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‘Madurez del orden neocolonial En 1880 —afios més, afios menos— el avance en casi toda Hispanoamérica de una economfa primatia y exportadora significa la sustitucién finalmente consu- mada del pacto colonial impuesto por las metropolis ibérices por uno nuevo. A partir de entonces se va a continuar la marcha por el camino ya decididamente to- mado. El crecimiento serd atin més répido que antes, pero estard acompaiiado de crisis de’ intensidad creciente: desde las primeras etapas de su afirmacién, el orden neo- colonial parece revelar a través de ellas los limites de sus logros; si no puede decirse que nace viejo —por el contratio, el vigor de su avance no tiene par en cl pasado latinoamericano— nace por lo menos con los signos ya visibles de un agotamiento que Iegaré muy pronto. Este avance por explosiones, que no siempre Jlogran dejar otra huella permanente en Ia tierra por ellas tocada que una devastacién comparable a la de una ca. téstrofe natural, debe, sin duda, en parte —pero sélo en parte— sus turbulencias a Ia vinculacién creciente 280 Madurez del orden neocolonial 281 con unés metrépolis que viven ellas mismas una coyun- tura econémica més sacudi AI mismo tiempo, que se afirma, el nuevo pacto co- Jonial comienza a modificarse en favor de las metropolis. ‘La distribucién de tareas entre ellas y las clases ‘altas lo- cales, (que habia comenzado por asignar a estas tltimas en casi todos los casos Ja producci6n primaria y a las primeras Ia comercializacién) aun alli donde se mantiene adquiere un sentido nuevo gracias a Ja orgenizacién cada ‘vez menos libre de los mezcados, facilitada por Ins trans- formaciones técnicas pero vinculada sobre todo con la de las estructuras financieras. Pero esa misma distri- bucién de tareas no siempre se mantiene: algunas acti- vidades primarias (sobre todo la minerfa) que exigen desde el comienzo aportes considerables de capital, pa- san precozmente bajo el dominio de les economfas’ me- tropolitanas. La misma complejidad creciente de las ac- tividades vinculadas con transporte y comercializacién multiplica Ia presencia de esa economia en el érea Ja- tinoamericana: no,,s6lo los ferrocarriles, también fri- gorificos, silos de cereales © ingenios de azicar pasan a set, en, medida variable segén las regiones, enclaves de la economia metropolitana en tierras marginales; én particular son las metrépolis de presencia més re- ciente las que se lanzan més agresivamente a la con- quista de las economfas dependientes, que culmina en la de la tierra: en ciertas dreas, ya hacia 1910, la alianza entre inteteses metropolitanos y clases altas locales’ ha sido reemplazada por una hegemonia no compartida de los primeros: es el caso de Guatemala, donde capitalis- tas alemanes se han apoderado ya del comercio del café y han conquistado las mejores tietras productoras, es “todavia més catacterizadamente— el de Cuba, pri- mero espafiola y luego independiente, y en ambas eta- pas abierta a la conquista de Ja tierra azucarera, por compafifas norteamericanas; comienza a ser el de Puer- to Rico, el de Haiti y Santo Domingo, el de las tierras bajas de América Central, donde va a erigirse el imperio del banano, gobernado desde Boston... 282 Capfrulo 5 Estos ejemplos, sin-duda extremos, revelan, sin em- bargo, una tendencia més general: el debilitamiento de las clases altas terratenientes, pese a sus apoyos en es- tructuras politicas, comerciales y financieras locales, fren- te a los emisarios de las economias metropolitanas. Ese debilitamiento va acompafiado de otro proceso, de inten- sidad variable segiin las regiones, por el cual las clases altas ven surgit a su lado clases’ medias —predominan- temente urbanas— cada vez mds exigentes, y en algunas zonas aun més limitadas deben enfrentar también las exigencias de sectores de trabajadores incorporados a formas de actividad econémica modernizadas. Este tl- timo proceso —que se da sobre todo alli donde Ia eco- nomia local es més vigorosay, por tanto, Ins clases al- tas se defienden mejor contra las presiones metropoli- tanas— tiene su correlato politico.en un comienzo de democratizacién: mientras en México ésta se da revo- lucionariamente, en Argentina, Uruguay y Chile se ma- nifiesta a través del acceso al poder. de nuevos sectores mediante el sufragio universal. Esta democratizacién se da dentro del marco del ot- den neocolonial, y las tendencias que lleva al triunfo no se oponen de modo militante a la persistencia de ese ‘orden; acaso por eso mismo las experiencias democréi cas son tan afectadas como las oligérquicas por Ia crisis de 1930, que revela bruscamente el agotamiento del nuevo pacto colonial. No son sélo los signos anunciadores de ese agota- miento los que dan a la etapa de expansién febril en examen sus demasiado brutales altibajos: influye tam- bién el hecho de que América Latina pasa cada vez mas decididamente, de ser zona reservada a la influencia bri- ténica, a constituirse en teatro de la lucha entre influen- cias viejas y nuevas, que con estilos propios intentan repetir la conquista econdmica con tanto éxito leveda adelante por Inglaterra luego de 1810. Esa lucha se da sobre una Latinoamérica que ha agregado a su depen. dencia mercantil una cada vez més estricta dependencia financiera; que debido a ello se va a colocar reiterada- Madurez del orden neocolonial 283 mente’ en conflicto desigual con sus poderosos acreedo- res; como,en Egipto, el vinculo financiero servird de punto de partida para un esbozo de dependencia poli- tica y militar directa, que —tras de ensayos reiterados y frustrados de potencias continentales europeas, a las que se une a comienzos del siglo xx In babitualmente cau- telosa Inglaterra— es finalmente retomado por los Esta- dos Unidos en el érea del Caribe, donde pasa a ejercer durante largos perfodos funciones que van desde Ia per- cepcién de impuestos aduaneros y la proteccién militar del orden interno hasta el ejercicio liso y ano del go- bierno de estados que, sin embargo, retienen nominal- mente su independencia. El trdnsito del_intervencionismo_europeo a la tutela norteamericana_serevela enel_conflicto venezolano; pa- rece, por tanto, necesario examinar ese conflicto con cierto detalle. A principios del siglo xx, el Estado y los perticulares venezolanos son deudores insolventes de po- derosos acréedores ingleses y alemanes. Como medio si- plo antes-Tnglaterta } iandié one Rio de la Plata abo. ra los dos grandes imperios rivales buscan atenuar sus tensiones mediante una accién conjunta contra sus inermes deudores sudamericanos; Italia_s Ja alianza, y una fuei tripartita_Blo. 2 fos_pustas_ venczolano ae presidente nortesmericano Teodoro Roosevelt habia dado su aprobacign anticipada a Ia iniciativa, necesaria a su juicio para devolver alguna seriedad a los responsables de las finanzas sudameri nas. Pero la opinién publica latinoamericana vio con alarma ¢ indignacién el retorno a los usos internaciona- les de hacia medio siglo; el agresivo nacionalismo do- minante en Estados Unidos no veia, por su parte, sin preocupacién la reaparicién de las potencias europeas en un rea que se habla acostumbrado a considerar suya: Expresin de ambas reacciones fue, por una 2 Soating Diago, on Ta que el cancion agenine ede maba que el uso de la fuerza militar era inaplicable a 284 Capitulo 5 las relaciones entre deudores y acreedores, aun cuando éstos 0 aquéllos fuesen estados, y e|_lamado corolatio Roosevelt la docttina Monroe, 2 ayes aco ee (fe sgetng Mento actitud de fijar por pro- nunciamientos unilaterales las bases del orden interna- ional ameticano) sostenia que en caso de que la escasa voluntad de ordenar sus finanzas hiciese a un estado latinoamericano deudor crénico, correspondia a los Es- tados Unidos, y sdlo a ellos, persuadirlo mediante el uso de la fuerza a adoptar las reformas necesatias, ast fuese en beneficio de acreedores europeos y no estadouni- denses. De. este modo Estados Unidos asumia el papel de gendarme al servicio de las relaciones financieras estable- cidas en Ia etapa de madurez del neocolonialismo; los ‘hechos iban a demostrar con cudnta seriedad estaba dis- puesto a encarar sus nuevos deberes en los treinta afios que iban a seguir. No era esa, sin embargo, Ia tinica inno- vaci6n en Ias relaciones de Latinoamérica con su cada vez mds poderoso vecino, ni la tinica causa de las inter- venciones de éste. Sélo muy pocas veces éstas apare- ieton inspiradas en ef deseo de devolver a pricticas po- Iiticas mds sanas a algunas naciones hispanoamericanas; estas intervenciones algo erriticas, apoyadas en una suer- te de puritanismo polftico desmentido en otros casos, solfan ser recibidas con una meacla de indignacién e in: credulidad en Latinoamérica, y —como en el caso de Ta actuaci6n contra el mexicano Huerta, dispuesta por Wilson en 1914— tenfan-a menudo la consecuencia de comprometer Ia causa que se proponfan apoyar. Esta forma de justificar la intervencién solia ser inter- pretada al sur del rfo Grande como pura hipocresia; con ello los latinoamericanos demostraban entender muy mal Jas tendencias dominantes en la nueva potencia hegemé- nica, ignotando —en el horror yankee por el estilo dema- siado autoindulgente practicado por los sectores dirigentes Iatinoamericanos ‘en politica y finanzas— un eco del ho- rot pot el viejo Adén al que la revolucién puritana no ha matado del todo en ellos mismos. Este contrapunto sutil ‘Madurez del orden neocolonial 285 de dos tradiciones culturales, que permite hoy a Richard Morse descubrir, tras de Ia oposicién entre la tradicién de Locke, Smith y Bentham y la més revolucionaria de ‘Marx, la huella de una oposicién més vieja entre Calvino y santo Tomés, escapaba por completo a la comprensién de los latinoamericanos. Estos, en cambio, parecian ad- vertic con cruel claridad que esas imperiosas exigencias de pureza politica sélo eran levadas adelante -sin des- fallecimientos cuando servian de justificativo para la conquista de muy concretas ventajas para intereses nor- teamericanos, y aun que en otros casos esos intereses se imponian_utilizando procedimientos que aun los menos estrictos latinoamericanos encontraban chocantes. En todo caso, esa supuesta hipocresia estadounidense era el modo.con que los latincamericanos percibfan cier- tos rasgos de la nueva potencia dominante que iban a hacer patticulatmente pesada su hegemonia: en el pasa- do, frente a las fallidas cruzadas por Ia libertad o por la tradicién catélico-autoritaria emprendidas por Francia, la més exitosa Inglaterra, habfa prescindido de dar a su hegemonfa cualquier sentido militante; sin duda, ello no nacia de respeto alguno por las peculiaridades hispano- ameticanas, sino de que aun Gran Bretafia no habia iden- tificado su funcién imperial con la de suplir las caren- cias de los lesser breeds without the Law, entre los que inclufa, sin duda, a los latinoamericanos. En todo caso, una consecuencia benéfica de esa despectiva indiferencia era que las comarcas sometidas al predominio briténico no sufrian en general més inconvenientes que los des- tinados a asegurar ventajas concretas a los intereses do- minantes, y se ahorraban la necesidad de escuchar res- petuosamente las exhortaciones y reprimendas que, en cambio, iba a prodigarles la nueva metrépoli en ascenso. Serfa peligroso, sin embargo, buscar a esa diferencia entre la vieja y la nueva mettSpoli causas exclusivamen- te histdtico-culturales. Ella se da en medio de una acen- tuacién de la dependencia latinoamericana que se vincu- a con transformaciones muy precisas de a estructura econémico-financiera mundial. En este marco, Ia voca- 286 Capitulo 5 cién pedagégica estadounidense se transforma en un me- canismo més de dominacién; se identifica con el esfuerz0 por imponer una imagen de la. relacién entre los Es tados Unidos y su drea de influencia americana que ——cla. borada por Ia metrépoli— refleja sin duda sus tradiciones ideolégicas, pero a la vez tiene como feliz consecuencia préctica que —una vez aceptada en el érea dominada— Ja ruptura del vinculo de dominacién se hace impem sable, Este interés (aparte de otras ambiciones atin més vas- tas) explica Ia tenacidad con que los Estados Unidos terminaron por retomar Iuego de algunas intermitencies Ja institucionalizacién de sus relaciones con Latinoamé- rica, que culminarfa en la segunda postguerta en la formacién de la Organizacién de Estados Ameticanos con carécter de pacto regional en el marco de las Ne. ciones Unidas. La gradualidad del avance, la vaguedad de los primeros compromisos asumidos por los ‘miem= bros del naciente sistema interamericano explican en parte que hayan colaborado en su creacién asi fuese con constantes reservas— paises que estaban atin le. jos de suftir el predominio norteamericano y ‘mante. nian frente a sus avances una-hostilidad no disimulada, Por otra parte —hasta la segunda guerra mundial_— ed Progreso de Ia organizacién interamericane, que no era atin puesta al servicio de Ia politica estadounidense frente al Viejo Mundo, parecia ofrecer acaso una alternativa a Ins formas mas directas de expansiGn norteamericana; ef establecimiento de un més estricto orden internacienal americano parecfa, en efecto, incompatible con las agre- siones abiertas que no escasearon en esas décadas, Parecia confirmar esa impresién el hecho de que (Iuego de las Primeras tentativas orientadas a lograr Ia incorporacién econémica de Latinoamérica al area norteamericana) los Progresos de Ja idea_panamericana entre los ditigentes de Ia politica de los Estados Unidos se hacian més ripi. dos precisamente cuando las tentativas de tutela directa eran momenténeamente abandonadas. Estas ventajas in: mediatas explicaban los avances de un sistema interna, Madurez del orden neocolonial 287 cional que desfiguraba meticulosamente las relaciones efectivas de poder: suponia, en efecto, la igualdad de todos los estados que lo integraban y, por afiadidura, la indefectible coincidencia de sus intereses. El movimiento panamericano en sus primeras etapas cocupa frecuentemente lugar muy marginal en la efectiva politica latinoamericana de los Estados Unidos. Esta se desarrolla bajo la doble inspiracién de las necesidades es- tratégicas y el del acrecido porencial econémico estado- unidense que, decisiva en el Janzamiento del movimien- to panameticano pasa en éste bien pronto a segundo plano. El movimiento difundido en los Estados Uni- dos en pleno triunfo de Ja politica proteccionista con que se identifica el partido republicano, tiene por pri- mer inspirador a Blaine: en ese fin de siglo el proyec- to de unificacién aduanera de Jas Américas y el de fertocarril panamericano tenia un decidido aire de épo- ca; eran la réplica, en el clima de afirmacién de los imperialismos, de proyectos como el BerlinBagdad y el Cairo-Capetown. Pero por varias razones se revela- ba menos capaz que esos modelos de arraigar en la rea- lidad: el ascendiente de la economia norteamericana se daba ain en zonas restringidas de Latinoamérica; en éstas (y aun més decididamente en las restantes) el influjo de las nuevas y viejas metrdpolis econémicas europeas era demasiado grande para que fuese fécil ba- rretlo en beneficio de un indisputado predominio estado- tunidense; por otra parte, la posicién de las naciones latino- americanas en el ordenamiento juridico internacional se habla fijado en la etapa anterior bajo el signo de Ia tanto menos exigente hegemon{a mercantil briténica; por muchas que fuesen las insuficiencias politicas y fi- nancieras de més de uno de Ios nuevos estados, su plena soberania internacional era formalmente ineliminables en este sentido Latinoamérica se prestaba menos que las zonas en colonizacién del Viejo Mundo para empre- sas_de abierta conquista. El proyecto panamericano iba a encontrar una resis: tencia abierta y eficaz capitaneada por la Argentina, cuya 288 Capitulo 5 expansién, extremadamente répida, se acompafiaba de un estrechamiento de la dependencia comercial y sobre todo financiera de Gran Bretafia. En la conferencia paname- ticana de Washington, en 1889-90, un miembro de la delegacién argentina, Rogue Siem Peia, opuso a la férmula estadounidense de_Am ia_los_americanos, de: Améri waa la Tan Re Bae Toe amerean lad, que reflejaba a Ta vez la decisién de algunos paises de mantener sus vinculos desiguales con metrdpolis europeas y la de los sectores que dentro de otros se oponian al avance ya amenazante de la hegemonia norteamericana, De todos modos, aun Argentina iba a participar en Ja creacién de la Oficina Internacional de las Repiblicas Americanas, una institu- cién que, primero destinada a recoger informacién econé- mica, fue adquiriendo gravitacién creciente a lo latgo de las sucesivas reuniones panamericanas: en México (1901- 1902) el organismo recibié un cuerpo de gobierno in- tegtado por todos los embajadores latinoamericanos en Washington y presidido por el Secretario de Estado de los Estados Unidos; en 1910, en Buenos Aires, esa Oficina Internacional de las Reptiblicas Americanas se transformé en Unién Panamericana, Sin embargo, las tendencias a crear un ordenamiento regional se debili- taron progresivamente en América Latina: la busqueda devun sistema de normas internacionales capaz de limi- tar, por lo menos en sus aspectos politicos, las tenden- cias expansivas de los Estados Unidos se otientaba cada vez mds hacia los organismos mundiales en embrién, en especial el tribunal internacional de La Haya; junto a ellos se esperaba contar con Ia influencia equilibradora de las grandes potencias europeas. La disgregacién del concierto europeo, anticipada desde 1911 y producida en 1914, tendié a debilitar esta orientacién; aun quie- ‘nes mantenfan reservas frente a la hegemonfa norteame- ricana redescubrian ahora la importancia de tender una barrera entre Latinoamérica y los conflictos europeos; agotada la eficacia (por otta parte muy variable)“que en este aspecto habia tenido el poder naval briténico, no Parecia imposible remplazarlo con una organizacién te. Madurez del orden neocolonial 289 gional interamericana apoyada en el poderfo de los Es- tados Unidos. La tentativa de construitla dominé Ia reunién de San- tiago de Chile (1923); Uruguay (que en el Sur del con- tinente habia mantenido posiciones excepcionalmente loestadounidenses) propicié Io que amaba Ia inter- nacionalizacién de Ia doctrina de Monroe; los. Estados Unidos, vueltos al aislacionismo, se rehusaron a-a Ta propuesta garantia multilateral de la indepei integridad de todos Jos estados ameticanos, dir en el proyecto no s6lo contra amenazas extracontinen- tales. Con ello confirmaban los temores que su politica americana hac{a surgit; en 1928, en Ja conferencia de La Habana, ésta despertaba resistencias muy vivas refe- ridas tanto al «derecho de intervencién» reivindicado por los Estados Unidos en las naciones latinoamericanas, cuanto al proteccionismo aduanero norteamericano, que gravitaba duramente sobre slgunas economfas. latino- americanas. Esas resistencias, vivaces y desorganizades, no tuvieron consecuencias, salvo en la medida en que hicieron evidente al gobietno de los Estados Unidos la necesidad de presentar su politica Iatinoamericana de perspectivas menos irritantes para sus interlocutores. Aun en 1928 se conservaba la tendencia norteamericana a limitar ef marco en el cual debfa moverse la Unién Panamericana, mientras eran frecuentes entre los latino- americanos las velcidades de transformatla en punto de partida de un orden regional que remplazara en las re- laciones de los Estados Unidos con Latinoamérica a las iniciativas unilaterales de la gran potencia del Norte. Esa tendencia sélo iba a invertitse més adelante, cuan- do a las consecuencias de las olas de inversiones nor- teamericanas de [a década del 20 se sumaran las de la crisis mundial de la década siguiente para dejar en pie s6lo ruinas aisladas del anterior orden econémico cen- trado en Europa y aumentar Ie dependencia latinoame- ricana respecto de Estados Unidos; cuando étos —en medio de las tensiones que Hevarian a la segunda guerra mundial— creyesen oportuno agregar a su propia gra- Halperin, 19 250 Capitulo 5 vitacién internacional Ja del sistema interamericano, vo- cero de un entero continente. Sélo entonces ese sistema volverfa a ser, como cuando Blaine lo proyectd, uno de los instrumentos esenciales de Ia politica latinoameri- cana de los Estados Unidos. Hasta entonces esa politica habia preferido cauces més directos que el que podia proporcionar él organismo in- teramericano, Ella tenia —se ha dicho ya— a la vez rafces estratégicas y econémicas, La estrategia impulsaba a expansi6n en el érea del Caribe y América Central, que desde mediados del siglo x1x estaba atravesada por una de las Iineas ms importantes de comunicacién in- terna de los Estados Unidos. La expansién politica tuvo su comienzo en Ia guerra hispanoamericana en que des- embocé en 1898 Ja segunda guerra de independencia de Cuba, comenzada en 1895. Su increfblemente facil vic- toria no sédlo alenté a los Estados Unidos a nuevas aven- turas; les dejé un conjunto de posesiones ultramatinas y les'permitié adquirir una experiencia nueva en la ad- ministracién de tierras antes espafolas. mezclados por la opinién hispanoamericana, en la cual a causa de la independencia cubana tenia amplia popu- latidad. El paso siguiente —Ia creacién de Panamé sobre el tetritorio istmico perteneciente 2 Colombia— causé més inmediata alarma, En el istmo existfa, desde me- diados del siglo xrx, un ferrocarril de propiedad norte- americana, cuya prosperidad, vinculada con la del oeste de los Estados Unidos, habia disminuido desde que se completé el sistema ferroviario metropolitano, vinculan- do Ia costa atlintica y In del Pacifico. Algo més tardia- mente Ferdinand de Lesseps plane6 construir, con au- torizacién colombiana, un canal interocednico paralelo a la Iinea ferroviaria; entre 1878 y 1889 Ilevd adelante obras que resultaron més costosas de lo esperado; en esa ultima fecha su compafifa cay en medio de un es- cdndalo politico-financiero que para muchos de los ad- Madurez del orden neocclonial 291 versatios del régimen anunciaba el fin de la tercera repiblica francesa. Los restos de maquinarias y excava- ciones, junto con Ja concesién colombiana, eran lo tinico que los acreedores de Lesseps lograton salvar del desas- tre; se constituyeron en Nueva Compafiia del Canal de Panamé con la esperanza de vender todo eso a precio alto. Luego de Ia guetta con Espafia, Estados Unidos se mostré: dispuesto a, comprar; en 1903 un tratado con Colombia consagtaba el acuerdo previamente logrado con Ia Nueva Compafifa y entregaba en arriendo a la po- tencia que construiria el canal una franja territorial de diez millas de ancho de océano a océano. ELcongreso sglombiano se_negd a ratificar el tratada; el 3 de no- viembre un_alzamiento ditigido por agentes locales de Ja Nueva Compafifa proclamaba Ia repiblica indepen- diente de Panamé, el 6 los Estados Unidos reconocian esa independencia, y el 18 Hay firmaba con Bunau Va- tila, que habia pasado de_ingenicro-efe de Ta ties mpafifa a agente panamefio en Washington, un acuer- ae GRE Tepes ch Ts excncil el Techezado por el parla. mento colombiano. A cambio de la concesién perpetua de una zona de diez millas entre Ia capital de la nacién y su principal puetto atléntico, Estados Unidos concedia 4 Panamé un subsidio am antizaba_su indepen- dencia (esta funcién la venia cumpliendo ya, por otra arte, con intenso celo: desde el comienzo del alzamien- to panamefio, buques de guerra norteamericanos habjan protegido a éste de cualquier eventual exvedicién co- lombiana). La creacién en Panama de un estado protegido pro- vod reacciones ineficaces, pero muy amplias, en toda Latinoamérica; aun en Estados Unidos no fueron pocos quienes dudaban de Ia prudencia de una politica que sactificaba a ventajas inmediatas, sin duda importantes, el respeto formal a las normas de convivencia interna. clonal, sidente Teodoro Roosevelt parecia, por el contrario, hallar en Ta brutal sinceridad de su politica su mérito principal: fue él quien —de acuerdo con el Capitulo 5 22: sto Ja de madurez de Jos conflictos im- Se garmote (big sick) para imponer Ja dscplina a as ve idosas reptiblicas del Sur. De este modo, a la ver que en las organizaciones pan- americanas Estados Unidos contribuia a erigir Ie ficcién de una comunidad de naciones libres e iguales, levaba te una politica que se justificaba por un polémica frente a esa igualdad ficticia. Esa pol contraba sus limites en los del poderio y los intereses notteamericanos: militarmente tenfa su micleo en el Ca- tribe y Centroamérica; el érca de intereses ¢ inversiones norteamericanas, si era slgo més amplia, tenia también allf su centro principal. Esa concentracién en un area atin reducida de Latinoamérica iba a ser justificada igual- mente por T. Roosevelt, una vez ‘abandonada la presi- dencia: sélo en el Caribe y en Centroamérica el desarro- real de las naciones Jatinoamericanas era tan lento gut fits segulan necesitando tuela, Los grandes paises Sur —Brasil, Argentina, Chile— estaban, en cam- bio, en condiciones de ejercer en los hechos su sobe- ranfa, y nada tenfan que temer de los avances norteame- ricanos. Esta justificacién tranquilizadora se dirigia a na- ciones cada vez més conscientes de su importancia acre- cida y de su responsabilidad en el mantenimiento del orden Ietinoamericano: si en el siglo x1x las tensiones entre Brasil y Argentina habian sido muy fuertes, si entre Argentina y Chile Ja guerra estuvo cercana en Ia déada del 80 y de nuevo en 1902, desde comienzos del siglo xx el acercamiento remplazé ‘progresivamente a la hostilidad e iba a llevar a la formacién de una suerte de alianza informal (el grupo llamado, por las iniciales de las naciones integrantes, ABC), que iba a ampliar su esfera de accién en la tentativa de mediacién entre Es- tados Unidos y México, en 1914. Los Estados Unidos, que bajo la direccién de Wilson ‘encaraban de modo nuevo su funcién de tutela sobre sus vecinos del Sur, Madurez del orden neocolonial 293 no recibieron con hostilidad Ia iniciativa de Jos paises australes; Ia primera guetta mundial, sin embargo, al poner en crisis la totalidad del orden internacional en que el ABC queria integrarse, puso fin a la tentativa, que en el clima de la entreguerra, agitado sobre todo por conflictos sociopoliticos dentro de cada nacién lati- Roameticana, menos rico en cambio en tensiones entre las naciones herederas de Espafia y Portugal, cuyas deri- vaciones queria prevenit por su gravitacién. Ja: alianza austral, no hubo de resurgir. Hacia 1914, entonces, la influencia norteameticana ‘se afirmaba sobre todo sobre el érea del Caribe y Centro- américa, Entre la guerra y la: depresién el .avance dela influencia econémica norteamericana iba: a, set muy. r4- pido: los paises del Pacifico serfari to gamados.. por ella; Brasil y aun Uruguay y Argentina iban a suftit también su impacto. El fin dé: lata’ del ferrocairil (mas de una pequefia naciéns lati bria conocido nunca) terra de un instrument nanciera muy valioso; ahora con los triunfos del sin necesidad de inversiofies*é que habjan marcado Te aseguraban. nuevos. 5. inversiones notteamericanas —innec Unidos se beneficiaba insporte auutomotor, que pital comparables a las fR'ied ferroviaria, a dirigitse. go-s6lo hacia industri nima elaboracién orientadas hacia Hitano, sino también hacia otras dit ©, en todo caso, no al estadounidense. Gracias a este proceso iba a crecer también en otros planos la gravi- tacién de los Estados Unidos (muy caracteristicamente en Ia tercera década del siglo xx, mientras la Argentine seguia buscando asesotamiento de expertos en economia en Gran Bretafia, las misiones técnico-financieras norte- americanas eran ya visitantes habituales en los -pafses del Pacifico). Pero esos nuevos avances nose apoyaban en Ia inter- 294 Capitulo 5 vencién politico-militar, que siguié reservada atin en esta etapa al érea en que ya era tradicional. A la vez las mo- dalidades de la expansién norteamericana (que sélo en algunos casos se acompafiaba de la apertura del mercado metropolitano a los productos de las éreas dominadas y tendia a avanzar sobre sectores de actividad econémica que en la etapa anterior habian permanecido reservados ‘a los sectores dominantes locales) crearon una resistencia que. continuaba con temas nuevos la despertada por la intromisién politica tan frecuente, ya en Ja pre-guerra. Frente a los Estados Unidos las viejas naciones hege- ménicas emprenden una cautelosa retirada; la mds im- portante- de todas, Gran Bretafia, no est més dispuesta en su ocaso que en su apogeo.a trocarse en inspiradora de vastos designios politicos con los cuales se identifique su hegemonfa; la habilidad.con que —ahora como an- tes— defiende sus concretos intereses sdlo sitve para ha- cer més lento el ritmo de su descenso. Alemania, una presencia ascendente hasta 1914 —sobre todo en las tierras que boidean el Caribe— no se ha de recuperar hasta 1929 del golpe que para su influjo implica la primera guerra mundial, y luego la derrota. Las redu- cidas inversiones francesas colocan a este pafs, aspirante en su momento a la tutela de vastas zonas latinoame- ricanas, en un itremisible segundo plano. Otte otden de influencias externas, mejor arraiga- das en la realidad latinoamericana, son evocadas contra el avance norteamericano. Frente a él, la conciencia de la originalidad hispénica y catdlica de Latinoamérica se hace mds viva: con notable ignorancia de la realidad de las cosas, ya a comienzos del siglo xx Rubén Dario, abandonando ocasionalmente su tarea de modernizador del Ienguaje y la poesfa hispénica para investir la repre- sentacién de la entera Latinoamérica, habfa invocado desafiantemente frente a la otra América encarnada en Roosevelt una superioridad apoyada en el mantenimiento de Ia fe religiosa; por su parte, el uruguayo José Enrique Rodé habia expresado en términos menos vinculados a la tradicién cristiana una conviccién andloga en su Ariel; Madurez del orden neocolonial 295 frente al puro espiritu aéreo y desinteresado de una Lati- noamérica simbolizada en la figura de Ariel, el materia- lismo de la América inglesa encuentra un’ simbolo en Calibén. Que un poeta de fe tan oscilante e insegura como Dario, que un ensayista admirador de Renan y empapado de cultura francesa como Rodé, invitaran a una peregrinacién a las fuentes hispanocristianas de La- tinoamérica era significative de una tendencia. No era, sin embargo, Ia reaccién frentésa un impetialismo més agtesivo que ¢l inglés la vinica —ni acaso la principal— causa de esa tendencia nueva; sus raices han de buscarse sobre todo en el aumento de las tensiones internas, debi- do al cual las élites que a mediados de! siglo xxx habfan comenzado a verse como innovadoras, sentian perpleji- dades ctecientes frente a las consecuencias de algunas de esas innovaciones. Pero ese retorno afectuoso hacia el pasado espaftol, si est en Ia base de una reconciliacién cada vez, més sincera con la antigua metrépoli, no puede servir de punto de pattida para un slineamiento internacional politicamente eficaz; devuelta por Ia derrota de 1898 a una nocién més justa de sus propias fuerzas, Es- pafia nada quiere menos que utilizar la vaga oleada de benevolencia que se esfuerza por suscitar en las anti- guas colonias para. una aventura antiestadounidense que excede sus posibilidades. Aun asf, el prestigio cre- iente de las tradiciones prerrevolucionarias despoja a la nueva potencia dominante de la posibilidad de ganar sobre la, vida y Ja cultura latinoamericana un influjo comparable al alcanzado en Europa occidental en Ia se- wunda mitad del siglo x1x; al avance cultural norteame- ricano se opondré no sélo una resistencia revolucionaria, sino también una conservadora, defensora en Ios hechos de los Iazos establecidos con ‘otras potencias hegemd- nicas a Jo largo del siglo xtx y en cuanto a ideas y cul- tura adicta al antes menospreciado legado colonial; sélo las brutales opciones que la guerta frfa impone hnego, de Ia segunda guerra mundial transformardn esta opo- sicién conservadora en apoyo fervoroso. 296 Capitulo 5 Aun antes de ello, esa oposicién —orientada contra los aspectos culturales ¢ ideolégicos del avance norte- americano— no enfrenta sino ocasionalmente la penetra- cién econémica que luego de Ja primera guetra mun- dial pasa a ser més importante que Ja politica. Por otra parte —salvo en México, donde la fe tradicional, atacada por los gobiernos revolucionarios, encuentra defensores entre los sectores populares—, las tendencias culturales conservadoras sélo hallan eco significativo entre las éli- tes tradicionales, cuya evolucién, a partir del progresi mo de la segunda mitad del siglo xix, expresan en parte. Se ha sefialado ya cémo esta evolucién esté guiada, antes que por Jas transformaciones de Ja constelacién internacional en que se ubica Latinoamérica, por cambios internos que comienzan a juzgarse inquietantes. La tu- tela que:Jas élites (oligarquias urbanas, aristocracias te- tratenientes, sectores militares a los que éstas han reco- nocido hegemonfa politica) habian mantenido en la etapa primera del orden neocolonial era cada vez més impa- cientemente soportada a medida que ese orden hacia sentir sus consecuencias. De la tiltima década del si- glo xrx es Ja aparicién de un movimiento obrero urbano en México, Buenos Aires, Santiago de Chile; de esa misma década Ja formacién de los primeros movimien- tos politicos que recusan Ia direcci6n de Ia élite tradi- cional (aunque a menudo reclutan en ella sus dirigen- tes); €5 el caso del radicalismo argentino y el partido demécrata peruano; y la mutacién profunda que José Batlle y Ord6fiez introduce en el partido colorado del Uruguay. Esas cortientes que disputan la hegemonia politica a las lites progresistas tienen a veces ellas mis- mas posiciones que estén lejos de ser innovadoras (si el batllismo uruguayo acentia el anticlericalismo e inaugu- ra una polftica social, el partido demécrata peruano y el radical argentino se consideran aliados de hecho de la reaccién catdlica contra el anticlericalismo aristocrético de Ia etapa anterior y no innovan profundamente res- pecto de la politica econémiea y social de’ sus adversa. ‘Madurez del orden neocolonial am rios); sin embargo, su sola presencia es una amenaza para Jos grupos cuyo predominio combaten. Esa presencia, signo de una ampliacién de los secto- res politicamente activos, anuncia otras que sélo legardn tds tarde. Durante esta etapa la movilizacién politica de sectores populares sélo se daré de modo masivo en sxico durante ciertas etapas de la revolucién comen- zada en 1910, En otras partes queda reducida a”secto- res predominantemente urbanos de economia moderni- zada; la consecuencia es que los movimientos politicos ‘que quieren ser expresién de sectores populares cuenta a menudo con una base numéricamente més reducida que los de clase media (y que, por afiadidura, su condi objetiva de voceros de sectores reducidos y rela- smente privilegiados de la clase trabajadora no deja de influir en sus otientaciones, acercindolas a las de esos mis vastos movimientos de sectores sociales intermedios).. Unos y otros —se ha dicho ya— se oponen, antes que al lazo colonial de nuevo estilo que esté en la base del orden latinoamericano, a Ja situacién privilegiada que dentro de ese orden se ha reservado lo que se lama la oligarqufa. La lucha contra esa oligarguia admite mo- ivaciones en cada caso variables, que van desde el tra- dicionalismo catélico hasta posiciones revolucionarias de iracién socialista (sin que sea imposible que coexis- tan unas con otras dentro de una tinica organizacién). Si dejamos de lado esas enunciaciones y examinamos lo realizado por los movimientos antioligérquicos en las ‘ocasiones en que contaron con el poder polftico, vere- mos que su accién es mas coherente que su ideologia: aumentar la gravitacién en el sistema politico de los sec- tores que lo apoyan es su objetivo primero; mejorar medianté esbozos de legislacién social y previsional la situacién de esos sectores, su finalidad complementaria; ‘en los rasgos bésicos de la estructura econémico-social que hallan no introducen, en cambio, modificaciones im- portantes. Esa distancia entre una renovacién ideolégica, a Ia vez muy ambiciosa y muy. imprecisa, y objetivos concretos 298 Capfeulo 5 modestos, pero clatos, se manifiesta en grado extremo en un movimiento que es acaso el més catacteristico de Ja cortiente antioligarquica: el de reforma universitaria, que en la primera postguera se difunde por Latinoamé- rica a partir de la Argentina. El movimiento de reforma confiesa Ia doble inspiracién de la revolucién rusa y la mexicana; esos ejemplos le animan a luchar por una modificacién de los estatutos universitarios que elimine el todo poder de los profesores (reclutados demasiado frecuentemente dentro de cligues. que son, a su vez, parte de los sectotes oligdrquicos) obligindolos a com- partir el gobierno con los estudiantes (provenientes en parte de sectores sociales més modestos, pero sélo ex- cepcionalmente populates). No es extrafio entonces que el alzamiento estudiantil haya contado en la Argentina con el apoyo apenas disimulado del gobierno radical.:. Sin duda, el movimiento de reforma universitaria no agota su eficacia dentro de la Universidad; conduce a una politizacién permanente del cuerpo estudiantil, que —ante la sdlo incipiente movilizacién politica de los see- tores populares— se constituye en més de un pafs en vocero de los que atin permanecen mudos. El movi- miento estudiantil es entonces una escuela politica en la que se han formado muchos futuros lideres revolucio- narios o reformistas latinoamericanos, desde Victor Rail Haya de la Torre hasta Fidel Castro; en ella han hecho también sus primeras experiencias (aunque se complaz- can menos en recordarlo) figuras que en su madurez se iban a ubicar en el centro y la derecha del abanico politico. Pero, sobre todo, la gravitacién politica del movimien- to estudiantil depende de Ia ausencia de movimientos populares masivos; sdlo excepcional y tardfamente (en el caso cubano) Ja. accién de los dirigentes universita- tios desemboca en la formacién de movimientos de este tipo; su continuacién en la politica nacional esté dada por organizaciones politicas de inspiracién ideolégica a menudo més radical que las de la preguerra, pero de séquito politico compatable al de éstas, en que los sec- ‘Madurez del orden neocolonial 299, tores populares siguen gtavitando: menos que las clases medias. En todo caso, el movimiento estudiantil no logra como tal insertarse de modo permanente y eficaz en el juego politico, cada vez més complicado, que se desarrolla en Latinoamérica. En este juego un elemento més tradi- cional recupera, en cambio, gravitacién: es el ejército. Sin duda, més de una de las versiones nacionales del progresismo le habia concedido lugar dirigente; si eso ocurria asf sobre todo en los paises en que la tendencia hiabfa arraigado con mayores dificultades, aun en los que se situaban a la cabeza de ella la influencia militar, aun- que discretamente ejercida, no dejé de conservar portancia. Pero. ahora la existencia de tensiones crecien- tes devolvia al ejército un decisivo papel de érbitro, que no siempre iba a ser ejercido en favor de los sectores cuya hegemonfa heredada era amenazada por la politi- zacién de los sectores medios y 1a més limitada de los populares. De este modo, ya antes de entrar en crisis el orden neocolonial, el proceso de democratizacién politica,. de avance muy desigual en Latinoamérica, aparece ameria- zado por la tivalidad de soluciones revolucionatias y la més seria de otras autoritarias, La fragilidad que la eco- nomfa manifiesta ya durante el febril apogeo del orden neocolonial se traduce también en el plano politico. Al finalizar la etapa un agudisimo observador como André Siegfried renunciarfa a establecer diferencias profundas entre paises de més avanzado desarrollo e institucionés estables y pafses de desarrollo incipiente y despotismo militar. El constitucionalismo liberal no habfa soportado la prueba de la democtatizacién (en Argentina y Chile) © la habla esquivado por demasiado tiempo para que ésta pudiese hacerse atin bajo su signo (en Brasil), En todo caso, aun los pafses que se gloriaban de oftecer excepcién al predominante autoritarismo Jatinoamerica- no iban a mostrar, luego de 1930, un paisaje. polftico tan cargado de ruinas como el de su economia. 300, Capitulo 5 | La crisis de 1930 impone, en efecto, un brusco anti- imax a medio siglo de expansién; pero éste ha estado hecho de ciclos locales, simulténeos 0 sucesivos, que en més de un caso se habian clausurado ya antes de fina- Tizar'la etapa. Estos episodios expansivos se relacionan con el avance de In divisi6n del trabajo intercontinental en cuanto a produccién de alimentos (vinculado, a su ez, con la mejora del nivel de consumo popular en los paises nucleares) que acelera la expansién de la gana- Seria y Ja agricultura templada y de ciertos cultivos tro- picales, Se relacionan, por afididura, con avances in- Bustriales y técnicos (es el caso de la mineria andina del cobre y ef estafio; es también —en un marco més te ducido— el de la expansién del henequén en Yucatin, gque encuentra estimalo en el uso de Ja fibra por les co-- Sechadoras mecénicas de cereales que en los Estados Uni- dos remplazan a la labor humana). Se relacionan, por -iltimo, con la difusién del motor 2 explosién y el trans: porte automotor, que da lugar al efimero ciclo del cau- tho y al desarrollo creciente de Ja explotacién petrolera, §celerado ademas por el remplazo del carbén como fuen- te de energia. te los ciclos agricolas, el del café transforma, « imo tercio del siglo.xrx, las zonas tropicales na altura, desde San Pablo del Brasil hasta. Cor ‘bia, Venezuela, América Central y México, Frente a fe esag tierras nuevas, la dé las zonas fonalmente productoras de Ias Antillas se defiende mal; a principios del siglo xx el Brasil cubre el 70 por 100 de las exportaciones oftecidas en el mercado mun- dial, ellas mismas muy acrecidas. El café brasilefio esté ‘en 1a base de Ja expansién de San Pablo (de la ciudad, vieja ciudad académica y devota, que pasa de 65.000 Habitantes -en 1890 a 350.000 quince afios més tarde, pero también del entero estado). En Brasil el café.avan- ve eonstantemente sobre tierras nuevas, .cuya.fertilidad Ta; Ta zona cafetera es una franja en movimiento, que Bias su paso, tierras semidevastadas; ya en el mo- ‘mento inicial de la expansién paulista, zonas enteras ‘Madurez del orden neocolonial 301 del Estado de Rio de Janeiro Ievan la huella de una prosperidad pasada para siempre, junto con el vigor de Ja tierra que la explotacién cafeteta agota sin piedad. Es ése el precio de una economia agricola que dispone de ferras mis sbondantes auc Jos hombres y los ca: pitales; en el esfuerzo por explotar, brasilefios..deben.. lode __inmigrantes (en su mayoria italiancs) Que, pese'a’ su nmero —casi dos millones Ilegan hasta 1914—, resultan escasos para modos de cultivo que no sigan siendo extensivos. En las tierras hispanoameticanas.del, café Ja_exps eg. menos _dramatica, pero conoce, también menos altiba- Las tierras disponibles son desde el comienzo limi tadas, y no dan lugar —al revés de cuanto ocurria en el Brasil— a una expansién geogréfica cuyas posibilida- des parezcan, por comparacién con los recursos disponi- bles, ilimitadas; por otra parte, los recursos humanos derivados, sea de un crecimiento vegetativo excepcional- mente alto (es el caso de la poblacién mestiza colombiana ‘o salvadorefia), sea’ de las reservas de mano de obra pro- porcionadas por comunidades ind{genas hasta entonces aisladas de una economia de mercado (es el caso de Gua- temala), configuran una oferta de trabajo capaz de ade- cuarse constantemente a las necesidades de una demanda més limitada que la brasilefia, He aquf un rasgo comin a la expansién cafetera his- panoamericana; junto con él no faltardn diferenciaciones locales, vinculadas sobre todo con el. régimen de Ia tie- rra: explotaciones medias a cargo de propietarios en Colombia y més limitadamente en Venezuela y el Salva- dor; grandes haciendas de café en Guatemala y México. Ambos. regimenes.se.diferencian.a.su.vez,.de_la.gran..prp- piedad_dividida en ecwefas-unidade. slotacién.a Cargo, Qt ios, que.reciben,.junto con el ‘salario, una, parte. fos frotes. ques ¢s.,]a, forma dominante. en. Brasil. Pero en situaciones tan. variadas encontramos todavia otro rasgo comin: Ig debilidad, de los productores frente a los, sectores que, intervienen. 302 Capitulo 5 Ja comercializacién, y realizan lucrativas especulaciones utilizando las oscilaciones del precio del café, desde las estacionales hasta las més irregulares y violentas que un mercado en expansién, ‘tanto de la oferta como de la demanda, presenta consaniemente. Los.comercializaorer rea diiccign’ Ios" precio: B caen ver- tiginosamente; en los de consumo. son mejor defendidos gracias a una contencién en las ventas que sdlo la dis- ponibilidad de vastos recursos financieros por los. co- mercializadores hace posible: de este modo, detrés de las grandes empresas de comercializacién y transporte, ss-Je,banca-mettopolitanela_que_recibe una parte ines- adamente alta de Jos lucros cafeteros, Las crisis sc. po dlene lide. 18967 leds 1906, la de"1915-. Alo largo de” ellas, los comercializadores alemanes del café de Guatemala se apoderan del 60 por 100 de las tierras cafeteras, que organizan’en haciendas més productivas que Jas conservadas en manos de terratenientes locales. Sélo_en_ Brasil. éstos_logran, _g _dominio,,del @pargto politico (gracias también a que su mayor expe- riencia politica y administrativa les permite elaborar proyectos sin duda demasiado complejos para la compren- sién de la mayor parte de los plantadores hispanoame- ricanos), creat.un sistema de. defensa.contra.las.amenazas de roduccién; también en él, sin embargo, comer- cializadores y ae obtendrén mayores ventajas que los productotes. HL sistema sdoptado-en-1206, consiste esencialmente en financiar compras destinadas 2 constituir stocks que s6lo gradualmente serén lanzados al mercado; aunque lg er cia _pasa_en 1910, la primera guerra mundial sorprenderé a una parte de esas reservas atin acumulada ‘en Alemania... Si la operacién salva a los productores de un dertambe vertical de precios, ura sab cidn_de esos precios sdlo a nivel bajo; "Tos stocks acumu- lados se venderén, por tanto, con altas ganancias, que irdn a los banqueros que han dado apoyo financiero al sistema (entre los cuales predominan los alemanes; como ‘Madurez del orden neocolonial 303. es ya habitual, las altemativas de la coyuhtura propor cionan el terreno para batallas entre grupos financieros. de las metrépolis rivales). Aun con tales limitaciones, Ja_¢stabilizacié: ¢s_sustancialmente exitosa (y ‘salva, por si eee ctisis de sobreproduccién a las zonas cafeteras de 'His- pancamérica, que gozan de las ventajas derivadas de-la Jimitacién de la oferta brasilefia). Lo es porque esté destinada a salvar una pasajera°crisis coyuntural; mucha més_riesgosa_es_la_ambiciosa_estabilizacién_comenzada 9 1924. Esta, en efecto, intenta eliminar las consecuen- cias de una sobreproducci6n permanente que se. hace cada vex més grave. El Instituto del Café fi 0 Paulo, organiza mpra de la totalidad de la yc- cién_brasilefia; mantiene Tos precios altos sdlo a costa de acumular reservas creclentes, condénadas a: ‘crecer porque esos_mismos precios estimulan Ja expansién de fullivos; por ota parte, lor tivales del Brel aloes Ja limitacién de su oferta para aumenter sus: ventas a un mercado de precios altos. Es la crisis de 1929 la que pone brusco y catastréfico fin a la experiencia, pero-no hace sino imponer fecha precisa a un desenlace de todos modos inevitable. ‘La_experiencia, brasilefia. del. café..es_.en_.més..de_un aspecto un anticipo del futuro: un sector terrateniente se dedica aquf a la organizacién’ del mercado para sus productos, dejando de lado en este punto Ia fe en el liberalismo econémico del que por otra parte no abjura formalmente. Pero esta experiencia esté lejos de ser ti pica; le concentracién_de poder que en_el-Brasil repu- bicang tienen los duetios de las Vettas del Gilé es Every. ; ‘también Jo es su dependencia de un tinico trata (pore! momento no hay alternativa al monocultivo ca- fetero que no implique la ruina por lo menos provisio- nal de esa poderosa clase); no es extraiio que el grupo esté dispuesto a it muy lejos en defensa de una pros- petidad de la que ve depender su_supervivencia. En las tierras templadas del Sur las exportaciones primarias para alimentos tienen un desarrollo algo me- 304 Captealo 5 nos agitado: Ja expansién argentina, la uruguaya, apoya- das en Ja Jana, Ia carne y el cereal, son tan sipidas ‘como Ja del Brasil cafetero; en 1898 las exportaciones at- gentinas se.sitéan al mismo nivel gpe las brasilefias (en torno a los veinticinco millones de libras esterlinas); su crecimiento a partir de los niveles de 1880 es ain més rdpido que el brasilefio, y seguird creciendo de modo sostenido pese a sus altibajos, hasta decuplicar, en 1928, las cifras de treinta afios antes. Este cteci- miento es, en primer término, consecuencia de la ex- ansién del cereal, comenzada en Ia década del 70, pro- seguida en la siguiente, que se hace vertiginosa luego de la ctisis de 1890: en medio de la baja de precios inter- nacionales y frente a la interrupcién de las inversiones extranjeras, Ja Argentina tehacevsuseconomfa ampliando sus tierras de trigo y maiz. Santa Fe y el sur de Gérdoba, tierras a las que Ia falta de comunicaciones habfa con- do a una ganaderfa escasa y pobre, son ahora el teatro de la expansin cerealera, hecha posible gracias al flujo inmigratorio que, sin duda se interrumpe con la crisis pero que ha acumulado en Ja etapa anterior a, una fuerza de trabajo que ya no ‘éhicuentra posibilidades de ocupacién en las ciudades. Los refugiados de Ia crisis “del. pequefio comercio urbano tienen exigencias modes- tas, y se adaptan a un régimen de la tierra en que triun- fa el arrendamiento pata dejar luego paso a t medie- rfa, que avanza hasta 1914 porque el dinero circula poco en esa pampa cerealera de donde provienen buena parte de las exportaciones argentinas. En el sur cordobés, y sobre todo en Santa Fe, los viejos terratenientes comparten el predominio con nue- vos propietarios, en parte de origen inmigratorio, que han conquistado 1a tierra a partir de posiciones domi- nantes.en el comercio local. Estos serén siempre menos poderosos que los que dominan li pampa ganadera de Buenos Aires; por una parte necesitén’ mano de obra més abundante, por otra surgen en una etapa de mer- cados internacionales: més estrictaimente regulados por as empresas comercializadoras;} por ailtimo, sufren las Madurez del orden neocolonial 305 consecuencias de una vinculacién ménos directa con los centros de decisién politica nacional. Ya en la primera década del siglo xx, en efecto, el comercio cerealero es dominado por un oligopolio formado por muy esca- sas organizaciones exportadoras; su predominio se hace sentir muy duramente en las etapas de coyuntura des- favorable (como Ia de 1912), y son al cabo los terra- tenientes quienes deben sacrificar una parte —modesta— de sus lucros para mantener el ritmo. de produccién, accediendo a las demandas de arrendatarios y medieros. Todavia mas marcadamente que en el Brasil cafetero —porque en la Pampa del cereal el sector terrateniente es mis debi ls hegemonia de los Somerciaigdores vinculados 4, las finanzasmetropolitgnadyes el afpecto domitsanve Brie wfinsics eee Esa misma hegemonfa ser4‘alcanzada slo més lenta y menos completamente en la pampa ganadera, cuyo niicleo sdlido se encuentra en Ja provincia de Buenos Aires, firmemente dominada por una clase terrateniente acostumbrada a mantener celosamente sug vinculos ‘con el poder politico nacional (conservador pese al perearice que significé en 1880 la federalizacién de la ciudad que habia sido a la vez capital de Ia nacién y de Ja provin- cia). Desde 1895 el crecimiento de la provincia de Bue- nos Aires se hace més répido que el de Santa Fe; en 1914, la gran provingia ganadera seré también Ia pri- meta productora’ ch cereales de Ja Atgentina; a la vez que Ja expansién del cereal (mediante la difusién del régimen de arrendamiento que no afecta el monopolio de la tietra por los grandes propietarios de Ja etapa de predominio ganadero) se da la transformacién de la ex- plotacién de ganado, inducida por la disminucién de la demanda externa de lana y Ia difusién del frigorifico. La revancha del vacuno, su mestizacién sistemdtica para crear animales cuya carne satisfaga las exigencias del mercado europeo del producto congelado (y a partir de los afios inmediatamente anteriores 2 1910 las atin més estrictas del enfriado) lenan Ja historia ganadera argentina hasta la primera guerra mundi Haiperin, 20 306 Capitulo 5 bios son posibles gracias a inversiones ahora més con- siderables de los sectores terratenientes: el alambrado de los campos, comenzado en rigor en la'década de 1870, Prosigue a ritmo més répido; del mismo modo se acen ta la importacién de reproductores... Pero —como an- tes— las inversiones més importantes cotten a cargo del Estado y del capital extranjero: la red de ferroca. rriles se hace més densa, hasta alcanzar los treinta y tres mil kilémetros en 1914 (habfan sido dos mil quinientos en 1880); se construyen a muy: alto costo el puerto artificial de Buenos Aires y el de La Plata-Ensenada; un sistema de canales hace més utilizable la vasta zona pantanosa del centro de la provincia de Buenos Aires. Sobre todo los frigorificos, salvo algunos de los prime- fos y més pequefios, son propiedad de empresas extran- jeras: las inglesas, primero duefias del campo, compiten desde 1905 con Jas. norteamericanas. La consecuencia es también -aqut una posicién de pre- dominio para transportstas y comercializadores, que son emisarios locales de las economfas metropolitanas; sin embargo, Ia ganaderia senticé s6lo més tatdiamente que la agricultura Ia incidencia negativa de esta situacién: hasta Ja primera guetra mundial Ia competencia entre frigorificos ingleses y americanos garantiza una etapa de altos precios; Ja guerra misma, cteando escasez y dificul- tad’en el. transporte marftimo, fomenta la exportacién ganadera_a la vez que pone en crisis a la’de cereal: los precios de Ja carne suben atin més. Sélo la primera etepa de la’ postguerta enfrenta a amplios sectores ganaderos con ‘las ‘consecuencias de la entrega de Ia comerciali- zacién y él transporte a intereses metropolitanos: los norteamericanos victoriosos dictan su ley al mercado, y log precios bajan... El Uruguay vive, en escala reducida, experiencias and- Aogas.a las argentinas; aquf Ja expansin del cereal es, sip embargo, menos significativa que en la orilla opuesta a Dlate,'y el revorno al vacono igualmente menos mar- "Gado; Pero como en Ia Argentina se da aumento de la ‘produccién, mestizacién y difusién més tardia del fri- Madurez del orden neocolonial 307 gorifico, junto con progresos en el transporte ferrovie- tio; las exportaciones, que alcanzan el nivel de los seis millones de libtas anuales al comenzar el siglo xx, en 1919 serdn de veintisiete millones, con muy neto pre- dominio de los productos ganaderos. Como. en la’ Ar- gentina, una clase terrateniente ante cuyo predominio en las zonas rurales se detiene el proceso de democra- tizacién que vive el Uruguay urbano, se defiende mal de su paulatina mediatizacién por. los duefios. del comer- cio y los transportes. E] Brasil central, la Argentina, el Uruguay cuentan entre-los relatives éxitos. en la tentativa de, moderniza- cién emprendida por: toda Latinoamérica. Las limitacio- nes de esos éxitos no necesitan ser subrayadas: en. la Argentina del cereal y aun més marcadamente en: el. Brasil del café se ctean sociedades rurales caracterizadas por Ia extrema inestabilidad; Ia hegemonfa de los terra- tenientes sélo se conserva al precio de la inseguridad de los labradores, sobre Jos cuales el sistema se esfuerza en volcar el peso mayor de las etapas negativas de la coyuntura: Ia inmigracién italiana que cultiva el café como el trigo (en Santa Fe, en 191. casi cuatro agricultores italianos por cada argentino) ‘tiene: una” al- tisima proporcién de retornos; en la primera década del siglo xx Ja Argentina conocer ademés una inmigacién, estacional ultramarina: los ‘cosechadores del trigo y ef ‘mafz argentino viven ahora la mayor parte del afio'en aldeas de Emilia y Ia baja Lombardia, Ese sistema no hubiera, sin embargo, podido surgir sin alicientes econémicos cuya existencia suele hoy ig- norar una literatura demasiado sisteméticamente pesi- mista; esos alicientes iban a desaparecer progresivamente a medida que Ia desaparicién de nuevas tierras dispo- nibles y el crecimiento de la oferta local de mano de obra los hiciesen innecesarios: a lo largo de esta etapa Ja situacién de los trabajadores.en tierra ajena va, en efecto; a deteriorarse. Aun asf es superior a cuanto se conoce en el resto de América Latina. Los booms agticolas y mineros se 308, Capitulo 5 dan en otras partes utilizando una mano de obra que no ,€s' necesario atraer mediante slicientes econdmicos (0, alternativamente, la emplean en mimero tan escaso que sus progresos pierden significacién dentro del con- junto ‘de la economia y Ja sociedad). Esos booms’ im- plantan —mucho més nitidamente que en los casos ya examinados— islotes econémicos mejor vinculados a la “metrépoli que al resto del pais; en el caso excepcional de afectar a una nacién entera le imponen una depen- dencia atin mas estricta que la vigente en los ejemplos anteriores, “ Es'el caso de Ja agricultura tropical: las tiertas del azicar en Puerto Rico, Cuba, el Peng dan lugar a con- centracién de propiedad en manos de las empresas in- dustrializadoras que —aun avanzando muy répidamen- te—va"nlts despacio que Iiconquista del control del mercado, productéy “por:étas. En Cuba y- Puerto Rico ‘el sitesi ‘realize! ab ntximd sts''pbsibilidades: los fe- rtocartiles ptivados de las grandes centrales azucareras —que son ya casi todas norteamericanas— les aseguran el monopolio de compra sobre tierras cuya propiedad no Tes es etonces necesatia; por el contrario, el campesino propietatio ha perdido toda autonomfa, y debe resolver como puede los problemas que le plantea una produc- cién con ganancias decrecientes. En Puerto Rico el pro- ceso es atin més dramético, por cuanto el monocultivo anucatero se introduce bruscamente en.su etapa madura, cambiando el paisaje mismo de la isla luego de-sir'con- quista: por log Estados Unidos. Enel Perd la industria tefia del azticar —originaria de. tiempos coloniales, vic- ja crisis del comercio libre (1780), de la de ‘mano de obra esclava en tiempos postrevolucionatios, resurgida en la segunda mitad del -siglo xrx, capazide proporcionar hacia 1880 saldos. exportables tan impor- tantes.como los, del salitre— es ahora preferida por las inversiones briténicas y norteamericanas: su expansin en el notte del pais se hace gracias a ellas, pero un pro- eso que también aqui se acclera en tiempos de ctisis ‘Madurez del orden neocolonial 309, concentra en manos de las compafiss industrializadoras buena parte de Ja tierra azucarera, Las crisis de demanda estén constantemente presentes en Ia historia del azticar latinoamericano: en desventaja en el mercado continental europeo frente al de remo- Iacha, limitado en el briténico por Ia presencia del de Jas West Indies, el azicar latinoamericano tenia.su des- emboque principal en los Estados Unidos. Allf mismo una legislacién proteccionista lo condenaba a compensar el aumento del volumen absorbido con una cafda de precios: la velocidad con que Ja concentracién de pro- duccién y comercializacién se dio, por ejemplo, en Cuba fue, sin duda, estimulada por la reduccién constante de Jos mérgenes de ganancia posible. 7 La siqueca azuepreta tiene entonces. algo. de devasta- dor: ha cambiado a Cuba, a Puerto Rico hasta tornar- los itreconocibles para quien Ids, habia tono¢ido antes de ‘esa transfotiiéeién® Otros’ cuftivos” tropicales. tienen capacidad de transformacién més limitada: ast el hene- quén, localizado en las tierras secas del Yucatén, en México, que.en 1898 contribufa, sin embargo, con el 15 por 100 Ale las exportaciones mexitanas, 0 més tar- diamente lafoanana, tipica de las zonas bajas y htimedas del litoral caribefio y de algiin rincén de la costa ecua- toriana. EI cultivo del banano es ampliado por inicia- tiva de un conjunto de empresas estadounidenses que a principios del siglo se fusionan éy la United Fruit Company. En la costa athiitica ‘de Guatemala; de Hon- duras, de Nicaragua, de Costa Rica, de Panamé, de Colombia, de Venezuela, se tallan vastos dominios te- rritoriales; en Panamé, por ejemplo, Ia compafifa posee una red ferroviaria privada casi tres veces més extensa que Ja p§blica (sin duda muy ekigua), A. veces estos dominios estén vacfos de hombres, y la compaiia in- duce las migtaciones que salvarén esa carencia: en Costa Rica se transforma el equilibrio étnico al crear, frente ‘al altiplano blanco, una costa de poblacién negra y mu- lata (a menudo originaria de las West Indies), La ba- nana se transforma en exportacién dominante de varios 310 Capitulo 5 pafses centroamericanos, y:su tinico mercado consumi- dor se encuentra en Estados Unidos, que absorbe pro- porciones elevadisimas de sus exportaciones (en Nica- ragua, en 1918, es mds del 90 por 100 del total de las exportaciones nacionales el que encuentra ese desem- boque). La solidez del imperio del banano, sus avances, que son los del consumo de la fruta en los Estados Unidos, se contraponen a fa fragilidad del episodio cauchero, que introduce una efimera y tormentosa prosperidad en la cuenca amazénica. La expansién del consumo del cau- cho, obtenido de la savia de un drbol silvestre en la re- gién, acelera el ritmo de explotacién. En la Amazonia brasilefia son campesinos fugitivos de la superpoblacién y las sequfas periédicas del sertdo nordestino quienes se transforman en siringueiros, en recolectores del cau- cho silvestre; sus avances en’ la cuenca tropical, sélo poblada —salvo en las principales rutas fluviales— por tribus de indios insumisos, se traducen en avances de Ja frontera brasilefia, en particular sobre Ja Amazonia boliviana (compra del territorio de Acre en 1902). El caucho empieza a contar en las exportaciones brasile- fias; en 1899 cubre el 19 por 100 de ellas, en 1910 més del 25 por 100, con diecinueve millones de libras ester- linas. La tiqueza cauchera no podrfa ser aborbida por ningiin sector terrateniente, puesto que surge de tierras sin duefio; los siringueiros sdlo participan en ella en medida minima: han comenzado su actividad gracias a Jos anticipos de los comerciantes locales, y nunca se librarén de su condicién de deudores de étos, muy cer- cana en sus consecuencias a Ia servidumbre. Son los co- merciantes los Gnicos beneficiarios locales del boom cau- chero, cuyos Iucros se orientan, sin embargo, sobre todo hacia Ia metrdpoli; con lo que queda en la Amazonia basta, sin embargo, para hacer surgir en el centro de Jo cuenca un esbozo de ciudad monumental: Manaus, con sus temporadas de dpera italiana al borde de la sel- va, sus cien mil habitantes y sus hoteles de lujo, es el simbolo de la alocada prospetidad cauchera. Madurez del orden ncocolonial Est En la Amazonia colombiana, ecuatoriana, peruana, ve- rezolana, la explotacién es atin més primitiva y des- tructiva; a falta de las reservas de mano de obra que el nordeste ofrecia en el Brasil, debe disciplinar mediante violencia y crueldad atin mayores la mas escasa efecti- vamente disponible; en In busqueda de répidos prove- chos se destruyen los drboles mismos, que en el Brasil son s6lo sangrados periédicamente, pues el manteni- miento del stock esta en el interés del siringueiro, que no puede cosechar sino en a zoha que le ba sido ese nada y serfa la primera victima de la desaparicién los Afboles. La ola de explotacién destructiva avanza asi sobre la Amazonia peruana, destruyendo las planta- ciones naturales y también todo el modo de vida de poblaciones neoliticas, arrojadas a participar en la eco- nomia del siglo xx mediante el doble estimulo del al- cohol y el terror. Gracias al caucho, entonces, en el corazén geogréfico de América Latina se repiten los horrores que contem- poréneamente estén haciendo célebre al Africa Central. Por poco tiempo; con su esplendor y su miseria el boom cauchero se disipa cuando las plantaciones cultivadas de Malaya y las Indias holandesas logran ofrecer un_pro- ducto mas barato y abundante que el silvestre. Desde entonces, ni aun los esfuerzos de los intereses norteame- ricanos, deseosos de liberarse del monopolio angloholan- dés, logran resucitar el episodio caucheto amazénico ce- rrado cn la segunda década del siglo xx: ciudades se- mifantasmagéricas quedan como tinico monumento de ese pasado, perdidas en Ia selva. Menos stibitas son les transiciones en las explotacio- nes mineras: en perspectiva larga éstas se muestran tam- bign, sin embargo, sometidas a altibajos significativos. La tiltima etapa del siglo x1x es de recuperacién de la explotacin de metales preciosos: si en Bolivia ésta es lenta, en México se da mucho més répidamente, y en Peri transforma profundamente Ia estructura de Jas ex: porticiones, compensando paicialmente la pérdida de las tierras salitreras. La explotacién del mineral argentifero Blas Capitulo 5 se; renueva profundamente del punto de vista técnico, Jo'que impone fuertes inversiones de capital; éste es de :origen ‘metropolitan (en este rubro tan tradicional sigue'siendo predominantemente inglés); gracias a las ‘nuevas. inversiones las exportaciones de metal precioso ‘cubren en 1898 el 60 por 100 del valor total de las ‘mexicanas y alcanzan a siete millories y medio de libras esterlinas, ‘casi duplicando las de las etapas més bri- antes del apogeo minero del setecientos; las bolivianas el 70 por 100 de las exportaciones nacionales de 1897, con un millén y medio de libras esterlinas; Jas peruanas alcanzan el millén. Pero. esos avances estén destinados a no continuar: hacia 1910 las exportaciones mexicanas conservan cl nivel de diez afios antes; las petuanss'y bolivianas-quedn ‘dectdidamenté rezagadas. 1920 ‘atin en. México la plata habré dejado de do- ifminari-la Sestructura » de-dJas:“éxpentaciones.....Son otros tinetales'los que ahora triunfan, gracias a la demanda treciente que de ellos hace Je indus re, cuyo Gonsumo se. vincula' sobre todo a la expansin de la selectricidad; el estafio, relacionado sobre todo con la industria de conservas. si6n_del. cobre —cuya explotacién es muy ‘antigua en toda la zona andina y que ha tenido ya un boom més modesto en Chile en el siglo x1x— Ilena las primeras décadas del siglo xx. Enel Pert es la Cerro de Pasco Copper Corporation --horteamericana— la que comienza la explotacién en gran escala, utilizando para el transporte una de les empresas de ingenicria més audaces del mundo, la linea férrea que, a través de los ~Andes, cgmypica el Callao.con. el_Cerro’de.Pasco, donde surge, a més de cuatro mil metros de altura, un complejo industrial y minero ultramoderno, rodeddo de Jas muy primitivas poblaciones de los obreros:serranos;’ frerite a 4 André Siegfried evocard a Ia vez al Tibet y a las an- ticipaciones del futuro en que se complacia el cinema de Ja la del 20... En Chile la explotacién del cobre avanza “ain més répidamente, también progresivamente Aominada por capitales norteamericanas. Madurez del orden neocolonial 33 En Chile el cobre no logra desplazar al salitre, que sigue, hasta 1930, dominando las exportaciones chilenas. E] salitre, botin principal de Ja victoria sobre los vecinos del Norte, que hace surgiren el desierto marino de Ata- cama ciudades de decenas de miles de habitantes —Anto- fagasta, Iquique—, cuya densa poblacién mineta recibe de lejos los alimentos y aun el agua, comienza por sufrir Tas consecuencias de la primera guerra mundial, que separa a Chile de su mejor mercado, el propotcionado por Ia apticultura centrocuropea; herencia permanente del bloquzo que sufre Alemania en 1914-19, serd una produccién de fertilizante sintético que entraré en com- petencia cada vez més dura con ef producto natural: aun los afios de estancamienta quessiguen hasta «1930 no son, sin embargo, sing una débil anticipacién ide 1a crisis final del salitre, que.glcanza toda su gravedad luego de esa fecha. . Més tardfa es la expansién. petrolera que, anticipada lesde comienzos del siglo por explotaciones dispersas por todo el continente, se localiza progresivamente en grandes centros productéres. En la ‘década del 20 va a la cabeza México, seguido de lejos por Venezuela, Co- lombia y Pert. En, medio de Ja guerra civil, que destroza el orden rural, el petréleo ofrece en México el principal rubro de exportacién y se expande con un movimiento uniformemente ascendente’ que contrasta con el de la economfa senegal! Las compafifas inglesas, y sobre todo norteamericandé, que explotan el petréleo mexicano cons- truyen en medio del desorden general su orden propi desde su puerto de Tampico forman un sistema de trans- portes y comunicaciones ‘que logra superar las pertur- ‘baciones de esos afios revueltos.. En Venezuela, en medio del orden férreo impufesto pot“Gémez, las compa- fifas petroleras aceleran también el ritmo de la explota- cién; 1a cuenca de Maracaibo comenzaré a poblarse de orres petroleras, mientras en Curacao, tierra de la co- rona holandesa, frente a Ja costa venezolana, la compa. fifa anglo-hglandesa Royal Dutch Sell. instala refinerias destinadas a sicesivas ampliacionés (las norteamerica- 3H Capitulo 5 nas, de Jas cuales la mds importante es la Standard Oil, refinan, por su parte, en los Estados Unidos). En Co. lombia y Pend el ritmo de la explotacién es menos dind- mico, luego de comienzos muy prometedores; en la Ar- gentina la explotacién —compartida entre una empresa estatal y las que dominan Ja actividad petrolera mun- dial— avanza también lentamente. Las explotaciones agricolas 0 mineras que alcanzan su expansién en la etapa de maduiez del neocolonialis- mo tienen ast mas de un rasgo comin: Ia tendencia al monopolio © al oligopolio crea empresas insdlitamente podlerosas; Ia comparacidn entre los presupuestos de més de un estado latinoamericano y més de una de esas empresas gigantes ha sido reiteradamente hecha, y es en verdad impresionante; éstas pueden mover con ma- yor libertad que cualquier estado un poderfo financiero a menudo mayor que el de algunos de éstos. Ese poder no es, sin embargo, cl nico que las nuevas protagonis- tas de Ia economia’ Jatinoamericana pueden esgrimir: se contintia en el de corrupcién, que estd lejos de ser des- defiable, y que va desde la compra lisa y lana de in- fluencias en emergencias graves hasta la mediatizacién de sectores altos locales empobrecidos, en Jos que reclu- tan abogados y asesores mas apreciados por su ascen- diente politico que por su competencia técnica, Menos fécil de seguir es el influjo indirecto ejercido en las crisis politicas internas, pese a que suele serles asignado uno muy vasto. No tetminan aqui los resortes de los nuevos conquis- tadores de Ia economia latinoamericana: sus intereses son reconocidos como propios por una potencia metropoli tana 0 aspirante a tal; de alli, en los casos extremos, abiertas intervenciones politicas, y en la vida cotidiana otras més discretas, que ya cesan de sorprender: desde Ia guerra del Pacifico —en que inversores ingleses, fran. ceses y norteamericanos intentan hacer pesar el prestigio de sus naciones en favor de sus'intereses— hasta epi. ‘Madurez del orden neocolonial 35 sodios de alcance mis limitado (por ¢jemplo, dl celo Auevo con que agentes franceses, en el Rio de la Plata, examinan los avances del consumo de alambre francés y buscan acelerarlos) nos muestran las consecuencias. que tienen en las dreas marginales la identificacién entre los intereses politicos. de los paises metropolitans. los econdmicos del sector cada vez més concentrado que di- rige su expansién comercial y financiera. Hay todavia otra causa de~fuerza para esos domina- dores del orden neocolonial: si las innovaciones que éste directament® introduce suelen crear islas econémicamen- te mal soldedas con el conjunto de la nacién, sus efec- tos indirectos alcanzan a sectores mucho més. amplios. Més de un estado no podria sobrevivir sin los aportes de impuestos y regalias, que pueden ser a veces insig- nificantes comparados con los lucros privados de. las grandes industrias extractivas, pero que hacen la dife- rencia entre el equilibrio presupuestario y una indigen- ‘cig que lo expondria al descontento popular y a. la c6- Jeta acaso més inmediatamente peligrosa de las fuerzas armadas, Al mismo’ tiempo, los ingresos de las.expor- taciones, pese’a la parte a’ veces importante que se-des- tina a ganancias de Ja inversién extranjera, sirven, sin embargo, para mantener un. nivel de importaciones para consumo que serfa también peligroso deprimir. Tanta més peligroso porque esta etapa es a la vez de ctecimiento continuado Me la poblacién urbana; la ciu- dad de México triplica su poblacién entre 1895 y 1910, y alcanza para esta fecha el millén con los suburbios; Buenos Aires también triplica entre 1898 y 1918, y llega al millén seiscientos mil; La Habana, Lima, Santiago, Bogoté, Montevideo, crecen muy répidamente, Ahora bien, si s6lo en muy contadas regiones (entre ellas la mis significativa es el litoral rioplatense) existe un fuerte consumo rural de productos importados, en todas par- tes la expansién urbana implica una ampliacién de esos consumos, que es preciso pagar con exportaciones.. Ha- cerlo es cada vez menos fécil: 1a nueva estructura insti- tucional del comercio y Jas finanzas internacionales con- 36 SCaphbilo:S solida: una’ tendencia’ Vincblada por: otra. patte’ con le incorporacién ‘crecientg“al ‘mercado mupdial de nuevas E dreas ‘productoras ‘de. matetias primp al'rev6s aoe habla ocurrido durante cadt todo of siglo xe términos..de intercambio se muevén-‘en el siglo xx en sentido predominantemente 'désfavorable “a ‘Ids produc- tos primarios; el hecho’ de que ‘asciendan al: papel de Primera potbcia industrial Jos Estadat Unidos, que fe cesita: mucho thenos de mercados.cittagigrougpara’ colo- car su ‘produccién, contribuye wae 'a “acelerar ‘ese: detetioro:. A él résponden las economifas ‘latinoamerica- nas auntentando el ‘ritmo de produccién, y slo muy ‘ocasionalmente intentando organizar el mercado: expor- tador; ‘el xinico ejemplo’ que podela alineatse al lado: del brasiefio es el cubano’ del agcaty uno y ottase, dan frente a,mergados, cuya: capacidad de consumo sio. podifa seguir: amplidndose; y-ésa situsciOn. és. aim,

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