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Studio Ghibli
Incluso la violencia tiene sus propios códigos. “Hay una ética del
guerrero, un esquema protocolar de relación con el enemigo, y eso viene de la
ideología samurái”. También a través de la estética se pueden rastrear
tradiciones budistas. Lira ha estudiado las posturas de los personajes guerreros
en el animé y las relaciona con la escultura budista que llegó de la India a
Japón, en donde fue adaptada a la madera a través de una técnica de
ensamblaje. “La expresión de las esculturas de guerreros del animé como
Gokú. Hay ahí un antecedente histórico que de la escultura pasa al manga y de
ahí al animé”. Todos elementos que la distinguen de la tradición de animación
occidental, y la hacen especialmente atractiva para el público juvenil.
Adrián Buzetti, otaku y profesor de filosofía añade otro elemento de
gancho: los monólogos introspectivos de los personajes. “Una caída puede
tardar cinco minutos o llevar un capítulo entero, mientras se escucha en off al
personaje reflexionando”, explica Buzetti. En Los Supercampeones (serie
dirigida por Tetsuro Amino, 1992) el delantero puede correr eternamente sin
llegar al arco contrario. Lo que importa son sus introspecciones: “esto atrae
porque son personajes que provocan identificación. Es más fácil que eso
suceda con alguien que comparte contigo su interioridad que con un personaje
que es solo acción”, acota Buzetti.
Tal como el manga, el animé no restringe el formato de dibujo al público
infantil. Desde sus comienzos la industria japonesa produjo series y películas
para distintos públicos, independiente de su edad, creando géneros y
subgéneros con temáticas más o menos polémicas o aptas para menores. De
esta manera es posible tener otakus de por vida, y que nunca se esté lo
demasiado grande para ver animé.