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Facultad de Teología
Estudio moderno
Bibliografía utilizada: Guardini, Romano. “El Señor. Meditaciones sobre la
persona y la vida de Jesucristo”, ED. Lumen, 2º edición, República Argentina, 1997.
Guardini ubica la escena del bautismo como en un intervalo que sucede en la
vida de Jesús entre dos etapas, a saber, entre la tentación y la primera proclamación. Si
bien Jesús ha salido de su adolescencia, aún no ha comenzado su acción.
El evangelista Lucas nos dice que “tenía Jesús, al comenzar, unos treinta años”
(Lc. 3,23). Y era, según se creía, hijo de José, y de toda la genealogía que lo hace ser
hijo de David, Abraham, y también Hijo de Dios.
A Guardini le conmueve contemplar al Señor en soledad. Aún no había
pronunciado ninguna palabra de su Buena Nueva, ni había convocado a ningún
discípulo. Estaba con todo por hacer. Los evangelios únicamente nos dicen que Juan
predicaba la penitencia y bautizaba a orillas del Jordán, y que allí aparece un día el
Señor, súbitamente, solicitándole que lo bautice. Juan se niega, pero Jesús insiste
diciendo: “Déjame, ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia”.
En la proclamación de fe que Juan el Bautista exclama al verlo, se nos abre una
puerta para que nos asomemos un poco al alma del profeta. Juan el Bautista no lo
conocía a Cristo, ni tampoco aquellos entre los que estaba Cristo. Lo proclama como
uno más fuerte que él, a quien no es digno de desatarle la correa de sus sandalias.
Cuando Jesús descendió al Jordán, dejaba atrás la profunda vivencia de la niñez
y de los largos años del “progresar su sabiduría”, en estatura y en Gracia ante Dios y
ante los hombres (Cf. Lc 2,52).
El primer gesto que contemplamos de Jesús, y su primera palabra son de
humildad. En ningún momento insinúa Jesús que el bautismo no es para Él, que no tiene
pecado; en ningún momento dice que eso sea sólo para los demás.
El hecho de que Jesús pida ser bautizado significa que acepta la prédica del
Bautista y confesarse pecador; acepta hacer penitencia y abrirse a lo que Dios quiera
enviarnos. Por eso es comprensible que Juan se espante y se resista. Jesús no quiere ser
una excepción, sino subordinarse a la ley que vale para todos.
A ese descender en la hondura de lo humano le responde la intervención de lo
alto. Los cielos se abren y tiene lugar el encuentro que Guardini llama “infinito”. Toda
la plenitud del Padre fluye hacia Jesús, según Lucas, mientras estaba puesto en oración
(Lc 3,21). Así muestra el evangelista que se trataba de un proceso interior. Pero más allá
de todo, este fue un acontecimiento real, más real que todas las cosas tangibles que se
hallaban presentes en aquel momento; pero al mismo tiempo interior, “en el Espíritu”.
Guardini expresa muy bien que el ser humano se remonta por encima de sí
mismo por el Espíritu Santo, a fin de que el hombre experimente a Dios, el Santo, y
descubra su amor. Pues bien, es la plenitud de este mismo Espíritu el que desciende
sobre Jesús, que siendo el hijo consubstancial de Dios y llevando en sus ser la divinidad
viva que lo colma e ilumina, es a la vez el verdadero hombre, semejante en todo a
nosotros, salvo en el pecado.
Jesús crece, “progresa en sabiduría, en estatura y en gracia”, no sólo ante los
hombres, sino también ante Dios. Aquí se hace más denso el misterio: él es el Hijo del
Padre. El Padre está “siempre en él”; “en él, así como él está en el Padre” (Jn 14, 10-
12). Lo que Jesús hace, es una acción que se realiza a partir del mandato del Padre, el
3
Hijo conoce con absoluta claridad ese mandato; lo “ve”. El Espíritu está igualmente en
él, siempre. Porque el Espíritu es el amor por el cual el Hijo y el padre son uno, y es
también el poder por el cual el Hijo se ha hecho hombre. Sin embargo aquí el Espíritu
“viene” sobre él, así como el mismo Jesús más adelante habrá de “enviar” desde el
Padre el Espíritu sobre los suyos.
El poder del Espíritu viene sobre Jesús y, en ese encuentro resuena la palabra del
amor paternal, que en el relato de Lucas asume la forma de una interpelación “Tú eres
mi hijo; yo te he engendrado” (Lc 3,22).
Una vez se han encontrado Jesús y el Espíritu, éste lo impulsa hacia la soledad, a
apartarse de los suyos, a alejarse de toda la gente que estaba junto al Jordán, terminando
así la escena del Bautismo de Jesús.
Estudio exegético
Ubicación bíblica: Mt. 3, 13-17; Mc. 1, 9-11 y Lc. 3, 21-22.
Bibliografía utilizada: Ricciotti, G. 1968. Vida de Jesucristo. Editorial Luis
Miracle S.A. Barcelona.
Luego de treinta años de silencio, en el cual se desarrolla la denominada
“vida oculta” de Jesucristo, Juan el Bautista aparece en público y poco después lo hará
Nuestro Señor. Ricciotti ilumina: “casi reproduciendo la breve distancia que separó
sus nacimientos respectivos”.1
Nuestro autor luego de hacer esta breve presentación, dedica unas
páginas a explicar, a partir de los Evangelios, del Antiguo Testamento y de los datos
extra-bíblicos de aquella época, la figura de Juan. Comentando sobre el llamado
“silencio profético”, en el que habían desaparecido los “antiguos estandartes de
Israel”2 , trae a colación el Salmo 73, que dice: “o vemos nuestras enseñas, ya no
tenemos profetas, nadie que sepa hasta cuando.”3 Y continua diciendo que el estandarte
se alzaba sobre Juan, como profeta último y definitivo. Fundamenta esta afirmación
citando a San Lucas: “La Ley y los profetas llegan hasta Juan; a partir de ahí comienza
a anunciarse la Buena ueva del Reino de Dios.”4
El Bautista había adquirido mucha influencia: tenía discípulos, algunos
de los cuales más tarde seguirán al Señor (Pedro, Andrés, Santiago y Juan) y otros que
continuarán afectos a su persona.
“Juan permanecía generalmente a orillas del Jordán, en la parte del Río
más accesible al que llega de Jerusalem, es decir, poco más arriba de su
desembocadura en el Mar Muerto.”5 Allí bautizaba.6
Las multitudes que acudían a él, se empezaba a preguntar si no sería el
Mesías. A lo qu él responde dura y secamente: “Yo os bautizo con agua; pero está a
1
P. 293.
2
P. 295.
3
V. 9.
4
16, 16
5
p. 296
6
Aclara Ricciotti que a veces lo hacía en otros lados: Bethania de allende el Jordán y Ainon, junto a
Salim. (Cfr. Pp. 296-297).
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punto de llegar el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle
la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.”7
Un día, se presentó Jesús, junto a los seguidores del Bautista. Llegaba de
Nazareth. El Mesías iba mezclado con otros penitentes y nadie le conocía, ni siquiera su
pariente Juan. Nuestro exégeta argumenta citando al apóstol Juan: “Y yo no le conocía
pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el
Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo.”8 Pero Juan
distinguió a Jesús antes de realizar el bautismo. Giuseppe Ricciotti dice casi
poéticamente: “Pero tenía presentimiento, y cuando distinguió a Jesús mezclado entre
la multitud que se preparaba al bautismo, la voz del Espíritu, unida a la de la sangre, le
hicieron adivinar, en aquel hombre mezclado entre tantos, al Mesías y pariente suyo,
pese a que aun no había visto en él el signo preestablecido (Mateo, 3, 14-15).”9 Juan no
lo quiso bautizar, Jesús le hizo ver que era necesario y al bautizarlo “la adivinación se
transformó en certidumbre.”10 Y esto debido a que “el signo de reconocimiento se
produjo. Jesús, con traza de penitente, pero sin confesar pecado alguno, había entrado
en el agua, y he aquí que cuando salió abrióse el cielo sobre él, y el Espíritu Santo
descendió sobre su cabeza en forma de paloma, y oyóse en lo alto una voz que decía:
Tu eres mi hijo amado, en ti me complazco (Marcos, 1, 11).”11
Concluye la presentación del bautismo del Señor haciendo una
presentación muy bella: así como en la gruta de Bethlehem, el Mesías iniciaba su vida
física, aquí inicia su misión. Allí es dado un anuncio a los pastores, aquí un signo al
precursor inocente y a los pecadores arrepentidos. También en las dos escenas hay una
eficacia limitada, en cuanto al tiempo y en cuanto al número de los que lo recibieron. Ya
que poco meses después dos discípulos de Juan serán enviados por él mismo, a
preguntar a Jesús si él era el Mesías esperado.
De esta forma Ricciotti, presenta el bautismo del Señor, dedicándole seis
parágrafos12 y esencialmente unida a la figura del Bautista.
Estudio patrístico
Bibliografía utilizada: Obras completas de San Agustín Tomos X, XXIV, XXV
y XXVI.
En esta parte del trabajo, expondremos algunas reflexiones teológicas
realizadas por San Agustín (351-430), en sus homilías. Con nuestro propósito no
pretendemos agotar el tema, ya que el Santo Obispo de Hipona en muchos sermones
habla sobre el bautismo del Señor. Simplemente mencionaremos algunos puntos que
nos parecen que son de gran importancia. Debido a la gran riqueza de dichas homilías y
a la fuerza que tienen algunas de sus frases en el idioma original, citaremos las mismas
en latín (la traducción que ofrecemos es la que proponen los editores de la BAC) y en la
gran mayoría de la exposición dejaremos que el mismo San Agustín nos hable.
7
Lc. 3, 16.
8
1, 33.
9
p. 298.
10
P. 298.
11
P. 298
12
El libro contiene 640 parágrafos
5
vos y ¿qué es Cristo sino la Palabra? Primero se envía la voz para que luego se pueda
entender la Palabra. Y esta es la Palabra que existía en el principio y que estaba junto a
Dios y que era Dios. Todo fue hecho por esta Palabra y sin ella nada se hizo.
“Vide, vide utrumque ad flumen, et vocem et Verbum. Voz Ioannes,
Verbum Christus.” (Mira, mira junto al río una y otra cosa: la voz y la Palabra. Juan es
la voz, Cristo la Palabra.
Señor, el Hijo unigénito de Dios? Investiga por qué nació, y entonces hallarás por qué
fue bautizado.
Allí encontrarás la vía de la humildad. Vía que no puedes emprender con
pie soberbio; vía que, si no pisas con pie humilde, no podrás llegar a la excelsitud a la
que conduce.
“Baptizatus este propter te, qui descendit propter te. Vide quantus factus
sit tantillus” (Quien descendió por ti fue bautizado por ti. Advierte cuán pequeño se
hizo a pesar de ser tan grande).
“Quoniam plus est quod voluit homo fieri, quam quod voluit ab homine
baptizati” (Más digno de mención es que haya querido hacerse hombre que su voluntad
de ser bautizado por un hombre).