Me fascinan las carteras porque son frívolas: valen por su
apariencia, no por lo que llevan adentro, y no hay que andar buscando la quintaesencia del universo en cosas tan ligeras. A nadie le importa el cerebro de las modelos y, sin embargo, la mayoría queda hipnotizada con sus cuerpos. La forma, la imagen, la anatomía: todo se reduce a eso. Quiero decir: se luce una cartera, no se carga como si fuese una ridícula bolsa de pan. Además, en cualquier brazo quedan bien. Una minúscula Prada seguirá siendo el mismo emblema de sofisticación en el hombro jamonudo de una sesentona, que junto a las medidas imposibles de Valeria Mazza. Adoro las carteras entonces porque no hay nada más democrático que ellas. Come lo que quieras y cómprate una, sin necesidad de andar probándote cinco tallas distintas, y sin que el mundo te duela como una indigestión de chocolates con pecanas porque ni la extra large te quedó. Me gustan porque no provocan cargos de conciencia (para las que sufren de eso), y por simple diversión: cuélgate una cartera al brazo y verás que puedes ser lo que te dé la gana: una profesora de primaria con un bolso azul marino del tamaño de una enciclopedia, una bailarina de Broadway con una cartera negra y resplandeciente bajo las luces de un reflector, una hippie, una puta, una feminista con bigotes y cartera (aunque ni los bigotes ni las carteras estén hechos para ellas). Me fascinan las carteras que usan los drag-queens, aquéllas de colores chillones y estridentes como esa estrella que se llama Sirio, y que será siempre el astro más brillante de la noche. Además me gustan porque, a pesar de lo que digan los hombres, son prácticas, útiles y cómodas, y si no existieran no podríamos usar muchas otras cosas. Por ejemplo, un vestido. ¿Dónde guardaríamos el monedero, las tarjetas de crédito o un documento? A propósito: se puede correr con una novela de cuatrocientas páginas en la cartera, pero no con un manual de autoayuda en el pantalón. Me encantan las carteras porque son como un caótico agujero negro que se traga todo lo que tendría que meter en mis bolsillos si no usara una cartera: papeles en blanco o escritos con apuro (lo mismo da), un teléfono móvil, caramelos, estuches de maquillaje, lapiceros, fotos, libretas, documentos, aunque nunca estoy realmente enterada de lo que guardo en ellas. Y como nunca sé dónde arrojo las cosas, se me hace más fácil abrir una cartera de un manotazo que buscar con desesperada paciencia en los cajones de mi casa. Me encantan, pues, porque me quitan un peso de encima. También por pura curiosidad: una nunca sabe lo que esconde la cartera de la mujer del costado, pero lo adivina, lo sospecha, lo intuye. Un frasco de pastillas entra en una cartera, así como un espejo y un paquete de cigarrillos y un juego de naipes y una granada. Se puede matar con una cartera, y ese poder me emociona. ¿A ti no? En verdad, yo no mato ni una mosca, aunque podría aplastarlas con mi cartera. La cartera esconde y no guarda. Por eso se ve a tanta gente tratando de inmiscuirse en los bolsos ajenos. Me ha pasado varias veces: personas que no usan cartera, pero que no resisten el impulso de entrometer sus narices en las ajenas y luego te dicen cosas como «¡Qué desordenada eres!», cuando el orden para mí es antipático y sospechoso. Existen quienes no usan carteras por miedo a que se las roben, así como hay otras que no tienen un perro porque saben que morirá mucho antes que una y prefieren ahorrarse la tristeza. Pobres. Cargar tantos miedos es tan incómodo como caminar con los bolsillos llenos. Además, cuál es la gracia de tener un objeto que nadie quiere robarse. Hay gente que está en contra de usar cartera por la frenética obsesión de decir no a todo: fascistas que las detestan porque les achacan ser un símbolo de la estupidez y la ligereza. Por favor: como si una necesitara de una cartera para ser idiota. Como si ésta te mordiera los sesos o te convirtiera automáticamente en una muñequita rubia y rosa que sonríe todo el tiempo. «Déjense corromper por una cartera». ¿Ven qué absurdo suena? Es porque en realidad no hay nada serio que decir sobre ellas.