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NEVA MILICIC M.
Para mis hijos y mis hijas, que muchas veces me escucharon preguntarles
¿saben cuánto los quiero?
Y para mis nueras, yernos y nietas, y a los que no se los he dicho con la misma
intensidad, pero que lo saben bien.
INTRODUCCIÓN
La autora
CAPÍTULO I
PARA TENER BASES SÓLIDAS
RELACIÓN PADRES-HIJOS
S i hay un concepto en que todas las teorías psicológicas están de acuerdo de que es
esencial para la construcción y el desarrollo de personalidades sanas es el apego.
Desde la mitad del siglo pasado los investigadores de la psicología recalcan que la
presencia estable y nutritiva de una persona que dé afecto al niño es fundamental en la
creación del «apego seguro», que a su vez es fundamental para establecer vínculos
afectivos estables en el futuro.
En un comienzo se relacionó a la madre como la persona central en el apego y se
describió a éste como un proceso ligado a los primeros años de vida. Posteriormente, el
concepto se hizo más abarcador, incluyendo al padre, por lo que se buscó fortalecer los
vínculos padre-hijo, por ejemplo, a través de la participación del padre en el parto y en
los primeros cuidados del recién nacido. Más adelante se comenzó a hablar de apego
múltiple para referirse a la presencia de otras personas significativas en la vida del niño,
como abuelos, tíos y primos, para que se sientan seguros y queridos por distintas
personas.
Actualmente, se plantea la importancia del apego del adulto en el logro de un buen
equilibrio emocional.
La carencia de figuras significativas en las primeras etapas de la vida deja una
dificultad importante en el establecimiento de vínculos afectivos. El apego,
especialmente en los primeros años de vida, está ligado a la conducta olfativa de los
niños. El conocido autor Boris Cyrulnik relata cómo los niños se tranquilizan y duermen
si al momento de acostarse tienen un pañuelo que pertenezca a su madre. Si puede, el
bebé incluso se lo pasa por la nariz, lo frota. Algo semejante a lo que suelen hacer los
niños que van a ser operados, a quienes les permiten entrar con sus osos de peluche o
con una bufanda de su mamá al pabellón. El autor relata el caso de una niña que
superó sus ansiedades fóbicas al colegio llevando una bufanda impregnada con el olor
de su madre. Algunas claves indispensables para formar un apego seguro con las
figuras paternas son:
•Padres que están atentos a escuchar y hacerse cargo de las necesidades de sus
hijos.
•Familias que son capaces de expresar su ternura a través de la proximidad física y
de caricias.
•Familiasque están atentas a celebrar los logros de sus hijos teniendo una actitud
expresiva y de fuerte interés hacia ellos.
•Padres que comparten y acompañan a sus hijos en sus intereses, por ejemplo, en
sus competencias deportivas, representaciones o que juegan activamente con
ellos.
En definitiva, son padres para los cuales la paternidad y la maternidad constituyen
un aspecto central en sus vidas y que, por lo tanto, disfrutan al acompañar a sus hijos
en el largo proceso de llegar a ser adultos.
Son padres y madres que están ahí para ellos en cada una de las etapas de la
vida, con una presencia leal y nutritiva con la que cuentan en los buenos y en los malos
momentos, y que les permite a los hijos —cualquiera sea su edad— saber que los
padres están disponibles para ellos.
EL VALOR DE LOS RECUERDOS
L a creación de hábitos suele ser poco atractiva para los padres. Sin embargo, tener
hábitos es imprescindible para un buen desarrollo infantil. A pesar de lo tedioso que
pueda ser implementarlos, cuando se logra que los niños los adquieran se aumenta la
efectividad, se ahorra mucho tiempo y se eliminan bastantes conflictos. Por ejemplo, si
su hijo o hija ha adquirido el hábito de estudiar a una determinada hora, cuando llegue
el momento de empezar a hacer las tareas las podrá iniciar de inmediato, sin perder
tiempo negociando, lo que habitualmente deteriora la relación padres-hijos. Este
deterioro se produce porque el niño o la niña se siente presionado a estudiar. Es normal
que prefieran jugar a estudiar, y a su vez los padres se sienten descalificados como
autoridad con la resistencia de los hijos.
Si, por el contrario, se ha establecido un contrato entre usted y sus hijos acerca del
tiempo y el lugar dedicados al estudio, y se ha hecho un hábito en la familia el respetar
los acuerdos, el proceso de comenzar a hacer las tareas será más fácil.
La inercia psicológica, es decir, la dificultad para comenzar a realizar una actividad,
es la fase que ofrece más dificultad en el cumplimiento de los compromisos.
Por supuesto, es poco usual que los niños vayan adquiriendo hábitos nuevos sin
reclamar y posiblemente al principio a lo mejor no cumplan al pie de la letra lo
acordado; pero el tener los acuerdos favorece el proceso de focalización en las tareas
escolares.
Los hábitos tienen por función economizar tiempo, y cuando ya se han consolidado
hacen que el cerebro en forma casi automática reciba la orden de estar alerta a lo que
corresponde hacer. Por ejemplo, cuando un niño se habitúa a despertarse a una hora,
su cerebro se programará para despertarse a esa hora; en cambio, si las horas de
levantarse son variables, por supuesto que despertarlo será difícil.
¿Cómo hacerlo?
Después de una breve explicación acerca de por qué es importante un determinado
hábito, pida al niño que haga una propuesta sobre cómo implementar el hábito en
cuestión. Por ejemplo, si se trata de hábitos de estudio, pedirle que haga una
proposición de dónde y cuándo estudiar. Es recomendable acoger la mayor parte de
sus proposiciones, salvo que sean completamente irracionales. Llegar a acuerdos como
los siguientes:
•Estudiar todos los días, tenga o no tenga tareas.
•Cuando no hay tarea, adelantar en la lectura personal.
•Revisar las materias pasadas ese día.
• Revisar las asignaturas que tendrá al día siguiente y anticipar qué podría pasar.
¿Tendré prueba?
Estos dos últimos pasos son factores decisivos en la consolidación del aprendizaje
en la memoria. Cuide el proceso de formación de los hábitos de sus hijos; que ellos
perciban claramente que sus necesidades están siendo consideradas y sus opiniones
escuchadas, de tal manera que tengan una actitud positiva frente a su cumplimiento.
Esté especialmente atento el primer tiempo a que lo acordado se cumpla, de manera
que no sólo adquirirán el hábito sino que aprenderán que los compromisos se cumplen.
Estimúlelos cuando cumplan. Tener hábitos no es fácil de conseguir.
LAS CREENCIAS FAMILIARES
H a pensado cuáles son las creencias que les está traspasando a sus hijos? A veces
intencionalmente, y en otras ocasiones en forma poco reflexiva, las familias
transmiten a sus hijos creencias acerca de percepciones y opiniones de la realidad que
influirán decisivamente en su forma de actuar.
Las creencias constituyen un filtro en la manera de concebir la existencia y mirar la
realidad, y también contribuyen a dar un significado a las experiencias vividas.
Algunas facilitan el desarrollo del niño, en tanto que otras pueden resultar bastante
perturbadoras para su desarrollo afectivo y social. Así, una familia que transmite la
creencia de que la cooperación ayuda a tener una mejor calidad de vida, y que piensa
que la misión de las personas es favorecer el desarrollo de los demás, promoverá en
sus hijos una conducta solidaria y amistosa que les facilitará la incorporación en su grupo
social. No será raro que un niño educado en esta creencia tenga muchos amigos y sea
un aporte para los demás.
A la inversa, si la familia transmite la convicción de que es necesario estar
compitiendo sin importar los medios que se usan para ganar, y constantemente
compara el rendimiento de sus hijos con el de sus compañeros o los de sus primos,
favorecerá el desarrollo de una actitud competitiva que probablemente hará que el niño
sea rechazado por sus compañeros.
A través del diálogo, tanto en situaciones cotidianas como conflictivas, los niños se
van haciendo una narrativa acerca de cómo actuar, y estas creencias orientan su acción
en el mundo. Incluyen, además, la comprensión de las causas y los porqué. Si las
dificultades se atribuyen siempre a otros, quizás el mensaje será que no importa
esforzarse en cambiar. Cuando la explicación es el destino o la voluntad de Dios,
también puede producir una suerte de resignación, y cuando, al menos parcialmente, el
éxito y el fracaso se explican por el trabajo y el esfuerzo, el niño creerá que valdrá la
pena esforzarse para lograr lo que desea.
Los sistemas de creencias más saludables logran dar cuenta que las variables
explicativas son muchas y no se atrapan en buscar un culpable, sino en encontrar las
soluciones y así entender que las situaciones problemáticas son multicausales.
También en la convivencia familiar se entrega una creencia acerca de lo que es la
familia. Cuando ésta se visualiza como un lugar protector, en que la lealtad y la
cooperación son factores centrales, y que se puede confiar en la benevolencia —
teniendo confianza que dentro de las limitaciones personales y contextuales cada cual
pone lo mejor para el bienestar de todos—, se da no sólo una pauta para la convivencia
actual, sino que se entregan normas para la convivencia futura.
La percepción de futuro es también un sistema de creencia que se aprende en la
familia. Se dice que las familias con mejores índices de salud mental piensan que el
futuro depende en gran parte de lo que cada cual haga; que su esfuerzo puede
contribuir a mejorar su calidad de vida y la de las personas que son parte de su familia y
de su comunidad.
¿QUÉ Y CÓMO EXIJO?
S in duda que la expresión genuina de los afectos es el factor más importante para
satisfacer las necesidades emocionales de los niños. Ya decía John Bowlby —uno
de los teóricos más influyentes en el estudio del desarrollo afectivo de los niños— que el
compromiso de los padres es la piedra angular para un buen desarrollo emocional de
los hijos.
Un padre comprometido responde en forma rápida y efectiva a las demandas de
sus hijos cuando está atento y presente: sabe cómo se llaman los amigos de sus hijos,
asiste a las reuniones y a los compromisos escolares, está pendiente de lo que
necesitan para sentirse aceptados por sus pares y es capaz de controlar sus rabias
delante de ellos si percibe que lo que va a decir los puede dañar.
Un padre comprometido no sólo financia los gastos que el niño origina, sino que
trata de estar presente, de jugar a lo que él quiere y de transmitirle a través de sus
palabras y sus acciones los valores que cree indispensables.
Cuando no puede estar presente por motivos justificados, delega en las mejores
manos posible el cuidado del niño, dando una explicación convincente al hijo por sus
ausencias.
Los padres comprometidos cuidan de estar siempre presentes en las situaciones
significativas, en las cuales la compañía es indispensable; están presentes para
apoyarlos, asisten a las ceremonias de graduación y participan en las rutinas
cotidianas. Los padres comprometidos se recuerdan como buenos compañeros y como
cómplices.
Cada etapa del desarrollo tiene tareas específicas que el niño debe cumplir y en
ellas la presencia de los padres juega un rol fundamental. Vivir los desafíos que
suponen los cambios de cada etapa, con la compañía de un padre comprometido, los
hará más fáciles y menos atemorizantes. Por ejemplo, que los padres acompañen con
orgullo al niño el primer día de clases, constituirá una base de seguridad para el hijo en
el ingreso a la vida escolar, y será además una señal duradera de que a ambos padres
les importa el colegio.
Cuando una mamá va con su hija por ocho tiendas en busca de un vestido que le
guste para la fiesta de graduación, aunque la niña escoja uno diferente al que ella
hubiera preferido hará que la hija recuerde con cariño en la vida adulta el gesto de
acompañarla dándole libertad y validando sus decisiones. Se sentirá segura, porque
percibe que su familia está allí cuando ella la necesita, y atenta a respetar sus gustos.
Los niños necesitan, para crecer seguros, de un ambiente emocionalmente estable,
con padres disponibles, lo que implica que sientan la presencia y compañía de sus
papas en los mil agotadores requerimientos que supone educar.
El padre comprometido tiene una ruta que le permite navegar estando a cargo del
timón del barco, y encontrando maneras para que sus metas y las actividades que
programa para cumplirlas tengan una resonancia afectiva positiva en sus hijos y se
vayan adaptando a las particulares condiciones de cada uno de ellos.
EL LENGUAJE SECRETO
C uántas veces usted se ha dicho a sí mismo en relación con un hijo: «No sé qué le
pasa, pero estoy claro que algo no anda bien con él», y sucede que a los pocos
días le avisan del colegio que tendrá que ir a castigo el sábado porque lo sorprendieron
fumando. O cuando usted insiste en que mejor no vaya al colegio porque no le notó una
buena cara, y luego descubre que estaba incubando una hepatitis.
La literatura sobre comunicación emocional afectiva sostiene que no es más de un
diez por ciento de la comunicación la que se produce a través de la esfera verbal y que
la mayor parte de ella se da a través del lenguaje no verbal. Lawrence Schapiro, en su
iluminador libro llamado El lenguaje secreto de los niños, postula que entre los padres e
hijos hay un lenguaje secreto, que puede ser aprendido por los primeros porque les
facilitará su comunicación emocional. Schapiro plantea la necesidad de que los padres
observen sistemáticamente a sus hijos por períodos breves y sugiere una técnica que
no deja de ser interesante. «Obsérvelo como si no fuera su hijo». La razón de esta
extraña sugerencia es intentar sacar cualquier elemento de prejuicio o de estereotipo.
El autor también sugiere mirar el contexto en que se dan los comportamientos del
niño; por ejemplo, cuando deja sus cosas tiradas en cualquier parte quizás sería bueno
mirar su pieza y ver si tiene un canasto para guardar sus juguetes.
En el lenguaje secreto de los niños es necesario observar dos tipos de señales. Las
macroseñales, que son aquellos aspectos evidentes como gestos, posturas y
movimientos que son fácilmente interpretables; y las microseñales, que requieren de
una observación más fina, ya que son claves sutiles basadas en un profundo
conocimiento del niño y que suponen la capacidad de leerlos emocionalmente. Son
pequeños cambios, como una leve variación en el color de la piel o una lentificación de
la marcha, o el caminar cabizbajo de un adolescente. Estos cambios son habitualmente
procesados por el cerebro emocional, lo que permite que los padres puedan leer
correctamente las emociones de sus hijos.
Esta técnica debe ser una observación para mejorar la comunicación y para
comprender al niño, y no es una estrategia orientada a escudriñar lo que ellos no
quieren comunicar. Con esta observación se busca que los padres puedan sintonizarse
emocionalmente con los hijos.
Esta comunicación debe darse en espacios libres de conflictos, para que primen los
factores positivos. El lenguaje secreto permite, además de una comunicación
emocionalmente efectiva, que los problemas se adviertan cuando están comenzando y
así puedan ser fácilmente solucionados. Con este lenguaje los padres aprenden a
entender a sus hijos, pero, a su vez, éstos aprenden empáticamente a entender el
lenguaje emocional de los padres. Así, el lenguaje emocional es un favorecedor del
vínculo entre padres e hijos. Estimular este lenguaje con los niños los ayuda a aprender
a conectarse con ellos mismos.
LA PROPIA INFANCIA
L a conexión con la propia infancia puede ayudar mucho a los padres en la compleja
tarea de educar a sus hijos.
Cuenta Camila, madre de tres hijas, que había gritado hasta quedar ronca, cuando
recibió una dolorosa queja de su hija mayor: «Espero no gritar nunca a mis hijos como
tú lo haces con nosotras».
Ante esta observación, Camila se deprimió porque le resonó como una expresión
familiar, ya que recordó que ella también se lo había dicho a su propia madre. Esta
actitud de repetir un patrón que odiaba la hizo reflexionar y cambiar. Significó no sólo
que gritara menos, sino que, además, comprender retrospectivamente a su madre y
disminuir los resentimientos que sentía hacia ella.
Un aspecto valioso a la experiencia de la paternidad es tener la oportunidad de
revivir, explorar y reflexionar la propia infancia. A veces, como en el caso de Camila,
sirve además para resolver algunos temas de la propia infancia que son en ciertas
ocasiones un obstáculo importante en la relación con otros.
Tolerar que los hijos tengan sentimientos ambivalentes hacia nosotros se hace más
fácil si hay un recuerdo de las propias ambivalencias que uno tuvo hacia sus padres.
Ningún afecto es químicamente puro; hasta en la mejor de las relaciones se mezcla la
ternura con las rabias, la gratitud con las quejas. La relación padres-hijos no es una
excepción.
Una convivencia tan íntima y tan larga, sobre la que pesan tantas expectativas,
obviamente no puede estar exenta de conflictos. Esto no quita que la relación esté llena
de momentos mágicos, encuentros de gran profundidad y de felicidades compartidas.
En este pasaje del club de los hijos al club de los padres nunca está de más darse
una vuelta para recordar la infancia, para recordar quiénes y cómo eran los propios
padres. ¿Qué le gustaba de ellos?, ¿qué parte del modelo quiere repetir y cuál quisiera
cambiar?
Una interiorización no consciente de los modelos lleva a repetirlos por mecanismos
de identificación en forma casi automática. Es posible que muchas de las cosas que no
le gustaron las esté repitiendo, pero esto no es inevitable en los seres humanos. Todos
podemos cambiar y progresar cuando tomamos conciencia y decidimos hacerlo.
Entender el origen de conductas y conectarse con las emociones que ellas generan
puede ayudar a mejorar y a controlar el comportamiento.
Es necesario buscar caminos para que las dificultades de la familia no sean
traspasables de generación en generación. Si su madre era poco cariñosa y expresiva,
haga usted un esfuerzo por desarrollar esta parte de su relación, de manera que no
pase lo mismo en la generación de sus nietos.
Romper las cadenas de las carencias familiares requiere una conexión con los
sentimientos que se tuvieron en la infancia. Encontrarse con ellos puede eliminar la
forma en que se está ejerciendo el rol paterno o materno, señalando una manera
emocionalmente más positiva para construir la relación con los propios hijos.
OPTIMISMO Y SALUD MENTAL
P ara comprender qué sucede en el mundo interno de los hijos y por qué actúan
como lo hacen, es necesario estar muy atento a las señales sutiles que provienen
del complejo mundo afectivo de los niños.
Se dice que no hay nada más irracional que creer que todo es racional. Tratar de
entender o conectarse con los hijos sólo desde esa esfera deja fuera lo que constituye
el núcleo central de toda relación de intimidad, que son las emociones. La afectividad
es lo que define lo propiamente humano y las señales afectivas son una ventana hacia
lo que los hijos sienten; nos van mostrando cómo perciben la realidad, cómo se
perciben a sí mismos, a qué le temen, qué los preocupa, qué los daña, qué los seguriza
y qué les da felicidad.
Los padres pueden ser reemplazables en muchas de las cosas que se les pueden
enseñar a los hijos. Se han construido programas de computación que son capaces de
enseñar a jugar ajedrez, idiomas, escribir cuentos, pero no se logrará nunca desarrollar
máquinas que se conecten afectivamente con ellos y que sean capaces de comprender
su mundo emocional.
La posibilidad de sentir alegría y tristeza, de crear lazos y de conectarse
empáticamente con otros está dada por la profundidad y el apego afectivos que se haya
tenido en la infancia con las personas más significativas: el padre, la madre, los
abuelos, los hermanos.
Los niños, al igual que los adultos, generan sus vínculos afectivos con aquellas
personas que son capaces de resonar y responder con sus necesidades afectivas, pero
para tener esa capacidad de sintonizarse afectivamente hay que estar atentos a las
claves emocionales. La sincronización emocional se da cuando hay capacidad de
conectarse con las claves emocionales sutiles, que se reflejan en el tono de voz, en la
expresión de los ojos, en la postura corporal. La sincronización está presente en todos
los amores entrañables, como son las relaciones entre padres e hijos, el amor de pareja
y en las amistades. Cuando en una relación de familia se ha perdido la ternura de los
gestos simples, las relaciones se hacen menos humanas, tienen menos magia y menos
poesía.
Conocer a un hijo no es tener una descripción objetiva de sus características, sino
poder conectarse con sus sueños, con sus temores, con las huellas que le han dejado
las experiencias de fracaso y empáticamente darse cuenta qué los pone bien y qué los
pone mal y, por supuesto, tomar en cuenta estos factores al relacionarse y al tomar
decisiones que les incumben.
Para lograrlo, es necesario darse tiempo para estar con ellos y reflexionar qué
pueden estar sintiendo, cómo estarán procesando nuestras conductas hacia ellos y cuál
es el impacto de nuestras decisiones en su afectividad.
Una actitud indispensable en el amor es estar alerta y desarrollar una conducta
receptiva a las señales que nos abren las ventanas al mundo interno de los niños.
TIEMPO SIN INTERRUPCIONES
S e dice que una gota de miel es mejor que un tonel de hiel, y en este antiguo adagio
existe una sabiduría de gran utilidad a la hora de enseñar a los hijos.
Cuando hay comportamientos o actitudes que quisiéramos cambiar en los niños, la
primera respuesta que nos surge es formular una crítica, la que muchas veces es
fundamentada con toda la evidencia posible, intentando a veces señalar los errores con
la mayor intensidad, lo que es vivido por los niños como una especie de aplanadora
psicológica.
La crítica siembra imagen personal negativa y sus efectos pueden ser
devastadores, especialmente cuando los niños son pequeños —porque recién se está
formando su autoconcepto—. Ellos no tienen lenguaje, ni experiencias, que les
permitan argumentar para defenderse de lo que los adultos les están diciendo. Si a
usted le dicen irresponsable, tiene un sinfín de maneras de demostrar que no lo es.
En este sentido, la crítica se graba en la mente del niño como una descripción de sí
mismo, que está fundamentada en la opinión de quienes él más quiere, sus padres.
Cuando usted le dice a un hijo «eres agresivo», le está entregando un dato acerca
de sí mismo que hará que sus esfuerzos por cambiar le sean difíciles.
¿Cómo lograr que cambie? Siempre que sea posible, dé las instrucciones en
positivo, es decir, haga una transformación del negativo al positivo. Es mucho más
inductor de cambio decir: «Ordena tu pieza, si quieres salir», que afirmar «esta pieza
parece un chiquero».
Tenga mucho cuidado con el lenguaje metafórico negativo al criticar, ya que las
metáforas tienen un alto valor de programación. Por ello se aconseja sólo usar metáforas
positivas, por ejemplo, «eres tan encantadora como un hada». Desafortunadamente, las
observaciones en familia sobre competencias parentales muestran que los padres
critican con frecuencia más de lo que alaban, y que usan más las metáforas negativas
que las positivas.
Y ello se relaciona con que se tiende a repetir en la educación de los hijos el modelo
con el que se ha sido educado, ya que muchos padres tienden a pensar que educar es
corregir. La crítica provoca —aunque sea justificada— rabia en el criticado, quien a su
vez buscará descalificar al que critica. Un pensamiento muy habitual frente a la crítica
es pensar: ¿con qué derecho critica mi desorden? Mejor sería que mirara cómo anda
por casa. No es infrecuente que los niños, como respuesta a una actitud excesivamente
crítica, se pongan desafiantes, a la defensiva o insolentes.
Tenga conciencia de que la crítica genera una reacción negativa, úsela en dosis
mínimas, diga más bien lo que quiere conseguir y explíquelo en forma calmada, para
que su hijo o hija puedan percibir su afecto y su interés porque las cosas resulten bien,
incluyendo los esfuerzos por lograr los objetivos. Por ejemplo, dígale: «¿Cómo
podríamos conseguir que tu pieza estuviera más bonita?».
Incentive el cambio con dulzura, mostrando caminos y haciendo sentir que es
posible lograrlo. Controle sus impulsos cuando haga una crítica. Recuerde que se trata
de construir y no de destruir.
EL ESTRÉS DE LOS NIÑOS
H a pensado alguna vez que su forma de llamar la atención a sus hijos podría ser
sentida por ellos como humillante? Camila, una niñita de siete años muy tímida y
con problemas de aprendizaje, decía en una sesión de psicoterapia: «No es nada que a
uno lo castiguen, lo atroz es que a uno lo humillen». Cuando se le preguntó cuándo
sentía que la humillaban, explicó: «Cuando mi mamá me reta delante de las visitas;
cuando me grita delante de mis amigos, porque estoy viendo televisión en vez de hacer
las tareas». Ciertamente pocos adultos llamarían la atención al marido o a la señora
delante de las visitas, porque además de ser considerado un gesto de mala educación,
hay conciencia que produciría un daño en la relación.
La timidez de Camila no es ajena a las humillaciones que su madre le hacía sin
pensar que estaba provocando un daño. Por el contrario, ella estaba convencida de que
ese reto en público era una acción educativa.
Una vez hecha esta reflexión a la madre de Camila —es decir, que su niña es más
vulnerable a la vergüenza que los adultos y que reprenderla en público podría generar
una perturbación importante— la ayudó a frenar esta necesidad casi compulsiva de
corregir a la niña delante de otros.
Las críticas deberían ser las menos posibles y siempre es aconsejable hacerlas en
privado. Los niños, especialmente si son pequeños, no pueden defenderse de una
agresión cuando son descalificados delante de otros. Cuando esto sucede se pueden
observar en ellos los signos inequívocos de la vergüenza y del miedo, se ponen rojos,
tiemblan, se les llenan los ojos de lágrimas: se sienten humillados. Sentirse humillado
por alguien que los quiere les produce una enorme inseguridad no sólo en ese
momento, sino que también en el futuro.
Camila, que estaba en clase de recuperación en matemática, oyó decir a su madre
delante de algunas de sus compañeras del curso: «Todo lo que he gastado en una
profesora particular para que no haya progresado nada». Ella no sólo se sintió
humillada frente a sus amigas, sino que aumentó el rechazo hacia el ramo y
obviamente acumuló mucha rabia hacia su madre. Los efectos de un reto o una
descalificación en público no se borran fácilmente. Es comprensible que usted sienta
enojo, pero como adulto se requiere que se autocontrole. Si no lo logra, pida ayuda y
mire a su hijo mientras lo reta: su cara de miedo le servirá de señal para frenar su
impulsividad.
Recuerde que las diferencias de poder entre usted y su hijo impiden que el niño se
pueda defender y los daños para su sentimiento de seguridad pueden ser enormes.
Además, considere lo que una actitud de violencia con los niños significa para los
observadores, que están condenados a ser cómplices silenciosos para no desautorizar
a los padres.
Es comprensible que muchas veces sienta su paciencia colmada, pero cálmese
antes de actuar y evite a su hijo la humillación de ser reprendido en público y a los
espectadores el mal rato de asistir a una escena desagradable. Recuerde que el modo
en que usted trata a sus hijos frente a los conflictos será la forma que ellos usarán para
solucionar los suyos.
Corrija, pero ojalá en privado y con una gran dosis de ternura.
DISCIPLINA, UN TEMA DIFÍCIL
A nalizar el complejo tema de la disciplina en la familia desde todas sus aristas por
supuesto que no es posible y supondría casi un tratado. Pero hay algunos
conceptos que podrían facilitar la búsqueda de consensos entre los padres en este
crucial punto para la convivencia familiar y para el desarrollo de los niños.
La disciplina se expresa en la capacidad de los padres para poner límites a los
niños, facilitando la internalización de las normas y los valores que los sustentan.
Probablemente el tema de la disciplina es uno de los que más discusiones y
tensiones generan al interior de la familia. La diferente socialización que tuvieron en la
infancia cada uno de los padres hace prácticamente imposible llegar a un acuerdo de
un ciento por ciento acerca de cómo ejercer la disciplina.
Sin embargo, tiene que haber un acuerdo en los valores básicos y en tener una
actitud respetuosa, intentando no deslegitimar la autoridad del otro y validarla cuando
sea posible. La excepción a este principio es la presencia de maltrato o violencia hacia
los hijos. Existe una tendencia a repetir los estilos de la familia de origen en relación a
la disciplina, incluso en personas bastante críticas acerca de la forma en que ella les fue
impuesta en la infancia.
Muchos padres reconocen con vergüenza haber gritado a sus hijos de la misma
manera que sus padres lo hacían con ellos, aunque se habían jurado a sí mismos no
actuar así. Una mamá contaba su desesperación de no poder librarse de un modelo
familiar que le cargaba, diciendo: «A veces reconozco hasta el tono de voz de mi
mamá, que era muy desagradable cuando me retaba, cuando les llamo la atención a
mis hijos».
En la forma de imponer disciplina, además de la socialización recibida, influyen las
creencias que se tengan sobre la autoridad. Las personas autoritarias tienen un
concepto de la disciplina muy rígido y se centran en poner normas sin dar explicaciones
sobre el sentido de ellas. Por el contrario, las personas permisivas tienen mucha
dificultad en poner normas y hacerlas cumplir.
Si uno de los padres en la familia es muy autoritario y el otro muy permisivo, lo más
probable es que haya conflicto. O si ambos fueran muy autoritarios, probablemente el
niño podría ser muy sumiso y estar muy aplastado por una disciplina demasiado
exigente. Es indispensable tomar la perspectiva del niño al ponerse de acuerdo; los
castigos son sentidos por ellos muchas veces como una venganza o un desahogo por
parte de los padres y no como una actitud educativa. No es bueno que un padre tome el
rol castigador y sea un ogro para el hijo y el otro personifique la bondad.
Los acuerdos entre los padres en relación a la disciplina es aconsejable tomarlos
con la cabeza fría, ya que la rabia es mala consejera. Las peleas hacen sentir a los
niños culpables, especialmente si ellos creen ser la causa de ellas, angustiándolos
enormemente. Se sabe bien que las discusiones sobre los hijos muchas veces son el
pretexto para pelear por una mala relación de pareja, y es injusto hacerlos sentirse
culpables. Una disciplina positiva pasa por una búsqueda de acuerdos entre las
personas que más quieren a los niños, sus padres.
LAS GENERALIZACIONES NEGATIVAS
H ay niños que parecen ser maravillosamente fáciles de educar para sus padres, les
va extraordinariamente bien en el colegio, tienen muchos amigos y respetan las
normativas familiares. En síntesis, parecen agradar a todos, ya que tratan de satisfacer
las exigencias y expectativas que se tienen sobre ellos. Cumplen con las normas
intentando llevarse bien con todo el mundo, especialmente con los profesores y sus
padres.
Es importante evaluar cuál es el costo que estos niños tan bien comportados, que
parecen casi perfectos, pagan por esta adaptación. También es necesario reflexionar
sobre si una conducta tan ejemplar no será una sobreadaptación.
La sobreadaptación se puede originar en algunos niños porque de alguna manera
han sido sobrefelicitados por ser «tan buenos» y «tan obedientes». Los niños así
socializados se acostumbran a recibir muestras excesivas de reconocimiento y
aprobación. De manera no consciente, para seguir contando con aprobación, estos
niños pueden hacer enormes esfuerzos en llenar las expectativas de los otros sin
pensar cuáles son sus propias necesidades.
Todos los niños necesitan aprobación, y en ocasiones pueden experimentar tanto
temor a perderla, que este miedo los obliga a tener un comportamiento casi perfecto.
A estas alturas, a lo mejor usted se está preguntando ¿y cuáles son los riesgos de
ser sobreadaptado? Uno de los mayores riesgos de la sobreadaptación es la
disminución de la posibilidad de actuar y pensar diferente. Si en el mundo hubiera sólo
gente sobreadaptada, quizás aún viviríamos en las cavernas, porque nadie se habría
atrevido a cambiar nada, ni a ir más allá de los límites fijados.
La creatividad es siempre un poco transgresora; para crear hay que ser capaces de
hacer cosas en forma diferente. Asumir un estilo nuevo, atreverse a explorar ambientes
no conocidos y a hacer las cosas de manera original.
Déjele espacio a su hijo para que se rebele un poco, permítale que haga las cosas
a su modo y que se atreva a explorar nuevos espacios en forma independiente. Otro
riesgo de ser sobreadaptado es que para no perder la aprobación, el niño puede
silenciar sus necesidades, con tal de no perder la estimación de los otros. Por ejemplo,
puede que en el colegio su hijo haga todo el trabajo de su grupo, aunque ello sea
injusto.
La imagen de la niñita que nunca pudo comerse su colación en el recreo, porque
siempre la cedió, gráfica lo que le pasa a un niño sobreadaptado. Buscar aprobación a
cualquier precio implica no defender sus derechos y muchas veces no aprender a
autoprotegerse de las demandas de los demás, que pueden ser muy abusivas.
En una sobreadaptación hay, además de un silenciamiento de las propias
necesidades, una pérdida de libertad personal y una disminución de la creatividad. A
veces es aconsejable que los niños nos desafíen un poco, que no estén siempre de
acuerdo con nuestras ideas y que no hagan las cosas siempre perfectas. De otra manera
pueden perder algo de su identidad personal.
LAS PELEAS DE LOS PADRES
P ocas cosas son más dolorosas y desconcertantes para un niño que ver pelear a
sus padres. Cuando una niñita como Laura cuenta «anoche dormí mal y tuve
mucha pena porque mis papas pelearon», uno se pregunta: ¿sabrán los padres el daño
y el sufrimiento que les causan involuntariamente a sus hijos cuando los exponen a una
situación angustiante y que no pueden evitar ni controlar?
Es un gesto de amor a los hijos ahorrarles el desagrado que es presenciar las
peleas de sus padres.
Por supuesto que todas las parejas pelean y es comprensible que a veces haya
desacuerdos y que se sientan muy enojados, pero es necesario tener el suficiente
autocontrol para evitar que la agresión se despliegue frente a los hijos. Sería un acto de
negligencia paterna no plantearse los efectos que la agresión que el niño observa entre
sus padres tiene para su desarrollo psicológico actual y para su salud mental futura. Un
niño que ve pelear frecuentemente a sus padres en forma violenta no sólo tiene miedo y
sufre, sino que se desconcierta. Si insisten tanto en que no pelee con sus hermanos y
con sus compañeros, ¿por qué pelean ellos? Una consecuencia importante de las
peleas es entonces que el niño perciba a sus padres como inconsecuentes; con ello
pierden legitimidad para limitar las agresiones de sus hijos. Ellos se ven envueltos,
además, en un conflicto de lealtades. ¿Quién tendrá la razón? ¿Será verdad que mi
mamá es irresponsable con el dinero? ¿Será verdad que mi papá es un tacaño?
Suponemos que si usted se da el tiempo para leer esta columna no está en el
grupo de padres que intencionalmente involucran a su hijo en sus problemas buscando
que se abanderen a su favor, inculpando al otro por diferentes cosas, con frases como:
¿ves lo que hizo tu mamá o tu papá?
Una actitud de esa naturaleza daña la imagen de ambos padres. José decía: «A
veces odio a mi papá porque no es capaz de comprarme ni un par de calcetines, y otras
veces odio a mi mamá cuando me lo recuerda». Estos sentimientos de rabia son
compartidos por todos los niños que han sido expuestos frecuentemente a las peleas
de sus padres.
Otro riesgo no menor es que los niños comienzan a aceptar que estas situaciones
constituyen un tipo de relación normal de pareja. Así una niña puede interiorizar que la
descalificación es una forma aceptable de tratar al marido y un hijo hombre puede creer
que eso es lo normal en una relación de pareja.
¿Le gustaría que su hijo o hija se dejara tratar así por su pareja o que aprendiera a
tratar de esa manera?
Por supuesto que existe el derecho a estar en desacuerdo y a pelear, porque
cuando nunca hay conflictos en una pareja significa que las necesidades de uno de los
miembros están siendo silenciadas. Pero intente que sus hijos no sean testigos de lo
peor de la relación entre sus padres, porque ellos no ven cuando se reconcilian, y se
quedan con una imagen negativa que puede ser aterradora.
Postergue la discusión de los temas conflictivos con su pareja para cuando puedan
a solas conversar largo. ¿Qué les parece tomarse un café? Llegar a conclusiones con
la cabeza fría predispone a escuchar y a resolver mejor los problemas de la ofuscación.
Y si pelea en forma destructiva, pida ayuda, ya que las peleas no sólo pueden terminar
destruyendo el amor entre ustedes sino también dañando a sus hijos.
CAPÍTULO II
LAS NECESIDADES Y DERECHOS DE LOS HIJOS
¿QUÉ SUEÑAN NUESTROS HIJOS?
S e ha preguntado alguna vez cuál será la historia que sus hijos se contarán cuando
sean mayores acerca de su infancia? Rosa Montero, la conocida escritora
española, sostuvo alguna vez que la infancia es la casa en que se habita el resto de la
vida.
La narrativa que las personas se cuentan de su familia es como una novela con un
argumento, en que los padres son personajes centrales. El narrador, en este caso su
hijo o hija, elaborará lo vivido, dándole un rol a cada una de las personas de su familia y
donde, por supuesto, él o ella tendrá un papel protagónico.
Sin embargo, cuando se les pide a los miembros de una familia que la describan y
digan cuál es su rol en ella, son sorprendentes las diferencias que pueden encontrarse
en las distintas versiones.
En esta historia que cada cual construye acerca de cómo es su familia, se define
una trama en que se registran los hechos más significativos y las atribuciones acerca
de cuál ha sido el impacto de estos hechos en la familia. Así, por ejemplo, una mujer
decía: «La marcada preferencia de mi padre por mi hermana mayor me hizo sentir
siempre poco valiosa y no digna de ser querida». La hermana así descrita tenía a su
vez la impresión que su padre sólo valoraba a su hijo menor porque era hombre. Este
hijo menor, cuando se le entrevistó, sostuvo que en la casa había una marcada
preferencia por las mujeres.
El padre, por su parte, estaba convencido de que él siempre había tratado a todos
sus hijos por igual y que era un hombre justo. Mientras, la madre sostenía que en
realidad había sido un padre ausente, y que la tarea de satisfacer las necesidades
afectivas de los hijos le había tocado a ella.
¿Dónde está la verdad? ¿Alguien miente?
Preguntas difíciles de responder, porque cada uno tiene su «verdad» y con esa
representación de la realidad cada cual construye su historia.
Esta percepción de la narrativa familiar es un elemento fundamental en la
construcción del proyecto personal, no sólo desde las cosas buenas, sino también
desde las carencias. Cyrulnik, en su magistral libro El murmullo de los fantasmas, narra
la historia de Charles Dickens, el escritor inglés, que tuvo que trabajar desde los diez
años en una fábrica de betún. Esa triste historia de infancia pudo superarla gracias a su
capacidad de contar historias, ya que en la adolescencia contaba cuentos, muchos de
los cuales se basaban en su realidad. Y para escabullirse creó, con su imaginación, la
fantasía de que vivía en un castillo que veía en sus caminatas. Posteriormente, él
compró este castillo cuando fue un exitoso escritor. En sus novelas, Dickens refleja un
gran compromiso social que contribuyó a mejorar las condiciones en que se educaba a
los niños en esa época. Y los cuentos que se contó a sí mismo en la infancia jugaron un
papel protector.
Intente averiguar cuál es la historia que sus hijos o hijas se cuentan de su familia y
cuáles son sus sueños de futuro. A lo mejor se lleva una sorpresa.
AUTONOMÍA DE VUELO
E n una entrevista, Juan Piaget, el famoso psicólogo suizo, sostuvo que «toda ayuda
innecesaria frena el desarrollo infantil», y sin duda es importante tener en cuenta
esta advertencia, ya que una meta importante en el desarrollo del niño es el logro de la
autonomía personal. Ser autónomo va más allá de aprender a hacer algunas cosas
solo, como caminar, vestirse, leer o escribir; implica ser capaz de tomar la
responsabilidad por las propias decisiones y por las consecuencias de las acciones que
se realizan.
La autonomía en la vida adulta es la capacidad de sobrevivir en forma
independiente manteniendo la propia existencia a través del trabajo productivo. Así
también, es el logro de un pensamiento que valida la propia mirada sobre la realidad y
que emite juicios que se basan en valores personales que reflejan una identidad
definida.
El proceso de individuación es largo, y para que se produzca el niño necesita
asumir paulatinamente la responsabilidad por sus elecciones. Cuando este proceso se
ve coartado en la infancia y los niños están siempre determinados por las decisiones de
los adultos, permanecen infantilizados. Esta actitud puede permanecer en la vida adulta,
traduciéndose en personas incapaces de asumir los costos que tiene el decidir,
permaneciendo a veces en situaciones límite por temor a equivocarse.
Las personas poco autónomas tienden a externalizar la responsabilidad de sus
problemas en otros y atribuyen sus dificultades a los demás, preguntándose pocas
veces: ¿qué he hecho yo para que esto no resulte como quisiera?
La autonomía implica también ser capaz de asumir los cambios que supone cada
etapa del desarrollo, y para ello el niño tiene que despedirse de algo de la etapa
anterior y darle la bienvenida a lo que viene. Por ejemplo, cuando un niño deja de jugar
con sus peluches o sus muñecas y comienza a sentirse feliz de hacerlo con sus amigos
disfrutando de nuevos juegos, está listo para vivir la etapa que sigue. El papel de los
padres es estar allí para impulsarlo y acompañarlo a crecer, dándole seguridad en los
nuevos caminos y en las decisiones que ha tomado. Si, por el contrario, sus opiniones
son descalificadas, los niños aprenderán a no confiar en sí mismos y serán por ende
menos seguros y menos autónomos, buscando aprobación y transformándose en lo
que otros esperan de él o de ella. Una actitud de esta naturaleza lo llevará a perder
identidad. Sus vínculos con otros no tendrán la distancia necesaria, generando una
actitud de dependencia.
Es necesario que los niños vayan aprendiendo a autodirigirse, sin tener que
preguntar en cada paso si lo han hecho bien o mal o «cómo sigo». Detrás de la falta de
autonomía de un adulto, habitualmente ha existido un niño que, para conseguir la
aprobación de sus padres, tuvo que silenciar sus propias necesidades. El costo para
conseguir esa aprobación es demasiado alto, porque puede llevar a tener que negar
una parte importante de sí mismo.
Por tanto, si quiere un hijo o una hija con autonomía de vuelo, cada vez que sea
posible acepte y valore sus decisiones, aunque usted a lo mejor hubiera preferido que
él o ella tomara una decisión diferente.
ABRIRSE A LOS AMIGOS
S e acuerda de la felicidad que le producía jugar cuando era un niño o una niña,
cuando una almohada se transformaba en un caballo y partía a la aventura con su
hermana? El juego es una de las más importantes actividades de la infancia y se
inscribe dentro de los recuerdos más entrañables de la niñez. Los compañeros de juego
de la infancia y la adolescencia permanecen como un vínculo estable con el pasado
que se vive con esa nostalgia que da felicidad compartida.
El juego constituye un espacio de diversión, lo que no es trivial, porque la diversión
es uno de los momentos de felicidad que tienen las personas. Los niños son muy felices
cuando juegan; basta mirarlos para ver iluminarse sus caras y oír sus risas para
entender que están sumergidos en una corriente de gran felicidad, con esa fuerza con
la que viven el presente y que cuesta tanto tener en la vida adulta, donde las cicatrices
del pasado y las preocupaciones del futuro dificultan tanto disfrutar el aquí y el ahora.
Sin duda, en el juego los niños crean vínculos afectivos con las personas, y es algo
que quedará grabado en su memoria emocional: «¿Te acuerdas cuando íbamos a la
plaza con mis hermanos y los amigos en bicicleta?».
En ese espacio social compartido que es el juego, el niño aprende a ganar con
elegancia y a aceptar la derrota; también desarrolla la creatividad y la capacidad de
exploración. De pronto, una cuchara puede ser un estetoscopio, y la niña se convierte
en una doctora que examina a su muñeca.
Pero para que los niños puedan jugar creativamente, la familia debe darles
espacios de libertad, de desorden, y permiso para ensuciar y ensuciarse, en los que
puedan actuar sin sentirse limitados ni interferidos. Cuando son pequeños, los niños
juegan más cuando sus padres los acompañan. Cuando son mayores jugarán más
solos y el rol de los adultos será darles esa posibilidad.
Un niño que no juega debe ser motivo de preocupación para sus padres, porque el
no hacerlo es un síntoma que constituye un freno significativo para su desarrollo
cognitivo y emocional. Es señal que algo muy serio está pasando en su mundo interno.
EL APRENDIZAJE EMOCIONAL
C uando un niño o un adolescente anda bien consigo mismo y se lleva bien con los
demás, no sólo se le facilita la convivencia social, sino que experimenta una
sensación de bienestar bastante cercana a la felicidad. Por el contrario, cuando no logra
armonizar su comportamiento emocional en relación a sí mismo y a su medio social, se
encuentra en permanente conflicto, se siente triste y rabioso. Algunos niños bastante
pequeños verbalizan en estas circunstancias incluso no tener ganas de seguir viviendo.
Aprender comportamientos socio-afectivos hace que el niño tenga una buena
calidad de vida, porque tener estas habilidades le permite conectarse con lo que siente,
expresar emociones positivas y desarrollar empatía para entender a otros.
Un aspecto significativo para vivir en armonía es aprender a elegir, es tener la
sabiduría de hacer elecciones que sean beneficiosas para su desarrollo emocional y su
proyecto vital.
Cuando un adulto se siente confuso y triste, aunque no tenga claro qué le sucede,
las emociones que experimenta le informan que hay algo en relación con su forma de
vivir que no está caminando como debería.
En cambio, cuando su mundo emocional está tranquilo y sereno, estas emociones
le informan que sus elecciones son acertadas y que está yendo por buen camino.
El primer paso en el aprendizaje emocional es darse cuenta de lo que se siente, y
actuar en consecuencia con la emoción que se experimenta. Isidora contó: «Andaba tan
acelerada que no me di cuenta de que mi mejor amiga estaba enojada conmigo. Me
sentía triste y sola, pero no sabía por qué. De pronto percibí que me sentía rechazada
por ella, y esa sensación me impulsó a averiguar qué pasaba antes de que nuestra
amistad se dañara».
Un niño que vive experiencias positivas en su vida familiar, como por ejemplo salir
de paseo, además del contacto con la naturaleza percibe relaciones gratificantes.
Aprenderá a buscar más situaciones como ésas, porque lo ponen bien.
Registrar y procesar la información acerca de qué nos pone bien y qué nos pone
mal es de gran importancia en el aprendizaje emocional. Los espacios de estar juntos y
disfrutar las pequeñas alegrías de cada día enseñarán a los niños a enfrentar la vida
diaria con un ánimo positivo. El placer que encuentra un niño cuando su padre le lee un
cuento o cuando sale a explorar con su mamá o cuando improvisa una obra de teatro
con sus amigos, lo ayudará a entender la felicidad que dan los pequeños placeres
compartidos y a mirar la realidad con anteojos provistos de un filtro positivo.
En las situaciones cotidianas la familia, sin proponérselo, entrega a sus hijos
múltiples expresiones que enriquecen sus vínculos afectivos y que les enseñan a
expresar afecto: los abrazos, sonrisas, la creación de contextos placenteros, las
verbalizaciones positivas acerca de los comportamientos de los niños, una dosis grande
de sentido del humor y el construir espacios de intimidad compartida son los principales
vehículos para enseñar a los niños a expresar las emociones positivas que son la base
del aprendizaje emocional.
Dejarse tiempo para pasarlo bien con los hijos es una señal poderosa de cómo y
cuánto usted los quiere, y es también una forma de transmitir a las futuras generaciones
sabiduría de vida. Enseñarles lo fundamental que es dedicar tiempo y energía a lo
realmente importante, como es generar vínculos positivos con las personas que nos
rodean.
VACACIONES EN FAMILIA
C uando Camila llegó furiosa a su casa diciendo: «Me carga la miss de inglés,
quisiera que se fuera del colegio», sus padres la reprendieron severamente,
porque eso no se puede decir de una profesora. Por supuesto, Camila, que tiene doce
años, ante la reacción de sus padres, se encerró furiosa en su pieza dando un portazo.
Muchas veces los niños se quejan de que sus padres les limitan el derecho a sentir.
Camila, que era una alumna mediocre en inglés, se esforzó muchísimo en preparar una
prueba para subir el promedio. Se sacó una buena nota y, al entregársela la profesora
le dijo delante de todo el curso: «Espero que no haya copiado».
Los padres de la niña, al limitarle la expresión de sus sentimientos en relación con
la profesora, no conocieron cuál era la experiencia que su hija había vivido y que había
desatado como emoción una rabia intensa. En represalia a sus padres, la niña decidió
no contarles nada más acerca de lo que sentía y de lo que le pasaba en el colegio o en
otros ámbitos de su vida. Es decir, al no darle el derecho a exteriorizar lo que realmente
sentía, provocaron en ella una actitud de resentimiento que generó un corte en la
comunicación de los sentimientos. Aceptar los sentimientos de un niño no significa
aprobar las acciones que pudieran derivarse de ellos. Muchas veces, los padres creen
que cuando el niño expresa sus sentimientos «negativos» tienen que intervenir tratando
de modificarlos, y tienden a aconsejar y a enjuiciar la conducta de sus hijos sin
escuchar suficientemente los hechos o motivos que la originaron.
Los hijos no son una excepción cuando comparten lo que sienten, no están
habitualmente pidiendo o buscando que los aconsejen, ni que les den juicios morales o
lógicos, simplemente quieren expresar y descomprimir la energía negativa que tienen
acumulada a raíz de una situación problemática. Una intervención que busque bloquear
la expresión sólo aumentará el poder destructivo de los sentimientos, porque aumenta
la presión interna. Un manejo constructivo de las emociones pasa por aceptar que las
rabias existen, que las penas invaden, que los temores paralizan, y el poder expresarlas
trae una sensación de alivio que ayudará al niño a buscar caminos de solución y
fortalecerá el vínculo entre el adulto que escucha y el hijo.
Cuando los padres son capaces de escuchar empáticamente a sus hijos, en las
emociones que son difíciles de manejar, les proporcionan una válvula de escape que
sin duda libera la tensión acumulada y, además, abre el camino a la idea de que sobre
lo difícil se puede hablar. Las personas que acostumbran a reprimir su rabia pueden
asumir una actitud muy negadora en relación con sus emociones y terminar expresando
en el cuerpo las emociones reprimidas, pero también pueden generalizar esta represión
y no ver aspectos negativos de la realidad, lo que al momento de hacer elecciones
puede ser muy grave. Recuerde que al permitirle a su hijo ventilar y expresar los
sentimientos, usted le provee comprensión. No lo hace más negativo sino que, por el
contrario, promueve que se libere y que se acostumbre a conectarse consigo mismo, y
tenga la confianza para contarle lo que realmente siente.
EL AUTOCONTROL
H acer las cosas de una manera nueva, original y diferente; tener libertad para
buscar ideas y caminos nuevos; salir de la rutina con un poco de cambio, sin duda
energiza y aumenta el potencial de felicidad de cualquier persona. Pocas cosas hacen
más feliz a un niño que la sensación de crear. Este sentimiento de autoría que
acompaña el hacer algo original produce una sensación de bienestar muy especial.
Mientras un niño crea está absorto y concentrado en lo que hace. Esa actitud de estar
abierto lo ayuda a utilizar sus recursos internos, pero, a veces, en la búsqueda de la
comodidad o la aprobación social se limita a los niños la posibilidad de ser creativos.
Ciertamente, el tener rutinas predecibles y hábitos facilita la existencia, pero un énfasis
excesivo en atenerse a lo establecido puede frenar peligrosamente la creatividad.
Vivir en un ambiente en que haya permiso y libertad para hacer las cosas de un
modo diferente irá desarrollando en forma imperceptible el potencial creativo. Por
ejemplo, hacer cambios en el arreglo de la pieza, en la forma de presentar la comida, o
en los juegos que se realizan con los hijos, ayudará a percibir en qué están
progresando. También es bueno manifestarles explícitamente que para los padres la
creatividad es un valor.
La pregunta ¿de qué otra manera podría hacer algo? es siempre un incentivo para
desarrollarla. Otro factor que contribuye es el reconocimiento de las acciones creativas
de un niño. Por ejemplo, cuando muestra un dibujo destacar no sólo los colores y la
forma sino que su originalidad, o cuando expresa una idea diferente decirle: «Es una
forma distinta de verlo, que no se me habría ocurrido. Es bien original».
También contribuye a favorecer una actividad creativa valorar la capacidad de
innovar de las personas, con comentarios apropiados a la edad de los hijos. Por
ejemplo, con frases como: «La propuesta de esos arquitectos me pareció original».
Rescatar la importancia de los inventos también focaliza la atención de los niños en el
talento creativo: «¡qué genial Graham Bell, que inventó el teléfono!».
Padres abiertos a aceptar las innovaciones, valorarlas y utilizarlas, favorecen en los
hijos una actitud creativa. También hay características de personalidad, como el
optimismo y el sentido del humor, que la estimulan. Tener espacio y tiempo no
programado para que el niño pueda hacer lo que quiera y como quiera, le permite
conectarse con lo que realmente desea.
Una familia que tolera la divergencia en sus hijos, que los autoriza a pensar y
actuar diferente ayuda a formar personas que se permitirán formas nuevas, y de esa
manera aportar a la sociedad en que les toque vivir. La diversidad se opone a la
uniformidad, que sin duda es un factor que empobrece la convivencia. La creatividad
supone asumir algunos riesgos y un costo en energía para innovar, pero vale la pena.
LOS VERDADEROS BUENOS MODALES
L os buenos modales son mucho más que un formalismo sin significado. A veces se
piensa que los buenos modales son una especie de rituales, que sería muy mal
visto que los hijos no los tuvieran por el hecho de no habérselos enseñado
oportunamente. Es decir, tener o no tener buenos modales sería una expresión de la
educación recibida en la familia. Los padres suelen poner, por lo tanto, mucho énfasis
en enseñarle al niño cómo comportarse, a pedir por favor, a dar las gracias, a pedir
disculpas, a respetar los lugares de los otros en una fila, a dejar salir antes de entrar en
el ascensor o en el Metro, a no hablar con la boca llena; es decir, todas esas
costumbres que hacen más grata y más estética la vida familiar y la convivencia social.
La enseñanza para lograr estos aprendizajes se realiza a través de diversas
estrategias, que incluyen la sugerencia, la persuasión y, por supuesto, la forma en que
se comportan los adultos. De algún modo, los padres perciben que serán juzgados
negativamente por su entorno familiar y social si el niño no los adquiere.
Pero los buenos modales —que es necesario enseñar— tienen un significado
mucho más profundo, ya que son una expresión de la capacidad de respetar y tratar
bien a los demás y de cuidarlos. Cuando un niño limpia sus embarrados zapatos antes
de entrar a la casa recién encerada de su amigo, está expresando respeto por el trabajo
de quien enceró y por la belleza de la casa del amigo. Y este cuidado y valoración por lo
que los otros han hecho le valdrá la aprobación y afecto de quienes observan su
comportamiento.
Los actos de cortesía, como saludar cariñosamente a las personas al llegar a un
lugar, cualquiera sea la posición social, son una señal de que se percibe y se valora la
presencia de ellas y que se les da importancia. En la familia los pequeños gestos de
respeto hacen una vida más grata. Los grandes afectos se construyen con una gran
cantidad de estos gestos que se expresan en buenos modales.
Es verdad que los buenos modales se aprenden en la convivencia familiar. En una
casa que en las mañanas, a pesar del sueño y del cansancio acumulado, los padres
despiertan amorosamente a sus hijos, con un beso y una sonrisa, les dan un modelo a
aprender a saludar en forma cariñosa. En cambio, un niño que es despertado con gritos
destemplados o con insultos, a pesar de todas las órdenes verbales que le puedan dar
sus padres para que aprenda a ser educado, no podrá interiorizar los buenos modales,
porque no ha tenido modelos que le permitan aprender cómo tratar bien.
La cortesía es una forma de buen trato hacia los otros, porque significa cuidar al
otro en la relación. El trato descortés es una forma de maltrato que informa muy
claramente que no me interesa cuidar la relación que tengo contigo.
Las palabras mágicas «por favor» y «gracias» o un sugerente «¿tú podrías?»
reflejan respeto y consideración por los otros y son, a la vez, expresión de que el niño
ha interiorizado los valores de respeto y preocupación por los demás.
EL DESARROLLO SOCIAL DE LOS HIJOS
L os adultos sabemos por experiencia las ventajas de una noche en que se duerme
bien y la cantidad de horas necesarias para descansar, y las lamentables
consecuencias de un sueño interrumpido y de las noches de insomnio.
Cuando no se duerme bien, al otro día las personas se despiertan con una enorme
sensación de fatiga, se rinde poco, el carácter se altera y la capacidad de atención y
concentración disminuye a niveles alarmantes.
En los niños los efectos de la falta de sueño son aún más devastadores. Hay
incluso consecuencias físicas, como alteraciones en el crecimiento, cuando los
trastornos del sueño son recurrentes, ya que la hormona del crecimiento se secreta en
la primera etapa del sueño. Como el sueño es un hábito es necesario ser ordenado y
sistemático en las horas de acostar a los niños; sólo muy excepcionalmente se podría
alterar la rutina en relación al sueño. Durante este tiempo, además, se recupera el
sistema inmunológico, ya que se producen los linfocitos.
Otra razón por la que hay que ser muy metódico en acostar a los niños pequeños,
es que la irritabilidad sube a niveles muy altos cuando tienen sueño; por eso las madres
suelen decir: «Este niño está peleándole al sueño».
Un niño que se duerme de mal humor y en un clima de peleas tendrá más
probabilidades de sufrir pesadillas o algún otro tipo de trastornos del dormir.
Los niños mayores, si bien cuando están entretenidos no se ponen tan irritables
como los pequeños, también presentan consecuencias de la alteración en los horarios
del sueño, que se reflejan en que les podrá ser más difícil conciliarlo, pudiendo
presentar insomnio de conciliación.
Sin duda una de las funciones más afectadas con el poco dormir en el plano
cognitivo es la atención y la concentración. Se ha estudiado en todas las edades los
efectos de la falta de sueño, encontrándose resultados especialmente adversos en la
consolidación de los aprendizajes, es decir, se afecta la memoria.
En los niños con trastornos de aprendizaje uno de los temas que se está
investigando es el cuánto y cómo duermen.
Camilo, un niño de diez años, presentaba insomnio de conciliación y además se
despertaba varias veces durante la noche, lo que coincidía con una baja significativa en
el rendimiento escolar. Se diagnosticó una disminución de su capacidad de
concentración. El neurólogo realizó un reentrenamiento del sueño del niño, explicándole
por qué él tenía que cooperar en fijar sus hábitos de sueño. Los padres de Camilo
relatan que después del tratamiento no sólo su hijo durmió mejor, sino que su carácter
se hizo más fácil y de ser un niño irritable se puso más controlado y cariñoso. Lo que
más les sorprendió fue el efecto que tuvo en su rendimiento escolar que subió de 5.2 a
5.8 en un solo trimestre.
Los padres agregan, a su vez, que ellos también pudieron dormir mejor,
beneficiando también su carácter. No en vano en Asia uno de los mayores suplicios es
no dejar dormir a las personas.
Aquí van algunas recomendaciones:
•Es necesario que las etapas previas al dormir sean tranquilas.
•No ingerir bebidas colas porque producen excitación.
•Se sugiere evitar realizar ejercicios físicos muy intensos, así como acalorarse
excesivamente. Pareciera ser que, como una preparación para facilitar el sueño,
después de las tres de la tarde baja la presión arterial, la frecuencia de los latidos
cardíacos y la temperatura corporal.
Todos estos ajustes que realiza el organismo están destinados a facilitar que las
personas logren un sueño reparador. También es imprescindible evitar las peleas y los
conflictos antes de dormir, induciendo un clima de tranquilidad y armonía.
Recuerde que dormir, además de tener un fuerte impacto en el crecimiento, facilita
la atención y la concentración, favorece la consolidación de los aprendizajes y mejora el
carácter. Todas éstas son razones para prestar atención a cuánto y cómo duerme su
hijo. .
LOS SUEÑOS DE LOS NIÑOS
L a importancia del soñar es innegable. Se sabe que los sueños tienen un significado
manifiesto, que es el que aparece como aquella historia que se cuenta a la mañana
siguiente y que suele ser incoherente y poco comprensible, ya que en el sueño se
mezclan el pasado con el presente, la realidad con la fantasía. Los sueños tienen,
además, un significado oculto que es difícil de descifrar aun por los adultos
especialmente entrenados.
Los sueños constituyen un mundo de información sobre los deseos, los temores,
preocupaciones y problemas. En las familias en que se comparten los sueños se
produce un acercamiento mutuo que va más allá de la conciencia.
El solo hecho de preguntarle al niño qué soñó le muestra su preocupación por él y,
además, le transmite el mensaje de que sus sueños son algo importante. Recordar lo
soñado le permitirá conectarse consigo mismo y con mucha sabiduría inconsciente que,
a lo mejor, podrá ayudarlo a tomar las decisiones apropiadas. Antonia, de catorce años,
una adolescente con problemas de rendimiento escolar, consultó a su madre respecto
de un sueño determinado. Su relato dejó en evidencia sus temores, pero también
algunos caminos de solución. «Estaba en un bosque como ese que había frente a la
casa del abuelo en el sur, el que cuando pequeña me parecía tan grande. Estaba
perdida y sola cuando de repente apareció un precipicio. Estaba al frente y tú me
decías no te caigas. Por atrás estaban Alicia y Cecilia (dos compañeras de curso) que
me gritaban no te vayas». El sueño estaba simbolizando su miedo a repetir, a quedarse
sola y a sentir que empezaba una caída que sería imparable. Pero también ahí estaban
sus recursos afectivos, la presencia de su madre, que la contenía, y la de sus
compañeras que eran un estímulo para frenar su caída.
El sueño ayudó a esta familia a poner a disposición de Antonia recursos que la
ayudaron a enfrentar sus dificultades escolares y a apoyarse en su grupo de amigas.
Antonia procesó cuánto le importaba la repetición y trató de hacer su mayor esfuerzo
para superarlo.
También usted puede contar a sus hijos aquellos sueños que considera apropiado
compartir, por ejemplo, los que los incluyen a ellos o que representen una parte positiva
de su mundo interno. Por supuesto, sería insensato abrumarlos con sus pesadillas o
sus temores.
En el soñar hay siempre algo mágico que estimula la creatividad, por eso es
aconsejable ayudar a los niños a conectarse y a escuchar sus sueños. Ciertamente, los
sueños no son la realidad y están influidos por lo que los niños han vivido y también por
lo que han visto en la televisión, pero sí son de alguna manera una especie de
maquillaje que encubre lo que el niño está vivenciando. Por ejemplo, si el niño tiene
pesadillas reiteradas, es importante averiguar qué las podría estar causando. Si ha
habido un accidente traumático en la familia, a veces es necesario pedir ayuda.
Los sueños de los niños son una de las tantas ventanas que ayudan a conectarse
con esa misteriosa realidad que es el mundo interno de los hijos. No la desaproveche.
CAPÍTULO III
ALGUNOS PROBLEMAS FRECUENTES
¿ES UN NIÑO MUY DEMANDANTE?
L a comida significa algo más que el logro de una alimentación saludable para todas
las personas de la familia, lo que sin duda es muy importante para la salud. La
comida es, también, una forma muy primaria de expresar afecto, y ese significado no
debe perderse de vista. Es relevante establecer una rutina ordenada, acostumbrando a
los niños a comer en los horarios preestablecidos. El desorden alimentario es una de
las principales causas de la obesidad en la infancia, la que está alcanzando cifras
realmente alarmantes. La Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas, en un estudio del
año 2005, reportó que el 17,4 por ciento de los niños que ingresaban al primer año
básico eran obesos. Las explicaciones para esta verdadera epidemia son, entre otras,
la comida chatarra, el sedentarismo y el desorden en las comidas.
Por eso, comer en familia cosas saludables, en un espacio grato y ordenado en una
atmósfera armónica, es nutritivo no sólo desde el punto de vista físico, sino también
psicológico. En esos momentos es importante postergar las discusiones para otra
ocasión, de manera que no se produzcan interferencias. También es conveniente buscar
temas de conversación que ayuden a vincularse, con preguntas como ¿qué fue lo mejor
de tu semana?
Muchas familias se quejan de tener problemas para que los niños coman. Resulta
paradójico que, en una sociedad de obesos, los padres se encuentren tan entrampados
con los problemas de alimentación de sus hijos.
Muchos de los dramas con la alimentación tienen que ver con los padres, quienes
en un lógico afán de que los niños coman generan tal cantidad de presión que los hijos
asocian comida con angustia, y las horas de almuerzo y cena se transforman en una
tortura tanto para el niño como para el resto de la familia. Gritos, violencia y amenazas
no lograrán que un niño inapetente se convierta en alguien que disfruta con la comida,
que es el objetivo a lograr.
Es comprensible que los padres de los niños inapetentes se angustien, pero tienen
que cuidar que, en la mente del niño, la comida no quede representada como una
fuente de conflicto, porque ello puede derivar en serios trastornos de la alimentación en
el futuro.
Otro problema que suele convertir las horas de comida en un campo de batalla son
los modales en la mesa, los que por cierto deben enseñarse, pero hay que ser
estratégico para lograrlo. No intente resolver todos los problemas a la vez. Céntrese en
uno solo; por ejemplo, que el niño no hable con la boca llena. Los aprendizajes no se
logran en simultáneo, es necesario ir paso a paso, para que el niño vaya aprendiendo
las reglas sociales. Ponga más énfasis en lo que ha logrado que en lo que falta por
corregir. Si corrige, sea extremadamente breve y en lo posible tenga una clave secreta,
para recordar un hábito que le está costando adquirir, de manera de no reprenderlo
públicamente, para no avergonzarlo y no producir un deterioro en la relación.
El niño debe percibir las horas de comida como un espacio de encuentro en que se
comparten las experiencias del día. También que la comida es una de las tantas
muestras de afecto que los padres nutritivos les regalan a sus hijos.
ACOGER LAS EMOCIONES NEGATIVAS
T ener pena, rabia o estar ansioso son emociones que acompañan muchas
situaciones vitales. Intentar minimizarlas o deslegitimarlas crea una barrera en las
relaciones, aunque la intención sea positiva.
Luz, una adolescente de 16 años, relata: «Me cargó cuando mi mamá me dijo que
no sufriera tanto por la pelea con mi pololo. 'Ya verás que habrá muchos otros', me
aseguró. Decidí no contarle nada más, porque estaba claro que no entendía nada»,
afirma la joven, muy enojada con su madre por la falta de empatía con sus
sentimientos.
Los lazos que se crean con las personas que nos apoyan en los malos momentos
son de una naturaleza muy particular y tienen una gran significación emocional.
Cuando los niños están en un estado de ánimo negativo no sirve interrogarlos para
saber lo que les pasa. Cuando a un niño se le pregunta cómo se siente, especialmente
en situaciones difíciles, suele gatillarse en él una actitud defensiva, por lo que su
respuesta puede reducirse a un par de monosílabos para salir del paso y como una
estrategia para evadirse. A veces, si los padres comentan sus propios recuerdos el niño
percibe que ellos están compartiendo su intimidad. A partir de allí es probable entonces
que él se conecte con sus vivencias y quiera compartirlas.
Las emociones que se despliegan en un encuentro emocional verdadero no
deberían ser discutidas, aunque su hijo exprese «emociones negativas», ya que le dará
la sensación de no ser acogido ni comprendido por usted. Por ejemplo, no es
recomendable deslegitimar las emociones a través de mecanismos orientados a
«bajarle el perfil» a lo que él siente, con frases tipo: «¡Pero cómo puedes tener susto, si
ir a un cumpleaños es tan bueno!» o «Estoy seguro que luego se te va a pasar y ni te
vas a acordar de lo que sientes ahora», en el caso de que el niño haya expresado
miedo o rechazo frente a una situación. El solo hecho de abrir la carpeta de los miedos
sintiéndose acompañado lo ayudará a descomprimirse y disminuirá la ansiedad
experimentada. Pero, sobre todo, fortalecerá los vínculos afectivos entre ustedes.
Cerrar el paso a la expresión de las emociones difíciles o negativas es quedarse
afuera de una parte muy significativa del mundo interno de los hijos. Cuando los niños
perciben que hay espacio y tiempo para ellos se sienten escuchados, comprendidos y
acompañados por sus padres. En este espacio se produce una conexión con ellos
mismos que favorece el autoconocimiento, que es básico para el logro de un buen
desarrollo emocional. Las emociones tienen un correlato corporal claro, y coartar su
expresión puede tener efectos negativos en la salud. Validar lo que se siente no
significa avalar las acciones, sino acoger los sentimientos.
Una ventana adicional de una familia que acoge las emociones negativas es que da
el mensaje de que en ella está permitido romper el silencio que habitualmente se cierne
sobre los temas difíciles o dolorosos. En ese contexto, el niño aprenderá a encontrar las
palabras que le permitirán entender y expresar sus emociones más complejas, logrando
así un mejor desarrollo emocional.
LOS LLAMADOS DE ATENCIÓN
S in duda alguna, los niños, desde muy pequeños, necesitan y buscan la atención de
sus padres. Lo hacen a través del llanto, de sus gorjeos, de sus sonrisas y de
gestos tan cotidianos como tender los brazos para ser alzados por los adultos. Más
adelante aprenderán a tironear la ropa de sus padres como una forma de hacer más
potente su demanda por ser escuchados. A medida que van creciendo, el lenguaje es la
manera que utilizan para que los escuchen, pero continúan recurriendo al llanto y a los
gritos como un modo de conseguir sus objetivos. Los niños a veces comienzan a narrar
pequeñas historias cuando quieren que los atiendan, porque se dan cuenta de que,
cuando lo hacen, sus padres los escuchan.
La preocupación de los padres por ellos —expresada en el tiempo que les dedican
en forma exclusiva y en la forma en que los acompañan en las situaciones críticas— es
un poderoso estímulo para el crecimiento emocional y cognitivo de los niños. De hecho,
es una evidencia indiscutible que aquellos a los que sus padres les hablan más,
aprenderán a hablar mejor y más rápido que los que reciben menos estimulación o a los
que les falta el cuidado continuo y amoroso de sus padres.
En la edad escolar y en la adolescencia, los mecanismos que utilizan para
conseguir que sus padres estén alerta a lo que les sucede se hacen más complejos y
bastante menos evidentes a la observación externa. Por ejemplo, un niño puede fingir
que está enfermo e inclusive enfermarse de verdad (la psique humana es
misteriosamente poderosa) para lograr ser el foco principal de la preocupación de sus
padres. Otros niños recurren en forma no consciente a realizar comportamientos
perturbadores, como pataletas, descuidos reiterados de las cosas que se les piden u
otras formas de mal comportamiento que hacen que sus padres tengan que llamarles la
atención. No es casual que éste sea el término que describe lo que se hace cuando se
critica a alguien. Aunque es negativo, este llamado de atención es para los niños y
adolescentes preferible que sentirse ignorados.
En general, las investigaciones tienden a demostrar que los padres prestan más
atención a sus hijos cuando están comportándose mal que cuando están tranquilos,
trabajando o siendo cooperadores. Como la atención de los padres es el refuerzo más
eficaz, a veces los niños en forma no consciente disparan un comportamiento
desadaptativo, que tiene como efecto inmediato conseguir que sus padres se dirijan a
ellos, aunque sea para tratar de que interrumpan la mala conducta. No se trata de que a
los niños les guste ser retados, pero de alguna manera han aprendido que, por ejemplo,
a través de una pataleta, consiguen las cosas y la atención que quieren; si lloran,
aunque los reten por ello, sus padres acudirán a su lado a calmarlos. Por lo tanto, tenga
conciencia de que a lo mejor su hijo no se porta lo suficientemente bien porque no ha
logrado con ello ser foco de atención.
Revertir la atención hacia las conductas positivas, además, tendrá como efecto
mejorar la relación entre usted y el niño porque le entregará aceptación.
APRENDER A DESPEDIRSE
M uchas familias, como un modo de evitar el sufrimiento a los niños, tienden a evadir
la conversación sobre temas difíciles —lo que se ha llamado el lado oscuro de la
vida—. En muchos sentidos, el enfrentamiento de la enfermedad y de la muerte,
especialmente con los niños, es bastante fóbico.
Los niños deben aprender a encarar las situaciones dolorosas y a despedirse,
porque tendrán que enfrentar muchas despedidas durante la vida, y es necesario
asumir las pérdidas valorando lo que las personas que se han ido nos dejan. No se
trata de sobredimensionarlas, pero sí de no negarlas, porque existen y ocupan un
espacio importante en la vida de cualquier persona.
Las despedidas también son necesarias para crecer, y aprender a dejar atrás
etapas. Por ejemplo, cuando los niños se cambian de un ciclo escolar a otro, de colegio
o de ciudad, tienen que decir adiós a lugares y personas; sólo así podrán dar la
bienvenida con sabiduría a los cambios.
A veces en forma no consciente se evita hablar de la muerte, y se desvía la
atención sin dar las explicaciones que los niños requieren. Cuando un niño percibe que
sus padres evaden la conversación sobre situaciones difíciles aprenden por modelo que
es mejor no hablar sobre estos aspectos, y no es de extrañar que en la niñez y la
adolescencia no quieran conversar sobre temas complejos. Y por supuesto que si hay
algo de lo que es necesario hablar —para poder elaborar y superar las situaciones— es
de las circunstancias que hacen sufrir. No sólo es liberador, sino que permite darles un
significado.
Es necesario conversar con los hijos de acuerdo a su capacidad, sin minimizar ni
sobredramatizar. Si la abuela tiene una enfermedad incurable, no hay que insistir en
que no se preocupen porque se va a mejorar, sino que explicarles que está muy
enferma y que se está haciendo lo posible para que no sufra, y además es conveniente
preguntarles si quieren decirle o regalarle algo, por ejemplo, escribirle una carta, o si
son más pequeños hacerle un dibujo. Si son adolescentes, tienen derecho a conocer la
verdad, de manera que puedan estar con ella y despedirse de una forma que les facilite
elaborar la partida sin quedar con la sensación de «por qué no le habré dicho».
En este sentido, cuando son pequeños, la pérdida de mascotas, por dolorosa que
sea, de alguna manera los prepara para enfrentar y comprender mejor la muerte. Es
conveniente que el niño tenga una explicación y un sentido de la muerte antes de que
tenga que experimentarla como una vivencia personal. Los eufemismos, como que las
personas se han ido de viaje o se han dormido, no son aconsejables, porque asustan a
los niños respecto de dormirse y a los viajes; así creerán que si la mamá se va de viaje
no volverá más.
La explicación y el sentido de la muerte dependerá de la orientación religiosa de
cada familia, pero cualquiera sea la creencia siempre es aconsejable poner el acento en
que toda persona tiene una misión que cumplir; valorar el rol de esa persona y dar las
gracias por haberla tenido. También hay que ayudar a los niños a atesorar los buenos
recuerdos, sin negar la tristeza que produce que se haya ido. Y por supuesto es
aconsejable que los niños asistan, y ojalá participen, si ellos quieren, en los ritos que
acompañan la pérdida de un ser querido.
ATENDER LA TRISTEZA
S i bien estar triste no es lo mismo que estar deprimido, la tristeza siempre acompaña
a la depresión, por lo que es necesario estar atento. La tristeza puede ser un signo
importante de que algo no está bien con el desarrollo del niño o adolescente. Estar
triste se relaciona en general con estar pasando por una situación que de algún modo
significa pérdida o con una situación dolorosa, frente a la cual él se siente con poca
energía para enfrentar.
La tristeza, como la depresión, no reconoce edades; en cualquier etapa un niño
puede experimentar tristeza o depresión. La tristeza de un niño implica que necesita del
apoyo y de la compañía de alguien significativo que lo acoja y le dé consuelo. Tratar de
descubrir las causas puede contribuir a averiguar qué es lo que lo pone triste. A veces
es fácil para los adultos solucionar problemas que para un niño pueden parecer
enormes. Por ejemplo, Francisca, de ocho años, estaba muy triste, preocupada y
asustada porque había perdido el primer libro que había pedido prestado en la
biblioteca. Saber que era posible comprar otro y reponerlo la tranquilizó, tanto como
saber que tenía unos padres comprensivos que la ayudaban en situaciones difíciles.
También aprendió a pedir ayuda cuando estaba en dificultades y a buscar consuelo
cuando estaba triste.
Pero a veces la tristeza es un signo de depresión, y en esa situación es urgente
darle ayuda especializada.
El signo más característico de una depresión es el estar triste la mayor parte del
tiempo. El niño o el adolescente comunica su tristeza a través de su lenguaje corporal y
de los contenidos que en general son desesperanzados. Hay que preocuparse
especialmente si el niño empieza a regalar sus cosas y verbaliza algo así como: «No
quiero ser un problema». Es un signo bastante central en la depresión que pierda el
interés por cosas o situaciones que antes lo atraían mucho; un niño que era fanático por
el fútbol y no quiere ir al estadio a ver a su club favorito o un adolescente que era muy
sociable y que deja de interesarse por salir con sus amigos y se niega a ir a fiestas,
debe preocupar a sus padres. El aburrimiento es otro signo que debe alertarnos a que
un niño puede estar deprimido; detrás de un clásico pero muy frecuente «me da lata»,
es muy posible que haya un niño deprimido, sobre todo si usted ve que el niño se aísla
de sus amigos y de su familia y quiere pasar la mayor parte del tiempo solo.
Un elemento que está siempre presente en una depresión es una autoestima baja.
Frases como «nada me resulta» o «no soy capaz de hacer nada bien» están señalando
una baja valoración de sí mismo, que tiende a paralizar al niño y a dejarlo sin energía
para la acción. «Para qué ponerle empeño y poner energía si nada va a resultar bien».
Otros signos preocupantes son los cambios de hábitos en el sueño o alteraciones
en la alimentación.
Si bien las depresiones pueden manifestarse en cualquier época del año, éstas
aumentan en la primavera. En la adolescencia también se ve un aumento de los
diferentes tipos de depresión. El más preocupante de los signos de la depresión es el
«no tener ganas de seguir viviendo», y este pensamiento no hay que dejarlo pasar. La
depresión es un problema psíquico tratable, y lo más importante es no cerrarse a la
posibilidad de que un hijo esté deprimido. Si tiene alguna duda, no vacile en consultar,
así evitará que el problema se haga crónico y los riesgos asociados a los cuadros
depresivos.
LA VUELTA AL COLEGIO, UN TIEMPO CRUCIAL
C ualquiera sea la experiencia previa que haya tenido un niño, la vuelta a clases
implica un remezón que provoca inquietud y preocupación no sólo para el niño,
sino que para toda la familia, ya que es necesario abrirse a un espacio de nuevas
demandas.
A los más pequeños, para quienes ésta es su primera experiencia, les asusta la
separación y es normal que lloren y se aferren a sus padres. A los padres también se
les hace difícil dejarlos y no es raro que lo hagan conteniendo las lágrimas por este hijo
que empieza, gradualmente, a tener sus primeras experiencias sociales y de
aprendizaje fuera del ámbito familiar.
Este miedo a separarse no es necesariamente señal de una dependencia excesiva,
como algunos quisieran ver, sino que es una reacción normal de apego de los padres
hacia los hijos y de éstos a los adultos, que han sido durante los primeros años su
referente emocional más significativo. John Bowlby expresaba que hablar de
dependencia para referirse al apego normal de los niños es una expresión
descalificatoria. Las personas que tienen vínculos afectivos sólidos experimentan
sufrimiento cuando deben separarse, se quejan y reclaman. Este reclamo es prueba de
un buen nivel de apego. Cuanto más pequeño es el niño, más fuerte será su reclamo,
pero si ha tenido un apego seguro con sus padres rápidamente empezará a explorar y a
crear nuevos vínculos en el contexto escolar.
Un cierto grado de ansiedad frente a la separación de sus padres es normal,
incluso en los niños que fueron al colegio el año anterior y, por supuesto, también en
aquellos que deben cambiar de establecimiento escolar. Y ello se debe al hecho de que
volver a clases reactiva la memoria autobiográfica que empieza ya a los dos años, y
que hace que el niño se conecte con las ansiedades que experimentó los años
anteriores al quedarse solo en el colegio.
Para muchos niños de educación básica la vuelta a clases es una situación de
ambivalencia afectiva, ya que por una parte representa el retorno a las exigencias y las
demandas que supone estudiar, pero por otra parte les brinda la posibilidad de
reencontrarse con los amigos y ello es —para la mayor parte de los niños— el lado
grato de la experiencia escolar. Cuando el reencuentro con los compañeros no es una
experiencia placentera, sino más bien difícil, la vuelta a clases puede revestir
características traumáticas y es necesario preocuparse. Rodolfo, un niño con una fobia
escolar, relataba que había un compañero que lo agredía con frecuencia y que los días
antes de volver a clases tenía pesadillas. Fue necesario fortalecer en él la capacidad de
defenderse y alertar a los profesores para que perdiera el miedo de ir al colegio.
Sin duda, el desarrollo social de los niños es uno de los objetivos de la educación
escolar. Por ello, una forma de facilitar la vuelta al colegio a quienes les es más difícil
regresar es dando la posibilidad que se junten con algún compañero los días previos a
la entrada.
Otro factor que seguriza a los niños en los primeros días de clases es la presencia
de ambos padres. Eso, además, constituye para el niño una señal clara de que el
colegio es algo importante y que su familia se involucra en forma activa en este tema,
que está orgullosa de él y que está ahí para acompañarlo. También es altamente
recomendable que al volver el niño del colegio haya alguien que escuche con atención
y afecto cuáles son las experiencias que vivirá el niño en estos primeros días de clases.
LA RELACIÓN ENTRE HERMANOS
T ener buenos hermanos o hermanas es un enorme regalo en la vida. Quizás por eso
cuando alguien tiene un muy buen amigo o una muy buena amiga se dice de él o
de ella que «es como mi hermano».
Una relación fraternal positiva es un factor enormemente nutritivo para el desarrollo;
en cambio, hay pocas situaciones más dolorosas que tener relaciones fraternales
difíciles.
Los padres suelen preocuparse mucho de cómo hacer para que los hermanos no
peleen y eso sin duda es necesario, pero no es suficiente, ya que se trata de una
focalización en evitar el aspecto negativo de la relación. A veces es más eficiente
centrarse en desarrollar los aspectos positivos de la relación entre los hermanos. La
característica central que aportan los hermanos es que constituyen vínculos
emocionales estables, que ayudan a construir la identidad personal. Tener hermanos
es, además, una especie de amortiguador afectivo que permite elaborar en forma
cognitiva y emocional las crisis familiares y personales.
Los hermanos y hermanas dan una sensación de contar con un apoyo leal,
confiable y estable. Hay un sinnúmero de factores, independientes de la actitud y
normas de crianza de los padres, que influyen en la relación entre ellos. Por ejemplo, el
carácter de los niños involucrados, el lugar que ocupan en la constelación familiar, la
distancia de edad entre ellos, las diferencias de género y otras muchas situaciones que
serán difíciles de detallar. Pero, sin duda, la forma en que los padres intervienen en la
relación entre los hermanos es una de las variables más decisivas para que los niños
construyan entre ellos una relación positiva o negativa.
Uno de los factores más significativos, que facilita la ausencia de conflictos causada
por celos o rivalidades, es la percepción que los niños tengan de que sus padres son
justos. Asimismo, los encuentros entre los hermanos en intereses comunes como ir al
fútbol juntos o asistir a una exposición de pinturas o al cine constituyen situaciones
privilegiadas para desarrollar una relación positiva. Los juegos comunes son
experiencias emocionales que están en los recuerdos de todas las buenas relaciones.
Estas experiencias comunes se transforman en vínculos favorecidos por las vivencias
emocionales positivas entre ellos. Genera, también, una relación nutritiva con los
hermanos incentivar gestos entre ellos en que se expresan afecto; por ejemplo,
comprar un regalo o escribir un mensaje positivo para alguna ocasión especial o bien
hacer una torta un poco artesanal para celebrar temprano en familia los cumpleaños.
Destacar cada vez que los niños lo están pasando bien juntos o cuando manifiestan
alguna actitud cariñosa con el otro o, por ejemplo, decir simplemente: «Mira lo contenta
que está la Coni porque llegas», permite reconocer al hermano o a la hermana como
una fuente de afecto. Eso irá formando la imagen de una relación positiva y sana.
Construir una relación es siempre una tarea compleja, llena de gestos cotidianos, y
el desafío a la creatividad de los padres es fortalecer los vínculos entre los hermanos
centrándose en los aspectos positivos y generando espacios para que ellos puedan
percibirse mutuamente, como una fuente de afecto y de vínculos nutritivos.
LOS MIEDOS, UN INFALTABLE PROBLEMA DE LA INFANCIA
D urante la primera infancia, los niños manifiestan una gran capacidad de asombro,
un enorme interés por conocer y una verdadera pasión por aprender. Todo
despierta su curiosidad. Preguntan en forma incesante: ¿qué es esto?, ¿por qué
llueve?, ¿cómo se hace? Es tal su impulso a saber, que los padres relatan quedar
exhaustos ante tanta pregunta y frente a la insistencia del niño por conseguir una
respuesta. Durante esta crucial etapa del desarrollo, adquieren una impresionante
variedad de conocimientos y tienen una velocidad de aprendizaje que no se volverá a
repetir. ¿Por qué los niños pierden esa pasión por aprender a medida que van
creciendo? Robert L. Fried, en su libro La pasión por aprender, plantea que aprender
debería ser una de las actividades más fascinantes del ser humano y que
lamentablemente se transforma, con frecuencia, en algo que produce aburrimiento y
resistencia en la edad escolar.
Una de las principales causas de este decaimiento radica, según el autor, en que los
adultos transforman muchas veces este proceso en un trabajo penoso, que es percibido
por el niño como sin sentido y absurdo. Muchas veces el exceso de exigencias, las
sanciones y las amenazas que les hacen a los niños, mientras les enseñan, son el
principal factor que disminuye sus deseos de aprender. El niño que asocia aprendizaje
con angustia o con castigo perderá no sólo el interés, sino que lo más probable es que
termine odiando la situación de aprendizaje, que lo hace sentirse poco competente y
fracasado.
Otro factor clave en esta desmotivación progresiva está en que sus intereses no
tienen sintonía con lo que los adultos les proponen. A veces experimentan rechazo
porque se los evalúa de una manera negativa a través de notas o comentarios
descalificatorios, que a menudo son bastante ofensivos. Eso, sin duda, afecta su
motivación por el aprendizaje. ¿Quién querría seguir haciendo algo por lo que sólo
recibe críticas? Sólo un masoquista... Conectarse con los intereses de los hijos facilita
que los niños desarrollen el gusto por aprender.
Por ejemplo, a Pedro, de doce años, quien tenía rechazo por la lectura, su padre
logró incentivarlo a leer buscando materiales sobre la Segunda Guerra Mundial, que era
una pasión del niño. De tanto leer sobre el tema mejoró sus habilidades lectoras, pero
además se reencontró con el placer de la lectura.
Es necesario equilibrar las actividades de aprendizaje para que haya espacio para
las tareas que realmente motivan al niño. Obviamente, lo que le interesa casi siempre
se relaciona con las áreas en que están sus talentos. Es por eso que es necesario estar
muy alertas a cuáles son sus gustos, para incentivarlos y darles oportunidad de
desarrollarlos.
Así ocurrió con Pablo Neruda. Su padre le quemaba las poesías, en un intento para
que mejorara sus notas en matemática. El padre logró crearle una fobia a esa materia,
que le duró hasta adulto. Afortunadamente, Gabriela Mistral le estimuló su talento
literario. Al final, ésta fue la actividad desde donde hizo un aporte universal. Sin duda,
por eso es bueno recordar que el placer que se encuentra en un tema es la clave de la
pasión por aprender y hacer.
LOS ABUELOS
E nfrentar los cambios es, para los niños y los adultos, una situación emocionalmente
complicada, por necesarios y razonables que éstos les parezcan a las personas
que tienen que hacerlos. La resistencia al cambio es una característica normal, pero
cuando esa resistencia está exacerbada puede llevar a situaciones de paralización que
impiden adaptarse a las demandas de las situaciones nuevas.
Por ejemplo, si usted estaba acostumbrado a una determinada tecnología en
computación y es resistente al cambio, le costará mucho adoptar una nueva,
especialmente si no tiene muchas habilidades tecnológicas, y eso le puede significar
perder la posibilidad de un trabajo o de facilitarse la vida con el nuevo aprendizaje.
Tener apertura al cambio es una característica de las personas creativas, y sin
duda es una enorme ventaja comparativa en relación con las personas que no tienen
esta disposición. Aceptar los cambios como un desafío es generar para sí mismo
nuevas oportunidades y, por lo tanto, caminos que pueden resultar muy enriquecedores.
Por supuesto, se trata de evaluar si el cambio que piensa hacer o lo que le
proponen es positivo y le significa algunas ventajas. No es tomar decisiones a tontas y
a locas, pero sí es necesario poder dejar hábitos y situaciones que no aportan. Los
niños pueden aprender a dejar situaciones que les son dañinas. Poder cambiar en este
contexto es un factor que aumenta el potencial de felicidad de las personas.
Enfrentar nuevas situaciones a las que está expuesta la familia con ilusión y
buscando los aspectos positivos es una actitud de optimismo y de felicidad que facilitará
que los niños no teman a los cambios, sino que los enfrenten en una actitud positiva y
de esperanza, lo que constituye un signo de salud mental. Favorecer en los niños la
búsqueda de situaciones nuevas desarrollará en ellos el gusto por el desafío y por
hacer cosas originales y novedosas. Como ya se señaló en páginas anteriores, sin la
aceptación del cambio, la humanidad seguiría aún en la época de las cavernas.
El miedo al cambio frena el desarrollo personal y social. Intente que sus hijos miren
la vida sin temor y que asuman en cada etapa de ella cuál será el nuevo escenario que
deberán enfrentar, y que estén dispuestos a cambiar para poder aprovechar las
oportunidades que ello trae. La mirada debe ser realista, pero con ilusión.
La velocidad de cambio en estas sociedades es de tal magnitud que si los niños no
tienen la disposición a abrirse a explorar y aprender corren el riesgo de irse quedando
atrás y a desadaptarse en las situaciones nuevas.
Una manera de favorecer un comportamiento positivo es que los padres sean
capaces de asumir sus propias oportunidades de cambio, con una actitud que exprese
apertura, optimismo y valentía, lo que les permitirá a los hijos por modelo percibir que
es posible cambiar y entender que cuando las personas se resisten a darle la
bienvenida al cambio pierden muchas oportunidades de ser más productivas, creativas
y felices.
EDUCAR A MÁS DE UNO
C iertamente que es necesario para la salud mental de los padres y para el desarrollo
cognitivo emocional del niño que algunos de los múltiples aspectos y demandas
que supone su crianza y educación, puedan ser delegados a personas que tengan la
competencia para hacerlo con ternura y eficacia.
Pero a pesar de esta delegación de algunas funciones, los hijos tienen que tener
una noción clara: que las personas más importantes y significativas, en su cuidado y en
la satisfacción de sus necesidades básicas, son sus padres. El niño debe percibir que
constituye la prioridad uno para sus padres, especialmente en las situaciones
importantes como son sus eventos escolares, sus competencias, sus enfermedades y
sus preocupaciones. Pero, también, que ellos están presentes y los ayudan en las
rutinas cotidianas, como las tareas y juegos.
Las actividades del hogar anexas al cuidado de los niños, como el orden, el lavado,
el planchado y la preparación de los alimentos pueden ser dejadas, si se tienen los
medios, en manos de otras personas, justamente para tener más tiempo para estar con
los hijos a fin de poder pasear y jugar con ellos. Ojalá muchas de las funciones que
exigen el cuidado y la educación de un niño sean hechas por los padres. En los
primeros años, el baño, vestirlos, acompañarlos a la plaza, contarles un cuento antes
de dormirse, armar un rompecabezas deberían ser actividades frecuentemente
realizadas por los padres, con esa ternura y cuidado que sólo ellos pueden entregar y
que genera un vínculo de apego.
La clásica historia «del pobre niño rico» que cuenta de adulto «mi mamá nunca
tuvo tiempo para nosotros, hasta al doctor nos llevaba el chofer» revela cómo las
carencias infantiles pueden determinar que una persona se sienta poco querida hasta la
vida adulta y cómo ello afecta su confianza en sí mismo. Y si un hijo percibe que no es
importante para sus padres, tiende a imaginar que esto sucede por un problema suyo,
que lo hace poco querible.
Esto no quiere decir que no sea beneficioso que tenga oportunidad de recibir afecto
y cuidado de otros, pero sí es fundamental que sienta la presencia constante y segura
de quienes deben ser vínculos más estables, es decir, sus padres.
Delegar cuando no existe otra posibilidad es comprensible, y los niños lo asumen
bien, por ejemplo, cuando la mamá está enferma o tiene que viajar, o el padre no puede
asistir a una reunión porque está en otra ciudad, siempre y cuando ello no ocurra tan
seguido. De lo contrario, los niños sentirán que están en último lugar en la lista de
prioridades de sus padres y tendrán la sensación de un cierto grado de abandono.
Cuando los padres son muy autoritarios, lo que no es infrecuente en los muy exitosos,
los niños tienen a veces incluso temor de expresar sus deseos de compañía por miedo
a que los reten o los castiguen.
No delegar nada puede llevar a una conducta sobreprotectora; y delegar mucho, a
olvidar las necesidades de cercanía que los niños requieren de sus padres, cayendo en
la negligencia.
Las personas que nos rodean son testigos que pueden expresarnos, si nos quieren,
en qué estamos fallando, pero también cada padre sabe en su fuero interno cómo lo
está haciendo, y es necesario escuchar esa voz interior.
AMPLIARLES EL MUNDO
S i usted lanza una piedra contra un vidrio tiene la certeza de que la ventana se
romperá, con riesgo de herir a los que están alrededor. Pero, ¿tiene la misma
conciencia que cuando ofende a alguien no sólo daña a esa persona, sino que puede
deteriorar la relación entre ustedes para siempre? ¿Tiene conciencia de que sus olvidos
o su falta de atención hacia su pareja, sus amigos o sus hijos pueden crear problemas
en la relación?
La educación pone un gran énfasis en enseñar a los niños la comprensión de las
causas en el mundo natural, como una manera de desarrollar el pensamiento científico
y favorecer la adaptación de ellos a su entorno. Por ejemplo, la familia en la infancia
recalca con frecuencia: «Si te desabrigas te vas a enfriar y te vas a resfriar». En
cambio, la causalidad emocional permanece casi olvidada en los razonamientos
educacionales y familiares, a pesar de lo importante que es para el desarrollo de la
inteligencia emocional y, por lo tanto, para la convivencia social.
Los niños y los adolescentes, por su marcado egocentrismo, tienden a percibir que
los problemas de relación son causados por los otros, y no tienen conciencia acerca de
cómo sus propios comportamientos generan dificultades, es decir, no desarrollan una
percepción nítida acerca de cómo su conducta determina en forma importante la
respuesta del otro.
Por ejemplo, Carolina se queja de que está furiosa con Angélica porque no la ha
llamado en toda la semana, sabiendo que lo está pasando mal. Un análisis que podría
ser correcto si no fuera porque en su apreciación de la situación omitió que ella olvidó el
cumpleaños de su amiga y no sólo no fue a verla, sino que ni siquiera la llamó por
teléfono. Incluir en los razonamientos la causalidad emocional durante el desarrollo
infantil es un poderoso factor en el logro de una perspectiva emocional justa que
considere la perspectiva del otro. Cuando un niño se pregunta: ¿por qué Alvaro tiene
tantos amigos y es tan querido? con aire de sorpresa, es porque no ha sabido aquilatar
lo acogedor que es Alvaro y la preocupación que tiene por los detalles, que son básicos
en las relaciones emocionales.
La idea central es, sin juzgar al niño porque no lo hace bien, señalar en otras
personas los comportamientos que las hacen queribles. En este sentido, explicitar los
razonamientos positivos o negativos vinculados con hechos concretos del mundo
cercano o del mundo público fomenta en el niño una comprensión de las claves
emocionales que facilitarán su inserción en el mundo social y afectivo. Por ejemplo,
decir «la deplorable conducta del candidato X ofendiendo a Y le va a costar muchísimos
votos, porque no se puede ser tan agresivo». Lo mismo se puede hacer cuando se va
con los hijos al cine, ya que el análisis informal de los personajes de una película puede
favorecer, casi imperceptiblemente, la comprensión de la causalidad emocional en los
niños.
Se trata de ser sutil, no reiterativo, y que los mensajes puedan ser asimilados
desde una actitud positiva. Si usted se pone muy repetitivo y asume una actitud
inculpatoria frente a la falta de percepción de su hijo, acerca de cómo sus conductas
pueden ser causa de los problemas que está enfrentando, paradójicamente obtendrá
resultados opuestos a los que desea lograr.