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La historia manifiesta una constante búsqueda de los atributos de valor artístico. Esta
necesidad por el disfrute, es propia, en el desarrollo de cada estrato individual y social
del potencial humano. Todos esperamos el beneficio del sentir nuestras necesidades
satisfechas, y las necesidades de admirar, asombrarse, complacerse y disfrutar, son
naturales para cada ser humano.
Esa misma necesidad por complacencia ha gestado el desarrollo de los oficios a lo largo
de la historia. El ser humano espera siempre lo mejor, y lo mejor es aquello que lo
satisface. Esta realidad constante es en si misma, la que deriva los diversos estratos de
satisfacción. La satisfacción es siempre proporcional a la exigencia de la necesidad.
Pero no todas las necesidades son iguales en su exigencia y eso es lo que deriva en los
diferentes objetos de valor. Un diamante vale mucho en el mercado de valores, pero no
vale para salvar a quien se ahoga en el océano, en este caso vale más una llanta de
tractor que un diamante.
Las artes plásticas contienen valores derivados de sus proposiciones temáticas. No vale
lo mismo una proposición emblemática universal válida siempre y para todos los
humanos, que una proposición individual, válida únicamente para quien la postula. Si,
por ejemplo, propongo la realización del tema de la cueca, posiblemente sea reconocida
mi propuesta por quienes reconocen la cueca de mi obra, pero ¿cómo van a apreciar el
tema de la cueca aquellos que nunca la han escuchado o visto, o no saben de la
existencia de la cueca? La cueca es una proposición fragmentaria que será apreciada
temáticamente por quienes reconocen a la cueca. Pero si en lugar de ella propongo, por
ejemplo, el tema de la ansiedad, seguramente todos los humanos podrán reconocerse en
ella y apreciarla como propia. Esto transforma a la ansiedad en una proposición temática
emblemática, es decir por todos compartida. Y esto es independiente de que la ansiedad
sea atractiva o rechazada por quienes la padecen.
Existen otros valores en el arte de la plástica, como son el valor compositivo de la idea
y de la imagen, el valor gráfico de la precisión y de la destreza en el trazo, el valor tonal
de los claros y oscuros, de los altos y bajos contrastes y el valor cromático de los
colores cálidos y fríos, así como el valor del oficio depurado o de la improvisación.
Estos valores, siempre y cuando existan en armónica relación entre sus
complementariedades, producen beneficios que satisfacen a la necesidad del apreciador.
Podría decirse que estos valores son objetivos, puesto que se pueden comparar
visiblemente unos con otros. Pero también existen en la plástica otros valores
subjetivos, como por ejemplo, la originalidad, la comunicación o la suma de
atribuciones sensibles, significativas o serviciales de la obra. Por ejemplo: si la obra ha
pertenecido a un líder nacional, o si ha participado en una exposición de prestigio, o ha
sido parte de una subasta en la que su precio ascendió hasta el extremo de ser adquirida
por una enorme suma de dinero. Estos atributos se suman al atractivo de poseer dicha
obra, y puede ocurrir que un trabajo de escasos valores objetivos adquiera el atractivo
del mercado, aún sin contener valores temáticos universales, o sin contener el desarrollo
máximo de las habilidades de un oficio. Pero esto es parte del mercado de valores, y no
tiene nada que ver con los valores propios del oficio del artista.
Por valor se entiende la cualidad contenida en el objeto que satisface la necesidad del
sujeto que lo aprecia. ¿Apreciamos todos lo mismo? No, no lo hacemos ni en la
intensidad ni las particularidades de lo apreciado pero todos sentimos lo mismo del
beneficio de lo observado, todos sentimos complacencia o displicencia, y todos
sentimos el acomodo de la complacencia que nos satisface y el desacomodo de la
displicencia que nos insatisface.
Valor es una cualidad que se establece en la correlatividad, concordia o coincidencia
entre el objeto observado y el sujeto que lo aprecia. Sin el sujeto que aprecia o sin el
beneficio derivado del objeto observado no puede establecerse el valor. El valor existe
en potencia en toda existencia, pero esa potencia se realiza en la apreciación del sujeto.
Existen valores en potencia que son siempre validos para todos los apreciadores
(plenitud, justicia y cumplimiento) y existen diversos grados en la intensidad de la
apreciación que diferencian la evaluación de ese potencial. Por ejemplo, los valores que
satisfacen a las necesidades emocionales son muchos, y en su apreciación podemos
entenderlos como relativos a la capacidad de cada uno, pero el sentimiento de plenitud
es por todos perseguido y es insuperable. No existe satisfacción o gozo que supere el
estado de plenitud. Lo pleno es pleno, no exige ni necesita de más. Lo mismo ocurre
con lo justo: toda razón pretende el encuentro con lo verdadero, y en ese sentido, puede
que lo cierto para uno, no sea tan cierto para el otro, pero lo justo es justo, concordante
y adecuado para toda justicia. De igual modo que lo completo o lo cumplido. ¿Podría
hacerse algo más perfecto, más servicial o más adecuado que lo cumplido o lo completo
de acuerdo al deber de la razón que así lo justifica? Lo completo, lo justo y lo pleno no
exigen de más y por lo tanto, podemos referirnos a estos valores como los valores
máximos insuperables, que por ser por todos perseguidos, y por ser validos siempre y
para todos, transforma a estos valores en absolutos.
Martín Soria