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Una cámara digital de 5.5 mega píxeles dispara su cañón plateado, destru-
yendo la oscuridad con ametrallados haces de luz. Una turista (escandinava,
blanquísima, dientes perfectos y hombros masculinos, polo “I Love NY”) sonríe
despreocupada a un trejo y cetrino vendedor de chucherías. Le dice cosas en
masticado español, desea mentalmente aquel cuerpo ambulante y altamente
trajinado, altamente brichero. Sin que medie más recato, los veo perderse hacia
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¡Ñañitooooo...!
-¿Tú crees?
-¿Por qué?
-¿Adónde vamos?
-Adonis vamos...
Según la mitología griega que se cuenta por acá, Adonis era un atractivo mu-
chacho que tan pronto le llegó la edad fértil, se convirtió en amante de la diosa
Perséfone, quien vio harto futuro en el mancebo desde que fue abandonado en
una cesta y encontrado por la madame. No obstante, la diosa Afrodita también
deseaba su compañía (se había enamorado al verlo dormir desnudo). Dueña de
unas caderas que no mentían, la muy pendenciera, imploró al gran Dios Zeus
para que le ayudase a poseer eternamente el codiciado objeto de sus húmedos
sueños. Y así fue. Todos felices, todos contentos, en principio. Pero, no obstante
sus enormes dotes amatorias, Adonis no la pasaba tan bien. Era un ser urgido de
afecto. Un tipo duro al que se le ama precisamente porque es incapaz de amar
en retorno. Tras una vida disipada y excesiva, llena de vacíos y retornos, entre
fuegos cruzados que mezclaban eterna juventud, ausencia, obsesión y violencia,
Adonis �nalmente fue asesinado horriblemente - tajo facial y desviación de ta-
bique incluida - por Ares, quien de ese modo se convirtió instantáneamente en el
nuevo favorito del Olimpo femenino.
Welcome to hell.
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El In�erno, en todo caso, también puede ser un buen lugar. El Adonis (ADN,
como lo conocen en el mundillo simpatizante) es heredero de una tradición de
apertura hacia manifestaciones de su género que remecieron en su debida opor-
tunidad esta aún pacata y cuchicheante aldea, donde las peluquerías unisex se
multiplican por decenas y los colectivos LGBT han encontrado espacio insospe-
chado (sino, pregúntenle al MHOI, las CHER, las JHACS y demás congéneres).
Pero, aunque en apariencia parecemos muy friendly con las opciones sexuales
minoritarias, a pesar de que es muy común observar a amiguitos de la vida di-
ferente rodeados de una turba de gente que celebra y aplaude sus monerías, a
pesar que es mucho más común comerse una bolsita de rosquitas de almidón con
el peinador de tu barrio que con la doña cucufata de los rosarios de huairuro, sin
embargo, existen rezagos de subdesarrollo mental, sobre todo en los miembros
de la Cofradía del Zombie Decente. Debido a la imposibilidad de que algunos
dejen de entrometerse en asuntos que no les incumben, fue estrictamente impe-
rativo que se propagaran ghettos de diversa esencia, algunos no tan edi�cantes,
pero representativos de la corriente apaga-la-luz-y-disfruta.
La Jarra produjo hijos ilegítimos de toda laya. Uno de aquellos espacios fue el
tristemente célebre Jaula de las Locas (cerrado por desuso y convertido después
en un night club llamado Botella Borracha) donde lo más divertido del momento
estribaba en las peleas de callejón que protagonizaban airadas criaturas afec-
tadas en su feminidad. Posteriormente, el LGY, pretencioso y decidido a toda
costa por convertirse en la mejor discoteca gay, resaltó unas espectaculares
drag queen que des�laban por su pasarela, invitando a los transeúntes a unirse
a la �esta. Su aspecto de casa blanca e inmaculada parecía negado a dislates
hedonistas, pero sí para relaciones públicas en sectores in�uyentes, que se des-
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El Spectrum, sobreviviente del caos, tenía peor fama. Ubicado en Las Colinas,
en el populoso distrito de San Juan, ir hacia su espectral encuentro constituía
una tarea de machos. Rodeado de un penetrante olor a orines empozados, su
ausencia de luz exterior le daba un aura de posada extraviada en la vegetación,
solo cortada por un camino de tierra al que la proverbial incontinencia climática
podía convertir en fangal en un abrir y cerrar de ojos. Eso sí, cuidado con lo que
iban a ver dentro. No habían allí estilizados representantes del transformismo,
sino maricones que provocarían el espanto generalizado de cualquier alma pura
y santa: peludos, desdentados, patichuecos, Thalías o Paulinas Rubio - de quinta
categoría - ensimismadas en la dimensión desconocida, rodeados de una gama
de esporádicos amantes con intenciones comerciales – los maperos -, soldaditos
del Fuerte Alfredo Vargas Guerra en día de franco, con todas las ganas y olores
posibles, combinados con maleantes manos largas; revueltos entre tanta voz de
pito que se disfrazaba de grito testosterónico cuando les despertaba el otorongo
que llevamos dentro. No era aconsejable ir en moto y era mejor entrar en man-
cha, porque a la salida podías encontrarte en medio de una guerra de pandillas,
Mashacuris vs. Berracos, dispuestos a no dar tregua a ningún curioso, chivos de
mierda que no han aprendido aún lo que es ser hombre (o al menos parecerlo.)
Otros nombrecillos aparecerían con el paso del tiempo, menos ortodoxos, más
ambiguos, como el Copacabana y el Alaska, bares open donde al llegar la noche
todos los gatos se convertían en absolutamente pardos. Además de hoteles al
paso, videos porno, el mundo alternativo no había sido muy abierto con la socie-
dad, en general. Hasta que llegó el ADN.
Los �ashes y luces/ las cortadoras/ las esferas retro re�ejan platino en cada res-
quicio del local. Un chiquillo de unos dieciséis años menea su cuerpo como una
batidora al compás de un techno desmedido. Asistentes: fácilmente superan los
350 (quizás más). El aire es viciado, espeso, caliente. Las prendas rápidamente
se adhieren al cuerpo, el profuso sudor de los invasores que se mueven a tu cos-
tado te retiene. Britney Spears canta I’m a slave for you. Hay un solo de jadeos
y sofocos implacables, ah, ah, ah.
Alguien ha dejado correr el rumor que el show principal será sexo en vivo.
Hardcore. Pero los administradores, conscientes de que acá viene mucha gente
(no necesariamente de la más urgida ni solamente homosexual) deciden que esta
noche se deje de lado tan audaz gancho marketero. Mientras tanto, en el segun-
do piso, a través de una pantalla gigante, imágenes de una caótica presentación
multimedia se suceden, invocando por igual publicidades varias, animaciones ex-
travagantes, cuerpos desnudos, consejos de protección contra el SIDA y las ETS,
historietas con doble sentido. El Andrógino baila un mix de toadas.
Hay fauna para todos los gustos: mariconcitos afeminados, travestis glamorosas,
tracas peluqueras feísimas, lesbianas bien machonas, chicas solas con muchas
ganas de atinar, gays de closet que se esfuerzan por parecer rígidos, maperitos en
busca de calidez y algo de plata extra, patas “bien varones choche” que andan
en plan chonguero, intelectuales y músicos subterráneos, viejos verdes en busca
de compañía, parejas chica-chico en pleno agarre, gringas con harta sazón, bo-
rrachos perdidos en medio del distorsionado paisaje. Un grupo de turistas atilda-
ditos y educados que han llegado en el “crucero gay del Amazonas” (organizado
por Rainbow Tours, 4 días/3noches, todo incluido, 650 dólares por persona) se
divierte de lo lindo con un free pass especial. Dos patas agarrados, “de familia
decente”, se miran, se miden, se desean, se abrazan y se besan bajo el sediento
soundtrack de una canción del dúo lésbico ruso T.A.T.U. En la pantalla gigante
se muestran las “bondades” de la nueva drag favorita del local, Francesca, gla-
morosa, llena de fuego en los ojos, mostrándose dignísima, soberana absoluta
con sus zapatos-prótesis y sus mallas ceñidas (que aprisionan aquello que la
naturaleza le dio de más), con ese maquillaje que combina con su peluca estilo
burbujita-de-Yola-Polastri, queriendo ser por un día hermosa mariposa, grácil
heredera de Naamín Timoyco (la más famosa transformista de origen amazó-
nico). Hola, mi nombre es Shiquiña-Sabrina-Fernanda-De-Almeida-Meneghel y
soy representante de la tierra de la samba, Brasiiiillll…
En los baños siempre hay un sapo que mira de más, pero no se atreve a hacer
nada si uno no se lo permite. Sin embargo, de vez en cuando puede pasar algún
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Una niñita me mira con mucho detenimiento y llama mi atención. Tendrá unos
dieciséis/diecisiete años y es morenita, bajita, potoncita, coqueta. Me ilusiona la
idea de que se �je en mí, sobre todo en este lugar donde el que viene, cualquiera
sean sus gustos íntimos, siempre está bajo sospecha de mariconería. Sin em-
bargo, en lo más interesante de su visita, detrás de ella, alguien que podría ser
mucho menor que yo le hace una señal con el chasquido de los dedos, como seña-
lando el momento de la archiconocida señal crematística. Ca�cho, me imagino.
Lola, me resigno. Luego del Caliente, caliente de la diva Rafaella Carrá, suena
una pegajosa cumbia, sacude el billete, sacude el billete…
- Tú ¿Lo amas?
- Sí
- Y él ¿te ama?
Como si fuera su casa (en realidad lo es), el showman Karlos Vela va y viene,
sabiéndose poderoso y, en cierto sentido, deseado. Tiene la facultad de hacer reír,
de manejar la pantalla de proyección, de reunir a los más distinguidos represen-
tantes de la comunidad del anillo, de dar la bienvenida y expulsar gente de la
disco. Su in�uencia es tal que, aunque no sea el administrador ni el dueño, dicta
las reglas en este antro y lo hace con soltura, picardía y, obviamente, respeto.
Mientras las luces cambian su con�guración de vida, ensayo un discurso desde
mí. El Andrógino coquetea con un chiquillo de tintes pajizos; intuyo que esta no-
che no dormirá solo en la pensión. Yo me encuentro en medio de la nada, con una
creciente sensación de autismo espontáneo. Tengo cientos de miles de estrellas
alrededor de mí. Ninguna tiene un rostro �jo.
-Te llamo, ñañito. Y recuerda; siempre hay un puñado de amor y afecto para
todos. Sí, sí, nos vemos, chaucito/alaucito.
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