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En efecto, la misma crisis ecológica se analiza claramente como una crisis social y
producto de un sistema donde la abundancia no puede ser repartida. Para asegurar el
confort del 20% de la humanidad, es ya hoy necesario desviar las producciones de
cereales del mundo pobre, derribar sus bosques, destruir sus modos de vida
tradicionales, deportar a los campesinos expropiados o arruinados hacia las favelas y
barrios de América Latina, a los barrios prohibidos del sur de Asia, a los extrarradios de
Manila, a los bidonvilles de Dakar; es necesario organizar bajo la forma de rapiña un
mercado de materias primas que ha lanzado a la extrema pobreza a mil millones de
seres humanos. ¡En efecto, en lo más bajo de la escala, uno de cada seis habitantes de
nuestro planeta no tiene más que un dólar diario para sobrevivir!
Cruzado ya el umbral del año 2000, la ley del beneficio mantiene dos mil millones de
hombres, de mujeres y niños en el año 1000. La mitad de entre ellos no sabe siquiera si
podrá comer decentemente al día siguiente.
Esta crisis tuvo lugar en 1982, marcando una tercera fase en la historia de las
instituciones salidas de Bretton Woods. Se puso en práctica el minado de las bases de
retaguardia de la Unión Soviética con el ajuste estructural forzoso (obtenido por el
chantaje) de los países del Tercer Mundo: entre 1982 y 1987, estos programas
macroeconómicos concordados por el grupo G-7, el Banco Mundial y el FMI
conducirán, en el marco de una condicionalidad estricta definida por contrato, a los
países pobres a la economía de mercado, lo que les hizo salir de facto de la órbita
soviética.
Hoy, en 1998, las 200 empresas transnacionales más grandes controlan ya el 80% de la
producción agrícola e industrial mundial así como el 70% de los servicios y de los
intercambios comerciales del planeta, o sea, más de dos tercios de los 25 billones de
dólares que representa el producto bruto planetario (apenas un billón hace cien años).
Asociados en los debates y en las decisiones de las cumbres del G-8, los ejecutivos de
los trusts (agroalimentarias, petroleros o de armamento) intervienen directamente en los
asuntos mundiales. En colaboración con los gigantes financieros del capital global (los
fondos de pensión, los grandes bancos transnacionales y los especuladores
institucionalizados), las agencias del FMI y del Banco Mundial elaboran sus
imposiciones, quebrantan economías, meten en cintura a los estados recolonizados.
Todos esos gerentes y todos estos presidentes, para beneficio del top one (el 1% más
rico del mundo) organizan el sufrimiento de los sixty bottom (los 60% más pobres).
La ideología neoliberal, radicalizada por sus éxitos estratégicos, globaliza también sus
blancos: lanzada a la reconquista de la totalidad del mercado mundial, aspira al
establecimiento de un ajuste estructural universal, que debe meter en cintura a las
potencias rivales emergentes (NPI y lapón especialmente), y sobre todo obtener la
destrucción de los estados de bienestar de los países desarrollados, con el
desmembramiento de las políticas sociales y contractuales obtenidas en un siglo y
medio de luchas encarnizadas. Desreglamentación y privatización, incluso en los países
ricos, son los objetivos más decisivos de la ofensiva liberal. Un retroceso generalizado
de los derechos de los trabajadores de los países desarrollados que siga a la
pauperización de los del Este y al avasalla-miento de los del mundo pobre: éste es el
objetivo programado del capitalismo victorioso. Desindustrialización de los países más
pobres, estancamiento duradero para los otros, desruralización del Sur, subempleo
concertado por todos lados, asalarización de la pequeña producción y de la pequeña
distribución por todo el planeta, reorientación de las inversiones hacia un crecimiento
no generador de empleos donde los mayores beneficios se basan en mercados amañados
para el intercambio desigual y la especulación. Los efectos mortíferos de este sistema de
rapiña son tan destructivos, tan profundos e importantes que llegan por añadidura a
repercutir sobre los grandes equilibrios vitales de nuestro medio ambiente global.
Con diferencia, con gran diferencia incluso, la sustancia más contaminante del planeta
es la desigualdad: mucho más que las emanaciones tóxicas de las industrias desbocadas
del Norte y del Sur, en cuyo origen está; mucho más que los incendios forestales, las
guerras, la hambruna que produce, la desigualdad destruye el planeta a base de
bidonvilles, saqueando el capital vigoroso de los países pobres que no pueden hacer otra
cosa, faltos de capitales, que pagar su deuda en especie.
Después de todo, ¿cuál es pues el balance de cerca de medio siglo de enfoque liberal de
la pretendida "ayuda al desarrollo"? Es forzoso reconocer que es negativo en todos los
aspectos: no solamente ninguna de las economías del mundo pobre es viable ni
independiente, sino que además la dependencia económica y las destrucciones
ecológicas están redobladas por un agravamiento de las diferencias sociales: las "elites"
colaboracionistas de los países del Sur someten brutalmente las revueltas del hambre,
los funcionarios mal pagados y corruptos malversan el dinero público, los ejecutivos
van a recibir sus órdenes en los gabinetes de sus homólogos occidentales o en los
consejos de administración de las firmas transnacionales. Aplastados por una deuda
externa insoportable, los países pobres financian literalmente a los países ricos (a la
altura de más de un punto de crecimiento).
Así el éxodo rural forzoso llena los bidonvilles y los barrios calientes mientras la
miseria alimenta guerrillas que derivan en simple bandidismo como en Liberia y en
Somalia, o en barbarie como en Argelia. El desarrollo del mercado libre ha sido
únicamente la ocasión para un pillaje racionalizado de los países pobres bajo la
cobertura de asistencia técnica: las agencias de la ONU no han sido más que el vector de
implantaciones parasitarias, las de los trusts agroalimentarios que agotan los suelos del
mundo pobre para exportar hacia los países ricos, las de los fabricantes de armas que
fabrican la política exterior de todos los países, tanto los grandes como los pequeños,
los de los financieros ávidos de inversiones rentables, que manipulan las instituciones
internacionales.
Tras cincuenta años de asistencia, el Sur está arruinado: cerca de la mitad de los
habitantes viven por debajo del umbral de pobreza definido por las Naciones Unidas.
Estos países están ecológicamente devastados, las poblaciones tanto de las ciudades
como las de los campos llevan existencias indignas. El famoso despegue de Rostov no
se ha producido: el avión del Tercer Mundo, atestado y maloliente, se oxida en el final
de pista, sin piloto ni carburante. En cuanto al célebre efecto de carambola, el trickle
down, que debía según los economistas liberales enriquecer a los pobres después de
haber enriquecido a los ricos, nos muestra los límites del cinismo: trasplantadas
artificialmente en economías y sociedades mutiladas por la colonización, las recetas del
desarrollo a la occidental únicamente han organizado más racionalmente,
modernizándolas, las formas antiguas de la transferencia colonial de capita-les y de
productos brutos.
A pesar de los cracks en serie (Tailandia, Corea, Hong Kong e incluso Tokio), nuestros
economistas liberales persisten en manipular nociones que ocultan la realidad de los
países del Sur: la China agotada y contaminada vende una de sus provincias, Guang
Dong, a los inversores privados, para preparar el terreno a reformas económicas
destinadas a restaurar la economía de mercado y anticipar la apertura a las grandes
empresas japonesas y americanas. La India está dando tirones por el gigantismo y la
corrupción, por las intolerables diferencias sociales, con sus legiones de mendigos, sus
racimos de niños miserables agarrados a los brazos de los turistas, la mano extendida, la
mirada implorante.
México, tan contaminado, tan devastado, está tan colonizado que hace sus compras en
dólares, con los billetes verdes del gran vecino del Norte. Corea imita a Hong Kong y
Singapur, donde en los sweat shops, los talleres del sudor, obreros de trece años son
privados, trece horas por día, de las bellezas de la vida, de las alegrías de la
adolescencia. Tailandia, primer exportador mundial de arroz, es un país donde por ello
se podría creer que todo el mundo come hasta hartarse; pero se puede comprar una
pequeña esclava por quinientos dólares y el alquiler de una amiga no cuesta más de
trescientos dólares por semana. ¿Indonesia, Filipinas, Brasil? Bosques incendiados y
destrozados, industrias destructivas; por todas partes y todo el tiempo, con la nueva
industrialización, el cortejo de los beneficios de la sociedad capitalista: barrios calientes,
alquiler de hijas, chabolismo, drogas, humos, Coca-Cola, automóviles, comidas rápidas,
neón, delincuencia y... teléfonos móviles. Esto permite a todos los expertos liberales
explicar que, por ejemplo, en la India hay una nueva clase media, que alcanza los 200
millones de consumidores. Se olvidan, como al azar, los 700 millones restantes, de los
cuales dos tercios deben sobrevivir con menos de un dólar por persona y día. ¡Es éste,
sin duda, el milagro hindú!
Es olvidar asimismo a todos aquéllos a los que el "desarrollo", tal como lo conciben los
agentes del Banco Mundial y del FMI (que sirven de puntas de lanza a los grandes
bancos privados y a los trusts gigantes de equipos pesados de la construcción y de las
grandes obras) ha deportado oficialmente: las presas de Singrauli, en la India,
comenzadas en 1962, han desplazado a la fuerza más de 300.000 personas en una
primera etapa. La construcción de centrales de carbón (11 en total) expulsará a otras
150.000. Desde 1970, el programa energético hindú, financiado en dos tercios por el
Banco Mundial, ha deportado, además de a las víctimas del proyecto Singrauli, a más de
200.000 indígenas, que vivían en régimen de autosubsistencia en bosques todavía
intactos. Los 2.000 megavatios de la nueva central de Dahanu han hecho huir a más de
100.000 adivasis [153] secando los pantanos y los manglares donde vivían. Los
pescadores de la costa han sido arruinados por los vertidos de agua caliente y los
sulfuros. Oficialmente, los programas de compensación conciernen a más de 10.000
pescadores artesanales. A pesar de estos repetidos desastres, los préstamos continúan
literal-mente regando este saqueo concertado: 250.000 personas desplazadas por la
presa de Upper Krishna en 1978 no impiden el financiamiento de la segunda serie de
trabajos diez años más tarde. Los 120.000 deportados de Subernarekha no han hecho
pestañear a los expertos del Banco Mundial, no más que la resistencia de los deportados
del Srisailam, que a pesar de todo han obtenido gracias a su lucha, la reinstalación de
64.000 personas sobre 150.000.
En China, la faraónica presa de los Tres Ríos, que constituirá el embalse más
voluminoso del mundo (¡en una zona sísmica, no lo olvidemos!) será realizado gracias a
los apoyos financieros ofrecidos por el Banco Mundial y el FMI. En la situación de no
transparencia absoluta que caracteriza al régimen procapitalista de los dirigentes
actuales de la China Popular, se estima en más de dos millones el número de personas
que se han de desplazar. Por otro lado, el peligro potencial obligará al Estado chino a
deshabitar por lo menos hasta doscientos kilómetros río abajo de la presa. En total, se
llega a los tres millones de deportados. Los trabajos ya han comenzado. ¡Las revueltas
que han tenido lugar han sido sometidas y camufladas como incidentes interétnicos!
La lista completa de los desplazamientos forzosos de población a causa de los proyectos
es imposible de contabilizar. Un gran número de organizaciones internacionales y de
grupos de resistentes locales han buscado alertar a la opinión mundial sobre la suerte de
las poblaciones rurales o de las etnias que en el mundo entero han ido a engrosar las
filas de los excluidos de las grandes ciudades para único beneficio de los macro
organismos de crédito y de los trusts que financian y realizan todas las grandes obras en
el mundo.
Lo más asombroso en este asunto está en el hecho de que este enorme despilfarro
humano, acompañado de verdaderas catástrofes ecológicas, no ha servido para nada, en
términos de resultados, incluso en el sentido técnico del término: dos informes internos
sucesivos del Banco Mundial, redactados por grupos de expertos dirigidos por
especialistas nombrados por el mismo banco, han establecido a comienzos de los años
noventa que solamente el 43% de las obras emprendidas y financiadas con el concurso
del banco funcionaban. Presas cubiertas de arena, carreteras inacabadas, pozos secos.
¡Vaya cuadro!
Este éxodo rural forzoso ha golpeado en medio siglo al menos a 500 millones de
hombres y mujeres. En el espacio de dos generaciones, el saqueo de los entornos rurales
o salvajes y la destrucción de los modos de producción tradicionales ha generado una
polarización invertida de la relación ciudad-campo. En adelante los campesinos no son
ya mayoritarios en el mundo pobre: algunos países se dirigen rápidamente hacia
proporciones que definen la situación en Europa o en América del Norte. Un mundo sin
campesinos, una agricultura de muy alto rendimiento sobre tierras vacías de hombres y
en poder de los trusts es el modelo social y económico impuesto por la agricultura
capitalista moderna.
En China, desde su puesta en marcha en 1990, la nueva política económica empuja cada
año a 20 millones de campesinos hacia las ciudades. El Estado abandona la vigilancia
del sistema autárquico de las comunas populares, deja al beneficio privado reinstalarse
hasta en lo más recóndito de los campos, desorganizando así los intercambios locales
basados en el trueque de géneros y de servicios. Ahora bien, este proceso de
intercambio, regulado por los establecimientos del Estado, funcionó bastante bien
durante más de treinta años, preservando a China de su hambruna anual, vieja plaga del
antiguo régimen feudal. Pero la llegada de los expertos del Banco Mundial y del FMI, y
la invasión del Sur por los especuladores extranjeros está produciendo los mismos
efectos que en la India. Los campesinos refugiados en las ciudades trabajan por menos
de medio dólar por hora y los que no tienen empleo viven en la calle: con un millón de
sin hogar en las ciudades, la China ex comunista se desliza lentamente hacia una
situación "a la hindú". El subcontinente, fuertemente desruralizado en una generación,
ha visto fluir hacia sus grandes ciudades a más de diez millones de campesinos
arruinados cada año durante todos los años setenta, y cerca de veinte millones en el
curso de los años ochenta y noventa. Brasil, que no cuenta más que con un 35% de
campesinos, y México, que privatiza los "ejidos", esas granjas colectivas de la época
zapatista, están muy lejos de poder administrar la masa de refugiados del desarrollo.
Desde 1950, ¿cuántos campesinos han sido arruinados por las expropiaciones, la
polución de sus aguas y la imposición de precios impuestos por las Bolsas de Londres y
de Chicago, que fijan los precios agrícolas del mundo entero? El esquema colonial
capitalista clásico está simplemente en fase de reinstalación.
Entre 1965 y 1980, el ingreso medio anual por habitante ha crecido, en los países del
Norte (países del Este excluidos) en más de 900 dólares; en ese mismo periodo, el
enriquecimiento anual por habitante de los países del Sur (excluida la OPEP) ¡no ha
pasado los tres dólares! Los países ricos, cuya demografía está controlada y los
instrumentos económicos afilados a pesar de las crisis, han conocido una formidable
alza del nivel de vida entre 1950 y 1980. Los países del Sur, durante los Treinta
gloriosos, han conocido sucesivamente un decenio de desórdenes políticos
económicamente paralizantes, un decenio de invasión financiera y técnica con motivo
de la Revolución verde, y un decenio de hundimiento en la deuda externa, con una
suspensión brutal de todo equipamiento técnico y de cualquier progreso social. Los años
noventa han terminado de someter a los recalcitrantes, anulando por medio del chantaje
de la deuda independencias algunas veces duramente adquiridas. Así la injerencia
destructora en materia de equipamiento y de agricultura ha hecho del egoísmo
alimentario de los países ricos una moral aceptada y de la dominación por el hambre un
sistema de gobierno a escala mundial. Después el ajuste estructural ha dado el golpe de
gracia a economías gangrenadas por la dependencia técnica y financiera organizada por
la primera fase de la recolonización. Su costo humano es enorme, imposible de calcular
con precisión; para satisfacer la sed de beneficio de un puñado de ejecutivos ganados a
la filosofía del ultraliberalismo, millones de hombres mueren prematura-mente de
desnutrición o de enfermedades contraídas a causa del debilitamiento debido a la falta
de alimentación. Mil millones de muertos vivientes, cuya existencia cuasianimal es
directamente imputable a las opciones estratégicas del capitalismo contemporáneo,
vienen a agravar el catastrófico balance de la globalización del capitalismo.
El primer principio del ajuste estructural es la limitación del gasto público. Con el fin de
hacer recaer en el sector competitivo los servicios públicos rentables, el Estado debe
licenciar funcionarios, limitar sus gastos sociales, de salud y educación, para provocar la
aparición de nuevos usuarios de pago de estos servicios. Paralelamente, el Estado debe
abandonar cualquier forma de control directo en la producción agrícola e industrial, así
como en los servicios de alta tecnología (las telecomunicaciones, la televisión y la
radio). Todo debe ser privatizado.
Más de 110 países que están hoy en situación de ajuste estructural han puesto en
práctica el primer principio, al cual el Banco Mundial y el FMI añaden un segundo: la
desreglamentación general de los precios y de los salarios. La abolición del precio
máximo de algunos productos alimenticios de primera necesidad arroja a la desnutrición
a millones de familias pobres. El salario mínimo desaparece también, agravando el
fenómeno. El control de lós precios y de los salarios es presentado por el Banco
Mundial y el FMI como un instrumento antieconómico, que perjudica la dinámica
competitiva. En realidad el ajuste no tiene más objetivo que el llamamiento a las
deslocalizaciones.
Es inútil precisar que este tratamiento de choque (es la expresión oficial empleada por
los redactores del Plan Baker) aplicado a economías poscoloniales fragilizadas es en
realidad una forma disfrazada de guerra contra los pobres.
Los primeros préstamos de adaptación aprobados por el Banco Mundial y el FMI datan
de mediados de los años setenta. Se trataba de financiar primas de compensación en los
países donde las privatizaciones de los servicios públicos amenazaban ser demasiado
impopulares. Después se comenzó a hablar de préstamos de ajuste estructural para
describir sistemas de financiamiento más duros destinados a acelerar el paso al mercado
libre. El primer programa de ajuste estructural, constituido por un verdadero aparato de
medidas sucesivas, cada una acompañada de préstamos adecuados, golpeó a Turquía en
1980 y fue completado por un derecho de desembolso especial de los fondos del FMI en
1981, y luego en 1985, por el monto de mil quinientos millones de dólares.
Posteriormente el Banco Mundial añadió en 1985 otro crédito a largo plazo, en vista del
avance de las medidas de ajuste tomadas por el Gobierno turco.
¿Qué es de Turquía, casi 20 años más tarde? El éxodo rural ha destruido la agricultura
de huerta, Estambul ha crecido un 600%, en condiciones insostenibles en todos los
aspectos. El Estado turco ha quebrado en su tarea de apoyo económico (dando la
espalda al hernalismo), y operado bajo la dictadura militar su viraje liberal. Las
sucesivas devaluaciones han provocado catastróficas alzas de precios mientras era
abolido el salario mínimo, así como el control de precios. Lanzado a la miseria,
aplastado por la dictadura, el pueblo turco se ha dejado poco a poco llevar por la
propaganda integrista, que fustiga sin cesar el mercantilismo, la polarización social y la
decadencia de las costumbres. Es más o menos el escenario catastrófico de Irán, donde
los mullahs suceden a la Revolución blanca del Sha, que había aplicado en su país el
tratamiento de choque de la modernización de los campos y de la urbanización
desenfrenada.
Es, sin embargo, después de este grave fracaso iraní cuando los pensadores del Banco
Mundial y del FMI comprendieron la necesidad de acompañar financieramente en los
países pobres la ruptura de la protección social, el retroceso de los derechos del trabajo
y la destrucción de los servicios públicos, al mismo tiempo que la concentración de
tierras y los desplazamientos de poblaciones.
Durante todos los años noventa, el mismo escenario de las revueltas del hambre
reprimidas en sangre se ha repetido cien veces, de Kinshasa a Yakarta, de Chiapas a
Pakistán y a la India, con el mismo epílogo siempre. Generalmente, no se sale a la calle
delante de las metralletas de las fuerzas del orden sin motivo. Es verdaderamente
necesario haber sido forzado a fondo por una situación intolerable.
Dos mil millones de hombres están hoy oficialmente desnutridos, y otros mil millones
sufren hambruna de vez en cuando. Todos los expertos (incluso los del Banco Mundial,
que insisten en el aspecto provisional del fenómeno) admiten que la pobreza ha
progresado gravemente, proporcionalmente y en cifras absolutas, desde 1985. Uno de
los índices claros del salvajismo del ajuste es la suerte reservada a los niños de los
países pobres, comprendidos los países del Este. En Argentina por ejemplo, la
mortalidad perinatal llega a 50 niños sobre mil, o sea 1'5 veces más que en 1980. En
Zambia, la desnutrición mataba al 13 % de los niños de menos de tres años en 1980. En
1998 se llegaba a la tasa del 42%, es decir, aproximadamente la cifra del siglo XII
francés. En los países ajustados de África, seis mujeres sobre mil mueren de parto. En
Asia, cuatro; en América Latina 2'5. En los países del G-8, la tasa es sesenta veces
menor, pero dos veces más alta que a comienzos de los años ochenta,
¡Dos mil millones de hombres, mujeres y niños viviendo por debajo del umbral de esa
pobreza que el capitalismo ultraliberal nos promete erradicar! En medio de estos
desposeídos, mil millones de desnutridos y veinte millones de muertos de hambre,
después de cincuenta años de ayuda al desarrollo.
El hambre en Somalia (Izda.) y en Calcuta (Dcha.)
Un número desconocido de muertos entre los resistentes al ajuste forzoso. Desde 1980,
al menos diez mil personas abatidas en todo el mundo en el curso de las revueltas del
hambre. Contaminación de las tierras y de las aguas continentales y marinas para
producir siempre más, para reembolsar siempre más, para enriquecer siempre a los
mismos. Incalculable.
La globalización del capitalismo es ante todo una quiebra ética que rebaja a la
humanidad a la categoría de bestias devorándose alrededor de su presa. Es también el
triunfo de las construcciones filosóficas funda-das en la legitimación del egoísmo
enfermizo y del ansia de poder. Intentando incluso deshacer la idea misma de una
comunidad humana unida por un interés compartido, la ideología criminal que subyace
en el capitalismo se coloca ahora fuera de la ley natural poniendo en peligro a la
humanidad entera. Y por ello se condena. El capitalismo ultraliberal no crea sus propios
sepultureros. El mismo cava su tumba.
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[153] Nombre dado en la India a los pueblos indígenas de las zonas poco exploradas.