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Corría el año de 1991 y Víctor trabajaba en la Ciudad de México. Su esposa y sus hijos
permanecían en el estado de Veracruz.
Apenas pudo se encaminó hacia su hogar con la cabeza dándole vueltas y elucubrando
todo tipo de cosas. Su pequeña de sólo 4 años no estaría para recibirlo como siempre,
diciéndole “! Papito, llegaste!”. Era muy difícil imaginarlo.
Víctor llegó a su casa y ahí su esposa le explicó que, como era costumbre, la niña
jugaba en los columpios del parque frente a la casa, mientras ella la observaba por la
ventana. En cuestión de segundos, cuando volteó… ¡La nena ya no estaba!
Creyó que se habría ido a casa de alguno de sus familiares… o de algún vecino, pero
nunca supuso que su hija, su pequeñita, había sido secuestrada.
¿Qué hacer? Repetía la pregunta que muchas veces, cientos o miles quizás, se hizo en
el camino.
Víctor decidió una estrategia: Reforzar su presencia en la radio todos los días, en los
diferentes espacios informativos y todo aquel “hueco” que le dieran, mandando un
mensaje:
-Si notan algo extraño en alguna familia que no tiene niños y, de repente, aparece una
nena con las características que mencioné, avisen al teléfono proporcionado.
No habían pasado más que algunos minutos y comenzó a recibir llamadas. ¡Eso lo
entusiasmó!
-¿Don Víctor?- oyó por el auricular.
-¡Si, Dígame! ¿Sabe algo?- respondió inquieto.
-Yo puedo ayudarle. Tengo la capacidad de leer las cartas y le cobraría poco para poder
ayudarle a encontrar a su hija.
Víctor colgó. La rabia lo invadía. ¿Cómo es posible que haya gente que se aprovecha
de la desgracia de los demás?, Pero siguió recibiendo llamadas de personas que le
ofrecían leerle las cartas, o el café,… o comunicarse con quien sabe quien para que les
dijera donde estaba su hija. Eso, sin duda, lo hacía sufrir mucho más y, quizás, perder la
esperanza.
Los segundos eran largos y las horas eternas. ¡Que decir de los días!
Casi una semana después sonó el teléfono y, con él, su corazón retumbaba. Una voz
del otro lado del teléfono le dijo:
- No le voy a decir mi nombre pero quiero que sepa que en la población que está a
varios kilómetros de aquí, hay una señora que vivía sola. Hace unos días apareció con
una pequeñita como la que describe y dice que su hermana murió y se la dejó
encargada. Eso es extraño, por eso siga el camino que le voy a decir…
Víctor, desesperadamente, pero con ilusión, tomó un papel y anotó las indicaciones
para llegar a la casa de la señora. Inmediatamente se dirigió al ministerio público y
solicitó el apoyo de la seguridad para que lo acompañaran. El corazón latía. La
esperanza regresaba con fuerzas, aunque no descartaba una falsa alarma.
El camino se hacía eterno y, después de un tiempo, estando cerca del lugar, se bajaron
de los autos para evitar alertar a o las personas que tenían a su hija.
Los policías rodearon la casa y él, por la parte de enfrente, toco la puerta.
Una señora abrió la puerta y, al hacerlo, dejó entrever a la pequeñita ¡Su hija!, que al
verlo corrió hacia él gritando: ¡Papá!
Hasta aquí la historia de este hecho que se repite muchas veces al año.
Por su parte, dice Cruz, la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos de Tráfico de
Menores y la Policía Cibernética documentó el robo o secuestro de 12 mil infantes en
2006, la mayor parte de ellos fueron sustraídos de sus hogares, para ser vendidos al
mejor postor que los hace víctimas de comercio sexual, adopciones ilegales, tráfico de
órganos y explotación laboral.
Las cifras de niños desaparecidos que se mencionan no incluyen a los niños que por
voluntad propia abandonaron su hogar o son sustraídos por un familiar.
Y añade: “en los albergues del DIF se encuentra una población aproximada de cinco mil
niños y niñas esperando ser adoptada, el problema es que sólo un 30 por ciento está en
condición de ser entregados a unos nuevos padres”.
Eso no es todo. La lucha contra el problema no es fácil pues no se cuenta con los
recursos humanos y materiales. Y la legislación en la materia es insuficiente e
ineficiente.
La cultura de la seguridad, para evitar el robo de niños, debe ser una premisa no sólo
entre los padres, sino en los centros escolares, hospitales, centros de maternidad y
entre las autoridades.
Hoy, 17 años después, la hija de Víctor cursa la Universidad y él forma parte activa de la
FUNDACIÓN NACIONAL DE INVESTIGACIONES DE NIÑOS ROBADOS Y
DESAPARECIDOS, IAP ( www.ninosrobados.org.mx ), quienes requieren de nuestro
apoyo para producir folletos, materiales preventivos y formatos para dar capacitación en
las escuelas y empresas, y estar preparados ante una contingencia dramática como
esta, que puede evitarse, aunque muchos que piensen: ¡A mí, no me va pasar!