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centenar de niños en su etapa de vida más llena de fantasías. Los riesgos son varios pero
la feliz ocasión que nos reúne hace que valga la pena correrlos. Además, se siente una
enorme satisfacción de ser esta noche portavoz de esa memoria de la cual me tocó ser
partícipe de principio a fin.
Nuestro agitado recorrido escolar se inicia junto a los primeros años de vida de la
Urbanización Túpac Amaru, flamante proyecto habitacional impulsado por el gobierno
militar de entonces y al cual nuestros padres, como jóvenes propietarios, quisieron dar
vida integral con la creación de un centro educativo para sus hijos.
La premura del tiempo ante la inminencia del inicio del periodo lectivo complicaron aún
más los comienzos de la iniciativa, los cuales no fueron nada fáciles debido
principalmente a la falta de infraestructura mínima para albergar a los estudiantes. Fieles
a la conocida frase de que en el viaje se acomodan los pasajeros, la comunidad agrupada
en la asociación de padres de familia resolvió iniciar las clases, de manera temporal, en el
área que actualmente ocupa la Parroquia San Juan Masías. Allí fue erigido el Centro
Educativo Nacional Túpac Amaru, cuyo local es recordado en esa etapa inicial como La
Casa de Cartón, denominación que, en lugar de hacer referencia a los versos del primer
amor del poemario de Martín Adán, hacía alusión a la precariedad de la improvisada
construcción, hecha principalmente de triplay y eternit. Allí abrió sus puertas nuestro
colegio para albergar a los tres primeros grados de educación primaria. Para llegar al
salón asignado a nosotros, los pequeños del primer grado o transición, había que
atravesar el aula de los chicos más grandes por la parte central e interrumpir sus
lecciones. Las aulas eran lúgubres y el hacinamiento imperante era entonces
imperceptible para los flamantes párvulos tupacamarinos.
El inicio de la época escolar coincidió con un hecho que fue determinante en nuestra
formación: La entrada en vigor de la reforma educativa de 1972, enmarcada en el D.L.
191326 dictado por el gobierno militar de la época y dirigida por el General Alfredo
Carpio Becerra. Esta Reforma, parte de otros cambios que se dieron en esos años,
cuestionó la enseñanza oficial, acusada de oligárquica, y la rigidez del sistema escolar
imperante. Otro rasgo significativo de la reforma fue la intención de reducir las
diferencias sociales en la educación y la aparición de los sindicatos magisteriales en los
cuales se organizan también nuestros profesores. Se propugnaba también una educación
adecuada al desarrollo integral del país. Se acrecienta la participación comunal en las
decisiones de la escuela, se alienta la capacitación para el trabajo y la orientación del
educando fomentando las actividades artísticas.
Otro de los cambios significativos fue la introducción del uso del uniforme único escolar,
símbolo de la masificación educativa imperante en los años venideros que, como bien
apuntó recientemente Percy Cerasuolo en un correo electrónico, nos ponía a todos en un
mismo plano gris con fondo blanco. En el pasado quedó el uniforme caqui con boina que,
sin embargo, aún se pudo verse en alumnos de las Grandes Unidades Escolares como
Melitón Carvajal o la temida Pedro A. Labarthe.
En 1974 se produce una nueva mudanza, esta vez de las Aulas Celestes a la sede de la Av.
Del Aire. En grupos de dos, los propios alumnos llevamos nuestras mesas y encima las
sillas, pasando por el Super Epsa cruzando la Av. Aviación hasta la nueva sede. El
colegio era enorme comparado con todo lo que se había visto antes. No tenía rejas, las
que fueron construidas posteriormente. Ese fue el lugar de los primeros amores colegiales
como aquél que sentimos por Techi, la chica más linda de la primaria, siempre vestida
con su poncho rojo sobre el uniforme, la prenda más colorida que acaso se permitió llevar
a los estudiantes en aquellos años, y su cabello negro corto, a la que Rudy y yo, tras el
timbre de la salida, siempre seguíamos con paso sigiloso, a varios -cientos?- metros de
distancia, hasta que ella desaparecía por la puerta de su casa cerca de la Librería El
Estudiante sin que alguna vez siquiera nos devolviera la mirada; un acto de devoción,
vanas ilusiones y diario desaliento que repetimos durante meses que parecieron
interminables.
También tienen lugar los primeros partidos de fulbito en el flamante Parque Zonal Túpac
Amaru, siendo nuestros primeros rivales los muchachos de la Sección A. Se juegan
épicos partidos en los que nos quedamos maravillados con la clase, que se haría
legendaria, de Daniel Muñoz Oviedo, conocido en el círculo del salón como Coyote, que
era nuestro jugador estrella. Se disputan clásicos enfrentamientos con ese salón que tenía
a su mejor exponente al Chino Yaya. Al borde la canchita, las muchachas alentaban
indesmayablemente con gritos tan beligerantes como ¨Araña, araña, araña, el A no se
baña¨ o ¨Ica, Ica, Ica, el B no se pica¨. Nuestro uniforme era de camisetas granates con
bordes blancos, shorts blancos y medias blancas con ribetes rojos con blanco como los de
la selección, que fueron una donación del papá de Palmiro López, por entonces próspero
empresario del rubro del transporte de mercancía entre Lima y la Sierra Central.
El juego de uniformes quedó guardado a fin de año en el estante del salón. Al siguiente
año, tras los tres meses de vacaciones, lo primero que hicimos varios ir presurosos a
buscar las camisetas pero nos llevamos la sorpresa de que el candado habían sido
violentado y se las habían robado junto al resto de material didáctico.
Con el Profesor Huambo, que llegaba al colegio al volante de su Toyota Corona color
amarillo, también se integran nuevos alumnos al salón, entre ellos Walter Gastelú, cuya
inventiva lo llevaba siempre a hacer las cosas al revés, Fernando Campos, el niño genio
del salón y quien que llegó incluso a disputar una final de nacional de ajedrez escolar con
quien años más tarde sería el Gran Maestro Internacional, el mismísimo Julio Granda, y
su no menos talentosa prima Perla Velásquez.
El inicio del fin de la primaria llegó con el Viaje de Promoción de Primaria. Como se
haría costumbres, fue nuestra sección B la primera en el colegio en organizar una
actividad de esa envergadura. El destino elegido, la norteña localidad de Paramonga, en
el límite con el Departamento de Ancash. Allí visitamos las Ruinas de Paramonga, su
pirámide trunca y el ingenio azucarero del mismo nombre que también fabricaba papel.
La foto de la promoción fue tomada en el patio que daba a la Av. del Aire. Allí nos
colocamos, los más bajitos sentados y los más altos de pie, cada uno sobre su silla. Sólo
faltó a la sesión José Rodríguez aunque sí se hizo presente la Directora, Greta Neyra de
Cáceres. Todos llegamos bien uniformados y arreglados, siendo el ¨Coyote¨ Daniel
Muñoz que inmortalizó esa foto con una camisa de manga larga, zapatos marrones y sin
la insignia del colegio pegada al pecho.
Allí se terminó la primaria. En el recuerdo quedarán varios compañeros de esos años que
hoy no nos acompañan y para quienes espero que la vida haya tratado con generosidad.
Vale la pena recordar esta noche a la alegría y locuacidad de María Mercedes Canto
Lechuga, hija de un militar que vivía en Santa Catalina. Las largas patillas del hirsuto
Raúl Cruz Vela, que vivía en Salamanca y cuya madre trabajaba en el Banco de la
Nación, del travieso Víctor Espinoza cuya hermana provocaba sonrojos y que vivía en La
Víctoria en la Av. Grau y viajaba en la 25, la timidez del Cholo Gavino que , la
desfachatez de José Rodríguez Santiago, émulo local de John Travolta, que hace tiempo
se fue a los Estados Unidos, el bajo perfil de Sotelo, el ímpetu de Tatiana Vivar, a los ya
mencionados Roberto Fernández y Palmiro López, hoy en España, a la brigadier Elsa,
Lita, Cerasuolo, al aprendiz de vándalo Lucho Llerena, la inteligencia y simpatía de Perla
Velásquez y la precoz sensualidad de las inseparables Magali Candiotti y Liliana
Baquerizo, la primera hoy en Italia y la segunda inubicable para esta fiesta.
Pido disculpas por tantas omisiones e inexactitudes, que seguro las hay. Que esta noche
especial sirva para mejorar esta semblanza y llenarla y enriquecerla con los recuerdos de
todos los presentes.
Muchas gracias