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Mariano F. Enguita
PRESENTACION 1
BIBLIOGRAFIA 315
PRESENTACION
Esta investigación tiene por objeto el sexismo o, más en general, el tratamiento que la escuela otorga al
alumnado de uno u otro sexo o género. Abarca aspectos que hasta ahora no habían sido tratados, o lo habían
sido muy parcialmente, pero al mismo tiempo deja otros en la sombra, y parece importante empezar por
El capítulo I tiene el carácter de una introducción de conjunto que sirve de marco a los siguientes,
orientación explícita, que es el aspecto que, hasta la fecha, ha suscitado mayor atención en nuestro país, como
desde el de su orientación implícita, concretamente la elipsis que se hace de todo o casi todo lo que concierne a
la mujer como un tipo de persona que no puede ser simplemente subsumida bajo las características del otro --el
El capítulo III atañe a lo que podríamos considerar el aspecto formal de la interacción en la escuela, en
concreto el tiempo consumido por niños y niñas, jóvenes mujeres y jóvenes varones, y el que les dedica el
profesorado. Se complementa con un intento de verificar la posible influencia del género del alumno, sin otra
mediación, sobre los criterios de evaluación del profesorado. Sus resultados son los contrarios de los que cabría
esperar desde el supuesto de partida de que la escuela es una institución abiertamente sexista.
El capítulo IV se basa en una encuesta sobre el tema administrada a una muestra de profesores y
profesoras. Como toda encuesta, constriñe las posibilidades de respuesta y, tratándose de un tema tan sensible
y conflictivo, probablemente empuja empuja al respondente a moverse dentro de los parámetros de lo que
considera aceptable por los demás. Sus resultados muestran, por un lado, la persistencia de una minoría
significativa de profesores y profesoras con opiniones que, desde nuestra posición al respecto, debemos calificar
de manifiestamente sexistas. Pero lo interesante no es tanto esto como la convicción mayoritaria de que la
escuela no es una institución que discrimine a las personas por su género. Esto debe tomarse, por una parte,
como el reflejo de una voluntad igualitaria --a este respecto-- por parte del profesorado; pero también, por otra,
plano de lo oficial, lo formal, lo imaginario, desde el cual pueden verse todos los problemas como inexistentes,
resueltos o en vías de resolución. El capítulo V tiene por objeto matizar el Edén que dibuja el anterior,
basándose para ello en un método de investigación, los grupos de discusión, en el que las opiniones y los
discursos personales y colectivos se despliegan sin el corsé del cuestionario y ofrecen una mayor riqueza de
elementos a la interpretación.
Finalmente, el capítulo VI viene a constatar lo que buena parte de la sociología crítica y los estudios
feministas no han visto o no han querido ver: que, a pesar de los pesares, la escuela es una de las instituciones
menos sexistas de la sociedad, si no la menos entre las fundamentales en la vida y la experiencia de las
personas. Esto la convierte para las mujeres, pese a sus insuficiencias y sus contramecanismos, en refugio,
esperanza, punto de referencia e instrumento emancipatorio frente a una sociedad que se situa, en este plano,
Ninguna investigación puede considerarse cerrada, pero en el caso de ésta vale especialmente la pena
señalar, al margen de cualquier posible y deseable vuelta sobre lo que trata, la importancia de lo que no trata.
No trata, en primer lugar, los aspectos cualitativos de la interacción en el aula. Aunque dedicamos muchas horas
a la observación directa, la duración de ésta se mostró enteramente insuficiente para nuestros propósitos. Sin
embargo, ése es sin duda uno de los terrenos donde más claramente se manifiestan los estereotipos de los
profesores, sus expectativas diferenciales sobre ambos sexos, etc. Un mismo tiempo, dedicado a un alumno o a
una alumna, no contiene los mismos mensajes ni el mismo tratamiento. En este sentido, los resultados del
capítulo III deben ser relativizados, pues analizan la interacción desde un punto de vista fundamental aunque no
exclusivamente cuantitativo. Lo mismo, aunque menos, puede decirse sobre los resultados de la parte dedicada
a la evaluación, pues la actitud del profesorado ante niños y niñas imaginarios puede no ser la misma cuando se
convierten en personitas de carne y hueso. Sobre las expectativas disponemos de material que podrá ser
Alumnos y alumnas son observados donde están, pero no decimos nada sobre cómo han llegado ahí ni sobre
qué camino se les presenta por delante. Esto reviste gran importancia porque la orientación es otro escenario
privilegiado para la discriminación de género. Sobre este aspecto sí contamos con un importante acopio de
material, pero incompleto e incompletable en el período en que se realizó esta investigación. El comienzo del
curso próximo nos permitirá completarlo, sin contamos con los medios necesarios, y proceder a su análisis.
I. LA MUJER EN LA ESCUELA, O IGUALES PERO NO TANTO
Si entendemos por escuela mixta la reunión de los alumnos de ambos sexos en los mismos
centros y aulas, por coeducación la identidad de los contenidos y los métodos de enseñanza para
ambos y, por educación no sexista, una educación libre de cualquier sesgo relacionado con el
género, los últimos años han conocido un importante desarrollo de la escuela mixta y la coeducación.
Las escuelas segregadas por sexos tienen ya un carácter excepcional, y la mayoría de la juventud es
escolarizada en aulas mixtas. Salvo algún pequeño reducto excepcional, los programas son únicos
para los dos sexos en toda la enseñanza. Sin embargo, sólo hemos recorrido una parte del camino.
Compartir aulas, pupitres y programas no significa que los jóvenes de ambos sexos tengan las
Resulta dudoso, incluso, que la coeducación haya sido inequívocamente positiva para las
igualitarias --y, al decir "formal", no quiero decir irreal, pero tampoco "real", si por tal se entiende
Creo que la clave de la respuesta a esta pregunta está en el análisis del curriculum. Dicho de
otro modo, del curriculum depende el paso de la igualdad formal a la igualdad real entre los géneros
Debemos, pues, examinar el currículum, pero, para hacerlo, hay todavía un paso previo:
saber exactamente qué es éste. En el sentido más restrictivo, el curriculum está constituído por los
programas de enseñanza, es decir, por el contenido oficial de ésta. En un sentido algo más
incluye también, además del contenido formal, todos los mensajes no previstos por la institución
escolar que, no obstante, el alumno --y, en particular en el caso que nos ocupa, la alumna-- recibe en
la escuela, es decir, todos los procesos de interacción comunicativa informal. En el sentido más
contexto formado por las relaciones sociales que constituyen el marco dentro del cual tiene lugar la
comunicación en ese microsistema social que es la escuela. Nos referiremos a todos esos
otras cosas, por la dominación de los hombres sobre las mujeres. No hace mucho tiempo que la
madre o su presunta inferioridad eran algo que podía y debía aprenderse expresamente en las aulas.
Todavía pueden encontrarse restos considerables de esto en los libros de texto, pero también hay
caso, ésta era la tarea más fácil de todas, pero solamente una y tal vez no la más importante.
sino también, y tal vez más, a lo que deja de decir. El educador, como el cristiano, puede pecar tanto
por acción como por omisión. En lo que afecta a las mujeres --como también a otros sectores
sencillamente, que apenas les concede espacio alguno, que las ignora.
Esto resulta más fácil de percibir en el caso de las humanidades y las ciencias sociales. La
literatura, que, salvo escasísimas excepciones, es la historia de los grupos dominantes contada por
ellos mismos, asigna regularmente a la mujer el lugar de esposa y madre fiel, o de objeto de deseo,
escuela se inclina hacia la literatura clásica, la exclusión de las mujeres como seres activos es casi
total. Que la literatura ha estado, hasta hace muy poco, dominada exclusivamente por los hombres
--ahora sigue estándolo, pero ya no en exclusiva-- es algo que salta a la vista consultando cualquier
lista de autores o recordando cómo algunas de las pocas autoras reconocidas hubieron de recurrir a
seudónimos masculinos. La esfera pública no podía ser objeto literario para las mujeres, porque
estaban excluídas de ella, y la privada tampoco porque la moral dominante habría visto mal que
entrasen en detalles. Como objeto literario, las mujeres pueden haberse visto, de manera ocasional,
tratadas relativamente fuera de los cánones tradicionales, pero esto no cambia el panorama: es
cierto que existen Ana Karenina y Madame Bovary, pero no entran en las aulas.
La historia, análogamente, es el pasado de los hombres contado por los hombres. Desde que
existe la familia patriarcal, en un proceso que va desde la asignación de la caza a los hombres y la
agricultura a las mujeres, pasando por la persecución de las brujas, hasta el privatismo romántico del
XIX, la mujer ha sido progresivamente excluída de la vida pública y, en particular, de las esferas
política y militar, que son el objeto por excelencia de la historiografía vulgar. En realidad, no sólo se
ha excluído a las mujeres, sino también a la mayoría de los hombres, pero no por ello deja de ser
cierto que los contados protagonistas de la representación y sus escasos comparsas han sido casi
invariablemente varones. Las pocas mujeres que han logrado colarse en escena han sido tratadas de
forma tal que no cabe celebrarlo --piénsese, por ejemplo, en María Estuardo, Catalina II o Lucrecia
Borgia--, o bien han supuesto una notable incomodidad para los historiadores --Isabel la Católica y la
profunda problemática del "tanto monta, monta tanto"--. Hay pocas, y sobre las pocas que hay se
pasa como sobre ascuas. El efecto de este aprendizaje de la historia, para una mujer, no puede ser
sino el menosprecio de su género o, en el mejor de los casos, la constatación de que hay que
Otras disciplinas no lo ponen más fácil para las mujeres. Nuestros jóvenes de ambos sexos
estudian filosofía, pero ¿quién recuerda a una filósofa? Mejor dicho, ¿cómo hubiera podido haberlas?
Kant, que elaboró una teoría del hombre como ser racional que sus discípulos no dudaron sería
afirmar que a la mujer que hablaba de filosofía sólo le faltaba una buena barba. Es probable que, no
mucho tiempo después del examen, alumnos y alumnas de filosofía no recuerden ni una sola de las
teorías aprendidas --en convenientes resúmenes--, así como que sigan siendo susceptibles de
aceptar las trivialidades más superficiales, pero seguramente no olvidarán que ninguna mujer figura
Hoy vemos actualizar las humanidades con el mayor peso de las ciencias sociales, pero
tampoco esto garantiza nada por sí mismo. Se introduce la economía, pero ¿qué economía? A
primera vista, la economía no tiene sexo, pero lo único cierto es que, en su decencia, lo oculta.
Cuando la economía clásica o neoclásica, tan aficionada a explicar la sociedad en función de los
bondades del capitalismo a partir de las relaciones entre dos campesinos --dos varones, de los
cuales, ya se sabe, uno ahorra y llega a capitalista y el otro no y se queda en proletario--, o entre
Robinsón y Viernes --otros dos varones--, en lugar de recurrir al que parece que debería ser el punto
de partida obvio para ella, Adán y Eva recién expulsados del paraíso --presunto primer caso histórico
de asignación de recursos escasos a usos alternativos--, el salto ya está dado. Cuando el profesor de
ciencias sociales decide que va a hablar algo de economía, o se ve obligado a hacerlo, y empieza
por la formación de los precios o las consabidas curvas de oferta y demanda, también. La reducción
hogar-- borra de un plumazo a las mujeres del mapa; sólo quedan en él, en segundo plano, las que
oficiales son más sensibles hacia la existencia de las mujeres, pero sin llegar a ser justas con ellas.
Es cierto que la sociología ha dedicado bastante atención a la mujer, pero también que sigue siendo,
advertencia "varones, blancos, civiles". La antropología ha tenido, forzosamente, que ver a la mujer
en la familia, que era también la unidad económica primitiva --y, en general, precapitalista o
preburocrática--, pero lo ha hecho habitualmente a través del prisma etnocéntrico del dominio ya
aceptado del hombre sobre la mujer --por ejemplo, clasificando como cazadores, actividad de los
hombres, a pueblos que eran también agricultores, actividad de las mujeres, o ignorando el papel de
Sobre el contenido de los libros de texto, que es sólo una parte del problema pero también la
que mejor se presta al análisis, puede verse el estupendo trabajo de Moreno Sardá y Ruiz Caballero
En fin, no hace falta detenerse aquí sobre el bien conocido papel del lenguaje,
particularmente cuando se trata de las lenguas románicas, castellano incluído, en las que todo
artículo, pronombre, adjetivo o sustantivo tiene género, pero el plural es solamente masculino.
Ahora bien, la exclusión de la mujer no es tan sólo culpa de las humanidades y las ciencias
sociales, contra las que podrían tirar la primera piedra las matemáticas y las ciencias naturales.
Aquéllas pecaron y pecan, es cierto, pero también vienen de ellas la contricción, la penitencia y, en
su caso, el resarcimiento. Del otro lado, los números y los átomos no tienen sexo, pero los
programas en que se habla de ellos sí: sexo y, lo que es peor, género, es decir, la habitual
construcción social alrededor del primero. Abrase un libro de física y no será difícil encontrar el
convertidor Bessemer o el motor de explosión de cuatro tiempos, pero es punto menos que imposible
encontrar una olla a presión, tan propedéutica como aquéllos. Húrguese en el de biología y se
advertirá una y otra vez que los machos suelen ser más fuertes, pero raramente o nunca que las
hembras suelen ser más resistentes. Hojéese el de matemáticas, por ejemplo en el capítulo sobre los
multiplicado, pero no el de cómo convertir una receta de cocina para dos personas en una comida
para cinco.
aprendizaje, la escuela debe hacerse cargo de éste, porque ya no es viable simplemente sobre el
terreno. Por consiguiente, vemos proliferar nuevas asignaturas tecnológicas, reforzarse el contenido
aplicado de las viejas y aparecer los talleres. Sin embargo, lo mismo exactamente sucede con el
trabajo doméstico, es decir, con el trabajo que las personas realizan para satisfacer directamente sus
propias necesidades y las de otros miembros de sus unidades domésticas --lo que significa sobre
todo, aunque no sólo, el trabajo de las amas de casa--. Las capacidades necesarias para su
desempeño han cambiado y cambian cada vez más deprisa, de manera que no pueden ya ser
adquiridas por la vía tradicional de la socialización familiar. A pesar de ello, la escuela no parece
tener ninguna prisa por llenar este vacío, cerrando así el círculo vicioso del menosprecio del trabajo
doméstico. Aunque es un proceso de trabajo más cualificado que el de la mayoría de los empleos
remunerados (véase Fernández Enguita, 1988a), el hecho de que sea desempeñado esencialmente
por las mujeres lleva a considerarlo como un trabajo simple que no necesita de una preparación
especial, y menos aún formal, para su realización, por lo que tampoco es necesaria la intervención
necesarios para su realización como poco importantes y, de paso, descalifica también a quienes los
las mujeres en un colectivo invisible a través de una selección de contenidos que excluye de
antemano, por su misma definición, el mundo en que aquéllas han sido reducidas a desenvolver se.
Puede que sostengan, como se dice en China, la mitad del cielo, pero todo discurre como si lo
La mayoría de las cosas que suceden en las escuelas no están previstas en plan ni
programa alguno. No derivan sólo de la diferenciación formal entre el que sabe y el que no, sino
también de otras relaciones simbólicas y materiales de poder como las que separan al adulto del niño
segundo. La mayor parte del tiempo de una clase --y, por consiguiente, la mayor parte del tiempo
puede añadir y restar por su cuenta, pues goza de una notable autonomía en lo que es su reino de
taifa, el aula, una vez que se cierra la puerta tras de sí.
La primera consecuencia de esto es que el profesor puede sintonizar o no, en su caso, con
concerniente a la cuestión que nos ocupa, la eliminación de las actitudes sexistas en la escuela, esto
significa que puede ir a la par, más rápido o más despacio, en la misma dirección o en la contraria a
los cambios deseados. Es relativamente fácil cambiar los libros de texto, pues para ello basta con la
confluencia entre la labor de unos pocos equipos de trabajo y unas cuantas órdenes administrativas;
pero es muy difícil cambiar las actitudes de los profesores, pues este cambio debe llegar a cada uno
comparativamente favorable a la igualdad entre los sexos, en la familia y el trabajo, las otras dos
grandes instituciones de nuestra sociedad, las cosas no están tan claras. Los profesores, incluídas
por supuesto las profesoras --como también los alumnos y las alumnas, pero eso no interesa ahora--,
no sacan de la nada las actitudes sexistas, sino de la sociedad en la que viven: son su correa de
transmisión inconsciente.
Esto no quiere decir que los profesores sean la rémora que arrastra una Administración
progresista. Antes de que ninguna autoridad se planteara seriamente combatir aspectos del sexismo
hicieron suyo el objetivo de fomentar, con los medios a su alcance, la igualdad entre mujeres y
de la Administración, entre otros, arbitrar reformas antisexistas a prueba de los profesores más
recalcitrantes.
estereotipos de género: desde su forma de vestir hasta sus distintas actitudes ante los alumnos como
la otra parte de la relación docente, habitualmente más autoritarias e impersonales en los profesores
varones y más negociadoras y seductoras en las mujeres (salvo cuando, en el extremo, las
posiciones se invierten: el profesor varón puede recurrir a la complicidad de los alumnos varones que
podrían alterar el orden y son los que suelen hacerlo, pero la profesora sólo puede recurrir a la
difícilmente pueden dejar de estar mediadas por los estereotipos sexuales. No es éste el lugar para
traer ejemplos, pero sobreabundan en los estudios etnográficos centrados en la cotidianeidad de las
socialización en roles de género no suele adoptar la forma del razonamiento, más propia de la
instrucción, sino la de la asignación. Así, por ejemplo, a un varoncito que llora se le puede preguntar
por qué y explicarle que no es para tanto, etc., pero se suele abreviar afirmando taxativamente que
"los niños --o los hombres-- no lloran". Alternativamente, a una mujercita que se pelea se le podría
explicar que las personas no necesitan normalmente hacerlo, que la violencia es indeseable, etc.,
pero resulta más rápido espetarle que "las niñas no se pegan". En definitiva, siempre es más cómodo
recordarle a cada uno, y a cada una, su papel que razonar unas normas de conducta fuera de los
La condición de menor es vivida de manera distinta por los niños y jóvenes de uno y otro
sexo. Mientras a ellos se les avanza su condición de adultos, a ellas se las retiene en su condición
infantil. Se interpela constantemente a los niños para que se comporten como hombres, pero no a las
niñas para que se comporten como mujeres, pues mientras lo primero se considera una maduración
deseable lo segundo es visto como una precocidad peligrosa. Quizá por esto ellos suelen tener
gramaticales. Aunque la escuela tiende a evitar toda alusión a lo sexual, nunca logra hacerlo por
completo. Y es bien sabido que "lo que hay que tener" sólo pueden tenerlo ellos, que "viril" o
"masculino" es sinónimo de fuerte, audaz, etc. mientras "femenino" lo es de débil, vulnerable, etc.
Las expectativas que los profesores mantienen respecto de ambos géneros son también
distintas. Así, se espera de los varones que sean creativos y de las mujeres que sean ordenadas; de
ellos que sean competitivos y agresivos y de ellas que sean poco ambiciosas y pacíficas; se ve con
agrado una cierta dosis de rebeldía por parte de ellos, pero se considera fuera de lugar si surge entre
ellas; se acepta con la misma naturalidad la actividad masculina que la pasividiad femenina, pero no
al contrario; se considera normal que ellos estén siempre insatisfechos, pero ellas conformes.
Comportamientos idénticos pueden ser valorados de forma distinta, de acuerdo con los
habitualmente sesgada por los estereotipos sexuales. Si hay que trasladar objetos pesados, se
recurrirá a los niños o los jovencitos; si hay que recoger y limpiar, se acudirá a las niñas y las
jovencitas. Esta partición tiene una enorme importancia, aunque concierna a cuestiones marginales
dentro de la actividad escolar. Viene a recordar, con la suficiente frecuencia, que la igualdad formal
que caracteriza a la escuela sólo es posible dentro de ella, que las cosas son y seguirán siendo de
autorizadas a evaluar con efectos posteriores, orientadores o tutores y, de manera informal, como
adultos influyentes e investidos con la aureola del saber, tienen un gran peso en la orientación
escolar --seguir unos estudios u otros--, personal --trabajar o no fuera del hogar-- y laboral --para qué
empleos prepararse o buscar-- de niñas y jóvenes. Y quizá sea éste el campo donde más claramente
funcionan en la escuela, hoy en día, los estereotipos sexuales. Al igual o más que en relación a otras
relativamente neutras--, y esto pesa sobre la conciencia y las decisiones de las mujeres en la
escuela. Lo hace por otras vías, pero también por los prejuicios compartidos de los profesores o a
Dicho todo esto, no debe olvidarse que gran parte de los procesos informales de interacción
que tienen lugar en las escuelas no lo hacen a iniciativa, bajo el control ni con la participación de los
profesores. La sociedad actúa sobre cada niño o joven directamente y a través de sus pares. Por otra
parte, no debe olvidarse que los profesores son en su mayoría profesoras, que suelen ser gente
cultivada y, comparados con el resto de la población, socialmente avanzada, ni que ellos mismos
provienen y se mantienen en una institución que, como argumentaremos enseguida, ofrece hoy la
experiencia más importante de igualdad entre los sexos. Si aquí insistimos especialmente en su
papel en la reproducción de la división entre los géneros es, por un lado, porque sigue existiendo y
es muy relevante, pero también, por otro, porque son parte de los probables lectores de este trabajo
y, seguramente, personas dispuestas a someter su conducta a sus principios. Nada más lejos de mi
el sexismo ha perdido más terreno en la escuela. Concierne al conjunto de las relaciones sociales
materiales, no meramente simbólicas, que constituyen el contexto en que tiene lugar la comunicación
educativa. Que las mujeres hayan realmente ganado con verse incorporadas a tales relaciones es
tan dudoso en sí como si ganarían o no en caso de verse llamadas al servicio militar obligato rio. A
través del proceso material de la escolaridad, alumnos y alumnas aprenden a someterse a una
autoridad impersonal y burocrática, a que alguien determine por ellos cuál será el producto de su
trabajo --en la escuela, el método pedagógico--, a cumplir un horario arbitrario, a ver regimentado su
acceso al espacio y a los medios de trabajo, a hacer lo que no desean y no hacer lo que desean, a
oponer el trabajo a la actividad libre, a insertarse en la división entre trabajo manual e intelectual y en
han tenido parte, a competir destructivamente entre sí, a ser tratados y gestionados como parte de
agregados o colectivos, a ser evaluados por una autoridad ajena y poner en sintonía su propia
servicio de una voluntad ajena, a aceptar una sociedad altamente diferenciada sobre la presunción
Sin embargo, en lo que atañe a las relaciones sociales de género, la regularidad de las
pautas institucionales de la escuela presenta otra dimensión. La escuela es la única institución que
reune la doble condición de organizar de manera sistemática la experiencia práctica de las personas
y tratar de manera básicamente igualitaria a ambos sexos, todo ello con una elevada dosis de
legitimidad. Si esta afirmación parece algo fuerte, cuando acabamos de ver algunas de las múltiples
capaces de organizar de modo sistemático la vida cotidiana de las personas, como la familia o el
trabajo, son manifiestamente sexistas, o mucho más sexistas, y no presentan visos de dejar de serlo
en un período próximo. Y la única institución que, al menos en parte de sus funciones, trata
exquisitamente por igual a hombres y mujeres, el Estado en cuanto --y sólo en cuanto-- expresión,
aunque sea deformada, de la soberanía popular --igualdad de voto, de derechos políticos, etc.--,
abstraído de la vida social, carece de esa capacidad de organizar la vida cotidiana de las personas,
La escuela proporciona la experiencia más importante de igualdad que hoy puede hacer una
mujer dentro de nuestro sistema social. Formalmente, el tratamiento que otorga a ambos sexos es
perfectamente igualitario o tiende a serlo. En realidad no lo es tanto, pues su curriculum --en sentido
estricto-- está hecho, como ya se ha dicho, a la medida de los varones, lo que coloca a las mujeres
en una situación de partida desventajosa en tanto que sobre ellas incidan un medio social extraes-
colar basado en los viejos valores patriarcales o, simplemente, una interiorización pasiva pero
realista de sus futuras oportunidades sociales. Pero esto atañe sobre todo a los resultados finales, a
la diferenciación última que produce entre hombres y mujeres, no a la experiencia que unos y otras,
particularmente ellas, hacen de su paso por la institución. Esta consiste sobre todo en que siguen los
mismos programas, son objeto de los mismos mecanismos de evaluación, se les asignan las mismas
tareas, entran y salen por las mismas puertas y se sientan en los mismos pupitres.
Sin que ello implique echar las campanas al vuelo, creo que la experiencia de igualdad --al
menos por comparación con otras esferas de la sociedad-- realizada por millones de mujeres en la
escuela no ha sido ajena, sino todo lo contrario, a la explosión del movimiento reivindicativo en favor
de la igualdad entre los sexos en todas las facetas de la vida social. Gracias a la escuela, tal igualdad
ha podido ser, por vez primera desde hace mucho tiempo, no sólo pensada sino experimentada.
Millones de mujeres han visto y comprendido que no sólo pueden hacer las mismas cosas que los
hombres, sino que pueden hacerlas mejor; y, si es así en la escuela, ¿por qué no en todas partes?
Creo que el tratamiento básica y/o comparativamente igualitario que las mujeres, como
alumnas y estudiantes, reciben en la escuela es lo que mejor puede contribuír a explicar su buen
rendimiento. Hoy sabemos que las chicas se gradúan en E.G.B. en un 73.6 %, mientras los chicos lo
hacen sólo en un 66.0 %, que ellas repiten curso, como media, en un 5.9 % mientras ellos lo hacen
en un 8.02 % (datos del curso 85-86). Que chicas y chicos, respectivamente, son el 54.4 y el 45.6 %
de los matriculados en B.U.P. y C.O.U. (pero el 36.6 y el 63.4 % en F.P.), pasan de primero a
repiten en los cuatro cursos --incluido el C.O.U.--, como media, en un 12.6 y un 14.8 % (datos del
curso 84-85). Que son el 48.3 % de la matrícula universitaria, aunque distribuída en un 51 % de las
que representa una forma de discriminación (datos de 1984) (todas las cifras están tomadas de
C.I.D.E., 1988).
La sociología se encontró un día sorprendida de que las chicas sacaran mejores notas y
resultados en los tests que los chicos y, poco dispuesta a concederles que eran más inteligentes,
encontró una explicación cómoda en el supuesto de que, siendo la escuela una institución autoritaria,
represiva, etc., ellas obtendrían mejores resultados que los chicos por ser más dóciles que ellos,
menos rebeldes y así sucesivamente. Tal explicación tenía la doble virtud de ser "radical" frente a la
hemos explicado esta actitud de adhesión como una variante de la estrategia de compensación por
la que las personas, como respuesta activa a las instituciones, optan por dar un papel privilegiado a
aquéllas de entre éstas que les devuelven una mejor imagen de sí y les ofrecen papeles más
gratificantes. Este sería, para las mujeres, el caso de la escuela frente a las otras dos grandes
instituciones capaces de organizar sus vidas, la familia y el trabajo remunerado (Fernández Enguita,
1986, 1988a). Un estudio empírico reciente de Subirats y Brullet (1988) confirma inequívocamente la
hipótesis de que la escuela es menos sexista que el medio social que la circunda y abunda en la de
que esto explicaría la disposición ni las niñas y jóvenes a adherirse a sus normas.
Puede afirmarse que la idea de una meritocracia social basada en la educación formal ha
servido en la misma medida para legitimar las diferencias de clase y deslegitimar las diferencias de
género. Por una vez, parece cierto que no hay mal que por bien no venga.
Si el empleo del plural masculino oculta por doquier la composición por sexos de los
419.951 profesores en el curso 1.985-86, 243.008, o sea el 57.86 %, eran profesoras. (Estos datos,
como todos los que se emplearán a continuación, proceden de C.I.D.E., 1988. Corresponden
Desagregando las cifras por sectores, las mujeres representan el 93.8 % del profesorado de
enseñanza preescolar (cuyo total, incluídos ambos sexos, es de 39.573 profesores), el 62.10 % del
de E.G.B. (193.445), el 48.7 % del B.U.P. y C.O.U. (76.550), el 33.6 % del de F.P. (49.408), el
24.89 % del de Universidad (44.981), el 72.1 % del de educación especial (13.965) y el 50.7 % del de
educación permanente de adultos (3.029).
Por lo tanto, un análisis del sector enseñante no puede ser simplemente un análisis de clase:
tiene que ser también, necesariamente y en la misma medida, un análisis de género. Si esto es
verdad para prácticamente cualquier colectivo de trabajadores, resulta mucho más cierto para uno
que, como el de los docentes, está constituído en su mayoría por mujeres. Lo contrario significaría
negarse los medios para comprender tanto la evolución global y la posición social del colectivo como
presencia media en la población activa del país. En 1.957, las mujeres eran ya el 62.37 % de los
maestros de escuela primaria; si nos fijamos en los subcolectivos del sistema actual más asimilables
a aquél vemos que hoy representan el 85.91 % del profesorado del ciclo inicial y el 68.14 % del de
ciclo medio de E.G.B. En los años 1.940-45 suponían el 19.7 % del profesorado de bachillerato; hoy
son el 55 % del de ciclo superior de E.G.B. y el 48.7 % del B.U.P. y C.O.U. En el año 1.944-45 eran
Pueden aducirse diversos motivos para este proceso. En primer lugar, la enseñanza es una
de las actividades extradomésticas que la ideología patriarcal imperante ha aceptado siempre entre
las adecuadas para las mujeres, viéndola en gran medida como una ocupación transitoria para las
jóvenes y una preparación para el ejercicio de la maternidad. Como otras "profesiones femeninas"
(enfermeras, modistas, asistentes sociales, etc) cae dentro de lo que pueden considerarse
extensiones extradomésticas de las funciones domésticas, surgidas al amparo del desarrollo de los
misma --salvo vocaciones extremas o reductos de alto prestigio-- a los varones educados, para los
que la industria, el comercio y otras ramas de la Administración pública abrían nuevas y mejores
de que el trabajo de la mujer es siempre transitorio o anómalo y su salario una segunda fuente de
ingresos, compartida por buena parte de las propias mujeres, ha favorecido el mantenimiento de los
activas y más dispuestas a aceptar la autoridad y la jerarquía que los hombres, tanto por su distinta
educación como por la menor relevancia del trabajo remunerado en sus vidas. Para explicar el
proceso de feminización no importa mucho si este argumento, que algún autor ha calificado de
"teoría machista de la profesionalización" (Parkin, 1984) es cierto o no: basta con que haya sido
estatal y a la negociación colectiva, también la privada), han sido y son uno de los pocos sectores del
empleo en que las mujeres han recibido el mismo salario que los hombres (al menos en este país:
véase Piqueras, 1988; no así en el Reino Unido ni en los Estados Unidos, por ejemplo: véase Apple,
1986). En consecuencia, es lógico que las mujeres educadas prefirieran un empleo en la enseñanza
antes que en otros muchos sectores donde la discriminación salarial era manifiesta, aparte de
general raramente tomadas en consideración en el análisis de ésta. La primera, sin duda, ha sido
hacer de la escuela una institución menos sexista de lo que parece cuando solamente se atiende al
análisis del contenido de los estudios. Paradójicamente, la feminización masiva del sector ha hecho
que, en la primera institucion formal distinta de la familia a la que se incorporan, la inmensa mayoría
de los niños pudiesen encontrar a mujeres en papeles y funciones no domésticos, distintos de los de
ama de casa, esposa y madre. Además, y a pesar de la posibilidad de mimetización por las mujeres
comportamiento de este género, no cabe duda de que la presencia masiva de las mujeres ha
contribuído a desarrollar la crítica feminista y las actitudes no sexistas, en el sentido más amplio,
trabajo. Si los maestros varones solían proceder de familias encabezadas por trabajadores manuales
clase media que han enviado a sus hijos varones a estudios con más valor de mercado y a sus hijas
directamente a la enseñanza --o, indirectamente, a través de estudios sin gran valor ocupacional--.
Sin embargo, es también altamente probable que estas mujeres, si no caen en la endogamia
profesional, contraigan matrimonio con varones con un status ocupacional más alto,
inequívocamente de clase media. El resultado final es un alejamiento global del profesorado respecto
La tercera es la otra cara de uno de los motivos del proceso de feminización. Esta,
enseñante. Por un lado, la idea del "segundo salario" y del "empleo provisional" permiten a la
sociedad pagar menos. Además, una sociedad patriarcal está menos dispuesta a conceder
autonomía en el trabajo a las mujeres que a los hombres. Por otro, existen una serie de factores que
dificultan la acción sindical de las mujeres: desde la "doble jornada" hasta la escasa atención de las
más conservadora, los escrúpulos de sus maridos ante cualquier actividad extrahogareña, etc. En
definitiva, se trata de un efecto previsto que, por medio de un razonamiento teleológico, se integra en
la cadena de las causas del proceso de feminización. No obstante, hay que recalcar que la lucha por
la profesionalización del sector pasa así a ser no sólo un conflicto de clase, sino asimismo de género,
El género no sólo separa a los enseñantes de otros grupos ocupacionales: también los divide
entre sí. Los porcentajes que antes dimos desglosados para los sucesivos niveles de la enseñanza
ya mostraban que, si la presencia de las mujeres en la enseñanza se acerca globalmente a los tres
quintos, discurre en tendencia decreciente desde la casi totalidad del profesorado de enseñanza
preescolar hasta la cuarta parte del universitario, lo que significa una presencia inversa mente
Las mujeres son el 25 % del profesorado universitario en su conjunto, pero este porcentaje, que es
también el que representan en el profesorado de las facultades, asciende al 30.5 % en las escuelas
universitarias, donde su presencia global es mayor, puede ir sin embargo desde el 66.6 % de
el 8.7 % de Telecomunicación. En este mismo grupo docente, el 30.7 % de los varones son
catedráticos, pero sólo el 24.2 % de las mujeres. En las escuelas técnicas superiores lo son el
16.3 % de los hombres y el 2.0 % de las mujeres. En las facultades, el 14.8 % de ellos y el 3.2 % de
ellas (todas las cifras son del curso 1.983-84). Podrían añadirse otros datos sobre la enseñanza
En Bachillerato y C.O.U., el 14.3 % de los hombres son catedráticos, frente al 8.3 % de las
mujeres. En la Enseñanza General Básica, donde las mujeres representan el 62.10 % del conjunto
del profesorado, son, sin embargo, sólo el 46.49 % de los directores sin docencia y el 39.52 % de los
que tienen docencia. Esto quiere decir que son directores nueve de cada cien profesores varones,
pero sólo cuatro de cada cien profesoras; en otras palabras, que éstas tienen menos de la mitad de
Un repaso a la regulación de las enseñanzas que cubren hoy el período obligatorio nos permitirá
apreciar el significado de lo que en el capítulo anterior llamábamos omisiones. El único nivel de la enseñanza
que es obligatorio cursar es la Educación General Básica. Sin embargo, puesto que esta comprende ocho
cursos y el período de obligatoriedad es de diez, la mayoría del alumnado (cinco sextas partes,
aproximadamente) accede tras ésta al Bachillerato Unificado y Polivalente o la Formación Profesional de Primer
Grado. De entre ésta, la mayor parte, a su vez, lo hace al bachillerato, lo cual es todavía más cierto para las
mujeres. Por consiguiente, examinaremos también la regulación general de los contenidos del B.U.P. No
consideramos necesario hacer lo mismo con los de la F.P., porque, en su parte general, no son sino los del
B.U.P. reducidos.
Después, analizaremos los contenidos que se proponen en el actual proyecto para la reforma de la
enseñanza, tal como han sido formulados en la media docena de volúmenes recientes del llamado "Libro
Blanco".
La Primera Etapa de la Educación General Básica (6 a 11 años), y sobre todo el primer ciclo o Ciclo
Inicial (6 a 8 años), tienen una organización muy flexible, que deja al docente gran libertad en la determinación
de los contenidos a impartir y aprender. Lo que habría que conocer, en esta etapa, no es tanto la regulación
formal de la enseñanza, sus métodos y contenidos, como sus procesos informales. Sin embargo, incluso aquélla
comienza ya a suministrarnos las claves de cómo se puede ignorar la aportación pasada y presente de la mujer
Así, en el área de Experiencia Social y Natural, de acuerdo con la Resolución de la Dirección General
La contraposición no podría ser más clara: en la casa "se vive", se hace vida familiar y se descansa,
pero no se trabaja. El trabajo, por el contrario, es referido a la comunidad global, extra y suprafamiliar.
Al llegar al Ciclo Medio, dentro del área de Ciencias Sociales, y según el Real Decreto de 12 de febrero
de 1.982, que fija las enseñanzas mínimas para este ciclo, el primer bloque, "La localidad", vuelve sobre el tema
del trabajo:
En el bloque cuarto, "Iniciación al estudio de España", se trata de nuevo el tema con un nivel mayor de
generalidad:
El contenido de la E.G.B. se hace eco, pues, de la economía vulgar, la economía que se encandila con
las cifras monetarias sin llegar a entender que tras la expresión dinero no está sino el trabajo, e incapaz, por
consiguiente, de captar la existencia de cualquier trabajo que no se transforme en dinero, aunque su montante
en esos empleos que se pretende examinar, pero, dadas su menor tasa de actividad y su mayor tasa de
desempleo, lo harán sin duda en menor medida que los hombres. Lo que importa es que se ignora la que, hoy
por hoy, es su principal aportación a la economía nacional, el trabajo doméstico. Su presencia es reducida a los
La familia se presenta junto a grupos o ámbitos que, desde el punto de vista de la producción, son
agregados indiferenciados, no unidos por relaciones sociales esenciales sino surcados por las relaciones
propias de otras instituciones (las instituciones políticas, el mercado, la producción para el mercado). Su carácter
de esfera de la producción desaparece tras su simple dimensión de espacio de una vida social no
Volviendo al bloque "Iniciación al estudio de España", del Ciclo Medio, ahí tendrá el alumnado su primer
4. Describir los rasgos más destacados de algunas formas de vida del hombre en
España durante la Prehistoria, la época romana, en la Edad Media, en la Edad Moderna y en
la sociedad industrial.
5. Leer, recoger datos e información sobre la vida y aportaciones de algunos
personajes de la historia de España, relacionándolos con su época. Fiestas y
conmemoraciones nacionales.
Aunque no soy partidario del uso sistemático del "los/las", que ya he dicho me parece una batalla
perdida y a la que se presta muy poco el castellano, creo también que el primer párrafo de la cita anterior es
precisamente el tipo de contexto en que no puede dejar de señalarse que se trata del hombre y de la mujer. Las
épocas que se propone estudiar no han sido iguales para hombres y mujeres, y las "formas de vida" corren el
peligro de reducirse a las formas de vida de los hombres si no se especifica lo contrario. La misma terminología
ya apunta en ese sentido: hablar de "sociedad industrial" es caracterizar de manera reduccionista la sociedad en
su conjunto por la forma, en primer lugar, en que ha variado en ella el trabajo de los hombres (aunque la
industrialización también haya afectado directa e indirectamente a las mujeres, como trabajadoras asalariadas y
La segunda parte será casi con seguridad, a pesar de la inestimable ayuda que supone la presencia de
Isabel la Católica y de alguna otra mujer en la historia oficial, una lista de las aportaciones de personajes de
sexo masculino. La reducción de la historia a la historia oficial, o a la historia del poder, borra casi de un plumazo
La Orden de 6 de mayo de 1.982, que desarrolla el Real Decreto relativo al Ciclo Medio, no hace sino
insistir en el mismo sesgo pero con algo más de detalle. Así, en tercer curso (primero del ciclo), toca a las
escuelas:
En cuarto curso:
La primera cita no añade nada. La segunda y la tercera dejan más claro que su precedente general en
el Real Decreto que el trabajo agrícola sólo interesa en la medida en que se realiza para el mercado ("explota-
ción agropecuaria", "necesidad de su intercambio"). Debe tenerse en cuenta que, en las zonas rurales,
particularmente en el caso del pequeño campesinado, el trabajo de la mujer no es tan fácil de distinguir del del
hombre como en la ciudad industrial y de servicios. Pero, si en lugar de ocuparse de la pequeña producción o de
la producción de subsistencia (para el propio consumo del hogar) se pone la atención en la gran producción
agropecuaria (granjas industriales, etc.), se puede sacar a unas cuantas mujeres más de la foto.
El problema no está en que se quiera ampliar el ámbito de la realidad para el alumnado, parte de lo
cual es precisamente llevarlos más allá de su primera esfera de experiencia, la doméstica, hacia el mundo de la
industria, el comercio y los servicios, entre otras direcciones. El problema reside en que se identifique eso, en
exclusiva, con la producción, negando así la realidad de la producción y el trabajo domésticos y, con ellos, a
quienes son hoy sus principales protagonistas, las mujeres. (Digamos de paso que es de agradecer, no
obstante, que, por una vez, no se incluya entre los "factores de la producción" al capital, que no es un factor sino
Para quinto curso también se describe con más detalle la iniciación en la historia:
4.7. Describir las formas de vida de los habitantes de la península en la Edad Media,
la vida en el campo (el castillo, el monasterio). La vida en las ciudades. Leer biografías de
personajes de la época y narraciones de los acontecimientos más notables.
4.8. Describir algunas formas de vida en la Edad Moderna, relacionándolas con los
descubrimientos geográficos y el progreso comercial y cultural de la época. (El navegante, el
comerciante, el artesano, el soldado.) Leer biografías de los personajes más destacados de la
historia de España (políticos, descubridores, artistas) y narraciones de los acontecimientos
notables de la época.
4.9. Describir algunas formas de vida en la sociedad industrial (siglos XIX y XX) como
consecuencia del progreso científico y tecnológico (fábricas, ciudades, comunicaciones,
servicios). Lecturas sobre algunos inventos y sus aplicaciones. Biografías de personajes
históricos de la época en España.
Las mujeres no son excluídas explícitamente en ningún lado, pero todo empuja a hacerlo. "La vida en el
campo" se concreta en castillos y monasterios, como si no hubiera campesinos o bastara son suponerlos
alrededor de la nobleza y el clero. Una y otro merecen, por supuesto, ser estudiados, pero ni mucho menos
agotan la vida en el campo. Incluso si, generosamente, interpretamos que se proponen tan sólo como centro de
un ámbito más comprensivo, probablemente la economía campesina es más capaz de explicar el surgimiento y
la consolidación de la nobleza y el clero que al contrario. En todo caso, tal elección tiene poderosas
consecuencias secundarias para lo que nos concierne, que es el tratamiento dado a la mujer. En la vida
campesina, particularmente en la producción de subsistencia dominante en la Edad Media, las posiciones
relativas de hombres y mujeres estaban mucho menos delimitadas que en nuestros días, y en ningún caso en
torno a dicotomías como doméstico/extradoméstico, dentro/fuera, privado/público, etc. Al elegir como foco de
atención la nobleza y el clero se elige precisamente los dos sectores o estamentos sociales en que la
segregación de las mujeres era más rígida. Entre la nobleza, por las leyes discriminatorias en torno a la herencia
de propiedades y títulos y la utilización de las mujeres como bien intercambiable; la nobleza probablemente se
ajuste mejor al modelo levistraussiano del "intercambio de mujeres" que los llamados pueblos primitivos. Por lo
demás, ¿qué es lo que con toda probabilidad se explicará sobre los castillos sino su papel guerrero, asociado a
funciones entonces exclusivas de los hombres? En cuanto a la iglesia, es difícil encontrar una institución más
inequívocamente sexista en la historia occidental. Los monasterios, además, eran los conventos de los monjes
fuera de las ciudades, y sólo por extensión pueden denotar las residencias de las religiosas. Quizá fue
precisamente la iglesia la que inauguró la dicotomía fuera/dentro para hombres/mujeres: los monjes medievales
eran también predicadores, muchas veces nómadas, el poder espiritual del campo; las monjas vivían en el
aislamiento, y el convento era incluso un lugar habitual de reclusión para mujeres no religiosas.
La propuesta sobre la Edad Moderna no tiene pérdida: las formas de vida deben relacionarse con "los
descubrimientos geográficos y el progreso cultural y comercial", el activo de los hombres. Los ejemplos "de a
pie" consisten en oficios típicamente masculinos: navegante, comerciante, artesano, soldado (los había
femeninos, aunque se olvide, además de madre, esposa y campesina: gobernantas, posaderas, lavanderas,
etc.). Los "personajes destacados", no se dude, serán fundamental o exclusivamente hombres, y, los
"acontecimientos notables", hechos políticos, religiosos o guerreros en los que sólo ellos pudieron participar.
hipótesis unilateral (y errada en su dirección principal) de que las formas de vida son consecuencia del progreso
familia extensa a la nuclear. Lo que distingue al capitalismo de la mayoría de las formas de producción
anteriores no es la abundancia de máquinas, aunque también, sino el hecho de haber sacado en masa a las
personas de la esfera doméstica. En un primer momento sacó también a las mujeres, pero después las devolvió
al hogar estableciendo una de las formas más radicales de división del trabajo entre los géneros que ha
conocido la historia, y cuyos efectos duran hasta nuestros días.
La visión de la historia como continuo e imparable progreso que destila el texto, sobre todo en lo que
concierne a la Edad Moderna y la mal llamada "sociedad industrial", no estaría tan clara si en ella se incluyese la
suerte de los oprimidos: los trabajadores que fueron expropiados de sus medios de vida, los pueblos coloniales
que fueron expoliados y esclavizados y, en particular, para lo que aquí nos ocupa, las mujeres que fueron recluí-
En lo que aquí nos interesa, el Area Social de la Segunda Etapa de la Educación General Básica no es
muy distinta de la de los dos primeros ciclos. La economía y la producción siguen siendo, en todo caso, la
economía y la producción extradomésticas. Predominan siempre lo político, lo religioso y lo militar, es decir, las
esferas exclusivas de los poderosos, que casi siempre fueron hombres aunque sólo fueran una ínfima parte de
ellos.
La única novedad es la tímida incorporación del conflicto, hasta entonces ausente, a la altura del octavo
curso. La primera unidad de éste, "Civilización europea y mundo contemporáneo", reza en su tercer apartado,
presumiblemente localizado en el siglo XIX: "Los problemas sociales: el movimiento obrero." Silencio total sobre
otro problema social, la mujer, a pesar de los movimientos sufragistas y otras muchas manifestaciones del
mismo.
Junto con las ciencias sociales podemos considerar la Educación Etica y Cívica, regulada por una
Orden Ministerial de 1.978 para la Segunda Etapa. La lista de objetivos que la orden propone es interminable:
"derechos humanos fundamentales, criterios morales, elementos de juicio, (...) respeto, comprensión,
solidaridad, (...) espíritu crítico, (...) autonomía moral, (...) sentido de responsabilidad, valores de la sociedad, (...)
normas de convivencia, (...) dimensión ética de la vida cotidiana, (...) compromiso personal y social de
Pero ni una palabra sobre la mujer, sobre la dominación masculina, sobre la discriminación de género.
Sólo dos elementos que aparentemente podrían dar cabida al problema pero que, en realidad, se la niegan. Es
en sexto curso, donde la familia se presenta como la "cédula (sic) básica de la sociedad", lo que equivale a decir
como algo natural, junto con otras formas de agrupación presuntamente no problemáticas: la escuela, el barrio,
el pueblo, la región y la nación. Por otra parte, se admite que puede haber injusticia (se supone que aquí entran
la explotación y la opresión), pero sólo bajo la forma de "estructuras legales, socioeconómicas y políticas
injustas". ¿Cómo es la familia: legal, socioeconómica, política.... o natural? La familia se sitúa del lado de lo no
problemático y lo problemático excluye a la familia, con lo que se cierra el círculo que impide la discusión del
mujer en la doméstica, cualquier discusión sobre su marginación o discriminación estará viciada de antemano;
recuérdese: obligaciones familiares, salario complementario, no tienen que mantener un hogar, dejan la carrera
Historia de primer curso ("Historia de las civilizaciones") se regula en la Orden Ministerial de 22 de marzo de
1.975 mediante treintaidós encabezamientos sumarios de temas. Nada, explícitamente, incluye ni excluye a las
mujeres, pero esto es precisamente lo problemático. Se podría haber indicado simplemente que la Historia de
este curso debe ir desde el origen del ser humano hasta el mundo actual, pero se detallan treintaidós temas para
que el profesorado no pueda saltarse ningún período que las autoridades educativas consideren digno de ser
específicamente tratado. Sin embargo, nada se dice sobre qué debe ser tratado de esos períodos, y no hace
falta detenerse a recordar que todos hemos aprendido una historia de la humanidad que era, en realidad, la
historia de los hombres, dejando a las mujeres en la sombra. El profesorado podría hacer otra cosa, superando
por cuenta propia las deficiencias de su propia formación, pero la norma no lo alienta en modo alguno.
La Geografía de segundo curso ("Geografía humana y económica del mundo actual"), económica o
pseudoeconómica, incurre en el sesgo habitual de confundir la economía en general con la economía monetaria
en particular, con lo que ello comporta para la cuestión de la mujer. Y lo dicho para estas dos materias puede
aplicarse sin necesidad de mayores especificaciones a la "Geografía de Historia de España y de los países
Hispánicos" de tercer curso. La Filosofía de tercer curso no ofrece mucha más cancha al problema, a pesar de
aparecen dos que podrían dar lugar al tratamiento del problema de la mujer: "14. La dimensión social del
hombre. Estructuras sociales" y "17. Justicia y derecho. Los derechos humanos". Sin embargo, es bien sabido
que estos últimos pueden ser tratados sin abordar la problemática específica de la mujer, así como que por
"dimensión social" y "estructura social" suelen entenderse los problemas de clase, no de género.
Finalmente, la Formación Política, Social y Económica de segundo y tercer curso, por su constante
referencia a lo "social", permitiría en cualquier momento el tratamiento de la cuestión mujer, pero no lo alienta en
ningún caso. Sólo uno de los temas de segundo curso se refiere a "El sindicalismo y los movimientos sociales".
Podemos presumir que aquí, después del sindicalismo y sus raíces de clase, cabe tratar el feminismo o el
movimiento por la igualdad de la mujer... junto con el ecologismo, el pacifismo, los homosexuales, los margina -
dos, etc., es decir, presentado como un movimiento de opinión, no como un movimiento basado directamente en
Nadie discutirá que, en una sociedad que está siendo escenario de procesos de cambio tecnológico
veloces y en constante aceleración, resulta de la máxima importancia que la escuela permita a los alumnos
familiarizarse con la tecnología que los rodea ya y lo hará aún más en su vida adulta. Parece tremendamente
acertado, pues, que desde comienzos de la década de los setenta se introdujera ya en la enseñanza,
concretamente en la Segunda Etapa de la Educación General Básica, bajo el epígrafe de "Pretecnología". Pero
aquí no nos vamos a ocupar de la oportunidad o no de la Pretecnología, ni del grado de adecuación general de
sus planteamientos, sino de la actitud explícita e implícita ante la educación de la mujer que comporta.
La Orden Ministerial de 6 de agosto de 1.971, "por la que se prorrogan y complementan las
La Pretecnología, por consiguiente, fue concebida sin otro trabajo en vistas que el extradoméstico
ocupacional"), al cual se accedería a través de la Formación Profesional. Ni por un instante pasó por la cabeza
del autor del texto que, tal vez, también en los hogares, en esos escenarios ocultos del trabajo doméstico,
pudieran haber tenido lugar transformaciones y cambios tecnológicos que hicieran aconsejable una formación
pretecnológica. El trabajo en el hogar, el trabajo de las mujeres, seguiría siendo visto, ineluctablemente, como
un conjunto de tareas sin interés, carentes de cualificación, que en ningún caso podrían requerir ni merecer la
atención de la escuela.
Pero no es que el autor estuviera obcecado por el mundo del trabajo fabril, etc. Al contrario, estaba
dispuesto a admitir la conveniencia de la formación pretecnológica, con carácter general, para la vida de la
O bien que pueda servirse de la iniciación técnica artística para sus creaciones
personales y para llenar sus horas de ocio.
Pero lo que podría parecer que arregla algo, en realidad, lo empeora. Una vez más, el discurso oficial
--todavía vigente como norma--, se permitía dar un salto mortal desde el trabajo remunerado hasta el ocio,
dejando enmedio, ignorado, el trabajo doméstico, el que realizaban y realizan como única tarea o como parte de
Aunque no vamos a detenernos aquí en citar los detalles, la orden ministerial muestra también su
menosprecio por el mundo de las mujeres en la elección de los temas y actividades que se proponen para los
cursos sucesivos, de sexto a octavo. Unas tienen un componente fundamentalmente artístico, artesanal o de
manualidades; otras, un componente esencialmente profesional. Pero, entre éstas, su inclinación apunta
invariablemente hacia la industria, hacia los oficios que esta sociedad considera propios de los varones. Aunque
conducentes a profesiones hoy fundamentalmente femeninas, nada relacionado con ellas aparece entre las
actividades propuestas. Lo que sí aparecen son actividades que pueden considerarse anticipos del trabajo con
Sí cuenta con su anticipo, aparentemente, la rama textil, también mayoritariamente femenina, pero por
indicadas sólo para alumnas. Véanse los tres bloques propuestos, respectivamente, para sexto, septimo y
octavo cursos:
¿Se puede pedir más? Si a esto se añade que las actividades no son obligatorias; que, como se dice
específicamente para la Pretecnología, "quizás no siempre será posible realizar todas las actividades", por lo
que "basta con la realización de algunas de ellas"; y que la misma introducción de la orden ministerial aclara,
para el conjunto de ésta, que "su finalidad (...) no es otra que la de ofrecer a los educadores «un material de
trabajo dentro de una línea indicativa de acción»", entonces están dadas todas las condiciones para que, el
centro que lo desee, dedique a las mujercitas a hacer muñecas y bordados y, a los varoncitos, a cosas más
El enunciado sumario del contenido de otras áreas y materias no permite, en el nivel en que nos
movemos (las normas legales), un análisis de su sesgo de género. Sin embargo, esto no implica que estén
En el área de lenguaje, aparte de los consabidos problemas que plantea éste en sí mismo (plural
masculino, etc.), el alumnado se encontrará, por ejemplo, con que de cincuentaiséis autores literarios que cita la
Orden Ministerial de 22 de marzo de 1.975 para segundo y tercer cursos de bachillerato (sin contar los que no
se citan porque están presentes a través de la referencia explícita a alguna de sus obras, como Cervantes, Tirso
y otros), sólo uno es una mujer... y precisamente una monja: Teresa de Jesús. Desde luego, una orden
ministerial no puede inventar autoras donde la sociedad no ha permitido que las hubiera, pero podría prestar un
Las actividades artísticas se formulan de manera asexuada, pero nada impide al profesorado
diversificarlas, en su caso, de acuerdo con sus propios prejuicios sobre lo propio para cada género. Tampoco los
números tienen sexo, pero el profesorado de Matemáticas elegirá los problemas del ámbito social de los
hombres o del de las mujeres. Las Ciencias de la Naturaleza se ven forzadas a referirse a la reproducción y la
diferenciación sexual, pero se permiten pasar por el ciclo superior de la E.G.B. (11-14 años, más los que traigan
los retrasos), sin aludir a la regla. La Educación Física, por su parte, no está programada para ello pero suele ser
un escenario privilegiado del tratamiento diferencial, más allá de las desigualdades de rendimiento, porque nada
Sobre la Religión, en fin, no hace falta detenerse en detalles. En ella aprenderán todos que Eva, una
mujer, trajo el pecado al mundo; que María, para ser pura, tuvo que parir sin contacto sexual alguno; que el
décimo mandamiento ordena no desear a la mujer del prójimo, pero no viceversa puesto que lo da por supuesto,
etc., etc.
La reforma actualmente en proyecto es mucho más cuidadosa, en general, con el problema de la mujer.
Entre los objetivos generales de la educación primaria, por ejemplo, se pretende que el alumno sea capaz de
Como "aspecto de especial relevancia para el desarrollo de la sociedad", que debe "impregnar la
Sólo hay que lamentar que, con notable timidez, se hable de relaciones "equilibradas y constructivas"
en lugar de igualitarias, así como que se proponga poner especial cuidado en evitar la discriminación "en los
temas referidos al trabajo y a la organización social", porque, como veremos, el trabajo sigue siendo sólo el
Obsérvese la diferencia. Por un lado está "la sociedad", en especial los derechos y deberes como
trabajadores y como ciudadanos, es decir, las esferas de la política y del trabajo extradoméstico, y no están ni la
familia ni el trabajo doméstico. Por otro, aparece el problema de la discriminación sexual, no el de la explotación,
la opresión ni la dominación de género, cuyo principal escenario es la familia. Y lo hace diluído entre otros como
la discriminación por razón de la edad (se supone que se refiere a la tercera edad, pues parece poco probable
que lo haga a la primera) o de los "rasgos físicos y psíquicos" (que deben de comprender tanto la raza como las
Pero ausencia de discriminación no es lo mismo que igualdad, y de ahí deriva la significación que cobra
la combinación de los dos puntos y la aparición del sexo (debería decir el género) en sólo el segundo. Las
relaciones entre un capitalista y un obrero, o entre un terrateniente y un aparcero, por ejemplo, no son de
discriminación. Hablaríamos de discriminación, pongamos por caso, si no se les permitiera acceder a los mismos
cargos, entrar en los mismos locales públicos o ejercer el mismo derecho al voto. Cualquiera sabe, incluídos los
autores del proyecto de reforma, que el problema entre el obrero y el empresario o el aparcero y el terrateniente
no se reduce a eso, y por ello existe el objetivo 7: "analizar los mecanismos y valores básicos (...) de la sociedad
(...) elaborando juicios y criterios personales sobre ellos y actuando consecuentemente". Pero esto, ya se ha
dicho, les afecta "en especial (...) como ciudadanos y trabajadores", no como hombres y mujeres. Dicho de otro
modo, se da cabida al problema de la mujer en la medida y sólo en la medida en que se circunscriba al exterior
naturales y sociales) de la Enseñanza Primaria no hay nada que nos lleve específicamente al problema de la
Entre los del área de Geografía, Historia y Ciencias Sociales de la Enseñanza Secundaria Obligatoria,
10. Apreciar los derechos humanos y los derechos y libertades políticas y sindicales
como un logro irrenunciable de la humanidad, rechazando actitudes y comportamientos que
puedan suponer una merma de los mismos y mostrándose solidario con los pueblos que
todavía no disfrutan de ellos.
En consonancia con lo ya visto, el área de Conocimiento del Medio de la Enseñanza Primaria nos
comercio y servicios. El bloque 8 ("Organización social") incluye como subapartado la familia, aunque sin
demasiadas indicaciones.
actividades económicas y los recursos naturales") aborda la agricultura y la industria y el bloque 4 ("Hacia una
sociedad terciaria") los servicios, con la consabida exclusión de la esfera doméstica y sus principales moradores,
las mujeres en funciones de amas de casa.
Los bloques 10 y 11 del área de Conocimiento del Medio de la enseñanza primaria son de índole
histórica ("Los cambios históricos y la historia reciente" y "Formas de vida y paisajes históricos"). Vale la pena
detenerse brevemente en ellos. El primero, por ejemplo, reza en dos de sus cinco apartados:
3. El cambio histórico a lo largo de nuestro siglo (evolución del vestido, del paisaje, de
la vivienda, del trabajo, etc.).
4. Aspectos de la vida cotidiana y de algunos hechos históricos relevantes (cambios
sociales y políticos, avances tecnológicos, etc.) asociados a los mismos en nuestro siglo.
En ciencias sociales de la secundaria, la historia ocupa los bloques 6 al 10. Citaremos algunos
fragmentos que presuntamente apuntan hacia un trataminto comprensivo de las sociedades y sus épocas
históricas, especificando entre paréntesis el número del bloque de contenido y el epígrafe al que pertenecen:
La organización política, social y económica, la religión, el arte y la vida cotidiana (6. Primeras
civilizaciones históricas).
Formas de vida y organización social en uno de los grandes imperios asiáticos o de la América
precolombina (7. Sociedades de la época moderna).
socio-económica", de un lado, y la "vida cotidiana", de otro, nos hace sospechar o, mejor dicho, nos lleva a la
triste seguridad de que el papel de la mujer en la mayor parte de la historia va a quedar reducido, si es que
aparece por algún sitio, al ámbito "trivial" de la vida cotidiana (es decir, a su tratamiento trivial), mientras el del
varón monopolizará las glorias de la estructura y la organización económica, social y política. Sería sólo una
sospecha si pensáramos que la familia, la producción doméstica o las funciones de la mujer iban a ser
considerados parte de lo económico y lo social al mismo título que las relaciones interfamiliares, la producción
extradoméstica o las funciones del hombre, como sería lo correcto. Pero se convierte en certidumbre porque
estamos seguros de que la familia, la mujer o lo doméstico, mientras no se haga un gran esfuerzo en la dirección
contraria, seguirán siendo tratados como parte de lo natural; eso sí, "afectado" por lo social.
¿Qué diferencia hay entre la organización familiar y la social en las sociedades de cazadores
recolectores? Ninguna, por lo que sólo puede entenderse la presencia de los dos adjetivos como parte de una
concepción que gusta de separar los planos de lo natural y lo histórico para situar en ellos, respectivamente, a la
importante conocer de la sociedad feudal o los imperios antiguos: la vida en unos cuantos castillos y palacios o
había entre lo "político" y lo "socio-económico" en estas sociedades? Lo que se hace es aplicar la separación
entre política, economía extradoméstica, y parentesco y economía doméstica propia de nuestra sociedad y
nuestra época a la interpretación de épocas pasadas o culturas diferentes, y el resultado es siempre el mismo:
desaparece la totalidad de las mujeres (y, con ellas, la mayoría de los hombres).
apartados sucesivos,lo que considera tres tipos de revoluciones: la industrial (económica extradoméstica), la
liberal (política) y, en un mismo saco, la socialista y la anticolonial. No hay nada que lo impida, pero tampoco que
apunte hacia los procesos que afectaron más intensa y directamente a las mujeres: la destrucción de la unidad
de producción doméstica como tal, su salida masiva al trabajo asalariado y su posterior devolución al hogar, el
surgimiento de la familia nuclear urbana. El cuarto apartado del bloque, que se supone quiere concretar los tres
anteriores para España, abre para ello el típico huequecito: "Aspectos económicos, sociales, políticos, culturales,
apartado, "Focos de tensión y nuevos valores en las sociedades postindustriales", junto a los ritmos de vida, las
nuevas élites y grupos marginales, la drogodependencia y otras enfermedades, la publicidad y los medios de
comunicación, este no muy atrevido epígrafe: "Las transformaciones familiares (la familia como unidad de
consumo, nuevos roles masculino y femenino y de los jóvenes)."
Finalmente, el bloque 13, "La organización económica y el mundo del trabajo", marcados ambos
componentes por el sesgo que ya no es tan familiar, propone en el último epígrafe del último apartado: "Posibles
obligatoria, incorpora un área nueva, la de Tecnología, que supone una innovación radical en el ámbito del
tronco común. La Tecnología está orientada hacia el mundo del trabajo remunerado, extradoméstico, y nada
habría que objetar a ello si se tratara simplemente de su orientación principal, prioritaria o dominante. El
Las innovaciones tecnológicas no sólo han supuesto importantes cambios en los procesos de trabajo
en fábricas, oficinas y comercios, sino también en el hogar, en la esfera y el trabajo domésticos o, si se prefiere
la terminología de la reforma, en la "vida cotidiana". Estos últimos afectan a todos los miembros del mismo, pero
en particular a las mujeres. Sin embargo, el proyecto de reforma no atiende a este aspecto. Aunque sus
objetivos generales están formulados de manera tan general y "técnica" que tampoco lo excluye, el objetivo
O bien se está afirmando implícitamente que ser ama de casa es una profesión, o el trabajo doméstico
está siendo incluído en el tiempo libre o entre las actividades de ocio. Lo que sucede es esto segundo: una vez
más, a pesar de la ingente cantidad de horas y jornadas que consume en nuestra sociedad, el trabajo doméstico
desaparece en un vacío ubicado entre el trabajo y el ocio. Las mujeres pueden elegir, si les dejan, entre
desaparecer por completo o a medias: será el primer caso si son estrictamente amas de casa, el segundo si
Entre los bloques de contenidos, el octavo, "Tecnología y mundo del trabajo", abunda en el mismo
sentido. Aunque se refiere al trabajo sin especificar, a medio camino se nos aclara su ámbito: "fábricas,
explotaciones, comercios, organismos administrativos, empresas de servicios, etc." Por enésima vez, se
Cuando se inició la experimentación del área de Tecnología, buena parte, al menos, de los objetos
elegidos para el análisis lo fueron entre los habitualmente presentes en los hogares (cisternas, linternas, equipos
de sonido, etc.). En las orientaciones didácticas, sólo en una ocasión se alude a este posible centro de interés.
Cuando, entre otros posibles "hilos argumentales" para el área en la etapa secundaria obligatoria, se apunta
éste:
Si tenemos en cuenta que la población dedicada a labores agrarias es algo inferior a un séptimo del
total, no parece que la propuesta pueda afectar a mucha gente. En cualquier caso, resulta chocante que
aparezca únicamente en un contexto contemplado desde una perspectiva casi remedial o compensatoria ("un
entorno productivo para el cual es más necesario... y más difícil actualizar los conocimientos").
III. LA INTERACCION EN EL AULA, O LA BELLA Y LA BESTIA
alumnado en la escuela. La observación fue realizada en seis centros, de los cuales tres fueron de
E.G.B. (dos públicos y uno privado concertado), dos de B.U.P. (uno público y uno privado) y uno de
F.P. (público), todos ellos de Madrid. En E.G.B. se observaron los cursos cuarto, quinto y octavo; en
tiempos para todas las acciones identificables del profesorado y el alumnado. El tiempo total de
permanencia fue de una semana natural por centro, pero buena parte del mismo se pierde
asciende a 142.509 segundos, que equivalen a unas 40 horas sin poros, y se distribuye en 16.286
interacciones.
Como el alumnado no se distribuía por partes iguales ni estaba en nuestras manos sumar o
restar personas del sexo deficitario o excedentario en cada caso, y como nuestro principal objetivo
era detectar y medir posibles sesgos en favor de uno u otro sexo, lo que hicimos fue someter los
valores totales recogidos a ponderación, una operación de "pesado" o "pesos" (weight). No parece
indicado detenerse aquí a explicar el procedimiento estadístico de tal operación (que, obviamente, no
hemos inventado nosotros, ya que se trata de una operación estandarizada y presente en la mayoría
de los paquetes de programas estadísticos para ordenador destinados a las ciencias sociales), pero
quien esté interesado en él puede recurrir, por ejemplo, a Nie et al. (1975). Digamos, simplemente,
que lo que hace el "pesado" es aplicar a cada caso individual un índice derivado de su sobre o
alumnos afectados respecto de una partición ideal por mitades estrictas para ofrecernos los
resultados que se obtendrían si una y otra coincidieran y manteniéndose las mismas pautas de
interacción, es decir, los mismos sesgos (o la ausencia de sesgo) en favor de un sexo u otro. Sin
esta operación u otra similar no sería posible comparar los comportamientos del profesorado o el
alumnado para una población de alumnos y alumnas numéricamente asimétrica en relación al sexo.
Esta operación no se realizó de una sola vez para el conjunto de la muestra sino
separadamente para cada planilla de observación, lo que significa que se trata cada subconjunto de
aquélla (sea una hora de clase, un grupo-clase, un centro escolar o un nivel de enseñanza) como si
el alumnado afectado estuviera compuesto, en cada caso, de ambos sexos por mitades. Esta
habrían sido insuficientes o excesivas, según cada caso, pues las desproporciones entre los sexos
Un efecto de esta operación a tener en cuenta es que, al actuar sobre un gran número de
subconjuntos muy pequeños en relación a la muestra global, prescindiéndose de los decimales, los
totales no necesariamente coinciden. Quien lea los cuadros encontrará, pues, que el total de las
unidades o los tiempos de interacción de un grupo puede ser distinto de la suma de los totales
parciales de los subgrupos en que se descompone. Sin embargo, estas discordancias, chocantes en
cifras absolutas, son despreciables en términos porcentuales. Por otra parte, al actuar así dejamos
que, en la mayoría de los casos, las correcciones introducidas serán tan pequeñas que no hay que
preocuparse por esto (por ejemplo, si el artilugio estadístico convierte una muestra compuesta al
45/55 % en simétrica). En otros, sin embargo (por ejemplo en la Formación Profesional, muchas de
cuyas especialidades tienen un fuerte sesgo de género), la modificación puede ser tal que resulte
aventurado suponer que cada género seguiría comportándose igual (por ejemplo, si convertimos en
simétrico un grupo con una composición de género del orden de 20/80 %).
caso, interpretar los resultados más destacables. El apéndice que sigue al tercer apartado de este
capítulo contiene 21 cuadros que recogen los datos fundamentales. No obstante, hay que hacer
constar que ni los cuadros agotan la información disponible en los datos ni este capítulo agota la
recogida en los cuadros, pero no podemos eternizarnos poniendo los números en prosa. Quien
desee más detalles puede acudir a los cuadros del apéndice y, si no le bastan, a la base de datos.
El Cuadro III.1 hace aparecer ya las primeras diferencias. Del total de tiempo registrado, el
33.9 % tiene por protagonistas activos o pasivos a los alumnos varones, el 27.6 % a las alumnas y el
38.4 % al colectivo formado por ambos sexos. Los varones, pues, aventajan a las mujeres discreta
pero claramente. Sin embargo, el tiempo total se distribuye en acciones de distinta duración según el
sexo. La duración media de las acciones protagonizadas por o dirigidas a los varones es de 5.3
segundos, frente a 7.8 en el caso de las mujeres y 25.3 en el del colectivo. En conjunto, pues, las
mujeres reciben o recaban menos atención, pero cuando lo hacen es durante más tiempo que los
varones. Esta dirección opuesta del tiempo total y el tiempo por acción tiene como corolario una
ventaja notablemente superior para los varones si tomamos como indicador el número de acciones:
55.5 % para o por alumnos varones, 31.2 % para o por alumnas y 13.3 % para o por el colectivo.
Por consiguiente, podemos afirmar que en la escuela se produce, en este terreno, una dosis
relevante de discriminación en contra de las alumnas (aunque esto no significa que sea la escuela
misma quien la produzca, pues podría proceder del mismo alumnado: sobre esto volveremos luego).
Sin embargo, cada una de las acciones en las que interviene o de la que es destinataria una alumna
dura más que si su lugar lo ocupara un alumno. Esto podría interpretarse de varias maneras. Una de
las posibilidades es que las alumnas necesiten más tiempo para los mismos resultados (que sean
menos listas, etc.). Otra, que preferimos y nos parece más consistente, es que las acciones en que
se ven envueltas sean de otra naturaleza que las que involucran a los hombres.
El Cuadro III.2 nos permite afinar un poco más. Si distinguimos las acciones por su sujeto
principal encontramos que el 33.9 % del tiempo total consumido por los alumnos varones se
alumno. En contrapartida, el 27.7 % del tiempo total consumido por las alumnas lo hace en un 11.3 %
protagonizado en primer plano por el profesorado y un 16.4 protagonizado por ellas. Expresado en
número de acciones, el 55.5 % del total acumulado por los alumnos varones se descompone en un
24.7 % a iniciativa del profesorado y un 30.7 a iniciativa de ellos mismos; en cuanto a las alumnas, su
31.2 % del total se divide en un 14.1 que parte del profesorado y un 16.4 que parte de ellas mismas.
Esta distribución puede también expresarse en otra forma, más reveladora. De la parte del
tiempo protagonizada por el profesorado, los alumnos varones se llevan el 20.6 % y las alumnas el
alumnado, los alumnos acaparan el 53.1 % frente al 39.9 para las alumnas y, en número de
acciones, el 63.0 % frente al 35.0 %. También hay variaciones en lo que concierne a la duracción
media de las acciones: los 5.3 segundos de las que involucraban a los alumnos varones disminuyen
a 4.3 si la iniciativa parte del profesorado y aumentan a 6.2 si parte de ellos mismos; en cuanto a las
alumnas, sus 7.8 segundos de media general caen a 7.0 en el primer caso y suben a 8.4 en el
segundo.
En suma, el sesgo a favor del sexo masculino se reduce prácticamente a nada (algo más de
profesorado, mientras que aumenta notablemente cuando la iniciativa parte del alumnado. También
disminuye y aumenta, en el orden citado, si tomamos como referencia el número de acciones, si bien
en este caso sigue siendo siempre relevante. De esto sólo puede sacarse una consecuencia: el
alumnado es, por acción u omisión, mucho más conforme en su comportamiento a los estereotipos
El Cuadro III.3 distingue las acciones según el sexo del profesorado y nos permite afinar en
otra dirección. Si, cuando no distinguíamos al profesorado por su sexo, el tiempo total de las
acciones se distribuía, según el sexo del alumnado, en un 33.9 % para los chicos y un 27.7 % para
las chicas, ahora encontramos que, cuando quien interviene de un modo u otro es un profesor varón,
los porcentajes se convierten en 28.7 y 25.3, respectivamente, y, cuando quien lo hace es una
profesora, en 42.5 y 31.6, siguiendo el mismo orden. En número de acciones, los porcentajes,
siempre en el orden precitado, pasan de 55.5 y 31.2 a 54.6 y 31.6 cuando actúa o está presente un
profesor varón y a 53.8 y 32.0 cuando es una profesora quien lo hace. En cuanto al tiempo medio por
acción, pasa de 5.3 y 7.8 segundos a 4.5 y 6.9 con los profesores varones y a 8.6 y 10.8 con las
profesoras.
En otras palabras, las diferencias de conjunto, medidas por el tiempo total de interación, a
favor de los alumnos varones ante el conjunto del profesorado se reducen notablemente en
opuestos son posibles porque, en lo que se refiere al tiempo medio de cada interac ción, las alumnas
ven aumentar su ventaja con los profesores varones y disminuír con las profesoras (si dividimos el
tiempo individual de las acciones para o por las alumnas con el correspondiente para o por los
alumnos varones, obtenemos las siguientes ratios: ante el conjunto del profesorado, 1.47; ante los
Esto podría deberse a diversas causas. La explicación más simple consistiría en que los
profesores varones fueran menos sexistas que las profesoras. Otra, más compleja, consistiría en
hay sólo diferencias, sino también relaciones de dominación y diferencias de poder y prestigio
sociales. Si, como hemos visto, el sexismo activo y pasivo (expresado en el protagonismo de las
aventurar la hipótesis de que los profesores varones son más capaces de mantenerlo a raya, y en
particular de mantener a raya a los alumnos varones, que las profesoras. El profesor varón está por
encima del alumno varón en todas las líneas de dominación tal como son definidas y aceptadas
como legítimas por nuestra cultura (Estado vs. individuo, saber vs. ignorancia, adulto vs. niño); sólo
es igual a él en su sexo o género y, aun en eso, es también superior, pues representa la madurez
sexual y el rol adulto de género frente a la inmadurez y el rol todavía indefinido del niño; es decir,
todo está a su favor (tanto más frente a la alumna). La profesora, en cambio, está por debajo del
alumno y a la misma altura que la alumna en una relación de dominación, la que une y separa a
ambos géneros. Su autoridad, por consiguiente, es más débil y, su posición, más vulnerable.
Notemos, de paso, que los profesores varones dedican mucho más tiempo al colectivo, en
lugar de a las individualidades que lo forman, que las profesoras: 46.0 y 26.0 %, respectivamente.
Esto puede deberse a una mayor tendencia a personalizar por parte de las profesoras o a una menor
disposición, por parte del alumnado, a verse subsumido en el colectivo en presencia de ellas.
3.2. La naturaleza de la interacción
Los Cuadros III.4, por un lado, y III.7, por otro, nos permiten saber algo más sobre la
Si nos fijamos en el Cuadro III.4, que clasifica las acciones del profesorado según su naturaleza, nos
Los porcentajes del tiempo total consumido por las acciones que envuelven a alumnos
varones y alumnas, que de 33.9 y 27.7 ya habían pasado a convertirse, en el subconjunto de las
acciones a iniciativa del profesorado, en 20.6 y 19.2, resultan en las siguientes distribu ciones según
la naturaleza de la acción: acción cognitiva, 20.0 para los alumnos varones y 20.2 para las alumnas;
acción disciplinaria, 25.4 y 9.5; acción no cognitiva (ni disciplinaria), 20.5 y 22.4. Los porcentajes
relativos al número de acciones, que estaban --siempre poniendo los sexos del alumnado en el
mismo orden: varón y mujer-- en 55.5 y 31.2 para el total de las acciones y en 48.4 y 27.6 para las
que tienen por sujeto al profesorado, pasan a convertirse en los siguientes: acción cognitiva, 44.3 y
30.6; acción disciplinaria, 60.2 y 20.6; acción no cognitiva (ni disciplinaria), 40.5 y 27.5. En cuanto al
tiempo medio de las acciones individualizadas, que era de 5.3 y 7.8 segundos, para alumnos y
alumnas, en el conjunto del tiempo observado, y de 4.3 y 7.0 en el tiempo protagonizado por el
profesorado, se convierte en 5.7 y 8.3 para las acciones del grupo cognitivo, 2.9 y 1.9 para las del
grupo disciplinario y 5.5. y 8.9 para las del grupo no cognitivo (ni disciplinario).
Por consiguiente, lo que aquí vemos es que el tiempo total protagonizado por el profesorado
ya no discrimina en contra de las alumnas sino que las favorece muy levemente en el apartado de las
algo más sustancialmente en las de naturaleza no cognitiva (ni disciplinaria), si bien sigue
"favoreciendo" a los alumnos varones en el apartado de las acciones de naturaleza disciplinaria.
Expresada en porcentajes respecto del número de acciones, la actividad del profesorado sigue
dirigiéndose en todo caso más a los alumnos varones que a las alumnas, pero el favor de conjunto
mismo tiempo, vemos que la ventaja que las alumnas tienen sobre los alumnos en lo que concierne
al tiempo individual por acción disminuye espectacularmente en las acciones del capítulo disciplinario
expresarse de otro modo. Frente al conjunto del alumnado, el profesorado, en la medida en que le
no cognitiva (ni disciplinaria). Pero, cuando su tiempo está dedicado de manera específica a los
varones, los porcentajes pasan a ser, respectivamente, de 77.2, 14.1 y 8.7; y, cuando lo está a las
alumnas, de 84.1, 11.4 y 8.8. Vemos de nuevo, pues, cómo las alumnas ganan a través de los
naturaleza disciplinaria.
mayor presencia general de los alumnos varones en los cómputos de tiempo se debe a un hecho ya
bien conocido: que plantean más problemas de disciplina. Si las alumnas son más atendidas en la
disciplinarios, esto podría atribuírse a que lo demandan más o a que lo necesitan más, pero también,
de modo más general a que se prestan más a incorporarse a las actividades escolares de todo tipo.
Si nos fijamos en los intercambios protagonizados por el alumnado, tal como se recoge en el
Cuadro III.7, los efectos de la descomposición de los mismos de acuerdo con su naturaleza son
distintos. En términos de tiempo global, los alumnos varones se llevaban el 53.1 % frente al 39.9 %
así: en el apartado cognitivo, 50.2 y 40.2; en el disciplinario, 52.4 y 45.1; en el no cognitivo (ni
disciplinario), 68.6 y 19.0. En términos de número de interacciones, los porcentajes pasan, para
hombres y mujeres respectivamente, de 63.0 y 35.0 antes de la clasificación de las acciones, a 60.8
y 37.4 para las cognitivas, 69.4 y 27.5 para las disciplinarias y 61.0 y 37.3 para las no cognitivas (ni
disciplinarias). En cuanto al tiempo medio de cada acción individual, siempre para hombres y mujeres
respectivamente, de 6.2 y 8.4 segundos en el conjunto a 7.3 y 10.0 en las acciones cognitivas, 2.3 y
También podemos expresarlo de otro modo: el conjunto del alumnado dedica el tiempo
escolar que domina en un 83.0 % a acciones de naturaleza cognitiva, un 10.5 % a las de naturaleza
disciplinaria y un 6.5 % a las de naturaleza no cognitiva (ni disciplinaria). Pero, cuando hacemos el
cálculo por separado para alumnos varones y alumnas, los porcentajes se convierten,
respectivamente, para los primeros, en 80.7, 10.7 y 8.6; y, para las segundas, en 85.4, 11.6 y 3.0.
Las alumnas ganan aquí algo, frente a los alumnos, en los capítulos concernientes a las
acciones cognitivas y disciplinarias, pero pierden notablemente en las no cognitivas (ni disciplinarias),
cognitivas y las no cognitivas (ni disciplinarias) pero pierden en las disciplinarias. Si consideramos
que lo propio de la escuela es la acción cognitiva, que la no cognitiva (ni disciplinaria) es algo así
como el ruido que acompaña a la comunicación pedagógica y que la disciplinaria no es sino el coste
detalles una situación algo menos desfavorable (aunque siempre desfavorable) para su componente
Pero lo que hay que destacar, sobre todo, es que el reequilibrio que se producía al examinar
según su naturaleza las acciones del profesorado, colocando a las alumnas ligeramente en cabeza
atribuyendo la ventaja de conjunto de los alumnos varones a su casi monopolio de los problemas de
podemos concluír a partir de ello que, si hacemos un balance global de cada estamento, el alumnado
es quien introduce las diferencias en la escuela y el profesorado quien las compensa e incluso las
hace desaparecer.
Señalemos, finalmente, que no hay ninguna paradoja en que los alumnos varones, que tan
cuando se trataba de acciones protagonizadas por el profesorado, asciendan sobre todo en la escala
de lo no cognitivo (ni disciplinario), perdiendo algo en las otras dos, cuando se trata de acciones
protagonizadas por el alumnado. Esto se debe, sobre todo, a que es el profesorado, al fin y al cabo,
el que, la mayoría de las veces, responde con una acción disciplinaria a una acción simplemente no
cognitiva o la convierte en tal, de manera que lo que empieza de un modo puede terminar de otro.
Por otro lado, buena parte de las acciones no cognitivas (ni disciplinarias) del alumnado tienen lugar
en ausencia del profesorado, y esta ausencia devuelve las relaciones entre los géneros a la ley de la
selva, es decir, convierte el espacio del aula en un escenario dominado por los alumnos varones.
en las diferencias, si se nos perdona la redundancia, entre los distintos niveles y ramas de la
enseñanza captados por la observación, es decir, entre la Educación General Básica, el Bachillerato
El primer grupo de cuadros (III.8, 9 y 10) nos permite ver que los porcentajes del tiempo
protagonizado por el profesorado dedicados a los alumnos de distinto sexo, que para el agregado de
todos los niveles y ramas eran 20.6 para los alumnos varones y en 19.2 para las alumnas, pasan a
convertirse, respectivamente, en 29.4 y 17.6 en la E.G.B., 15.9 y 13.4 en el B.U.P., y 22.6 y 22.9 en
la F.P.
Esto indica que se discrimina, por parte del profesorado, muy por encima de la media en la
E.G.B., ligeramente más en el B.U.P. y sensiblemente menos, hasta el punto de invertirse la relación
en favor de las alumnas, en la F.P. Consideraremos simplemente las variaciones relativas a la E.G.B.
y la F.P., pues la del B.U.P. puede considerarse como un efecto estadístico de las anteriores. Para
empezar, la E.G.B. es el tramo de la escuela en que se practica una enseñanza más individualizada
(el 53.0 % del tiempo protagonizado por el profesor está dedicado al colectivo, frente al 70.6 % en el
B.U.P. y el 54.5 % en la F.P.), lo cual permite un mayor despliegue del tratamiento diferencial para
ambos sexos. Por otra parte, del lado de la institución la principal diferencia que puede afectar a
nuestro objeto está en las características mismas del profesorado: maestros (dos tercios de ellos
mujeres) en E.G.B. y licenciados o equivalentes en el B.U.P. (con una muy ligera mayoría de
hombres) y, acompañando a los maestros de taller, en la F.P. (con mayoría de dos tercios para los
menos cuidadoso en su tratamiento del alumnado de distinto sexo que el resto del profesorado,
E.G.B. es levemente menor en los intercambios de tipo cognitivo, sensiblemente menor en los de tipo
no cognitivo y, como de costumbre, mucho mayor en los de índole disciplinaria. Por otra parte, los
Cuadros III.14 y 15 indican que los maestros varones son levísimamente más igualitarios en términos
absolutos pero sensiblemente menos en términos relativos. Lo primero afecta poco al alumnado,
pero lo segundo nos dice más sobre esta sección del profesorado. En otras palabras, discriminan
más a las alumnas, pero tal vez se note menos por el hecho de que dedican bastante más tiempo al
El Cuadro III.9, a su vez, revela que las discriminación por parte del profesorado, y en contra
de las alumnas, es ligeramente menor en los intercambios de tipo cognitivo, sensiblemente mayor en
los de tipo no cognitivo (ni disciplinario) y, una vez más, mucho mayor en los de tipo disciplinario. Los
Cuadros III.16 y 17 muestran a las profesoras del B.U.P. como visiblemente menos igualitarias que
sus colegas masculinos, en parte como efecto de su mayor tendencia a dirigirse a los individuos en
lugar de al colectivo.
Finalmente, el cuadro III.10 muestra una inversión total en las pautas de distribución de las
acciones según su carácter: las alumnas reciben del profesorado menos atención cognitiva que los
alumnos varones, pero más atención disciplinaria y, sobre todo, no cognitiva. Así, pues, la igualdad
alcanzada en el tiempo global del profesorado, sin distinciones relativas a su empleo, podría ocultar
unas fuertes pautas cualitativas de discriminación. Los Cuadros III.18 y 19 muestran que los profeso-
res varones favorecen fuertemente a los alumnos varones, y las profesoras a las alumnas, con lo que
todo queda en casa. No obstante, los primeros lo hacen sobre todo a través de las acciones
cognitivas, a la vez que obsequian a las alumnas concediéndoles la mayoría de las acciones
disciplinarias y no cognitivas (ni disciplinarias). Las segundas lo hacen a través de las acciones
cognitivas y no cognitivas (ni disciplinarias), siendo igualitarias en el plano disciplinario.
Para matizar estos datos y comentarios últimos deben tenerse en cuenta dos cosas. En
primer lugar, que cuanto más descendemos al detalle más se reduce la representatividad de la
muestra, lo que convierte los datos en menos fiables y generalizables. En segundo lugar, y en
relación a la Formación Profesional en particular, que esta rama está dividida en numerosas
especialidades con un fuerte sesgo de género en la matrícula, lo que evita la "necesidad", por
llamarlo de algún modo, de cualquier tratamiento diferencial de los alumnos de distinto sexo. Cada
sexo puede tranquilamente llevarse la palma cuando está sólo o casi sólo en el aula, y el efecto
global, sobre todo si se aplica el artificio estadístico de la ponderación, es que desaparecen las
citado, formado por los III.11, 12 y 13, nos muestra que los porcentajes generales de tiempo global,
situados en 53.1 y 39.9, se transforman en 52.9 y 41.2 para la E.G.B., 43.8 y 51.4 para el B.U.P., y
59.2 y 21.4 para la F.P. Las alumnas, pues, se mantienen en su sitio en la E.G.B., ganan
Esto puede considerarse, por un lado, como una indicación de los distintos efectos asociados
al éxito y al fracaso en la enseñanza (el alumnado del B.U.P. proviene de los ganadores, el de la F.P.
de los perdedores). Por un lado, las alumnas que tienen éxito en la E.G.B. y acceden al B.U.P. se
crecerían, por así decirlo, en éste (en el que, además, son sensiblemente mayoritarias), mientras los
alumnos varones moderarían tal vez su afán de dominio. Por otro, las alumnas que fracasan en la
E.G.B. y acuden a la F.P. se verían disminuídas mientras los alumnos varones, en un proceso bien
comprobar si el sexo del alumno influye positiva o negativamente sobre el profesorado a la hora de
evaluar. Para ello, pasamos a medio centenar de profesores y profesoras un grupo de cuatro
pedíamos que juzgasen, a partir de las mismas redacciones la inteligencia (puntuada como "muy
alta", "alta", "media", "baja" y "muy baja") y la madurez (puntuada como "muy superior a la de su
edad", "algo superior", "la propia de su edad", "algo inferior a la de su edad" y "muy inferior") de sus
autores o autoras.
Cada profesor o profesora recibió un cuadernillo formado por las mismas cuatro redacciones
atribuidas dos a alumnas y dos a alumnos varones, pero de modo que las mismas redacciones se
atribuian a alumnos varones en unos cuadernillos y a alumnas en otros. Cuarenta y dos profesores y
profesoras calificaron así ciento sesenta y ocho redacciones y juzgaron ciento sesenta y ocho veces
a sus autores. Elegimos presentar redacciones para que pudieran ser sometidas al juicio de cualquier
representatividad estadística o proporcional, pero creemos que resulta suficiente para marcar la
mitades: 84 a alumnas y 84 a alumnos varones. Los docentes que las evaluan son 18 profesores
varones y 24 profesoras. Distribuidos por tramos de edad, 7 de los docentes tienen de 23 a 30 años,
17 tienen de 31 a 40 y 12 tienen de 41 a 64, mientras que 6 no contestan. Según la titularidad de los
centros en que trabajan, 37 lo hacen en centros públicos y 5 en centros privados concertados. Por su
muestra no está estratificada porque nuestra intención era simplemente sacar unas primeras
estudiar en detalle los grupos correspondientes a los distintos cortes que en él puedan hacerse. No
obstante, comentaremos algunas diferencias, por lo que debe tenerse en mente que los resultados
son tanto más aventurados cuanto más se aleje la composición de lo que sería una distribución por
partes iguales (así, las diferencias que aparecen según la edad o el sexo de los profesores, por
ejemplo, son más fiables que las que se asocian a la titularidad del centro). Por el contrario, la
desviación de la composición de la muestra respecto de la del universo real relativiza el valor de los
resultados de conjunto.
En el apéndice que sigue a este apartado figuran 25 cuadros (numerados del III.22 al 46) que
recogen las puntuaciones medias y las desviaciones típicas para el conjunto y para diversos cortes
del mismo. Debe tenerse en cuenta que las siete primeras variables de cada cuadro (desde
"ortografía" hasta "creatividad") han sido puntuadas por los docentes de 0 a 10, mientras las dos
últimas ("inteligencia" y "madurez") lo han sido en una escala cualitativa, pero ordinal, que nosotros
reconvertimos en cuantitativa asignando al valor más alto ("muy alta" o "muy superior a la de su
edad", respectivamente) la cifra 5 y descendiendo por unidades enteras hasta asignar al más bajo
("muy baja" o "muy inferior" a la de su edad, respectivamente) la cifra 1. Por consiguiente, los rangos
de las variables son muy distintos, pues mientras el de las siete primeras recorre once posibles
valores distintos (de 0 a 10) el de las dos últimas recorre sólo cinco (de 1 a 5). Esto significa que 1
punto de desigualdad no tiene la misma lectura en un caso y en otro, pues para las siete primeras
variables es una diferencia del 10 % mientras para las dos últimas asciende al 25 %. El apéndice
Dicho esto, nos limitaremos a resumir los aspectos más sobresalientes de los resultados,
Antes que nada debemos señalar algunas características sistemáticas que aparecen con
independencia del género del alumno. En primer lugar, destaca la elevada desviación típica de las
puntuaciones en todos los casos: en torno a los dos puntos para las siete primeras variables y a un
punto para las dos últimas. Esto significa algo que ya era imaginable: los docentes tienen criterios
muy distintos a la hora de evaluar, por lo que un mismo trabajo de alumno puede ser evaluado con
cuatro o cinco puntos de diferencia (sobre diez) según en que manos profesorales caiga. La
evaluación tiene muy poco de "científica" o de "objetiva", y sólo puede acercarse a lo segundo en el
sentido de neutral, es decir, en el sentido de que cada profesor o profesora aplique su criterio
En segundo lugar, aparecen ciertas diferencias relevantes según las características de los
docentes. En general, los profesores varones puntuan bastante más alto que las profesoras (Cuadro
III.23), lo que parece contradecir el mito del profesor "duro" y la profesora "maternal". Una explicación
posible sería la de que los profesores varones pueden ejercer su dureza (su autoridad) directamente,
mientras las profesoras deben reservarla a las calificaciones, un poder que no puede serles
discutido.
Los profesores más jóvenes puntan más alto que los de mayor edad; en particular, las
puntuaciones del profesorado de 41 a 64 años son notablemente más bajas que las de los otros
grupos (Cuadro III.24). Lo mismo ocurre, lógicamente, según los años de experiencia en la
enseñanza (Cuadro III.28). Una interpretación sencilla, acorde con la vieja canción sobre el
"descenso del nivel", sería que el profesorado de antes era más exigente; otra, que cada profesor o
profesora se vuelve más exigente con el tiempo, más hostil a las insuficiencias y los errores o,
Por especialidades, los profesores de "letras" son más generosos que los de "ciencias", pero
los menos generosos son, con mucho, los no especialistas (Cuadro III.25). Esto último puede
deberse, simplemente, a que presumiblemente éstos son todos maestros (salvo alguna falta de
respuesta a la pregunta sobre especialidad por parte de los licenciados), preferentemente de los
primeros ciclos, y se sienten más afectados por los fallos en lo que es objeto principal de sus
Según la titularidad del centro, el profesorado de los centros públicos otorga puntuaciones
sistemáticamente más bajas que el de los centros privados (Cuadro III.26). Esto concuerda con la
convicción ampliamente extendida y verificada de que los centros privados dan siempre notas más
altas para un mismo rendimiento, bien porque se sirven de ellas para satisfacer a los padres y
retener a los alumnos, bien porque desean estimular a éstos a través de las calificaciones, o bien por
ambas razones.
más altas que los maestros, y los primeros más altas que los segundos (Cuadro III.27). La diferencia
entre licenciados y maestros podría deberse a lo que ya se apuntó, la mayor implicación de estos
últimos en el tipo de ejercicio que se les propuso evaluar. La mayor generosidad, en general, de los
maestros-licenciados es más difícil de explicar, pero podría atribuirse a que, seguramente, son el
grupo más identificado con la enseñanza y con el alumnado (lo que se expresaría en la conjunción
Pasando ya a las diferencias en la evaluación según el sexo del alumno, lo primero que se
observa es que las alumnas reciben siempre una puntuación ligeramente mayor que los alumnos
varones (Cuadro III.22). Esto puede deberse a que son vistas directamente con más simpatía, a que
sus ejercicios son evaluados a través del halo de que se las supone mejores estudiantes o, por el
Pero la forma en que el profesorado evalúa al alumnado según su sexo depende también del
sexo propio, y parece que la solidaridad de género actúa de manera inequívoca. Los profesores
varones favorecen en mayor medida --pero no siempre-- a los alumnos varones (Cuadro III.29), y las
En contra de lo que podría pensarse, los profesores de menor edad favorecen más a los
alumnos varones y los de mayor edad a las alumnas (Cuadros III.31, 32 y 33), y lo mismo sucede
cuando nos fijamos en los años de experiencia en la enseñanza (Cuadros III.44, 45 y 46).
alumnas, pero los no especialistas lo hacen siempre y sistemáticamente (Cuadro III.34), los de
Ciencias Sociales y Lengua casi siempre (Cuadros III.35 y 36), los de Matemáticas menos (Cuadro
III.38) y los de Ciencias Naturales muy poco (Cuadro III.37). Aunque no hemos verificado esto, hay
que apuntar que la mayor o menor posición favorable hacia las alumnas coincide con la mayor o
menor feminización presumible de cada subgrupo de docentes, así como con la mayor o menor
sistemáticamente a las alumnas mientras el de los centros privados favorece ligeramente a los
alumnos (Cuadros III.39 y 40). Esto podría atribuirse a que entre los primeros predominan la
conciencia y/o el sentimiento de culpa en relación a las alumnas y, en los segundos, las
Según su titulación, los maestros favorecen sistemáticamente a las alumnas, mientras los
maestros-licenciados lo hacen también, pero en bastante menor medida, y los licanciados favorecen
claramente a los alumnos varones (Cuadros III.41, 42 y 43). Esto necesitaría interpretación si se
mantuviera una vez controlado el sexo del profesorado, pero es probable que pueda atribuirse a éste,
En este capítulo vamos a resumir los resultados más importantes de una encuesta administrada a 451
profesores y profesoras distintos, además de por su sexo, por su edad, su antigüedad, el nivel o rama en que
imparten clases, el carácter del centro en que trabajan, su titulación profesional y su especialización funcional. El
Cuadro IV.0 ofrece la composición de la muestra, que fue estratificada en su diseño pero sufrió alteraciones
Los datos pueden considerarse representativos para la muestra y el universo globales, es decir, para el
conjunto del profesorado, pero dejan de serlo cuando se procede a su descomposición, esto es, cuando se
procede a calcular sobre agregados más pequeños. No obstante, puede considerarse que el sentido de las
diferencias, si bien no sus dimensiones, se mantendría básicamente en una muestra más amplia.
Una parte de los cuadros se adjunta como apéndice al final de cada apartado del capítulo; la totalidad
de los mismos se incluye en un apéndice separado para no engordar innecesariamente este volumen. Con el fin
de evitar la incesante repetición de la palabra "cuadro", a lo largo del texto de este capítulo se citarán
Tres de cada cuatro docentes son partidarios de que hombres y mujeres reciban la misma enseñanza
en las mismas aulas. El cuarto considera que deberían recibir una enseñanza distinta, pero también en los
mismos centros. Sólo si hilamos más fino en las proporciones aparece un 2 % partidario de que cada sexo
reciba una enseñanza igual pero separada (IV.1.1). Dos de cada tres piensan, además, que la Administración
La gran mayoría piensa que la escuela mixta ha sido positiva tanto para los chicos (86.9 %) como para
las chicas (84.3 %), aunque los que consideran que ha sido negativa o indiferente, tomados en conjunto,
Cuatro de cada cinco profesores creen que la escuela no ejerce una discriminación relacionada con el
sexo, pero más de uno de cada diez (13.1 %) piensa que discrimina a las mujeres (IV.1.5). También son cuatro
de cada cinco (78.5 %) los que opinan que la sociedad es más discriminatoria que la escuela, aunque los que
declaran que lo es más la escuela o lo son ambas por igual suman ya el 16.6 % (IV.1.6). El optimismo se refleja
también en el 23.1 % de los entrevistados que cree que la escuela suprime el sexismo imperante en la sociedad
y el 65.1 % que opina que lo modera, frente a un 13.8 % para el cual lo crea, lo refuerza o no tiene ningún efecto
(IV.1.7).
El optimismo sigue siendo la nota dominante en las preguntas más precisas relacionadas con la
existencia de sexismo en la escuela o con la orientación recibida por alumnos y alumnas. Los resultados
obtenidos en la respuesta a estas preguntas han sido reconstruidos de modo que pudieran sintetizarse en lo que
podríamos llamar "grado de acuerdo" (a la respuesta que denota el máximo acuerdo se le asigna el valor 1; a la
que el mínimo, el valor 0; a las intermedias, la fracción correspondiente según el número de ellas y su lugar en el
orden general). Si todos los entrevistados se hubieran mostrado enteramente de acuerdo con las afirmaciones
que se les presentaron, el valor del "grado de acuerdo" habría sido igual a la unidad; si todos se hubieran
mostrado enteramente en desacuerdo, el valor habría sido igual a cero. Por consiguiente, los valores que se
obtienen pueden considerarse como el nivel de acuerdo, expresado como ratio (o, si se multiplica por cien, como
porcentaje), de la masa de los entrevistados --pero no de los individuos que la componen--. Sólo las
afirmaciones que niegan el sexismo en la escuela, afirman el valor universal de ésta por encima de las
diferencias de sexo o atribuyen aquél a otros ámbitos suscitan un grado de acuerdo superior o cercano a 0.5, es
decir, a la mitad: "la escuela trata a ambos sexos con una igualdad exquisita" (0.62); "el valor de lo que se
aprende en la escuela es el mismo para ambos" (0.85); "la escuela es poco o nada sexista, pero los alumnos y
alumnas sí lo son" (0.52); la excepción es que "los trata (a los alumnos de ambos sexos) de manera igual pero
Ante la pregunta de por qué las mujeres obtienen mejores resultados escolares, las explicaciones más
aceptadas son, por este orden, que maduran antes (69.3 %), que son más trabajadoras (54.4 %) y que son más
dóciles (32.7 %). Un relevante 26.6 % niega que tengan mejores resultados, un 20.8 % lo atribuye a que los
alumnos varones hacen menos caso a padres y profesores y pocos se muestran de acuerdo con atribuir la
Sobre por qué los alumnos varones obtienen mejores resultados en algunas materias en particular,
como ejemplo de las cuales se pone las Matemáticas, la respuesta más numerosa es la de los que niegan que
sea así (33.9 %), seguida de las que lo atribuyen a la mayor relación visible con el futuro laboral de los varones
(32.1 %), a la mayor capacidad de éstos para el razonamiento abstracto (20.1 %) o a que padres y profesores
Que la matrícula femenina esté sobrepasando ya, en general, a la masculina, es algo que se achaca,
por este orden, a sus mayores dificultades para conseguir un empleo (38.1 %), a que tienen más interés que los
varones en la educación (28.1 %) y a que son mejores estudiantes que ellos (21.7 %) (IV.1.11).
Que no estén apenas presentes en algunos tipos de estudios se atribuye en primer lugar al peso de la
inercia (43.6 %), seguido del dominio de las profesiones correspondientes por los hombres (42.3 %), de que
tales trabajos no gustan a las mujeres (38.0 %) y de que no se permitirá su acceso a ellos (34.5 %) (IV.1.12).
orientación familiar (51.5 %) y a su asociación con las funciones tradicionales de la mujer (43.9 %) (IV.1.13).
considera que se atiende (no necesariamente el respondente, pues la pregunta es impersonal), por este orden, a
las capacidades y dificultades mostradas por éstos (0.93), a su carácter y su personalidad (0.85) y su específica
vocación (0.81), pero también, en importante aunque menor medida, a la estimación de sus posibilidades de
éxito con independencia de sus capacidades personales (0.64), a la información que se posee sobre sus padres
(0.52), a la adecuación de la profesión a su sexo (0.49) y a las tradiciones y prejuicios sobre los sexos (0.40)
(IV.1.14).
En el caso particular de las mujeres, su orientación escolar y profesional se considera que depende en
primer término de la educación recibida (0.90), seguida de la influencia del medio (0.87) y la de los padres
(0.80), de la vocación espontánea (0.70), del realismo (0.74), de la influencia del profesorado y de sus
cualidadades específicas, derivadas en parte del hecho de ser mujer (0.60 en ambos casos) (IV.1.15).
reproducción del sexismo. Entre los aspectos reseñados, destacan la orientación profesional (0.45) y, a cierta
distancia, los libros de texto (0.35), la orientación escolar (0.35) y la actuación de los profesores varones (0.34)
(IV.1.16).
Entre las materias, se lleva la palma la Educación Física (0.46), seguida de cerca por la Historia (0.42)
la Religión (0.40), la Tecnología (0.39), la Literatura (0.38) y las Ciencias Sociales (0.35), quedando las demás
Entre los medios que se apuntan para erradicar el sexismo, los que mayor adhesión concitan son
mentalizar a los jóvenes (73.8 %) y a los padres (68.5 %) y poner más cuidado en la elaboración de los libros de
texto (57.5 %). Los que menos, establecer cuotas de acceso para cada sexo (13.6 %), obligar a los profesores a
pasar por cursos de perfeccionamiento (17.5 %) y dejarlo a la evolución de la sociedad (21.5 %). Las demás
propuestas quedan en una franja intermedia en la que se recoge el acuerdo de tres o cuatro de cada diez
Los cruces con las variables relativas a las características del profesorado no arrojan grandes
diferencias, pero no por ello dejaremos de detenernos en ellas. Sobre la sintaxis de este apartado y los
siguientes, conviene poner en guardia contra una lectura demasiado impresionable: al decir que tal o cual tipo de
profesorado "se inclina", "favorece", "tiende más", "prefiere", "insiste más", "se muestra comparativamente
favorable", etc. a tal o cual respuesta, no queremos significar nada en términos absolutos, sino tan sólo por
comparación con otras secciones del colectivo. De manera que podemos afirmar, por ejemplo, que las
profesoras "señalan más" una respuesta (en comparación con los profesores varones) cuando, en realidad, tal
vez se trate de una respuesta minoritaria entre ellas. Se podría ser más sutil y preciso en la redacción, pero eso
volvería el texto enormemente tedioso para el autor y para quienes lo lean. En otras palabras, lo que ahora
comentaremos son las diferencias que aparecen al cruzar las variables principales correspondientes a las
características individuales del profesorado con las variables más relevantes de la parte propiamente de opinión
de la encuesta, dando por sentado que ya se conocen los resultados generales, es decir, el cálculo global de
Las profesoras son algo más partidarias que los profesores varones de la coeducación (IV.2.1) y de la
acción de la Administración (IV.2.2), y valoran algo mejor que ellos los efectos de la escuela mixta sobre los
Las diferencias son más notables ante la pregunta sobre si la escuela discrimina a los sexos, si bien la
mayoría es en ambos casos optimista: el 80.2 % de las profesoras piensan que no discrimina, frente al 86.3 %
de los profesores, y el 14.9 % de ellas que lo hace contra las mujeres, frente al 11.4 % de ellos (IV.2.5).
El 53 % de las profesoras piensa que la sociedad discrimina más que la escuela, frente al 47 % de los
profesores (IV.2.6). El 61.2 % de las profesoras piensa que la escuela modera la discriminación de género,
frente a un 54.8 % de los profesores, pero sólo el 19.2 % de ellas cree que la suprime, frente al 28.6 % de ellos
(IV.2.7).
Los profesores varones se muestran más convencidos que las profesoras de que la escuela trata a
ambos sexos con una igualdad exquisita y de que lo que en ella se enseña son cosas de hombres, pero también
atribuyen algo más a su gremio la transmisión de estereotipos sexistas. En contrapartida, las profesoras insisten
más en que la escuela ignora el mundo de la mujer y en el sexismo de los programas y los textos (IV.2.8).
En torno a las causas de los mejores resultados escolares de las chicas, señalemos que los profesores
varones se inclinan más que las profesoras por los argumentos relativos a su docilidad o a la rebeldía de los
varoncitos, mientras éstas lo hacen más que aquéllos por los consistentes en que son más trabajadoras o
Sobre las razones que, según se plantea en el cuestionario, podrían hacer que los alumnos varones
fueran mejores en algunas materias, por ejemplo en matemáticas, las profesoras se inclinan más que los
profesores por atibuirlo a la diferencia de aptitud espacial o por negarlo, y éstos más que aquéllas a que los
padres y el profesorado creen que la asignatura es más adecuada para los alumnos varones (IV.2.10).
Respecto del aumento de la matrícula femenina, las profesoras se inclinan comparativamente más por
explicaciones como que son mejores estudiantes o tienen más interés por la educación, los profesores varones
Sobre la ausencia o la escasa presencia de las mujeres en algunos tipos de estudios, los profesores
varones tienden más que las profesoras hacia explicaciones como que no son profesiones que deban
desempeñar las mujeres, la inercia, que cuesta decidirse a entrar donde todo son hombres, que no poseen las
facultades necesarias para ello o que conducen a trabajos que no les gustan, mientras las profesoras tienden
más que sus compañeros a pensar que son discriminadas a la hora de la orientación o que saben que no se les
Sobre su presencia proporcionalmente más elevada en otras especialidades, las profesoras se apuntan
en mayor medida que los profesores varones a todas las respuestas posibles (IV.2.13).
El profesorado femenino señala más frecuentemente tener en cuenta, a la hora de la orientación, la
vocación específica de los jóvenes de ambos sexos, su carácter y personalidad y la información que poseen
sobre sus padres más que el masculino, mientras éste reconoce una influencia mayor que aquél a las
En la orientación escolar y profesional de las mujeres, las profesoras atribuyen una importancia
ligeramente mayor a la educación recibida, el realismo respecto de lo que se les permitirá hacer y la vocación
espontánea, mientras los profesores varones lo hacen a las cualidades específicas de las mujeres y la influencia
Las mujeres ven más sexismo que los hombres en los libros de texto y la orientación escolar, y ellos
más que ellas en los programas y la orientación profesional; como en una guerra psicológica de sexos, cada uno
En cuanto a las asignaturas, las mujeres detectan más sexismo que los hombres en todas las de
partidarias que los profesores varones de todas las medidas apuntadas excepto de una: la consistente en no
particular, descollan sobre ellos en su aceptación de medidas como obligar a todo el profesorado a pasar por
cursos, etc., sobre educación no discriminatoria, que haya una mayor proporción de mujeres en cargos de
dirección, mentalizar a los padres y reservar la mitad de las plazas a cada sexo en cualquier tipo de estudios
Con la edad disminuyen la actitud favorable hacia la coeducación (IV.3.1a) y hacia la intervención
administrativa (IV.3.2a), así como el optimismo respecto de los efectos de la escuela mixta sobre los alumnos de
ambos sexos (IV.3.3a y 4a). También aumenta la convicción de que la escuela no discrimina a los sexos y
disminuye, correlativamente, la de que lo hace en perjuicio de las mujeres (IV.3.5a). Decrece la disposición a
comparar favorablemente la escuela con la sociedad (IV.3.6a) y la proporción de los que creen que la escuela
crea o refuerza la discriminación de género, y el escepticismo mayor sobre que pueda producir cualquier efecto
se da entre los 35 y los 44 años (IV.3.7a). Las pautas de las diferencias en la opinión según el tiempo de
Sobre las posibles manifestaciones del sexismo en la escuela, con la edad aumenta la negación de que
exista (igualdad exquisita o valor igual de lo aprendido para ambos sexos) y disminuye el acuerdo con la crítica
al sexismo en los programas, los textos y el profesorado, así como la idea de que la igualdad escolar es sólo
formal o de que el propio alumnado es sexista (IV.3.8a). Lo mismo ocurre con la antigüedad, excepto que el
descrédito de programas y libros de texto sube de nuevo en el grupo de mayor edad (IV.3.8b).
Respecto de por qué obtienen las chicas mejores resultados escolares, se refuerzan con la edad los
argumentos que aluden a su docilidad, a la rebeldía de los chicos y a la permisividad del profesorado, mientras
lo hace en las edades extremas el relativo a su mayor inteligencia y en las edades medias el que se refiere a su
madurez (IV.3.9a). Con la antigüedad se repiten las pautas citadas para las tres primeras variables (IV.3.9b).
Sobre por qué los alumnos varones obtienen mejores resultados en algunas materias, concretamente
en las Matemáticas, las explicaciones relativas a su mayor capacidad para el razonamiento abstracto, a la
convicción de padres y profesores de que son más adecuadas para ellos y a la relación más visible con su futuro
laboral ganan presencia con el aumento de edad en los tres primeros grupos pero caen para el tercero. Que su
experiencia es otra lo afirman todos en muy pequeña medida, pero es menos pequeña en los extremos
(IV.3.10a). Con la antigüedad aumenta regularmente el énfasis tanto en la mayor capacidad de ellos para el
En torno al crecimiento de la matrícula femenina, la explicación por su mayor interés es más frecuente
en los tramos de edad intermedios y la que lo atribuye a la falta de empleo en los extremos, mientras la de que
son mejores estudiantes y la de que una buena educación facilita un buen matrimonio aumentan con la edad
(IV.3.11a). La primera pauta citada se rompe con la antigüedad, pero las otras tres se mantienen (IV.3.11b).
Sobre la ausencia o escasa presencia de las mujeres en ciertas especialidades, el peso de argumentos
como que no son profesiones para ellas, que carecen de las facultades necesarias o que conducen a trabajos
que no son de su gusto, crece con la edad, mientras el de los restantes disminuye irregularmente, salvo el de la
inercia que, prácticamente, se mantiene igual (IV.3.12a). En relación con la antigüedad se mantienen pautas
evolución inconsistentes, el aumento de la edad se asocia a un mayor recurso a explicaciones como que son
profesiones tradicionalmente femeninas, que tienen más posibilidades de acceder a esos empleos y, sobre todo,
que son extensiones de las funciones tradicionales de la mujer y que requieren las características y facultades
específicas de su sexo; desciende, por el contrario, la explicación que lo atribuye a la orientación escolar
El profesorado de mayor edad se muestra más de acuerdo en que, en la orientación de los alumnos, se
tiene en cuenta la adecuación de una profesión u otra a su sexo y, con diferencias menores, el carácter y la
personalidad, las posibilidades de éxito al margen de las capacidades, la información de que se dispone sobre
los padres y las tradiciones y prejuicios sobre los sexos (IV.3.14a). Estas pautas se vuelven mucho más
Con la edad aumentan también el grado de acuerdo con que la orientación escolar y profesional de las
mujeres se debe a sus específicas cualidades como tales, a su visión realista sobre lo que les será permitido
hacer y a su vocación espontánea, mientras disminuye la importancia que se otorga a la influencia de los padres
profesional disminuye, en general, con la edad, si bien el grupo de 35 a 44 años es más crítico al respecto que el
profesorado más joven; en cambio, la crítica del comportamiento de profesores y profesoras se mantiene en un
valor básicamente constante (IV.3.16a). Sin embargo, estas pautas desaparecen prácticamente cuando se
atiende a la antigüedad (IV.3.16b).
La percepción de elementos sexistas en las asignaturas es muy diversa, pero podemos apuntar un
cierto decrecimiento con la edad y un mayor eco de la crítica en el grupo de 35 a 44 años, en la mayoría de los
casos (IV.3.17a). En relación con la antigüedad, las pautas se dispersan, pero el grupo con 21 a 30 años de
experiencia aparece claramente como el más conformista mientras el que tiene más de 30 lo es bastante menos
que el de más novato (IV.3.17b). Esta discordancia con la variación según la edad puede deberse al distinto
nivel de respuesta a una y otra preguntas y a la elevada cantidad de no respuestas para la variable edad (véase
IV.0).
En torno a los medios para erradicar la discriminación y el sexismo de la enseñanza, las pautas de
evolución con la edad no son, en general, consistentes, aunque con ella descienden notablemente las
propuestas del tipo de mentalizar a los jóvenes y a los padres y, no tanto, las de reformar la formación del
profesorado y actuar por sí mismos el alumnado y el profesorado (IV.3.18a). Las variaciones con la antigüedad
de la Administración en su favor (IV.4.2) que el de Enseñanza General Básica. También es ligeramente más
optimista en torno a los efectos de la escuela mixta sobre chicos (IV.4.3) y chicas (IV.4.4). No obstante,
considera en bastante mayor medida que la escuela discrimina a las mujeres (IV.4.5) y que es tan
discriminatoria como la sociedad (IV.4.6), así como que refuerza o crea esta discriminación (IV.4.7).
que menos las detecta y, el de F.P., el que más. El profesorado de E.G.B. sólo se muestra más crítico que el
resto con los programas y los libros de texto, en respuestas cuyo otro componente es la negación de su propia
responsabilidad (IV.4.8).
Sobre los mejores resultados académicos de las alumnas, el profesorado de E.G.B. se inclina más que
el de secundaria a atribuirlo a que son más trabajadoras y más dóciles y a que hay más profesoras que
profesores, mientras el de F.P. lo hace por señalar la rebeldía de los chicos y la permisividad del profesorado
hacia las chicas. Los de F.P. son los que con más frecuencia afirman que los resultados de los chicos son
En torno a los mejores resultados de los alumnos varones en algunas materias, por ejemplo las
Matemáticas, el profesorado de F.P. es el que en mayor proporción suscribe la idea de que ellas tienen menor
aptitud espacial, y el de B.U.P. el que menos apoya la de que los chicos tengan mayor capacidad para el
razonamiento abstracto; la mayor relación visible con su futuro laboral para los chicos es señalada
principalmente por los profesores de B.U.P., seguidos por los de F.P. y, luego, por los de E.G.B.; la negación de
que existan tales diferencias de rendimiento es defendida por los de E.G.B. más que por los de B.U.P., y por
secundaria a explicarlo porque son mejores estudiantes, pero menos a que estén más interesadas en la
educación, mientras el de F.P. privilegia la idea de que se debe a que tienen menos oportunidades de encontrar
empleo y el de B.U.P. es el que menos crédito concede a que el móvil esté en lograr un buen matrimonio
(IV.4.11).
La escasa o nula presencia de las mujeres en algunas especialidades es juzgada por el profesorado de
F.P., en mayor medida que por los otros grupos, como producto de que es difícil decidirse cuando todo son
hombres y de que no se les dejará acceder a los puestos de trabajo, y en menor medida de que requieran
facultades que ellas no poseen; por otra parte, el profesorado de E.G.B. es el que más crédito da a la idea de
que no son profesiones que deban desempeñar las mujeres y menos a que les cueste incorporarse a un
submundo masculino, y el del B.U.P. el que menos cree que se deba a que los trabajos correspondientes no son
de su gusto (IV.4.12).
Por lo que se refiere a su concentración en otras especialidades, el profesorado de F.P. es el que más
importancia atribuye su asociación con las funciones tradicionales de la mujer y, sobre todo, a la orientación
familiar y escolar; y, el de E.G.B., el que menos importancia da a la orientación escolar y más a la exigencia de
características y facultades que sólo las mujeres poseen (IV.4.13).
Sobre los factores que influyen en la labor de orientación del profesorado, el grupo de E.G.B. es el que
menos insiste en las capacidades y la vocación y el que más en el carácter y la personalidad; el grupo de B.U.P.
es el que menos reconoce la influencia de la información sobre los padres, la adecuación de la profesión al sexo
mayor relevancia atribuye a sus cualidades derivadas de ser mujeres, la educación recibida y la influencia de los
padres, y el que menos papel acuerda a la vocación; el colectivo de E.G. Básica es el que menos importancia
En cuanto a los los posibles elementos de sexismo en la escuela, el grupo de B.U.P. es el que menos
los ve en todos los casos excepto uno, la orientación profesional, donde el mínimo acuerdo se registra entre los
de E.G.B. (IV.4.16).
los casos --excepto en el que más le afecta, la Tecnología, y las "marías"-- (IV.4.17).
profesorado de B.U.P. se muestra notablemente menos partidario que el resto de la mayoría de ellas,
formación del profesorado, la actuación de las asociaciones, la presencia proporcional de las mujeres en los
puestos de dirección y la mentalización de los padres, y más partidario que el resto de dejarlo a la evolución de
la sociedad y, junto con el de F.P., de actuar al respecto los alumnos y ellos mismos. El profesorado de E.G.B.
es también menos partidario de casi todas las propuestas que el de F.P., excepto de dejarlo a la evolución de la
sociedad y de que haya una presencia proporcional de mujeres en los puestos directivos, lo que defiende más
que cualquier otro grupo (IV.4.18). 4.5. La opinión según la titularidad del centro
Las diferencias según la titularidad del centro son todavía menos relevantes. El profesorado de los
centros privados es algo más favorable que el de los públicos a la coeducación y, en contrapartida, éste lo es
algo más que aquél a la escuela mixta sin coeducación, aunque ambos son mayoritariamente partidarios de la
primera combinación (IV.5.1). No hay apenas diferencias en cuanto a su posición sobre la posible intervención
de la Administración (IV.5.2). Tampoco en la evaluación de los efectos de la escuela mixta sobre los chicos
(IV.5.3), aunque el de los privados es algo más optimista en torno sus efectos sobre las chicas (IV.5.4).
Entre el profesorado de los centros públicos hay más escépticos que niegan cualquier efecto de la
escuela sobre la sociedad en este terreno (IV.5.7). Apenas hay diferencias en la atribución de las
Sobre los mejores resultados académicos de las alumnas, el profesorado de los centros privados se
inclina más que el de los públicos por las explicaciones que aluden a la rebeldía de los varoncitos y a la
presencia de más profesoras que profesores, así como a pensar que los resultados son iguales o que la
diferencia opera en sentido contrario; por su parte, el de los centros públicos da más importancia a la docilidad
En torno a por qué son los alumnos presuntamente mejores en algunas materias, concretamente en
Matemáticas, el profesorado de los centros privados se inclina más que el de los centros públicos hacia
explicaciones como la menor aptitud espacial de ellas, la mayor capacidad de ellos para el razonamiento
abstracto y la vinculación más clara con el futuro laboral de los varones, pero también hacia negar que existan
diferencias (IV.5.10).
En cuanto a la creciente matrícula femenina, el profesorado de los centros públicos tiene mayor
tendencia a atribuirla al mayor interés de las jóvenes en la educación, y el de la privada a sus menores
centros privados tiende a atribuirla en mayor medida que el de los centros públicos a que no son profesiones
que deban desempeñar las mujeres, a que se las discrimina en la orientación, a que están monopolizadas por
los hombres y a que no poseen las facultades necesarias, así como, con menos diferencia, a que no se les
permitirá ocupar los empleos asociados; por su parte, el profesorado de los centros públicos se inclina más que
el de los privados por atribuirlo a que los trabajos correspondientes no son de su gusto (IV.5.12).
inclina comparativamente más a explicarlo porque son profesiones tradicionalmente femeninas o extensiones de
las funciones tradicionales de la mujer y, el de los centros privados, a que tienen más probabilidades de acceder
Sobre su opinión a la hora de orientar al alumnado, el profesorado de los centros privados reconoce
una mayor influencia que el de los centros públicos a la estimación de las posibilidades de éxito al margen de las
capacidades, la adaptación de la profesión al sexo y las tradiciones y prejuicios sobre los sexos, pero menor a la
En cuanto a las influencias sobre la orientación escolar y profesional de las mujeres, el profesorado de
centros públicos pone mayor énfasis en la vocación espontánea y la influencia de los padres y, el de los centros
privados, en sus cualidades específicamente femeninas, su propia influencia y el realismo respecto de su futuro
(IV.5.15).
En lo que concierne a los elementos de sexismo en la escuela, el profesorado de los centros privados
lo detecta en mayor medida en la orientación escolar y profesional y en la actuación tanto de los profesores
Con respecto al sexismo en las asignaturas, las diferencias son mínimas, pero el profesorado de
centros públicos lo ve en mayor medida que el de los privados en las lenguas extranjeras y clásicas, la historia y
otras ciencias sociales y la religión; al revés sucede con las matemáticas, la educación artística y la educación
física (IV.5.17).
Al responder sobre las posibles medidas para erradicar la discriminación y el sexismo de la enseñanza,
el profesorado de los centros privados otorga menos importancia que el de los públicos a los libros de texto y
prácticamente la misma a mentalizar a los jóvenes, a reservar la mitad de las plazas a cada sexo en cualquier
tipo de estudios y a dejarlo a la evolución de la sociedad y la conciencia de los enseñantes, pero se muestra
sistemáticamente más favorable a todas las demás propuestas (IV.5.18). 4.6. La opinión según la
titulación
Según su título profesional, los maestros son notablemente menos partidarios de la coeducación que
los licenciados, si bien los descarriados son parcialmente recuperados luego como partidarios de la escuela
mixta sin coeducación (IV.6.1), y son menos favorables a que actúe la Administración en este campo (IV.6.2).
También son menos optimistas en torno a los efectos de la escuela mixta sobre chicos (IV.6.3) y chicas (IV.6.4).
La proporción de maestros que cree que la escuela no discrimina a los sexos es bastante mayor que
entre los licenciados y, en consonancia, son notoriamente menos los que creen que discrimina a las mujeres
(IV.6.5).
Al comparar escuela y sociedad, los licenciados tienden en mayor medida a verlas como igualmente
discriminatorias, mientras los maestros creen que lo hace más la sociedad y los maestros-licenciados que ni una
ni otra (IV.6.6). Son menos los maestros que creen que la escuela refuerza la discriminación de género y más
En cuanto a las manifestaciones del sexismo en la escuela, los maestros las ven menos que ningún
otro grupo en general y en el profesorado mismo, y más en los alumnos; los maestros licenciados insisten más
en que la enseñanza está hecha a la medida de los hombres e ignora a las mujres, y los licenciados a secas en
más que los otros grupos por los argumentos relativos a la madurez y el esfuerzo, y con o sin licenciatura a los
atinentes a la docilidad de ellas y la rebeldía de ellos; los maestros-licenciados son los que más a menudo
señalan su mayor inteligencia, niegan que haya diferencias de rendimiento o afirman que se presentan en orden
inverso (IV.6.9).
A la hora de buscar razones para el mayor rendimiento masculino en matemáticas, los maestros-
licenciados se inclinan más que los otros grupos por los argumentos relativos a la menor aptitud espacial debida
a la constitución genética de ellas y a la mayor capacidad para el razonamiento abstracto de ellos; los
licenciados son los que más lo hacen por el papel de la influencia de padres y profesores y la presunta relación
con el futuro laboral de cada sexo, así como también los que más a menudo afirman que la diferencia es de
Sobre el crecimiento de la matrícula femenina, los maestros-licenciados son los que mayor tendencia
tienen a atribuirla al mayor interés de las mujeres por la educación y a sus mayores dificultades para encontrar
empleo; los licenciados destacan por dar menos importancia relativa al papel de la educación en el logro de un
buen matrimonio; los maestros, por insistir más en que ellas son mejores estudiantes (IV.6.11).
Respecto de su ausencia o escasa presencia en algunas especialidades, los maestros son los que más
se inclinan por la dificultad de decidirse a entrar donde todos son hombres; los licenciados lo hacen más que los
otros por motivos como la discriminación en la orientación y que no se les permitirá ocupar los empleos
correspondientes, y comparativamente menos por que sean trabajos que no deban desempeñar mujeres o que
no les gusten; los maestros-licenciados se inclinan menos que nadie por la dificultad de decidirse a entrar donde
todos son hombres y por la inercia, pero comparativamente más por que conducen a empleos que requieren
Sobre su concentración en otras especialidades, los maestros destacan en mayor medida su tradición
femenina y su conexión con empleos a los que les será más fácil acceder; los licenciados destacan más la
importancia de la orientación escolar y su carácter de extensiones de las funciones tradicionales, pero menos
que ningún otro grupo la exigencia de facultades que sólo las mujeres poseen (IV.6.13).
En cuanto a los factores que tienen en cuenta en su labor de orientación, los licenciados destacan por
aceptar en menor medida la influencia de la información sobre sus padres, la adecuación de la profesión al sexo
y las tradiciones y prejuicios sobre éste; los maestros-licenciados lo hacen por reconocer una mayor influencia a
La orientación escolar y profesional de la mujer es explicada por los maestros, en menor medida que
por los demás grupos, por la influencia del profesorado y del medio; los licenciados son más reticentes que el
resto a atribuirla a sus cualidades particulares como mujeres y al realismo sobre su futuro; los maestros-
licenciados se inclinan más que los otros grupos a considerar la influencia de los padres y de la educación
recibida (IV.6.15).
Sobre la localización de posibles elementos de sexismo en la escuela, los maestros-licenciados son los
menos inclinados a encontrarlos en la orientación escolar y en la actuación tanto de los profesores como de las
profesoras; los licenciados son quienes mayor importancia adjudican a la orientación profesional (IV.6.16).
En cuanto a su localización en el contenido de las asignaturas, los maestros a secas tienden a estar
más de acuerdo en la mayoría de ellas; los maestros-licenciados lo hacen notablemente menos en todas ellas,
con las excepciones de Tecnología y Educación Artística, a las que consideran notablemente más sexistas que
los otros grupos, y Educación Física, que evalúan prácticamente igual (IV.6.17).
Respecto de los medios para erradicar el sexismo de la enseñanza, los maestros se muestran más
voluntarios y cuotas de mujeres para los cargos de dirección y para la matrícula en cada tipo de estudios, pero
muestran más partidarios que los demás grupos de la actuación individual y colectiva del profesorado y el
alumnado y de la mentalización de los jóvenes, y menos de la reforma de la formación del profesorado; los
maestros-licenciados son los principales partidarios de esta última (IV.6.18). 4.7. La opinión según
la especialidad
La coeducación tiene sus máximos defensores entre el profesorado de Educación Física, seguido de
cerca por el de Ciencias Sociales, Lengua, Ciencias Naturales, Matemáticas y Tecnología y, algo más de lejos,
por el de Educación Artística y Religión (IV.7.1). La acción de la Administración en este terreno es considerada
oportuna, por orden decreciente, por el profesorado de Educación Física, seguido a cierta distancia por el de
Educación Artística, Lengua, Ciencias Sociales y Ciencias de la Naturaleza y, a más, por el de Matemáticas,
Los profesores de Educación Física, Lengua, Ciencias Sociales y Tecnología tienden a considerar que
la escuela mixta ha sido positiva para los alumnos varones en mayor medida que los de Matemáticas y, sobre
todo, que los de Educación Artística, Ciencias de la Naturaleza y Religión (IV.7.3). En cuanto a sus efectos sobre
las alumnas, la estimación general de su carácter positivo decrece en el siguiente orden, según la
especialización del profesorado: Matemáticas, Lengua, Tecnología, Educación Física, Ciencias Sociales,
Las especialidades que cuentan con más gente convencida de que la escuela no discrimina a los sexos
son Religión, Tecnología y Educación Artística, que en orden inverso son los que menos creen que se discrimine
específicamente a las mujeres. En el polo opuesto están los profesores de Educación Física, que son los menos
convencidos de lo primero, seguidos por los de Ciencias de la Naturaleza y Sociales, Lengua y Matemáticas, y
los más convencidos de lo segundo, llevando a su zaga, en nuevo orden, a los de Matemáticas, Ciencias
Los más optimistas sobre el sexismo en la escuela y la sociedad, es decir, los que piensan que ni una
ni otra discriminan por el sexo, están entre el profesorado de Tecnología, Religión y Educación Artística; los que
creen que en los dos ámbitos se discrimina por igual abundan más entre el de Educación Física, Matemáticas y
Tecnología; los que piensan que la sociedad es peor en ese aspecto pesan más entre el de Ciencias Sociales,
de que no tiene ninguna entre el profesorado de Educación Física y Matemáticas, no la hay entre el de Religión
y apenas entre el de Ciencias de la Naturaleza. Las proporciones de los que creen que la escuela crea o
refuerza el sexismo existente en la sociedad disminuyen según pasamos del profesorado de Ciencias Sociales
En cuanto a las posibles manifestaciones del sexismo en la escuela, la idea de que ésta es
exquisitamente igualitaria es sostenida con especial énfasis por el profesorado de Ciencias Sociales,
Matemáticas, Educación Artística y Religión. Que es igualitaria, pero sólo formalmente, es una afirmación que
convence sobre todo al de Tecnología y, contradiciendo lo anterior, al de Religión. Quienes menos creen que se
enseñen cosas más de hombres que de mujeres son los de Ciencias de la Naturaleza y Matemáticas,; y,
quienes menos de acuerdo están con la idea de que se ignora el mundo de la mujer, los de Religión. El sexismo
del profesorado es señalado sobre todo por el de Educación Física, y negado y reenviado a los programas por el
de Lengua, Educación Artística y Religión. Los más convencidos de que lo aprendido vale por igual para ambos
sexos son los especializados en Ciencias de la Naturaleza y en Tecnología. Los libros de texto son
estigmatizados principalmente por el profesorado de Lengua y de Matemáticas y, menos que por nadie, por el de
Religión. Finalmente, el sexismo de los alumnos, a diferencia de la escuela, es destacado en primer lugar por el
Puestos a explicar el mejor rendimiento académico general de las alumnas, sólo entre el profesorado
de Religión no hay nadie que lo atribuya a su mayor inteligencia, pero este grupo es el que lo hace en mayor
medida a que son más trabajadoras, seguido por el de Ciencias de la Naturaleza, Educación Artística y
Educación Física. Su mayor docilidad es señalada principalmente por el de Educación Física, Religión y
Ciencias Sociales. La rebeldía de los chicos, por el de Educación Física, Religión y Educación Artística. La
maduración más rápida de las chicas, por el de Educación Artística y el de Ciencias de la Naturaleza. La mayor
condescendencia del profesorado hacia ellas, por el de Religión, Tecnología, Educación Física y Educación
Artística. La mayor abundancia de profesoras, por el de Educación Artística, Religión y Educación Física. Sólo
entre el profesorado de Tecnología hay una cierta proporción que dice que el orden de rendimiento es el
opuesto, y los que más niegan que haya diferencias son los de Religión y Edudcación Artística (IV.7.9).
A la hora de explicar los resultados presuntamente peores de las alumnas en algunas materias,
tomando como ejemplo las matemáticas, el argumento de su menor aptitud espacial es negado radicalmente, en
una selección significativa, por el profesorado de Ciencias de la Naturaleza, Educación Artística y Educación
Física, si bien no por el de Matemáticas y el resto. La mayor capacidad de los varones para el razonamiento
abstracto es sostenida especialmente por el profesorado de Religión y Ciencias Sociales, seguido a cierta
distancia por el de Lengua, Educación Artística y Ciencias de la Naturaleza, más de lejos por el Tecnología y
luego por el de Matemáticas, cuya credulidad al respecto sólo es mayor que la del de Educación Física. La
la Naturaleza, y la de la mayor relación aparente con el futuro laboral de los chicos por el de Educación Artística,
Lengua, Religión y Ciencias Sociales. Que no hay diferencias lo defienden, en particular, los profesores de
Matemáticas, seguidos de los de Religión y Ciencias de la Naturaleza. El resto de respuestas merecen poca
En cuanto al crecimiento de la matrícula femenina, quienes lo atribuyen al mayor interés de las mujeres
por la educación figuran en mayor proporción entre el profesorado de Educación Física, Religión y Lengua, y en
la proporción menor entre el de Tecnología y Matemáticas. Por sus menores oportunidades de encontrar empleo
lo explican, sobre todo, los de Ciencias Sociales, Educación Artística y Lengua; porque la educación facilita un
buen matrimonio, los de Religión y Educación Artística; finalmente, porque son mejores estudiantes lo justifican,
en primer lugar, los de Educación Física y Artística y, en último, los de Lengua y Tecnología (IV.7.11).
A la hora de buscar las causas de la escasa o nula presencia de las mujeres en ciertas especialidades,
la inclinación a considerar que conducen a profesiones que no deben desempeñar ellas, aun siendo baja en
general, es más alta entre el profesorado de Religión y Educación Artística. La discriminación en la orientación
escolar es importante, sobre todo, para el de Ciencias Sociales, seguido a distancia, y por este orden, por el de
Lengua, Educación Física, Tecnología, Educación Artística y Matemáticas, y recibiendo menos crédito del de
Religión y Ciencias de la Naturaleza. La inercia es muy relevante para todos, empezando por los de Educación
Física, Lengua, Ciencias de la Naturaleza y Religión. La dificultad de decidirse a elegir una especialidad
dominada por los hombres parece relevante, en primer lugar, a los profesores de Educación Física y Tecnología
y, formando un segundo grupo, a los de Lengua, Matemáticas y Ciencias de la Naturaleza. Su carencia de las
capacidades específicas requeridas, siempre poco aceptada, lo es algo más por el profesorado de Educación
Artística y Matemáticas. Que conducen a puestos de trabajo que no gustan a las mujeres es señalado en primer
lugar por los profesores de Religión y Tecnología, y que no eligen tales especialidades porque saben que no se
les permitirá acceder a los empleos correspondientes es una respuesta con el máximo de partidarios entre el
mayores facilidades de acceso al empleo para ellas por todos los grupos, pero sobre todo por el de Religión, en
el primer caso, y los de Ciencias de la Naturaleza y Educación Física, en el segundo. La importancia que se
atribuye a una orientación discriminadora, siempre baja, disminuye, según la especialidad del profesorado,
siguiendo este orden: Matemáticas, Lengua, Ciencias Sociales, Tecnología, Ciencias de la Naturaleza,
Educación Artística, Religión y Educación Física. La influencia de la familia es señalada en primer lugar por el
profesorado de Religión y Tecnología y, en último, por el de Matemáticas, Educación Física y Ciencias Sociales.
La respuesta que lo atribuye a ser extensiones de las funciones tradicionales de la mujer tiene más partidarios,
de nuevo, entre los profesores de Religión y Tecnología, y menos entre el de Ciencias Sociales, Matemáticas y
Ciencias de la Naturaleza. Finalmente, la exigencia de características y facultades que sólo las mujeres poseen,
siempre poco aceptada, lo es en especial por el profesorado de Religión, Educación Artística, Ciencias Sociales,
Lengua y Educación Física, y bastante menos por el de Matemáticas, Tecnología y Ciencias de la Naturaleza
(IV.7.13).
Como influencia sobre su labor orientadora, las capacidades y dificultades de los jóvenes son
señaladas en mayor medida por el profesorado de Religión, Ciencias de la Naturaleza y Lengua y, en menor, por
el de Educación Artística. Atribuyen mayor peso a la vocación específica el de Educación Física y Ciencias de la
por el de Educación Artística y Religión, pero especialmente poco por el de Tecnología. Las posibilidades de
éxito al margen de las capacidades son apuntadas, sobre todo, por el de Educación Física y Religión, y en
último lugar por el de Matemáticas. La información sobre los padres alcanza su máxima importancia con el de
Religión, seguido a distancia por el de Educación Física y Educación Artística, y su mínima con el de Ciencias
Física y Educación Artìstica y menos por el de Matemáticas. Las tradiciones y prejucios sobre los sexos, en fin,
pesan más según el profesorado de Tecnología, Educación Física y Lengua, y menos según el de Ciencias de la
Naturaleza (IV.7.14).
La específica orientación escolar y profesional de las mujereses es atribuída, en menor medida que por
los otros grupos, por el profesorado de Matemáticas a sus cualidades específicas como tales, la influencia de los
profesores y el medio y la visión realista de su futuro; por el de Educación Artística a la educación recibida y la
influencia de los padres y del medio, y por el de Lengua y el de Tecnología a la vocación específica. La
educación recibida es un argumento más favorecido por los profesores de Educación Física y Lengua; la
influencia de los padres y la de los profesores, por los mismos y los de Tecnología; la del medio, por los de
Educación Física y Ciencias Naturales; la visión realista de su futuro, por los de Ciencias Sociales, Educación
Como elementos posibles de sexismo en la escuela, los programas son citados en mayor medida por el
profesorado de Educación Artística y Tecnología y, en menor, por el de Matemáticas y Educación Física; los
libros de texto son acusados más frecuentemente por el de Tecnología y Lengua y, menos, por el de Religión; el
profesorado de Tecnología es el que más a menudo señala hacia la orientación escolar y profesional y más
escasamente hacia la actuación de los profesores varones, y el de Educación Física el que más veces apunta a
detección de sexismo en las materias es tal que no vale la pena buscar diferencias sistemáticas para
submuestras tan pequeñas, pero cabe señalar que el profesorado de cada especialidad, en general, es bastante
menos crítico con respecto a las materias de su campo que el conjunto, con las siguientes excepciones: el
profesorado de Lengua es algo más crítico respecto de la lengua española (aunque bastante menos respecto de
las lenguas extranjeras y clásicas y la literatura); el de Ciencias Sociales lo es levísimamente más respecto de la
historia (pero no de las otras ciencias sociales ni la filosofía); el de Educación Artística y Tecnología está a la par
respecto de su asignatura respectiva y, el de Educación Física y Religión, casi (IV.7.17).
Sobre los medios para erradicar el sexismo de la enseñanza, se inclina más por dejarlo a la evolución
Ciencias Sociales y Educación Artística, y peor al de Religión y Educación Física. Los cursos, si son obligatorios,
tienen más aceptación entre el de Tecnología y Lengua, pero, si son voluntarios, entre el de Religión, Ciencias
entre el de Ciencias Sociales y Educación Física. Cree sobre todo que debe ser reformada la formación del
profesorado el de Educación Física y Educación Artística, y el que menos de acuerdo está es el de Ciencias de
la Naturaleza, Lengua y Matemáticas. Las asociaciones pedagógicas deben jugar un papel más relevante para
el de Educación Artística, y menos para el de Matemáticas y Ciencias Naturales. La actuación propia y del
alumnado es más importante para el profesorado de Religión y Lengua y menos para el de Tecnología y
Ciencias Sociales. La mayor presencia de mujeres en cargos directivos sería más oportuna para el profesorado
de Religión, Lengua y Ciencias Sociales, pero menos para el de Educación Física y Ciencias de la Naturaleza.
Los programas y libros de texto merecen más atención para el de Matemáticas, Tecnología y Lengua, y menos
para el de Educación Física y Artística. La mentalización de los jóvenes es más favorecida por el de Lengua y
Ciencias Sociales, y la de los padres por el de Ciencias de la Naturaleza y Sociales; pero ambas parecen menos
relevantes al de Religión, y la segunda también al de Educación Física. Finalmente, el reparto de las plazas por
mitades, siempre con pocos partidarios, tiene más entre el profesorado de Educación Física, Educación Artística
por su empleo electoral, pero éste nos dice muy poco sobre sus otros posibles usos. Lo que
cabo, unas elecciones no son sino una encuesta con efectos políticos. Como las preguntas y
respuestas que se presentan al encuestado, las opciones que se ofrecen al elector son limitadas y
cerradas, dependiendo de la configuración del mundo político y no de los deseos del votante.
Cuando éste contesta a una encuesta sobre sus preferencias políticas, lo que hace es explicar lo
que, puesto a votar, votará. Las elecciones, efectivamente, lo ponen a votar entre lo que hay. El acto
segundo en un excelente predictor del primero, aunque sean muy distintos en sus consecuencias. De
hecho, las encuestas pueden ser bastante más abiertas y libres que las elecciones.
Otra cosa muy distinta es cuando se desea predecir o explicar comportamientos más
complejos, que no han de resumirse en elegir una papeleta. Este es el caso del problema de la
existencia o no del sexismo en la escuela --o fuera de ella--, los procesos por los que se
desenvuelve, los mecanismos a través de los cuales actúa, los universos mentales a que obedece,
los motivos materiales que esconde, etc. La encuesta se manifiesta entonces como un instrumento
muy limitado, porque tiene que reducir la inmensa complejidad de la realidad a un pequeño número
información aportada por un grupo de personas, se aplique a temas en los que, como ocurre con la
cuestión del sexismo, todos situamos en lugares distintos el ser y el deber ser. Tanto la encuesta
como el grupo de discusión se inclinan más del lado del segundo que del primero, quedando a la
suerte --en el desarrollo del grupo, por ejemplo-- y a la habilidad --en el análisis-- la posibilidad de
En este sentido, tanto el anterior capítulo como éste se refieren más a lo que el profesorado
profesorado para el cual el sexismo, en la escuela, existe pero en escasa medida, o no existe en
absoluto.
escuela mixta con una enseñanza común, y cree que su efecto ha sido --y, por tanto, es-- positivo
para los alumnos de ambos sexos. En su mayor parte, profesores y profesoras piensan también que
la escuela es menos discriminatoria que la sociedad y que modera o suprime la discriminación que
Sólo cuando se entra en más detalles empiezan a aparecer las brechas. Aunque algunas
afirmaciones que exoneran del delito de sexismo a la escuela pueden encontrar el respaldo de la
mayoría de los enseñantes, las que acusan a aspectos concretos de ésta raramente son excluídas
por más de dos tercios de ellos.
Los logros de las alumnas en la escuela tienden a ser explicados más frecuentemente por
factores que no cuestionan la jerarquía establecida entre los sexos, mientras los de los alumnos
que sucede en la escuela (por ejemplo, en la orientación) en la misma medida en que se ofrece
sus progenitores, por ejemplo) y se aceptan de buen grado medidas que no toquen directamente al
enseñante (vigilar más los libros de texto, por ejemplo), pero bastante menos las que más claramente
opinión del profesorado al respecto, deberíamos concluir que el problema no se da, se dio pero
son otras (el contenido de la enseñanza, la orientación, los procesos de interacción), entonces la
aportar la solución. Lo que ocurre, en realidad, es que el profesorado ve unos aspectos del problema,
pero no otros: se fija mucho en la discriminación explícita, pero poco en la implícita; se escandaliza
por los libros de texto, pero no se interroga sobre los programas; detecta un sinfín de problemas
Lo primero que destaca en los grupos de discusión es una posición defensiva por parte tanto
Formación Profesional, aunque los investigadores anunciamos simplemente que deseábamos que
hablaran sobre "chicos y chicas en la escuela", creemos, a partir de ciertas bromas previas a la
reunión que les hizo una profesora del centro en que se realizó ésta, que se produjo una filtración
sobre nuestras verdaderas intenciones. Esto, unido a un fuerte liderazgo por parte de un profesor
Esta es la posición más simple: el problema no existe. Puesto que el profesor no se propone
discriminación sólo existe cuando es evidente, voluntariamente buscada y explícita: como la que
Una posición no mucho más productiva es la que reconoce que la discriminación existe, pero
la atribuye siempre a otros tomando como ejemplo, por lo general, las formas más elementales:
piensan que deben intentarlo y lo intentan, pero no están seguros de hacerlo de la manera adecuada.
Profesores varones admiten su inclinación a dejarse llevar por los estereotipos de género:
Profesor J.- Yo, desde luego, soy muy consciente de que estoy muy en contra de
cualquier tipo de discriminación y que procuro no hacerla, pero confieso que en algún
momento, pues... no sé, que a lo mejor instintivamente... porque, claro, son muchos
años de dar lengua... pues puede que se me escape alguna cosa de ésas...
(................)
Profesor R.- En eso tiene razón A., y actúas según... según... ¿cómo has dicho, que
me falta la palabra adecuada...? Se actúa según reaccionas... No, yo no creo que es
tanto discriminación, lo que pasa es que es más agradable, evidentemente, que se
acerque una chica a la mesa a preguntarte una cosa que que se acerque un chico,
eso es evidentemente...
Profesor J.- Y a mí me gusta más sacar a la pizarra una chica guapa que sacar a un
tio feo, claro... pero eso son minucias... Yo es que creo que hasta tal punto, no es
que tenga demasiada relevancia, que pasa, pero que no tiene demasiada relevancia
a la hora de calificar, a la hora de orientar... Fíjate, en cambio la orientación, aunque
nosotros tenemos muy poca influencia, pero ¿no pensáis que vosotros cuando tenéis
esas evaluaciones de COU del final, que hay que poner la orientación --que luego
nadie la ha estudiado, pero es preceptivo ponerla--, no os parece que a veces sí que
se deja uno llevar un poco...? Vamos, yo, desde luego...
(Profesores varones de B.U.P.)
(...) De todas formas, la opción para llevar a cabo una labor para que tu
trabajo se desarrolle desde un punto de vista no sexista, intentando no discriminar...
Es que siempre te sale un ramalazo, ¿no?, porque es que los tienes dentro de tí. Tú
has vivido unos determinados años de tu vida en un determinado sistema, y ese
sistema te ha empapado, ¿no?, en tus conductas; y la mayor parte de ellas están
influidas y condicionadas por el sistema en que has vivido: un sistema machista,
¿no? Entonces, aunque tú te lo plantees, muchas veces te salen los ramalazos.
(Profesores varones de E.G.B.)
Entre las profesoras también se reconoce lo muy arraigados que están los preconceptos
Esta última posición es la más favorable, a priori, tanto para una acción por parte del
profesorado como para una intervención de parte de la Administración, pues un profesorado que
acepta el objetivo de una educación no sexista, no cree que se haya conseguido y duda de la
idoneidad de su propio comportamiento siempre tendrá una actitud más creativa al respecto y más
Las otras dos posiciones, por el contrario, no son tan favorables. La primera, porque se trata
de profesores --y profesoras-- que, no viendo el problema, difícilmente podrían ver la necesidad de
buscar soluciones: ante este grupo, la tarea pendiente es mostrar que el sexismo existe y que ellos
son parte de él. La segunda, porque se trata de profesoras --y profesores-- convencidos de que ya
están haciendo todo lo que se necesita hacer por una visión limitada, sea de las soluciones, sea de
los problemas.
Sin embargo, a pesar del optimismo y la buena conciencia predominantes no faltan en modo
del profesorado.
En el extremo, puede tratarse de comportamientos que se situan entre la broma de mal gusto
y el acoso sexual. Véase, por ejemplo, este caso, referente a un profesor de gimnasia en
bachillerato:
Alumna D: De todas formas, es que ese hombre es muy machista, ¿eh?, porque
hablando con él...
Alumna C: Eso; eso te iba a decir, que...
Alumna U: Y las bromitas que hace en clase; de tipo...
- Sí, sí.
- Sexual.
Alumna U: ... de tipo sexual que... claramente; o sea, bromitas tontas.
Alumna T: ¡Pues no me dice a mí el año pasado...! Digo: "Es que se me ha olvidado
el chándal; y como vivo aquí, al lado, pues voy un momento a por él..." Me dice: "No;
si vienes así, no te pongo falta." Y no me puso falta, por el hecho de eso...
(................)
Alumna U: El año pasado, a Fe, por ejemplo, que la dijo: "Bueno, yo te apruebo si
me invitas a una copa."
Alumna S: Sí, empieza siempre así...
Alumna U: Y a Paloma y a mí, el otro día: "Bueno, nos vamos a tomar los tres una
copita por ahí..."
- Sí, sí.
Alumna U: "... por la noche, ¡y a ver si subimos la nota." Que lo dice en broma, ¿no?;
lo dice en broma, pero que te sienta...
(Alumnas de B.U.P.)
Sin llegar a esto, los estereotipos de género funcionan habitualmente en la relación entre el
profesorado y el alumnado. La mayoría de las veces no hace falta traerlos a escena de manera
explícita, porque cada cual conoce perfectamente su papel y no se sale del mismo. El profesorado
las alumnas, y éstas lo saben perfectamente. Saben que a una misma conducta se le puede atribuir
distinto valor según provenga de un hombre o de una mujer, que puede ser alternativamente
informal--.
Alumna C: Llega un profesor por la puerta y les regaña, ¿no?, porque es normal...
Pero, en cambio, nosotras, como siempre estamos en nuestro sitio, pues yo creo que
es por eso que nos toman más confianza.
Alumna J: Pero llegan..., por ejemplo, un día llega un profesor y nos ve a nosotras
pelearnos, y vamos...
- "No seáis gritonas, no-sé-qué; tenéis que ser más femeninas", pero...
Moderadora.- ¿Sí? ¿Eso os dicen normalmente?
Alumna M: No; no dicen eso, pero te lo dan a entender.
- Como nunca nos han visto así pelearnos (...)
- En un chico ya es más habitual; luego lo hace una chica y...
(Alumnas de E.G.B.)
Alumna C: Sí. En la forma de hablar y todo; o sea, los chicos, yo qué sé, lo mismo
sueltan un taco y tal, y, bueno, no les sienta bien, ¿no?, pero si lo dice una chica les
sienta peor todavía.
Alumna S: No, pero que se nota mucho, a la hora de tú, a lo mejor, estar en clase y
estar armando bulla..., no sé, terminan como diciendo: "¡Parece mentira, que eres
una chica!" A la hora de que esté haciendo un chico, lo ven como más normal, más
como de decir: es que vosotros siempre estáis ahí...
(Alumnas de B.U.P.)
Los estereotipos preconcebidos no sólo afectan al comportamiento, sino también a las
expectativas sobre el rendimiento académico. La más estricta neutralidad formal y afectiva puede ir
Profesor R: (...) Perdóname, vuelvo a repetirte que, yo qué sé, hay ciencias, hay
cosas... ellas tienen una fisiología. Queremos igualarnos, vale, si a mí me parece
muy bien que seamos iguales en ciertas cosas... pero hay otras cosas en las que no
podemos ser iguales (...). O sea. (...) una cosa es que el chico sea más irresponsable
a la misma edad que la chica, por las circunstancias que sea, (...) pues los tíos dicen
que, que pasan, (...) veis que hoy los chicos son mucho más escépticos que las
chicas. Y puede ser que las chicas (...), gracias a esa..., a la que le quede todavía la
casita de muñecas, pues tengan otras ilusiones (...). Y, lo que te iba a decir: en
matemáticas, que es una ciencia en la que se observa, yo lo he observado toda mi
vida, que efectivamente una chica es muy trabajadora, una chica es tal, pero no no
puede llegar, yo no sé por qué, no llega, no llega a la resolución de proble mas que sí
que logra un chico.
(Profesores de B.U.P.)
No cabe duda de que estas imágenes tienen una gran importancia que va más allá de su
dimensión ofensiva. Lo de menos es constatar el arraigo de los prejuicios. Lo preocupante es que las
expectativas del profesorado tienen un efecto considerable sobre las del alumnado, pues la opinión
profesor que piensa así, aun sin proponérselo conscientemente, estimulará menos el esfuerzo de las
alumnas que el de los alumnos varones, los evaluará de forma distinta, los orientará hacia caminos
diferentes, etc.
Pero lo preocupante quizá no sea tanto la persistencia explícita de este tipo de ideas como
su insidiosa resistencia a la crítica. La mayoría del profesorado no firmaría esto, pero, en lo que
concierne a los viejos tópicos sobre la inferioridad de la mujer, pocos están en condiciones de ir más
allá de la pura aserción, no importa cuál sea su posición ni cuál sea el sentido de ésta. Véase, como
ejemplo, esta discusión, donde resulta difícil valorar quién de los dos contrincantes tiene menos
Los mejores resultados escolares de las chicas, verificados hasta la saciedad, son
sin embargo, son las explicaciones ad hoc, que siempre tienen en común rebajar algo la valoración
de las alumnas y mejorar la de los alumnos desde los parámetros de la institución escolar o de la
sociedad global. Lo que a primera vista parecería un activo a favor de ellas, puede ser fácilmente
transformado en un pasivo:
Profesor J: ¿Eso no puede ser porque las mujer es... es más dócil al sistema, es
decir, cómo está educada... está más sometida y entonces está más acostumbrada a
decir amén al sistema? Que no cabe duda que, bueno, cualquier sistema educativo
no deja de ser en cierta manera un sistema de represión, ¿no?, que reproduce el de
la sociedad... Entonces, pues qué pasa: que, tradicionalmente, pues las mujeres
están más sometidas y, por lo tanto, pues le cuesta menos llegar a clase --aunque
por detrás esté pensando todo lo contrario, eh?--, pues decirte amén. Mientras que el
chico es más rebelde, y por eso es más difícil la clase, porque está menos
acostumbrado al sometimiento familiar, mientras que la chica en casa está por
debajo del hermano mayor, por debajo del padre, etc., etc., naturalmente de la
madre...
(Profesores varones de B.U.P.)
procesos que se sitúan fuera de la escuela o, cuando menos, fuera del aula. Los libros de texto son
Profesor F.- En los textos de inglés es... bueno, pues la Señora Brown, por ejemplo,
está en casa haciendo la comida...
Profesor J.- Claro, eso sigue existiendo...sigue siendo descarado. En los temas de la
Señora Brown y... en los textos sigue siendo descarado, el sexismo que todavía...
(Profesores varones de B.U.P.)
Lo que destaca de esta crítica, muy frecuente, es su ingenuidad. Las imágenes de la señora
Brown, como las del ama de casa a que aludía antes un grupo de profesoras, existen, pero son ya
relativamente escasas, no debe presumírseles un fuerte efecto fuera de las edades más tampranas y
es incluso posible que, por su tosquedad, produzcan el contrario, sobre todo si la mayor parte del
profesorado ya está alertado frente a ellas. Más tamible nos parece el efecto de la omisión
sistemática de la mujer en los programas --lo que ya tratamos en los capítulos I y II-- y, en
consecuencia, en los libros de texto y las clases, pero la mayoría del profesorado no parece darse
cuenta de ello.
Profesor J.- El piso social es tan tremendo, que es muy difícil levantarlo así de golpe.
Es decir, es que tú que hablas de películas: pues con una directora general del Ente
en T.V.E., teóricamente progresista, teóricamente socialista y no sé qué, pues están
poniendo películas de Rocio Durcal donde dice: "Tú te harás mujer, yo me haré
ingeniero."
Profesor F.- Junto a eso se pone otro tipo de películas...
Profesor J.- Es una película que se pone justo a la hora de la audiencia de los
chavales que tenemos nosotros, del domingo por la tarde: chico y chica, estudiantes
de colegio, ella de monjas, el de curas, naturalmente, y que se aman, se adoran, van
al guateque y, cuando se despiden: "Tú te harás mujer, yo me haré ingeniero."
(Profesores varones de B.U.P.)
El blanco favorito, sin embargo, es la familia. Esta se presenta como el escenario privilegiado
de la discriminación de género, como el muro contra el que se estrella cualquier esfuerzo educativo
en este terreno.
Se constata por doquier que en el hogar no son tratados igual, que la educación de ellos
interesa más que la de ellas, que ellas y no ellos son quienes participan en las tareas domésticas,
que la vigilancia moral se ejerce más firmemente sobre ellas y la permisividad se reserva para ellos.
El culpable último, sobre todo, es la omnipotente sociedad, que pesa como una losa sobre la
escuela:
Profesor A.- En la medida en que pueda haber más gente que se plantee el asunto
este, se podrá empezar a ir en la escuela por otro camino. Que, por otra parte, no es
gran cosa, cuando estás viendo los esquemas estos en la familia, ¿no? Cuando les
cuentas a los padres cosas de estas..., y te miran así, ¿no?; dicen: "¡Qué tonterías
estás diciendo! Pues yo en mi casa friego. Y mi marido llega cansado, y se sienta".
Cosas así, ¿no?
- Es que es una pena.
(................)
Profesor D: (...) Se ve clarísimamente que en la sociedad, y la escuela y la educación
en este país, eso no está asumido a nivel global, y que estamos, pues, bueno, como
en unas especie de islas, haciendo pequeñas cositas; pero que, realmente, su
incidencia y la capacidad de transformar todo esto y que se traduzca en que en la
escuela se forme en este sentido, yo lo pongo muy en duda.
(Profesores varones de E.G.B.)
Todo esto es verdad, pues, como ya planteamos en el primer capítulo y volveremos a hacerlo
en el próximo y último, la escuela es menos sexista que cualquier otra institución social de
importancia mayor, similar o parecida. Desde el punto de vista del profesorado, resulta algo
desesperante constatar una y otra véz cómo el propio esfuerzo choca con ideas venidas de fuera,
alentadas por la familia y los medios de comunicación y asumidas acríticamente por el alumnado.
Sin embargo, es también una constatación, en cierto modo cómoda, que no deja de
presentar peligros. El más grave, pero también el más fácilmente advertible y, por ello mismo,
evitable, estriba en la inhibición ante la supuesta poca eficacia del esfuerzo realizado o como fruto de
la convicción de que la sociedad debe cambiar antes que la escuela. Menos vistoso, pero sin duda
más viable, es otro: el de que, dando por supuesto que los insuficientes resultados se deben al
eficacia intrínsecas de las propias actuaciones y a buscar las formas oportunas de evaluarlas.
halla es el que les atribuye a ellas un comportamiento dócil y a ellos una conducta rebelde. Por un
lado, se basa en una experiencia que casi todos los profesores y profesoras constatan por igual: ellas
trabajan más y muestra mayor interés, ellos producen más problemas de disciplina. En parte,
también nosotros lo hemos constatado indirectamente en el análisis de la interacción del capítulo III y
volveremos sobre el tema en el siguiente. Pero, por otro lado, es una dicotomía que se adapta
demasiado bien a los prejuicios tradicionales: mujeres pasivas y conformistas y hombres activos e
insumisos.
En el capítulo siguiente mostraremos que hay tantas o más razones para pensar lo contrario,
pero ahora debemos señalar que los juicios de este tipo consisten esencialmente en extrapolar el
comportamiento de un grupo ante una institución determinada, en este caso la escuela, para
convertirlo en una característica general del mismo. No se divisa siquiera la posibilidad de que su
(A) la edad de los catorce o quince años, las chicas tienen ya --y yo creo que
(en) esto también influye la educación, que ya viene de atrás, lo social, la
sociedad--..., pues son... se enfrentan menos, son menos luchadoras, pero menos
sinceras sin querer.
(Profesoras de B.U.P.)
Yo también he visto una cosa: que cuando las regañas --de las pocas veces
que regañas a una chavala--, la reacción de ellas es distinta que la reacción de un
chico. Es decir, yo, por ejemplo, veo que a un chaval le regañas y, al rato, al chaval
se le ha olvidado; pasa de tí ampliamente. Y, sin embargo, a una chica, no; una chica
te lo guarda y te va mirando, como censurándote ("¿Por qué me has regañado?; que
tú no me debías haber regañado."); y yo creo que las chicas, en ese sentido, son
más rencorosas con nosotros, con los profesores, cuando las regañamos; y quizá
sea porque no estamos acostumbrados a que las regañemos.
(Profesores varones de E.G.B.)
VI. LA TIERRA PROMETIDA, O: SIN EMBARGO, SE MUEVE
ante los problemas de la discriminación --como hecho-- o la igualdad --como objetivo-- de la mujer ha
evolucionado en los tres últimos decenios desde la complacencia total hasta la descalificación
problema de la mujer ante la educación simplemente no existía, es decir, nadie parecía verlo. Hoy,
entre los estudiosos de la educación, o al menos entre sus críticos, se da por sentado que la escuela
es una institución netamente sexista, bien sea constatando los muchos aspectos en que
equivalente al análisis de la educación como proceso social o del sistema educativo como trama de
relaciones sociales, y no, de manera restrictiva, como lo que hacen los sociólogos acreditados como
tales-- se sentía demasiado ocupada con otros temas para prestar atención a la cuestión de la mujer.
Sus corrientes más críticas se interrogaban exclusivamente sobre el papel de la escuela en la repro-
ducción de las clases sociales, las diferencias de riqueza, la división del trabajo, las relaciones de
producción, etc., pero todo se desarrollaba como si la sociedad estuviera compuesta de individuos
asexuados o, peor aún, reducida al sexo masculino. Así, por ejemplo, múltiples agregaciones o
tratamientos estadísticos recogían datos únicamente sobre los varones, con el argumento de que
incluír a las mujeres no permitiría controlar adecuadamente las otras variables (años de educación,
origen social, inteligencia medida, posición social de destino, etc.). Técnicamente, el argumento era
impecable, pero no explicaba por qué se podía prescindir de esta variable en aras a estimar mejor
otras, y no al contrario. De manera que, al mismo tiempo que se reconocía que el caso de las
mujeres introducía diferencias, se desdeñaba la importancia de estudiar éstas.
función de factores extraescolares. En los años sesenta, la presencia de las mujeres era menor que
la de los hombres en todos los niveles del sistema educativo excepto, claro está, en el período
obligatorio. La explicación se buscaba sobre todo en su papel específico en la vida adulta y en las
focalización del problema de la mujer ante la educación como un problema de acceso dura,
lógicamente, hasta hoy, pues, aun cuando su presencia ha llegado ya a ser mayoritaria en la
buena parte de lo ocurrido se reduce a una traslación de las diferencias cuantitativas hacia arriba y a
una sustitución de las mismas por diferencias cualitativas. Dicho de modo más simple, aun si las
mujeres llegan a acceder en mayor grado que los hombres a la enseñanza superior, esta verdad
general no se aplica a los tramos más elevados de ésta, y tan bella cara tiene su cruz en su
concentración en las ramas y especialidades menos selectivas y más de aluvión. En definitiva, las
mujeres se concentran en los estudios superiores con menor valor de mercado y simbólico.
Una segunda fase ha venido marcada por el cuestionamiento de la ilusión de una escuela
exquisitamente neutral o indistintamente deseable y beneficiosa para uno u otro género. Sucesivas
investigaciones han venido mostrando las diversas formas en que la escuela actúa de manera
sesgada frente a hombres y mujeres, a favor de los primeros y en contra de las segundas. Parte de
estas investigaciones se han centrado en el análisis de las pautas informales de interacción a través
de las cuales los profesores, "fuera de programa", transmiten a los alumnos de ambos sexos
dominantes. Otra parte, más notable por haber puesto en solfa algunas de las presuntas verdades
indiscutidas de la escuela, ha mostrado el sesgo generalizado del contenido de la enseñanza
--planes de estudios, programas, libros de texto, etc.-- en favor del mundo de los varones o, si se
prefiere, de la visión masculina del mundo. Más que el análisis del curriculum explícito --las imágenes
de las cartillas de lectura, los roles atribuídos a las mujeres, su escasa presencia en los textos, etc.--,
un problema casi evidente, ha resultado una línea especialmente fructífera la crítica de los procesos
de selección y omisión a cuyo través materias hasta entonces consideradas como limpiamente
descriptivas o científicas, desde el lenguaje o las ciencias sociales hasta la matemática o las ciencias
naturales, ponían --y ponen-- su contribución a borrar el pasado e ignorar el presente de las mujeres.
La escuela y nuestra confianza en ella han resultado bastante maltrechas de esta evolución,
cerrándose con ella el círculo de su culpa: no sólo no contribuye a eliminar las diferencias de riqueza
o de clase social, sino tampoco las de género. Así, el escepticismo cunde entre los analistas de la
educación y el pesimismo --o el simple deseo de que se les deje en paz-- entre sus agentes, en
El propósito de este último capítulo es hacer algo por dar al César lo que es del César y a la
escuela lo que es de la escuela. Trataremos de mostrar que, aunque todo lo que en relación al
sexismo de la escuela se ha dicho no deja de ser cierto, es sólo una parte de la verdad.
géneros y a la dominación del masculino sobre el femenino, lo que debe ser puesto de manifiesto y
en una experiencia igualitaria, aportándole experiencias que mejoran su imagen de sí, elevando sus
centraremos en la forma en que las propias mujeres --las alumnas-- perciben su experiencia escolar
y la valoración relativa que hacen de ésta frente a la experiencia familiar pasada y presente o la
A pesar de un pasado marcado primero por la exclusión de las mujeres, después por su
educación masculino, la escuela se ha configurado como un espacio en gran medida igualitario para
hombres y mujeres. Sabemos que tal igualdad es limitada, que a la larga sus destinos se separan
dentro de la misma escuela, pero esto no permite negar que durante un largo período todos reciben
las mismas enseñanzas, en las mismas aulas, por los mismos profesores, en las mismas condiciones
materiales, sometiéndose a los mismos criterios de evaluación, etc. Este tratamiento igual, llevado a
cabo a partir de unos contenidos, unas pautas de conducta, unos patrones de evaluación y una
visión de la escuela fuertemente marcadas por la impronta masculina, se convierte, precisamente por
tratar igual a personas diferentes, con posiciones y papeles sociales diferentes en otras esferas de la
sociedad, en una forma de perpetuar la desigualdad. Considerando sólo esto, hay que decir que la
escuela perpetúa la desigualdad a través de un igualitarismo formalista, que trabaja al mismo tiempo
Sin embargo, al hacerlo configura una experiencia de igualdad que a las mujeres les ha sido
y les es negada en cualquier otra esfera de la sociedad y que, por ello mismo, no puede dejar de
tener consecuencias sobre su percepción de la sociedad global y de su papel en ella. Las jóvenes
consideran que la escuela las trata de manera igual que a su contraparte masculina, que es en la
escuela donde la igualdad se ha puesto finalmente en práctica, que todo lo que no sea eso es algo
- Alumna P: Que las chicas pueden tener las mismas oportunidades que los chicos...
¡Ya era hora! Por ejemplo, en clase, pues ya te tratan igual que a un chico. Luego, a
lo mejor el chico es más burro que tú, pero quiero decir: las mismas oportunidades
que las de los chicos; vas a tener las mismas, te van a dar las misma oportunidades.
- Moderadora: ¿Eso creéis que siempre pasa en la escuela, o, bueno, desde
siempre?
- (Se oyen expresiones de asentimiento)
- Alumna J: Además, si no pasa haces que pase, o sea, que si no tienes las mismas
oportunidades, lo que intentas es que te lo hagan o lo que sea...
(Alumnas de E.G.B.)
Las manifestaciones de un tratamiento desigual son vistas como excepciones que rompen la
norma pero que, lejos de ser saludadas con el eufemismo de que "la confirman", deben ser
suprimidas. Incluso la gimnasia, asociada al último reducto en que la conciencia común puede
- Moderadora: Y ¿os sentís aquí... que os tratan igual, que os dan las mismas
oportunidades, mejores, peores que a los chicos...?
- Alumna R: Yo, mira, en gimnasia, veo una cosa mal: que a las chicas nos ponen a
lo mejor veinte flexiones y a los chicos veinticinco, ¿porqué? Si ellos hacen
veinticinco, nosotras veinticinco, o a ellos veinte, todos igual.
(................)
- Alumna B: El (profesor) lo que quiere es que hagamos igual de fuerza, que te
cueste a tí y les cueste a ellos, y a lo mejor a ellos veinte no es nada, y a tí sí.
- Alumna R: Es que se creen que nosotras...nos rompemos.
- Alumna N: El lo que quiere que tengamos el mismo equilibrio. Como ella dice, los
trabajos pesados no podemos hacerlos porque ellos tienen más fuerza, entonces si a
ellos les pusieran veinte y nosotras hicieramos igual...
- Alumna R: ¿Entonces Francis tiene más fuerza que tú?
- Alumna N: Bueno, hay excepciones, ¿no?
- Alumna R: Pues ya está: o todos iguales o todos distinto.
- Moderadora: Pero, en general, ¿os sentís iguales en la escuela?
- Alumna R: En las demás clases sí. En gimnasia es donde más se nota la diferencia.
En las demás clases nos tratan igual a las chicas que a los chicos.
(Alumnas de F.P.)
Esta opinión es común: la escuela es igualitaria en general, aunque deja de serlo cuando se
abren las puertas del gimnasio o el campo de deportes. Esto puede considerarse, con benevolencia,
como un residuo o, con preocupación, como un bastión del sexismo en la escuela: es como
recordarles que, aunque puedan ser iguales intelectualmente, nunca lo serán físicamente. Por otra
parte, las clases de gimnasia son un momento especialmente proclive no ya sólo al sexismo de la
institución, sino también, y sobre todo, al de sus compañeros, que aprovecharán cualquier ocasión
de ridiculizarlas y estigmatizarlas como inferiores o, simplemente, como mujeres.
Lo que las jóvenes escolarizadas presentan no es una idea vaga sobre su derecho a la
igualdad, ni una inmadurez que no les habría permitido ver todavía un futuro inmerso en la
instituciones como la familia --sobre la que volveremos de inmediato-- o en la trama informal de sus
relaciones con sus compañeros de edad. Ellas saben que no son aceptadas como iguales por su
contraparte masculina, son plenamente conscientes de que es la institución escolar la que las define
como iguales y de que es en el espacio definido por ésta donde tal igualdad puede ser afirmada; y, a
menudo, ni siquiera aspiran a ella cuando no es bajo la batuta del profesor. Para el profesorado,
tener que reprimir de un modo u otro las manifestaciones del sexismo de los alumnos varones es una
situación habitual.
- Profesor D: Una cosa es el mundo del aula y otra cosa es todo lo que no sea aula,
llámese convivir fuera, recreos... El grado de relación que tienen fuera del colegio,
las amistades y demás, y cómo se mueven...
(................)
- Profesor B: ¿Sería, a lo mejor, porque en el aula se ven protegidos --en este caso
protegidas-- por la figura del profesor o de la profesora, que a lo mejor no les va a
marcar esa diferencia, o a acentuar esa diferencia, que, por ejemplo, en los patios o
en los recreos o en los juegos tienen, que están libres? No lo sé. Desde luego, lo que
sí está claro es que, dentro de un aula, si se va a formar un equipo de trabajo y
alguna chica entra en algún grupo de trabajo de chicos, delante del profesor no van a
decir: "No, a tí no te queremos", porque si lo dicen saben que van a obtener, si no
una reprimenda, van a tener una negativa del profesor, mientras que en el recreo, en
los patios, en los juegos, eso no sucede: se adscriben libremente y no va por allí la
figura del adulto diciendo: "No, oye, no."
(Profesores de E.G.B.)
presente, los grupos se segregan y el sexismo vuelve a imperar o a hacerlo en mayor medida. En la
calle o en el patio, las alumnas se adaptan al juego: no hay más remedio, no se puede reclamar a
nadie que imponga una relación que otros no quieren y es seguro que en grupo se sienten más
protegidas contra la posible hostilidad de los varoncitos. Las alumnas saben que las cosas son así y
no pueden ser cambiadas fácilmente, si es que perciben siquiera tal posibilidad. Pero, en el espacio
hostilidad por parte de los varones. Las alumnas juegan a fondo con las normas de la institución
- Alumna A: Yo creo que cuando nos vamos a cambiar de clase..., pues que tenían
que estar aquí, y en cuanto se va el otro profesor, entrar. Porque es que esto es un
descontrol: se va el profesor, y te pegan... (A continuación, enumera algunas de las
vejaciones a que les someten los chicos en ese momento.)
(Alumnas de E.G.B.)
La intervención ante cualquier agresión, grande o pequeña, es considerada por las alumnas
como una obligación del profesor y un derecho propio. De hecho, los profesores parecen quedar, en
general, por debajo de las expectativas de las alumnas en su papel de garantes de la igualdad y el
respeto mutuo.
- Alumna R: Pero fuera menos. Aquí, a lo mejor dices algo, y ya te empiezan todos a
pegar gritos. Entoces, tú ya te quedas así y dices: Jó, pero tampoco... En cambio, lo
dice un chico y nada: se calla todo el mundo. Entonces, te quedas un poco así,
diciendo: "¿Qué pasa, no? ¡Qué silencio!"
- Alumna A: A veces, hasta delante de los profesores y todo.
- Eso es verdad.
- Moderadora: ¿Sí? ¿Y cómo reaccionan los profesores ante eso? ¿Cómo suelen
reaccionar?
- Alumna A: No sé: algunos, pues, yo qué sé, les dicen algo o así, pero hay otros que
se callan o se ríen; no hablan, no dicen nada.
- Alumna J: Es verdad; o sea: estás diciendo algo y te dicen "Nada, no- sé-qué, no-
sé-cuánto"..., y los profesores se callan. En vez de decir: "Aquí tiene que dar todo el
mundo la opinión, porque tiene todo el mundo el mismo derecho..." Pues no: hay
algunos que se callan y no dicen nada o...
(Alumnas de E.G.B.)
Las alumnas no consideran que en la escuela todo esté arreglado. Lo que a ellos les cuesta
menos, a ellas les cuesta más, y no por sus capacidades personales sino por los prejuicios previos
existentes. No son simplemente estudiantes, sino mujeres-estudiantes, y tienen que hacer valer lo
- Alumna 1: Pero de todos modos para que a una -y eso todavía sigue siendo así-...
para que los tíos hagan caso a una tía, la tía tiene que ponerse sobre ellos; no sobre
ellos, ¿no?, pero tiene, no que alzarles la voz, pero, ¿no sé si me entendéis?... En
clase, para que se escuche a una chica o para que la tengan en cuenta, tienes un
poco que ponerte por encima de ellos, ¿no?
- Alumna 4: Sí, porque siempre te tratan como algo más bajo.
- Alumna 1: Tienes que demostar, ¿no?...; es como si tuvieras que demostrar que...
- Alumna 4: Que vales.
- Alumna 1: Que vales; que eres una mujer, pero que vales. Y también, incluso...
para que se olviden: se tienen que olvidar, incluso, un poco de que eres una mujer,
¿no?, porque si no, no...
- Alumna 4: Es que parece que les cuesta aceptar que tú estás ahí y que puedes
hacer algo, algo útil o algo que les sirva para algo.
(Alumnas de B.U.P.)
Pero tener que demostrar el propio valor sólo puede plantearse donde la medida de valor es
común. En la esfera doméstica, tal problema no puede plantearse, puesto que las tareas de ambos
géneros, según son concebidas desde la organización y la ideología patriarcales de la familia, no son
conmensurables. No se puede plantear que la cocina de la mujer es mejor que el salario del marido,
de la misma manera que no se pueden sumar peras con manzanas. Ahí, la batalla está perdida,
porque, de antemano, la actividad del varón tiene asignado un valor social superior a la de la mujer.
Es el rol establecido el que otorga valor a la persona que lo desempeña, cualquiera que sea la forma
en que lo haga. Una "buena ama de casa", una "madre ejemplar" o una "maravillosa esposa" sólo lo
son en comparación con otras amas de casa, madres y esposas. Esto es lo que permite al último de
los varones estar, verse y ser visto por encima de su mujer. La escuela, sin embargo, ofrece una
medida común en la que el valor de cualquier mujer puede quedar por encima del de cualquier
hombre.
El profesorado no deja de captar la especial atención concedida por las alumnas a las
normas institucionales, aunque le resulte difícil ponerse de acuerdo sobre su significado. Suele existir
una amplia coincidencia en que ellos son los que crean los problemas de disciplina y ellas las que la
aceptan, ellos los que más fácilmente se desinteresan de la enseñanza y ellas las que más
participan, ellos los que "pasan" de los efectos del ejercicio de la autoridad por el profesor y ellas las
Que los alumnos varones se interesan menos por el contenido de la enseñanza que las
mujeres, es un tópico que prácticamente todo el profesorado suscribe. Que ellas, en general, aceptan
más la disciplina de la institución, también. Pero, asimismo, en general están de acuerdo en que hay
que medir mucho más las calificaciones, las sanciones, etc. con las alumnas que con los alumnos,
porque mientras éstos muestran bastante indiferencia aquéllas pueden sentirse profundamente
heridas o suscitar un conflicto. ¿Cómo explicar este galimatías? ¿Por qué son críticas, las alumnas,
Creo que la diferencia de actitudes ante la escuela sólo puede explicarse a partir de la
satisfactorias. Por ejemplo, si ellos son más independientes, activos, rebeldes, etc., ¿por qué aceptan
más fácilmente las sanciones? Si les interesa tan poco lo que les enseñan, ¿por qué no protestan?
Y, si ellas son tan dóciles y sumisas, si la familia ya se ha encargado de domeñarlas, ¿por qué
imponen esa prudencia al profesorado antes de aplicarles cualquier sanción real --disciplinaria-- o
simbólica --calificaciones-- y por qué resultan tan fácilmente descontentas, se traduzca o no esto en
protestas?
vidas, en particular en lo que concierne a la construcción de su propia imagen, ante sí y ante los
demás. Para los varones, a quienes la familia propone y promete un rol de independencia y
autoridad, la escuela --como mañana, para la mayoría, el trabajo-- es una institución que se las
niega. La imagen que la institución les devuelve resulta en sí menos gratificante que la que obtienen
del mero hecho de haber nacido con ese sexo y no otro. Para ellas, en cambio, la escuela es la
primera ocasión de sentirse iguales al resto de las personas, varones incluídos. Frente a la familia,
que les asigna invariablemente un papel secundario y subordinado, nada gratificante, y el trabajo,
que amenaza con hacer otro tanto, la escuela surge como el único espacio en el que son
simplemente personas, sin sexo, o sin género, cuyos logros, al menos aparentemente, dependen
El varón tiene ante sí una vida de adulto independiente frente a la cual es posible que el
trabajo que la escuela le propone --el trabajo escolar-- aparezca como algo insulso, carente de
interés, que quizá cabe soportar por la promesa de una mejor posición social, pero sin compro-
meterse nunca demasiado. Después de la escuela le espera --o así lo cree-- un futuro mejor, y fuera
de ella vive un presente también mejor. Incluso el peor de los trabajos tiene frente a la escuela la
ventaja, al menos, de ser remunerado. Para las mujeres no hay tales opciones: el presente que viven
fuera, en la familia --o en los grupos de iguales-- les recuerda constantemente que son distintas
--para ser exactos, inferiores--, y el futuro amenaza con no ser mucho mejor --no mejor que su
presente extraescolar y probablemente peor que su presente escolar--. Si el futuro muestra algún
horizonte que no incluya la sumisión ante los varones será precisamente gracias a la escuela, pero
identidad bastante más gratificante que casi todo lo que queda fuera de ella. Ahora bien, las
radicales. La experiencia de igualdad que la escuela ofrece a las mujeres es, para cada una de ellas
tomada aisladamente, inseparable de otros aspectos no tan gratificantes de la misma, como pueden
ser el desinterés por el contenido de la enseñanza o el descontento ante sus pretensiones de control
de la conducta. La aceptación de los requerimientos de la escuela resulta así ser, en suma, el precio
necesita apenas argumentación, pero vale la pena recordarlo: es en el hogar familiar donde niños y
niñas empiezan a distinguirse por su manera de vestir, por los juegos, por lo que se les permite y se
les prohibe, por lo que se supone un comportamiento adecuado para unos y otras, etc., así como
donde primero interiorizan los roles adultos de género que se les presentan con la fuerza de lo
natural, lo que simplemente es así: mamá trabaja en casa, papá fuera; él manda, ella obedece; ella
La escuela, por el contrario, trata a ambos sexos por igual. Esto no significa que las alumnas
contrapongan la escuela, como ejemplo, a la familia. Esta última está siempre rodeada de una carga
afectiva y sustentada sobre unas relaciones de dependencia que hacen prácticamente imposible su
cuestionamiento a edades tempranas. Por otra parte, es casi seguro que, incluso para las niñas y las
jóvenes, su balance sea en cualquier caso positivo, es decir, que la seguridad material y afectiva que
proporciona compense con creces, de momento, sus aspectos discriminatorios y cualesquiera otros
funcionamiento está reservada a otras edades. Sin embargo, todos perciben que la familia
discrimina:
Todo les recuerda que no pueden aspirar al mismo trato que los varones, aunque a veces se
- Alumna N: No, no, no, pero no, estuvimos hablando, una vez nos sentamos a
hablar y dice mi padre: "A ver si haces tú cosas malas y vienes aquí...como se suele
decir, porque, vamos, me cargo al tío y a tí, os cuelgo a los dos de un pino." Digo:
"¿Y si lo hiciera Manuel?" "Si lo hiciera Manuel, para eso es un hombre."
- Alumna A: Jó, qué idiota, ¿no?
- Alumna R: ¡Qué morro!
- Alumna L: Porque eres tú, eres tú quien se queda con el niño, y el otro se puede
largar.
- Alumna N: Entonces, el otro que me lo haga a mí también se puede largar.
- Alumna L: Pues ya está.
- Alumna N: Pues entonces, es lo que me dice mi padre, entonces, si el otro me lo
hace a mí, el otro tiene que cargar, pero si es mi hermano quien lo hace, entonces no
lo puede cargar. Es que mi padre es muy machista.
- Moderadora: ¿Pensáis que hay mucho machismo en casa todavía?
- Alumna N: Sí, sí.
(Alumnas de F.P.)
- Alumno N: Luego, también, en casa, la educación que tienen. Por ejemplo, a mí, yo
salgo de casa a las siete, ¿no?, y a lo mejor hasta las diez y media puedo estar en la
calle, pero mi hermana tiene que estar a las diez, y es un año mayor que yo, o sea
que también...en casa...
- Alumno I: La familia, para los chicos y las chicas, es verdad eso de que, aunque
sean muy modernos, tengan las mismas igualdades,... las chicas tienen que ir antes
o no pueden hacer las mismas cosas que hacen los chicos
- Alumno F: Pero eso, yo creo que es porque nuestros padres han estao educados
de la manera cazurra de la Guerra Civil, de que las mujeres tenían que ser así... y...
- Alumno O: Pero nuestros padres se dan cuenta de que hay mucho peligro en la
calle, ahora sobre todo... (...) Y las mujeres tenían que estar en la casa y ...
(Alumnos de E.G.B.)
Los profesores son los que más insisten en este problema, sobre todo cuando, de un modo u
otro, quieren contribuír a una mayor igualdad entre los sexos. A menudo, tal empresa es percibida
como algo imposible frente a las resistencias opuestas por la sociedad en general y, especialmente,
por la familia.
Sin embargo, los profesores --varones: las profesoras, curiosamente, nunca plantean esto, si
bien tampoco lo contrario-- consideran con frecuencia que las alumnas perciben la diferencia entre la
vida familiar y la escuela y que tal diferencia convierte a esta última en algo más gratificante para
ellas.
- Profesor S: Quizá aquí podríamos enlazar con una de las cuestiones que hemos
tratado antes. Y quizá aquí podemos empezar a dar una respuesta de por qué las
chicas rinden más o participan más en determinadas historias. Quizá es porque
esperan más de la escuela que los chicos. No sé, se me ocurre que quizá podrían...
- Moderador: Y ¿por qué podrían esperar más?
- Profesor S: Porque quizá el mundo ha sido demasiado duro con ellas y quizá
empiecen a tratar de buscar unas defensas para...
- Profesor B: Que les compense algo la escuela lo que no han tenido antes o (a) lo
que no han podido acceder.
(Profesores de E.G.B.)
patriarcal de un sexo sobre otro, o en un espacio abierto en el que se alejan los límites sociales a su
- Profesor B: (...) Por ejemplo, el otro día, con las chicas de octavo o, al menos, con
un grupo de ellas planteaban que, en casa, tampoco se van a quedar. Yo les
planteaba distintas hipótesis: "Bueno, ¿y si teneis que repetir octavo?, ¿y si volveis a
suspender octavo?" "Pues, en último caso, Formación Profesional, porque en casa
no me voy a quedar. (...)
(................)
- Profesor G: Yo siempre he notado en algunas chicas que algunas viven el seguir
estudiando como una liberación, es decir: estudio porque ese tiempo que estudio no
estoy en casa, y no voy a estar haciendo la cama y haciendo labores de ama de
casa... Sí he notado en varias chicas que su versión de por qué seguir estudiando,
más que por lo que vayan a hacer o para qué les pueda valer, es porque ya
empiezan a percibir lo que es la situación de mujer en su casa. Entonces, dicen:
"Bueno, este tiempo que estoy fuera, estoy fuera."
(Profesores de E.G.B.)
Todo ello ayudaría a explicar su alto grado de identificación con la institución escolar en
comparación con sus compañeros varones, su mayor disposición a participar en distintas actividades,
- Profesor G: O sea, tienen tan pocas posibilidades, en su casa y donde sea, de ser
protagonistas --no protagonistas a nivel de clase, sino de que sean responsables de
ciertas parcelas, ¿eh?-- que están más deseosas que, a lo mejor, los chicos; y
entonces, en el momento que (ven) una parcela de cierta responsabilidad, de cierto
poder, si quieres, intentan asumirla, intentan asumirla...
(Profesores de B.U.P.)
sabe que existe un problema de discriminación, oye repetidamente que como agente de la escuela
participa en él y, sin lugar a dudas, siente cierta angustia porque puede ser culpado del mismo.
Entonces, señalar el presunto carácter de refugio de la escuela es una forma de, declarándola
inocente, exculparse a sí mismo y lanzar la responsabilidad sobre lo que queda fuera de las aulas.
Tal vez por eso surgen entre profesores varones y no entre profesoras: ellas sí percibirían la
discriminación escolar. Sin embargo, no debe olvidarse que tienen los mismos motivos para sentirse
angustiadas que ellos, ni que en su decisión de trabajar como enseñantes, además de la dificultad de
conseguir algunos empleos más deseables, probablemente pesó el grado comparativamente bajo de
En todo caso, que la idea les resulte gratificante no implica que sea falsa. Es indiscutible que
todo enseñante que trata de propiciar la igualdad entre alumnos de ambos sexos más allá del
cumplimiento de las reglas generales --o simplemente dentro de ellas-- se encuentra con
alumnos y alumnas, sin que importe a estos efectos que sus causas últimas puedan estar o no más
allá).
afirmando que la familia es la esfera de la dominación patriarcal mientras la escuela se rige por los
principios de la democracia formal. La cuestión es que, mientras las relaciones dentro de la familia
les recuerdan constantemente, de manera explícita o implícita, lo que las separa del otro sexo, las
relaciones en la escuela se pone el acento, más a menudo que lo contrario, en lo que las iguala a él.
En la familia ven en todo momento que su madre está subordinada a su padre, que ellas
tienen menos oportunidades que sus hermanos, pero en la escuela no sólo pueden hacer
básicamente lo mismo que sus compañeros sino que pueden en todo momento superarlos, mostrar
que son mejores que ellos, y precisamente en actividades que, bajo la ideología meritocrática que
nos invade, se supone que son las que dan la talla de las personas, las que proporcionan el mejor
En la familia saben que las respuestas que encuentren por parte de los otros, en particular de
los otros más significativos --sus padres o, en general, los adultos-- estarán siempre mediadas por su
sexo, el de ellas: ayudar en las tareas de casa, no salir con desconocidos, no llegar tarde, evitar los
juegos violentos. Los actos que viniendo de sus hermanos pueden suscitar aprobación, viniendo de
ellas pueden ser objeto de condena. En la escuela, en cambio, las respuestas previsibles no se
esperan mediadas por el sexo de quien las provoca. La misma acción, se supone, debe suscitar la
misma respuesta. El sistema de sanciones y recompensas es, en principio, asexuado, y todo lo que
se separe de esta pauta es rechazado como una anomalía.
tratamiento injusto, pero el efecto de su protesta depende enteramente de la voluntad de sus padres,
y, aun presumiendo ésta, no es muy probable que sea fácil cambiarles. En la escuela tampoco se
puede aspirar --al menos desde la posición del alumnado-- a cambiar a los profesores, pero se les
En definitiva, si en las instituciones sociales de las que vienen --la familia-- y a las que van
--la familia y, tal vez, el trabajo remunerado-- su posición está casi invariablemente situada por
debajo de la de los hombres, la escuela, cuya organización formal y cuyo discurso las declaran
iguales y las tratan como tales --aunque lo hagan desde la afirmación y reafirmación de la cultura
sexista y aunque coexistan con reiteradas manifestaciones explícitas de sexismo--, se configura ante
En suma, lo que para los alumnos varones tiene grandes probabilidades de aparecer como
una experiencia restrictiva, que limita sus oportunidades de realización controlando su conducta,
las alumnas puede aparecer, justamente al contrario, como una oportunidad de expansión,
levantando parte de los controles de género sobre su conducta, devolviéndoles una imagen
quedarse en el hogar, de verse reducidas al papel de amas de casa. Esto no significa que lo vayan a
conseguir, ni que no vayan a cambiar de opinión. Unas lo conseguirán, tal vez obteniendo la
colaboración de sus compañeros en las tareas domésticas, o tal vez cargando con una doble jornada
de trabajo. Otras renunciarán definitivamente al trabajo fuera del hogar al contraer matrimonio o se
verán llevadas a hacerlo cuando llegue la sobrecarga de trabajo doméstico que representan los
primeros años de los hijos. Las restantes, en fin, combinarán períodos de reclusión en casa, los de
mayor carga doméstica, con períodos de salida al mercado de trabajo, pero condenadas
precisamente por ello a la precariedad o los callejones sin salida en éste, es decir, a empleos
Pero todo esto vendrá después. Mientras se encuentran todavía en la escuela pueden
mantener un proyecto relativamente optimista de futuro, y este proyecto asigna un papel importante a
su paso por el sistema educativo. Puesto que, de un modo u otro, todo lo que les rodea les está
diciendo que el mercado de trabajo no es neutral ante hombres y mujeres, que se van a ver
sometidas a formas de discriminación, la escuela cobra una doble importancia para ellas. Si su sexo
--su género-- las va a situar en desventaja, la educación puede aportarles una ventaja que compense
en todo o en parte aquélla. Su identificación instrumental con la escuela puede formar parte de una
ilusión infundada o de una visión realista, aunque el efecto sobre su comportamiento es el mismo. La
que su futura posición en la sociedad vendrá determinada por sus méritos y que éstos serán medidos
con exquisita neutralidad por la escuela. La visión realista se debería a que, al fin y al cabo, los títulos
escolares son también una forma de discriminación, y de ahí su posible papel compensatorio.
En realidad, hace ya años que las mujeres son algo mayoritarias en la enseñanza secundaria
y bastante mayoritarias en el bachillerato, y parece que por vez primera lo han sido este año en la
enseñanza superior --otra cosa es la distribución por ramas--. Sería ingenuo ignorar la influencia
sobre esta evolución de factores como la orientación inequívoca de los varones y la orientación
equívoca de las mujeres (tanto por parte de ellas y ellos mismos como de sus familias) hacia el
mercado de trabajo --que envía a una porción de ellos hacia la formación profesional y aparca a una
porción de ellas en el bachillerato--, pero también sería ciego no ver por parte de ellas una mayor
adhesión al sistema educativo como palanca para un tránsito difícil al trabajo remunerado y, en
Lo importante aquí es que esta adhesión parece provenir de las alumnas mismas, no de
unas familias que, según se argumenta a menudo, las aparcarían en el bachillerato a la espera de
que les llegara la edad del matrimonio o las enviarían a la Universidad a buscar marido. Puede que
las familias no tengan una visión tan inequívocamente degradante sobre el futuro inmediato de sus
hijas, y sin duda tal visión cambia de un grupo social a otro --y de una familia a otra--, pero parece
constatable por todas partes que dan menos importancia a su educación que a la de sus hijos
varones.
- Profesora L: Entonces, qué te ocurre: que es evidente, hay una cosa que está muy
clara, y sigue siendo una cuestión familiar... casi que social, en todos los sentidos. Si
un padre o una madre se encuentra con que tiene dos hijos, niño y niña, y el chaval
es flojillo y estudia poco y tal y que cual, hace lo imposible porque ese chico haga
algo, y se preocupa y se vuelve loco, y que tal y que cual. Pero esto sucede en todos
los niveles sociales ¿eh?, en todos los niveles sociales. Y como te encuentres con
que la niña va igual o un poquillo más flojo, el papá no está dispuesto a pagar que la
niña repita curso y que tal: "Bueno, pues es igual, cuando llegue a un nivel
determinado esta niña ya no estudia y se ha acabado."
- Moderadora: Entonces, piensas que esa es una causa por la que las niñas se
esfuerzan más.
- Profesora L: Claro, yo lo que creo es que las chicas tienen mucha menos confianza
en que se les van a permitir las cosas.
- Profesora I: Entonces llegamos a lo que hemos dicho antes, que debes ser doble-
mente mejor.
(Profesoras de F.P.)
Dicho de otro modo: mientras los jóvenes varones tienen asegurada la permanencia en la
escuela, al menos hasta el nivel que su familia pueda soportar económicamente y considere
imprescindible socialmente --con vistas a su posterior acceso al mercado de trabajo--, las jóvenes
mujeres se encuentran pronto ante la amenaza de ser sacadas de ella, sea para verse recluídas en
casa, para acudir a un mercado de trabajo que con menos estudios formales las va a discriminar más
intensamente que con más, o para ver pasar el tiempo en estudios no formales.
- Profesor J: No, yo, también..., lo que creo es que aún funcionan los esquemas
tradicionales, si no de una forma tan amplia... en el sentido de que, en casa, pues los
padres están más encima del muchacho, porque se preocupan más de cuál va a ser
su futuro, y menos encima de la chica..., es decir... Entonces, la chica..., es decir, el
padre se emperra en que el chico tiene que estudiar y tiene que hacer el bachillerato
y, en cambio, pues si la chica empieza... (...) bueno, pues no preocupa tanto, es
decir, a la familia no le preocupa tanto que vaya mal la chica en clase como que vaya
el chico. Entonces, yo creo que ellas tienen que hacer uso del esfuerzo, tienen que
demostrar que valen más para mantenerse ahí, porque, si no, pues...
- Profesor J: (...) Tienen que demostrar que valen, porque si no, es más fácil que se
las lleven a trabajar a casa, o a trabajar a no sé qué. (...) (sobre) las chicas no hay
tanta presión familiar (...). Si ha hecho el bachiller, pues qué bien, cuánto ha hecho
ya, ¿no? Yo creo que si realmente les interesa tienen que hacer un sobreesfuerzo.
(Profesores de E.G.B.)
En todos los niveles y ramas analizados encontramos testimonios similares por parte del
profesorado:
- Profesora I: Ah, cuando vienen, pues vienen, pues eso, preocupados, cuando
hablan del chico o de la chica pues tú ves que las preocupaciones son total mente
distintas con los padres de chicos que los padres de chicas. Aunque tengan incluso
hijos e hijas, son distintas las preocupaciones por el chico que por la chica ... Ellos
intentan sacar hombres de provecho y luego, las mujeres, ya se sabe que con que
sean secretarias o estudien idiomas es una cosa... pues no es tan fundamental...
(Profesoras de B.U.P.)
Los alumnos varones pueden considerar esta actitud doble de las familias como una
- Alumno F: ...Llegas a tu casa, cuando has sacado muy malas notas, y te empieza a
llamar... "¡Eres un gamberro, tienes que estudiar más...!" Y a las chicas las empiezan
a compadecer: "Bueno, ya será la próxima vez, tienes que estudiar un poco más..."
- Alumno X: El chico cobra más cuando trae mala nota que las chicas.
(Alumnos de E.G.B.)
Pero se les exige más porque se espera más y se desea más para ellos. La actitud permisiva
de la familia frente a la hija es como la de la escuela frente al alumno difícil: los dejan a su aire
porque no les importa que se queden donde están, bien sea porque estratificar forma parte de su
función --la de la escuela--, bien porque han interiorizado la jerarquía existente entre los géneros --la
familia--. Las alumnas también perciben esto, y explican a partir de ello las diferentes actitudes ante
la escuela:
- Alumna 1: O sea, nosotros vamos a aprender; ellos es como si sólo iban a aprobar.
- Alumna 4: Y no aprueban.
- Alumna 1: Nosotra vamos a aprender.
- Alumna 4: Y aprobamos.
(................)
- Alumna 1: Es como si dijeran: pues yo tengo que venir aquí, terminar C.O.U.,
estudiar una carrera, y punto; y colocarme.
- Alumna 4: Exactamente; y ya está. Pero, ¿por qué?; porque tengo que hacerlo, y
no porque quieran ni nada.
- Alumna 1: En cambio, nosotras (...) Venimos a aprender, a intentar sacarme los
cursos; y luego también nos interesa sacar una carrera y... y a, no sé, a conseguir el
mejor puesto posible; conseguir, no sé, hacer lo que queramos.
- Alumna 1: Sí, que tienes más motivaciones que ellos. Ellos parece que no tienen...,
en clase, ninguna (bueno, menos en gimnasia, que es lo único que parece que les
motiva más; lo demás, nada).
(Alumnas de B.U.P.)
Para ellos, la escuela aparece como un mal inevitable, un paso necesario pero no deseado
hacia un futuro cierto. Para ellas, como una opción que les presenta posibilidades a las que no
Pero esta identificación expresiva no se vive simplemente gratis et amore. Si las alumnas
vinculan menos estrechamente su paso por la escuela al acceso al mercado de trabajo es porque
para ellas representa mucho más que eso; representa la salida de la reclusión doméstica. Ellos
tienen ésta garantizada --ni siquiera se les plantea otra posibilidad, para ser exactos--, y de ahí que
su identificación instrumental con la escuela sea más limitada --la necesitan menos-- pero a la vez
más precisa --está más claro para qué la necesitan y qué puede ofrecerles--. Ellas no pueden estar
seguras de que el paso por la escuela les aporte a cambio lo que se les promete, pero sí de que sin
tal paso no hay siquiera promesas. De hecho, lo que les gustaría es que lo que venga tras la escuela
subordinada a la del hombre --al menos si dejamos de lado la discusión sobre un presunto
matriarcado perdido o, más bien, nunca encontrado--, su evolución no responde al viejo cliché de un
progreso lento pero permanente --desde el "intercambio de mujeres" a lo Levi-Strauss hasta los
discriminación--. En la civilización occidental, es posible que las mujeres hayan conocido su peor
época con el capitalismo. Antes de éste, en la economía de subsistencia --o en sistemas basados
fundamentalmente en ella, como el feudalismo--, su posición era sin duda subordinada, pero carecía
de sentido aplicarles las dicotomías que luego cobrarían fuerza: público/privado, trabajo
del capitalismo, las fronteras entre las funciones del hombre y la mujer en la esfera doméstica podían
ser firmes, incluso formalmente más estrictas, pero no presentaban tal polarización entre lo bueno y
lo malo, lo deseable y lo no deseable. La mujer realizaba diversas tareas fuera del hogar --cultivo de
la tierra, por ejemplo--, y el hombre dentro --su construcción y mantenimiento, pongamos por caso--.
Fue el capitalismo, comercial primero e industrial después, el que estableció una rígida divisoria entre
el trabajo para la satisfacción directa de las propias necesidades y las de la unidad familiar, por un
lado, y el trabajo para el mercado, por otro. Sólo a partir de la fijación de esta divisoria sería posible
asignar estrictamente a hombres y mujeres a ambos lados de la misma --después de haber intentado
explotar sin límites a ambos de un solo lado: primero se explotó masivamente a hombres y mujeres
en el trabajo asalariado, más tarde se dividieron entre ellos las funciones de producción de
mercancías y reproducción de la fuerza de trabajo--. Mientras el desarrollo de la producción para el
sustitución de los bienes y servicios producidos en el hogar por bienes y servicios comprados en el
mercado o suministrados por el Estado iba a estrechar la esfera doméstica --sin por ello disminuír la
carga de trabajo de la mujer--. La sociedad, y con ella el hombre, se agrandaron; el hogar, y con él la
mujer, se achicaron.
de la economía monetaria --y a otras relaciones sociales--, excluyendo a la mujer del trabajo
remunerado o condenándolas a salarios más bajos por el mismo trabajo y a empleos menos
deseables, también lo hicieron al principio a la esfera política, del Estado. Así quedaron inicialmente
excluídas del sufragio universal, de los derechos políticos y de una serie de derechos civiles, sin que
ello impidiera al discurso liberal pretender hablar en nombre de toda la humanidad. Sin embargo, la
más fuerte que la lógica patriarcal de la esfera familiar o la lógica basada en los derechos de la
propiedad de la esfera de la economía de intercambio, y las mujeres han conquistado sus derechos
legales iguales de la misma forma que lo han hecho los no propietarios, las minorías étnicas o los
separada. Su exclusión --una página poco conocida de la historia-- se justificaba precisamente por
ser su destino el hogar, es decir, por no estar llamadas a tomar parte en las dos esferas que hacían
específica educación estaba estrictamente enfocada a las funciones domésticas que se les suponían
connaturales.
histórica, tuvo, como la escolarización universal, un doble sentido: por un lado, respondía a un anhelo
de igualdad ampliamente sentido y superponía la lógica universalista del Estado --oferente de parte
de la educación a través de las escuelas públicas y organizador de toda ella a través de las leyes-- a
la patriarcal; por otro, aspiraba a legitimar las desigualdades existentes en una sociedad
Tanto frente a las desigualdades de clase como frente a las de género, la escolarización universal,
en general fue a la vez una combinación de éxito y fracaso, pero las combinacio nes de ambos
medidas para asegurar unas condiciones formalmente iguales (unificación de la enseñanza primaria,
sistemas de becas, etc.) han contribuído --claro está que junto con otras medidas como la
universalización del sufragio, las libertades políticas, el Estado del bienestar, etc.-- a mitigar los
medida suficiente para mantener su credibilidad--. A cambio de este conjunto de medidas, las
organizaciones obreras aceptaron las reglas del juego democrático parlamentario y la inviolabilidad
de la propiedad privada del capital. La universalización y las sucesivas reformas de la escuela han
derechos para los varones sin hacerlo al mismo tiempo para las mujeres. ¿Cómo, por ejemplo, se iba
a ofrecer educación a los hijos del obrero mientras se les negaba a las hijas del burgués --que, al fin
y al cabo, también tenía su corazoncito? Por otra parte, todos eran igualmente merecedores de ser
incorporados a un proceso de socialización que les indujera a aceptar las excelencias del orden
existente; si las mujeres iban a tener los mismos o parecidos derechos formales en las esferas
Sin embargo, las características que convertían a la escuela en una institución idónea para
disfrazar las desigualdades sociales de clase como diferencias escolares hacían de ella un
mecanismo inadecuado para lograr lo mismo con las desigualdades sociales de género. Frente a los
trabajadores y frente a las mujeres, la escuela presenta la característica común de excluír su mundo,
su experiencia y sus valores, imponiendo los de los varones de clase media y alta. Coloca a ambos
grupos frente a sí --ante la escuela--, por consiguiente, en una posición de desventaja y en una
relación de oposición. Pero la mayor parte de los mecanismos que excluyen del éxito escolar a los
niños y jóvenes --de ambos sexos-- de las clases populares, o que se lo ponen enormemente difícil,
no actúan igualmente sobre las mujeres por el hecho de serlo. La mayor parte de estos factores
están asociados a un origen familiar compartido por ambos sexos. El proceso osmótico por el que se
adquieren en lenguaje culto, el capital cultural oportuno, las motivaciones adecuadas, etc., en el seno
de la familia funciona por igual, o con pequeñas diferencias, para toda su descendencia cualquiera
que sea su sexo. Esto no quiere decir que no exista diferencia alguna en el modo en que una misma
familia socializa a sus descendientes según sean varones o mujeres, que no trate de inculcarles
valores distintos o que no recompense diferentes aptitudes. Quiere decir, simplemente, que las
diferencias que se dan en la educación familiar de ambos sexos dentro de una misma familia son
menos relevantes en relación a la escuela que las que se dan para niños o jóvenes de un mismo
sexo --sea cual sea éste-- entre familias de distintas clases sociales.
Es por ello que la escuela puede seguir sirviendo adecuadamente a la reproducción de las
diferencias de clase --entre los varones de distintas clases sociales, entre las mujeres de distintas
clases sociales y entre los agregados de clase al margen de las distinciones de sexo--, pero no en la
misma medida a la reproducción de las diferencias de género. En otras palabras, cualquier mujer
puede comprobar hoy, en la escuela, que es capaz de obtener el mismo o mayor éxito que su
hermano varón y, en general, que sus compañeros varones de la misma edad y la misma clase
profesional --prolongar más o menos los estudios, elegir tal o cual especialidad o carrera--, no lo
hacen gracias a las diferencias de rendimiento --la traducción de las diferencias sociales en
diferencias escolares--, sino a pesar de un rendimiento igual o superior por parte de las mujeres. En
este sentido, la escuela ha sido capaz de dotar de una nueva legitimidad a las diferencias sociales de
clase, pero ha hecho perder buena parte de la que les pudiera quedar a las diferencias sociales de
género.
Por último, tanto entre los trabajadores como entre las mujeres, la escuela ha contribuído a
elevar las expectativas ocupacionales individuales. En el caso de los trabajadores --una vez más, de
ambos sex--, para los cuales la desigualdad educativa no ha decrecido sino que se ha ido
trasladando hacia niveles superiores del sistema educativo --la diferencia entre ir o no ir a la escuela
ha sido sucesivamente sustituída por la diferencia entre pasar o no de la primaria, acceder a una u
otra rama del primer ciclo secundario, acceder o no a la universidad, etc.--, la elevación de las
es tan pobre en términos educativos con un título de enseñanza secundaria (diez u once cursos
efectivos de escolaridad) como se era hace cuarenta años con el de enseñanza primaria (entonces
cuatro cursos), pero la conciencia popular se resiste lógicamente a aceptar la devaluación de los
modificación de la estructura del empleo (una mayor proporción de empleos a la medida de las
nuevas cualificaciones) ni en la evolución interna de los empleos existentes (una mayor complejidad
sucesión, acceden a niveles que para las clases sociales privilegiadas son ya solamente la primera
parte del camino, pero las mujeres acceden a los mismos niveles que los varones de su clase. (No
obstante, tanto para los trabajadores como para las mujeres se da el mismo efecto de sustitución:
acceden a las especialidades y carreras de las que ya desertan, respectivamente, las clases
consistido en gran medida en el acceso de las mujeres de las clases medias y alta a un nivel antes
monopolizado por sus compañeros de clase varones. Si tenemos en cuenta que son las diferencias
en el nivel de educación, más que en el tipo de educación, las que legitiman las desigualdades
existentes (aunque ambas las producen por igual), se comprenderá que, mientras las desigualdes
sociales generales entre las clases obtienen todavía altas dosis de legitimidad de sus desigualdades
educativas en una escuela sedicentemente meritocrática, las desigualdades sociales generales entre
los géneros no consigan otro tanto a partir de unas desigualdades educativas entre ellos práctica-
por otro la cercena a través de la constitución de una experiencia igualitaria para ambos sexos, la
elevación de las expectativas de las niñas y jóvenes y la puesta en cuestión de su legitimidad --la de
reconocer lo primero es esencial en orden a imaginar, diseñar y poner en práctica las acciones y
medidas necesarias para eliminar el sexismo de la escuela y contribuír desde ella a hacer lo mismo
en la sociedad. Pero comprender y reconocer lo segundo no lo es menos, por una parte, para
explicar la actitud de adhesión de las niñas y jóvenes mujeres ante la escuela sin caer de rebote en
y, por otra, para entablar un diálogo no descalificatorio, sino equilibrado y justo, con el principal
agente de la institución, el profesorado, que es también el que tiene en sus manos la mejor
posibilidad de cambiarla.
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