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Sabemos que a partir del siglo XVIII se lleva a la práctica política y ciudadana
la idea de que la racionalidad no emana de principios abstractos absolutos,
sino que se desarrolla a partir de la contrastación de opiniones sobre la verdad
y la justicia, haciéndose inseparable del debate público. Locke, Rousseau,
Kant, los enciclopedistas y otros autores de la ilustración 1 explicitan en sus
obras los fundamentos de dicha concepción, y la revolución burguesa plasma
sus principios en la "Declaración de derechos del hombre y del ciudadano de
1789", que inspira la Constitución francesa de 1791. La libertad de
pensamiento, expresión de opiniones y difusión de ideas, junto con la no
discriminación, igualdad ante la ley y libertades de asociación y movimiento,
abren nuevos caminos para la vida ciudadana y recomponen la estructura de lo
público y lo privado; lo íntimo y lo publicitado; el interés social y el negocio
privado. “La historia de la opinión pública parece ligada, por su parte, al
discurso político de Europa. Es un artefacto moderno (las premisas de las
Revoluciones americana y francesa proporcionan aquí la referencia más
visible), incluso si un “tiempo fuerte” ha sido preparado por la tradición de una
filosofía política. Bajo ese nombre o bajo algún otro, no creo que se haya
hablado de opinión pública – tomándosela en serio- sin el modelo de la
democracia parlamentaria…” (Derrida, 1992:2)
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Ponencia presentada en el III Congreso Iberoamericano de Filosofía, Medellín – Colombia . 1 al 5 de
Julio de 2008
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Licenciada en Ciencia Política – UBA. Candidata a Magíster en Comunicación y Cultura en la Facultad
de Ciencias Sociales, UBA. Jefe de Trabajos Prácticos en la materia Teoría Política y Social II de la
Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Directora del proyecto “El pensamiento alemán en los siglos XVIII
y XIX: su influencia en la constitución del sujeto ciudadano contemporáneo”, del Programa de
Reconocimiento Institucional de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Integrante del proyecto
UBACyT “Sujeto y conflicto: una alteridad vital para la teoría moderna y contemporánea”, director Atilio
A. Boron , UBA.
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“El liberalismo moderado, sin embargo, modificó el concepto de opinión pública relacionándola a los
"ciudadanos instruidos", distinguiendo entre opinión legal (expresada por el Parlamento) y natural
(derivada de los ciudadanos). Una opinión que sólo podía manifestarse a través de medios jurídicos
reglados: la libertad de prensa, el derecho de petición y el sufragio. Esto por un lado la restringió: el
número de ciudadanos instruidos era muy bajo; y por el otro la extendió: para ser instruido no era
requisito ser noble o miembro de las clases gobernantes. Esta reformulación coincide con la visión de los
teóricos de la democracia liberal clásica (Rousseau, Locke, Tocqueville)” en
http://es.wikipedia.org/wiki/Opini%C3%B3n_p%C3%BAblica
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Bárbara Pérez Jaime / La (in)flexión de la opinión: una práctica de la democracia
Podemos decir que la opinión pública refleja el eterno debate individuo vs.
sociedad, lo público vs. lo privado. La opinión pública en un sentido
rousseaneano la rescatamos con un doble carácter, esto es como la enemiga
del individuo y la protectora de la sociedad, entendiendo a la opinión pública
como elemento de cohesión social que, sin embargo aplasta –o silencia- al
individuo. De Locke 2 rescatamos la relación entre ley de opinión y la amenaza
que se cierne sobre el individuo si disiente de su grupo de referencia. Y de Kant
la capacidad autónoma de razonar de los individuos, como también el carácter
público del debate a través de la libertad de pluma. Es la Revolución Francesa
la que habilita la libertad de opinión política “Solo el respeto de la opinión
pública… concede legitimidad a la autoridad política… La opinión pública es el
puente que une el orden legal y la razón. Ha de ser universal y abarcar al
conjunto de los ciudadanos. Consiste en un debate público y participativo. Sirve
para controlar el poder y sus instituciones” (Zamora, 2002:14)
Existe una estrecha relación entre opinión, costumbres y ley: parece que la
opinión pública sería la manifestación de las costumbres; sin embargo
Rousseau invierte la relación, insistiendo en la opinión pública cuyo control por
medio de la censura revierte en la purificación de las costumbres. A través de
2 Locke establece una distinción entre tres clases distintas de leyes: la ley divina, la ley civil y la ley
moral. La primera alude al orden de las cosas establecido por una entidad divina, la segunda está
relacionada con el poder legislativo del Estado y la tercera es la también conocida como ley de la opinión
o de la reputación.
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Esto se debe a que para los liberales las costumbres eran un elemento irracional por lo cual no podían
formalizarse. Pero para Rousseau, las costumbres son fundamentales a la hora de la distinción de las leyes
porque en el capítulo XII del Libro II de “El contrato social” enuncia: “A estas tres clases de leyes
(políticas, civiles y criminales) se une una cuarta, la más importante de todas; que no se graba ni sobre el
mármol ni sobre el bronce, sino en los corazones de los ciudadanos; que forma la verdadera constitución
del Estado… Hablo de las costumbres, de los usos, y sobre todo de la opinión” (Rousseau, 1996: 60)
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1.2 La publicidad
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La Academia en ese momento estaba dirigida por extranjeros, sobre todo franceses, porque el mismo
Federico Guillermo consideraba a la lengua alemana semibárbara.
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Sin embargo, Chartier nos recuerda que las primeras democracias estuvieron
restringidas a los círculos de burgueses, ya que las clases populares quedaron
al margen. Esta democracia liberal primitiva gozaba de una publicidad política
bastante coherente, dado que las minorías activas que tenían derecho a voto
podían reunirse fácilmente en los ámbitos como las casas de café. En ellas se
leía, se discutía de política y los escritores difundían sus obras y disponían de
una prensa que evolucionó de forma paralela al despliegue del sistema político
liberal.
2. Democracia y opinión pública
Los 77 5 artículos escritos por Publio en varios periódicos de Nueva York entre
octubre de 1787 y mayo de 1788 para explicarle a la sociedad la necesidad
imperiosa de la unión de los estado en un gran proyecto constitucional. La
convención de Filadelfia fue convocada para revisar los artículos de la
Confederación. Es por esto que Madison, Hamilton y Jay, bajo el pseudónimo
antes mencionado, montan esta gran tarea de dar a conocer al público las
ventajas de este nuevo proyecto que se enfrenta a la vieja Confederación y así,
formando opinión y haciendo público el proyecto, logran el aval de los
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Si bien se conocen 85 artículos, hay 8 que vieron la luz recién en la publicación en forma de libro bajo
el nombre de El Federalista.
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Recordemos que la Constitución Nacional se sanciona en base a las constituciones estaduales, lo que
permite que la Carta Magna sea compatible con las constituciones de cada Estado, sin que estas últimas
estén por encima de la Nación. De esta manera el sistema federal tiene una doble representación:
Senadores, que en tanto constituyen la representación federal, sosteniendo el carácter nacional, y la
Cámara de Representantes, ligados directamente con las peticiones del pueblo.
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1996:270) Es un poder que tiene bajo perfil y por ende, se le teme poco, sin
embargo envuelve a toda la sociedad y la modela según sus deseos. Por otro
lado, el jurado –como institución política- es una cantidad de ciudadanos,
elegidos al azar, para ser investidos con el derecho a juzgar. Esta práctica
permite a los ciudadanos velar por la ejecución correcta de las leyes emanadas
del legislativo. Esto enseña la práctica de la equidad y revestidos como jueces
los desapega del ámbito particular – ámbito que genera y regenera el egoísmo-
y los obliga a cumplir con los deberes de ciudadanos.
“La soberanía del pueblo y la libertad de la prensa son, pues, dos cosas
meramente correlativas: la censura y el voto universal son, por el contrario, dos
cosas que se contradicen y no pueden encontrarse largo tiempo en las
instituciones políticas de un mismo pueblo” (Tocqueville, 1996:199)
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“La democracia puede ser, vista en estos términos, directa o representativa: "la
diferencia básica entre una democracia directa y una representativa es que en
esta última el ciudadano sólo decide quién decidirá por él (quién le
representará), mientras que en la primera es el propio ciudadano quien decide
las cuestiones: no elige a quien decide sino que es el decisor" (Sartoti, 1999: 6)
Existen dos contextos que instauran la necesidad de una democracia
representativa. En primer lugar, el número de individuos que conforman un
Estado- Nación y en segundo término, la gran cantidad y variedad de asuntos
sobre los cuales discutir y decidir. Con respecto al rápido desarrollo de las
sociedades modernas no podemos dejar de mencionar que esta situación crea
también una sensación de alejamiento entre gobernantes y gobernados, lo cual
en muchas ocasiones conduce a valoraciones negativas del quehacer político
como tal. Obviamente esto trae aparejado una serie de efectos negativos en la
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Sin embargo, Caletti afirma que “la democracia moderna, incluso como
propuesta y como batalla por su consecución, significa y ha significado
precisamente el intento de conquistar una radical publicidad de los actos
políticos y constituir al debate ciudadano en el resorte de las grandes
decisiones, en condiciones de visibilidad y accesibilidad generales, de
transparencia.
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7 La Democracia Deliberativa debe excluir, la violencia como método de acción política, las
negociaciones falsas, y asimismo, la primacía de los poderes sociales o reales que hacen prevalecer sus
intereses en la sociedad obstaculizando una comunicación verdadera entre todos los miembros de ella
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Bibliografía
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Derrida Jacques: (1992) “La democracia, para otro día” en El otro cabo. La
democracia para otro día (Patricio Peñalver trad.) Ediciones del Serbal,
Barcelona pp. 85-101 Versión electrónica en
http://www.jacquesderrida.com.ar/ [25/11/2006]
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