
padres (L. Hoffman y Manis, 1978).
Madres solteras
Una profesora de enseñanza secundaria, soltera, de 33 años, es inseminada artificialmente y da a luz un hijo.
Una ejecutiva del mundo de la informática, soltera, de 38 años, adopta un bebé mejicano. Una psicóloga escolar, soltera,
de 35 años, pide a un amigo de la universidad que sea el padre de su hijo (Kantrowitz, 1985). En todo el país están
naciendo un número cada vez mayor de niños de madres solteras de 20 a 30 años que tienen buenos trabajos y futuros
asegurados económicamente. Han retrasado el matrimonio, sienten que la biología no les permite esperar más o son
mujeres que saben que quieren tener hijos pero no maridos. Estos casos que han recibido tanta publicidad entre la clase
media oscurecen la situación de la mayoría de las madres solteras que tienen hijos. Gran parte de estas madres no
tienen las posibilidades económicas de la «nueva madre soltera». Estas mujeres tienen menos cultura, menos recursos
financieros, menos cuidados prenatales y es más fácil que tengan bebés de bajo peso que sus homólogas casadas
(Ventura, 1985). Muchas de ellas se enfrentan diariamente con graves dificultades económicas (McLoyd, Ceballo y
Mangelsdorf, 1993).
Aunque la proporción de nacimientos entre madres solteras también ha subido en muchos países, tal como se ve
en el Gráfico 16.6, tales nacimientos no indican automáticamente que la mujer esté criando al hijo ella sola. En muchos
países, una gran parte de estos nacimientos se producen entre parejas que cohabitan. Los estudios indican que el 45 por
100 de las madres australianas solteras y primerizas viven con el padre de su hijo, al igual que la mayoría de la suecas
en la misma situación (Burns, 1992). Algunas de estas parejas se casan más tarde, pero la cohabitación es un acuerdo
frágil, tal como ya hemos visto.
Cuando las parejas que cohabitan se separan, la ruptura conlleva padres solitarios; otros padres en esta misma
situación han llegado a ella a consecuencia de un divorcio o muerte. Un número cada vez mayor de padres se
encuentran cuidando a sus hijos en soledad. Entre 1970 y 1989, la proporción de familias en la que los hijos vivían
únicamente con su madre aumentó del 9,9 al 20,2 por 100, y la de niños que vivían solamente con su padre pasó del 1,2
al 3,3 por 100 (Oficina del Censo de Estados Unidos, 1991). Muchas de estas familias uniparentales tienen más de un
hijo. Aunque la mayor parte de la información que tenemos de familias de este tipo provienen de estudios en los que el
cabeza de familia es la madre, la información que se tiene sobre los casos en que es el padre el responsable indican que
muchos de los problemas son similares, independientemente del género del que esté al cuidado.
El principal problema, como vimos en el Capítulo 9, es que una persona está sobrecargada con las
responsabilidades que comparten las familias intactas. Comparando a las madres casadas del mismo nivel
socioeconómico, las madres solteras de niños preescolares padecen un mayor estrés, trabajan más horas y reciben
mucho menos apoyo de su red social (Weinraub y Wolf, 1986). La mayor parte de los padres solteros dicen que esta
sobrecarga en cl rol es el aspecto más angustioso de su situación.
A pesar del esfuerzo, muchos padres solteros se sienten orgullosos y felices de sus logros. Se encuentran
desarrollando nuevos aspectos de sus personalidades. Las mujeres que viven por su cuenta son más seguras de sí
mismas; los hombres que se ven forzados a asumir el rol maternal se vuelven más protectores (Weiss, 1979ª).
El papel de padres solteros también afecta al modo en que un hombre o una mujer realiza su trabajo. Los padres
dicen que el cuidado del hijo les limita su movilidad laboral, interfiere en sus horas laborales y ganancias, cambia las
prioridades de su trabajo y dificulta el ser transferido a otro lugar (Keshet y Rosenthal, 1978ª). También limita su
conducta en el trabajo y restringe el tipo de labor que desempeñan, sus promociones y relaciones con los otros
trabajadores y supervisores. Las madres con empleo también sufren similares restricciones.
DIVORCIARSE
Las parejas casadas tienen menos probabilidades que hace años de continuar juntos si su relación no es muy
buena. En Estados Unidos, casi uno de cada dos matrimonios termina en divorcio (Bumpass 3, Castro-Martin, 1989) y
otras parejas se separan pero no se divorcian. En una encuesta nacional, el 8 por 100 de las mujeres blancas y un 33 por
100 de las afroamericanas estaban separadas sin estar divorciadas (London, 1991).
Los cambios sociales pueden ser responsables de los altos índices de disolución de matrimonios. Los mismos
avances que han llevado a un aumento en la soltería, también han hecho que las personas se aferren menos a un
matrimonio insatisfactorio. Las mujeres ya no confían en los hombres para su seguridad económica. Los cambios
tecnológicos han hecho que el adulto solitario (o el adulto solitario con hijos) pueda arreglárselas en el hogar. La
sociedad ha eliminado el estigma social que una vez acompañó a estar divorciado.
Junto con la eliminación de estas barreras del divorcio vino la exigencia de que el matrimonio había de alcanzar
un nivel de felicidad que antes nunca se hubiera esperado, creando una carga quizá demasiado pesada para sobrellevar.
En otra época, nuestra definición de matrimonio feliz era aquel en que los cónyuges convivían cómodamente a diario,
sintiendo que las cosas estaban “bien”. Sólo una situación muy desagradable les conducía a romper los lazos. Hoy en
día esperamos que el matrimonio ofrezca un amor romántico, crecimiento personal y autorrealización para ambos
miembros. Si no es así es probable que deseemos terminarlo pronto.
Algunas relaciones parecen ser duraderas, a pesar de todo; otras se rompen fácilmente. La mayor parte de los
divorcios entre los jóvenes adultos tienen lugar en los primeros cuatro años y casi el 40 por 100 de todos los divorcios
suceden en los que la mujer es menor de 30 años (Centro Nacional de Estadísticas Sanitarias, 1990). ¿Qué sitúa a un
matrimonio en una posición de alto riesgo? Hay varios factores que contribuyen al divorcio: casarse cuando ya se ha
concebido el primer hijo; contraer matrimonio antes de los 20 años; ser menor de 30; no ir o ir esporádicamente a
servicios religiosos; ser afroamericano. (Ser hispano reduce las posibilidades de divorcio.) Ser pobre o no acabar los
estudios incrementa el riesgo; en la mujer, el tener una buena educación y una carrera con éxito, que la haga
independiente, también aumenta el riesgo de divorcio (Glenn y Supanic, 1984).
Cuando se preguntó a las parejas divorciadas por qué había fracasado su matrimonio, las mujeres lo achacaban
a problemas de comunicación, infelicidad, incompatibilidad, abuso emocional y problemas financieros (Cleek y Pearson,
1985). Otras, en casos menos frecuentes, alegaban alcoholismo, infidelidad o malos tratos físicos por parte de su marido.
Los hombres también hablaban de los problemas de comunicación, infelicidad, incompatibilidad, problemas sexuales y
financieros, y unos pocos dijeron tener problemas de infidelidad y alcoholismo por parte de sus esposas.
Al intentar explicar el porqué se rompen los matrimonios aparentemente felices, Graham Spanier y Roben Lewis (1980)
sugieren que las fuerzas externas pueden jugar un papel importante. Contemplan la estabilidad matrimonial bajo el
equilibrio de los esfuerzos y recompensas que ponen y reciben cada uno de los cónyuges. Estar satisfecho con un estilo
de vida, las recompensas de la interacción con el cónyuge y los recursos sociales y personales del matrimonio pueden
igualarse a las insatisfacciones que estén experimentando en el presente. En esa situación, si aparece otra alternativa,
como otro posible compañero o una decisión crucial en tema profesional, puede desestabilizar el equilibrio e irse a
«pique» el matrimonio.
Una vez ha empezado el proceso de divorcio, éste tarda mucho tiempo en completarse. El divorcio parece
atravesar tres etapas: separación, adaptación al divorcio y reconstrucción (Golan, 1981). La primera fase empieza
cuando los cónyuges no pueden resolver un conflicto básico y los lazos emocionales empiezan a desgastarse. Los
sentimientos desagradables -ira, culpabilidad, amargura, inadecuación, soledad- van unidos a sus interacciones.
Finalmente, se separan. Sin embargo, sus ataduras permanecen aún mucho después de que han dejado de amarse. Al
estar alejado del compañero, cada uno sufre un estrés emocional bastante similar a la angustia de la separación que
desarrollan los bebés y los niños pequeños (véase Capítulo 8). Aunque todavía enfadados y desconfiando de su anterior
cónyuge, cada uno se preocupa del otro y a menudo tienen celos (Hetherington y Camara, 1984). Siempre están
esperando tener noticias del otro. ¿Está con alguien? ¿Fue a la fiesta de los Gutiérrez? No todos los que se divorcian
pasan estos períodos de ansiedad, pero incluso los que han pedido el divorcio para casarse con otra persona suelen
pasar estas fases de profundo dolor. Una vez queda claro que la reconciliación es imposible, cada uno de los cónyuges
puede sentirse invadido por la soledad.
Cuando ya se ha concedido el divorcio, pasan a la segunda fase, en la que se adaptan realmente al divorcio.
Generalmente es un período infeliz. Puede que rechacen su nueva libertad, algunos pronto encuentran que sus
expectativas sobre la vida de divorciados no eran realistas. Pueden sentir que van a la deriva, desenraizados y
angustiados. Han perdido su rol principal (esposa, esposo) y han asumido uno nuevo (adulto divorciado) en una sociedad
en la que no se han desarrollado reglas y tiene pocas expectativas para el mismo. La mayoría se encuentran aislados de
sus anteriores actividades sociales, que se centraban en torno a parejas casadas. Muchos de ellos, básicamente
mujeres, han de afrontar serios problemas financieros. Otros se deprimen.
No obstante, algunas personas atraviesan el divorcio con un exaltado sentimiento de bienestar y dan muestras
de crecimiento personal (Wallerstein y Blakeslee, 1989). Entre las mujeres de la clase obrera que estaban en proceso de
divorciarse, las que tenían actitudes menos tradicionales hacia los roles de género eran las que mejor lo llevaban (P.
Brown, 1976). Otras características que predecían el crecimiento personal a partir de dicha experiencia incluían el tener
una vida social activa, hacer nuevos amigos, tener poca relación con el anterior cónyuge, alcanzar un status en la
separación coherente con sus metas, tener altos ingresos, no haberse divorciado antes y tener una afiliación religiosa.
Hacia finales del segundo año, la mayor parte de los adultos divorciados empiezan a entrar en la tercera fase, en
la que reconstruyen sus vidas. Su situación financiera ha mejorado, se han asentado en sus nuevos hogares y su nueva
vida social está en marcha. Los que estaban demasiado apegados a sus anteriores cónyuges puede que hayan roto sus
vínculos a través de una nueva relación íntima (Hetherington y Camara, 1984). Habiendo puesto en funcionamiento el
proceso de reconstrucción, muchos de ellos pueden estar preparados para volver a casarse y esperan tener éxito en el
próximo intento.
VOLVER A CASARSE
Casi un 40 por 100 de todos los matrimonios se dan entre personas que ya han estado casadas antes. La mayor
parte de estos segundos matrimonios tienen lugar unos tres años después del divorcio y son los jóvenes adultos los que
más tendencia tienen a hacerlo (Gliek y Lin, 1986). Entre las mujeres jóvenes de una encuesta nacional que se habían
divorciado o se habían quedado viudas, el 53 por 100 de las mujeres blancas, el 25 por 100 de las afroamericanas y el
30 por 100 de las hispanas se casaron de nuevo en un plazo de cinco años (London, 1991). Los segundos matrimonios
parecen ser menos estables que los primeros, con casi un 60 por 100 de fracasos (Kantrowitz y Wingert, 1990). Algunos
investigadores han sugerido que esta mayor predisposición al divorcio puede que no se deba al hecho de que los
segundos matrimonios sean innecesariamente poco satisfactorios. Las personas que se han vuelto a casar ya han
demostrado su voluntad de finalizar una relación conyugal difícil, y su experiencia anterior les ha proporcionado el
conocimiento suficiente para saber hacerlo (Glick, 1980).
Los segundos matrimonios difieren de los primeros de varios modos, según Frank Furstenberg (1982). Primero,
las personas que se casan por segunda vez pueden desarrollar conscientemente un nuevo estilo de interacción con el
segundo cónyuge. Juzgan su nuevo matrimonio respecto al primero y recuerdan lo que fue mal la primera vez; entonces
alteran su conducta para evitar los mismos fracasos. Segundo, el estar en contacto con el cónyuge anterior a menudo
afecta al nuevo matrimonio, especialmente si hubo hijos en el primero. Las relaciones se complican y los vínculos
económicos del anterior matrimonio (pensión para los hijos, propiedades, pólizas de seguros, testamentos) pueden
afectar la situación económica del segundo enlace.
Tercero, las personas que vuelven a casarse son más mayores y experimentadas, quizás han alcanzado un
status social más alto desde que iniciaron su primera relación matrimonial. Una persona de 32 años que está establecida
en su profesión no enfoca el matrimonio de la misma manera que otra de 23 años, que quizás acaba de salir de la
escuela. La diferencia de edad en los segundos matrimonios también suele ser mayor. En estos casos, generalmente el
hombre es seis años mayor que la mujer; en los primeros matrimonios la diferencia suele ser de unos dos o tres años. Un
hombre divorciado se suele casar con alguien más joven que su primera mujer, y una mujer en la misma situación se
casa con alguien más mayor que su primer marido (Glick, 1980). Por último, los patrones sociales puede que hayan
cambiado desde la primera unión. Los cambios en las normas culturales pueden alterar las expectativas y
responsabilidades en áreas como es el uso de anticonceptivos, los roles de género, las expectativas económicas, el
empleo de la mujer y el cuidado de los hijos.
Los segundos matrimonios también se parecen a los primeros de otras formas. Una vez transcurrido el período
de luna de miel, los niveles de satisfacción y conflictos conyugales, así como los estilos de interacción de la pareja,
parecen ser casi iguales que entre las que se encuentran en su primer enlace. Las parejas de un estudio longitudinal que
se habían vuelto a casar eran tan positivas, se comunicaban tan bien con su compañero y demostraban una conducta
con el mismo nivel de coacción que las parejas no divorciadas en su primer matrimonio (Hetherington et al., 1992). El
aura menos romántica del segundo matrimonio puede ayudar a explicar el porqué las personas que se han vuelto a casar
dicen que han cambiado sus problemas conyugales. En lugar de preocuparse por la inmadurez de su pareja, los
problemas sexuales y su propia falta de preparación para el matrimonio, se preocupan por el dinero y los hijos
(Messenger, 1976). Cuando hay niños de por medio, las principales diferencias entre el primero y el segundo matrimonio
puede ser que en el segundo, al menos durante los primeros años, la relación conyugal no sea tan fuerte como el vínculo
madre-hijo que se desarrolla en la primera familia y que se refuerza en el período de uniparentalidad (Hetherington et al.,
1992).
Tal como indica nuestra encuesta con jóvenes adultos, la sociedad norteamericana ha desarrollado una
diversidad de estilos de vida. El nivel socioeconómico, la educación, el género y los grupos étnicos influyen en cada
aspecto del desarrollo, así como la naturaleza de la sociedad. En el próximo capítulo veremos que muchos de estos
mismos factores también afectan al desarrollo cognitivo desde los 20 a los 65 años.
SUMARIO
CAMBIO SOCIAL
Los momentos adecuados para acontecimientos como el matrimonio, la carrera y el ser padres ya no están tan ligados a
la edad, especialmente en la clase media, haciendo de Estados Unidos una sociedad en la que la edad es irrelevante.
Los jóvenes adultos se casan más tarde, retrasan el nacimiento de sus hijos y tienen familias más reducidas.
CARACTERÍSTICAS FÍSICAS
Durante la juventud, los hombres y las mujeres se encuentran en la cumbre de la agilidad, fortaleza y rapidez física. No
obstante, internamente sus órganos empiezan a envejecer, y hacia los 30 los reflejos han disminuido.
TEORÍAS Y TEMAS DE LA JUVENTUD
En la teoría de las etapas psicosociales de Erikson, los jóvenes adultos se enfrentan a la tarea de desarrollar la intimidad.
Esta tarea universal es distinta en las mujeres y los hombres, debido a su socialización anterior. En la teoría de las
etapas de Levinson, los hombres atraviesan una secuencia ordenada que alterna entre fases tranquilas y estables y otras
de transición, durante las cuales se cuestionan los patrones de su vida y exploran nuevas posibilidades. En la juventud
desarrollan la autonomía e intimidad y consolidan sus carreras. En la teoría de Gould, los jóvenes atraviesan cuatro
fases; en cada una de ellas se vuelven a formular sus conceptos de yo, enfrentarse a las ilusiones y resolver conflictos.
En la teoría de Gutmann, el desarrollo de la personalidad está muy influenciado por el imperativo de la paternidad.
Uno de los temas que conciernen al desarrollo del adulto es la naturaleza de las transiciones. Algunos investigadores
mantienen que éstas provocan mucho estrés; otros creen que sólo lo crean cuando no se prevén y no forman parte del
curso normal de la vida. Otro tema es el del momento de la etapa adulta: ¿Cuándo madura una persona?
EL CONCEPTO DEL YO Y LA AUTOESTIMA
El concepto de yo muestra continuidad y cambio durante la juventud. En los hombres la autoestima parece aumentar a
lo largo de la juventud, aunque generalmente desciende entre los que no tienen trabajo. A pesar de que las mujeres
suelen sentir menos control sobre sus vidas, su autoestima generalmente es alta. Cuando las mujeres muy competentes
se convierten en amas de casa, su autoestima puede deteriorarse. Un número cada vez mayor de jóvenes adultos son
andróginos.
TRABAJO
El trabajo afecta a la personalidad, la vida familiar, las relaciones sociales, las actitudes y valores. La complejidad del
trabajo parece ser uno de los principales factores en la personalidad. El trabajo puede ser una fuente de estrés o de
satisfacción y su potencial para influir en la moral puede ser mayor en aquellos que desempeñan pocos roles sociales. La
mayoría de los hombres y mujeres solteras suelen tener historiales profesionales ordenados, pero otras mujeres puede
que estén entrando y saliendo del mundo laboral. Las madres trabajadoras parecen tener una moral más alta y no tienen
tantos síntomas de estrés como las que están en casa.
MATRIMONIO
Los adultos se casan más tarde que hace unas décadas. Las parejas es fácil que profesen la misma religión, sean de la
misma raza, procedencia étnica y nivel socioeconómico. El matrimonio establece la familia como un sistema social,
viéndose afectados los roles conyugales por el modo en que se realice la división de poder. El equilibrio del poder se
puede ver afectado por los ingresos de cada uno, su visión del hombre como el que ha de mantener el hogar, y el grado
en que uno de ellos ama menos que el otro. La satisfacción en el matrimonio parece depender básicamente en la
habilidad que tengan sus miembros para transmitir emociones positivas, junto a otros factores importantes que también
afecten en este proceso.
La cohabitación varía en el compromiso que va desde leve a intenso y puede que se haya convertido en un nuevo paso
en el proceso de cortejo. Las parejas que cohabitan y las casadas parecen tener mucho en común y obtienen la misma
satisfacción de sus relaciones. Los gays y lesbianas que cohabitan son muy similares a las parejas heterosexuales en la
misma situación y atraviesan los mismos procesos para establecer una relación. Un número cada vez mayor de hombres
y mujeres se quedan solteros, en parte debido a que la vida es más fácil que hace tiempo y a que las mujeres ya no son
dependientes económicamente de los hombres.
TENER HIJOS
El ser padres empieza con el embarazo y la calidad de la relación conyugal afecta al curso del mismo. Cuando una
persona se convierte en padre cambian sus roles sociales, los patrones de amistad, las relaciones familiares, la
personalidad y su implicación en la comunidad. Poco después del nacimiento de un hijo, algunas mujeres pueden tener
una depresión posparto. Algunos estudios indican un declive en la satisfacción conyugal, la satisfacción antes del
nacimiento de un hijo está correlacionada con la que tendrá posteriormente. Las parejas que deciden no tener hijos se
parecen en su autoestima, madurez y satisfacción en la vida a las que los tienen. Los padres solteros encuentran que la
sobrecarga de roles es agotadora pero gratificante.
DIVORCIARSE
El índice de divorcios ha aumentado, en parte debido a que las parejas rompen a menos que la relación conyugal
proporcione un amor romántico, crecimiento personal y autorrealización. La mayoría ocurre durante los primeros cuatro
años y cuando los cónyuges perciben más esfuerzos que recompensas en su relación. El divorcio atraviesa tres etapas:
1) realización del conflicto básico y separación inicial; 2) divorcio y adaptación a su realidad, y 3) reconstrucción de la
vida como persona sola.
VOLVER A CASARSE
Los segundos matrimonios difieren de los primeros en que el cónyuge que se ha vuelto a casar puede desarrollar un
nuevo estilo de interacción; el cónyuge anterior puede complicar la relación; el cónyuge es más mayor y experimentado y
las expectativas sociales y responsabilidades en áreas que afectan al matrimonio pueden cambiar. La satisfacción
conyugal en los segundos matrimonios es casi la misma que en los primeros, aunque el divorcio es casi más probable.
andrógino
concepto de yo
sociedad en la que la edad es irrelevante
cohabitación
imperativo de la paternidad
transición
Tener hijos 40,2 34,8 33,3 11,1 14,3 31,6 11,5 5,3
Casarse 19,8 21,7 21,2 19,9 35,7 15,0 3,8 13,7
Autofinanciarse 13,9 14,1 15,2 34,8 21,4 24,7 46,2 47,4
Conseguir un 8,1 3,3 6,1 9,1 14,3 9,1 7,7 6,3
trabajo
Acabar los estudios 5,8 8,7 18,2 7,3 0,0 5,6 3,8 5,3
Salir del hogar de 5,1 10,9 3,0 9,8 7,1 7,8 23,1 7,4
los
padres
Otros 7,1 6,5 3,0 8,0 7,1 6,2 3,8 14,8
Número 1113 92 33 287 14 320 26 95
• Cuando se les preguntó qué acontecimiento fue (o podría ser) el más importante en hacerles sentirse adultos, la
mayoría de las madres y padres blancos respondieron el ser padres. La respuesta más común entre los hombres y
mujeres blancos que no tenían hijos fue «autofinanciarse»; la mayoría de las afroamericanas consideraban el
matrimonio como el acontecimiento más crucial.
0-1
51-
z .m .. mote _x
Personalidad:
Feliz 88,0 100,0
Seguro de sí mismo 83,8 100,0
Deprimido 40,2 49,6
Perezoso 36,2 48,3
Estilo de vida:
Viajar mucho 43,6 94,0
Tener muchos amigos 74,6 91,2
Ser un indigente 4,5 19,6
Sufrir depresiones ner-
viosas 11,1 42,7
Físico:
Sexy 51,7 73,5
En buena forma 66,7 96,5
Tener arrugas 12,0 41,0
Paralítico 9,4 17,9
Habilidades generales:
Hablar bien en público 59,0 80,3
Tomar tus propias de-
cisiones 93,2 99,1
Manipular a las perso-
nas 53,5 56,6
Hacer trampas a la
hora
de pagar impuestos 9,4 17,9
Otros sentimientos
respec-
to a usted:
Poderoso 33,3 75,2
De confianza 95,7 99,1
Irrelevante 12,8 24,8
Ofensivo 24,8 32,5
Ocupación:
Famoso de los medios
de
comunicación 2,2 56,1
Propietario de un 1,4 80,3
negocio
Conserje 2,6 6,8
Guarda de prisiones 0,0 4,3
• Temas de muestra de un cuestionario que describía 150 yoes posibles (f/j positivo, ‘/j neutral y ‘/j negativo). El radio
de yoes de positivos u negativos considerados por los estudiantes universitarios fue casi de cuatro a uno.