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Actas de formación de

juntas y declaraciones de
independencia
(1809-1822)
Reales Audiencias de Quito,
Caracas y Santa Fé

Tomo I

Dirección Cultural
Actas de formación de
juntas y declaraciones de
independencia
(1809-1822)
Reales Audiencias de Quito,
Caracas y Santa Fé

Editores
Inés Quintero Montiel
Armando Martínez Garnica

Dirección Cultural

Colección Bicentenario
Bucaramanga, 2008
© Universidad Industrial de Santander

Colección Bicentenario
N° 2: “Actas de formación de juntas y declaraciones de independencia
(1809-1822)”. Tomo I
Dirección Cultural
Universidad Industrial de Santander


Rector UIS: Jaime Alberto Camacho Pico
Vicerrector Académico: Álvaro Gómez Torrado
Vicerrector de Investigación y Extensión: Óscar Gualdrón González
Vicerrector Administrativo: Sergio Isnardo Muñoz V.
Director de Publicaciones: Óscar Roberto Gómez Molina
Dirección Cultural: Luis Álvaro Mejía Argüello

Impresión:
División Editorial y de Publicaciones UIS

Comité Editorial: Armando Martínez Garnica


Serafín Martínez González
Luis Alvaro Mejía A.


Primera Edición: marzo de 2008
ISBN: 978-958-8187-75-4

Dirección Cultural UIS


Ciudad Universitaria Cra. 27 calle 9.
Tel. 6846730 - 6321349 Fax. 6321364
divcult@uis.edu.co
Bucaramanga, Colombia

Impreso en Colombia
Contenido
Introducción de los editores 9

1. ACTAS DE FORMACIÓN DE JUNTAS 125

1.1. REAL AUDIENCIA DE QUITO 127


1.2. REAL AUDIENCIA DE CARACAS 143
Caracas 143
Cumaná 164
San Felipe 182
Barinas 185
Mérida 215
Barcelona 239

1.3. REAL AUDIENCIA DE SANTA FÉ 245


Cartagena de Indias 245
Santiago de Cali 272
Villa del Socorro 299
Introducción
El punto de partida: las noticias de la Península.

E l doctor Santiago Arroyo Valencia (1773-1845),


abogado neogranadino establecido en Popayán,
reconoció en sus Memorias personales que durante
el año 1808 su provincia, y todas las del Virreinato de
Santa Fé, gozaban de una paz tan completa “que parecía
no poderse alterar jamás”1. Las periódicas ceremonias
de jura de fidelidad a los reyes de las Españas, los
besamanos de los virreyes, la sucesión ordenada de
los gobernadores provinciales y la cotidianidad de
las ceremonias eclesiásticas anunciaban un estado
de reposo social que no parecía turbarse por suceso
alguno. La publicación de calendarios y guías de
forasteros daban cuenta del orden de los estamentos
del Virreinato, de su organización administrativa en
lo temporal y en lo espiritual, y de la rutina de las
festividades del extenso santoral2.
1
Santiago Arroyo Valencia: “Memoria para la historia de la re-
volución de Popayán., 1808-1824”. En: Colección de grandes
escritores nacionales y extranjeros. Bogotá: Librería Nueva,
1896 (Biblioteca Popular), tomo XII, p. 261-338.
2
Antonio Joseph García de la Guardia: Calendario manual y
guía de forasteros en Santa Fe de Bogotá, capital del Nuevo
Reino de Granada, para el año de 1806. Santa Fe: Imprenta

Colección Bicentenario 7
Solamente un reducido grupo de lectores de la Gaceta
de Madrid y de los pocos semanarios que se publicaron
durante la primera década del siglo XIX en Santa Fe,
Caracas y Cartagena pudieron enterarse de la toma de
Montevideo por los ingleses el 3 de febrero de 1807,
y del infructuoso ataque que hicieron contra Buenos
Aires el 7 de julio siguiente, unas lejanas novedades
que apenas estimulaban el sentimiento de unión de los
españoles americanos con los españoles peninsulares.

Pero las noticias de las discordias de la familia real


sí lograron inquietar los ánimos de esos lectores:
primero el decreto del rey Carlos IV (30 de octubre
de 1807) anunciando la conspiración de El Escorial
y el arresto de su hijo, el príncipe de Asturias; luego
el decreto de su absolución (15 y 19 de marzo de
1808), seguido del alboroto de Aranjuez (15 de
marzo de 1808) contra la casa del valido don Manuel
Godoy, y finalmente su renuncia de la Corona (19 de
marzo de 1808) en favor del príncipe, llamado desde
entonces Fernando VII. Estas inquietudes por la
suerte de la familia monárquica de las Españas fueron
atizadas por las noticias de la ocupación de Madrid
por el Duque de Berg (23 de marzo de 1808) y de
la emigración de la familia monárquica de Portugal
hacia el Brasil. Fueron entonces las novedades de las
sucesivas cesiones de la Corona acaecidas en Bayona
y la proclamación de José I Bonaparte como nuevo
rey de España y las Indias (6 de junio de 1808) las
que convirtieron la inicial perplejidad de los vasallos
americanos en agitación espiritual.

Descontando las tentaciones vertidas por los


agentes de Carlota Joaquina en algunos lugares del
Virreinato de Buenos Aires, vecino de la nueva sede
Real, por don Bruno Espinosa de los Monteros, 1806. Calenda-
rio manual y Guía Universal de forasteros en Venezuela para el
año 1810. Caracas: Imprenta de Gallagher y Lamb, 1810.

8 Colección Bicentenario
del rey portugués, y las sospechas que por esta opción
recayeron en los oidores de Santa Fe, casi todos los
americanos cerraron filas en torno de Fernando
VII, “el rey deseado”, a quien se le habían tributado
ceremonias de jura de fidelidad en buena parte de las
jurisdicciones indianas. La atención se centró desde
entonces en la respuesta que daban las provincias de la
Península frente a la “usurpación” de la nueva familia
monárquica y en la nueva situación en que quedarían
las provincias americanas.

La respuesta dada en la Península fue doble: por una


parte, los afrancesados abrieron en la Diputación
de Bayona la posibilidad de mejorar la condición
política de las provincias americanas en el seno de la
Monarquía, iniciando unas tradiciones reivindicativas
que fueron recogidas por los diputados suplentes de
América en las Cortes de Cádiz. Por la otra parte, la
eclosión juntera que acaeció en muchas provincias
peninsulares polarizó la respuesta que podrían dar las
americanas frente a la crisis política y abrió nuevas
expectativas al ofrecerles un lugar en la Suprema
Junta que se formó en la Península.

El 25 de mayo de 1808, Napoleón Bonaparte explicó


que la Diputación General de Españoles que había
convocado en Bayona era una “asamblea general de
diputaciones de provincias y ciudades” de la cual saldría
“una constitución que concilie la santa autoridad del
soberano con las libertades y privilegios del pueblo”.
De los 94 diputados que asistieron a esta Diputación,
seis eran americanos: José Joaquín del Moral, canónigo
de la Iglesia Metropolitana de México, por Nueva
España; Francisco Antonio Zea, director del Real
Jardín Botánico de Madrid, por Guatemala; Ignacio
Sánchez de Tejada, oficial mayor de la Secretaría
virreinal de Santa Fe, por el Nuevo Reino de Ganada;
José Ramón Milá de la Roca, hacendado y comerciante,
por el Río de la Plata; Nicolás de Herrera, por Buenos

Colección Bicentenario 9
Aires, y José Hipólito Odoardo y Granpré, hacendado
de Caracas, por Venezuela.
El proyecto de Estatuto Constitucional presentado por
el emperador de los franceses a la Diputación que
se reunió doce veces en Bayona, entre el 20 de junio
y el 8 de julio de 1808, se transformó en la primera
Constitución de los Estados de las Españas y de las
Indias que fueron puestos bajo la soberanía de la
Corona de José I Napoleón. Aunque para algunos
juristas se trata solamente de una carta otorgada,
dado que la Diputación apenas se habría limitado a
aceptar y jurar obediencia a la carta presentada por
el emperador de los franceses, no hay que soslayar la
fuerza de las Observaciones que hicieron los diputados
al proyecto, las cuales comenzaron por modificar el
nombre de Estatuto Constitucional por el de Constitución.
La intervención de los seis diputados americanos
transformó el proyecto a tal grado que estableció la
nueva tradición del estatuto especial de América en
la Monarquía.

Para empezar, la denominación de colonias fue


sustituida por la de reinos y provincias de América, la
piedra de toque de la demanda de igualdad jurídica
con los reinos y provincias peninsulares. Francisco
Antonio Zea, quien andando el tiempo sería uno
de los fundadores de la República de Colombia,
hizo el mejor elogio de la Constitución de Bayona.
Presentándola como la primera carta liberal del
mundo hispánico, introdujo una fórmula jurídica
favorable al derecho fundador de la Diputación de los
españoles: “Y habiéndonos reservado el derecho de
dar a la Monarquía española una constitución, hemos
decretado, etc.”. Esta fórmula jurídica dejaba a salvo
la soberanía original de la Diputación nacional, un
principio liberal que no podía pasar inadvertida para
los publicistas liberales de 1808.

10 Colección Bicentenario
El diputado del Nuevo Reino de Granada, don
Ignacio Sánchez de Tejada (Socorro, 1764 – Roma,
25-10-1837), presentó un memorial a favor de
la igualdad de las provincias americanas con las
peninsulares, la fuente original de los esfuerzos por
encontrar los recursos para “reunir y estrechar con
nosotros a los americanos, que son una parte de la
familia española, domiciliada en otro territorio”.
Esta idea, que concedía a los vasallos americanos la
adscripción a la familia española, fue un legado que
la Constitución de Cádiz adoptaría en su primer
artículo: “La Nación española es la reunión de todos
los españoles de ambos hemisferios”. La demanda de
igualdad, planteada originalmente por los diputados
americanos en Bayona, inició desde entonces su
desarrollo. Fue entonces cuando los diputados
americanos introdujeron en el título décimo de la
Constitución unas demandas inéditas que incluyeron
una mayor participación en la administración estatal,
con la consiguiente reducción de las facultades de
los virreyes y gobernadores, la libertad de cultivo,
industria y comercio, y una reforma de la división
administrativa de España que incluía la creación del
Ministerio de Indias.

La acción de los diputados americanos en Bayona, pese


al repudio que suscitó en sus provincias de origen,
dada su actitud “afrancesada”, fue la fuente de unas
demandas que se han creído originales de Cádiz. Tal
es el caso de la demanda de abolición del tributo de
los indios y las castas, la concesión de representación
a las provincias americanas sujetas a audiencias
pretorianas (Yucatán, El Cuzco, Charcas, Quito), y el
fomento de la industria americana. Otra innovación
política clave que introdujeron fue su petición de
que los reyes debían jurar obediencia a una carta
constitucional, el fundamento de la revolución política
que se avecinaba.

Colección Bicentenario 11
El debate sobre la igualdad de los americanos fue
seguido por el diputado Del Moral en sus observaciones
sobre el Estatuto constitucional. Del Moral había
propuesto, entre otras cosas, la inclusión de varios
artículos en el título X (“De las colonias españolas
en América y Asia”)3 cuyo propósito se dirigía a
establecer la igualdad entre americanos y españoles
en diferentes escenarios. La propuesta del diputado
novohispano se vio expresada de manera profunda al
solicitar la supresión de toda clase de “prohibiciones o
restricciones” con las cuales, en su opinión, se “habían
sujetado a los indios a vivir separados de los españoles,
a que no se les prestasen sino cantidades determinadas”
y, en fin de cuentas, “a que no gozasen la amplitud de
los derechos de todo hombre en sociedad”. Así, tanto
los indios como las castas deberían gozar de “los
mismos derechos de los españoles”4. En aras de esa
igualdad, Del Moral también propuso que la “nobleza
calificada de los americanos” no necesitaba probar su
origen con respecto de la nobleza española para ser
aceptada en Europa. La igualdad de las provincias
americanas y peninsulares fue entonces garantizada
por el artículo 87 de la Constitución (“Los reinos y
provincias españolas de América y Asia gozarán de
los mismos derechos que la Metrópoli”), un legado de
la Bayona de 1808 al Cádiz de 1812.

El diputado por Venezuela, José Hipólito Odoardo


y Grandpré (Cumaná, 13-08-1780 – 26-12-1858),
3
Diputación de españoles: Proyecto de Estatuto Constitucional
presentado de orden de S.I.M. y R. Napoleón, emperador de los
franceses y Rey de Italia, en la Junta de españoles celebrada en
Bayona a 20 de junio de 1808, p. 58
4
“Observaciones hechas por D. José del Moral, diputado del
reino de Méjico”. En: Diputación general de españoles: Obser-
vaciones que sobre el proyecto de Constitución presentado de
orden del Emperador a las Juntas de españoles celebradas en
Bayona, hicieron los miembros de éstas. 1808, p. 112.

12 Colección Bicentenario
observó que aunque los americanos habían sido
igualados en todo a los naturales de la Península, se
podía temer que no se les atendiese en la administración
pública por vivir distantes de la Corte, sin posibilidad
para “darse a conocer y optar a los destinos a que sus
talentos, prendas y servicios les hagan merecedores”.
Señaló que las provincias americanas estaban sujetas
a gobernadores, capitanes generales y virreyes,
quienes no sólo ejercían el mando militar y el poder
ejecutivo, sino además reunían indirectamente en sí
los poderes judicial y administrativo, resultado así con
“excesivas facultades”, al punto que podían suspender
las facultades de los cabildos y de sus subalternos en
el gobierno provincial. Para conjurar la colisión de
competencias entre “la toga y la milicia”, y los caprichos
de los gobernadores, demandó una reducción de las
competencias de esos altos funcionarios para “evitar la
opresión de los pueblos y para aniquilar el despotismo
de tantos gobernadores”.

Gracias a las observaciones presentadas por los


diputados americanos, la Constitución española que fue
sancionada por el rey José I en Bayona, el 6 de julio de
1808, incluyó nueve artículos (87 a 95) especiales en su
título X, nombrado De los reinos y provincias españolas
de América y Asia. Las tradiciones políticas que en
esta Constitución fueron consignadas, y que fueron
legadas a las Cortes de Cádiz, fueron las siguientes5:
a) Declaratoria de igualdad de derechos de los
reinos y provincias americanas respecto de los
peninsulares (artículo 87). En consecuencia,
la palabra colonias fue proscrita del lenguaje
5
Armando Martínez Garnica (director): La acción de los diputados
americanos en Bayona. Informe final. Bucaramanga: Universidad
Industrial de Santander, 12 de enero de 2007. Inédito. Esta inves-
tigación contó con la colaboración de Diana Libeth Flórez Tapias,
Dayana Lucía Lizcano Herrera, Miguel Suárez Araméndiz, Annye
Páez Martínez, Carlos Humberto Espinosa y Celina Díaz Díaz.

Colección Bicentenario 13
político hispánico y, en particular, de las
tradiciones del liberalismo hispánico, y se impuso
la denominación reinos y provincias españolas de
América y Asia (título X).

b) Demanda de libertad de cultivo e industria


(artículo 88), así como de comercio entre sí
y con la metrópoli (artículo 89). Prohibición
de privilegios monopólicos para el comercio
de importación o exportación en los reinos y
provincias americanas (artículo 90). Estas tres
demandas no existían en el proyecto de estatuto
constitucional, pero fueron introducidas por
la fuerza argumentativa de las observaciones
presentadas por los diputados americanos.

c) Derecho de las provincias americanas a tener


cerca del gobierno central y en las legislaturas
sus propios diputados, encargados de promover
sus intereses particulares y representarlas en
cortes (artículo 91). El artículo 92 le concedió a
los reinos y provincias de América un total de
22 diputados en cortes, el triple de los que la
Junta Central de España y las Indias concedió
en su decreto de convocatoria a las Cortes de
Cádiz (22 de enero de 1809) y un poco menos
de los 28 diputados suplentes que el Consejo de
Regencia terminó aceptando ante las críticas
de todos los cabildos americanos. En adelante,
los Virreinatos de Nueva España, Perú, Nuevo
Reino de Granada y Buenos Aires sabían que
tendrían dos diputados cada uno, y las demás
audiencias americanas (Filipinas, Cuba, Puerto
Rico, Caracas, Charcas, Quito, Chile, Guatemala,
Guadalajara, Provincias internas occidentales
y orientales de la Nueva España) su propio
diputado. Las audiencias subordinadas, como
Quito y Charcas, ganaron una mejor posición
política, y dos provincias (Yucatán y El Cuzco)

14 Colección Bicentenario
que no estaban contempladas en el proyecto
original obtuvieron diputado propio.
d) Derecho a integrar un Ministerio de Indias
y una Sección de Indias tanto en el Consejo de
Estado (seis diputados) como en las sesiones de
las Cortes, consultores de todos los negocios
americanos. Este derecho (artículo 95) no estaba
contemplado en el proyecto original, pues fue
ganado por los diputados americanos durante los
debates contra algunos diputados peninsulares
que se opusieron a la creación de esas instituciones.
Esta tradición fue mantenida en la Constitución de
Cádiz, que mantuvo un secretario de Ultramar
y seis diputados americanos en el Consejo de
Estado.

e) Establecimiento tanto del principio de la


Soberanía de la Nación española como fuente
del poder en la carta constitucional como de
la obligación del rey español a defender la
inviolabilidad de los dominios españoles contra
cualquier monarca extranjero. Consecuentemente,
determinación de la confianza en el poder liberal
de la carta constitucional.

f) Derecho de los ayuntamientos indianos a


participar en los comicios para la elección de
los diputados de los reinos americanos a cortes
(artículo 93). Este derecho incluyó el atributo
de la naturaleza para los diputados americanos a
cortes, cerrando así el paso a su suplantación por
diputados peninsulares.

En el discurso que Francisco Antonio Zea (Medellín,


21-10-1766 – Bath, 28-11-1822) pronunció el día
de la firma de la Constitución, 8 de julio de 1808, se
expuso la importancia que ésta tenía para el futuro
de América:

Colección Bicentenario 15
¿Podrían los americanos dejar de proclamar
con entusiasmo una Monarquía que los saca
del abatimiento y de la desgracia, los adopta
por hijos y les promete la felicidad? No, señor.
No se puede dudar de los sentimientos de
nuestros compatriotas, los americanos, por
más que los enemigos de V. M. se lisonjean
de reducirlos; nosotros nos haríamos reos a
su vista; todos unánimes nos desconocerían
por hermanos y nos declararían indignos
del nombre americano, si no protestáramos
solemnemente a V. M. su fidelidad, su amor y
su eterno reconocimiento.

Era la perspectiva de un afrancesado que había


apostado por José I Bonaparte contra Fernando VII,
siguiendo la tradición política de quienes habían
apoyado las políticas educativa y científica de Manuel
Godoy, el valido de Carlos IV.

La otra respuesta dada en la Península fue la


eclosión juntera, iniciada tras los levantamientos
madrileños del 2 de mayo de 1808. Fue la de la
guerra de independencia contra el invasor francés,
que las provincias americanas hicieron causa suya de
inmediato, y que terminaría convirtiéndose en guerra
de independencia contra las tropas del Fernando VII
restaurado en el trono. Desde los púlpitos, todo el
estamento eclesiástico de España y las Indias tronó
contra los franceses, acusándolos de enemigos de
la religión y de la Patria. Ante el desmoronamiento
de las viejas instituciones de la Monarquía española
(consejos, audiencias, capitanías) todo el movimiento
de independencia se canalizó hacia las juntas locales y
provinciales, autotituladas soberanas y gubernativas.
En el verano de 1808 ya se habían creado 18 juntas
provinciales en la Península, acompañadas de las

16 Colección Bicentenario
defensas heroicas de Zaragoza y Gerona, así como de
la resonante victoria de Bailén6.
Las propias necesidades de la guerra de independencia
forzaron la formación, con dos diputados por cada
junta provincial, de la Junta Central (25 de septiembre
de 1808). Para dar respuesta a la posición favorable de
José I a los americanos, esta Junta emitió el decreto
(22 de enero de 1809) que asumía como propio lo
ganado en Bayona por aquellos: “los vastos y preciosos
dominios que España posee en las Indias no son
propiamente o factorías como los de otras naciones,
sino una parte esencial e integrante de la Monarquía
española”. En la práctica, fue la invitación a que un
diputado por cada virreinato o capitanía general de
América se integrara al seno de la “representación
nacional”. Fue la primera vez en la historia de esta
Monarquía que un cuerpo soberano suyo convocó
a representantes de las provincias americanas. El
principio de la igualdad de representación política de
los españoles y los americanos se había abierto paso
en la crisis de la Monarquía.

El 10 de mayo de 1809 la Junta Central publicó su


Manifiesto a los americanos, una exposición explícita
de su propósito de integrarlos, tal como lo había
hecho ya la Carta de Bayona. Unos días después, su
convocatoria a unas Cortes de toda la nación española
abrió más la puerta a los diputados americanos. Pero
la llegada de las tropas de elite francesas, la Grande
Armée, que desarticuló al ejército español y abrió el
camino de la guerra de guerrillas, obligó a la Junta
Central a refugiarse en Sevilla y posteriormente en
Cádiz. El mal recibimiento de la Junta en Sevilla y la
presión francesa forzaron su disolución el 30 de enero
6
Manuel Chust: “La coyuntura de la crisis: España, América”.
En: Historia general de América Latina. Madrid: UNESCO,
Trotta, 2003, volumen V, p. 60.

Colección Bicentenario 17
de 1810. Nació entonces el Real Consejo de Regencia,
integrado por cinco miembros, de los cuales uno era
americano: el novohispano Miguel de Lardizábal
y Uribe. Su primer decreto, dado el 14 de febrero
de 1810, fijó las Instrucciones para la convocatoria de
elecciones de América y Asia: además de los diputados
de cada virreinato y capitanía general de América, las
capitales cabeza de partido tendrían representación en
las Cortes de Cádiz. Mientras se elegían y cruzaban
el océano, se eligieron 28 diputados suplentes que ya
estaban disponibles en esta ciudad.

El procedimiento de elección de los diputados


americanos incluía la conformación de ternas con los
candidatos más votados en los cabildos de las cabeceras
de cada provincia, y su posterior reducción a uno solo
por sorteo. En una segunda elección se reducirían
todos los nombres escogidos por las provincias a
una terna, en la capital virreinal, y, por sorteo, se
escogería al único candidato de cada reino o capitanía
general americana. Adicionalmente, se solicitaron
instrucciones que guiaran la acción de los diputados de
cada virreinato o capitanía general en las Cortes. Por
primera vez, los diputados de América experimentaron
la responsabilidad de representar a sus provincias
nativas. La experiencia de la representación política
había comenzado resueltamente en las provincias
americanas.

Primera experiencia de representación política


Aceptando la invitación de la Junta Suprema Central
Gubernativa de España y las Indias, durante el año
de 1809 se realizaron en las provincias americanas
las elecciones para la selección de sus diputados,
así como la redacción de las instrucciones que éstos
llevarían consigo. Aunque los reinos de las Indias sólo
contribuirían con nueve diputados, frente a los 36 de
la Península, la oferta de representación política en la

18 Colección Bicentenario
corporación que ejercía la soberanía de la monarquía
despertó grandes expectativas.

Las elecciones para la selección del diputado del Nuevo


Reino de Granada comenzaron por la selección de las
ternas de candidatos en cada una de las cabeceras
de sus provincias. El Cabildo de Santa Fe integró la
suya (12 de junio) con los nombres de Camilo Torres,
José Joaquín Camacho y Luis Eduardo de Azuola.
Reducida por sorteo, dejó el nombre de este último
como candidato de esta provincia. El Cabildo de la
villa del Socorro integró su terna con los nombres
de Camilo Torres, Joaquín Camacho y Tadeo Gómez
Durán, resultando este último elegido. El Cabildo
de Cartagena de Indias sorteó (29 de mayo) a José
María García de Toledo como diputado provincial.
En Popayán se escogió (mayo) al cartagenero Antonio
de Narváez y a dos de sus nativos más ilustrados, José
Ignacio de Pombo y Camilo Torres, resultado escogido
por sorteo este último. El diputado escogido por sorteo
en Pamplona fue don Pedro Groot, el de Antioquia
fue el presbítero gironés Juan Eloy Valenzuela, y el de
Panamá don Ramón Díaz del Campo.

Las elecciones del Cabildo de Quito se realizaron el


9 de junio de 1809. La terna fue integrada por tres
de sus nativos que ya se encontraban en la Península:
el conde de Puñonrostro, Carlos Montúfar Larrea y
José Larrea Jijón. El sorteo favoreció a este último. La
terna de la ciudad de Cuenca fue integrada, diez días
después, por los dos alcaldes ordinarios (Fernando
Guerrero de Salazar y José María de Novoa) y el
doctor José de Landa y Ramírez. El sorteo favoreció
al alcalde Guerrero de Salazar. La ciudad de Ibarra
escogió al conde de Puñonrostro.

Reducidas todas las ternas provinciales a un único


candidato, los nombres que llegaron al Real Acuerdo
de la Audiencia de Santa Fe fueron reducidos a una

Colección Bicentenario 19
sola terna integrada por el abogado Luis Eduardo
de Azuola, Juan Matheu -conde de Puñonrostro, y
el mariscal de campo Antonio de Narváez y Latorre.
El sorteo final se efectuó el 16 de septiembre entre
éstos, resultando favorecido por el azar el último.
Posteriormente, cuando Quito organizó su segunda
junta y proclamó su autonomía respecto de Santa Fe,
escogió de una nueva terna al conde de Puñonrostro,
que ya estaba en Cádiz como diputado suplente del
Nuevo Reino de Granada, como su diputado titular.

El procedimiento para la selección del diputado de la


Capitanía General de Venezuela fue idéntico, resultando
elegido allí don Joaquín Mosquera y Figueroa, nativo
de Popayán, quien se había desempeñado como oidor
en Santa Fe y regente de México y Caracas. Su brillante
carrera burocrática lo llevaría a integrar el Real
Consejo de Regencia, desvirtuando con su ejemplo
los posteriores argumentos de la historiografía
liberal respecto de la falta de oportunidades de los
americanos para ejercer altos empleos como causa del
movimiento de independencia. Por no ser natural de
Venezuela y por haber contribuido a la persecución de
los mantuanos que firmaron la representación del 22
de noviembre de 1808, uno de los hijos del conde de
Tovar viajaría a la Península para anular su elección.
Aunque el Consejo de Indias efectivamente declaró
nula su elección (6 de octubre de 1809), “por no ser
Mosquera natural de las provincias de Venezuela”,
autorizando una nueva elección. La elección se efectuó
el 11 de abril de 1810 y resultó favorecido Martín
Tovar Ponte, otro hijo del conde de Tovar, distinto al
que viajó a España a protestar contra la elección de
Mosquera. No obstante, las noticias de la disolución
de la Junta y los sucesos de Caracas el 19 de abril de
1810 impidieron su viaje a la Península. En cambio,
Mosquera consiguió en aquella una plaza togada
en el Consejo de Indias y luego la representación
americana en el Consejo de Regencia (22 de enero de

20 Colección Bicentenario
1812), ejerciendo su presidencia durante la ausencia
del Duque del Infantado.
Aunque Narváez y Latorre nunca viajó a la península,
pues la disolución de la Junta Central frustró su
comisión, los comicios realizados en las provincias
promovieron entre sus hombres ilustrados la
exposición de sus proyectos de recomposición del
orden monárquico en las Indias mediante el empleo
del lenguaje político moderno que provenía de la
experiencia revolucionaria francesa. Las instrucciones
dadas al diputado que iría a integrar la Junta Suprema
fue el documento típico de la nueva retórica que se
expresó abiertamente en todos los cabildos.

Para la jurisdicción del Nuevo Reino de Granada,


hasta ahora se conocen siete instrucciones7 preparadas
para su diputado, dos de ellas redactadas por los más
brillantes abogados del Nuevo Reino - Camilo Torres
Tenorio e Ignacio de Herrera Vergara -, y las otras
cinco por los miembros de los cabildos del Socorro,
Tunja, Popayán, Quito y Loja. La instrucción de Quito
fue dirigida y entregada al diputado del Perú, José de
Silva y Olave, quizás porque era natural de Guayaquil
y porque ya se encontraba en este puerto con destino
inmediato a la Nueva España. Una octava instrucción,
redactada por el contador de la real Caja de Panamá
– Salvador Bernabeu de Reguart – fue una respuesta
personal al manifiesto inaugural de la Junta Suprema
y enviada directamente a ella por su autor.8 Para el
7
Ángel Rafael Almarza Villalobos y Armando Martínez Garnica
(eds.): Instrucciones para los diputados del Nuevo Reino de Grana-
da y Venezuela ante la Junta Central Gubernativa de España y las
Indias. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2007.
8
Salvador Bernabeu de Reguart: Plan de economía y buena admi-
nistración o prospecto al gobierno político, militar y económico
para el Istmo de Panamá. Panamá, 30 de diciembre de 1809. Ar-
chivo del Congreso de los Diputados, Madrid. Secretaría General,
legajo 6, número 39. En Almarza y Martínez, Op. Cit.

Colección Bicentenario 21
diputado de la Capitanía de Venezuela, el payanés
Joaquín de Mosquera y Figueroa, solamente se conoce
hasta ahora la instrucción preparada por el cabildo
de Nueva Valencia, recientemente encontrada en su
archivo por Ángel Rafael Almarza.

Ignacio de Herrera y Vergara (1769-1840), quien por


doce años se había desempeñado como abogado ante
los estrados de la Real Audiencia, ofreció al diputado
elegido unas Reflexiones encaminadas a reformar
la legislación existente9. En esencia, propuso una
adecuación de la legislación a “la voluntad de los
pueblos”, bajo el supuesto de que “los pueblos son
la fuente de la autoridad absoluta”. A partir de este
principio moderno, propuso la reforma de toda la
legislación criminal, del sistema para la provisión de
magistrados, una mayor rapidez del procedimiento
judicial y, por supuesto, la incorporación de los
abogados neogranadinos a la Magistratura. Propuso
también la adopción de una política de protección de
las industrias y del comercio del Reino, así como la
introducción de varias reformas liberales: abolición
del tributo de los indígenas, del Tribunal de la
Inquisición y de la pena de muerte, así como de los
monopolios que pesaban sobre el comercio del tabaco
y del aguardiente.
9
Herrera y Vergara, Ignacio de: “Reflexiones que hace un ameri-
cano imparcial al Diputado de este Reino de Granada para que las
tenga presentes en su delicada misión”, Santafé, 1º septiembre de
1809. En: Germán Arciniegas (recop.): Colombia. Itinerario y es-
píritu de la independencia según los documentos principales de la
Revolución. Cali: Norma, 1969, pp. 28-46. En: Javier Ocampo Ló-
pez: El proceso ideológico de la emancipación en Colombia. 2 ed.
Bogotá: Colcultura, 1980, pp. 509-527. En: Boletín de Historia y
Antigüedades, vol. LXXV, no. 763 (oct. - dic. 1989), pp. 869-942.

22 Colección Bicentenario
El Cabildo de Santa Fe firmó el texto de una
Representación10 que, por su encargo, redactó el asesor
Camilo Torres Tenorio (1766-1816). Partiendo de
la consideración de América y España como las “dos
partes integrantes y constituyentes de la monarquía
española”, Torres comenzó criticando la desigual
representación de “los vastos, ricos y populosos
dominios de América” en la Junta Central y en las
Cortes convocadas respecto de las pequeñas provincias
españolas. Considerando que todas las provincias de
los dos continentes eran “independientes unas de otras
y partes esenciales y constituyentes de la monarquía”,
argumentó que los americanos debían de reconocerse
“tan españoles como los descendientes de don Pelayo,
y tan acreedores, por esta razón, a las distinciones,
privilegios y prerrogativas del resto de la nación,
como los que, salidos de las montañas, expelieron a
los moros y poblaron sucesivamente la Península”.
Con dos millones de habitantes, un territorio cuatro
veces más grande que toda España, 22 gobiernos
o corregimientos, 70 ciudades o villas, cerca de mil
lugares, 7 obispados y muchas minas de oro y plata,
el Nuevo Reino de Granada merecía más que un
único representante ante la Suprema Junta Central.
Demandaba entonces una representación igual a la
concedida a los dominios peninsulares.
10
“Representación del Cabildo de Santafé a la Suprema Junta
Central de España”, Santafé, 20 de noviembre de 1809. Firmada
por Luis Caicedo, José Antonio Ugarte, José María Domínguez
de Castillo, Justo Castro, José Ortega, Fernando Benjumea, Juan
Nepomuceno Rodríguez de Lago, Francisco Fernández Heredia
Suescún, Jerónimo Mendoza, José Acevedo y Gómez, Ramón
de la Infiesta y Eugenio Martín Melendro. En: Germán Arcinie-
gas (recop.). Colombia: itinerario y espíritu de la independen-
cia. Cali: Norma, 1969, pp. 48-67. La historiografía liberal ha
malnombrado esta representación con el título de “memorial de
agravios”, con lo cual ha desvirtuado el propósito original para
el cual fue escrita.

Colección Bicentenario 23
La igualdad de representación de las provincias ame-
ricanas respecto de las españolas significaba también
que los americanos debían ser llamados a ocupar todos
los empleos y honores. Los cuatro virreinatos ameri-
canos deberían enviar seis representantes cada uno,
dado que cada uno se componía de muchas provin-
cias, y dos cada una de las capitanías generales, si bien
la de Filipinas merecía seis por su extensa población.
Por el mismo principio de igualdad, se deberían for-
mar en estos dominios juntas provinciales “compues-
tas de los representantes de sus cabildos, así como de
los que se han establecido, y subsisten en España”. En
síntesis, el cabildo de Santa Fe pidió a la Junta Cen-
tral igualdad de representación y cumplimiento de la
orden dada para establecer “juntas preventivas” en las
provincias americanas.

La Instrucción11 del Cabildo de Popayán tuvo a la vista


el real decreto del 22 de mayo de 1809 (Consulta a
la Nación), lo cual explica los avanzados términos
políticos de su texto: encargaron la firma inmediata
de una carta constitucional que debería ser jurada
por el rey y sus descendientes, y la organización de
unas Cortes que se compondrían de “una verdadera
representación nacional de América y España”. Por ello,
el número de los diputados americanos y peninsulares
debería ser igual, y aquellos debían ser encargados de
defender “los derechos, el honor, la independencia y
la libertad de los Reinos Americanos”. Los diputados
de los reinos americanos deberían ser sagrados y
permanentes, bien proveídos para el desempeño de
tan alta responsabilidad. Siguiendo únicamente los
principios de la Consulta a la Nación, delegaron en
el diputado del Nuevo Reino todas las demandas
11
Cabildo de Popayán: Instrucciones adjuntas al poder dado al
diputado del Nuevo Reino de Granada ante la Junta Central, 17
de octubre de 1809. Archivo Central del Cauca, Popayán, tomo
55. En Almarza y Martínez, Op. Cit.

24 Colección Bicentenario
particulares que pedirían en Cortes, asegurando
primero su lealtad a la Real Familia de Fernando VII
y la igualdad de representación de América.

La Instrucción12 preparada por orden de los capitulares


del Socorro, el 20 de octubre de 1809, aspiraba a
que la Junta Suprema Central - que concebía como
una “asamblea de sabios y de buenos ciudadanos” -
formaría una nueva carta constitucional que “fijaría
para siempre los destinos de la nación” y destruiría
“ese edificio gótico que ha levantado la mano lenta
de los siglos, y que parecía eterno como nuestros
males”. Esa nueva constitución debía corresponder
al “progreso de las luces”, que difundiría “las ideas
de humanidad por todas las clases de la sociedad”, y
debería “estrechar más, si puede ser mayor, la unión
de la madre patria con los habitantes de este vasto
hemisferio”. El programa de reformas sociales que
establecería el nuevo “pacto social” incluía la supresión
de las “clases estériles”, la conversión de los indios
en propietarios de parcelas mediante la distribución
familiar de las tierras de resguardo y abolición de su
obligación de pagar tributos, así como la abolición de
los esclavos y prohibición de su comercio, para que
“entren éstos en sociedad como las demás razas libres
que habitan las Américas”.

Los “principios incontestables de economía política”


que deberían introducirse serían los de libertad de
comercio, de industria, de trabajo y de propiedades
territoriales, “o lo que es lo mismo, la protección del
12
“Instrucción que da el muy ilustre Cabildo, Justicia y Regi-
miento de la villa del Socorro al diputado del Nuevo Reyno de
Granada, a la Junta Suprema y Central Gubernativa de España e
Indias”, 20 de octubre de 1809. Publicada por Horacio Rodríguez
Plata en: La antigua provincia del Socorro y la Independencia.
Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 1963 (Biblioteca de
historia nacional, 98), pp. 40-46.

Colección Bicentenario 25
interés individual”. El sistema fiscal debería reducir
las contribuciones eclesiásticas a dos (diezmos y
primicias) y podría reducirse a una única contribución
directa, tal como había propuesto en España don
Miguel de Muzgún, y el sistema aduanero tendría
que ser “el termómetro que gradúe la protección de la
industria nacional y el contrarresto de la extranjera”.
Las tareas básicas de la nueva agenda del cabildo para
“la felicidad de la patria” tendrían que ser la apertura
de caminos y el tendido de puentes, “un nuevo código
de leyes civiles y criminales, tan sencillo y conciso,
que su inteligencia no esté como ahora, reservada
a los sabios y profesores del derecho, sino que se
proporcione al alcance de todas las clases del pueblo”;
y “la educación de la juventud, no en aquellos estudios
que por su tendencia natural aumentan las clases
estériles y gravosas a la sociedad, sino las ciencias
exactas y que disponen al hombre al ejercicio útil de
todas las artes”, tal como la “economía política”.

La Instrucción13 preparada para el diputado Narváez


por orden del Cabildo de Tunja, el 6 de octubre de
1809, solicitó promover “todo cuanto sea preciso para
sostener y conservar los derechos de la religión, del
rey nuestro señor, del estado y de la Patria, pues los
vecinos de esta ciudad y la provincia aspiran al buen
éxito de la nación española, y a su inseparabilidad”.
Pero pidió cuatro medidas de provecho especial para
la provincia de Tunja:
-nombramiento de más párrocos para los nuevos
vecindarios sin reparar en la oposición de los
párrocos a los que se les separaría una parte de sus
feligresados,
13
“Instrucción que se ha de mandar a don Antonio de Narváez,
diputado para la Suprema Junta Central”. Tunja, 6 de octubre de
1809. En: Ramón C. Correa. Historia de Tunja. Tunja: Imprenta
Departamental, 1845, tomo II, p. 102-103.

26 Colección Bicentenario
-establecimiento de una caja real en la ciudad de
Tunja para el fácil recaudo de los tributos de los
siete corregimientos de indios y de las demás reales
rentas,
-establecimiento de un colegio, dotado con las
temporalidades de los jesuitas expulsados, y
-erección de un obispado en esa capital provincial.
La instrucción14 que el Cabildo de Quito entregó en
Guayaquil al diputado del Perú, el doctor José de Silva
y Olave, fue una justificación de la legitimidad de las
acciones de la Junta que en dicha ciudad se había
formado el 10 de mayo de 1809: “¿Donde está pues
el delito, que merezca perdón? Yo no lo encuentro
por más que lo busco”. Así, la “verdadera causa” de
la formación de esta Junta habría sido un “exceso de
lealtad”:
Nos creíamos al borde de un precipicio y pen-
samos que era llegado el caso de proveer a
la conservación y a la seguridad pública y al
ejercicio de la lealtad jurada. Creíamos que
teníamos los mismos derechos que los pue-
blos de la Península, porque no somos ni me-
nos hombres ni menos vasallos de Fernando
7º que los españoles europeos. Creíamos que
esta era la vez en que cumpliésemos con el so-
berano precepto de nuestro desgraciado Rey
de sostener los derechos de nuestra Religión
e independencia contra el enemigo común,
como lo recomienda, hablando con toda su
Nación en una carta fecha en Bayona el 11 de
Mayo de 1808. Creíamos finalmente que era
un servicio a la majestad de Dios y del Rey
conservarle al primero su religión y al segun-
do sus dominios.

14
Archivo General de Indias, Estado, 72, N. 64/15, ff. 1-4v. En
Almarza y Martínez, Op. Cit.

Colección Bicentenario 27
La comisión dada al diputado del Perú, un “hermano y
compatriota” de los quiteños interesado en su “alivio
y consuelo”, fue la de llevar ante la Junta Central sus
“lágrimas y aflicción” ante el “trono de la Justicia y a
la mansión de la Imparcialidad”. Esperaban que las
gestiones de Silva proveyeran la comprensión de su
lealtad al rey y la protección de la Junta Central para
que los ilustrados de ese reino pudieran hacer valer de
nuevo el mérito, la virtud, el nacimiento y los talentos.
Los excesos de las tropas peruanas que el virrey había
enviado a Quito para conjurar la autoridad de la Junta
del 10 de mayo, había hecho sentir a sus vecinos
como “bestias de carga y como esclavos destinados a
arrastrar una pesada cadena de hierro”. Había llegado
entonces la hora del tratamiento suave encargado por
la Suprema Junta a sus agentes en América, y esta
fue la instrucción básica dada por los quiteños a su
compatriota, diputado por el Perú.

La Instrucción15 preparada por el Cabildo de Loja


y enviada directamente a Santa Fe contenía siete
medidas de interés local: apoyo para sus producciones
de cascarilla y cochinilla, la reforma del Clero, el
establecimiento de una obra pía para la fundación de
un colegio provincial, su erección como intendencia,
una reforma militar, el fomento de la producción
de quinas y la apertura de un hospicio para niños
expósitos.

De la Capitanía General de Venezuela, hasta el


momento sólo se conoce la Instrucción preparada, el 29
de julio de 1809, por don José Antonio Felipe Borges
y el alcalde segundo, don Cristóbal de Goicoechea,
relativa a los “objetos e intereses nacionales”. En ésta
se rechazó la invasión de los franceses, se declaró la
15
Instrucción que forma el Ylustre Cavildo de Loxa. Original en
el Archivo Histórico del Banco Central del Ecuador, fondo Jijón
y Caamaño, 5/4. En Almarza y Martínez, Op. Cit.

28 Colección Bicentenario
lealtad a la Monarquía y se reconoció la autoridad
de la Junta Central como depositaria de la soberanía.
Este documento hace también una descripción
pormenorizada del territorio, de sus condiciones
económicas y de sus necesidades más perentorias;
se critican los abusos cometidos por las autoridades
militares y se hacen numerosas y variadísimas
proposiciones para el mejor gobierno de la Provincia.
La Instrucción concluye con el siguiente párrafo:

…estas son las ideas y máximas a que debe con-


sagrar su tarea y desvelos nuestro vocal, consi-
derando que de ellas pende el bien del Estado y
la felicidad así de los vecinos del distrito de este
Cabildo como los de todas estas provincias, con
lo que coronará la grave empresa que se pone
en sus manos, corresponderá a la pública expec-
tación y llenará la preciosa confianza que se le
deposita por su celo, sabiduría y amor patriótico;
y estas, en fin, son las reflexiones que nos han
ocurrido después de alguna meditación, como
que influyen en la regeneración de los derechos
y prerrogativas de los ciudadanos; si no se adop-
tan, o fuesen capaces de imprimir ilustración,
nos queda por lo menos la gloria, honor y satis-
facción de haberlas indicado sencillamente des-
empeñando los deberes de nuestra diputación,
como miembros más celosos en cooperar con un
deber y luces a la restauración, no menos de la
general, que particular, prosperidad”16

16
Actas del Ayuntamiento de Valencia, Tomo 36, 29 de Julio
de 1809. En Almarza y Martínez, Op. Cit. Las Instrucciones de
Valencia fueron estudiadasl por Ángel Almarza en un artículo
titulado “Las primeras elecciones de la provincia de Venezuela
para la Junta Central Gubernativa de España e Indias en 1809”,
en proceso de publicación.

Colección Bicentenario 29
La eclosión juntera
Las noticias llegadas de la Península provocaron que
en Santa Fe se repudiara la intervención del oficial
mayor de la Secretaría del Virreinato en la Diputación
de Bayona como representante de este Reino, don
Ignacio Sánchez de Tejada. La acción de los párrocos
en los púlpitos condenó a los afrancesados y a la nueva
familia monárquica, sospechosa de haber llevado a los
dominios españoles el designio revolucionario francés
de destrucción de las tradiciones católicas. Inflamados
los espíritus por la amenaza de una probable invasión
militar francesa de América, sólo quedó abierta
la posibilidad de organizar juntas provinciales
conservadoras de la religión y de los derechos del rey
Fernando VII a su trono de las Españas.

El proceso americano de eclosión juntera se inició, si


descontamos lo que ocurría en el Virreinato de Buenos
Aires y en la Audiencia de Charcas, en la ciudad de
Quito, cabecera de una real audiencia subordinada
al Virreinato del Nuevo Reino de Granada. El 10 de
agosto de 1809, don Juan Pío Montúfar, marqués de
Selva Alegre, informó a los cabildos de la jurisdicción
de la Audiencia de Quito sobre las razones que lo
habían llevado a encabezarla y a destituir al presidente
de la Audiencia.

Se trataba de las noticias llegadas de la Península,


según las cuales José I Bonaparte había sido coronado
en Madrid y las tropas francesas ya habían conquistado
casi toda España, con la consiguiente extinción
de la Junta Suprema Central de España. Ante esas
novedades, el pueblo de Quito - “fiel a Dios, a la patria y
al rey” - se había “convencido de que ha llegado el caso
de corresponderle la reasunción del poder soberano”.
Los diputados de los barrios de Quito habían declarado
el cese en sus funciones de “los magistrados que las
ejercían con la aprobación de dicha Junta Suprema
representante extinguida” y, en consecuencia, habían

30 Colección Bicentenario
erigido una nueva Junta suprema e interina “con el
tratamiento de majestad”, que gobernaría en adelante
el Reino de Quito en nombre de don Fernando VII,
mientras éste recuperase la península o viniese a
América a imperar. El mismo había sido elegido,
con título de alteza serenísima, presidente de dicha
Junta17. La Real Audiencia de Quito había sido
reemplazada por un nuevo tribunal de justicia, llamado
Senado, dividido en dos salas jurisdiccionales (Civil y
Criminal) e integrado por unos magistrados con título
de senadores. El marqués de Miraflores opinaría que
la intensidad del enfrentamiento de este año de 1809
entre los chapetones (Simón Sáenz y su yerno, Xavier
Manzanos; el doctor Nieto) y los criollos quiteños
(Salinas, los Montúfar) por el asunto de la elección de
los dos alcaldes ordinarios del Cabildo y por algunos
pleitos que seguían entre ellos había sido la causa que
había precipitado “la estrepitosa mutación de gobierno
que ha habido”18.

El uso del argumento de la “reasunción de la


soberanía” por “el pueblo de Quito” parece haberse
originado en el discurso de uno de los dos principales
ideólogos del movimiento, el doctor Juan de Dios
17
Una de las tantas copias del acta del evento quiteño del 10 de
agosto de 1810 que circularon en el Nuevo Reino puede leerse
en AGN (Bogotá), Archivo Anexo, Historia, rollo 5, ff. 609-611v.
La ratificación del 16 de agosto siguiente en la Catedral de Quito
en Ibid, ff. 611v-613. Además del marqués de Selva Alegre, los
principales actores del 10 de agosto fueron el abogado antioque-
ño Juan de Dios Morales (secretario de Negocios Extranjeros y
Guerra), su colega chuquisaqueño Manuel Rodríguez de Quiroga
(secretario de Gracia y Justicia) y don Juan de Larrea (secretario
de Hacienda).
18
Carta del marqués de Miraflores a don José María Mosquera.
Quito, 21 agosto de 1809. AGN, Archivo Anexo, Historia, rollo
6, ff. 665-666.

Colección Bicentenario 31
Morales, un abogado antioqueño19 que fue nombrado
secretario de la Junta Suprema y del Despacho de
Negocios Extranjeros y Guerra. Éste pronunció
un discurso público en el que afirmó que “la Junta
Central no existía ya, y que en caso de existir no
podía tener más facultades que las que nosotros
debíamos tener... se sabía que todos los Consejos de
Castilla, Indias, Hacienda, Órdenes y demás habían
besado ya la mano al tirano Napoleón, el mismo que
había destronado muy de antemano los reyes de toda
la Italia, destronando al emperador de Alemania y
toda la dinastía amable de los Borbones”20.

En esas “circunstancias tan críticas y peligrosas” se


había juzgado indispensable la erección de una Junta
suprema, “para lo que tenía derecho el pueblo, a
semejanza de las que en Europa se habían formado
en Valencia, Aragón, Sevilla, etc., que gobernando a
nombre de nuestro soberano legítimo, el señor don
Fernando 7º defendiesen sus derechos, para lo que
estaban autorizados los pueblos por la Junta Central,
que mandaba que en los pueblos que pasasen de
dos mil habitantes se formen juntas”21. Durante su
defensa, en el juicio que le siguió en 1810 el oidor
Felipe Fuertes, el doctor Morales se ratificó en la
opinión, expuesta en el Concilio Provincial celebrado
en el Convento de San Agustín, de que la ocupación de
España por los ejércitos franceses le había otorgado al
19
Juan de Dios Morales nació en Arma Nuevo de Rionegro,
provincia de Antioquia, en el Nuevo Reino de Granada. Este
asentamiento corresponde hoy al municipio de Pácora, en el
Departamento de Caldas (Colombia), según la experimentada
versión del historiador Alonso Valencia Llano.
20
Confesión de don Mariano Villalobos. Quito, 14 de diciembre
de 1809. AGN, Archivo Anexo, Historia, rollo 6, ff. 60v-61.
21
Confesión del doctor José Santos de Orellana, corregidor de
Otavalo nombrado por la Junta Suprema de Quito, 10 de enero
de 1810. AGN, Archivo Anexo, Historia, rollo 6, ff.398r-v.

32 Colección Bicentenario
pueblo “el derecho incontestable a reasumir el poder
supremo conforme a las leyes de la sociedad, y cada
individuo de ella a usar del que le competía prestando
su particular sufragio”.22

El doctor Manuel Rodríguez de Quiroga, el otro


ideólogo del movimiento, confirmó que la creencia
en la disolución de la Junta Suprema de España y
las Indias había sido la causa política inmediata de la
acción quiteña del 10 de mayo:

Consideradas pues estas circunstancias,


creyendo acéfala la nación o bien en peligro
próximo, hace Quito lo que hicieron las
provincias de la península con honor y
sobrada justicia; esto es crear al ejemplo de
la Metrópoli una Junta Depositaria de la
autoridad suprema en la sola extensión de su
respectivo distrito, sin ambicionar ni aspirar
a una dominación general... con la calidad de
interina entre tanto Su Majestad es restituido
al trono, se reconquista la España, o viene
a imperar en América alguno de su real
familia23.

Al igual que la Junta Suprema de España, la de Quito


había nacido “sólo de las circunstancias del convenio
de los pueblos, y del sufragio de las demás juntas”, en
una circunstancia excepcional que no había previsto
la legislación de la Monarquía. La “reasunción del
poder supremo” por las juntas peninsulares y la de
Quito había sido la respuesta general ante la vacancia
del trono por efecto de la invasión francesa.

22
Careo del doctor Juan de Dios Morales. Quito, 10 de marzo
de 1810. AGN, Anexo, Historia, rollo 8, f. 588.
23
Rodríguez de Quiroga, Manuel: Vindicación de su conducta en
los sucesos del 10 de agosto. Quito, 6 de junio de 1810. En: AGN,
Archivo Anexo, Historia, rollo 9, f. 438.

Colección Bicentenario 33
De gran interés para la comprensión de este
movimiento son las actuaciones de los abogados
payaneses que actuaban en los estrados de la Real
Audiencia de Quito y que fueron incorporados al
Senado erigido por la Junta Suprema, una prueba de
que “los forasteros habían sido ocupados en el nuevo
gobierno”, como señaló el oidor Felipe Fuertes Amar.
Esos nativos de la provincia de Popayán eran Salvador
Murgueitio (senador de la Sala Criminal y comisionado
ante el Cabildo de Cuenca), Vicente Lucio Cabal
(protector general de indios), Javier Salazar (fiscal de
lo criminal), Mariano Lemus, Pedro Escobar (senador
decano de la Sala Civil), José del Corral (senador de
la Sala de lo Criminal), Luis Quijano (senador de la
Sala de lo Criminal), Antonio Tejada (senador de la
Sala Civil) y su hermano, José María Tejada, quien
fue nombrado capitán de una compañía en medio del
“tumulto de armas” del 10 de agosto. Solamente el
doctor Ignacio Tenorio, quien había sido oidor de la
Real Audiencia de Quito, se negó a aceptar empleo
alguno en la Junta y se marchó a su tierra nativa,
convirtiéndose en actor principal de la reacción de los
cabildos de Pasto y Popayán contra la junta quiteña.
Don Antonio Tejada relató que el marqués de Selva
Alegre había ofrecido la cancelación del alcance de
la Real Casa de Moneda de Popayán si su Cabildo
se agregaba al gobierno de la Junta Suprema. Esta
noticia fue confirmada por su hermano José María
en carta a su padre, reconociendo que los sucesos
quiteños del 10 de agosto habían sido del gusto de
todos los payaneses residentes, “que hemos sido
distinguidos aún con preferencia a todos los criollos”,
y que el propio marqués de Selva Alegre había
prometido conservar en sus empleos de la Real Casa
de Moneda de Popayán a todos los nativos, “lo que
no sucederá con los santafereños, que siempre han
querido llevarse la Casa de Moneda, empleando en
ella y en todo Popayán a los moscas, con preferencia a

34 Colección Bicentenario
los vecinos más beneméritos”24. En carta enviada a su
hermano insistió en su opinión de que Popayán debía
unirse a la generosa Junta Suprema de Quito antes que
seguir dependiendo de Santafé, “que la ha tiranizado
por cuantos medios ha habido, ya procurando destruir
la Casa de Moneda, ya acomodando en los empleos a
los moscas25”.

En efecto, el marqués de Selva Alegre envió, el mismo


10 de agosto, un oficio al Cabildo de Popayán para
informarle sobre la creación de la Junta Suprema y
recordarle su tradicional dependencia al Tribunal
Supremo de Justicia del Reino de Quito, así como
las relaciones de comercio entre esas dos provincias,
prometiéndole elevar su condición política “en el
evento de una total independencia”. Hallándose en
medio de “dos reinos superiores en fuerzas y recursos”,
le convenía a la provincia de Popayán agregarse a
la Junta de Quito antes que a Santa Fe, “que está a
mayor distancia y que nada le interesa”, con lo cual
se podría resolver la necesidad de Quito de “arreglar
24
Cartas de José María Texada a su padre y a su hermano. Quito,
21 de agosto y 6 de septiembre de 1809. AGN, Archivo Anexo,
Historia, rollo 6, f. 545-550v (195-200v). Manuel Moreno con-
firmó, en carta a su hermano Camilo (Quito, 21 de agosto de
1809), que los empleos públicos se habían quitado a los chapeto-
nes para darlos a los criollos y payaneses, que “los quiteños son
muy afectos a los popayanejos” y que “los santafereños no dan
leche”. Ibid, ff. 569-570 (220-221).
25
El apodo Mosca era aplicado en los colegios de la capital
del Nuevo Reino a los estudiantes nativos de Santafé. Cfr. José
María Cordovez Moure: Reminiscencias de Santafé y Bogotá.
Bogotá: Gerardo Rivas Moreno Editor, 1997, p.46. A los de Po-
payán se les decía tragapulgas; a los del Tolima, timanejos; a
los de Cali, calentanos; a los de la Costa Caribe, piringos; a
los antioqueños, maiceros; a los de Boyacá, indios, y a los de
Santander, cotudos.

Colección Bicentenario 35
sus límites, proporcionándose una posición fronteriza
capaz de consultar a su mayor seguridad”.
Pidió el envío de un representante provincial ante la
Junta, asignándole un sueldo de dos mil pesos anuales.
En otra carta reservada, del 29 de agosto siguiente
y dirigida al gobernador de Popayán, Miguel Tacón,
el marqués de Selva Alegre le ofreció el cargo de
brigadier y la Comandancia general de armas, “para la
seguridad de la frontera”, con sueldo de seis mil pesos
anuales, si inclinaba al cabildo de Popayán a la posición
de unión con el Reino de Quito. Agregó que, en caso
de que Fernando VII no pudiera recuperar España
ni el trono, quedarían independientes de Bonaparte
y entonces se pondría a Popayán “en el mayor grado
de esplendor”, olvidando las disensiones motivadas
por los acontecimientos de su Casa de Moneda, y se
miraría por la conservación de la Casa familiar de los
Valencia. Santiago Pérez de Valencia, a la sazón alcalde
ordinario, advirtió en el Cabildo que el descubierto del
tesorero suplente de la Casa de Moneda, Francisco de
Quintana - con quien no le unía parentesco alguno
-, debería ser juzgado y sentenciado, y que toda su
extensa familia había abrazado la causa contra los
rebeldes de Quito26.

El doctor Luis Quijano, quien se acostó durante la


noche del 9 de agosto como “simple abogado” payanés
y despertó a la mañana siguiente “de oidor decano de
la Sala del Crimen, sin que ni esa noche, ni en todas las
que he vivido hubiese soñado en semejante destino”,
relató a su hermano Manuel María que la Junta
Suprema Gubernativa del Reino de Quito se había
propuesto conservar la religión católica, el dominio
absoluto de Fernando VII sobre este Reino, la adhesión
a los principios de la Suprema Junta Central de Sevilla
26
Las dos cartas del marqués de Selva Alegre están en AGN,
Archivo Anexo, Historia, rollo 10, ff. 369-372.

36 Colección Bicentenario
y procurar el bien de la Nación y de la Patria, “hasta
la recuperación de la península, restitución de nuestro
rey a ella, o que venga a imperar en la América”. Sin
embargo, y pese a las novedades que parecían haber
transformado todo en ese teatro político, “seguimos
las mismas leyes, conformándonos en todo con el
orden establecido en el antiguo régimen”27.

La reacción adversa de los gobernadores de Cuenca


y Popayán, ambos peninsulares, desconcertó a los
miembros de la Junta. Melchor Aymerich, gobernador
de Cuenca, replicó a la carta del marqués de Selva
Alegre que el pueblo de Quito se había “abrogado un
derecho y poder que no le competía”, una situación
que por ser un “escandaloso atentado” lo obligaba a él
a ponerse a la disposición, con sus armas, del virrey
del Nuevo Reino de Granada28. Unido al Cabildo de
Cuenca, emitió un auto declarando al marqués de
Selva Alegre “usurpador del gobierno” y propagador
de falsedades, convocando al vecindario a tomar las
armas. Pidió auxilios a Lima y a Guayaquil, y abrió
causas judiciales contra los sospechosos de querer
seguir el ejemplo de los quiteños.

Esta reacción de Aymerich ejemplificó la que poste-


riormente expresarían tanto el teniente coronel Mi-
guel Tacón, gobernador de Popayán, como el virrey
del Nuevo Reino, don Antonio Amar y Borbón. El
Cabildo de Popayán también adhirió a esta posición
el 30 de septiembre de 1809, cuando debatió la co-
municación enviada por la Junta Suprema de Quito
27
Carta del doctor Luis Quijano a su hermano Manuel María.
Quito, 21 de agosto 1809. AGN, Archivo Anexo, Historia, rollo
6, ff. 658-661.
28
El 16 de agosto de 1809, el gobernador Aymerich envió al vi-
rrey del Nuevo Reino de Granada una copia de las actuaciones de
Cuenca frente a “la impensada novedad causada por el pueblo de
Quito”. AGN, Archivo Anexo, Historia, rollo 4, 128.

Colección Bicentenario 37
anunciando el envío de una legación, integrada por
Manuel Zambrano y Antonio Tejada, para procurar
la adhesión de la provincia de Pasto a Quito “y esta-
blecer la paz entre sí”. Los regidores acordaron no
recibirlos y pidieron al gobernador Tacón que impi-
diera el ingreso de esa legación argumentando que su
propósito no era otro que el de “envolver en la rebe-
lión, si pudiese ser, a los pueblos fieles de esta provin-
cia”29. El Cabildo de Santiago de Veragua, en el Istmo,
también le prometió al virrey, en esta misma fecha,
“dar la última gota de sangre por los derechos de la
justa causa y defensa del Soberano”.

Fue así como las reacciones adversas de las autoridades


de Cuenca, Popayán, Pasto, Istmo y Barbacoas le
cerraron el paso al proyecto más ambicioso de la Junta
Suprema de Quito, que consistía en reunirse con los
cabildos de las provincias sujetas a la gobernación de
Quito y con “los que se unan voluntariamente a ella
en lo sucesivo, como son Guayaquil, Popayán, Pasto,
Barbacoas y Panamá, que ahora dependen de los
Virreinatos de Lima y Santa Fe”.

Actores principales de esta reacción fueron los


militares peninsulares que ocupaban los empleos
de gobernadores o corregidores, en buena medida
provistos en los tiempos de Godoy, que desde el
comienzo percibieron los riesgos políticos de la
eclosión juntera en América. Si bien se prestaron al
reconocimiento de la Junta Central de España e Indias,
dada el acta acordada del Real Consejo de Indias (7 de
octubre de 1808) y la orden del virrey Amar, cuando
aquella se disolvió asumieron la defensa de la opción
de acatar la autoridad del Consejo de Regencia.

29
Actas de los cabildos de las ciudades de Popayán y de Santia-
go de Veragua, 30 de septiembre de 1809. AGN, Archivo Anexo,
Historia, rollo 5, ff. 260-261 y 270-271.

38 Colección Bicentenario
La acción del oidor Ignacio Tenorio, un ilustre
payanés de la Audiencia de Quito que abandonó esta
ciudad cuando se instaló la Junta, desde su regreso a la
parroquia de Túquerres puso en estado de alarma a los
Cabildos de Pasto y Popayán, antes de que las cartas del
marqués de Selva Alegre pudieran llegar a su destino.
La reacción inmediata del gobernador de Popayán fue
la de tomar medidas drásticas contra los quiteños:
ordenó al administrador de correos entregarle la
correspondencia de particulares procedente de Quito
para su examen, y su teniente - Manuel Santiago
Vallecilla - se puso a las órdenes del virrey Amar
y Borbón contra “las extrañas, escandalosísimas
ocurrencias de la ciudad de Quito”, incluso a costa
del sacrificio de su vida y hacienda, para dejarle a la
posteridad un “ejemplo de honor y de lealtad”30. Las
milicias organizadas en Popayán para marchar contra
los quiteños, durante el mes de septiembre de 1809,
recibieron los refuerzos convocados por el virrey
Amar. Los regidores de Pasto también informaron al
gobernador Tacón su disposición a adherir a la causa
contra la Junta de Quito.

La situación de Quito, en la que se expresaron


tempranamente las dos opciones políticas en torno
a la formación de juntas, ilustró a santafereños y
cartageneros sobre las dificultades de reproducir en
América el proceso que hacía carrera en la Península.
Llevando agua a su propio molino, un ilustre conciliario
del Consulado de Comerciantes de Cartagena de
Indias, don José Ignacio de Pombo, aconsejó al virrey
Amar agotar el empleo de “todos los recursos de
conciliación y suavidad” con la Junta de Quito, en
atención al “carácter de sus habitantes, su número, sus
medios y demás que deben tenerse presentes”, antes

30
Carta de Manuel Santiago Vallecilla, teniente de gobernador
de Popayán, al virrey Amar y Borbón. Popayán, 5 de septiembre
de 1809. AGN, Archivo Anexo, Historia, rollo 5, f. 50.

Colección Bicentenario 39
que emplear contra ella medidas de fuerza. Propuso31
el envío de una comisión, integrada por tres personas
“de conocida probidad, prudencia, moderación,
talento e instrucción en materias políticas”, para que
como “ministros de paz” fuesen a Quito, en nombre
del rey y de la Junta Central de Sevilla, a ofrecer un
perdón general y olvido. Pero el virrey, teniendo a la
vista el modo como se había transformado “el aspecto
de la cosa” hasta mostrar “la malicia y desentramada
ambición de sus motores”, desechó la posibilidad de
exculpación de los agentes del “plan de revolución y
trastorno” experimentado por los quiteños.

El primero de septiembre de 1809 recibió el virrey


Amar el despacho enviado por el marqués de Selva
Alegre, que leyó ante los oidores de la Audiencia,
dudando acerca de la entrega del despacho anexo que
venía remitido al Cabildo de Santa Fe. Al día siguiente,
una vez leído el despacho que le correspondía, el
Cabildo solicitó reiteradamente al virrey la celebración
de una junta especial para acordar conjuntamente las
providencias que se adoptarían respecto de Quito,
hasta lograr que accediese. Las dos sesiones de la junta
ampliada se realizaron los días 6 y 11 de septiembre
en el Palacio Virreinal, después de que se garantizó
inmunidad en sus personas y bienes a quienes
estuvieran dispuestos a expresar sus opiniones en
conciencia. El magistral Andrés Rosillo, quien poseía
copias de las cartas enviadas por el marqués de Selva
Alegre a los cabildos de Popayán y Santa Fe, fue uno
de los que opinaron en estas juntas “deliberativas” que
la Audiencia juzgaba simplemente “consultivas”.

31
José Ignacio de Pombo: Carta al virrey Amar y Borbón. Car-
tagena, 20 de septiembre de 1809. AGN, Archivo Anexo, Histo-
ria, rollo 5, ff. 248-251v. La respuesta del virrey Amar (Santafé,
19 de noviembre de 1809) en los ff. 249 r-v.

40 Colección Bicentenario
Una intervención bien conocida en la sesión del 11 de
septiembre es la del doctor Frutos Joaquín Gutiérrez,
gracias a la relación32 que hizo de ella al fiscal de
lo civil de la Audiencia de Santa Fe. En su opinión,
el fundamento de lo ocurrido en Quito había sido
la falsa hipótesis sobre la disolución de la Suprema
Junta Central Gubernativa de la Monarquía, así como
el motivo del procedimiento adoptado había sido la
desconfianza que tenían los quiteños respecto de la
voluntad del conde Ruiz de Castilla para organizar la
oposición a los franceses. Gracias a la participación
de los abogados neogranadinos en estas reuniones fue
que se adoptó la opción de “usar de los medios suaves
del desengaño, persuasión y convencimiento, antes
que los de la fuerza”.

Fueron más allá al argumentar que, dado que el real


gobierno de Santa Fe estaba desacreditado ante los ojos
32
Carta de don Frutos Joaquín Gutiérrez de Caviedes a don Ma-
nuel Martínez Mansilla, fiscal de lo civil de la Real Audiencia,
sobre la Junta del 11 de septiembre de 1809. Santafé, 22 de sep-
tiembre de 1809. AGN, Miscelánea de la Colonia, 111, f. 611.
Citada por Rafael Gómez Hoyos en La independencia de Co-
lombia. Madrid: Mapfre, 1992, pp. 106-107). El procurador del
Cabildo de Santafé, José Gregorio Gutiérrez Moreno, también
registró su voto favorable relativo a la erección de una “Junta
Superior provincial en Santafé con todas las formalidades que
exige el reglamento y en la que deben tener también la parte
que les corresponde los magistrados y tribunales”, a la cual le
correspondería “arbitrar los medios que puedan tomarse para la
pacificación de la provincia de Quito”. Esta junta central tendría
“una autoridad suprema de la soberanía”, sin que ello significara
“denegar la obediencia a los jefes y autoridades constituidas”.
Cfr. Voto del doctor José G. Gutiérrez Moreno en la Junta del
11 de septiembre de 1809. BNC, Quijano Otero, 185. Citada por
Mario Herrán Baquero en El virrey don Antonio Amar y Bor-
bón. Bogotá: Banco de la República, 1988, p. 65 y por Gómez
Hoyos, Op. Cit., 1992, pp. 107-108).

Colección Bicentenario 41
de los quiteños, era conveniente erigir en esta ciudad
una junta legítima, presidida por el mismo virrey
Amar e integrada por “uno o dos magistrados de los
tribunales y de las diputaciones de esta ciudad y demás
provincias del reino, con necesaria subordinación
y dependencia de la Suprema, hoy existente en
Sevilla”. Sería esta nueva corporación la que debería
entenderse con los quiteños, pues sus comisionados
estarían en mejor situación para alcanzar que la Junta
de Quito reconociese que: “1º. La capital del reino, sus
provincias inmediatas, forman un cuerpo subordinado
a la Suprema Junta Central gubernativa de la
Monarquía (...) 2º La capital y sus provincias se unen
en un cuerpo con el excelentísimo señor virrey y las
autoridades del Reino. Luego no tienen desconfianza
alguna del gobierno, ni menos la pueden tener en lo
sucesivo”. Sería esta Junta, formada por los abogados
neogranadinos, la que podría “desengañar, persuadir
y convencer” a los quiteños respecto de la falsedad de
la hipótesis que había iniciado su movimiento hacia la
soberanía provincial.

La erección de esta junta provincial fue pedida por


28 de los vocales33 que asistieron a la junta del 11
de septiembre pero, aconsejado por los oidores de
la Real Audiencia y teniendo a la vista los informes
que el mismo día de la primera junta había recibido
del gobernador de Popayán, quien ya había tomado
medidas para la defensa militar contra cualquier
expedición armada que pudieran enviar los quiteños
sobre la provincia de Pasto, el virrey Amar logró
resistir la formación de la junta provincial solicitada,
a la espera de los acontecimientos, mientras instruía
33
Entre ellos se destacan los nombres de José Acevedo y Gó-
mez, Camilo Torres, Frutos Joaquín Gutiérrez, José María del
Castillo y Rada, Gregorio Gutiérrez Moreno, el canónigo An-
drés Rosillo, Manuel Pombo, Tomás Tenorio, Antonio Gallardo,
Nicolás Mauricio de Omaña, Pablo Plata y Luis de Ayala.

42 Colección Bicentenario
al Cabildo para contestar el despacho del marqués de
Selva Alegre en los términos de “afear su conducta
pero con moderación, pues así estaba resuelto”.

El 15 de octubre siguiente, el virrey informó reserva-


damente a la Real Audiencia sobre las noticias que ha-
bía dado el doctor Pedro Salgar, cura vicario de Girón,
a un oficial de la Secretaría del Virreinato respecto de
algunas reuniones “subversivas del Gobierno actual”
que se estaban realizando en la casa del magistral Ro-
sillo, a la cual asistían los abogados Ignacio de Herre-
ra y Joaquín Camacho, con el supuesto propósito de
erigir una junta suprema que sería alternativamente
encabezada por don Luis Caycedo, don Pedro Groot
y don Antonio Nariño, respaldada por 600 hombres
conducidos por el corregidor de Zipaquirá y por
1.500 de la villa del Socorro reunidos por don Miguel
Tadeo Gómez, administrador de aguardientes de esa
villa, quien estaba en comunicación con su primo, don
José Acevedo y Gómez, a la sazón regidor del cabildo
de Santa Fe34.

Los testimonios recogidos en las diligencias


practicadas por la denuncia del virrey confirmaron que
el magistral Rosillo había dicho que “al fin esto había
de quedar como Quito”, y que existía un plan para
sobornar la tropa y aprisionar al virrey, apropiándose
de los caudales reales y de las joyas de la virreina.
Se ordenó entonces la captura de Rosillo, Antonio
Nariño y Baltazar Miñano. Mientras tanto, el virrey
Amar relataba a don Antonio de Narváez, el diputado
elegido ante la Junta Suprema de España, que la
pretensión de la junta del 11 de septiembre era la de
34
Informe muy reservado del virrey Antonio Amar. Santafé,
15 de octubre de 1809. AGN, Archivo Anexo, Historia, rollo 5,
ff. 316-317. Editado, con otros documentos derivados de esta
denuncia, por Enrique Ortega Ricaurte en: Documentos sobre el
20 de julio de 1810. Bogotá: Kelly, 1960, pp. 1-2.

Colección Bicentenario 43
“sujetar el gobierno a una junta superior”, algo que él
no podía aceptar nunca porque sus resultados serían
“perjudiciales”. Lamentó entonces que el sobrino de
Narváez, el doctor José María del Castillo y Rada,
hubiera sido “uno de los más acérrimos defensores de
esta opinión”35.

El 23 de octubre siguiente, el Real Acuerdo consideró


la necesidad de actuar con rapidez frente a “las
novedades y desórdenes de Quito” para “evitar que
cunda el escándalo”, lo cual incluía llamar a declarar
a las personas protegidas por fuero real o eclesiástico.
Con esta autorización, el virrey decretó ese mismo día
que pese a los fueros particulares (militar, de hacienda
o de correos, eclesiástico) de que gozase, toda persona
llamada a declarar tendría que hacerlo sin excusa
alguna. El 8 de diciembre el virrey Amar declaró con
satisfacción que “el feo lunar” de infidencia que había
contraído la ciudad de Quito, y que había llegado a
manchar “el lustre de las Américas”, ya no existía,
pues ningún otro vecindario de la jurisdicción del
Virreinato había incurrido en la propagación de ese
trastorno. Por el contrario, el incidente había servido
para que todas las provincias pudieran “abrillantar su
lealtad” al rey Fernando VII, quien habría aumentado
su estimación por la lealtad de sus vasallos de todas
las provincias36.

Mientras tanto, algunos de los encausados por


infidencia declaraban que la Junta Suprema que habían
contribuido a erigir en Quito la habían entendido
como una “Junta provincial comprensiva del Reino
de Quito... que así como en España se hicieron varias
35
Carta del virrey Amar a don Antonio de Narváez. Santafé, 29
de septiembre de 1809. En: Eduardo Rodríguez Piñeres: La vida
de Castillo y Rada. Bogotá, 1949, p. 81.
36
Antonio Amar y Borbón: Edicto dado en Santafé, 8 de diciem-
bre de 1809. AGN, Archivo Anexo, Historia, rollo 6, ff. 2-6v.

44 Colección Bicentenario
juntas en distintos reinos o provincias, podía también
hacerse lo mismo en la América... a nombre del señor
Don Fernando 7º... mientras que Su Majestad o sus
legítimos sucesores se ponen en actitud de regir y
gobernar el Reino, siendo el objeto del establecimiento
de la Junta el conservarle el Reino y defenderlo de
cualquiera invasión enemiga”37. Por el momento, los
regidores de Santa Fe se habían quedado con las ganas
de constituir una junta.

Pasando a la Capitanía General de Venezuela,


encabezada interinamente en 1808 por el coronel Juan
d e Casas, tenemos que las noticias de los sucesos de
Bayona se conocieron en Caracas durante la primera
semana de julio de ese año. El 15 de julio siguiente
se presentó ante Casas el teniente Paul de Lamanon,
comandante del bergantín francés Serpent, quien
no solamente le confirmó las novedades sino que le
intimó a aceptar la nueva dinastía francesa que había
comenzado a reinar en la Península. Esta posibilidad
tentó al capitán general pero puso en alerta a los
oficiales españoles y venezolanos, quienes cerraron
filas alrededor de la fidelidad a Fernando VII. Ante
el alboroto popular, el Ayuntamiento de Caracas
conminó a Casas a organizar la jura de fidelidad al
rey cautivo, con lo cual se cerró de una vez aquella
posibilidad política entreabierta por los afrancesados.

El tumulto provocado por la llegada del agente


francés forzó al capitán general a convocar al Cabildo
de Caracas y a todos los estamentos de la ciudad a
una junta para examinar la situación de la Península.
Pudieron entonces todos oír la lectura, el 17 de julio,
de todas las noticias traídas por el bergantín Serpent. El
regente, Joaquín de Mosquera y Figueroa, se esmeró
37
Confesión del abogado guayaquileño Juan Pablo Arenas. Qui-
to, 14 de diciembre de 1809. AGN, Archivo Anexo, Historia,
rollo 6, f. 56.

Colección Bicentenario 45
por preservar la autoridad de la Audiencia ante la
tentación de conformar una junta. El capitán general
pudo así emitir un auto el día siguiente, publicado
por bando, declarando solemnemente “que en nada se
altera la forma de gobierno ni el reinado del señor
don Fernando VII en este distrito”. El Ayuntamiento
ratificó, el 27 de julio siguiente, su “firme e invariable
concepto de no reconocer otra soberanía que la del
señor don Fernando VII”, decretando no introducir
novedad alguna en el gobierno “hasta tanto que las
posteriores noticias del estado de la Península brinden
motivo a otra determinación”38.

Pero este mismo día el capitán general vaciló y dio un


paso en falso al comunicarle al Cabildo, “después de
una madura y detenida reflexión, que debe erigirse
en esta ciudad una junta a ejemplo de la de Sevilla;
y deseando que se realice a entera satisfacción de los
mismos que se interesan en ello, en común utilidad
de todos, espero vuestra señoría me manifieste en
este delicado asunto cuanto le pareciere con toda
la brevedad que fuese posible”. De inmediato, el
Ayuntamiento comisionó la redacción del prospecto de
esa junta al regidor Isidoro Antonio López Méndez y
al síndico procurador general Manuel de Echezuría
y Echeverría. El 29 de julio, el Cabildo examinó el
Prospecto de la Junta que, a imitación de la Suprema de
Gobierno de Sevilla, debe erigirse en Caracas. Formado en
virtud de comisión del muy ilustre Ayuntamiento por dos
de sus individuos.

Partiendo del principio del reconocimiento universal


de los caraqueños al rey cautivo y a sus sucesores,
aconsejaron la creación de una junta como la que había
38
Acta del Cabildo de Caracas publicada por Tulio Febres Cor-
dero en 1908. Citada por Caracciolo Parra Pérez en su Historia
de la Primera República de Venezuela [1939]. Caracas: Biblio-
teca Ayacucho, 1992, p. 154.

46 Colección Bicentenario
sido creada en Sevilla, de un total de 18 personas,
encabezada por el propio capitán general e integrada
por el arzobispo, el regente Mosquera, el fiscal de la
Audiencia, el intendente de ejército y real hacienda,
el subinspector del Real Cuerpo de Artillería, el
comandante del Cuerpo de ingenieros, el síndico
procurador general de Caracas y los diputados del
Ayuntamiento, el deán y los diputados del Cabildo
eclesiástico, y los diputados de los cosecheros, los
comerciantes, la Real y Pontificia Universidad, el
Colegio de Abogados, el clero regular y secular, de la
nobleza y del pueblo.

Aprobado este Prospecto, fue remitido al capitán


general, quien lo archivó por consejo del regente y
por la circunstancia de la llegada de un agente de la
Junta Central con las buenas nuevas de los primeros
triunfos contra los invasores franceses y la orden
de confirmar a todas las autoridades americanas en
sus empleos. Lo altos funcionarios consiguieron así
detener por un tiempo la eclosión juntera que se
anunciaba.

Un nuevo proyecto de constitución de una junta


en Caracas, encabezada por un grupo de nobles y
vecinos principales (conde de Tovar, conde de San
Javier, marqués del Toro, don Antonio Fernández
de León, don Juan Vicente Galguera y don Fernando
Key), fue firmado el 22 de noviembre de 1808. Esta
representación recordaba que sobre las juntas
supremas creadas en la Península había descansado
“el noble empeño de la Nación por la defensa de
la Religión, del Rey y de la libertad e integridad
del Estado”; de tal modo que podría esperarse de
las provincias de Venezuela ese mismo ardor si se
formaba aquí “una Junta Suprema con subordinación
a la Soberana de Estado, que ejerza en esta ciudad

Colección Bicentenario 47
la autoridad suprema, mientras regresa al Trono
nuestro amado rey el señor don Fernando VII”.39
Vigilados de cerca por el regente Mosquera, dos
días después fueron arrestados en sus casas o en los
cuarteles, por orden de la Audiencia. Su confinamiento
se prolongó hasta febrero de 1809, cuando se les
liberó sin condiciones y manteniéndoles “el honor,
reputación y concepto de fieles y honrados vasallos
de V. M.”.

La disolución de la Junta Central en la Península, ya


en los tiempos en que ejercía como capitán general
de Venezuela el brigadier Vicente Emparán, cambió
la situación. El dominio francés en Andalucía era
incontestable, y el Consejo de Regencia apenas podía
moverse por la isla de León, gracias a la protección
de los navíos ingleses. El 14 de abril de 1810 arribó
a Puerto Cabello el bergantín Palomo con la noticia
de la toma de Sevilla y del inminente ataque a
Cádiz. El 18 de abril siguiente entraron a Caracas
los tres comisionados de la Regencia, Antonio de
Villavicencio, José Cos de Iriberriz y Carlos Montúfar.
Los movimientos de estos tres comisionados por las
jurisdicciones de las audiencias de Caracas, Santa Fe y
Quito marcaron la ruta de la eclosión juntera.

Al día siguiente de su llegada, 19 de abril, se formó la


tan contenida Junta de Caracas. Era un jueves santo,
y a la presión que sobre Emparán ejerció un canónigo
de la catedral, José Cortés de Madariaga, habría que
agregar la inteligencia que el cabildo debió tener
con los militares. El argumento del “mal estado de
la guerra en España”, conocido por los buques recién
39
El texto completo de la representación de los nobles, firmada
en Caracas el 22 de noviembre de 1808 por 44 personas, puede
leerse en Inés Quintero: La Conjura de los Mantuanos. Caracas:
Universidad Católica Andrés Bello, 2002, p. 106-107.

48 Colección Bicentenario
llegados, fue determinante para la “constitución de
una soberanía provisional” para Caracas y los pueblos
de su provincia, en nombre de la conservación de los
derechos de Fernando VII. La autoridad del Consejo
de Regencia fue desconocida, los funcionarios de la
Audiencia fueron destituidos y apresados varios
militares. Una semana después ya funcionaba la
Junta con 23 vocales y adoptaba disposiciones
liberales: libertad de comercio con las naciones
amigas o neutrales, reforma del arancel de derechos
de importación y supresión de los de exportación,
abolición de la alcabala y del tributo de los indios,
prohibición del tráfico de esclavos, institución de una
sociedad patriótica para el fomento de la agricultura
y de la industria.

Las nuevas instituciones organizadas por la Junta


fueron sus cuatro Secretarías (Gracia y Justicia,
Hacienda, Guerra y Marina, Relaciones Exteriores),
el Tribunal de Apelaciones, Alzadas y recursos de
agravios, la Municipalidad y dos Juntas consultivas
(Guerra y Hacienda).

La invitación de la Junta de Caracas a las otras ciudades


de la Capitanía para adherirse a la transformación
política fue aceptada en el siguiente orden: Barcelona
(27 de abril), Cumaná (27 de abril), Margarita (4 de
mayo), Barinas (5 de mayo), Guayana (11 de mayo),
San Felipe (30 de mayo), Mérida (16 de septiembre),
Trujillo (9 de octubre). En cambio, la reacción se
consolidó en las provincias de Coro y Maracaibo,
seguidas después por Guayana, que defeccionó de su
postura inicial. Los agentes de este movimiento fueron
los comisionados nombrados por la Junta de Caracas:
José Antonio Illas y Francisco de Paula Moreno,
españoles, en Cumaná; Francisco Policarpo Ortiz y
Pedro Hernández Gratizo en Barcelona; el marqués
de Mijares y el comandante Pedro Aldao en Barinas;
Nicolás de Anzola en Coro; Luis María Rivas Dávila

Colección Bicentenario 49
en Mérida y Táchira; el coronel Fernando Rodríguez
del Toro en Valencia; el alférez real Joaquín Delgado
en Calabozo.

La invitación de la Junta de Caracas afectó el orden


jurisdiccional de la Monarquía, tal como lo advirtió
Caracciolo Parra (1939): la Gobernación de Cumaná
era presidida por un neogranadino, el coronel
Eusebio Escudero, justamente porque en los asuntos
de gobierno pertenecía a la jurisdicción del virrey
de Santa Fe y englobaba las jurisdicciones de Nueva
Andalucía, Nueva Barcelona y Guayana. En asuntos
judiciales dependía de la Audiencia de Santo Domingo,
pero en cambio Guayana dependía de la Audiencia de
Santa Fe. En lo eclesiástico, las tres jurisdicciones
obedecían al obispo de Puerto Rico, quien enviaba
a Venezuela un superintendente vicario. Solamente
en los asuntos fiscales pertenecía a la Real Tesorería
de Caracas. De esta suerte, la adhesión de Cumaná
a la Junta de Caracas significó la inmediata renuncia
del coronel Escudero, quien regresó a Cartagena de
Indias.

En la jurisdicción de la Audiencia de Santa Fe,


donde la acción conjunta del virrey Amar y de los
gobernadores de Popayán y Cartagena, así como de
los corregidores de Tunja, Pamplona y El Socorro,
todos peninsulares, había contenido la imitación del
ejemplo de la Junta de Quito, la situación cambió con
la llegada de uno de los comisionados del Consejo de
Regencia, don Antonio de Villavicencio (1775-1816),
un nativo de Quito que había alcanzado el rango
de teniente de navío y capitán de fragata de la Real
Armada en la Península. Su recorrido de Cartagena
de Indias a Santa Fe marcó el itinerario, entre mayo y
junio de 1810, de la erección de juntas provinciales de
“vigilancia, observación y defensa”, semejantes a la de
Cádiz, que en su propuesta secreta deberían sujetarse

50 Colección Bicentenario
a una Junta Superior de Seguridad Pública que podría
establecerse en Santa Fe40.

El doctor Antonio Camacho, síndico personero de


la ciudad de Santiago de Cali, ilustró bien el sentido
general de la acción política neogranadina en el primer
semestre de 1810: obedecer al Consejo de Regencia,
considerándolo “cuerpo representante de la soberanía
nacional”, y establecer en Santa Fe una Junta Superior
de Seguridad Pública, encargada de velar por “la salud
y defensa de la Patria y la conservación de estos Reynos
para Fernando Séptimo, y su familia, según el orden
de sucesión establecido por las leyes”. Juzgó que en ese
momento era ociosa la discusión sobre la legitimidad
con que fue establecido el Consejo de Regencia, pues
lo que importaba en la crisis era “conservar la unidad
de la nación, la íntima alianza de aquellos y estos
dominios”. Aconsejó entonces “prestar homenajes de
respeto y obediencia” al mencionado Consejo, para
que “no se crea que (el pueblo fiel y generoso de Cali)
trata de romper los estrechos vínculos que ligan el
continente Americano con el Español Europeo”. Este
“voluntario y espontáneo consentimiento” del pueblo
de Cali revestiría de “acto legalmente sancionado” y
de legitimidad al soberano Consejo de Regencia:

Hemos de convenir en que Fernando Séptimo


ha sido ya despojado violentamente de la
península; y si nosotros no le conservamos
estos preciosos Dominios, depositarios de
todas las riquezas y dones inestimables de
la naturaleza, ¿No seremos unos infames
40
El general José Dolores Monsalve fue uno de los académicos
que más insistió en el papel determinante jugado por este comisa-
rio regio en la erección de las juntas provinciales en el Nuevo Rei-
no de Granada. Cfr. Antonio de Villavicencio (el protomártir) y la
Revolución de la Independencia. Bogotá: Academia Colombiana
de Historia, 1920 (Biblioteca de Historia Nacional, XIX).

Colección Bicentenario 51
traidores? Venga Fernando Séptimo, vengan
nuestros hermanos los españoles a estos
Reynos, donde se halla la paz y tranquilidad,
y donde no podrá dominarnos todo el poder
del Globo, como seamos fieles al Monarca
que nos destinó Dios para nuestra felicidad41.

Respondiendo a la representación del doctor Cama-


cho, el 3 de julio de 1810 se congregaron en junta ex-
traordinaria todos los capitulares, eclesiásticos y em-
pleados públicos de la ciudad de Santiago de Cali para
examinar “la absoluta pérdida de España, el próximo
riesgo de ser esclavizada por el tirano Napoleón” y la
renuncia de la Junta Central, “depositaria de la sobe-
ranía”, en favor del Consejo de Regencia confinado en
la isla de León.

El doctor Joaquín de Cayzedo y Cuero, teniente de


gobernador de la provincia de Popayán, pasó revista
a los acontecimientos de la península y a las dudas
sobre la constitución legítima del Consejo de Regen-
cia. Basándose en las Partidas antiguas de la monar-
quía (ley 3ª, título 15, Segunda Partida), argumentó
en favor de la legitimidad del Consejo de Regencia
en los casos de ausencia del heredero de la Corona y
convocó a obedecerlo “por nuestra libre y espontánea
voluntad, por no diluir la unidad de la nación, por dar
testimonio de nuestra generosidad, de nuestra unión
y amor a los españoles europeos y, más que por otros
motivos, por haberse invocado el respetable y para no-
sotros tan dulce nombre de Fernando Séptimo”. Sin
embargo, estableció cuatro condiciones: dos de ellas
hicieron referencia a la propia existencia del Consejo
41
Representación del síndico personero del Cabildo de la ciu-
dad de Santiago de Cali, 28 de junio de 1810. AGN, Sección
Colonia, Archivo Anexo, Gobierno, 18, ff. 888-890r. Publicada
por el Instituto Colombiano de Cultura Hispánica en: Acta de
Independencia de Santiago de Cali. Bogotá, 1992, pp. 27-39.

52 Colección Bicentenario
de Regencia y a su capacidad para mantener la guerra
a la dominación francesa. Otra era la instalación in-
mediata de una Junta Superior de Seguridad Pública
en Santa Fe, semejante a la establecida en Cádiz y en
otras provincias españolas, que se le pediría al virrey.
Y la última era la previsión para la circunstancia pro-
bable de una defección del Consejo de Regencia: “en
este desgraciado caso, seamos nosotros libres y árbi-
tros para elegir la forma de gobierno más convenien-
te a nuestros usos, costumbres y carácter, viniendo de
España los vasallos fieles a hacer un mismo cuerpo
con nosotros, como que todos tenemos iguales obli-
gaciones de religión, vasallaje y patriotismo, jurando
conservar estos dominios y defenderlos a sangre y
fuego para Fernando Séptimo, y su familia, según el
orden de sucesión establecido por las leyes”42.

Oídas las razones del doctor Cayzedo, que los asistentes


a la junta extraordinaria acogieron con entusiasmo,
fue firmada el acta del 3 de julio de 1810 - que los
patrióticos caleños de hoy juzgan como su “acta de
independencia”43 - en la que se comprometieron
a conservar la seguridad de estos dominios “para
nuestro desgraciado rey cautivo” y a obedecer al
Consejo de Regencia, “como al Tribunal en quien se
ha depositado la soberanía”. Para ello, se ofrecieron a
jurarle obediencia y homenaje “como a nuestro rey y
42
Arenga del doctor Joaquín de Cayzedo y Cuero, teniente de
gobernador de la provincia de Popayán. Cali, 3 de julio de 1810.
AGN, Sección Colonia, Archivo Anexo, Gobierno, 18, ff. 890r-
895v. Publicada por el Instituto Colombiano de Cultura Hispá-
nica en: Acta de Independencia de Santiago de Cali. Bogotá,
1992, pp. 39-61.
43
Acta de la junta extraordinaria realizada en Cali el 3 de julio
de 1810. AGN, Sección Colonia, Archivo Anexo, Gobierno, 18,
ff. 895v-898v. Publicada por el Instituto Colombiano de Cultura
Hispánica en: Acta de Independencia de Santiago de Cali. Bo-
gotá, 1992, pp. 61-73.

Colección Bicentenario 53
señor natural”, bajo las cuatro condiciones propuestas
por el autor de la arenga. Puestos todos de rodillas
y ante la imagen del crucificado, procedieron a jurar
fidelidad al Consejo de Regencia. Una copia de esta
acta fue enviada por el Cabildo de Cali, el 13 de julio
siguiente, al comisionado regio que en ese momento
ya marchaba hacia Santa Fe. En la carta remisoria
advertían los regidores que ya estaban enterados de
las negociaciones que él había tratado con el Cabildo
y el gobernador de Cartagena para la formación de
una Junta Superior de Seguridad Pública en Santa Fe,
propuesta que respaldaban plenamente, como también
la de instalar juntas subalternas en las provincias, “un
pensamiento conforme a las ideas de los españoles en
la Península y que aquí se ha mirado como arriesgado,
haciendo no poca injuria a la fidelidad acendrada de los
americanos y a su representación nacional”. Las copias
del acta del 3 de julio enviadas a Santa Fe llegaron
después de que allí se había formado su Junta suprema
de gobierno (20 de julio), aunque se sospecha que el
doctor Ignacio de Herrera (1769-1840), un “hijo de
la ilustre ciudad de Cali” que solicitó en la capital del
Virreinato la realización del cabildo extraordinario,
sin la presencia del virrey, estuvo enterado de la
propuesta de formación de la Junta Superior de
Seguridad que iba en camino.

El 10 de mayo anterior, el comisario Villavicencio


había remitido al Cabildo de Cartagena de Indias una
carta, acompañada de cuatro impresos relacionados
con la erección del Consejo de Regencia de España
e Indias, solicitando su jura y reconocimiento, así
como la adopción de medidas urgentes para “cortar
el disgusto que empieza a nacer entre europeos y
americanos, por pasquines y versos en que se hieren
directamente y cuyo resultado no puede ser otro sino
de pasar de la pluma a las armas”44. Dos días después, el
44
Carta de Antonio de Villavicencio al cabildo de Cartagena de
Indias, 10 de mayo de 1810. Los cuatro impresos se referían a la

54 Colección Bicentenario
Cabildo examinó en sesión extraordinaria la petición
de Villavicencio y acordó convocar a un cabildo abierto
para resolver sobre el reconocimiento del Consejo
de Regencia y sobre el proyecto de erección de una
junta superior de gobierno provincial, presentado al
gobernador desde el 12 de abril anterior.

Por otra parte, Villavicencio escribió una carta


“reservadísima” al virrey Amar para informarle sobre
los esfuerzos empeñados para conservar la fidelidad de
los cartageneros al rey y para obtener su obediencia al
Consejo de Regencia, tomando medidas “para destruir
de raíz el cisma político que empezaba a nacer entre
españoles europeos y españoles americanos”, las cuales
incluían su propuesta de establecimiento de una “Junta
de vigilancia, observación y defensa”. Le aconsejaba la
formación en Santa Fe de una Junta Superior de todo
el Nuevo Reino, la cual debería subordinar a todas
las juntas que se formaran en las provincias, incluida
la de Cartagena45 En su respuesta “muy reservada”
del 19 de junio siguiente, el virrey advertía ya que el
comisario había “pasado a fomentar o a condescender
con novedades que pueden ocasionar turbulencia
en este Virreinato”, así las considerara “medios de
concordia”.

El cabildo abierto se realizó el 22 de mayo, previa


representación del síndico procurador Antonio José
instalación del Consejo de Regencia de España e Indias, al acto
de creación de dicho Consejo, a una arenga del Supremo Con-
sejo de España e Indias a la misma Regencia y a una proclama
del Consejo de Regencia a los españoles americanos. En: Porras
Troconis, Gabriel. Documental concerniente a los antecedentes
de la declaración absoluta de la provincia de Cartagena de In-
dias. Cartagena: Talleres de Artes Gráficas Mogollón, 1961, pp.
14-15.
45
Carta de Antonio Villavicencio al virrey Antonio Amar. Car-
tagena de Indias, 20 de mayo de 1810. En: José D. Monsalve,
1920, pp. 84-86.

Colección Bicentenario 55
de Ayos, quien pidió la creación de una junta superior
de gobierno provincial “por el modelo que propone
la de Cádiz, para precavernos contra los diferentes
géneros de funestos peligros a que están expuestos
todos los dominios de Su Majestad”. Asistieron,
además de los funcionarios ordinarios46, el comisario
regio, el gobernador Francisco de Montes y don
Antonio de Narváez - el representante elegido por el
Nuevo Reino ante la Suprema Junta Central de España
-, acordándose la erección de “una nueva forma de
gobierno” que no terminó siendo la junta superior
provincial solicitada por el síndico, dada la resistencia
que opuso el gobernador, sino un triunvirato
provisional compuesto por dos diputados del cabildo
en funciones de “coadministradores de la república”
(Antonio de Narváez y Tomás Andrés Torres) y el
gobernador Montes, “para el despacho diario de los
negocios”, quedando “reservados los de mayor interés
e importancia a todo el ayuntamiento, y al dicho señor
gobernador la jurisdicción real ordinaria para la
administración de justicia entre partes y las funciones
anexas al vicepatronato real”47.

Este delicado equilibrio de poder entre el Cabildo


y el gobernador de Cartagena, legitimado en la
Recopilación de leyes de Indias (ley 2, título 7, libro
4º) no podía mantenerse por mucho tiempo, como
en efecto sucedió. Por lo pronto, ese mismo día
46
En 1810 actuaron como alcaldes ordinarios José María Gar-
cía de Toledo y Miguel Díaz Granados, acompañados por doce
regidores: José María del Castillo, Germán Gutiérrez de Piñeres,
Santiago González, José Lázaro Herrera, José Antonio de Fer-
nández, Juan Salvador Narváez, Antonio Fernández, Juan Vi-
cente Romero, Manuel Demetrio de la Vega, Tomás Andrés de
Torres, José Antonio Amador y José Antonio Amado.
47
Carta de respuesta del cabildo de Cartagena de Indias al comi-
sario regio don Antonio de Villavicencio, 23 de mayo de 1810.
En: Porras Troconis, ob. cit., pp. 24-25.

56 Colección Bicentenario
este cabildo abierto promulgó un bando público
relatando el cambio político provisional adoptado y
el reconocimiento formal de la soberanía del Consejo
de Regencia48.

El comisario regio jugó un importante papel en la


resolución de la tensión de poder entre el gobernador
español y los dos coadministradores escogidos, dando
vía libre a la organización de “una junta por el estilo de
la Cádiz”. La ocasión fue suministrada por los sucesos
de la vecina villa de Mompóx, donde el comandante
español Vicente Talledo mantenía una pugna con el
cabildo similar a la que acontecía en Cartagena entre
el gobernador y el cabildo.

Desde el mes marzo de 1810, Talledo había estado


enviando informes al virrey Amar sobre un supues-
to complot contra las autoridades que preparaban los
hermanos Vicente, Germán y Gabriel Gutiérrez de
Piñeres en inteligencia con don Pantaleón Germán de
Ribón (alcalde de segundo voto) y en Cartagena con
don Antonio de Narváez y la Torre (alcalde de pri-
mer voto elegido en Mompós, aunque no aceptó este
empleo). El comisionado regio informó al Cabildo de
Cartagena sobre la “exaltación peligrosísima de los
ánimos” de los momposinos, aconsejando el retiro de
Talledo, “como que se tiene entendido por la voz pú-
blica que aquellos disturbios tienen por principios las
competencias y pleitos personales que se versan entre
el citado Talledo y el Cabildo y autoridades municipa-
les de aquella villa”49. El gobernador Montes se negó
a retirar al comandante Talledo del empleo que des-
empeñaba en Mompóx, lo cual fue interpretado por
48
Bando del cabildo abierto de Cartagena de Indias, 22 de mayo
de 1810. En: Porras Troconis, ob. cit., pp. 26-27.
49
Acta del cabildo de Cartagena de Indias en el que se leyó el
oficio enviado desde Mompóx por don Antonio de Villavicen-
cio, 4 de junio de 1810. En: Porras Troconis, ob. cit., pp. 28-29.

Colección Bicentenario 57
el Cabildo de Cartagena como un incumplimiento del
pacto del 22 de mayo, al retraerse “cuanto puede de
dar a los señores coadministradores la intervención
que les es debida en los asuntos que ocurren”50.

Durante la sesión del 14 de junio siguiente, el


comisionado regio se pronunció contra la pretensión
de “mando absoluto” del gobernador Montes,
contrariando “la buena armonía y el acomodamiento a
un sistema medio que fuese adaptable y útil al Rey a la
Patria en las críticas circunstancias en que se halla este
Reino y la metrópoli”. Adhirió entonces al parecer de
José María García de Toledo, el diputado del Cabildo
que había sido elegido ante las Cortes convocadas
en la Península, quien propuso la destitución del
gobernador “para no exponer a este fiel pueblo a una
revolución y preservarlo de mil desastres, cumpliendo
en esto con uno de los artículos de sus instrucciones
reservadas, pues que no le ha sido posible destruir
unas quejas tan justas y de tanta gravedad”.51

El teniente Blas de Soria fue llamado por el Cabildo


para que se encargara del mando político y militar de
la plaza y provincia, y luego se llamó a todos los jefes
militares de la plaza para informarles de la novedad
introducida. Compareció luego el gobernador
destituido ante el Cabildo, declarando que este cuerpo
no tenía autoridad para desposeerlo del mando, ni
menos para hacerle un juicio de residencia. Pidió
copias de todas las actas capitulares y recusó a quienes
lo habían juzgado por “falsas imputaciones”. El
arresto de Montes se hizo “en el mayor silencio y con
un orden admirable, porque en la medida estaban de
acuerdo comerciantes españoles de bastante influencia
50
Acta del cabildo de Cartagena de Indias, 7 de junio de 1810.
En: Ibid, pp. 29-31.
51
Acta del cabildo de Cartagena de Indias, 14 de junio de 1810.
En: Ibidem, p. 39.

58 Colección Bicentenario
que, así como algunos miembros del Cabildo... creían
que el motivo del procedimiento era únicamente
el especioso y aparente que se había escogido para
el logro de nuestro objeto: la supuesta complicidad
del gobernador con los enemigos de España para
someternos al yugo de Napoleón”52.

El comisionado regio había tenido la convicción de


que el triunvirato del 22 de mayo, que incorporaba
al gobernador Montes, era una mejor solución que
el establecimiento de la junta provincial, “por el
modelo de la establecida en la ciudad de Cádiz”, que
había propuesto el síndico de Cartagena de Indias. La
“satisfacción y júbilo universal” con que fue recibida
esta solución le habían permitido abrigar esperanzas
“de que estaban ya calmadas las desconfianzas,
inquietudes y general alarma en que hacía muchos
días estaba el pueblo”. Pero la conducta evasiva del
gobernador respecto de sus dos coadministradores
había agitado los ánimos al punto que había tenido
que condescender con su destitución y reemplazo
por el teniente de rey Soria, quien se comprometió
a darle cumplimiento al acuerdo del 22 de mayo. Por
ello, el comisario solicitó al Consejo de Regencia que
aprobara la destitución del gobernador, “exigida por
el imperio de la necesidad y circunstancias”, dirigida a
“conciliar la felicidad y quietud de esta provincia con
el mejor servicio del Rey”53.

Don Antonio de Villavicencio aprovechó su larga


permanencia en Cartagena de Indias para informarse
sobre el estado político del Nuevo Reino de Granada
y poder así comunicar al Consejo de Regencia sus
52
Memorias de Manuel Marcelino Núñez, 1864. En: Ibidem,
p. 44.
53
Informe del comisario regio don Antonio de Villavicencio al
primer secretario de Estado y Despacho del Consejo de Regen-
cia. Cartagena, 20 de junio de 1810. En: Ibidem, pp. 45-46.

Colección Bicentenario 59
observaciones, encaminadas a “salvar este Reino, fiel y
leal, de la ruina que lo amenaza en todo sentido”54. Para
empezar, los altos funcionarios del Virreinato eran
casi todos forasteros “y en lo general sin amor al país
ni a sus habitantes”, por lo cual eran percibidos por los
nativos como “extranjeros”. Esta circunstancia debería
remediarse mediante una reforma administrativa y “de
nombres o empleados en el Gobierno, para que puedan
prosperar estos países y conservarse en su acendrada
y no interrumpida lealtad”. Frente a “la dureza y la
rapacidad de los agentes del Gobierno... la dificultad
de obtener pronta justicia, lo costoso y eterno de los
pleitos, el engreimiento y despotismo de los ministros
y jefes superiores, y el odio que en general profesan
a los naturales”, habría que acoger la sugerencia de
remediar esos males mediante la erección de juntas
de diputados de las provincias o cabezas de partido
en las capitales de los reinos americanos, para que
con el conocimiento de sus necesidades pudiesen
aconsejar a los virreyes o capitanes generales respecto
de lo que convenía proveer para el buen gobierno
económico y seguridad del país. Adicionalmente, en
las capitales de las provincias se deberían erigir juntas
subalternas de la junta superior del reino, integradas
por diputados de los distritos, consultoras de los
gobernadores o intendentes respectivos. La reforma
de la administración económica de estos reinos
debería incluir la abolición del tributo de los indios y
de los estancos de tabacos y aguardientes, por ser los
“establecimientos más antipolíticos y anticomerciales
que ha podido establecer y perpetuar la ignorancia del
gobierno de América”.

Como premio de sus “servicios a la patria”, el comisio-


nado regio sugirió al Consejo de Regencia emplear en
54
Informe de Antonio de Villavicencio al Consejo de Regencia.
Cartagena de Indias, 24 de mayo de 1810. En: Elías Ortiz, 1960,
pp. 112-131.

60 Colección Bicentenario
los altos empleos a un grupo de “patricios beneméri-
tos que merecen el aprecio y respeto público”, inte-
grado por Antonio de Narváez y La Torre (diputado
elegido ante la Suprema Junta Central de España),
Joaquín Cabrejo (teniente asesor y auditor de guerra
de Panamá), José Munive (oficial real de Riohacha y
varias veces gobernador de Santa Marta), Francisco
Javier Vergara (agente fiscal de lo civil en la Audien-
cia de Santa Fe), Justo Gutiérrez (agente fiscal del cri-
men en la Audiencia de Santa Fe), Toribio Rodríguez
(auditor de Popayán), Juan Eloy Valenzuela (cura de
Bucaramanga), Marcelino Pérez de Arroyo (canónigo
de la catedral de Popayán), Benito Rebollo (cura de
Mompóx), José María Lozano (marqués de San Jor-
ge), Francisco José de Caldas (director del Observato-
rio Astronómico de Santa Fe), José Ignacio de Pombo
(prior del Consulado de Comerciantes de Cartagena)
y el grupo de abogados de la Real Audiencia con ma-
yor prestigio (Camilo Torres, Joaquín Camacho, Mi-
guel Díaz Granados, José María del Real, José María
del Castillo y Rada, Germán Gutiérrez de Piñeres).
La identificación de estos nombres habla muy bien de
los informantes de Villavicencio, pues sin excepción
todos ocuparon la escena pública neogranadina du-
rante la segunda y tercera décadas del siglo XIX, y
algunos de ellos son considerados hoy “mártires” del
movimiento de independencia.

El 3 de julio de 1810, Villavicencio llegó a Mompóx,


un día después de que una turba había obligado al
comandante Vicente Talledo a huir de esa villa,
resolviendo el conflicto que mantenía con el cabildo.
El alcalde ordinario Pantaleón Germán Ribón y los
tres hermanos Vicente Celedonio, Germán y Gabriel
Sayas Gutiérrez de Piñeres, nativos de la villa de
Mompóx y regidores tanto de ésta como del Cabildo de
Cartagena, fueron actores principales de la conducta
política de la Junta de Mompóx en 1810. Eran primos
segundos de don Antonio de Narváez de Piñeres y

Colección Bicentenario 61
de la Torre, quien a la vez se convirtió en tío político
de Germán, pues éste contrajo matrimonio con doña
Vicenta de Narváez y Viole, sobrina de aquel.

El 24 de abril de 1810 se había recibido un correo de


Cartagena que informaba sobre la conquista de casi
todas las provincias de la Península por las tropas
francesas. La agitación en torno a la opción de adherir
a la Junta de Cartagena se hizo más intensa, así como
la de expulsar al comandante Talledo. Una vez que
la Junta de Cartagena depuso al gobernador Montes,
convocó a los momposinos a unírsele, “deponiendo
las ligeras pasiones y errados conceptos que en el
tiempo anterior se dejaban entender por algunos, y
cuya propagación hubiera podido producir las mas
funestas consecuencias”. Se referían a la vieja rivalidad
comercial y estatutaria que existía entre cartageneros
y momposinos. A fines del siglo XVIII, Carlos III
había hecho de Mompóx una cabecera de provincia,
segregándola de la jurisdicción de Cartagena por la real
cédula de Aranjuez del 3 de agosto de 177455, pero los
cartageneros lograron revertir esa independencia. Una
vez que los momposinos expulsaron a la guarnición
puesta al mando del coronel Talledo, se enteraron de
los acontecimientos santafereños del 20 de julio y de
la convocatoria a un Congreso General de todas las
provincias del Nuevo Reino. Fue entonces cuando
tomaron la decisión, el 6 de agosto, de desconocer
tanto la autoridad del Consejo de Regencia como la de
Cartagena, “por desaires sufridos de ésta”, adhiriendo
a la convocatoria de Santa Fe.

El cabildo extraordinario del 6 de agosto de 1810


restauró la independencia provincial de Mompóx
respecto de Cartagena, reasumiendo una soberanía
55
Salzedo del Villar, Pedro. Apuntaciones historiales de Mom-
pox. Cartagena: Comité Hijos de Mompox; Gobernación del De-
partamento de Bolívar, 1987. 205 p.

62 Colección Bicentenario
para negociar en Santa Fe, bien ante su Junta Suprema
o ante el Congreso General del Reino. La actuación
de José María Gutiérrez de Caviedes (“el fogoso”) y de
José María Salazar, comisionados de la Junta Suprema
de Santa Fe, fue determinante en esta acción, origen
de las siguientes disputas militares entre cartageneros
y momposinos.

Mientras se producían las acciones de Mompóx, el


Cabildo de Cartagena ordenó el reclutamiento de dos
batallones de milicias, uno de blancos y otro de pardos,
titulados “Voluntarios patriotas, conservadores de los
augustos derechos de Fernando VII”, y convocó al
pueblo a mantenerse fiel al rey y adherir a “la justa
causa de la metrópoli”, fraternizando con “nuestros
hermanos de la Península”, pues “no es menos vasallo
y miembro de la nación española el europeo que el
que ha nacido en estas regiones”. En la representación
que dirigió a los demás cabildos del Nuevo Reino de
Granada, la nueva Junta de Cartagena sostuvo que
la destitución del gobernador había sido una medida
adoptada como precaución ante “los horribles extremos
del despotismo o de la anarquía” a los que estaba
expuesta toda la América española en la circunstancia
de la total subyugación de la “madre patria” por los
ejércitos de Bonaparte. En su opinión, esa medida
había “resonado por todos los pueblos del Reino” y
les había disipado el miedo ante la posibilidad de ser
encarcelados en el castillo de Bocachica, “con que
amenazaban continuamente los gobernantes de Santa
Fe”, originando el singular movimiento de reclamos
que se produjo durante el mes de julio de 1810:

Empezaron (los pueblos) a reclamar a más alta


voz sus derechos, que tomados por insultos
y por síntomas de insurrección estrecharon
las providencias opresivas, las que producían
nuevas y más vivas reclamaciones. De modo
que reproduciéndose a sí mismas progresiva-

Colección Bicentenario 63
mente este altercado de reclamaciones y que-
jas de los pueblos oprimidos, y de violencias y
opresiones del despotismo, fermentaron a tal
punto en los ánimos que cada uno empezó a
sacudirse el yugo de su pequeño tirano56.

Se refería a los acontecimientos ocurridos en la villa


del Socorro y en la ciudad de Pamplona, preliminares
de los sucesos del 20 de julio en la capital del
Virreinato que arrancaron “de raíz el tronco principal
del despotismo”.

En la ciudad de Pamplona se produjo, el 4 de julio


de 1810, un motín que destituyó al corregidor Juan
Bastús y Falla, un catalán que desde 1808 había
reemplazado en este empleo al tunjano José Joaquín
Camacho, gracias a un titulo despachado por el rey57
que frustró también las aspiraciones de un benemérito
pamplonés, don Juan Nepomuceno Álvarez y Casal,
yerno de la importante matrona doña Agueda
Gallardo viuda de Villamizar (1751-1840). Los
“motores” de este movimiento fueron, además de esta
viuda, su yerno (Francisco Canal), su hijo (Joaquín
Villamizar) y su hermano Rafael Emigdio Gallardo,
Rafael Valencia, José Gabriel Peña, Ramón Carrizosa,
56
Exposición de la Junta de Cartagena de Indias a las demás
provincias del Nuevo Reino, 19 de septiembre de 1810. En: Ibi-
dem, p. 53.
57
El Corregimiento de Pamplona, como el del Socorro, fueron
creados a finales del siglo XVIII mediante la fragmentación del
antiguo Corregimiento de Tunja. Integró en su jurisdicción a las
ciudades de Pamplona, Salazar de las Palmas y Girón, así como
a las villas del Rosario y San José de Cúcuta. El virrey nombró
como primer corregidor a Joaquín Camacho (1805-1808), pero
en este último año llegó de España, con título expedido por el
rey en 1806, el catalán Juan Bastús y Faya. El virrey Amar de-
cidió darle posesión, aunque no había terminado el período de
Camacho, ante las noticias de los sucesos de Bayona.

64 Colección Bicentenario
Manuel Silvestre (oficial de la Real Caja), Manuel
Mendoza, Pedro María Peralta, el doctor Escobar
(párroco de Málaga) y el doctor Francisco Soto58. El
temor ante la causa que Bastús había abierto el 30
de junio anterior contra doña Agueda Gallardo unió
a todos los beneméritos que antes rivalizaban entre
sí59.

Las funciones del corregidor fueron depositadas en


el Cabildo y en algunos beneméritos y eclesiásticos
que “reasumieron provisionalmente la autoridad
provincial”. Pero el acta que formalizó la junta
provincial sólo fue firmada el 31 de julio siguiente
en un cabildo abierto que fue convocado para dar
respuesta a la posibilidad de establecer en Santa
Fe una “confederación general”, advertida por un
despacho enviado por el cabildo de San Gil. Además
de los capitulares, asistieron los priores de todos los
conventos, todo el clero y los oficiales del batallón de
milicias “que se acababa de establecer en esta plaza”.
Fue entonces cuando “el pueblo todo, reasumiendo la
autoridad que residía en nuestro legítimo soberano, el
señor don Fernando VII”, eligió la Junta provincial,
integrada por los miembros del cabildo y seis vocales
más: los presbíteros Domingo Tomás de Burgos
(presidente), Raimundo Rodríguez (vicepresidente)
58
Recomendación del gobernador de Santa Marta en favor de
Juan Bastus y Falla. Santa Marta, 29 de noviembre de 1811. En:
Rafael Eduardo Ángel: “Panamá. Capital del Virreinato de la
Nueva Granada (1812-1816)”. En Gaceta histórica. San José de
Cúcuta, 123 (2002), pp. 25-26.
59
El 29 de junio de 1810, festividad de San Pedro (patrón de
la ciudad y de la principal cofradía), se produjo un motín cuya
autoría fue atribuida por el corregidor a doña Agueda Gallardo,
abriéndole causa al día siguiente y amenazando con secuestros
de bienes. Todas las familias de beneméritos se asustaron y pasa-
ron a preparar el incidente del 4 de julio siguiente, en el cual esta
viuda le arrebató al corregidor su bastón de mando.

Colección Bicentenario 65
y Pedro Antonio Navarro (capellán de las monjas),
acompañados por Rafael Valencia, José Gabriel Peña
y Rafael Emigdio Gallardo. El doctor Francisco Soto
- abogado de la Real Audiencia nativo de la villa del
Rosario de Cúcuta - actuó como secretario de la Junta
provincial.

Esta junta acordó la conservación de la religión


católica, la obediencia a Fernando VII, la adhesión
“a la justa causa de la nación” y la “absoluta
independencia de esta parte de las Américas de todo
yugo extranjero”60. El doctor Soto, quien alcanzaría
las más altas posiciones públicas al lado de su paisano,
Francisco de Paula Santander, explicó que el temor de
ser combatidos al mismo tiempo por los corregidores
y gobernadores de las provincias vecinas (Socorro,
Maracaibo y Tunja) había aconsejado aplazar la
formal erección de la junta provincial hasta el último
día de julio, cuando ya se tuvieron noticias de los
acontecimientos del Socorro, Tunja y Santa Fe.

El amotinamiento de los vecinos de la villa de Nuestra


Señora del Socorro contra su corregidor, el asturiano
José Francisco Valdés Posada, se produjo durante los
días 9 y 10 de julio de 1810. Fue preparado por el
dispositivo militar que éste había montado en la villa
para conjurar acciones hostiles. Una orden dada desde
un balcón del cuartel a las siete de la noche del primer
día, desobedecida por tres transeúntes, desencadenó
una refriega con los soldados en la que perdieron la
vida ocho personas. Al siguiente día el corregidor y la
tropa se fortificaron en el convento de los capuchinos
para resistir el acoso de miles de personas llegadas
de algunas parroquias de la provincia, capitaneadas
por sus curas. El doctor Miguel Tadeo Gómez, primo
60
Acta del cabildo abierto celebrado en Pamplona el 31 de julio
de 1810. En: Revista Estudio, 302 (noviembre de 1986), pp. 53-
54.

66 Colección Bicentenario
del “tribuno santafereño”, fue uno de los oradores
principales de la jornada del día 10, en la cual se rindió
el corregidor ante la muchedumbre. En el informe de
la junta que el cabildo envió al virrey Amar, el 16 de
julio siguiente, se advirtió que “el único medio que
puede elegir vuestra alteza es el de prevenir al muy
ilustre cabildo de esa capital para que forme su junta
y trate con nosotros sobre objetos tan interesantes a
la Patria, y consiguientemente a la Nación, de cuya
causa jamás nos separaremos”61.

El 11 se constituyó la Junta local de gobi erno con los


miembros del cabildo y seis beneméritos que fueron
asociados62, invitándose a los otros dos cabildos que
integraban el corregimiento (San Gil y Vélez) a erigir
una Junta provincial de gobierno. El acta de erección
de esta junta expresó la voluntad de resistir con mano
armada “las medidas hostiles que tomará el señor
virrey de Santa Fe contra nosotros, como lo hizo
contra los habitantes de la ilustre ciudad de Quito”.
61
Informe de la junta del Socorro al virrey Antonio Amar y
Borbón, 16 de julio de 1810. En: Horacio Rodríguez Plata: La
antigua provincia del Socorro y la independencia. Bogotá: Pu-
blicaciones Editoriales, 1963 (Biblioteca de Historia Nacional,
XCVIII), pp. 22-27.
62
Los dos alcaldes ordinarios eran José Lorenzo Plata y Juan
Francisco Ardila. Los seis beneméritos cooptados por la junta
fueron Miguel Tadeo Gómez, Javier Bonafont, Acisclo Martín
Moreno (el hombre más rico de la villa), José Ignacio Plata (cura
de Simacota), Pedro Ignacio Fernández e Ignacio Carrizosa. La
resistencia de los socorranos contra el corregidor Valdés comen-
zó desde su llegada al empleo, por recomendación del fiscal de
la Real Audiencia, pues “se apareció aquí después de la revolu-
ción de España a despojar al propietario, doctor don José Joa-
quín Camacho, hijo benemérito de la Patria y tan distinguido por
su virtud y literatura”. Cfr. Carta de José Acevedo y Gómez al
comisionado regio. Santafé, 29 de junio de 1810. En: Monsalve,
1920, p. 138.

Colección Bicentenario 67
Para manifestar “a la faz del universo la justicia y
legitimidad” de la junta erigida, se aseguró que los
socorranos estaban decididos a conservar la provincia
“a su legítimo soberano, el señor don Fernando VII, sin
peligro de que los favoritos de Godoy, y los emisarios
de Bonaparte, nos esclavicen dividiéndonos”63. El
compromiso con la defensa de la religión católica y
con el rey le fue recordado al presidente de la Junta
del Socorro por el párroco de Simacota, José Ignacio
Plata, con ocasión de la jura de la Constitución de la
Junta provincial que le fue solicitada: “Sostener los
tres santos objetos de nuestra independencia, que lo
son: la Religión, la Patria, y el desgraciado Fernando
Séptimo y su dinastía”64.

La Junta provincial fue integrada por dos diputados


del cabildo del Socorro y dos del cabildo de la vecina
villa de San Gil, pues los veleños no enviaron sus
representantes. La primera carta constitucional de la
Junta provincial (15 de agosto de 1810) expuso, en 15
artículos, los “cánones” que guiarían al nuevo gobierno:
defensa de la religión, garantía de la libertad, la
igualdad y la propiedad; publicidad de las cuentas del
Tesoro Público, división tripartita del Poder Público
(la Junta de representantes de los tres cabildos sería
el Poder Legislativo, los alcaldes ordinarios de los
cabildos serían el Poder Ejecutivo, y el Poder Judicial
lo ejercería un tribunal que la Junta crearía), abolición
del tributo de los indígenas y libertad de siembra y
comercio de los tabacos.

Desde Mompóx, Villavicencio tranquilizaba al virrey


advirtiéndole que las medidas adoptadas en esta villa y
63
Acta de constitución de la junta provincial del Socorro, 11 de
julio de 1810. En: Rodríguez Plata, ob. cit., pp. 35-38.
64
Carta del párroco de Simacota al presidente Lorenzo Plata, 28
de septiembre de 1810. AGN, República, Archivo Anexo, rollo
11, f. 249r-v.

68 Colección Bicentenario
en Cartagena contra Montes y Talledo correspondían
a la política del Consejo de Regencia - “apagar el
fuego y no hacer un incendio” -, pues ellos no eran “a
propósito para mandar” dado que estaban “nutridos
en el concepto de que el terror es oportuno para
mantener en todos tiempos la fidelidad a hombres que
por el mismo Supremo Gobierno se llaman iguales
y libres”65. Por su parte, los santafereños ilustrados
esperaban con ansia la llegada del comisionado regio,
compañero de estudios en el Colegio del Rosario de
don José de Acevedo y Gómez, regidor perpetuo del
Cabildo, quien ya le llamaba “el libertador de la Patria”
y se ofrecía a esperarlo en Fontibón para acompañarlo
en su entrada a la capital. En su carta, este regidor le
expuso la urgencia de establecer en Santafé una Junta
Superior de Gobierno, “a imitación de la de Cádiz, y
compuesta de diputados elegidos por las provincias,
y provisionalmente por el Cuerpo Municipal de la
capital”. Según las representaciones de personas
ilustradas de las provincias del Socorro, Pamplona
y Tunja, “los cabildos no tienen una verdadera
representación popular, a causa de que sus empleados
o individuos no obtuvieron su nominación del público,
sino por compra que hicieron al Gobierno”. Pronosticó
entonces la división del Reino si no se convocaba a
los representantes de las provincias para erigir una
junta general, hasta entonces juzgada “subversiva y
revolucionaria” por los funcionarios del Gobierno66.

En Santa Fe, el síndico procurador Ignacio de Herrera


había vuelto a solicitar al Cabildo, el 28 de mayo de
1810, la organización de una Junta Provincial “antes
de obedecer al Consejo de Regencia”:

65
Carta de Antonio de Villavicencio al virrey Amar. Mompóx,
8 de julio de 1810. En: Monsalve, 1920, p. 135.
66
Carta de José de Acevedo y Gómez al comisionado regio,
don Antonio de Villavicencio y Berástegui. Santafé, 29 de junio
de 1810. En: Monsalve, 1920, pp. 136-138.

Colección Bicentenario 69
Valencia, Granada y ahora Cádiz han hecho
prodigios de valor por la confianza que han
tenido de los miembros de sus Juntas. Sus
moradores descansan sobre la fidelidad de
sus vocales, que son obra de sus manos y
a quienes miran como el ángel tutelar de
su libertad. Cítense, pues, a esta capital
los diputados de todos los cabildos, para
que se forme una Junta, sin perjuicio de las
autoridades establecidas. Este Cuerpo dictará
todas las providencias que sean convenientes
a la conservación de la Patria, y los pueblos
nada tendrán que temer del abuso del poder...
No por esto pretendo que nos separemos del
Consejo de Regencia últimamente establecido
en la Isla de León, cuyo reconocimiento y
obediencia se nos pide67.

En su opinión, oponerse a la organización de esa


junta sería “resistir a los deseos que tienen todos sus
vecinos de acogerse bajo la protección de las personas
más bien acreditadas en todo el Reino, y poner trabas
para que no lo logre es desmentir la declaratoria
de hombres libres que acaba de hacer el Consejo
de Regencia y es sembrar celos entre los españoles
europeos y americanos, concediendo a los primeros
una facultad que no se permite a los segundos”.
Además de obedecer voluntariamente al Consejo
de Regencia y de enviar diputados a las Cortes de
Cádiz, había que organizar, “ante todas cosas, la Junta
Provincial de este Reino”.

Gracias a los vínculos de paisanaje o parentesco


con los ilustrados de Cartagena, Cali y Socorro, los
67
Ignacio de Herrera: “Representación al cabildo de Santafé”, 28
de mayo de 1810. En: Restrepo, José Manuel (selecc.). Documen-
tos importantes de Nueva Granada, Venezuela y Colombia. Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia, 1969. Tomo I, pp. 7-14.

70 Colección Bicentenario
abogados más destacados de la junta santafereña del
11 de septiembre del año anterior recibían informes
detallados sobre el movimiento de destitución de
gobernadores y corregidores de origen peninsular, con
la consiguiente formación de juntas de gobierno. José
Acevedo y Gómez, Ignacio de Herrera, José Joaquín
Camacho y José María del Castillo eran los mejor
informados y, por ello, los que desesperaban por la
dilación que el virrey Amar, sostenido por los oidores
de la Real Audiencia, habían impuesto a la petición
de erección de la junta superior de gobierno. El 19 de
junio siguiente, el cabildo solicitó al virrey Amar fijar
la fecha de la convocatoria de la sesión en la que se
crearía la junta superior, sin obtener respuesta.

El 16 de julio, José Joaquín Camacho instó al Cabildo


a dirigir un nuevo oficio al virrey solicitando la con-
vocatoria de la junta, “siendo cada día más urgentes
los motivos... en vista de la agitación en que se hallan
los pueblos, recelosos de su futura suerte”. Dos días
después, ya bien enterado de los motines de Pamplona
y Socorro, así como del retraso de la llegada del co-
misionado regio, urgió al cabildo a convocar la junta
de autoridades y vecinos propuesta, “y que en ella se
sancione la de representaciones del Reino, haciendo
responsables a Dios, al Rey y a la Patria, a los que se
opusieren a medidas tan saludables”68. Durante la no-
che del 19 de julio el virrey y los oidores examinaron
la situación y concluyeron que no era tan grave como
se rumoraba. Al mismo tiempo, los impacientes abo-
gados se reunieron en las habitaciones que Francisco
José de Caldas tenía en el Observatorio Astronómico
y resolvieron forzar la convocatoria a la junta.

Durante la mañana del viernes 20 de julio, día de


Santa Librada, Camacho encabezó una diputación
que le pidió directamente al virrey fijar la fecha de
68
Citado por Gómez Hoyos, ob. cit., 1992, p. 145.

Colección Bicentenario 71
realización de la junta, pero éste se negó a hacerlo en
términos definitivos. Al mediodía se inició una reyerta
entre Francisco Morales, respaldado por sus dos hijos,
y el comerciante español José González Llorente,
a quien la turba le atribuyó el haber proferido una
expresión insultante contra el comisario regio y los
americanos. Movilizada por chisperos, la turba de los
barrios aledaños a la Catedral protagonizó un motín
de grandes proporciones que concluyó con un cabildo
extraordinario, celebrado en la noche, en el que se
erigió una Junta, con la denominación de “Suprema
del Nuevo Reino”69, integrada por diputados elegidos
a gritos por la muchedumbre. Después de tan larga
espera de los santafereños, “la menor chispa bastó
para prender un fuego tan activo que en diez y ocho
horas consumió el edificio del antiguo gobierno”70.
El acta del cabildo extraordinario, firmado esa
noche por 38 diputados proclamados a gritos por la
muchedumbre (15 más lo hicieron al día siguiente),
dio cuenta del depósito interino hecho del gobierno
69
Los cartageneros fueron los mayores críticos de esta pre-
tensión santafereña “de levantarse con el Gobierno Supremo
del Reino”. En su opinión, éste solamente podría surgir de la
reunión de los diputados de todas las provincias. Cfr. Carta de
José Ignacio de Pombo al comisario Antonio de Villavicencio.
Cartagena, 10 de septiembre de 1810. En: Monsalve, 1920, pp.
318-319.
70
“Carta de José Acevedo y Gómez al comisionado regio Carlos
Montúfar”, Santafé, 5 de agosto de 1810. En: Boletín de Histo-
ria y Antigüedades, Bogotá, vol. XX, no. 231 (1933), p. 235.
La presión de las señoras santafereñas (Gabriela Barriga, Juana
Petronila Nava, Carmen Rodríguez de Gaitán, Petronila Lozano,
Josefa Baraya y las Ricaurtes) sobre la virreina fue un elemento
destacado en la autorización finalmente dada por el virrey para
la realización del cabildo extraordinario del 20 de julio. Cfr. Jor-
ge W. Price: Juana Patronila Nava. En: Biografías de dos ilustres
próceres y mártires de la Independencia y de un campeón de la
libertad, amigo de Bolívar y de Colombia. Bogotá, p. 66.

72 Colección Bicentenario
supremo del Reino en la Junta constituida, encargada
de redactar una Constitución capaz de “afianzar la
felicidad pública, contando con las nobles provincias”,
respetando su libertad e independencia mediante la
adopción de “un sistema federativo” y representativo.
El nuevo gobierno constitucional sólo podría abdicar
“los derechos imprescriptibles de la soberanía del
pueblo” en la persona de Fernando VII, “siempre que
venga a reinar entre nosotros”, y se sujetaría al Consejo
de Regencia mientras existiera en la Península.

La Junta Suprema Gubernativa del Reino quedó


formalmente presidida por el virrey Amar y realmente
dirigida por el doctor José Miguel Pey, a la sazón alcalde
de primera vara en el Cabildo de Santa Fe y quien
luego ordenó el apresamiento del virrey. Esta Junta
se comprometió a: “1) Defender y sostener la religión
católica, 2) defender la soberanía de Fernando 7° sobre
sus territorios, 3) evitar la divisiones provinciales y
los posibles conflictos entre los españoles europeos y
americanos, 4) oír las peticiones del Pueblo a través
de un síndico procurador general, elegido entre el
pueblo; 5 )vivirá el pueblo en seguridad interna y
externa, 6) establecer un batallón de voluntarios,
7) hacer una iluminación general de la ciudad por
tres noches a la instalación de la Junta Suprema, 8)
(permitir que) el pueblo se haga un desaire a si mismo
y, 9) perseguir, asegurar y castigar a las personas
sospechosas y criminales”.

Mientras se elegía el sindico procurador, las demandas


del pueblo serían atendidas por los párrocos de los
barrios, acompañados por un abogado, titulándose
comisarios de instrucción: en el barrio de las Nieves,
su párroco y el doctor Ignacio Omaña; en el de Santa
Bárbara, su párroco y el doctor Manuel Ignacio
Camacho; en el de San Victorino, su párroco y el
doctor Felipe Vergara; y en el de la Catedral, su
párroco Pablo Plata y el doctor Domingo Camacho.

Colección Bicentenario 73
Entre las “personas sospechosas y criminales” fueron
apresadas los funcionarios de la Real Audiencia:
Juan Hernández de Alba (oidor decano), Diego de
Frías (fiscal de lo civil), Manuel Francisco Herrera
(regente), Joaquín Carrión y Moreno (oidor) y Manuel
Martínez Mansilla (fiscal de lo criminal). También el
virrey Amar y su esposa, doña María Francisca de
Villanova.

Las noticias de los sucesos santafereños provocaron


la erección de una junta independiente del Consejo
de Regencia en la villa de Mompóx, el 6 de agosto de
1810, pero también del dominio de Cartagena. Esta
acción fue revertida por la Junta de Cartagena durante
el mes de enero de 1811, fiel a sus compromisos con
el comisionado Villavicencio y gracias a una acción
armada contra los dos batallones momposinos.

La Junta provincial de Santa Marta se organizó el 10


de agosto mediante acuerdo del gobernador Víctor de
Salcedo y su teniente, Antonio Viana, con los miembros
del Cabildo. Examinada en cabildo extraordinario la
noticia de la deposición del virrey Amar y de la Real
Audiencia, se acogió la propuesta de don Basilio de
Toro para organizar la Junta. Realizado el escrutinio,
resultó elegido el gobernador Salcedo para presidirla,
con la vicepresidencia de José Munive, el diputado
elegido por esta provincia ante las Cortes. Los vocales
elegidos fueron Antonio Viana, el arcediano Gabriel
Díaz Granados, el provisor Plácido Hernández, Basilio
García, Pedro Rodríguez, los tenientes coroneles
Rafael Zúñiga y José María Martínez de Aparicio, y
Agustín Gutiérrez Moreno (secretario).

La transición al sistema de juntas provinciales


resultó aquí tranquila, por lo que no debe extrañar
el juramento de cada uno de los presentes para
“derramar su sangre y sacrificar su vida en defensa
de la religión y del muy amado monarca Fernando

74 Colección Bicentenario
VII”, ni su adhesión a la autoridad del Consejo de
Regencia. Se solicitaron diputados a cada uno de
los cinco cabildos de la jurisdicción provincial de
Santa Marta y en el mes de diciembre siguiente se
modificó la composición de la Junta, bajo presión de
los comerciantes catalanes, para garantizar la total
adhesión al Consejo de Regencia. Con ello, esta
provincia encabezó la acción de mantenimiento de la
fidelidad al Consejo de Regencia y al nuevo virrey del
Nuevo Reino que vino desde La Habana a establecer
su nueva sede en Panamá.

Las noticias de la constitución de la Junta de Santa


Fe promovieron la erección de las juntas provinciales
de Antioquia (30 de agosto), Popayán (11 de agosto),
Neiva (17 de agosto) Chocó (31 de agosto) y Nóvita
(27 de septiembre).

En la provincia de Antioquia, sus vecinos ya estaban


en estado de agitación por los rumores de una
posible invasión francesa. En su febril imaginación,
los franceses aparecieron como ateos, ladrones y
violadores interesados en seducir con engaños a los
pueblos para subyugarlos. En opinión del gobernador
provincial, don Francisco de Ayala, los emisarios del
emperador francés se habían introducido a todas la
provincias de las Indias con el fin de “separarlas de la
obediencia de sus legítimos jefes y magistrados para
levantar unos pueblos contra otros, los hermanos
contra los hermanos, y los padres contra los hijos, para
después que estén divididos, y que se hayan degollado
los unos a los otros, poder entrar con sus tropas
infernales, acabar con los pocos que queden, destruir
la religión que profesamos, arrasar los pueblos en que
adoráis a Dios, atar y despedazar vuestros sacerdotes,
abusar de vuestras mujeres e hijas, y últimamente
quitaros los bienes, y la libertad”71.

71
Archivo Restrepo, r. 4, ff. 10-11v.

Colección Bicentenario 75
Este miedo ya los había conminado a adoptar medidas
defensivas: el 4 de agosto de 1810, el gobernador Ayala
ordenó crear un batallón de milicias disciplinadas,
cuyos oficiales serían escogidos entre los vecinos
principales de las villas y ciudades, y cuya elección
recaería en los cabildos. No serían admitidos en dicha
milicias los vagos. Los ejercicios militares se realizarían
los días domingos y festivos, por un par de horas.
Recibirían un corto sueldo para su mantenimiento,
como reconocimiento a sus servicios. Y dado que el
objetivo de estas milicias sería mantener a salvo la
integridad interior de la Provincia, no serían sacados
de los límites de ésta, y probablemente tampoco de
la demarcación del pueblo en donde se establecieran
compañías. Seis días después, el cabildo de Santa Fe
de Antioquia abrió la comunicación de la Suprema
Junta de Santa Fe en la que se informaba sobre los
acontecimientos del 20 de julio anterior y se invitaba
a la formación de un Congreso General del Reino,
para lo cual se requería la presencia de un diputado
que representara los derechos de la Provincia de
Antioquia. Fue entonces cuando este cabildo72 exhortó
a sus homólogos de Medellín, Rionegro y Marinilla a
enviar sus diputados ante un congreso provincial que
resolvería lo que conviniera sobre esta invitación:

Este será el momento feliz y precioso, en que


sepultadas las pequeñas y antiguas divisiones,
que nos han distraído por largos años, nos
demos por la primera vez y nos saludemos
con aquel ósculo de paz, y fraternidad que
debe poner sello para siempre a nuestros
sentimientos para que formando un solo
72
Integrado por el gobernador don Francisco de Ayala, José Ma-
nuel Cosio, Pedro Alcántara, Faustino Martínez, Andrés Cam-
pero, José Pardo, Juan del Corral, José Manuel Zapata y Tomás
Rublas.

76 Colección Bicentenario
pueblo, trabajemos de acuerdo en nuestra
común felicidad.73

El 29 de agosto siguiente llegaron los representantes


de los tres cabildos mencionados, en medio del
entusiasmo del pueblo, con demostraciones de aprecio
por su especial jerarquía74. Las sesiones del Congreso
Provincial se iniciaron al día siguiente, prolongándose
hasta el 7 de septiembre. Presidido por el teniente de
gobernador asesor, doctor Elías López, fue integrado
por los ocho diputados de los cabildos de Antioquia
(Manuel Martínez y José María Ortiz), Medellín
(José Joaquín Gómez y Pantaleón Arango), Rionegro
(el presbítero José Miguel de la Calle y José María
Montoya) y Marinilla (el cura Francisco Javier
Gómez e Isidro Peláez). Todos ellos representaban
las autoridades civiles y eclesiásticas establecidas del
“antiguo régimen”. Días después fueron integrados
73
AGN, Archivo Restrepo, Rollo 4, f. 12r – 13r.
74
En carta dirigida al cabildo de Rionegro, sus diputados - don
José Miguel de la Calle y don José María Montoya - describie-
ron el recibimiento que les preparó el ayuntamiento de Antio-
quia: “Pasamos el Cauca en una barqueta bien vestida; y con
asientos y cojines para cada uno de los diputados, y una bandera
que tremolaba, y representaba los cuatro cabildos; a la orilla iz-
quierda del caudaloso Cauca nos aguardaba un lúcido y numero-
so cuerpo de caballería, ricamente adornado; todos se desmonta-
ron y avanzando a nuestro encuentro arengó elocuentemente el
regidor doctor don Faustino Martínez... luego incorporándonos
con el debido orden entre el lúcido acompañamiento en la caba-
llería que al efecto nos tenían prevenidas ricamente enjaezadas
fuimos conducidos a la famosa casa (por no decir palacio) donde
estaba colocada otra bandera blanca, con las cuatro ciudades de
Antioquia, Medellín, Rionegro y Marinilla, sobre la que se leía
esta inscripción “Alianza Provincial”: allí se arengó de nuevo,
y se nos sirvió un suntuoso refresco, y a la noche y en los tres
días siguientes abundante banquete...”. Cfr. Archivo Restrepo, r.
4, ff. 36-37.

Colección Bicentenario 77
cuatro “representantes del pueblo” elegidos por los
vecinos “cabeza de familia” de la provincia, es decir,
los que eran económicamente independientes, libres
de toda servidumbre, y sin deudas con la justicia75. El
28 de octubre se posesionaron éstos, que resultaron
ser los idóneos integrantes de los mismos cabildos.

Antioquia eligió a quien ya hacía parte del Congreso,


don Manuel Antonio Martínez; Medellín, al doctor
don Lucio de Villa; Rionegro, al ya también miembro
del Congreso, don José María Montoya; y Marinilla
a don Nicolás de Hoyos76. Otros miembros de la
Junta Superior Provincial llegaron a ser don José
Manuel Restrepo (quien se desempeñó como vocal
secretario), y un “fiscal y representante de los pueblos
de la provincia no sujetos a departamento capitular”,
75
Esta sería la forma de realizarse la votación, según se expresa
en un documento emanado del Congreso Provincial y fechado
el 11 de septiembre de 1810: “Todo vecino cabeza de familia,
de condición libre, y casa poblada, que contra sí no tenga nota
de infamia o causa criminal abierta, que no sea vago notorio, ni
viva a expensas de otro, tendrá voto en la elección del diputado
de su departamento = Estos votos se recibirán en las escribanías
públicas, a donde concurrirá uno de los alcaldes ordinarios, y lo
llevarán escrito, cerrado y firmado exteriormente por el elector =
Los que no supieren escribir dirán al señor alcalde el sujeto a fa-
vor de quien votan, para que así conste y lo asiente el escribano
= Tales sufragios deberán ser por aquellas personas en quienes
concurran las cualidades precisas para los empleos concejiles, y
que consideren con el talento, probidad, y patriotismo necesario
al mejor desempeño de tan alta confianza = Concurrirán a hacer
esta votación en el preciso término de dos días naturales, con-
tadas desde aquel, en que ya se considere publicado este edicto
en los partidos inmediatos a cada departamento capitular = Úl-
timamente serán tenidos por diputados del pueblo, y como tales
miembro de la Junta los individuos que resultaren con mayor
número de sufragios.” (Archivo Restrepo, rollo 4, f. 31r-v).
76
Ibid, f. 35.

78 Colección Bicentenario
cargo que fue ocupado por el ya mencionado don
José María Ortiz. En fin, terratenientes, mineros y
comerciantes, que en sus ratos de ocio se dedicaban
a las tareas burocráticas de los ayuntamientos - con
ello adquirían prestigio y abolengo -, integraron el
primigenio Congreso Provincial con diez diputados.
De este modo, la transición política del “antiguo
régimen” al modo político representativo no depuso
autoridad alguna, ni se oyeron los ruidos de armas y
gritos del populacho como en Santa Fe.

Los miembros de este primer Congreso provincial


prometieron defender la religión católica, sostener
los derechos de los pueblos a quienes representaban,
y asumir transitoriamente la soberanía que había sido
reasumida por los cabildos, dada la prisión del rey. A
su turno, esa soberanía fue cedida a favor del Congreso
Provincial, mediante un pacto de alianza. El propósito
de este Congreso fue el de adoptar medidas políticas,
militares y fiscales que permitieran mantener ilesa la
autoridad de Fernando VII en la Provincia y conjurar
la anarquía, las disensiones internas y las intrigas de
los franceses. Una proclama emitida en los primeros
días de septiembre de 1810 advirtió sobre las ventajas
que obtendrían los reales vasallos de esta Junta
provincial: no tendrían que caminar largas distancias
para obtener las providencias judiciales que pusieran
fin a sus agravios, o para solicitar el derecho que los
protegiera del juez injusto. Los recursos estaban a la
mano en un Congreso o Junta Provincial que oiría y
remediaría sus vejaciones; los sostendría en la posesión
de sus derechos; dictaría providencias de justicia, buen
gobierno y policía; y organizaría las fuerzas internas
que se debían tener para rechazar cualquier enemigo
doméstico.77

Aunque no estaba totalmente de acuerdo con la


deposición de las autoridades superiores que había
77
Archivo Restrepo, rollo 4, f. 18.

Colección Bicentenario 79
ocurrido en Santa Fe78, este Congreso abogó por la
creación de una Corte del Reino, la fidelidad al rey
Fernando VII y la preparación estratégica contra una
eventual invasión francesa:

La anarquía en que puede quedar el Reino


todo, es el cuadro terrible que llama nuestra
atención, y sobre que debemos tirar nuestras
pinceladas para alejar sus horrores, y darle
el mejor aspecto en la parte que nos toque.
Nuestras relaciones de comercio, correspon-
dencia e intereses recíprocos están en riesgo
de ser fatalmente interrumpidos, y todavía
nos amenazan peores consecuencias.79

Con el fin de cumplir cabalmente con sus funciones y


con los propósitos señalados, el Congreso Provincial
redactó, en 37 artículos80, las políticas que fueron
acordadas:
-No enviar diputado al Congreso General convocado
por la Junta de Santa Fe, pero aclarando que ello no
significaba que la Provincia de Antioquia no aspirara
a la formación de una confederación general de las
provincias del Reino.
-Auxiliar pecuniariamente a las provincias de
Cartagena, Santa Marta y Riohacha para que éstas
estuviesen en condiciones de repeler una eventual
invasión de tropas francesas.
-Elegir un diputado provincial ante las Cortes del
78
“Santafé de Bogotá, capital del Nuevo Reino de Granada, ha
depuesto las autoridades que nos gobernaban. Ella nos presenta
al parecer una causa justa, y nosotros no nos creemos con au-
toridad, ni con derecho para inculcar sus procedimientos, para
aprobarlos, ni afearlos.” (AGN, Archivo Restrepo, Rollo 4, F.
16v – 18r).
79
Ibid.
80
AGN, Archivo Restrepo, Rollo 4, F. 18v – 23r.

80 Colección Bicentenario
Nuevo Reino, según un procedimiento electoral
acordado y con tal de que éste gozara de las virtudes
de probidad, ilustración y patriotismo.
-Crear un fondo pecuniario para socorrer a los
españoles europeos que emigrados a América como
consecuencia de la invasión francesa de la península
ibérica.
-Crear un batallón de milicias de pardos voluntarios y
en cada una de las cuatro capitales de los departamen-
tos de la provincia organizar compañías de milicias
urbanas, integradas por “la nobleza, a fin de que esta
clase privilegiada tome una parte activa en la defensa
del país.” Los oficiales de estas compañías serían ele-
gidos por propia “clase noble” enrolada.
-Instalar una Junta Superior Provincial, “con las
mismas facultades que los cuatro ayuntamientos
en representación de sus respectivos pueblos han
conferido y depositado en dicho Congreso”, y con
los mismos miembros y funcionarios. Esta Junta
sería provisional, y subsistiría mientras los cuatro
ayuntamientos concurrieran a formarla por elección
de un diputado idóneo. Dicha elección sería efectuada
por los padres o cabezas de familia de cada uno de los
departamentos capitulares “conocidos por tales y no
impedidos legalmente de esta voz.” Esta nueva Junta
elegiría un vocal secretario y los diputados recibirían
un sueldo de mil pesos fuertes anualmente.
-A la Junta Superior Provincial le corresponderían
las facultades de conocer todo tipo de apelaciones,
quejas y consultas que se hicieran en el ramo de la
administración de justicia, en segunda instancia.
Atendería también la administración de los ramos de
hacienda, policía, comercio, industria, defensa interior
“y demás que se comprende bajo el concepto de un
buen gobierno”.
-Liberación del comercio de tabacos y aguardientes,
es decir, su cosecha, destilación y consumo dentro

Colección Bicentenario 81
de la provincia, y el comercio fuera de ella. Con esto
se buscaba fomentar la industria y la agricultura, y
evitar los constantes fraudes que se cometían en el
interior de la provincia, pues era ya una costumbre
que por el tabaco se cobrara el doble de su valor. Sin
embargo, para evitar el desfalco de la hacienda pública
como consecuencia de la extinción de esos estancos
se exigió que todo vecino libre, sin distinción de sexo
y desde los dieciocho años, hiciera anualmente la
contribución de ocho reales. Por otra parte, quienes
introdujeran a la provincia cualquiera de los referidos
productos debían pagar el 2% de alcabala. En
consecuencia, se suprimirían los empleos de guardas
de rentas monopolizadas y los demás funcionarios de
estos ramos.
-Supresión del derecho de mazamorreo que se exigía a
los lavadores de oro de aluvión, ya que se consideraba
perjudicial para el erario y la industria. Tampoco
los mineros pagarían por sus registros y títulos más
que el valor del papel sellado y del amanuense de la
escribanía.
-Cobrar el 2% de alcabala por los géneros comerciales
que se distribuían y vendían en la Provincia, dado que
el dos y cuarto por ciento que se cobraba antes era
fuente de corrupción.
Terminadas la sesiones del Congreso, el 7 de
septiembre de 1810, e instalada la Junta Superior
Provincial, todos los diputados - al igual que don
Dionisio Tejada (sargento mayor de las milicias
disciplinadas de la Provincia), el presbítero Raimundo
Orozco (lugarteniente del vicario capitular), y el
cura de Rionegro -, juraron en la iglesia cumplir los
anteriores acuerdos “como dictados por el buen orden
público, tranquilidad de esta provincia, y conservación
de los preciosos dominios de nuestro soberano el señor
don Fernando Séptimo, defendiendo sus derechos,

82 Colección Bicentenario
la patria y nuestra santa religión hasta derramar la
última gota de sangre”81.
La Gobernación de Neiva era ejercida, desde el 18 de
diciembre de 1808, por el español Anastasio Ladrón
de Guevara, nombrado por el Consejo de Indias para
un período de seis años82. Quizás por esta procedencia
peninsular, entró en situación de conflicto personal con
los vecinos principales de la ciudad de Neiva. Por ello,
cuando se tuvo noticia de los sucesos de Santa Fe, siete
días después de su ocurrencia, el procurador general
del Cabildo, Joaquín Chacón, pidió la destitución de
Ladrón de Guevara y la organización de una junta.

En la villa de Timaná, su síndico procurador repre-


sentó, el 27 de agosto de 1810, que su vecindario tenía
“los mismos derechos que han tenido aquellos pueblos
para instalar sus juntas y establecer un nuevo plan de
gobierno”, de tal suerte que para uniformizar a este
vecindario con todos sus “compatriotas” el Reino pi-
dió al cabildo la instalación de una junta gubernativa
“para que en ella deposite el pueblo sus derechos y
confianzas”, aboliendo “el antiguo gobierno”. Dado
que había dejado de existir un gobierno superior de
todas las provincias del Reino, quedando este vecinda-
rio libre “para proceder por nosotros mismos a todo
aquello que sea conveniente al beneficio de la patria,
bien y utilidad de la república”, propuso el traslado
de la villa al sitio de la parroquia de Garzón, “como
centro de la jurisdicción”83. El cabildo de Timaná
convocó la junta en la parroquia de San Miguel de
Garzón para el 5 de septiembre, instruyendo que una
vez constituida se enviaría un diputado a la ciudad de
Neiva para tratar de la unión con Santafé.
81
AGN, Archivo Restrepo, Rollo 4, F. 23v – 24r.
82
Restrepo Saénz, José María. Neiva en la Independencia. p 5
83
Representación de Vicente Sánchez, síndico procurador ge-
neral de la villa de Timaná, 27 de agosto de 1810. En: AGN,
Archivo Anexo, Historia, rollo 11, f. 13 r-v.

Colección Bicentenario 83
Efectivamente congregada esta junta en Garzón, se
decidió que el nuevo gobierno mixto se integraría con
el cabildo y nueve vocales más, encargado de “sancionar
leyes municipales, ordenanzas, constituciones y
reformaciones... imponer pechos y derechos que exija
la necesidad”. El traslado de la cabecera de la villa
fue aprobado, quedando con el nombre de Villanueva
de Timaná. Los vecinos de la parroquia de San Pedro
de Sabanita Larga, en los llanos de Casanare, en
respuesta a la convocatoria de la Junta Suprema de
Santa Fe también acogieron la causa de “Religión,
Patria y Corona” y eligieron nuevo juez parroquial
(José Manuel de Peralta).

En la ciudad de Tunja, que destituyó a su corregidor


tan pronto llegaron las noticias de lo ocurrido en Santa
Fe, la organización de su junta provincial esperó hasta
el 11 de octubre de 1810. En cambio, en la villa de
Honda se organizó el 25 de julio, un par de días antes
del desembarco del comisario regio. En Santa Fe de
Antioquia se organizó la Junta provincial que incluyó
a los diputados de Marinilla, Rionegro y Medellín,
quedando integrada por el gobernador Francisco de
Ayala y los señores Juan Nicolás de Hoyos, Juan Elías
López Tagle, Manuel Antonio Martínez, José María
Ortiz, Lucio de Villa, José María Montoya y José
Manuel Restrepo.

El 5 de agosto de 1810 se recibieron en la ciudad


de Popayán las noticias sobre los acontecimientos
de Santa Fe y el 11 de agosto la invitación para el
envío de diputados ante un congreso general del
Nuevo Reino. Este mismo día, y con la presencia del
comisionado regio Carlos Montúfar, se formó la Junta
provisional de Seguridad con cinco miembros - José
María Mosquera, el maestrescuela Andrés Marcelino
Pérez Valencia, Antonio Arboleda, Mariano Lemus y
Manuel Dueñas -, presidiéndola el gobernador Miguel

84 Colección Bicentenario
Tacón84, quien tanto se había destacado en las acciones
contra la Junta de Quito, y actuando como secretario
don Francisco Antonio Ulloa. La adhesión al Consejo
de Regencia fue constatada por el propio comisionado,
quien continuó su derrotero hacia Quito.

Fueron despachados comisionados ante los cabildos


de Cali, Buga y Cartago, en procura de que eligiesen
diputados ante una junta provincial que sería erigida
en Popayán. Pero éstos apenas pudieron comprobar
la posición de aquellos, que desconocía la autoridad
de su antigua cabecera de gobernación y adhería a
la promesa de participación en el Congreso general
del Reino que les había hecho saber don Ignacio de
Herrera, el ilustre caleño que tanto se había destacado
en los sucesos santafereños. Se produjo entonces en
Popayán una fuerte tensión entre la autoridad de la
Junta provisional y la del cabildo, respaldada por el
gobernador y las órdenes religiosas. Los juntistas
se enfrentaron a los taconistas, nombres que fueron
dados a los dos bandos, pero los últimos disponían
de la fuerza armada del gobernador, de la autoridad
tradicional de los capitulares y de los religiosos. En
octubre se disolvió la Junta provisional y se restauró
el orden político antiguo, pese a los esfuerzos que hizo
parte del vecindario para reorganizarla. Con el apoyo
de una milicia de Pasto, comandada por Gregorio
Angulo, el gobernador Tacón asumió plenos poderes
en nombre de la autoridad del Consejo de Regencia.

Mientras tanto, la Junta de Cali preparaba su


unión con los demás cabildos del Valle del Cauca,
desconociendo al Consejo de Regencia y consolidando
su independencia de Popayán, alistándose además
84
Este militar había sido compañero del comisario regio en la
Escuela de Guardiamarinas de Madrid y se opuso a la formación
de la Junta de Seguridad, pero su resistencia fue doblegada por
el comisario Carlos Montúfar y del Cabildo de Popayán.

Colección Bicentenario 85
para la guerra con el gobernador Tacón, en alianza
con las tropas enviadas desde Santa Fe bajo el mando
del coronel Baraya.

Miguel Tacón, el gobernador de Popayán, expuso en


un oficio dirigido a la Junta de Santa Fe la mejor defensa
de la posición de obediencia al Consejo de Regencia
que se pudo leer en el Nuevo Reino de Granada85. En
su opinión, romper con este Consejo era, además de
una “ilegal e impolítica forma de administración que
rompía el vínculo de unión con la madre patria”, el
camino para convertir al Nuevo Reino en “un grupo
de gobiernos separados expuestos a las convulsiones
y trastornos que trae consigo la influencia popular”.
Un gobierno legítimo, “capaz de hablar el lenguaje de
la fidelidad y del honor”, sabía que

al entusiasmo de la revolución suceden los


celos, la envidia, la divergencia de opiniones
y la falta de acuerdo; y que esto, junto con el
diferente carácter y las pretensiones parciales
destruirán la buena armonía de las provincias...
Sabe por las experiencias de la Península que
si bien en las circunstancias de invasión, falta
de comunicaciones y otras que no nos son
comunes fue acertado y conveniente para el
gobierno particular de cada provincia el de
sus juntas, pero que no bastando éstas para
la unión de todos fue indispensable dar mayor
extensión al sistema político para formar una
nación, una autoridad suprema gubernativa
y la representación nacional que, en nombre
del soberano, manejase con uniformidad las
85
“Oficio del gobernador Miguel Tacón a la Junta Suprema
de Santafé”. Popayán, 28 de diciembre de 1810. En: Alfonso
Zawadsky: Las ciudades confederadas del Valle del Cauca en
1811. Cali: Centro de Estudios Históricos y Sociales “Santiago
de Cali”, 1996, pp. 170-176.

86 Colección Bicentenario
operaciones civiles, las militares y demás
ramos de la organización y dirección pública.

En su opinión, tanto la Junta Central como el Consejo


de Regencia habían sido las instituciones adecuadas a
la circunstancia en la que el rey no podía gobernar por
sí mismo, pues “la Regencia es el gobierno que más se
acerca a la unidad de la monarquía y de la autoridad
nacional”, en tanto que representaba interinamente
al soberano “mientras las dos mitades de la nación
(América y España) organizan la forma de gobierno
que sea más acomodada a las circunstancias y a sus
votos”. La Regencia, a la cual había jurado obediencia
el Cabildo de Santa Fe delante del virrey Amar, era
el cuerpo soberano de la nación, el “centro de unión
entre las Américas y España que han reconocido
todos los reinos, provincias y ciudades de este Nuevo
Mundo”. Su convocatoria a Cortes no era motivo para
emanciparse de la Regencia pues, por el contrario,
la alteración del gobierno legítimo produjo que
las provincias se separaran del Nuevo Reino, “que
Cartagena esté dividida de Mompóx, Santa Fe de
Honda, Santa Marta etc., Quito de Guayaquil y
Cuenca, y en la provincia de Venezuela, Caracas de
Maracaibo y Coro”.

El 2 de agosto de 1810, mientras el otro comisionado


regio - Carlos Montúfar, hijo del marqués de Selva
Alegre – se aproximaba a la capital de la Audiencia
de Quito, se produjo en esa ciudad la matanza de
muchos de los apresados por el proceso seguido
a quienes formaron la primera junta. Las tropas
enviadas por el virrey del Perú fueron los actores de
ese hecho cuando abortaron el intento de fuga de los
reos, seguido del saqueo de la ciudad y de la muerte
de muchas personas inocentes. El 12 de septiembre
entró a la ciudad el comisionado y de acuerdo con el
presidente de la Audiencia convocó a una junta de
notables el 19 de septiembre siguiente. Fue en aquella

Colección Bicentenario 87
donde se acordó la creación de una Junta Superior
de gobierno, dependiente únicamente del Consejo de
Regencia. El 9 de octubre la segunda Junta de Quito
declaró su autonomía respecto del Gobierno de Santa
Fe, asumiendo “todas las facultades de la capitanía
general”.

El 22 de septiembre se reunieron los electores e inte-


graron la Junta con el conde Ruiz de Castilla (presi-
dente), el comisionado regio y el obispo Cuero Caice-
do como vocales natos, más once vocales provenientes
de los dos cabildos (secular y eclesiástico), el clero
y la nobleza, así como de las cinco parroquias. Tres
días después fue incorporado, como vicepresidente, el
marqués de Selva Alegre. Siete de los once vocales
habían sido miembros de la primera Junta del 10 de
agosto de 180986.

Esta segunda Junta de Quito declaró que sus propósitos


eran “la defensa de nuestra religión católica, apostólica
y romana que profesamos; la conservación de estos
dominios a nuestro legítimo soberano, el señor don
Fernando VII, y procurar todo el bien posible para
la Nación y la Patria”. El 20 de octubre siguiente, la
Junta autorizó al Cabildo de Quito a elegir su diputado
ante las Cortes de Cádiz, resultando electo el conde
de Puñonrostro, quien ya se encontraba en esa ciudad
como diputado suplente. Tal como había ocurrido
con la primera Junta, las vecinas provincias de Loja,
Guayaquil, Pasto y Cuenca se negaron a ponerse bajo
su autoridad. La de Cuenca se convirtió en la sede de
la oposición realista y el centro de la acción de los
oidores de la antigua Audiencia, y posteriormente en
86
Jaime E. Rodríguez O.: “Las primeras elecciones constitucio-
nales en el Reino de Quito, 1809-1814 y 1821-1822”, en Pro-
cesos: revista ecuatoriana de historia. Nº 14 (2º semestre de
1999), p. 15-17.

88 Colección Bicentenario
la sede del nuevo presidente de la Audiencia que envió
el Consejo de Regencia, el general Joaquín Molina.

La gran revolución parlamentaria


En ausencia del Soberano, cautivo sin remedio en los
dominios del emperador francés, las juntas americanas
reasumieron en sí la soberanía para conservársela
a Fernando VII, para preservar la religión católica
y para cuidar los intereses de sus patrias locales.
Nominalmente eran juntas conservadoras pero en
la práctica fueron revolucionarias, por cuanto se
situaron en posición de “cargar con las atribuciones
de la Soberanía”87. Antes de la proclamación de su
independencia respecto de la Corona, cuando las
juntas apenas reclamaban igualdad y autonomía,
experimentaron el establecimiento de gobiernos
representativos que terminaron desintegrando la
monarquía. La “gran revolución parlamentaria”88 se
produjo en las Cortes de Cádiz, pero también en los
congresos de las provincias que en América habían
reasumido la soberanía.
Una vez erigidas las juntas de las jurisdicciones de
las extinguidas Audiencias de Santa Fe, Caracas y
Quito, el siguiente movimiento político fue el de la
87
Esta expresión fue usada por el virrey Amar y Borbón en su
carta al secretario del Consejo de Regencia (Coruña, 13 de enero
de 1811): “… con solo el bullicio de haber reasumido el pue-
blo sus derechos parciales nombraron vocales de una Junta de
Gobierno que cargó con las atribuciones de la Soberanía”. Cfr.
Mario Herrán Baquero: El virrey don Antonio Amar y Borbón.
La crisis del régimen colonial en la Nueva Granada. Bogotá:
Banco de la República, 1988, p. 305.
88
Cfr. Jaime E. Rodríguez: La revolución política durante la
época de la Independencia. El Reino de Quito, 1808-1822. Qui-
to: Universidad Andina Simón Bolívar, Corporación Editora Na-
cional, 2006.

Colección Bicentenario 89
congregación en congresos, una experiencia que
resultó fallida en Santa Fe y exitosa en Caracas.
El viernes 22 de diciembre de 1810 fue instalado en
Santa Fe el primer Congreso Supremo del Nuevo
Reino de Granada. Estuvieron presentes en el acto
los diputados de las juntas provinciales del Socorro,
Neiva, Santafé, Pamplona, Nóvita y Mariquita, res-
pectivamente: el canónigo Andrés Rosillo y Merue-
lo, el licenciado Manuel Campos, el doctor Manuel
Bernardo Álvarez, el doctor Camilo Torres Tenorio,
el doctor Ignacio de Herrera y José León Armero. La
secretaría de las sesiones fue encomendada a don An-
tonio Nariño y al doctor Crisanto Valenzuela. Este
día solicitó ingreso, como apoderado y representan-
te de 21 pueblos agregados a la villa de Sogamoso,
el doctor Emigdio Benítez. El juramento que todos
prestaron en sus posesiones confirma las lealtades bá-
sicas de las provincias en ese momento: conservación
de la religión católica, sostenimiento de los derechos
de Fernando VII contra el usurpador del trono (José
Bonaparte), defensa de la independencia y soberanía
del Reino contra cualquier invasión externa, y reco-
nocimiento único de la autoridad depositada por los
pueblos en las juntas de las cabeceras provinciales.
“Religión, Patria y Rey” era la consigna general de las
juntas neogranadinas de 1810.

Los diputados que representaban legítimamente a las


juntas provinciales eran entonces seis, todos aboga-
dos y dos de ellos además eclesiásticos. En ese mo-
mento, las ciudades o villas neogranadinas que podían
demostrar la legitimidad de sus estatus provinciales
eran unas quince89. Aunque los críticos de los tiempos
posteriores han calificado este evento como un simple
“congreso de canapé”, dada la escasa representación
89
Santafé, Cartagena, Panamá, Veraguas, Popayán, Santa Mar-
ta, Antioquia, Riohacha, Chocó (incluye Nóvita y Citará), Tunja,
Casanare, Pamplona, Socorro, Mariquita y Neiva.

90 Colección Bicentenario
provincial (las Juntas de Cartagena y Antioquia se ne-
garon a enviar diputados), sus deliberaciones y diso-
lución marcaron el derrotero político de la transición
al estado republicano.

Aunque eran las provincias los entes políticos que


reivindicaban su derecho para hacer parte del primer
congreso del Reino, en realidad se trató de una reunión
de abogados litigantes recibidos en los estrados de
la Real Audiencia de Santa Fe90: el doctor Manuel
Bernardo Álvarez (Santa Fe, 1743-1816), quien
fue recibido como abogado en la Audiencia el 13 de
noviembre de 1769 y vivía en la calle de San Agustín;
el doctor Andrés Rosillo y Meruelo (Socorro, 1758
- Bogotá,1835), quien fue recibido el 6 de diciembre
de 1786 y vivía en la calle de La Catedral, donde se
desempeñaba como canónigo magistral; el bachiller
Emigdio Benítez Plata (Socorro, 1766 – Santa Fe,
1816), quien fue recibido el 14 de diciembre de 1793;
el doctor Camilo Torres (Popayán,1766 – Santa
Fe,1816), quien fue recibido el 24 de julio de 1794
y vivía en la calle del Chocho; el doctor Ignacio
de Herrera Vergara (Cali, 1768 - Bogotá, 1840),
recibido el 4 de diciembre de 1797; el doctor Crisanto
Valenzuela Conde (Gámbita, 1777 – Santa Fe, 6-
07-1816), recibido el 24 de enero de 1803 y vivía en
la calle de San Joaquín. El doctor José Miguel Pey
(Santa Fe, 1763-1838), vicepresidente de la Junta de
Santa Fe, quien participó en el debate del Congreso
General contrariando al diputado de esta Junta, había
sido recibido en la Audiencia el 28 de agosto de 1789
y vivía en la calle de la Enseñanza.

Eran egresados del Colegio Mayor del Rosario los


doctores Rosillo, Torres y Herrera, mientras que los
90
Antonio Joseph García de la Guardia: Kalendario manual y
Guía de forasteros. Santafé: Imprenta Real, por don Bruno Es-
pinosa de los Monteros, 1806.

Colección Bicentenario 91
egresados del Colegio Mayor de San Bartolomé eran
los doctores Álvarez, Pey y Valenzuela, así como el
bachiller Benítez. Así que solamente eran forasteros
en Santa Fe el licenciado José Manuel Campos Cote
(Socorro, 04-1774 - Bogotá, 07-1824), quien había
sido cura párroco de Prado (provincia de Neiva), y
José León Armero (Mariquita, c1780 - Honda, 29-10-
1816), notable vecino de la provincia de Mariquita.
El cuadro del Congreso lo completaba el segundo
secretario, don Antonio Nariño (Santa Fe, 1765 - Villa
de Leiva, 1823), sobrino del doctor Álvarez, quien
presidió el Congreso.

El primer problema examinado por este congreso de


abogados, apoderados por seis juntas provinciales,
fue la petición de admisión presentada por el
bachiller Benítez, el apoderado de la Junta formada
en Sogamoso, un antiguo pueblo de indios que había
recibido el título de villa de manos de la Junta de Santa
Fe y que había proclamado su independencia respecto
de la Junta de Tunja. El doctor Camilo Torres se
opuso, fundado en una supuesta instrucción que la
Junta de Pamplona le había dado para que no fuesen
admitidos en el Congreso más que los diputados
de “las provincias habidas por tales en el antiguo
gobierno”. Agregó que la Junta de Cartagena había
advertido acerca del mal ejemplo dado por Sogamoso,
pues amenazaba con “disolver la sociedad hasta sus
primeros elementos”. Pero el diputado Rosillo replicó
advirtiendo que la admisión de Sogamoso evitaría
que proyectasen agregarse a Barinas y resolvería el
problema que ofrecía “el miserable estado de Tunja,
“que estaba consumida por sí misma”. Sometido el
asunto a votación, cinco de los diputados aceptaron
la admisión de Benítez, con lo cual el doctor Torres
hizo certificar su oposición a la mayoría, basada en el
principio de que este congreso era una “confederación
de provincias” sin facultades para decidir sobre el tema
de “admisión o repulsa de los pueblos que pretenden

92 Colección Bicentenario
esa calidad” (de provincia). De este modo, “ni la
totalidad de los diputados del Reyno puede trastornar
las antiguas demarcaciones (provinciales), por no ser
éste el objeto de su convocación, sino el de mantener
la unión y convocar las cortes que deben arreglar la
futura suerte del Reyno”91. Obtenida esta certificación,
anunció que no concurriría a las sesiones en las que
estuviera presente el bachiller Benítez.

El Congreso suspendió sus sesiones hasta después de


las festividades de la Navidad y San Silvestre, dan-
do tiempo a todos los diputados para consultar sus
posiciones sobre el tema que los había dividido. Fue
entonces cuando intervino, por medio de un oficio
enviado al Congreso el 29 de diciembre siguiente, el
vicepresidente de la Junta Suprema de Santa Fe, José
Miguel Pey. En su opinión, la transformación políti-
ca acaecida en la provincia de Tunja había permitido
que “miras ambiciosas de pueblos y de particulares
dilaceraran su seno” rompiendo los vínculos que los
unían con sus cabeceras y a éstas respecto de su ca-
pital provincial, de suerte que “todos afectaron que-
rer formar una nueva asociación con la metrópoli del
Reyno”. En respuesta, la Junta Suprema de Santa Fe
había decidido declararse de oficio “conservadora de
los pueblos que pertenecen a la ilustre provincia de
Tunja” y los admitió en su seno, pero advirtiendo que
“a ninguno en la calidad de provincia”. Fue así como,
pese a la oposición de los diputados de Pamplona,
Cartagena y Antioquia, la Junta Suprema de Santa Fe
había admitido al apoderado de los pueblos de indios
de Sogamoso porque “sus facultades están ceñidas a
llevar la voz del Reyno para cuidar de la seguridad
exterior y convocar una legítima representación na-
91
Diario del Congreso General del Reyno, 2. BNC, Quijano
Otero, 151. Durante el mes de noviembre de 1810 “el pueblo”
de Sogamoso había acordado su erección en provincia indepen-
diente de la de Tunja, al tenor del título de villa que le había
otorgado la Junta Suprema de Santafé.

Colección Bicentenario 93
cional”. Pero ahora había llegado la hora de reconocer
que la conducta de Sogamoso había sido “subversiva
de todos los principios del orden social” y contraria al
interés general del Reino, “porque autorizando la des-
organización parcial de las provincias y favoreciendo
las miras ambiciosas de los pueblos y de los particu-
lares encenderá la guerra civil entre los ciudadanos
y sumergirá al Reyno en el abismo de los males que
son consiguientes a la anarquía”. En efecto, la acción
del pueblo de Sogamoso fue imitada por la villa de Zi-
paquirá y por la ciudad de Vélez, que se erigieron en
provincias separadas de sus antiguas capitales, con lo
cual se había convertido en “modelo de la disociación
universal, autorizado por los diputados al Congreso,
y no hay lugar en el Reyno, por miserable que sea,
que puesto en paralelo con Sogamoso se crea inferior
cuando se trate de dar alguno una representación ac-
tiva en el Congreso Nacional”. En consecuencia, el
doctor Álvarez, diputado de la Junta de Santa Fe, no
debería concurrir al Congreso en compañía del dipu-
tado de Sogamoso ni de los diputados de los pueblos
“que al tiempo de la revolución no disfrutasen de la
representación de provincia”.
Pese a esta desautorización de su voto, el doctor
Álvarez replicó que la Junta de Santa FE debería
también enfocar su atención “a todos los legítimos
derechos de las (provincias) que se le unan, y de
cada uno de los pueblos que componen el todo de la
sociedad”, examinando “los perjuicios que a todo el
Reyno, y particularmente a esta capital, amenaza la
violenta sujeción de numerosos pueblos a sus antiguas
cabeceras de provincia, de cuya opresión intentan
sacudirse, usando oportunamente de la legal libertad
a que los ha restituido su general revolución, y les ha
proclamado constantemente esta capital”92.
92
Oficio del doctor Manuel Bernardo Álvarez, 2 de enero de
1811. En: Diario del Congreso General del Nuevo Reyno, 2
(enero 1811). BNC, Quijano 151

94 Colección Bicentenario
El 2 de enero de 1811 se reanudaron las sesiones,
comprobándose la ausencia del doctor Rosillo, quien
se había marchado de vacaciones a Chiquinquirá, y
la del doctor Torres. Al día siguiente, éste entregó
al secretario del Congreso una exposición de su
posición adversa a la admisión del bachiller Benítez:
el pueblo de indios de Sogamoso no podía convertirse
en provincia al carecer de territorio propio suficiente
aún para poder ostentar el título de “villa” que le había
otorgado la Junta de Santa Fe, pues estaba situado
en resguardos de indios de la jurisdicción de Tunja.
Recordó que la Junta de Pamplona le había instruido
para “conservar su libertad e independencia” en
todos los temas que no fuesen de la competencia del
Congreso, de acuerdo a su convocatoria93 del 29 de
julio de 1810, y por ello no asistiría a las sesiones
mientras fuese admitido el diputado de Sogamoso.

El 5 de enero siguiente sesionaron los cuatro diputados


que permanecían en congreso con el bachiller Benítez
y se oyeron sus respectivos votos sustentados. El
licenciado Manuel Campos partió del principio de la
reasunción de la soberanía por “los pueblos” al faltar
en el trono el rey Fernando VII, con lo cual España
ya no podía sojuzgar a Santa Fe y, por extensión,
esta ciudad tampoco a las provincias neogranadinas,
ni éstas a todos los pueblos de sus respectivas
jurisdicciones. La pregunta pertinente, en su opinión,
93
Esta convocatoria a congreso general del Reino, hecha por la
Junta Suprema de Santafé, reducía su competencia a “la defensa
del Reyno en caso de alguna invasión o acometimiento externo o
interno; al establecimiento de las relaciones interiores y exterio-
res convenientes a este efecto; a la reunión de los pueblos y pro-
vincias que aún se hallan disociadas; y en fin y principalmente, a
hacer cuanto antes una convocación más legítima y solemne de
todo el Reyno en Cortes para arreglar su futura suerte y su nueva
forma de gobierno”. Cfr. Posición del doctor Camilo Torres, 3
de enero de 1811. En: Diario del Congreso, 2 (enero de 1811).
BNC, Quijano 151.

Colección Bicentenario 95
era: “¿pueden los pueblos libres ser obligados con
armas a la obediencia de la cabeza de provincia?” Si
se respondía afirmativamente, entonces habría que
aceptar que Santa Fe podría sujetar a las cabeceras
provinciales y que Madrid podría sujetar a aquella.
En sentido contrario del raciocinio, si se concedía
la independencia a Santa Fe habría que concederla
también a las provincias y “a todos los trozos de la
sociedad que pueden representar por sí políticamente,
quiero decir, hasta trozos tan pequeños que su voz
tenga proporción con la voz de todo el Reyno”. Por
tanto, las 40.000 almas del pueblo de Sogamoso eran
libres, y las autoridades de Tunja no tenían derecho
alguno para impedirlo, pues esa población era
suficiente para erigirse en una provincia, ya que la de
Neiva tenía apenas 45.000 y la de Mariquita 26.000
almas. Este nuevo principio de la población para la
erección de gobiernos provinciales independientes de
las antiguas provincias ponía sobre nuevas bases el
asunto de la representación política:

¿Y hasta que trozos (se me pregunta) pue-


den juntarse los pueblos para constituir su
gobierno separado? Hasta que su pequeñez
ya no tenga representación política, es decir,
cuando no se pueda sostener el Estado, cuan-
do sus fuerzas, cuando sus fuerzas sean débi-
les, cuando ya no pueda haber diferencia entre
el gobierno y los pueblos, cuando el gobierno
público fuera del todo inútil; y al contrario, se
sostendrá su representación y merecerán una
voz en el congreso cuando su número tenga
cierta moral proporción con las otras provin-
cias94.

94
Voto del diputado de Neiva, 5 de enero de 1811. Diario del
Congreso General del Reyno, 2 (enero 1811). BNC, Quijano
151, 1.

96 Colección Bicentenario
La novedad del argumento es significativa, pues las
provincias antiguas extraían la legitimidad de su
existencia de los fueros que les había concedido el rey
desde el tiempo de la conquista de los aborígenes a
cambio de los servicios prestados por las huestes de
soldados españoles a la causa de la incorporación de
aquellos al dominio de la Corona de Castilla. Ahora
simplemente se trataba de un reconocimiento a la
concentración de población en un lugar, sin importar
su bajo estatus político: Sogamoso apenas había
sido la cabecera de un corregimiento de indios en el
“gobierno antiguo”.

El doctor Ignacio de Herrera también inició la ex-


posición de los motivos de su voto desde el principio
de la reasunción de “los derechos de los pueblos a su
libertad”, de modo tal que cada provincia declaró su
soberanía y pretendió gobernarse independientemen-
te, a despecho del esfuerzo de la Junta de Santa Fe que
proclamó su soberanía para conservar la integridad e
indivisibilidad del Reino, “conforme a la ley de Parti-
da”. De esta suerte, si la capital del Reino no era capaz
de someter por las armas a las provincias, “¿cómo lo
han de practicar las cabezas de partido respecto de
los pueblos de que se componen?”. ¿Cuál era el nuevo
Derecho de Gentes que podían alegar en su favor las
provincias y que no concedían a la capital de Reino?

Pretender una absoluta libertad en las pro-


vincias, al mismo tiempo que nada se conce-
de a la metrópoli del Reyno; sostener que las
primeras poseen un lleno de autoridad, bas-
tante para dirigirse por sí mismas, y ligar las
manos a la segunda, para que sea tranquila
espectadora de la disociación de sus antiguos
partidos, es nuevo sistema de política, que no
alcanzo a comprender95.

95
Voto del diputado de Nóvita, 5 de enero de 1811. Ibid.

Colección Bicentenario 97
El estatus social que diferenciaba a los habitantes de
las cabeceras de provincia - “encallecidos con los re-
sabios del antiguo gobierno”- respecto de los nacidos
en los lugares subalternos había “encarnizado los
ánimos” entre estos dos grupos, dado que los últimos
eran recibidos “con mil insultos” en las primeras. No
era fácil reducir estos grupos a concordia, “y cualquier
paso que se de causará un rompimiento que encienda
una guerra civil”. Observando el criterio demográfi-
co, el Congreso podía admitir en su seno a los diputa-
dos de muchos pueblos que merecían “representación
nacional” por su tamaño, antes que despedirlos “para
sostener una cabeza de provincia que en la época de
nuestra libertad no puede, en justicia, imponer la ley
a los demás”.

Pero enseguida pasó el doctor Herrera, nativo de Cali,


a argumentar ad hominem contra el doctor Torres,
un payanés. En su opinión, la “piedra de escándalo”
era la situación de la provincia de Popayán, donde
muchas de sus villas (encabezadas por Cali) se habían
independizado de la cabecera, situación que había
propiciado que el doctor Torres hubiera pronunciado
en público varias veces “la sentencia sanguinaria de
sostener a la cabeza de partido que declarase guerra a
los pueblos libres que se le separasen”. Este diputado
de Pamplona había escogido ser el “azote levantado
para descargarlo sobre las espaldas” del Congreso,
con lo cual pretendía que “esta respetable asamblea,
que reasume legítimamente la soberanía de sus
provincias”, se redujese a “un conjunto de esclavos
sujetos a la cadena”.

El duro tono del doctor Herrera pone en evidencia la


disputa de caleños y payaneses por el mismo motivo
de la pugna de los de Sogamoso con los tunjanos: la
adopción de la nueva representación política, fundada
en el tamaño de la población representada en un con-
greso nacional, enfrentada a la antigua representación

98 Colección Bicentenario
provincial, basada en las preeminencias y dignidades
estatutarias del Estado Indiano. Fue así como el dipu-
tado Armero sentenció contra el doctor Torres que
Detener la marcha de la libertad en las
capitales de las provincias, oponerse a que
corra hasta los pueblos, hasta las familias,
y hasta los ciudadanos; querer que éstos se
priven se aquella, y que sigan la suerte de los
esclavos o renuncien a su felicidad, por estar
enteramente ligados a la representación y a
los intereses de otros, es no tener una idea
del origen de la sociedad y sus fines, es atacar
al hombre y a los pueblos en sus derechos
más sagrados, y es obstruir los canales por
donde puede repetidamente circular nuestra
prosperidad96.

El licenciado Benítez insistió en la nueva opción


política que representaba la villa de Sogamoso y los 21
pueblos que se le habían agregado con un argumento
de “restitución” de un derecho antiguo, renovado en
este tiempo de “reasunción” de soberanías populares.
Sogamoso solamente pretendía
restituirse a la clase de provincia separada
e independiente, como las demás, de cuya
prerrogativa muy debida, y convenible, go-
zaron pacíficamente por tiempo que no cabe
en la memoria de los hombres, y solo pudie-
ron despojarlos de ella las miras ambiciosas
y despotismo del antiguo gobierno, que no
respetaron ni el imperio de las más vigoro-
sas reclamaciones, ni una posesión legítima y
prolongada, ni la expresa decisión soberana,
ni el mismo recurso al trono97.
96
Voto del diputado José León Armero, 7 de enero de 1811. Diario
del Congreso, 2 (enero de 1811). BNC, Quijano 151, no.1.
97
Voto del diputado de Sogamoso, 8 de enero de 1811. Diario
del Congreso, 2 (enero de 1811). BNC, Quijano 151, no.1.

Colección Bicentenario 99
Los 30.000 habitantes de la jurisdicción de Sogamoso,
su posición de feria comercial y puerto de las
provincias del Socorro, Pamplona, Tunja, Girón y
Santa Fe con los Llanos, así como el abastecimiento
de crías de ganado y de carnes que le daba al Reino
ameritaban su representación política en el Congreso
y su independencia del “despótico y siempre gravoso
(gobierno de) Tunja”. Relató que la Junta Suprema de
Santa Fe no solamente le había concedido a Sogamoso
el título de villa, sino que además había liberado a
los indios del pago de tributos, declarándolos “por
españoles y dueños absolutos de sus respectivos
terrenos o resguardos”. Tampoco el licenciado
Benítez ahorró el argumento ad hominen contra el
doctor Torres, a quien la atribuyó la secreta intención
de “sostener con obstinación la violenta sujeción de
Cali y Buga a Popayán, su patria, en donde, como en
su trono, reina el despotismo y tiranía del antiguo
gobierno”.

Durante la sesión del 5 de enero de 1811 se escucha-


ron los votos emitidos por los diputados de Nóvita,
Sogamoso, Mariquita y Neiva, se leyó el oficio del
doctor Pey, con la réplica dado por el doctor Álvarez,
y se acordó la ratificación de la decisión de admitir
en el Congreso al diputado de la villa y los ciudada-
nos de Sogamoso, sin tener en cuenta la posición de
Tunja, “que perdió en esta transformación sus anti-
guos derechos”. Con esta ratificación se la abrían las
puertas del Congreso a los dos diputados de la pro-
vincia de Mompóx (principal y suplente), los doctores
José María Gutiérrez de Caviedes (Villa del Rosario,
c1780 - Popayán, 1816) y José María Salazar, abo-
gados bartolinos, quienes habían expuesto su deseo
de ingresar a despecho de la oposición de la Junta de
Cartagena. En esta provincia habían controvertido
dos opiniones opuestas: la primera argumentaba que
el Reino se perdería si no se respetaba la integridad y
demarcación de las antiguas provincias, pues de otro

100 Colección Bicentenario


modo “las juntas se reproducirán hasta lo infinito y
tomarán cada día cuerpo las divisiones intestinas”. La
segunda criticaba ese “sistema de opresión en que se
quiere retener a los pueblos” y su supuesta obligación
“a depender eternamente de sus respectivas capitales,
pese a tener fuerzas suficientes para representar por
si solos o para constituirse un gobierno”, irrespetan-
do así el deseo de éstos por “cimentar sólidamente su
organización y su felicidad”.

En la opinión de estos abogados, el primero de ellos


conocido en su tiempo como “el fogoso”, por el vigor
con que defendía sus convicciones, lo que estaba
en discusión era el número de representantes que
integrarían el primer Congreso General del Reino.
Ellos sostenían que el derecho a la representación
política tenía que descansar en adelante en “la población,
la extensión de terreno, y las contribuciones”, de tal
suerte que cada ciudad o villa debería tener derecho
a su propia representación, tal como era “propio de
todos los estados libres”, inhibiendo así que se pusieran
“en tan pocas manos las riendas del gobierno y hacer,
en cierto modo, un monopolio de la autoridad”. La
villa de Mompóx tenía el derecho a representación
independiente en el Congreso por ser la cabeza de
una provincia “por declaración real”, tal como lo eran
las del Socorro y Pamplona, que hasta finales del siglo
XVIII pertenecían a la provincia del Corregimiento
de Tunja. Desde 1776 la villa de Mompóx se había
posesionado de su provincia delimitada, en cuya
jurisdicción se incluían 30 lugares divididos en tres
capitanías a guerra, con una población de más de
40.000 hombres robustos.

En efecto, en la sesión del 3 de enero de 1811 el


Congreso aceptó al doctor Gutiérrez de Caviedes
como diputado de Mompóx y dos días después la salida
definitiva del doctor Torres, pasando a examinar la
petición de retiro del diputado de Santa Fe que había

Colección Bicentenario 101


formulado el vicepresidente de la Junta de esta ciudad.
El problema parecía estar formulado en estos términos:
“o el Congreso ha de recibir la ley suscribiendo
llanamente a las demandas de un representante, o
provincia, o se disuelve con las retiradas que en tal
caso serán frecuentes”. Pero entonces las intenciones
que reunieron al Congreso General serían vanas,
pues no se respetarían las votaciones mayoritarias
emitidas para cada asunto. Durante la sesión del 8 de
enero se tomó la decisión de publicar todos los votos
y pareceres, consultando además a la opinión pública
sobre dos interrogantes, “de cuya respuesta acaso
depende la felicidad del Reyno”:

Primera: Qué será mejor, ¿negar abiertamente


un lugar provisional en el Congreso a
todos aquellos departamentos que con
bastante población, riqueza y luces para
representar por sí se han separado de sus
antiguas matrices, muchas de éstas esclavas,
o tiranas, o lo uno y lo otro, a un tiempo
de sus departamentos mismos; o admitir
a éstos (respetando los fundamentos de la
sociedad, los principios eternos de la justicia
y la paz de los pueblos armados y dispuestos
a perecer por su independencia) hasta que
unidos los representantes de todo el Reyno
procedan sabiamente a su organización y
demarcación?

Segunda: Qué será mejor, ¿qué cada capital


antigua de provincia, y en el supuesto
anterior todas las nuevas, centralicen un
gobierno soberano a pesar de la impotencia
en que todas se hallen para este efecto; o
que siguiendo el deseo de las que se hallan
reunidas, el Congreso sea el que una y divida
en sí mismo, y en sus consejos y cámaras,
los poderes soberanos, dejando a las juntas

102 Colección Bicentenario


provinciales o departamentales las primeras
facultades en lo gubernativo y judicial, o para
explicarnos en términos inteligibles a todo el
mundo, las facultades que tenían en el anterior
gobierno los virreyes y las audiencias?98

Estas preguntas del primer Congreso General


neogranadino exponen su pertinencia en el contexto
de la transición del régimen institucional indiano al
nuevo régimen republicano. El primer problema que
se planteó a los abogados que llevaron la vocería de
“los pueblos” fue el de la representación nacional de
las provincias de habían reasumido la soberanía en la
circunstancia del secuestro de los titulares del Estado
de la Monarquía española. Y fue entonces cuando sus
opiniones se dividieron entre quienes optaban por
conservar intactas las entidades políticas antiguas
(las provincias) y quienes preferían institucionalizar
nuevas provincias conforme a los criterios modernos
de la representación (población, territorio político-
administrativo y contribuciones fiscales). La opción
adecuada podría haberse escogido por mayoría de
votos en escrutinios efectuados en el Congreso, como
proponía el doctor Álvarez, pero los diputados que
se retiraron (Pamplona y Tunja) o se negaron a
asistir (Cartagena y Antioquia) se ampararon en las
soberanías de las provincias que representaban. Fue
entonces cuando el Congreso, integrado desde la
segunda semana de enero de 1811 por los diputados
de siete provincias (Santa Fe, Socorro, Nóvita,
Mariquita, Neiva, Mompóx y Sogamoso), enfrentó el
segundo problema: ¿podían estos diputados renunciar
la soberanía de sus provincias poderdantes en el
Congreso nacional?

98
Dos preguntas, de cuya respuesta acaso depende la felicidad
del Reyno”. Diario del Congreso, 2 (enero de 1811). BNC.
Quijano 151, no. 1.

Colección Bicentenario 103


Todo parecía indicar que los diputados estaban
dispuestos a hacerlo para constituir un nuevo cuerpo
soberano nacional que resolviera el problema de la
transición del Estado indiano al Estado republicano.
Pero la Junta Suprema de Santa Fe dio la voz de alarma
y se dispuso a impedir que su diputado continuara
contrariando sus instrucciones y poniendo en peligro
su soberanía, pues ya era público que en el Congreso
se decía que este cuerpo había recibido la soberanía
delegada por las provincias representadas. El 17 de
enero los chisperos de Santa Fe provocaron un tumulto
popular a los gritos de que se estaba intentado destruir
la Junta Suprema de esta ciudad “para levantar sobre
sus ruinas el edificio de la soberanía del Congreso, y
sobre las de algunos particulares la fortuna de otros,
que habiendo tal vez sacado el mejor partido de la
revolución, aún no se hallan satisfechos”. El tumulto
se originó por la noticia que corrió sobre un proyecto
de constitución nacional redactado por el secretario
Antonio Nariño y apoyado por el doctor Álvarez, en
la cual se cedían todas las soberanías provinciales al
nuevo estado, cuyo poder legislativo lo encarnaba
el Congreso. Sucedió entonces que “el prurito de la
soberanía precipitó de tal manera las medidas” que
se llegó al tumulto y a la adopción de medidas de
seguridad contra los perturbadores de la tranquilidad
pública por la Junta de Santa Fe, obligada a tomar
partido por la soberanía e integridad de las provincias
bajo el argumento de que “el sistema de su reposición
es el de la perfección del Congreso y el de la felicidad
del Reyno”99.

La Junta Suprema de Santa Fe (Pey, Domínguez


del Castillo, Mendoza y Galavís, Francisco Morales,
99
Junta Suprema de Santafé: La conducta del Gobierno de la Provin-
cia de Santafé para con el Congreso, y la de éste para con el gobierno
de la provincia de Santafé, 24 de febrero de 1811. 13 pp. BNC, Pine-
da 852, no. 4. También en Archivo Restrepo, vol. 8.

104 Colección Bicentenario


Acevedo y Gómez, Rodríguez del Lago) sintió
amenazada su soberanía por algunas personas que, a la
“sombra del Congreso pretendían poner en trastorno
esta provincia, y soltar la rienda a los desórdenes en
oprobio de su gobierno”:

Quien sepa que la constitución de un Reyno


entero, siendo la base de toda su felicidad, no
es la obra de tres o cuatro provincias, ni puede
ser adoptada sino después de un largo examen
y de un maduro discernimiento, conocerá con
cuanta razón la Junta Suprema de Santa Fe
se detuvo para exponer su concepto en una
materia la más ardua de todas, y las más digna
de la meditación de todos los hombres100.

Consideró que entre los partidarios del Congreso ha-


bía “hombres conocidamente díscolos y turbulentos”,
dispuestos a iniciar una conspiración para destruirla,
con el fin de que el Congreso pudiera “realizar sus
proyectos de soberanía”, que por lo demás ya divul-
gaba en sus impresos. La Junta fue informada que los
conspiradores habían convocado a la plebe para el 17
de enero de 1811 con el fin de derribar su poder, pues
ese día se examinaría en el Congreso el proyecto de
constitución escrito por Nariño, y pasó a tomar medi-
das de seguridad para conjurar el supuesto propósito
y mantener el orden público. Al día siguiente el Con-
greso protestó por el despliegue militar que puso en
escena la Junta. Ésta se enfrentó a Álvarez, acusándo-
lo de no representarla en el Congreso, y de concitar
a las provincias en contra de Santa Fe, uniéndose a
las calumnias de que le hacían objeto. En su opinión,
la Junta no tenía por qué adoptar precipitadamente
“la pretendida constitución” redactada por Nariño, ce-
diéndole al congreso la soberanía que había proclama-
do para sí y “la legítima autoridad de la provincia”.
100
Ibid, Archivo Restrepo, vol. 8, f. 33.

Colección Bicentenario 105


En su defensa de la conducta seguida por el
Congreso101, el doctor Herrera aclaró que este cuerpo
había tenido a la vista dos posibilidades para transitar
al nuevo estado republicano: transferir todas las
soberanías provinciales al Congreso, para que éste
representase el supremo cuerpo nacional y le diera
una constitución al estado neogranadino, o adoptar
un régimen federativo de provincias que conservasen
su soberanía. Negó entonces que el Congreso hubiese
tenido ambiciones de soberanía sobre el Reino y
atribuyó esa pretensión “a otros”, señalando que el
nuevo tribunal que reemplazó en sus funciones a la
Junta de Santa Fe había seguido los pasos de ésta al
proclamarse soberano de la representación nacional.

En conjunto, la imposibilidad de concertación de


los abogados en las dos disputas planteadas en la
primera experiencia de una diputación nacional
neogranadina - representación provincial y cesión de
las soberanías provinciales - forzaron la disolución
del primer Congreso General y cedieron el paso a dos
nuevas experiencias que rivalizaron entre sí: la de la
constitución del Estado Soberano de Cundinamarca y
la de la construcción federal de las Provincias Unidas
de la Nueva Granada. El fracaso del primer Congreso
General fue el fracaso inicial de los dirigentes del estado
republicano para resolver los dos problemas originales
de la transición: el del tránsito a la representación
moderna de diputados territoriales según el tamaño
de su respectiva población, y el de la cesión de las
soberanías provinciales “reasumidas” en favor de las
instituciones nacionales. Estos dos problemas fueron
debatidos muchas veces durante buena parte del
primer siglo de la República colombiana hasta que
pudieron hallar el consenso político.

101
Ignacio de Herrera: Manifiesto sobre la conducta del Congre-
so. Santafé: Imprenta Real, 1811. BNC, Quijano 151, no. 3.

106 Colección Bicentenario


Hay que recordar que el problema del nacimiento del
estado moderno “no es otro que el del nacimiento
y afirmación del concepto de soberanía”102, es decir,
el de la erección de “un poder supremo y exclusivo
regulado por el Derecho y al mismo tiempo creador
de éste”, independiente de otros poderes. Era claro que
los abogados neogranadinos eran las personas mejor
dotadas para negociar el grave asunto de la cesión de
las soberanías provinciales “reasumidas” en favor de
una corporación capaz de representar la soberanía
suprema de la nueva nación de ciudadanos. Este primer
intento de hacerlo a favor del Congreso del Reino
fracasó porque no se pudo negociar un consenso para
resolver el problema de la representación nacional en
este cuerpo, y así las provincias, siguiendo el ejemplo
de Santa Fe y Cartagena, prefirieron retener en sí
mismas las soberanías que habían reasumido en 1810.
La afirmación de una soberanía nacional siguió dos
experiencias paralelas y distintas: la del Estado de
Cundinamarca y la del Congreso de las Provincias
Unidas, quizás porque los abogados divididos por sus
opiniones intentaban demostrar con hechos políticos
exitosos la mayor fuerza relativa de sus ideas.
El Colegio Constituyente de Cundinamarca examinó,
el 7 de marzo de 1811, el tema de “la dimisión de la
soberanía de esta Provincia en favor del Congreso ge-
neral del Reyno”. Fue entonces cuando, “reflexionan-
do con toda madurez y prolijidad”, la mayoría acordó
que era importante y deseable la unión de todas las
provincias que habían integrado el Virreinato, “com-
prendidas entre el mar del Sur y el Océano Atlánti-
co, el río Amazonas y el Istmo de Panamá”. Para ello
convinieron en el establecimiento de “un Congreso
Nacional compuesto de todos los representantes que
102
Alessandro Passerin D´Entrèves: La noción de Estado: Una
introducción a la Teoría Política. Barcelona: Ariel, 2001, p.
123.

Colección Bicentenario 107


envíen las expresadas provincias” conforme a su te-
rritorio o población, “pero que por ningún caso se ex-
tienda a oprimir a una o muchas provincias en favor
de otra u otras”. A favor de ese Congreso se compro-
metieron a ceder “aquellos derechos y prerrogativas
de la soberanía que tengan íntima relación con la to-
talidad de las provincias de este Reino en fuerza de los
convenios, negociaciones o tratados que hiciere con
ellas”, pero reservándose la soberanía “para los cosas
y casos propios de la provincia en particular, y el de-
recho de negociar o tratar con las otras provincias o
con otros Estados de fuera del Reyno, y aún con los
extranjeros” (artículos 19 y 20 de la Constitución). La
carta constitucional de Cundinamarca, sancionada el
30 de marzo de 1811, determinó que la soberanía re-
sidía esencialmente “en la universalidad de los ciuda-
danos” (título XII, art. 15).

Pasando a la jurisdicción de la antigua Capitanía de


Venezuela, la “gran revolución parlamentaria” se
inició casi inmediatamente después de los hechos
de abril. En junio se publicó en la Gaceta de Caracas
el reglamento electoral que regiría las elecciones
para constituir el Congreso General de Venezuela,
instancia que se convertiría en la legítima depositaria
de la soberanía y en la máxima instancia de poder de
las provincias que hasta esa fecha habían formado
parte de la Capitanía General de Venezuela 103.

Este primer reglamento electoral llamaba a todas las


clases de hombres libres al primero de los goces del
ciudadano - el derecho al voto - y al mismo tiempo
fijaba un conjunto de restricciones para la tener la
condición de elector. Sólo podían ser electores aquellos
que tuviesen casa abierta o poblada, no viviesen
a expensas de otro, y poseyesen por los menos dos
103
Reglamento de Diputados, Gaceta de Caracas, 15 y 22 de
junio y 13 de julio de 1810.

108 Colección Bicentenario


mil pesos en bienes inmuebles o raíces libres. Esta
fórmula, en la práctica, excluía del derecho al voto a
la inmensa mayoría de los habitantes de Venezuela104.
Desde agosto de 1810 hasta enero de 1811 se llevaron
a cabo los procesos eleccionarios en las provincias que
se sumaron a la iniciativa de Caracas.

El 10 de febrero de 1811, una Proclama a los Caraqueños


anunció con júbilo que se acercaba el feliz momento
en que se reuniría la representación general de
Venezuela, encargada de sancionar “la felicidad” de las
generaciones futuras: “Día glorioso que formará época
en la historia del suelo Colombiano”105. El 2 de marzo
siguiente se instaló en Caracas el Congreso General
de Venezuela. El manifiesto que anunció la reunión
describió el suceso con las siguientes palabras:

El día 2 de marzo ha sido el que ha sancionado


irrevocablemente los destinos de Venezuela.
Bajo los auspicios de la paz, de la unanimidad
de sentimientos y de la tranquilidad pública,
se han instalado las primeras Cortes que ha
visto la América, más libres, más legítimas y
más populares que las que se han fraguado
en el otro hemisferio para alucinar y seguir
encadenando la América 106.

La composición del Congreso, producto de las


elecciones provinciales, era más amplia que la de la
Junta, no sólo en el número de diputados sino respecto
a la representación de otras regiones y a la presencia
104
Reglamento de Diputados, Gaceta de Caracas, 15 y 22 de
junio y 13 de julio de 1810. Véase también José Gil Fortoul.
Historia Constitucional de Venezuela, Tomo I, pp. 223-224
105
“Proclama” del 10 de febrero de 1811, Gaceta de Caracas,
15 de febrero de 1811.
106
“Congreso General de Venezuela”, Gaceta de Caracas, 5 de
marzo de 1811.

Colección Bicentenario 109


inevitable de intereses y posiciones disímiles pero
homogéneas respecto a la voluntad política de avanzar
en dirección hacia la independencia.

Asistió a la instalación, en calidad de diputación electa,


un grupo representativo de los hombres que habían
firmado el Acta del 19 de abril y que había hecho parte
del gobierno de la Junta. Eran éstos Francisco Javier
Ustáriz, Isidoro Antonio López Méndez, Lino de
Clemente, Juan Germán Roscio, Martín Tovar Ponte,
Nicolás de Castro, Gabriel Ponte, Fernando Toro y
Felipe Fermín Paúl. Los tres últimos no habían sido
miembros de la Junta pero sí parte del gobierno:
Ponte participó en los sucesos de abril y luego pasó
a la Junta de Hacienda, Toro estaba el 19 de abril en
Valencia y a su regreso fue nombrado jefe militar de la
Provincia, y Felipe Fermín Paúl había sido designado
por la Junta miembro del Consejo de Apelación,
instancia encargada de la administración de justicia.
Este grupo representaba a la ciudad de Caracas y a
los partidos de San Sebastián y Calabozo. Por Caracas
era diputado también Luis José Rivas Tovar, criollo
de las primeras familias de la sociedad provincial.
Otro importante número de los diputados electos
eran miembros de la institución eclesiástica: Salvador
Delgado, por Nirgua; José Vicente Unda, por Guanare;
Ignacio Fernández Peña, por Barinas; Ramón Ignacio
Méndez, Guasdalito; Juan Nepomuceno Quintana,
Achaguas; Luis José Cazorla, Valencia y Manuel
Vicente Maya, La Grita.

En representación de la provincia de Cumaná fueron


electos José Gabriel de Alcalá, Juan Bermúdez de
Castro y Mariano de la Cova, todos ellos pertenecientes
a las familias principales de la ciudad, los dos últimos
miembros del cabildo de la ciudad y activistas desde
sus inicios del movimiento de abril. Por Margarita el

110 Colección Bicentenario


diputado era Manuel Plácido Maneiro, comerciante,
armador, promotor de la Independencia en la isla y
representante de esta provincia en la Junta Suprema
de Caracas.

Por Valencia, además del presbítero Cazorla, fueron


electos Fernando Peñalver y Manuel Moreno Men-
doza. Peñalver era hacendado y comerciante. Al tener
conocimiento de los hechos del 19 de abril viajó a Ca-
racas y se sumó al movimiento. Mendoza era militar,
hijo de un alto funcionario español, el otrora gober-
nador de Margarita, miembro desde 1781 del ejército
del Rey. Juan de Maya, hermano del presbítero Maya,
resultó electo por San Felipe; era abogado y miembro
del cabildo de su ciudad, ejerció el empleo de alférez
real después de la muerte de su padre y como miem-
bro del Cabildo apoyó, en mayo de 1810, la decisión
de sumarse a la iniciativa de Caracas.

Por la villa de Ospino fue electo Gabriel Pérez Pagola,


el único representante que no pertenecía a los sectores
principales de la sociedad. La representación pictórica
del 19 de abril hecha por Juan Lovera así lo testifica: allí
aparece con la indumentaria y el aspecto de un pardo.
Los diputados por Barquisimeto fueron José Ángel
Alamo, quien apoyó desde un comienzo los hechos
del 19 de abril, y Domingo Alvarado; por Guanarito,
José Luis Cabrera, activista del movimiento de Gual
y España en 1797. Por Villa de Cura fue electo Juan
de Escalona, capitán del batallón de veteranos de
Caracas, quien había sino nombrado por la Junta,
el 20 de abril, comandante general de La Guaira y
ascendido a teniente coronel un mes más tarde. Por
Barinas fue electo Ignacio Fernández, mientras que
por San Carlos lo fue Francisco Hernández107.

107
Esta lista de los diputados que asistieron a la sesión inaugural
del Congreso fue tomada de la reseña sobre el acto que publicó
la Gaceta de Caracas, 5 de marzo de 1811

Colección Bicentenario 111


No había duda respecto a la orientación política de
la enorme mayoría de los diputados al Congreso:
un significativo número había estado directamente
comprometido en los hechos del 19 de abril o los
habían apoyado sin reservas desde sus respectivas
localidades, contribuyendo de manera decisiva a su
extensión y consolidación. En los días y en los meses
siguientes la nómina de los diputados se amplió pero
no se modificó en nada la orientación política del
Congreso.

La designación de los miembros del Ejecutivo, el 5


de marzo, determinó que ingresaran al Cuerpo dos
nuevos diputados: Juan José Rodríguez del Toro,
diputado por Valencia, quien sustituyó a Manuel
Moreno de Mendoza - incorporado al Ejecutivo - y el
presbítero Juan Antonio Díaz Argote, quien sustituyó
al diputado Juan Escalona, también designado para
formar parte de ese cuerpo colegiado.

Otros diputados se incorporaron al Congreso


como resultado de la culminación de los procesos
eleccionarios en provincias que no habían tenido
ocasión de realizarlos Así ocurrió en los casos del
prelado Luis Ignacio Mendoza, canónigo de Mérida,
electo como diputado por la villa de Obispos; de
Antonio Nicolás Briceño, miembro de una de las
familias más distinguidas de Trujillo, quien fue electo
diputado por Mérida; Francisco de Miranda, diputado
por el Pao en la provincia de Barcelona, y Francisco
Rodríguez del Toro, electo por El Tocuyo. Francisco
Xavier Mayz, quien había sido electo por la provincia
de Cumaná, era miembro del cabildo de aquella ciudad
y presidente de la Junta que se constituyó el 27 de
abril para apoyar la causa de Caracas. No asistió a la
instalación pero se incorporó a comienzos de junio.

Entre los diputados que por diferentes razones no


estuvieron presentes en el acto de instalación, pero que

112 Colección Bicentenario


se incorporaron más tarde, figuran Manuel Palacio
Fajardo, por Mijagual; Francisco Javier Yánez, por
Araure; Francisco Policarpo Ortiz, por San Diego;
Ignacio Ramón Briceño, por Pedraza; Juan Pablo
Pacheco por la villa de Aragua; José María Ramírez
por la provincia de Barcelona y José de Sata y Bussy
por San Fernando de Apure.

La composición social del Congreso no deja lugar


a dudas: todos ellos, a excepción de Gabriel Pérez
Pagola, pertenecían a los sectores privilegiados
de la sociedad y compartían, en su gran mayoría,
los principios y valores que sostenían a la sociedad
provincial. Eran miembros de nobleza caraqueña,
pertenecían a las principales familias, ostentaban
cargos en los cabildos de las ciudades, tenían haciendas,
obtenían beneficios de la actividad comercial, habían
asistido a la Universidad, ocupaban altos rangos en la
oficialidad del ejército o eran miembros del estamento
eclesiástico.

Luego de la instalación del Congreso y del nombra-


miento del Poder Ejecutivo, quedó disuelta y cesó en
sus funciones la Junta Suprema de Caracas. El Supre-
mo Congreso de Venezuela, como se le llamó a partir
de ese momento, se convirtió en la máxima autoridad
de la provincia y en el depositario legítimo de la so-
beranía. De sus resoluciones dependería el destino de
las provincias. Durante los primeros meses las delibe-
raciones transcurrieron sin mayores contratiempos:
se discutieron y resolvieron los asuntos relacionados
con la administración de justicia, la hacienda pública,
la educación, el fomento del comercio y de la agricul-
tura, y todos los asuntos vinculados a las gestiones
gubernativas. Naturalmente, hubo materias más espi-
nosas que otras: el tema de la división de la provincia
de Caracas, por ejemplo, enfrentó a los diputados de
esta provincia con los representantes de las provin-

Colección Bicentenario 113


cias más pequeñas, quienes abogaban por la idea de
su división108.
En este clima de relativo consenso se produjo el debate
que condujo a la declaración de la Independencia.
Desde el mes de junio este tema había abordado
ocasionalmente, pero sólo hasta la primera semana
de julio fue que el diputado de Guanarito, José Luis
Cabrera, propuso formalmente un amplio debate sobre
el asunto. La moción fue aceptada y se procedió a su
discusión en la siguiente sesión. Durante los días 3 y
5 de julio intervinieron a favor de la Independencia
casi todos los diputados. La argumentación fue
más o menos homogénea: ya se había reasumido
la soberanía, se habían realizado elecciones, y una
comisión ya se ocupaba de redactar una constitución
“bajo los principios democráticos”. Nada de ello era
congruente con el mantenimiento de la lealtad a
Fernando VII, máxime cuando se proponían establecer
una república, tal como había quedaba planteado a
la hora de proponer la discusión de un nuevo texto
constitucional. Coincidían además en la idea de que
no podía España alegar derecho alguno sobre estos
territorios. En consecuencia, debía procederse a
declarar la Independencia absoluta de España.

108
Sobre las deliberaciones del Congreso puede verse José Gil
Fortoul, Historia Constitucional de Venezuela, tomo I, pp. 198-
222, y también las actas de las sesiones reproducidas en Congre-
so Constituyente de 1811-1812, Caracas, Congreso de la Repú-
blica, 1983, 2 vol. El caso específico de la división de Caracas
se resolvió finalmente el 15 de octubre de 1811 en los términos
siguientes: “Las provincias convienen en confederarse sin nueva
división de la de Caracas, con la precisa calidad de que ésta se
dividirá cuando el Congreso de Venezuela lo juzgue oportuno y
conveniente, cuya decisión, que será a pluralidad del Congreso
General de Diputados que se hallasen presentes deberá cumplir-
se sin tardanza alguna”. Congreso Constituyente de 1811-1812,
tomo II, p. 101

114 Colección Bicentenario


El día 4 asistieron al Congreso los miembros de la
Sociedad Patriótica y llamaron a que se resolviese, de
una vez por todas, la Independencia absoluta de España.
Intervinieron algunos de los voceros más radicales de
esta agrupación exigiendo la declaratoria inmediata
“contra la tiranía y opresión españolas”109. Al finalizar
la sesión, el Congreso decidió consultar con el poder
Ejecutivo si era compatible con la seguridad pública
la declaración de la Independencia. La opinión del
Ejecutivo fue leída el día 5, al momento de instalar la
sesión: “…que se resolviese cuanto antes, pues aunque
había algunos obstáculos, éstos se desvanecerían muy
tarde y quizá aventuraríamos para siempre nuestra
suerte difiriéndola; que el Ejecutivo la creía necesaria
ahora para destruir de una vez la ambigüedad en que
vivimos y trastornar los proyectos que asoman de
nuestros enemigos”110.

De nuevo se abrió el debate sobre la materia. Todas las


intervenciones fueron favorables a la Independencia.
Los discursos reprodujeron la misma tendencia de los
días precedentes: el entusiasmo y la confianza eran
el signo del día. Nobles, comerciantes, hacendados,
letrados y juristas estaban conformes con dar el
atrevido paso. Hasta los sacerdotes, el estamento
más moderado del Congreso, intervinieron para
manifestar su adhesión a la Independencia. Un solo
diputado se mostró reacio a acompañar al Congreso
en su determinación independentista: el prelado
Manuel Vicente Maya, de La Grita. En su opinión,
era una decisión prematura y existía un obstáculo
que lo impedía de un todo: no tenían los diputados
109
Las intervenciones de los miembros de la Sociedad Patriótica
están recogidas en el periódico de esta organización titulado El
Patriota, Caracas, Academia Nacional de la Historia, (edición
fascimilar) 1961.
110
Sesión del día 5 de julio, Cosgreso Constituyente de 1811-
.1812, tomo I, p. 171

Colección Bicentenario 115


instrucciones de sus comitentes para actuar en aquella
dirección, ya que el Congreso no había sido convocado
con este propósito, sino como un “cuerpo conservador
de los derechos de Fernando VII”, tal como lo habían
declarado todos los diputados el día del juramento111.
Numerosas voces se alzaron para controvertir esta
opinión.

La opinión general apoyaba entonces la decisión. Se ha


repetido mucho que la declaración de la independencia
fue una consecuencia de las presiones ejercidas por
los miembros de la Sociedad Patriótica, el grupo que
reunía a los sectores más radicalizados del movimiento
pero que estaba escasamente representado en el
Congreso. Esto no es del todo cierto. Aun cuando
la composición del Congreso era mayoritariamente
moderada y muchos de los diputados eran reticentes
o cautelosos ante la introducción de novedades
peligrosas, el contenido de los debates en torno a
la Independencia demuestra que había un ambiente
favorable y entusiasta respecto de esta opción. La
mayoría de los diputados manifestaban una enorme
confianza y optimismo respecto de las ventajas y
posibilidades que se derivarían de constituir una
nueva nación. Estaban persuadidos, y así puede verse
en las intervenciones, que era una decisión perentoria
y necesaria que le reportaría a estos territorios
numerosos y considerables beneficios. No se trataba
solamente de resolver la ambigüedad en la que se vivía
desde el 19 de abril, como decía el Ejecutivo, sino de
atender cabalmente las responsabilidades gubernativas
que conllevaba la edificación de una nueva nación. Los
acontecimientos ocurridos durante los últimos meses
y el exacerbamiento de la incomprensión entre las
partes seguramente influyeron entre los asistentes
más que las arengas de los radicales jacobinos de la
Sociedad Patriótica.
111
Intervención del señor Maya, Ibidem, p. 126

116 Colección Bicentenario


Al terminar la sesión del día 5 de julio, el presidente
del Congreso, considerando suficientemente debatido
el tema, lo sometió a votación. Los diputados
unánimemente se pronunciaron por la declaración
de la Independencia, con el único voto en contra del
diputado Maya. Procedió entonces el presidente a
declarar solemnemente la Independencia absoluta
de Venezuela, “cuyo anuncio fue seguido de vivas
y aclamaciones del pueblo, espectador tranquilo y
respetuoso de esta augusta y memorable controversia”.
Eran las tres de la tarde. Antes de que terminara el
día, el Ejecutivo dirigió una proclama a los habitantes
de Caracas para informar sobre la novedad.

El Congreso, en la sesión vespertina, acordó nombrar


una comisión integrada por Juan Germán Roscio y
el secretario Francisco Isnardi para que redactaran
un documento que explicara las causas y los
poderosos motivos que habían obligado a declarar
la Independencia. Después de su consideración por
el Congreso, el acta sería entregada al Ejecutivo. El
7 de julio fue aprobada por el Congreso y el 8 una
comisión de su seno, integrada por los diputados
Fernando Rodríguez del Toro y Juan Germán Roscio,
con el secretario del Congreso, Francisco Isnardi,
hizo entrega al Ejecutivo del documento “fundador
de la nacionalidad”. Francisco de Miranda, Lino de
Clemente y José de Sata y Bussy fueron designados
para diseñar la bandera y la escarapela de la nueva
nación, y Felipe Fermín Paúl para que elaborase el
juramento que debían prestar los ciudadanos al
proclamar y aceptar el nuevo estatuto político de
Venezuela.

A diferencia de la conducta que seguiría la Junta


de Santa Fe, la Junta Suprema de Caracas cedió al
Congreso el poder ejecutivo nacional, y éste formó un
triunvirato semanalmente rotatorio integrado por dos

Colección Bicentenario 117


abogados y un coronel de milicias, los señores Cristóbal
Mendoza, Juan de Escalona y Baltasar Padrón. Se
formaron tres Secretarías del Despacho, servidas
por Miguel José de Sanz (Estado, Guerra y Marina),
José Domingo Duarte (Gracia, Justicia y Hacienda)
y Carlos Machado (Relaciones Exteriores), apoyados
por José Tomás Santana (Decretos). Una Alta Corte
de Justicia fue presidida por el doctor Francisco Espejo
e integrada por Vicente Tejera, Francisco Berrío,
Rafael González, Francisco Paúl (fiscal), Miguel Peña
(relator) y Casiano Bezares (secretario). Un Tribunal
de Apelaciones fue integrado por Bartolomé Ascanio,
Ramón García Cádiz, Juan Villavicencio, José España
(fiscal), Juan Antonio Garmendia y Rafael Márquez
(secretario).

El Manifiesto al Mundo, redactado por José María


Ramírez y publicado el 30 de julio, ratificó las
razones aducidas por el Congreso para declarar la
independencia. El 21 de diciembre de ese mismo año,
el Congreso General de Venezuela sancionó la primera
constitución republicana, en la cual se incorporaron el
principio de la igualdad de los ciudadanos, la erección
de un gobierno representativo y la división de los
poderes públicos.

Mientras el Congreso de las provincias venezolanas


que habían erigido juntas provinciales y elegido
diputados para su primer cuerpo de representación
nacional que “se alzó con la soberanía” cosechaba sus
dos mejores frutos, la declaración de independencia y
su primera carta constitucional, en Quito se instaló,
el 4 de diciembre de 1811, el primer Congreso de las
provincias de la antigua jurisdicción de su audiencia.
Asistieron 18 diputados, en su mayoría partidarios
del comisionado regio Carlos Montúfar, hijo del
vicepresidente de la segunda Junta y del Congreso,
Juan Pío Montúfar, marqués de Selva Alegre. Actuó
como presidente el obispo José Cuero y Caicedo y

118 Colección Bicentenario


asistieron los diputados del clero y la nobleza, de los
barrios de Quito, y los diputados de Ibarra, Otavalo,
Latacunga, Ambato, Riobamba, Alausí y Guaranda.

El 11 de diciembre, a petición del obispo-presidente,


fue votada la decisión de desconocer la autoridad del
Consejo de Regencia, “sujetándose únicamente a la
autoridad suprema y legítima del señor don Fernando
Séptimo”. Se recomendó “la confederación con las
provincias granadinas, cuyos intereses y derechos son
comunes con los de Quito, para bien de la sagrada causa
americana”.112 El 15 de febrero de 1812, el Congreso
promulgó unos Artículos del Pacto solemne de la Sociedad
y Unión entre las provincias que formaron el Estado de
Quito, reconociendo el derecho a la Monarquía de
Fernando VII, “siempre que se libre de la dominación
francesa”. Un gobierno representativo fue establecido
en la carta constitucional, con Tribunal Ejecutivo, un
Tribunal Legislativo y un Tribunal Judicial.

Las tensiones de este Congreso provinieron de los


dos partidos que pugnaron por su hegemonía: el de
los Montúfar y el de los que seguían a don Jacinto
Sánchez, marqués de villa Orellana, y su hijo José. La
rivalidad llegó a tal extremo que los últimos se negaron
a firmar la carta constitucional y abandonaron el
Congreso el 24 de febrero para luego constituir otro
cuerpo soberano en Latacunga. La contienda entre
los dos partidos siguió hasta que Carlos Montúfar fue
obligado a huir de Quito. Pronto, los partidarios del
Consejo de Regencia se encargaron de ajustar estas
cuentas y el Reino de Quito volvió al dominio de la
Monarquía, con lo cual la independencia llegaría de la
mano de las tropas de la República de Colombia.

112
Acta del Soberano Congreso de Quito, 11 de diciembre de
1811. Citada por Carlos de la Torre Reyes en Op. Cit., 1990,
p. 554.

Colección Bicentenario 119


Esta edición
Las actas reunidas en la primera parte de esta colección
remiten a los primeros movimientos de la revolución
política que acaeció en la retórica pública y en las
instituciones públicas antes de la independencia real
de las provincias que pertenecieron a las jurisdicciones
de las Reales Audiencias de Quito, Caracas y Santa
Fe. Esos movimientos comenzaron con la recepción
de las noticias llegadas de la Península, seguida
por la general adhesión de todos a tres causas:
Fernando VII, la religión católica y la felicidad de la
patria. Mientras que algunos americanos lucharon
en solitario por mejorar la condición política de las
provincias americanas en las Juntas de Bayona, la
masa de los vasallos americanos se dispuso a seguir
el expediente de sus hermanos peninsulares ante el
secuestro del Soberano: reasumir en sí la soberanía
para conservarla a su rey “deseado”. Enfrentando la
oposición de los altos funcionarios de las audiencias
y de las instituciones del alto gobierno, finalmente
terminaron por erigir juntas provinciales y locales en
nombre del Soberano, tal como puede constatarse en
las actas reunidas.

Paralelamente, los americanos participaron en la


revolución parlamentaria del Mundo Hispánico:
eligieron diputados ante la Junta Central de la
Península y posteriormente ante las Cortes de Cádiz,
pero también aprendieron a expresar sus reclamos en
representaciones que debían orientar la acción de sus
diputados. El resultado de esa novedosa experiencia
política, no planeada por alguien, fue “alzarse con
la soberanía”, esto es, la independencia declarada en
congresos provinciales respecto de la Monarquía. Fue
esta una experiencia muy dolorosa, pues significó una
guerra civil de proporciones incalculables que dividió
las familias, las localidades de las provincias y los
antiguos estamentos sociales.

120 Colección Bicentenario


La segunda parte de esta compilación acoge las
declaraciones de independencia “absoluta” que
siguieron a la aprobada por el Congreso General de
Venezuela (5 de julio de 1811) en el antiguo Nuevo
Reino de Granada: Cartagena de Indias (11 de
noviembre de 1811), Cundinamarca (16 de julio de
1813), Antioquia (11 de agosto de 1813), Tunja (10
de diciembre de 1813) y Neiva (8 de febrero de 1814).
La realidad de la constitución de la República de
Colombia en la villa del Rosario de Cúcuta presionó la
declaración de independencia de la ciudad de Panamá
(28 de noviembre de 1821), que “espontáneamente
y conforme al voto general de los pueblos de su
comprensión” se declaró independiente del gobierno
español y parte del nuevo estado republicano de
Colombia. Dado que la obra del Congreso de las
provincias de la antigua jurisdicción de la Audiencia
de Quito fue disipada por los conflictos internos de sus
diputados y la recuperación del control por los agentes
de la Regencia, la declaración de la independencia
absoluta de la ciudad de Quito fue un resultado de
las acciones de las tropas colombianas y peruanas en
la batalla del cerro de Pichincha. Esta declaración
(29 de mayo de 1822), como la de Panamá, fue de
independencia respecto de la Corona española pero
también de incorporación al Estado colombiano. Sólo
que en este último caso la historiografía patriótica
ecuatoriana ha cuestionado su “espontaneidad y
conformidad al voto general de los pueblos de su
comprensión”.

Un reciente antecedente de esta compilación es la


publicada en Caracas por la Biblioteca Ayacucho (2005)
bajo el título de La independencia de Hispanoamérica.
Declaraciones y actas, seleccionada por Haydée Miranda
y Hasdrúbal Becerra. Si bien ésta cubre un espectro
geográfico más amplio, no diferenció en su corta
selección las actas del movimiento juntero respecto
del movimiento independentista posterior. Por ello,

Colección Bicentenario 121


esta nueva colección que se ofrece a los investigadores
y al público ilustrado, aunque solamente se ocupa de
las jurisdicciones realengas del norte de Suramérica,
ofrece en cambio una mayor cantidad de documentos
y los agrupa según el movimiento histórico al cual
pertenecieron.

Respecto de los criterios de esta edición, hay que decir


que, dirigida también al amplio público no especializado
con ocasión de la emergencia del interés general por
el proceso de la independencia que conmemorará
su bicentenario en el año 2010, esta compilación
documental ha preferido facilitar su lectura mediante
la resolución de abreviaturas y la modernización de
la ortografía, separando también en párrafos el texto
seguido de las escribanías de cabildo y juzgados, antes
que complacer los escrúpulos de la erudición.

No por ello se ha descuidado el suministro de las


referencias de los textos originales y de sus ediciones
más conocidas. La idea original de los compiladores
fue la de ofrecer un cuerpo documental amplio y
críticamente revisado, poniéndolo al servicio de los
nuevos esfuerzos de construcción de representaciones
históricas que están en marcha para su exposición
durante la efemérides bicentenaria de las tempranas
independencias en el área andina, pues los sucesos
de la Primera República en esta zona no han sido
tenidos en cuenta por los historiadores de las áreas
novohispana y peruana, pese a su precocidad política.

Finalmente, la reunión de textos escritos en las


jurisdicciones de tres reales audiencias vecinas
quiso también contribuir a ampliar la perspectiva
analítica sobre lo que aconteció durante la crisis de
la Monarquía de las Españas entre 1808 y 1813, pues
buena parte de las publicaciones documentales se han
reducido a la perspectiva de las naciones actuales
o de las localidades, con lo cual los “árboles” de las

122 Colección Bicentenario


representaciones patrióticas han ignorado “el bosque”
que ofrece una representación iberoamericana.

Bucaramanga y Caracas, septiembre de 2007.

Armando Martínez Garnica Inés Quintero Montiel


Universidad Industrial Universidad Central
de Santander de Venezuela

Colección Bicentenario 123


1.
Actas de formación
de Juntas
1.1. REAL AUDIENCIA DE QUITO

Acta de formación de la Junta


Suprema de Quito
10 de agosto de 1809

N os, los infrascritos diputados del pueblo,


atendidas las presentes críticas circunstancias
de la nación, declaramos solemnemente haber
cesado en sus funciones los magistrados actuales de
esta capital y sus provincias. En su virtud, los del
barrio del Centro o Catedral, elegimos y nombramos
por representantes de él a los marqueses de Selva
Alegre y Solanda, y lo firmamos. Manuel de Angulo.
Antonio Pineda. Manuel Cevallos. Joaquín de la
Barrera. Vicente Paredes. Juan Ante y Valencia. Los
del barrio de San Sebastián elegimos y nombramos
por representante de él a don Manuel Zambrano, y
lo firmamos. Nicolás Vélez. Francisco Romero. Juan
Pino. Lorenzo Romero. Manuel Romero. Miguel
Donoso. Los del barrio de San Roque elegimos y
nombramos por representante de él al marqués de
Villa Orellana, y lo firmamos. José Rivadeneira.
Ramón Puente. Antonio Bustamante. José Álvarez.
Diego Mideros. Los del barrio de San Blas elegimos
y nombramos por representante de él a don Manuel
de Larrea y lo firmamos. Juan Coello. Gregorio Flor

Colección Bicentenario 127


de la Bastida. José Ponce. Mariano Villalobos. José
Bosmediano. Juan Unigarro y Bonilla. Los del barrio
de Santa Bárbara elegimos y nombramos represen­
tante de él al marqués de Miraflores y lo firmamos.
Ramón Maldonado. Luis Vargas. Cristóbal Garcés.
Toribio Ortega. Tadeo Antonio Arellano. Antonio
de Sierra. Los del barrio de San Marcos elegimos y
nombramos por representante de él a don Manuel
Matheu y lo firmamos. Francisco Javier Ascázubi. José
Padilla. Nicolás Vélez. Nicolás Jiménez. Francisco
Villalobos. Juan Barreto.

Declaramos que los antedichos individuos, unidos con


los representantes de los cabildos de las provincias
sujetas actualmente a esta gobernación y las que se
unan voluntariamente a ella en lo sucesivo, como son
Guayaquil, Popayán, Pasto, Barbacoas y Panamá, que
ahora dependen de los Virreinatos de Lima y Santa
Fe, las cuales se procura atraer, compondrán una Junta
Suprema que gobernará interinamente a nombre y
como representante de nuestro legítimo soberano, el
señor don Fernando Séptimo.
Y mientras Su Majestad recupere la Península o
viniere a imperar en América, elegimos y nombramos
por ministros o secretarios de estado a don Juan de
Dios Morales, don Manuel Quiroga y don Juan de
Larrea. Al primero para el despacho de los negocios
extranjeros y de la guerra, el segundo para el de
gracia y justicia, y el tercero para el de hacienda; los
cuales como tales serán individuos natos de la Junta
Suprema. Ésta tendrá un secretario particular con voto
y nombramos de tal a don Vicente Álvarez. Elegimos y
nombramos por presidente de ella al marqués de Selva
Alegre. La Junta, como representante del monarca,
tendrá el tratamiento de majestad; su presidente el
de alteza serenísima; y sus vocales el de excelencia,
menos el secretario particular, a quien se le dará el
de señoría. El presidente tendrá por ahora y mientras

128 Colección Bicentenario


se organizan las rentas del estado seis mil pesos de
sueldo anual, dos mil cada vocal y mil el secretario
particular.

Prestará juramento solemne de obediencia y fidelidad


al rey en la Catedral inmedia­tamente y lo hará
prestar a todos los cuerpos constituidos así ecle­
siásticos como seculares. Sostendrá la pureza de la
religión, los derechos de rey y los de la patria, y hará
guerra mortal a todos sus enemigos, principalmente
franceses, valiéndose de cuantos medios y arbitrios
honestos le sugiriesen el valor y la prudencia para
lograr el triunfo.

Al efecto y siendo absolutamente necesaria una


fuerza militar competente para mantener el Reino
en respeto, se levantará prontamente una falange
compuesta de tres batallones de infantería sobre el
pie de ordenanza y montada la primera compañía de
granaderos; quedando por consiguiente reformadas
las dos de infantería y el piquete de dragones actuales.
El jefe de la falange será coronel y nombramos por
tal a don Juan Salinas, a quien la Junta hará reconocer
inmediatamente. Nombramos de auditor general de
guerra, con honores de teniente coronel, tratamiento
de señoría y mil quinientos pesos de sueldo a don
Juan Pablo Arenas, y la Junta le hará reconocer.
El coronel hará las propuestas de los oficiales, los
nombrará la Junta, expedirá sus patentes y las dará
gratis el secretario de la guerra. Para que la falange
sirva gustosa y no falte lo necesario, se aumentará
la tercera parte sobre el sueldo actual desde soldado
arriba.

Para la más pronta y recta administra­ción de justicia,


creamos un Senado de ella compuesto de dos Salas,
Civil y Criminal, con tratamiento de alteza. Tendrá
a su cabeza un gobernador con dos mil pesos de
sueldo y tratamiento de usía ilustrísima. La Sala de

Colección Bicentenario 129


lo Criminal, un regente subordinado al gober­nador,
con dos mil pesos de sueldo y tratamiento de señoría;
los demás ministros con el mismo tratamiento y mil
quinientos pesos de sueldo; agregándose un protector
general de indios con honores y sueldos de senador.
El alguacil mayor con tratamientos y sus antiguos
emolumentos.

Elegimos y nombramos tales en la forma siguiente:


Sala de lo Civil: gobernador don José Javier Ascázubi.
Decano, don Pedro Jacinto Escobar; don José Salvador,
Don Ignacio Tenorio, don Bernardo de León. Fiscal,
don Mariano Merizalde.

Sala de lo Criminal: regente don Felipe Fuertes Amar.


Decano, don Luis Quijano. Senadores, don José del
Corral, don Víctor de San Miguel, Don Salvador
Murgueitio. Fiscal, don Francisco Javier de Salazar.
Protector General, don Tomás Arechaga. Alguacil
mayor, don Antonio Solano de la Sala.

Si alguno de los sujetos nombrados por esta soberana


diputación renunciare el encargo sin justa y legítima
causa, la Junta le admitirá la renuncia, si lo tuviere
por conveniente; pero se le advertirá antes que será
reputado como tal mal patriota y vasallo, y excluido
para siempre de todo empleo público. El que disputare
la legitimidad de la Junta suprema constituida por
esta acta tendrá toda libertad, bajo la salvaguardia de
las leyes, de presentar por escrito sus fundamentos y
una vez que se declaren fútiles, ratificada que sea la
autoridad que le es conferida, se le intimará a prestar
obediencia, lo que no haciendo se lo tendrá y tratará
como reo de estado.

Dado y firmado en el Palacio Real de Quito, a diez de


agosto de mil ochocientos nueve. Manuel de Angulo.
Antonio Pineda. Manuel Cevallos. Joaquín de la
Barrera. Vicente Paredes. Juan Ante y Valencia. Nicolás

130 Colección Bicentenario


Vélez. Francisco Romero. Juan Pino. Lorenzo Romero.
Manuel Romero. Miguel Donoso. José Rivadeneira.
Ramón Puente. Antonio Bustamante. José Álvarez.
Juan Coello. Gregorio Flor de la Bastida. José Ponce.
Mariano Villalobos. Diego Mideros. Vicente Melo.
José Ponce. José Bosmediano. Juan Unigarro y Bonilla.
Ramón Maldonado. Luis Vargas. Cristóbal Garcés.
Toribio Ortega. Tadeo Antonio Arellano. Antonio
de Sierra. Francisco Javier de Ascázubi. José Padilla.
Nicolás Jiménez. Francisco Villalobos. Juan Barreto.

Una copia de esta acta fue incluida en el expediente


criminal levantado contra los comprometidos en la
primera Junta de Quito y se encuentra en el Archivo
General de la Nación (Bogotá), Sección de la Colonia,
Archivo Anexo, Historia, rollo 5, f. 609-611. Ha
sido publicada por Carlos de la Torre Reyes en La
Revolución de Quito del 10 de agosto de 1809. Quito:
Banco Central del Ecuador, 1990; p. 214-217.

Colección Bicentenario 131


Manifiesto de la Junta de
Quito al público
10 de agosto de 1809

El Pueblo, que conoce sus derechos, que para defender


su libertad e independencia ha separado del mando
a los intrusos y está con las armas en las manos,
resuelto a morir o vencer, no reconoce más juez que
a Dios; a nadie satisface por obligación, pero lo debe
hacer por honor. En esta inteligencia, el de Quito da
al mundo entero satisfacción de su conducta tocante a
los aconteci­mientos públicos del día.

El conde Ruiz de Castilla, que ha sido su presidente,


es un hombre absolutamente inepto para el gobierno,
vive enfermo de por vida; su edad la de setenta y cinco
años y tiene la decrepitud de ciento. No ha gobernado
a nadie, y se ha dejado gobernar despóticamente de
cuantos han querido, como lo podría ser un niño
de cuatro años. Ya se deja comprender de aquí el
abandono en que ha estado este Reino, verdaderamente
anárquico. Desde la desgracia del rey, en que ha sido
el peligro tan urgente, no se ha visto otra cosa que
un descuido vergonzoso, una apatía humillante y un
desprecio criminal de los derechos sacrosantos que
nos ha concedido la naturaleza.

132 Colección Bicentenario


No se nos ha tenido por hombres sino por bestias de
carga, destinados a soportar el yugo que se nos quería
imponer.

En un tiempo en que se debía levantar más tropa para


estar prevenidos a batir el enemigo de la religión,
del rey y de la patria, lejos de hacer una recluta para
aumentar la fuerza militar, según antes lo había
mandado el rey, se han reformado dos compañías de
las cuatro que componían el Cuerpo veterano. No
se han discipli­nado las milicias, ni se ha librado, en
una palabra, providencia alguna conducente al fin de
la defensa. Lo que sí hemos observado con el mayor
dolor es que se ha hecho por los españoles europeos la
más ultrajante desconfianza de los americanos. Nada
se les ha comunicado; todo, todo, se les ha reservado
con el más particular estudio, de suerte que ninguno
de los acontecimientos funestos, por pequeño que
haya sido, lo ha participado el Gobierno.

Cuando los españoles europeos, en una crisis tan


tremenda de la nación, de­bieron haber hecho causa
común con los americanos para defender recípro-
camente (a la que los últimos, no solamente de este
Reino, sino todos los de ambas Américas, habrían es-
tado prontos), entonces es que aquellos se desdeñan
de franquearse, de unirse, ostentan una rivalidad ri-
dícula y como si les fuera indecoroso, te­niéndose por
dueños, no se dignan hacer a sus esclavos partícipes
de sus cuidados, y decretan allá en sus nocturnos
conventículos la suerte desgraciada de ésta, soñando
conservar el señorío. Cada uno de ellos es un espía, y
este dulce nombre de seguridad ha desaparecido de
entre nosotros. Cualquiera que usa de su razón y no
cree ciegamente las favorables noticias del estado de
la Península, se hace sospechoso, con sólo el hecho de
dudar o poner en práctica las reglas de la crítica, y es
observado. Por racional y fundado que sea el discur-
so, desagrada y quieren que contra el propio sentir

Colección Bicentenario 133


se tenga y publique por verdad evangélica la mentira
más garrafal. Se saluda con tiros de cañón, con repi-
ques de campana, con misa de acción de gracias, lu-
minarias y corridas de toros, y el que no tenga estas
curiosidades o pruebas reales y efectivas de sucesos
fingidos, se halla expuesto a un proceso como crimi-
nal de Estado.

Estos engaños han puesto a los quiteños en justa des-


confianza, y de que se les reputa como enemigos, o
como a esclavos viles. ¿Qué diremos de la famosa cau-
sa de estado seguida contra personas de notorio lustre
y de fidelidad al rey a toda prueba? Es público ya en
todo el mundo que un plan hipotético de independen-
cia, para el caso de ser subyugada la España y faltar
el legítimo soberano, ha sido el cuerpo del delito. Este
es bonapartismo claro respecto de los procesantes, a
quienes es preciso ca­lificar, por consiguiente, de opre-
sores de los criollos y usurpa­dores de sus derechos
naturales.

Aun más: se sabe y consta de los mismos autos que un


regente, don José González Bustillos, desea beberse
la sangre de catorce de los principales ciudadanos,
sin nombrar a éstos ni su delito; que un decano de
la Real Audiencia, don José Merchante de Contreras,
denuncia como crimen de esta­do el leal y amoroso
deseo de que vengan a vivir seguros en Amé­rica el rey
don Fernando VII y el Papa, y que a pesar de que se ha
hecho ver con evidencia por los procesados no sólo la
inocencia de este plan, sino que será verdaderamente
traidor al Gobierno y a la Patria quien conciba o
sostenga lo contrario, se sigue la causa, y no ha
podido conseguir una libertad honrosa el oficial que
se supone su autor.

Estos hechos son públicos y notorios. Los mismos


españoles europeos, sin provocación antecedente,
han alterado la paz, y a cara descubierta se han

134 Colección Bicentenario


ostentado en esta capital enemigos mortales de los
criollos; con que la conducta de éstos para asegurar
su honor, su libertad y su vida, ha sido dictada por
la misma naturaleza, que prescribe imperiosamente
al hombre la conser­vación de sus preciosos derechos.
Por consiguiente justa, en especial cuando quedan
voluntariamente sujetos a la dominación del señor don
Fernando VII, su legítimo soberano, siempre que se
recupere la Península o venga a imperar en América.
Justifica más la inacción, de que ya se habló, sobre los
ningunos preparativos para esperar al enemigo común,
y esto es tanto más urgente cuanto la experiencia le ha
acreditado, que vigilantibus non dormientibus jura scripta
fuere. Hablo de la misma España, pues si ésta se hubiese
prevenido, y no la adormeciese como la adormeció la
confianza, no la hubiera sorprendido el francés en el
letargo, ni la hubiera debelado. Aún en el caso de que
no hubiese esas poderosas razones, que a cualquiera
prudente determinan a precaver un inminente riesgo,
le bastaría saber que a la Junta Central establecida en
Madrid le faltaba ya aquella representación política
por la cual se le juró obediencia. La cosa es clara, pues
nadie ignora que hallándose anárquica la nación por la
prisión del rey, los pueblos y las provincias tomaron el
partido de constituir juntas parciales de gobierno a su
Real Nombre, y debiendo ser demasiado embarazante
esta separación, erigieron de común consentimiento
una Central Suprema Gubernativa en Madrid,
compuesta de representantes de las demás, cuyos
sufragios unidos formaban la voluntad general, y que
estando bajo este pie entró el emperador, y después de
tomar casi todas las provincias de la Península a fuerza
de armas, ha colocado en el trono a su hermano José,
que reside en Madrid, Corte de nuestros legítimos
Soberanos.

La Junta profugó de este punto hacia Sevilla, y está


reducida a mandar sólo a Andalucía. He aquí por qué
no reúne ya en sí la voluntad general, pues a ésta le ha

Colección Bicentenario 135


dividido la ley del invasor. Éste es obedecido, y a ésta
no le queda otra acción expedita sino la vindicatoria.
Ni el Reino de Quito, ni alguno otro de América
declarado parte integrante de la Nación española,
reconocen por tal a la Andalucía sola, ni a otra alguna
de las provincias de ella.

De este principio nacen dos consecuencias evidentes.


Primera: que el mismo derecho que tiene ahora
Sevilla para formar interinamente junta suprema de
gobierno, tiene para lo mismo cualquiera de los reinos
de América, principalmente no habiendo llegado el
caso de ir a Madrid los representantes de estados,
pedidos ya después de su fuga, por la que fue Central,
y hoy verdaderamente extinguida. Y segunda: que
habiendo cesado el aprobante de los magistrados,
han cesado también éstos sin disputa alguna en sus
funciones, quedando por necesidad, la soberanía en el
pueblo.

Quito, agosto diez de mil novecientos nueve.


Publicada por Juan de Dios Monsalve en: Antonio de Villavicencio.
Bogotá: Imprenta Nacional, 1920; p. 328-330. También por
Carlos de la Torre Reyes en: La Revolución de Quito del 10 de
agosto de 1809. Quito: Banco Central del Ecuador, 1990; p. 224-
228.

136 Colección Bicentenario


Manifiesto del Pueblo de Quito
Cuando un pueblo, sea el que fuere, muda el orden
de un gobierno establecido largo tiempo; cuando las
imperiosas circunstancias le han forzado a asegurar
los sagrados intereses de su religión, de su príncipe
y de su patria, conviene a su dignidad manifestar al
público sus motivos y la justicia de su causa. Quito,
pues, conquistado 300 años ha por una nación
valerosa, protegido por los númenes tutelares de
sus soberanos con leyes justas, un clima benigno, un
terreno fecundo, medianamente poblado de hombres
industriosos y aptos para todo, debía ser feliz; pero sin
tener de qué quejarse, ni de sus soberanos, ni de sus
leyes, ha sido mirado por los españoles, que únicamente
lo mandaban, como una nación recién conquistada,
olvidando que sus vecinos son también por la mayor
parte descendientes de esos mismos españoles, que
a fuerza de sus trabajos y de su sangre aseguraron
esta parte del mundo a los monarcas españoles; han
sido mirados con desprecio, tratados con ignominia,
ofensa la mas amarga a la dignidad del hombre.

Han visto todos los empleos en sus manos; la palabra


criollo en sus labios ha sido la de insulto y del
escarnio, y para elevar al Trono sus quejas han tenido
que dar vuelta a la mitad del globo y de esta inmensa
dificultad han abusado siempre sus opresores. Los

Colección Bicentenario 137


dulces y pacíficos preceptos de su religión santa, el
innato amor a sus reyes, y una larga costumbre los
ha conservado sumisos y obedientes, en medio del
despotismo subalterno más ignominioso, sin atreverse
a registrar sino temblando sus profundas heridas y
a manifestar en sus semblantes un contento que no
podía estar en sus corazones.

La Nación española desvastada, oprimida, humillada


y vendida al fin por un indigno favorito vio arrebatar
de entre sus brazos a un joven monarca, sus delicias
y sus esperanzas, por un soberano que, después de
haber asolado Europa, preparaba en secreto cadenas a
su huésped, a su aliado, a su amigo, a una nación fiel y
valerosa, y a la América entera.

Despertó al fin de su letargo, se armó para defender


sus imprescriptibles derechos y ha resistido al tirano
con una energía, con una constancia, con un tesón
digno de mejor suerte; mas no siempre corresponden
los sucesos a la justicia de la causa, y el vicio muchas
veces triunfa de la virtud.
La América entre tanto, fiel a su religión y a su
príncipe, lloraba su suerte a más de 20 mil leguas de
distancia, y por estos motivos sagrados hacía ardientes
y continuos votos con el más profundo dolor; las
esperanzas la consolaron alguna vez, prodigaba sus
tesoros para salvar a la Patria, deseaba derramar su
sangre por ella, y bañada en llanto levantaba sus
manos al Cielo.

Quito, retirado en un rincón de la tierra, no tenía quien


subsistiese sus esperanzas, quien disipase sus temores,
ni quien tomase medio alguno para defenderla; vio de
repente encarcelar con el mayor escándalo a cinco de
sus más nobles y leales hijos, llamar delito de estado
al pensamiento de no sujetarse nunca a Bonaparte y el
haber hecho planes para este digno objeto. Sabe que el

138 Colección Bicentenario


Regimiento de su Aduana había dicho que era preciso
degollar catorce de sus vecinos nobles; ve con la mayor
sorpresa denunciado por un oidor el deseo de lograr
en América a Fernando VII y al Santo Padre, como si
este dulce deseo fuese un delito.

Considera que la mayor parte de los que le mandan


son hechuras del infame Godoy, execración del género
humano; nota las desconfianzas de la Junta Suprema
manifestadas públicamente y tomar medidas a dos mil
leguas de distancia por salvarla de Bonaparte, pero
al mismo tiempo no ve empleo alguno concedido al
fiel americano, que ella misma elogia. Le consta que
en casa del que acaba de gobernarlo, y jefe de un
temible partido, se había dicho que si la España se
sujetaba a Bonaparte sería preciso que la América
hiciese lo mismo. Con estos antecedentes, y con otros
que se omiten, el Pueblo por estúpido que fuese no
habría temido su próxima esclavitud, y el ser vendido
cargado de cadenas a otros enemigos de su religión,
de su príncipe y de su patria, y de todo lo más sagrado
que el hombre tiene sobre la tierra. Resolvióse al fin
a asegurarlo todo; mudó en un instante la forma de
su gobierno con sólo la prisión de nueve individuos
con el mejor orden, al mayor silencio, y respetando
las vidas y los intereses de sus propios enemigos.
Juró por su rey y señor a Fernando VII, conservar
pura la religión de sus padres, defender y procurar la
felicidad de la patria, y derramar toda su sangre por
tan sagrados y dignos motivos.

Juramos a la faz de todo el mundo la verdad de lo


expuesto.

Hombres buenos e imparciales de cualquier nación


que seáis, juzgadnos; no os tememos, ni debemos
temeros.

Colección Bicentenario 139


Manuel Rodríguez de Quiroga
Manifiesto de la Junta Suprema de
Quito a los pueblos de la América
16 de agosto de 1810

Pueblos de la América:
La sacrosanta Ley de Jesucristo y el imperio de
Fernando séptimo perseguido y desterrado de la
Península han sentado su augusta mansión en Quito.
Bajo el ecuador han erigido un baluarte inexpugnable
contra las infernales empresas de la opresión y de
la herejía. En este dichoso suelo, donde en dulce
unión y confraternidad tienen ya su trono la Paz y la
Justicia, no resuenan más que los tiernos y sagrados
nombres de Dios, el Rey y la Patria. ¿Quién será tan
vil y tan infame que no exhale el último aliento de
su vida, derrame toda la sangre que corre en sus
venas y muera cubierto de gloria por tan preciosos,
inestimables objetos? Si hay alguno, levante la voz, y
la execración general será su castigo: no es hombre.
Deje la sociedad y vaya a vivir con las fieras.

En este fértil clima, en esta tierra regada antes


de lágrimas y sembrada de aflicción y dolores, se
halla ya concentrada la felicidad pública. Dios en su
santa Iglesia y el Rey en el sabio gobierno que le
representa son los solos dueños que exigen nuestro

140 Colección Bicentenario


debido homenaje y respeto. El primero manda que
nos amemos como hermanos; y el segundo anhela
para hacernos felices en la sociedad que vivimos.
Lo seremos, paisanos y hermanos nuestros, pues la
equidad y la justicia presiden nuestros consejos.

Lejos ya los temores de un yugo opresor que nos


amenazaba el sanguinario tirano de la Europa. Lejos
los recelos de las funestas consecuencias que traen
consigo la anarquía y las sangrientas empresas de
la ambición que acecha la ocasión oportuna de coger
su presa. El orden reina, se ha precavido el riesgo y
se han echado por el voto uniforme del pueblo los
inmóviles fundamentos de la seguridad pública. Las
leyes reasumen su antiguo imperio; la razón afianza
su dignidad y su poder irresistibles; y los augustos
derechos del hombre ya no quedan expuestos al
consejo de las pasiones ni al imperioso mandato
del poder arbitrario. En una palabra, desapareció el
despotismo y ha bajado de los cielos a ocupar su lugar
la Justicia.

A la sombra de los laureles de la Paz, tranquilo


el ciudadano dormirá en los brazos del gobierno
que vela por su conservación civil y política. Al
despertarse alabará la luz que le alumbra y bendecirá
a la Providencia que le da de comer aquel día, cuando
fueron tantos los que pasó en la necesidad y en la
miseria. Tales son las bendiciones y felicidades de un
gobierno nacional, ¿quién será capaz de censurar sus
providencias y caminos?

Que el enemigo devastador de la Europa cubra de


sangre sus injustas conquistas. Que llene de cadáveres
y destrozos humanos los campos del Antiguo Mundo.
Que lleve la muerte y las furias delante de sus legiones
infernales para saciar su ambición y extender los
términos del odioso imperio que ha establecido.
Tranquilo y sosegado, Quito insulta y desprecia su

Colección Bicentenario 141


poder usurpado. Que pase los mares, si fuese capaz de
tanto. Aquí lo espera un Pueblo lleno de religión, de
valor, de energía. ¿Quién será capaz de resistir estas
armas?

Pueblos del continente americano: favoreced nuestros


santos designios, reunid vuestros esfuerzos al espíritu
que nos inspira y nos inflama. Seamos unos, seamos
felices y dichosos, y conspiremos unánimemente al
individuo objeto de morir por Dios, por el Rey y por
la Patria. Esta es nuestra divisa, esta será también la
gloriosa herencia que dejemos a nuestra posteridad.

El redactor de este Manifiesto, el doctor Manuel Rodríguez de


Quiroga, fue ministro de Gracia y Justicia de la Junta de Quito,
y lo leyó el día 16 de agosto de 1810 en la sala capitular del
Convento de San Agustín de Quito. Publicado por Alfredo Ponce
Ribadeneira en: Quito: 1809-1812, según los documentos del Archivo
Nacional de Madrid. Madrid, 1960, p. 157-158. También por
Carlos de la Torre Reyes en: La Revolución de Quito del 10 de
agosto de 1809. Quito: Banco Central del Ecuador, 1990, p. 237-
238.

142 Colección Bicentenario


1.2. REAL AUDIENCIA DE CARACAS

Caracas

Prospecto de la Junta que, a


imitación de la Suprema de
Gobierno de Sevilla, debe erigirse
en Caracas. Formado en virtud
de comisión del muy ilustre
Ayuntamiento por dos de sus
individuos
29 de julio de 1808

Introducción

N ingún español ha podido reconocer por su


rey y señor natural, no ha reconocido en efec-
to, ni reconocerá jamás a otro que a nuestro
muy augusto y amado soberano señor don Fernando
VII. Todos le habemos jurado, así como en su defec-
to, a sus legítimos sucesores. Nuestras leyes, pues, y
nuestro Gobierno, son siempre los mismos; y lo son
también por una consecuencia necesaria, las autori-
dades legítimamente constituidas. Desconocerlas, se-
ría visiblemente contradecirnos; desacatarlas, atentar
manifiestamente contra la suprema ley del buen or-
den y tranquilidad pública.

Colección Bicentenario 143


Necesidad de crearse una Junta Suprema de Estado y
Gobierno
Sin embargo, considerando que en las circunstancias
del día pueden concurrir asuntos de la mayor gravedad;
en cuya resolución se interesan todos los habitantes
existentes en esta ciudad y sus provincias, se hace
necesaria la creación de una Junta, que reuniendo
en si (por los individuos que la compongan) todo el
carácter, representación, e interés de la causa común,
delibere en ellos lo que se convenga, y provea de
cuantos remedios exijan ahora y en lo sucesivo la paz
y seguridad general. Ya Sevilla, no menos que otras
provincias de nuestra Metrópoli, nos han dado un
ejemplo digno de imitarse, tanto en las juntas que con
el propio objeto han sido respectivamente erigidas
en ellas, como en la concordia y unión en las que se
conservan y obedecen. Y pues las circunstancias son
las mismas, exigen el orden que en esta capital se erija
también una Junta Suprema de Estado y Gobierno
mientras aquellas subsistan.

Modo de Formarla
Ahora bien, no habiendo un solo individuo que no
tenga en sus deliberaciones un grande y verdadero
interés, y que no pertenezca a alguno de los diferentes
cuerpos que se hallan legítimamente constituidos; no
puede haber tampoco ninguno de estos, que no pueda
o deba tener una influencia efectiva en las importantes
decisiones de la Junta. Todos los referidos cuerpos
habrán pues, nombrar por si mismos los diputados
que los representen, y que a una con las competentes
autoridades concreten la dicha Suprema Junta de
Estado y de Gobierno.

Sujetos que no pueden ser miembros de ella


Mas, así como es indispensable, según se refiere lo
expuesto, sean vocales de ella muchos magistrados,
que por su dignidad y privativos característicos deben
autorizarla y constituirla; así igualmente exige de suyo

144 Colección Bicentenario


la naturaleza de la junta propuesta, que no pueden serlo
por punto general, todas aquellas autoridades que no
fuesen de cuerpos colegiados, ni tampoco cualesquier
otras personas, por caracterizadas que sean, cuya
representación no tenga una relación directa con los
asuntos de la misma junta.

Vocales que deben constituirla


Y lo serán: los señores presidente gobernador y capitán
general, ilustrísimo señor arzobispo de la Metrópoli
(y en su defecto, el señor provisor o gobernador
del obispado), regente y fiscal de la Real Audiencia,
superintendente general, intendente de Ejército
y Real Hacienda de estas provincias, subinspector
del Real Cuerpo de Artillería, comandante del de
ingenieros, síndico procurador general de esta ciudad
y los diputados de su muy ilustre Ayuntamiento,
venerable deán y Cabildo eclesiástico, Cuerpo de
Cosecheros , el de comerciantes, la Real y Pontificia
Universidad, el ilustre Colegio de Abogados, el clero
regular y secular conjuntamente, debiendo nombrar
cada cual de los expresados cuerpos un solo diputado,
a excepción del muy ilustre ayuntamiento que por
serlo de la capital y simbolizar toda la provincia,
nombrará por suyos dos de los señores regidores que
lo componen; y además, por la nobleza (que no forma
aquí un cuerpo determinado) y por el pueblo, otros
dos individuos que no sean del mismo ayuntamiento.
Los 18 vocales referidos serán, ni más ni menos, los
que compondrán la junta suprema.

Influencia particular de cada uno de ellos


La dignidad del señor presidente gobernador y capitán
general exige, por su propia naturaleza, que la presida;
los otros vocales tendrán voto decisivo en todos los
asuntos que en ella se tratasen, menos los señores
fiscal de la Real Audiencia y síndico procurador que
por sus naturales característicos, lo tendrán sólo
consultivo, siendo la materia de la deliberación la que

Colección Bicentenario 145


hará discernir a la junta los casos en que haya de oír
al uno, al otro, o tal vez a ambos.
Duración de los vocales diputados
Los diputados nombrados por los cuerpos serán
removidos y reemplazados cada 2 años, sin perjuicio
de que a todos, o algunos de ellos puedan ser reelectos
respectivamente por el suyo, y continúan por uno o
mas bienios en la diputación. Por menos tiempo, no
serán removidos sin experimentarse en los cuerpos
que los nombran, aquellas conmociones que, aunque
necesarias y naturales, debe hacerse lo posible por
evitarlas; y por más, no se granjearía acaso la Junta
toda aquella plenitud de confianza, que desde luego
debe inspirarse indistintamente a todos en su favor y
en el de cada cual de los miembros que lo constituyen.
Sin embargo, al vencimiento del primer bienio,
serán sólo removidos los 5 diputados del cuerpo de
cosecheros, del de comerciantes, de la Universidad,
del Colegio de abogados y del clero, quedando los 5
restantes nombrados por el ayuntamiento y cabildo
Eclesiástico, por otro año mas, en cuyo término serán
estos también reemplazados con el fin de no renovar
de una sola vez a los 10 diputados.

Nombramiento de 2 secretarios de junta


Deberá tener la misma Junta 2 secretarios, primero y
segundo, cuyo nombramiento lo hará por ahora, solo
el señor presidente gobernador y capitán general en
2 sujetos que tan circunstanciados e idóneos, cual
se hace necesario; y en lo sucesivo, el propio señor a
propuesta de la junta, que por unanimidad o pluralidad
de votos le presentará electo, tres por su orden, para
cada una de las dos referidas plazas.

Conclusión
Establecida así la Junta Suprema de Estado y
Gobierno, las ocurrencias mismas que en ella se
ventilaren le harán acordar todas las deliberaciones,

146 Colección Bicentenario


medidas y demás que se estimen convenientes, y
dar la extensión y perfección debida a este plan o
prospecto; pues, por el hecho de serlo, así como por la
suma gravedad y complicación del vasto objetivo de
su instituto, no puede pasar a la vez de estas primeras
líneas y de los principios primordiales, bajo los que
deben cimentarse y erigirse.

Caracas 29 de julio de 1808. Isidoro Antonio López


Méndez. Manuel de Echezuria y Echeverría.

Aprobación del prospecto para la creación de la Junta


En la ciudad de Caracas, en 29 de julio del año de
1808, los señores del muy ilustre Ayuntamiento
de ella, oidor honorario, teniente de gobernador y
auditor de guerra en la provincia, alcaldes ordinarios,
regidores y síndico procurador general; sin asistencia
de los demás por legítimos impedimentos. En el
acuerdo de este día, cuya continuación se previno en
el de ayer, se examinó por los expresados señores el
prospecto de la Junta, que a ejemplo de la Suprema
de Gobierno de Sevilla deba erigirse en esta capital;
y en su vista, y después de haber meditado cuanto
ha parecido necesario y conveniente; de unánime
conformidad dijeron: que aprobando como aprueban
el prospecto formado y producido por los señores
don Isidoro Antonio López Méndez y don Manuel
Echezuria y Echeverría, se ponga con su respectivo
expediente y se pase en testimonio, en la forma de
estilo y con inserción del acuerdo del día de ayer, al
señor presidente y gobernador y capitán general
para que teniéndolo por una decisión verificada con
la detención que ha sido posible, se digne, si fuera de
su superior agrado, también aprobarlo, con calidad de
que para todo esplendor, carácter y representación
que debe tener la Junta, se dé a conocer por bando
público, fijando este en los lugares acostumbrados,
para la general inteligencia, y que al propio tiempo
se comuniquen las respectivas ordenes a los cuerpos

Colección Bicentenario 147


militares, con el justo fin de que todos los tribunales
superiores o inferiores, y los cuerpos civiles políticos
y militares, sin excepción de alguno, reconociéndolo
por el carácter superior, la acaten, obedezcan y
reverencien sin el menor embarazo ni pretexto,
bajo las severas penas establecidas contra aquellos
que falten el respeto al Soberano; en el supuesto de
que los vocales de dicha junta que deben salir en el
primer bienio y sucesivos, no pueden ser reelegidos
en el inmediato, sino cuando mas en el siguiente; y
esto con las dos terceras partes de votos de los de sus
respectivos cuerpos.

Y mandaron que subsista el acuerdo abierto, para


su continuación en el día y hora que se estime
conveniente, según lo exijan las circunstancias; y lo
firmaron, Juan Jurado. Pedro Ignacio de Aguerrevere.
Dr., Juan José Hurtado y Pozo. Feliciano Palacio y
Blanco. Isidoro López Méndez. Rafael González. José
María Blanco. Juan Ascanio. Dionisio Palacios. Pablo
Nicolás González. Silvestre Tovar Liendo. Dr. Nicolás
Anzola. Manuel Echezuria y Echeverría.
Ante mí, Casiano de Bezares, escribano de cabildo.
Publicado por José Félix Blanco y Ramón Azpúrua en Documentos
para la historia de la vida pública del Libertador. Caracas: Ediciones
de la presidencia de la República, 1983, tomo II, p. 172-174.

148 Colección Bicentenario


Proyecto de Junta de los vecinos de
la ciudad de Caracas
22 de noviembre de 1808

La nobilísima ciudad de Caracas fue el primer escollo


que halló en la España americana la criminal felonía
cometida por el emperador de los franceses en la
persona de nuestro amado rey, y su real familia, y contra
el honor y libertad de la Nación. En el mismo instante
que tuvo la primera noticia de esta maldad, manifestó
toda su indignación, y este pueblo ilustre por tantos
títulos no permitió que pasase un momento sin que
se hiciese públicamente la proclamación de nuestro
Soberano. Desde entonces ha observado prolijamente
los pasos que ha dado la Nación en Europa, sus
triunfos, su energía, y su opinión para con todas las
naciones del Mundo, y ha deducido por demostración
que todos estos efectos, bajo la protección divina, son
debidos al voto general de los pueblos, explicados
por medio de las juntas que se han formado en los
más principales y con el nombre de supremas en las
capitales de las provincias.

So bre estas juntas ha descansado y descansa el no-


ble empeño de la Nación por la defensa de la religión,
del rey, y de la libertad e integridad del estado; y estas
mismas juntas le sostendrán bajo la autoridad de la So-
berana Central, cuya instalación se asegura haberse ve-

Colección Bicentenario 149


rificado. Las provincias de Venezuela no tienen menos
lealtad, ni menor ardor, valor y constancia que las de la
España europea; y si el ancho mar que las separa impi-
de los esfuerzos de los brazos americanos, deja libre su
espíritu y su conato a concurrir por todos los medios
posibles a la grande obra de la conservación de nuestra
santa religión, de la restitución de nuestro amado rey,
perpetuidad de una unión inalterable de todos los pue-
blos españoles e integridad de la Monarquía.

Convencidos nosotros los infrascritos de que la gloria


de la nación consiste en la unión íntima, y en adoptar
medios uniformes, como lo asienta la Suprema Jun-
ta de Sevilla en su manifiesto de 3 de agosto último
tratando de la utilidad de las juntas establecidas y de
su permanencia, y las de Murcia y Valencia en otros
papeles; creemos que es de absoluta necesidad que se
lleve a efecto la resolución del señor presidente gober-
nador y capitán general comunicada al ilustre Ayun-
tamiento para la formación de una Junta Suprema con
subordinación a la Soberana de Estado, que ejerza en
esta ciudad la autoridad suprema, mientras regresa al
Trono nuestro amado rey el señor don Fernando VII.
No podemos persuadirnos que haya ciudadano algu-
no, de honor y de sentimiento justo, que no piense del
mismo modo que nosotros, y por el contrario esta-
mos seguros de que este es el voto y deseo general del
pueblo. En consecuencia de todo, deseando que esta
importante materia se trate con la prudencia y discre-
ción conveniente, y precaver todo motivo, o pretexto
de inquietud y desorden, juzgamos que el medio más
a propósito es el de elegir y constituir representan-
tes del Pueblo que traten personalmente con el señor
presidente gobernador y capitán general de la organi-
zación y formación de dicha Junta Suprema.
Y en su virtud nombramos y constituimos para tales
representantes a los señores conde de Tovar, conde
de San Javier, conde de la Granja, marqués del Toro,

150 Colección Bicentenario


marqués de Mijares, don Antonio Fernández de León,
don Juan Vicente Galguera y don Fernando Key, y les
damos todas las facultades necesarias al efecto, para
que unidos con dicho señor capitán general e ilustre
Ayuntamiento convoquen a todos los cuerpos de esta
capital las personas que consideren más beneméritas,
y compongan dicha Junta con igual número de
militares, letrados, eclesiásticos y comerciantes, y
vecinos particulares, que cada una de dichas clases
nombrará de entre sí, y arreglen esta materia en todas
sus partes hasta dejar a la Junta en el pleno y libre
ejercicio de la autoridad que debe ejercer en nombre y
representación de nuestro augusto soberano el señor
don Fernando VII, que Dios guarde.
Caracas, 22 de noviembre de 1808.

El Conde de Tovar. El Marqués del Toro. Antonio


Fernández de León. El Conde de San Javier. Lorenzo
de Ponte. Joaquín de Argos. Manuel Montserrate.
Sebastián Fernández de León. Vicente Diego
Hidalgo. Isidoro Quintero. José Ignacio Lecumberri.
Francisco Palacios. Licenciado Francisco Antonio
Paúl. Juan Jerez. José María Orive. Juan Eduardo.
D. José Ignacio Briceño. Antonio Nicolás Briceño.
Pedro Eduardo. José Ignacio Toro. Domingo Galindo.
Pedro Palacios. José Tovar Ponte. Juan Nepomuceno
de Ribas. José Maria Muñoz. José Ignacio Palacios.
Vicente Ibarra. Juan Felipe Muñoz. Tomás Montilla.
Miguel de Ortariz. José Félix Ribas. Francisco de la
Cámara. José Vicente Blanco y Blanco. Juan de Tovar.
Vicente Tejeras. Narciso Blanco. Mariano Montilla.
José Monasterios. Agustín Monasterios. Antonio de
Ibarra. Francisco de Paula Navas. Jacinto de Acura.
Martín Tovar Ponte. Santiago Ibarra.
Publicado en Conjuración de 1808 en Caracas para formar una Junta
Suprema Gubernativa (Documentos Completos). Caracas: Instituto
Panamericano de Geografía e Historia, 1968, Tomo I, p. 111-
113.

Colección Bicentenario 151


Acta del 19 de abril de 1810
En la ciudad de Caracas, a 19 de abril de 1810, se
juntaron en esta sala capitular los señores que abajo
firmarán, y son los que componen este muy ilustre
ayuntamiento, con motivo de la función eclesiástica
del día de hoy, jueves santo, y principalmente con el de
atender a la salud pública de este pueblo que se halla
en total orfandad, no sólo por el cautiverio del señor
don Fernando VII, sino también por haberse disuelto
la junta que suplía su ausencia en todo lo tocante a la
seguridad y la defensa de sus dominios invadidos por
el emperador de los franceses, y demás urgencias de
primera necesidad a consecuencia de la ocupación casi
total de los reinos y provincias de España, de donde
ha resultado la dispersión de todos o casi todos los
que componían la expresada junta y, por consiguiente,
el cese de sus funciones.

Y aunque, según las últimas o penúltimas noticias


derivadas de Cádiz, parece haberse sustituido otra
forma de gobierno con el título de Regencia, sea lo que
fuese de la certeza o incertidumbre de este hecho, y de
la nulidad de su formación, no puede ejercer ningún
mando ni jurisdicción sobre estos países, porque ni ha
sido constituido por el voto de estos fieles habitantes,
cuando han sido ya declarados no colonos sino partes
integrantes de la Corona de España, y como tales han

152 Colección Bicentenario


sido llamados al ejercicio de la soberanía interina y
a la reforma de la constitución nacional; y aunque
pudiese prescindirse de esto, nunca podría hacerse
de la impotencia en que ese mismo Gobierno se halla
de atender a la seguridad y prosperidad de estos
territorios, y de administrarles cumplida justicia en
los asuntos y causas propios de la suprema autoridad,
en tales términos que por las circunstancias de la
guerra, y de la conquista y usurpación de las armas
francesas, no pueden valerse a si mismos los miembros
que compongan el indicado nuevo gobierno, en cuyo
caso el derecho natural y todos los demás dictan la
necesidad de procurar los medios de su conservación
y defensa, y de erigir en el seno mismo de estos países
un sistema de gobierno que supla las enunciadas
faltas, ejerciendo los derechos de la soberanía que por
el mismo hecho ha recaído en el pueblo, conforme a los
mismos principios de la sabia constitución primitiva
de la España, y a las máximas que ha enseñado y
publicado en innumerables papeles la junta suprema
extinguida.

Para tratar, pues, el muy ilustre ayuntamiento de un


punto de la mayor importancia, tuvo a bien formar
un cabildo extraordinario sin la menor dilación, por-
que ya pretendía la fermentación peligrosa en que
se hallaba el pueblo con las novedades esparcidas, y
con el temor de que por engaño o por fuerza fuese
inducido a reconocer un gobierno ilegítimo, invitan-
do a su concurrencia al señor mariscal de campo don
Vicente de Emparan, como su presidente, el cual lo
verificó inmediatamente, y después de varias confe-
rencias, cuyas resultas eran pocas o nada satisfacto-
rias al bien público de este leal vecindario, una gran
porción de él, congregada en las inmediaciones de
estas casas consistoriales, levantó el grito aclamando
con su acostumbrada fidelidad al señor don Fernando
VII, y a la soberanía interina del mismo pueblo; por
lo que habiéndose aumentado los gritos y aclamacio-

Colección Bicentenario 153


nes, cuando ya disuelto el primer tratado marchaba
el cuerpo capitular a la iglesia metropolitana, tuvo
por conveniente y necesario retroceder a la sala de
ayuntamiento para tratar de nuevo sobre la seguridad
y tranquilidad pública, y entonces aumentándose la
congregación popular y sus clamores por lo que más
le importaba, nombró para que representasen sus de-
rechos, en calidad de diputados, a los señores docto-
res don José Cortés de Madariaga, canónigo de mer-
ced de la mencionada iglesia; doctor Francisco José
de Rivas, presbítero; don José Félix Sosa y don Juan
Germán Roscio, quienes llamados y conducidos a esta
sala con los prelados de las religiones fueron admiti-
dos, y estando junto con los señores de este muy ilus-
tre cuerpo entraron en las conferencias conducentes,
hallándose también presentes el señor don Vicente
Basadre, intendente del ejército y real hacienda, y el
señor brigadier don Agustín García, comandante su-
binspector del Real Cuerpo de Artillería de esta pro-
vincia; y abierto el tratado por el señor presidente.
habló en primer lugar después de su señoría el dipu-
tado primero en el orden con que quedan nombrados,
alegando los fundamentos y razones del caso, en cuya
inteligencia dijo, entre otras cosas, el señor presiden-
te que no quería ningún mando, y saliendo ambos al
balcón notificaron su deliberación; y resultando con-
forme en que el mando supremo quedase depositado
en este ayuntamiento muy ilustre, se procedió a lo de-
más que se dirá, y se reduce que cesando igualmente
en su empleo el señor don Vicente Basadre, quedase
subrogado en su lugar el señor don Francisco de Be-
rrío, fiscal de su Majestad en la Real Audiencia de esta
capital, encargado del despacho de su Real Hacien-
da; que cesase igualmente en su respectivo mando el
señor brigadier don Agustín García, y el señor don
Vicente de Anca, auditor de guerra, asesor general
de gobierno y teniente gobernador, entendiéndose el
cese para todos estos empleos; que continuando los
demás tribunales en sus respectivas funciones, cesen

154 Colección Bicentenario


del mismo modo en el ejercicio de sus ministerios los
señores que actualmente componen el de la Real Au-
diencia, y que el muy ilustre Ayuntamiento, usando
de la suprema autoridad depositada en él, subrogue
en lugar de ellos los letrados que mereciesen su con-
fianza; que se conserve a cada uno de los empleados
comprendidos en esta suspensión el sueldo fijo de sus
respectivas plazas y graduaciones militares; de tal
suerte que el de los militares ha de quedar reducido
al que merezca su grado conforme a ordenanza; que
continúen las órdenes de policía por ahora, excep-
tuando las que se han dado sobre vagos, en cuanto
no sean conformes a las leyes y prácticas que rigen
en estos dominios, legítimamente comunicadas, y las
dictadas novísimamente sobre anónimos, y sobre exi-
girse pasaporte y filiación de las personas conocidas
y notables, que no pueden equivocarse ni confundir-
se con otras intrusas, incógnitas y sospechosas; que
el muy ilustre ayuntamiento para el ejercicio de sus
funciones colegiadas haya de asociarse con los dipu-
tados del pueblo, que han de tener en él voz y voto
en todos los negocios, que los demás empleados no
comprendidos en el cese continúen por ahora en sus
respectivas funciones, quedando con la misma calidad
sujeto al mando de las armas a las órdenes inmediatas
del teniente coronel don Nicolás de Castro y capitán
don Juan Pablo de Ayala, que obrarán con arreglo a las
que recibieren del muy ilustre ayuntamiento como de-
positario de la suprema autoridad; que para ejercerla
con mejor orden en lo sucesivo, haya de formar cuan-
to antes el plan de administración y gobierno que sea
más conforme a la voluntad general del pueblo; que
por virtud de las expresadas facultades pueda el ilus-
tre ayuntamiento tomar las providencias del momento
que no admitan tardanza, y que se publique por ban-
do esta acta, en la cual también se inserten los demás
diputados que posteriormente fueron nombrados por
el pueblo, y son el teniente de caballería don Gabriel
de Ponte, don José Félix Ribas y el teniente retira-

Colección Bicentenario 155


do don Francisco Javier Ustáriz, bien entendido que
los dos primeros obtuvieron sus nombramientos por
el gremio de pardos, con la calidad de suplir el uno
las ausencias del otro, sin necesidad de su simultánea
concurrencia.

En este estado, notándose la equivocación padecida


en cuanto a los diputados nombrados por el gremio
de pardos, se advierte ser solo el expresado don
José Félix Ribas. Y se acordó añadir que por ahora
toda la tropa del actual servicio tenga prest y sueldo
doble, y firmaron y juraron la obediencia a este nuevo
Gobierno en la forma debida.

Vicente de Emparan; Vicente Basadre; Felipe Mar-


tínez y Aragón; Antonio Julián Alvárez, José Gutié-
rrez de Rivero; Francisco de Berrío; Francisco Espe-
jo; Agustín García, José Vicente de Anca; José de las
Llamosas; Martín Tovar Ponte; Feliciano Palacios;
José Hilario Mora; Isidoro Antonio López Méndez;
Licenciado Rafael González; Valentín de Ribas; José
María Blanco; Dionisio Palacios, Juan Ascanio; Pa-
blo Nicolás González; Silvestre Tovar Liendo; doc-
tor Nicolás Anzola; Lino de Clemente, doctor José
Cortés, como diputado del clero y del pueblo; doctor
Francisco Rivas, como diputado del clero y del pue-
blo, doctor Francisco José Rivas, como diputado del
clero; como diputado del pueblo, doctor Juan Germán
Roscio; como diputado del pueblo, doctor Félix Sosa;
José Félix Ribas, Francisco Javier Ustáriz, fray Felipe
Mota, prior; fray Marcos Romero, guardián de San
Francisco, fray Bernardo Lanfranco, comendador de
la merced; doctor Juan Antonio Rojas Queipo, rector
del seminario; Nicolás de Castro; Juan Pablo Ayala;
Fausto Viaña, escribano real y del nuevo Gobierno;
José Tomás Santana, secretario escribano.
Publicada por José Manuel Restrepo en el tomo II (capítulo VIII,
nota 13) de su Historia de la revolución de Colombia. También
publicada en Documentos que hicieron Historia 1810-1989. Caracas:
Ediciones de la Presidencia de la República, 1989, Tomo I, p .5-9.

156 Colección Bicentenario


Proclama de la Junta Suprema de
Caracas a los habitantes de las
Provincias Unidas de Venezuela
20 de abril de 1810

Habitantes de las provincias unidas de Venezuela:


La nación española, después de dos años de una guerra
sangrienta y arrebatada para defender su libertad e
independencia, está próxima a caer en Europa bajo
el yugo del más tiránico de sus conquistadores.
Forzados por los enemigos los pasos de las Sierra
Morena, que defendían la residencia de la Soberanía
Nacional, se han derramado como un torrente
impetuoso por la Andalucía y otras provincias de la
España meridional, y baten ya de cerca al corto resto
de honrados y valerosos patriotas españoles, que
apresuradamente se han acogido bajo los muros de
Cádiz.. La Junta Central Gubernativa del Reino que
reunía el voto de la Nación bajo su autoridad suprema
ha sido disuelta y dispersa en aquella turbulencia y
precipitación, y se ha destruido finalmente en esa
catástrofe aquella Soberanía constituida legalmente
para la conservación general del Estado. En este
conflicto los habitantes de Cádiz han organizado un
nuevo sistema de gobierno con el título de Regencia
que ni puede tener otro objeto sino el de la defensa
momentánea de los pocos españoles que lograron

Colección Bicentenario 157


escaparse del yugo del vencedor para proveer a su
futura seguridad, ni reúne en si el voto general de la
Nación, ni menos el de estos habitantes que tienen
el legítimo e indispensable derecho de velar sobre su
conservación y seguridad como partes integrantes
que son de la monarquía española.

¿Y podríais lograr tan importante objeto con la


dependencia de un poder ilegal, fluctuante y agitado?
¿Sería prudente que despreciaseis el tiempo precioso
corriendo tras de vanas y lisonjeras esperanzas, en
vez de anticiparos a constituir la nación y fuerza que
solamente pueden asegurar vuestra existencia política
y libertar a nuestro amado Fernando VII de su triste
cautiverio? ¿Se perpetuaría así en estos hermosos
países la augusta y santa religión que hemos recibido
de nuestros mayores?

No, amados compatriotas. Ya el pueblo de Caracas


ha conocido bien la necesidad que tenemos de agitar
nuestra causa con vigor y energía si queremos
conservar tantos y tan amados intereses. Con este
objeto, instruido del mal estado de la guerra en España
por los últimos buques españoles llegados a nuestras
costas, deliberó constituir una soberanía provisional
en esta capital, para ella y los demás pueblos de esta
provincia que se le unan con su acostumbrada fidelidad
al señor don Fernando VII, y de la proclama pública
y general del diecinueve de este mes, depositando la
suprema autoridad en el muy ilustre Ayuntamiento de
esta capital y varios diputados que nombró para que se
le asociasen con el especial encargo de promover todos
la formación del Plan de administración y gobierno que
sea más conformes a la voluntad de estos pueblos.

Habitantes de Venezuela: este es el voto de Caracas.


Todas sus primeras autoridades lo han reconocido
solemnemente, aceptando y jurando la obediencia de-
bida a las decisiones del Pueblo. Nosotros, en cumpli-

158 Colección Bicentenario


miento del sagrado deber que éste nos ha impuesto,
lo ponemos en vuestra noticia y os convidamos a la
unión y la fraternidad con que nos llaman unos mis-
mos deberes e intereses. Si la Soberanía se ha estable-
cido provisionalmente en pocos individuos no es para
dilatar sobre nosotros una usurpación insultante, ni
una esclavitud esclavizante; sino porque la urgencia y
precipitación propias de estos instantes, y la novedad
y grandeza de los objetos así lo han exigido para la
seguridad común.

Eso mismo nos obliga a no poder manifestaros de


pronto toda la extensión de nuestras generosas
ideas, pero pensad que si nosotros reconocemos y
reclamamos altamente los sagrados derechos de la
naturaleza para disponer de nuestra sujeción civil
faltando el centro común de la autoridad legítima
que nos reunía; no respetamos menos en vosotros tan
inviolables leyes, y os llamamos oportunamente para
tomar en el ejercicio de la Suprema Autoridad con
proporción al mayor numero de individuos de cada
provincia.

Esta es, poco más o menos, la deliberación que por


lo pronto os proponemos en el Departamento de
Venezuela. Confiad amigos en la sinceridad de
nuestras intenciones, y apresuraos a reunir vuestros
sentimientos y vuestros afectos con los del pueblo de
esta capital. Que la religión santa que hemos heredado
de nuestros padres sea siempre para nosotros y para
nuestros descendientes el primer objeto de nuestro
aprecio, y el lazo que más eficazmente pueda acercar
nuestras voluntades.

Que los españoles europeos sean tratados por todas


partes con el mismo afecto y consideración que
nosotros mismos, como que son nuestros hermanos,
y que cordial y sinceramente están unidos a nuestra
causa; y de este modo descansando la base de nuestro

Colección Bicentenario 159


edificio social sobre los fundamentos indestructibles
de la fraternidad y unión, transmitiremos a nuestros
más apartados nietos la memoria de nuestros felices
trabajos, y acaso lograremos la satisfacción de ver
presidir en el destino glorioso de estos pueblos a
nuestro muy amado soberano, el señor Fernando
VII.
Caracas, 20 de abril 1810.
José de las Llamozas. Martín Tovar Ponte.
Publicada en la Gazeta de Caracas, Nº 95 (27 de abril de 1810),
p.3-4.

160 Colección Bicentenario


Proclama de la Suprema Junta
Conservadora de los derechos de
Fernando VII en Venezuela a los
cabildos de las capitales de América
27 de abril de 1810

Convencidos los leales habitantes de esta capital de


que por las pérfidas artes del usurpador de la Francia,
y por la fuerza enorme de sus ejércitos, se hallaba le
Península en un estado de desesperación y desorden
que no permitía a la menor esperanza de salud; poseído
de una justa desconfianza con respeto al Gobierno
Central que, habiéndose abrogado en su más lata
extensión todas las funciones de la Soberanía, había
abusado de ellas, no menos escandalosamente que el
despótico ministerio de Carlos IV contra el cual había
declamado con tanta vehemencia; y previendo que
los dominios americanos se hallarían expuestos a no
menores males si bajo la égida de un gobierno que
mereciese la confianza pública no trataban de atender
por si mismos a su conservación y a contrarrestar los
planes que parecen haberse formado para la dominación
de la América por los ilegítimos representantes de la
soberanía española; creyeron con unanimidad que
había llegado el momento que, desahogando iguales
sentimientos a los que manifestaron el 15 de julio de
1808, diesen a sus hermanos, los habitantes del Nuevo

Colección Bicentenario 161


Hemisferio, otro testimonio ilustre de su acendrada
fidelidad al soberano, tomando las medidas necesarias
para asegurarle estos dominios, y colocarse sobre
un pie respetable de unión y fuerza para reclamar a
nombre de la justicia y de la razón aquella inestimable
fraternidad con nuestros conciudadanos de Europa,
que nunca ha existido sino en el nombre, y que jamás
podrá consolidarse sobre otra base que la igualdad de
derechos.

Si el pueblo español ha creído necesario recobrar sus


antiguas prerrogativas, y la augusta representación
nacional de sus Cortes para oponer una barrera
a la desordenada y progresiva arbitrariedad del
Ministerio; si los males de una larga opresión, que
había dilapidado las rentas públicas, proscrito la
virtud y el mérito, y casi degradado el noble carácter
español, les prescribieron imperiosamente la generosa
resolución de recobrar su libertad interior, al mismo
tiempo que amenazados por el poder colosal de
la Francia trataban de asegurar su independencia
política, ¿por ventura la América ha sufrido con
menos fuerza los efectos de aquel despotismo en todos
los ramos de su prosperidad, en su población, en los
derechos personales de sus ciudadanos, y en los de la
gran comunidad americana? ¿Y será suficiente para
precaverlos una representación incompleta, parcial
y solamente propia para alucinar a los que no hayan
leído visiblemente en su conducta de mucho tiempo a
esta parte el plan sobre el que se han concentrado sus
miras, que es el de reinar en América?

Iguales son nuestros motivos para imitar las nobles


tentativas de nuestros hermanos de Europa, que
hasta ahora no hemos hecho más que admirar, igual
es la justicia que nos asiste, igual la energía con que
debemos vindicar nuestros derechos ultrajados, y si
los pueblos de la América española proceden con el
debido acierto y unanimidad, el éxito será diferente

162 Colección Bicentenario


y los peligros desaparecerán. Será inútil repetir a
vuestra señoría los hechos demasiado públicos que
harán memorable para siempre el 19 de abril de este
año, la concordia con que todas las clases concurrieron
con un solo fin, y la facilidad con que sin derramar
una gota de sangre tomaron la actitud resuelta que
conviene a un pueblo penetrado de su dignidad y de
su justicia.

Caracas debe encontrar imitadores en todos los


habitantes de la América, en quienes el largo hábito
de la esclavitud no haya relajado todos los muelles
morales; y su resolución debe ser aplaudida por todos
los pueblos que conserven alguna estimación a la
virtud y el patriotismo ilustrado.

Vuestra señoría es el órgano más propio para difundir


estas ideas por los pueblos, a cuyo frente se halla, para
despertar su energía, y para contribuir a la grande
obra de la Confederación Americana Española. Esta
persuasión nos ha animado a escribirle, exhortándole
encarecidamente, a nombre de la patria común, que no
prostituya su voz y su carácter a los injustos designios
de la arbitrariedad. Una es nuestra causa, una debe
ser nuestra divisa: fidelidad a nuestro desgraciado
monarca, guerra a su tirano opresor, fraternidad y
constancia.
Dios guarde a V. S. muchos años.
Caracas 27 de abril de 1810
José de Llamozas. Martín Tovar Ponte.
Publicada en Gazeta de Caracas. Nº 98 (18 de mayo de 1810), p.
2-4.

Colección Bicentenario 163


Cumaná

Acta del nombramiento de


diputados a la Junta Provisional
Gubernativa de Cumaná
27 de abril de 1810

En la ciudad de Cumaná, a los veinte y siete días del


mes de abril de mil ochocientos diez años, los señores
de que se compone este ilustre Ayuntamiento, a saber:
don Francisco Xavier Mayz, capitán de milicias
regladas de esta plaza; don Francisco Illas y Ferrer,
capitán de milicias urbanas del comercio; alcaldes
ordinarios de la 1ª y 2ª elección; don José de Jesús
Alcalá, síndico procurador general; don Manuel
Millán, fiel y ejecutor; y don Domingo Mayz y
Brito y don José Santos y Sucre, alcaldes de la Santa
Hermandad, todos regidores.

Se juntaron a cabildo extraordinario ahora que son las


nueve de la mañana, para efecto de abrir un pliego que
por manos de sus diputados dirigió a este muy ilustre
Cabildo la Suprema Junta de Venezuela; y habiéndolo
verificado, impuesto de sus letras, convocó a cabildo
abierto, al cual fueron llamados el señor gobernador
capitán general e intendente de estas provincias,
coronel don Eusebio Escudero [neogranadino];

164 Colección Bicentenario


señor brigadier don Manuel de Cajigal; comandante
del cuerpo veterano y milicias, don Miguel Correa;
el de Artillería, don José Montiel; el de Ingenieros,
don José Joaquín Pineda; el de nobles Húsares de
Fernando VII, don Vicente Sucre; señor cura y
vicario don Andrés Padilla Morón; su compañero don
Andrés Antonio Callejón; cura castrense presbítero
don Domingo de Vallenilla; señores ministros de Real
Hacienda, don Fernando Moré y don Juan de Otero;
sargento mayor de la plaza interino, don Manuel de
Villapol; comandante de las compañías urbanas del
Comercio, Juan Manuel de Tejada, ayudante don
Diego de Vallenilla; capitanes de pardos Fernando
Arismendi y José Valentín Sánchez, y de morenos José
María Rendón, con otros varios vecinos convocados
al efecto.

Habiéndoseles impuesto del citado oficio y acta


dirigida por el muy ilustre Ayuntamiento de la capital
de Caracas, de diez y nueve y veinte del corriente,
en su consecuencia se procedió por el señor alférez
real regidor decano a tomar por el orden con que se
hallan sentados el juramento de fidelidad y obediencia
a este cuerpo capitular, que representa a nuestro
adorado soberano el señor don Fernando Séptimo y
su legítima sucesión, para continuar lo conveniente
al nuevo establecimiento de gobierno, tranquilidad
pública y demás providencias que deben acordarse.
Firmaron con los señores de que se compone este
muy ilustre Ayuntamiento, por ante mi el escribano
de cabildo, que de todo doy fe.

Francisco Javier Mayz


Eusebio Escudero
Francisco Illas y Ferrer
Juan Manuel Cajigal
José Ramírez
Miguel Correa
Gerónimo Martínez

Colección Bicentenario 165


José Montiel
Francisco Sánchez
Vicente de Sucre
José Jesús de Alcalá
Andrés Padilla Morón
Manuel Millán
Andrés Callejón
DomingoMayz
Domingo de Vallenilla
José Domingo Reyes
Juan de Otero
Fernando Moré
Juan Francisco Alva
Manuel Villapol
Diego de Vallenilla
Juan Manuel de Tejada
Fernando Arismendi
José Santos Sucre
José María Rendón
Doctor Mariano de la Cova
José Valentín Sánchez

Ante mí, José Antonio Ramírez, escribano y secretario


de cabildo.

En la ciudad de Cumaná en el mismo día, mes y año


arriba citado, congregado el muy ilustre Ayuntamiento
con los señores que arriban firmaron y un numerosos
pueblo, de común acuerdo se nombró al señor
brigadier don Juan Manuel de Cajigal para que ilustre
con sus superiores conocimientos en cuanto sea más
conforme al mejor orden y establecimiento, por lo que
respecta a las armas; y por el pueblo, se nombraron
de diputados a don Juan Manuel de Tejada, doctor
Mariano de la Cova y don Juan Bermúdez; por la clase
de pardos y morenos se nombró el subteniente don
Pedro Mejía; por el clero y comunidad de nuestro
padre san Francisco se nombró al presbítero don
Andrés Antonio Callejón, cura decano; hallándose

166 Colección Bicentenario


igualmente presente el teniente ayudante de milicias
don Diego de Vallenilla, a quien igualmente se aclamó
por secretario de gobierno.

Y habiendo clamado el pueblo y gritado se separase de


los empleos de teniente gobernador auditor de guerra a
don José Joaquín Moroto, temiéndose funestas resultas
y alguna inquietud, porque ya se pedían contra su
persona y su vida, consultándose a la publica quietud
y a su bien particular, se le destinó al Castillo de San
Antonio, cuya prisión la ejecutó el teniente don Diego
Vallenilla, intimidada por el señor alcalde 1º, con lo
que tranquilizó al pueblo, y se acordó que cesando en
los mencionados empleos dicho don José Joaquín, le
subrogase el que salió electo por mayoría de votos,
doctor Juan Martínez, quien habiendo comparecido,
prestó el juramento de ejercer dichos empleos con
fidelidad, pureza y exactitud, encargándosele el mejor,
más pronto y eficaz despacho, con la notoria prudencia
que acostumbra y a satisfacción del público, bajo las
mismas calidades y obvenciones que su antecesor;
y que todas las autoridades queden en los mismos
términos en que estaban, por ahora, y entendiéndose
por lo que respecta al gobierno e intendencia con el
señor alcalde 1º e igualmente con el señor alcalde 2º,
participándose por las secretarías estas ocurrencias
a los comandantes políticos y militares e ilustres
ayuntamientos de la provincia y demás colonias
amigas; y procediendo dichos señores alcaldes con
acuerdo del señor brigadier don Manuel Cajigal, en
cuanto a lo militar.

Habiéndolo presenciado todo el señor gobernador ca-


pitán general coronel don Eusebio Escudero, hizo re-
nuncia del Gobierno y Capitanía General suplicando
que se le proporcionase una embarcación para desti-
narse con su familia al puerto de Cartagena; y aunque
se le significó por el ilustre Cabildo continuase en sus
empleos, ilustrando y gobernando como vocal, ínterin

Colección Bicentenario 167


se le proporcionaba buque, dicho señor siempre insis-
tió en su renuncia, sin haber bastado las más expre-
sivas demostraciones de gratitud, hasta significarle
que permaneciese con el mismo sueldo y honores que
disfrutaba, porque el pueblo de Cumaná lo estimaba.
Dicho señor insistió en su renuncia, como lo tiene sig-
nificado desde la tarde de ayer, por cuyo respecto es
que el ilustre Cabildo se ha visto en la precisión de
acordar y reasumir el mando, y que a su tiempo se le
den los testimonios que pide y tenga más convenien-
te, para los usos que le convengan.

Con lo cual se concluyó este acto, firmando y jurando


la obediencia y gobierno en la forma debida de que
doy fe.

Eusebio Escudero, Francisco Illas y Ferrer, Jerónimo


Martínez, José Jesús de Alcalá, José Santos y Sucre,
Dr. Mariano de la Cova, Juan Bermúdez, Dr. Juan
Martínez, Pedro Mejia, Francisco Javier Mayz, José
Ramírez, Francisco Sánchez, Manuel Millán, Domingo
Mayz, Andrés Callejón, Juan Manuel de Cajigal, Juan
Manuel Tejada, Diego Ballenilla, Secretario de la
Junta. Ante mi, José Antonio Ramírez, Secretario de
Cabildo.
Publicada por Ángel Grisanti en Repercusión del 19 de abril de
1810 en las provincias, ciudades, villas y aldeas venezolanas. Caracas;
Ávila Gráfica, 1949, p. 87-89.

168 Colección Bicentenario


Acta de reconocimiento de la Junta
de Gobierno de Nueva Barcelona por
parte de la de Nueva Andalucía
30 de abril de 1810

En la ciudad de Cumaná, a los treinta días del mes


de abril de mil ochocientos diez años, los señores
de este ilustre Ayuntamiento, diputados a la Junta
provisional gubernativa, a saber: don Francisco
Javier Mayz, presidente y alcalde de primer voto;
don Francisco Illas y Ferrer, vicepresidente y alcalde
de segundo voto; don José Ramírez Guerra, alférez
real, regidor decano; don Jerónimo Martínez, alcalde
mayor provincial; don Francisco Sánchez, alguacil
mayor; don José Jesús de Alcalá, síndico procurador
general; don Manuel Millán, fiel ejecutor; don
Domingo Mayz Brito, alcalde de Santa Hermandad;
el venerable cura don Andrés A. Callejón, por el clero
y estado eclesiástico; doctor don Mariano de la Cova,
diputado del público; don Manuel de Tejada, por
el Comercio; don Juan Bermúdez de Castro, por el
gremio de labradores; don Pedro Mejía representante
por los pardos y morenos; y sin asistencia del señor
mariscal de campo, don Juan Manuel Cajigal, vocal y
comandante general de armas, ni del capitán don Juan
José de Flores, diputado por el Cuerpo de veteranos y
milicias blancas, por ausentes.

Colección Bicentenario 169


Estando así juntos y congregados, hallándose pre-
sentes el asesor general doctor don Juan Martínez,
a efecto de tratar y conferenciar en orden a las ocu-
rrencias sobre el nuevo sistema de gobierno erigido
provisionalmente en esta capital, a ejemplo de la in-
mediata de Venezuela y otros partes, en seguridad de
estos dominios, se recibió por los comisarios don José
María Sucre y don José Antonio Anzoátegui una pro-
clama, oficio y acta celebrada por el ilustre Cabildo de
la ciudad de Nueva Barcelona, en fecha del 27 del que
expira, en que participa haberse formado igualmen-
te otra junta provisional gubernativa de aquella pro-
vincia, independiente de esta capital, a quien estaba
sujeta antes, compuesta de los miembros del propio
Ayuntamiento y diputados públicos.

Y aunque por su primordial constitución se altera


la uniformidad del antiguo gobierno, declarándose
independiente contra la leyes fundamentales que
lo constituyen, por motivos de antigüedad que son
problemáticos en la historia de la conquista de las
Indias Occidentales, y que esta razón habría también
para que Cumaná se sustrajese de la sujeción a la
capital de Caracas; no pudiendo ni debiendo ejecutarse
semejante innovación al presente, una vez que la
junta se erige bajo los auspicios y sólidos principios
de la soberanía, a quien únicamente toca decidir estos
puntos de la independencia o a la que reconociese
suprema en los estados de este Continente.

Siendo, por otra parte, los asuntos de dependencia de


Barcelona a Cumaná de muy poco momento, y que
a más, este ejemplar de alteración es nocivo y puede
arruinar el edificio y cimiento social del gobierno de
esta provincia, dando margen a que no se observe la
unión tan importante y necesaria en las circunstancias
actuales en que todas las partes menores integrantes
deben reunirse a un centro común de autoridad, del
mismo modo que estaban antes, sin entrar en disputas
exóticas al objeto principal, hasta tanto que no se
170 Colección Bicentenario
organice el sistema general de gobierno. Sin embargo
de todo esto, conociendo Sus Señorías ilustrísimas
las laudables intenciones de la fiel y leal ciudad de
Barcelona y que ha sido proclamado y reconocido
el señor Don Fernando VII (que Dios guarde), y
constituida a su nombre la Junta, y reconcentrándose
la autoridad en el Cabildo y diputados, a imitación
de las otras provincias de América, y que, en fin, son
acordes los mismos sentimientos patrióticos que lo
animan en defensa de la causa común, acordaron que
se reconociese, por ahora, en calidad de tal, la Junta
gubernativa, por lo que interesa a la seguridad de la
Nueva Andalucía y Nueva Barcelona; prometiendo
contribuir con los socorros y auxilios mutuos que
exigían las urgencias y necesidades; prestándose
generosamente a todo lo que concierna al bien común
y general felicidad sin perjuicio de la declaratoria que
corresponda sobre la independencia; sujetándose a
la decisión de la superioridad que corresponda, pues,
por ahora no se puede reconocer independiente, no
estando evacuadas las diligencias con la formalidades
necesarias, ni haberse determinado con arreglos a
las leyes. Y en su consecuencia, determinaron sacar
testimonios que sirvan, con oficio, de contestación,
despachándose por Secretaría, que al mismo tiempo
se compulse copia de este acuerdo y de la acta que lo
ha motivado, poniéndose en consideración de la Junta
de Caracas y de estas provincias, a fin de que se sirva,
con conocimiento de todo, determinar lo que estime
mas conforme en orden al punto de la independencia
solicitada por la Nueva Barcelona.

Así lo acordaron y mandaron los señores la Junta


Suprema de Gobierno, y lo firmaron, de que doy de fe.
Mayz. Illas y Ferrer. Ramírez. Martínez. Sánchez. Alca-
lá. Millán. Mayz. Callejón. Bermúdez. Cova. Mejía. Doc-
tor Martínez. Diego Vallenilla, secretario de la Junta.
Publicada por Miguel Romero en La primera patria en Barcelona.
Caracas, 1895, p. 12-15.

Colección Bicentenario 171


Acta del 2 de mayo de 1810
En la ciudad de Cumaná, a los dos días del mes de
mayo del presente año de ochocientos diez, los
señores presidente y vocales de que se compone el
Tribunal de la Junta Provisional, erigida a nombre de
S. M el señor Don Fernando VII, prosiguiendo el fin
que se ha propuesto y procurando siempre la mayor
armonía, acordaron: que para dar cuenta a la central
de la capital de Caracas de la contestación dada por
la de Barcelona a los emisarios que llevaron la noticia
de la resolución que se había tomado, expongan
éstos el modo o condición con que el Clero admitió
la independencia de esta Suprema Junta, y nombró
sujeto que ejerciese la diputación o representase sus
derechos. Dispusieron que a nombre de la Junta se
acepte la donación que hace don Manuel Fernández,
vecino del pueblo de Maturín, de veinte novillas, para
ayuda del obsequio que ha de hacerse al almirante
inglés, y se le signifique la más especial gratitud.
También se determinó que se instruya información
de lo sucedido en Europa últimamente, examinándose
al efecto al capitán del bergantín San Javier que acaba
de arribar, y los demás que se juzguen necesarios,
para dar cuenta a la capital de Caracas del estado de
aquel Reino.

Para evitar en lo posible gastos superfluos al Real


Erario se encomienda al secretario general de la Junta,

172 Colección Bicentenario


don Diego de Vallenilla, elija a un sujeto a propósito
para el celo y vigilancia de la costa de Santa Fe, sin
sueldo alguno; el cual tendrá obligación de comunicar
al Tribunal de las ocurrencias.

Se tomó el juramento al representante del Cuerpo


militar, capitán don Juan José Flores, y en seguida
se le colocó en su asiento. La acta celebrada por el
ilustre Ayuntamiento de Cariaco, remitida por el
conducto de don Juan José, de oficio, en que consta
su obedecimiento a esta Suprema Junta, se mandó a
archivar como corresponde. Acordaron igualmente
que la administración de Punta de Piedra se organice
en la forma mas conveniente a los derechos de S. M.,
que extinga por lo que respecta a esta provincia la
ronda de don Manuel Manterota, por no considerarse
de necesidad.

Para que no escaseen los mantenimientos puedan


los pueblos socorrerse de ellos entre si, se tuvo bien
conceder el libre tráfico de toda especie de víveres,
sin necesidad de ocurrir a este Gobierno Superior
por permisos. A fin de que se le guarde todo honor y
decoro a la persona y autoridad que representa esta
Suprema Junta, se acordó con arreglo a la pragmática
de tratamientos, que en Cuerpo o en Tribunal se le
trate de V. A. y en los procedimientos se encabece “Muy
Poderoso Señor”; lo mismo de que en las audiencias,
y a cada uno de los individuos en particular, cuando
se les oficie, se les ponga V. S. Que para significar la
uniformidad que reina en el vecindario, y la estrecha
alianza que disfrutamos con la Gran Bretaña, se
distinguían los miembros de la Suprema Junta con una
cinta tricolor que cargarán sobre el brazo izquierdo,
a saber, encarnada, negra y amarilla, y los demás
individuos usarán la escarapela con igual diversidad
de colores.

Colección Bicentenario 173


Finalmente que al bachiller don Gaspar Marcano se
le abone por la Real Hacienda, desde este día, treinta
pesos de sueldo, supuesto que la Junta Suprema ha
considerado conveniente destinarlo a la Secretaría, a
las órdenes del primer secretario don Diego de Va-
llenilla, para el más fácil y pronto despacho de los
negocios. Con lo que concluyó esta sesión, que fir-
maron, Mayz. Illas y Ferrer. Cajigal. Ramírez. Martí-
nez. Sánchez. Alcalá. Millán Mayz. Callejón. Tejada.
Bermúdez. Flores. Cova. Mejía. Diego de Vallenilla,
secretario de la Junta.
Publicada por Manuel Landaeta Rosales en sus Estudios Históricos,
tomo I.

174 Colección Bicentenario


Acta del 3 de mayo de 1810
En la ciudad de Cumaná, a los tres días del mes de
mayo del presente año de ochocientos diez, los seño-
res presidente y vocales de que se compone el Tribu-
nal de la Junta Provisional, erigida a nombre de S. M
el señor don Fernando VII, se congregaron para el
acuerdo ordinario, habilitando el día por ser feriado,
y determinaron: que se encargue el doctor Don Juan
Martínez, asesor general de este Supremo Tribunal,
un Manifiesto que circule en toda la provincia, reite-
rando los motivos que han obligado a la instalación
de esta Junta Suprema. Se eligieron en este día para
vocales de la Suprema Junta Central de Caracas al
doctor don Mariano de la Cova y al capitán don Fran-
cisco González Moreno, dándoseles las instrucciones
correspondientes. Que al coronel don Eusebio Escu-
dero, gobernador que fue de estas provincias, se le ha-
gan los honores de costumbre a la salida de esta plaza.
A don José Francisco Ramírez, ingeniero voluntario,
se le ha concedido el grado de subteniente en calidad
de por ahora, y se mandó despachar título en forma.
Con motivo de que el referido coronel don Eusebio
Escudero está para ausentarse a la mayor brevedad, al
lugar de su domicilio, se presentó don Agustín Coll,
fiador desde el ingreso de su gobierno de juzgado y
sentenciado, pidiendo cancelación de la escritura de
fianza, y se le concedió, mediante a que el Tribunal no
concibe resulte cargo alguno digno de residencia.

Colección Bicentenario 175


En virtud de representación que hizo el comandante
general, mariscal de campo de los ejércitos de esta
provincia, don Juan Manual Cajigal, se nombró a su
propuesta al capitán don Francisco González Moreno
para mayor general de las tropas. Igualmente se
concedió en esta fecha gracia de teniente coronel al
sargento mayor y comandante del Real Cuerpo de
Ingenieros, don José Joaquín de Pineda. Y finalmente,
el secretario don Diego de Vallenilla manifestó a la
Suprema Junta la necesidad que tenía de separarse de
su empleo, impedido de los achaques que padece en la
salud; sin embargo de lo cual se le mandó continuarse,
con lo que concluyó la sesión de este día. Mayz. Illas
y Ferrer. Ramírez. Sánchez. Alcalá. Millán. Callejón.
Tejada. Bermúdez. Flores. Cova. Mejía. Doctor
Martínez. Diego de Vallenilla, secretario de la Junta.
Publicada por Ángel Grisanti en Repercusión del 19 de abril de
1810 en las provincias, ciudades, villas y aldeas venezolanas. Caracas,:
Ávila Gráfica, 1949, p. 95.

176 Colección Bicentenario


Acta de instalación del Supremo
Poder Legislativo de Cumaná
15 de mayo de 1811

Habiéndose circulado a la provincias las órdenes


necesarias para la elección de los diputados que
corresponden a cada partido capitular, y practicando
igual operación por lo que respecta a esta capital, que
habían de componer el Supremo Poder Legislativo,
según lo prevenido en el Reglamento Provisional de
Gobierno, y llegando el instante en que debía realizarse
la instalación respecto a encontrarse en esta ciudad las
dos terceras partes, se dispuso que congregados todos
los señores diputados en la sala del Palacio saliesen
formados con la Suprema Junta y se dirigiesen a la
iglesia parroquial donde habían de celebrarse misa
votiva del Espíritu Santo y cantarse el Veni Sancte
Spiritus, y en seguida se hiciese el juramento debido.
Todo lo cual se preparó y ejecutó como lo requería la
sublimidad del objeto.

Reunidos en dicha sala los señores don Andrés Padilla


Morón, don Domingo de Vallenilla, doctor José María
Vargas y don Diego Botino, diputados por el partido
capitular de esta ciudad; don Diego Vallenilla por el
de Cumanacoa, don Martín Coronado por la villa de
Aragua, don Francisco Javier Alcalá por la ciudad de
Cariaco y don Manuel Marcano por la de Carúpano,

Colección Bicentenario 177


salieron todos a las ocho de la mañana formados y
presididos por la Suprema Junta, estando cubierta
toda la calle de tránsito con tropas de infantería y
caballería, se encaminaron a la iglesia parroquial, y se
dio principio a la misa, en la cual después del evangelio
se pronunció por el secretario en alta voz la siguiente
formula del juramento:

¿”Juráis a Dios y prometéis a la Patria conservar y


defender sus derechos y los del señor don Fernando
VII, sin la menor relación o influjo con la Francia,
independiente de toda forma de gobierno de la
Península de España, y sin otra representación que
la que reside en el Supremo Poder Legislativo y el
Congreso general de Venezuela; oponernos a toda
dominación que pretenda ejercer soberanía en estos
países e impedir su absoluta y legitima independencia
cuando ellos lo juzguen conveniente; mantener pura,
ilesa e inviolable nuestra sagrada religión; defender
el misterio de la Concepción Inmaculada de la Virgen
Nuestra Señora; promover directa e indirectamente
los intereses particulares de los distritos que os han
comisionado y los generales de la Confederación
de que son parte; respetar y obedecer las leyes y
disposiciones que este Supremo Poder sancione y
haga promulgar, sujetaros al régimen económico que
él establezca para su interior gobierno y cumplir fiel
y exactamente los deberes de la diputación que vais
a ejercer?”.

Respondieron todos los diputados: “Si juramos”, pa-


sando de dos en dos a tocar el libro de los Santos
Evangelios; y el secretario dijo: “Si así lo hiciereis,
Dios los ayude, y si no, os los demande en esta vida y
en la otra”.

Luego ocuparon dicho señores diputados el lugar


que tenia la Suprema Junta, entonándose el Himno
Veni Sancte Spiritus, y después de la misa con la mayor

178 Colección Bicentenario


solemnidad el Te Deum, acompañando ambos actos
los repiques y salva general, y finalizada esta función,
desde la iglesia, bajo la misma forma, caminaron a la
misma sala del Palacio, y ocupando sus respectivos
puestos, la Junta, en quien interinamente había
recaído el Poder Ejecutivo, abdicó sus facultades,
resumiéndolas todas el mismo Poder Legislativo. En
seguida se formaron las tropas frente al balcón del
Palacio. Después de un discurso breve, pero enérgico,
del diputado presbítero don Diego Botino, leyó en
alta voz el secretario el juramento que debían prestar
de no reconocer otra soberanía que la del Supremo
Poder Legislativo, como representante del señor Don
Fernando VII, obedecer las leyes que él sancione,
y no usar de la fuerza sino de modo que le indicare
el Poder Ejecutivo, a quien estaba subordinadas; y
respondiendo con el mayor entusiasmo que sí juraban,
se retiraron a sus cuarteles.

Se presentaron después al Cuerpo Municipal prelados,


oficialidad, los cabildos de nobles guaiqueries y demás
corporaciones; y todos prestaron el juramento de
fidelidad al nuevo Gobierno, leyéndose en el rostro de
cada individuo el placer más sencillo e inocente.

Finalizado el ceremonial, dio principio el Supremo


Poder Legislativo a sus sesiones, nombrando por
presidente por este primer mes al presbítero don
Domingo de Vallenilla y secretario al bachiller don
José Manuel Grau.

Incorporándose también, previo el juramento necesa-


rio, don Juan Rauseo y don Casimiro Isava, el primero
diputado por la ciudad de Río Caribe, y el segundo
por la Villa de Guiria, y reflexionando que uno de los
principales encargos era constituir y crear el Ejecuti-
vo, compuesto de tres sujetos capaces del desempeño
de tal altas funciones en primeras, e igual número en
segundas, se principió a conferenciar, y discutido lo

Colección Bicentenario 179


bastante resultaron electos a pluralidad de votos en
primeras el coronel don Vicente Sucre, el presbítero
don Diego Botino y don José Leonardo Alcalá; y por
suplentes don Jaime Mayz, don Casimiro Isava y don
Diego de Vallenilla, a quienes teniéndoles presente se
le recibió juramento, que prestaron bajo la siguiente
forma:

“¿Juráis a Dios reconocer la soberanía del Poder


Legislativo de esta provincia, que acaba de instalarse,
como representante legitimo de los derechos del
señor don Fernando VII, ejercer y legalmente el
Poder Ejecutivo que él os confía, no usar de la fuerzas
ni fondos públicos de otro modo que el que por él se
os indique, hacer obedecer y promulgar la leyes que
él establezca, sostener su autoridad soberana con
todos los medios que estén al alcance de la vuestra y
defender el misterio de la Concepción Inmaculada de
la Virgen Nuestra Señora?”.

Inmediatamente que el diputado presbítero don


Diego Botino resultó nombrado para el Poder
Ejecutivo, se llamó a ocupar su lugar al suplente don
Francisco Javier Suárez, quien también se incorporó
y juramentó. Determinándose por último que, para
que llegue a noticia de todos lo obrado en este día,
se pase copia de lo acordado al Poder Ejecutivo,
para que lo haga publicar y circular, y se cante un Te
Deum en los pueblos de la provincia, con iluminación
por dos noches, quedando para el día de mañana el
nombramiento del comandante general que previene
el Reglamento con propuesta del Poder Ejecutivo, a
quien se invita para ello; y se cerró la sesión.

Palacio de Gobierno del Supremo Poder Legislativo


de Cumaná, a quince de mayo de mil ochocientos
once. Domingo de Vallenilla, Andrés Padilla Morón.
José Rauseo. Martín Coronado. Diego de Vallenilla.
Manuel Marcano. Francisco Javier Alcalá. Casimiro

180 Colección Bicentenario


Isava. Doctor José Maria Vargas. Francisco Javier
Suárez. José Grau, secretario.
Publicada por Ángel Grisanti en Repercusión del 19 de abril de
1810 en las provincias, ciudades, villas y aldeas venezolanas. Caracas:
Ávila Gráfica, 1949, p. 98-100.

Colección Bicentenario 181


San Felipe

Reconocimiento prestado a la
Junta Suprema Conservadora de los
derechos del señor don Fernando
VII en Venezuela por el muy ilustre
Cabildo de San Felipe
30 de mayo de 1810

En la ciudad de San Felipe, a treinta de mayo de mil


ochocientos diez, se juntaron en esta sala capitular
a cabildo extraordinario determinado por acta de
veintiocho del presente, los señores don José de
Berroeta, teniente justicia mayor; don José de Torres,
alcalde ordinario primero; don Pedro Leal, alcalde
ordinario segundo, y don Antonio Mollet, síndico
procurador general; y sin asistencia de los demás
vocales, unos por enfermos, y otros por ausentes; y
congregados con los demás vecinos que asistieron en
virtud de la citación por carteles públicos, que son los
mismos que abajo firmarán, abierta la sesión por el
señor teniente procedieron de unánime consentimiento
a discurrir sobre el objeto propuesto en dicha acta.

Yen atención a que realizada por la capital de Caracas


la importante idea de reasumir la soberana autoridad

182 Colección Bicentenario


en la Junta Suprema que el Pueblo, de unánime
consentimiento, ha formado, así para conservar los
derechos de nuestro monarca el señor don Fernando
VII, oprimido y despojado de su libertad por la inicua
nación francesa, como para velar sobre la seguridad
de los nuestros en una situación tan deplorable, parece
que no puede haber una oportunidad más propia
para que se reconozca un gobierno que organice y
consolide el sistema de nuestra legislación, mientras
por el Congreso general de los diputados de todos
los pueblos de la provincia, se forme la Constitución
legislativa que debe perpetuarse, y en quien se
reconozca propiamente la soberanía; y deseosos este
cuerpo de ayuntamiento y el vecindario de este pueblo
de manifestar, por una parte, el júbilo que debemos
al ver establecido un cuerpo respetable que sirva de
seguridad para nuestra protección, y por otra, el
justo reconocimiento que debemos de hacer de este
mismo cuerpo; juntos y congregados con los vecinos
que han concurrido acordaron que se nombrasen
ocho diputados que, con voz y voto, concurran a los
acuerdos a fin de que las materias actuales se examinen
y deliberen con el pulso, madurez y prontitud que se
requieren.

Y habiendo procedido a la votación de diputados,


resultaron por pluralidad de votos y unánime
consentimiento de los concurrentes, los siguientes:
bachiller don José de Montañez, vicario foráneo;
doctor don Diego Núñez, doctor don José Antonio
Freites, doctor don Juan José de Maya, don Miguel
de Amiana, don Rafael Leal, don Bartolomé Álvarez
y don Pablo María Freites, quienes habiendo prestado
previamente juramento de fidelidad al Rey, a la
Patria y a los derechos del Pueblo, a excepción de los
ausentes que deberán prestarlo luego que se presenten,
convinieron todos en reconocer provisionalmente y
prestar obediencia y vasallaje al nuevo Gobierno que
se ha instalado en la expresada capital, satisfechos

Colección Bicentenario 183


de que llevando adelante aquel cuerpo el celo y
patriotismo que hasta ahora ha manifestado tomará
todas las medidas conducentes a realizar la formación
y consolidación del cuerpo general con la brevedad
posible.
Publicado en la Gazeta de Caracas, Nº 105 (15 de junio de 1810),
p.2-3.

184 Colección Bicentenario


Barinas
Acta de 5 de mayo de 1810
En la noble y muy leal ciudad de Barinas, a cinco de
mayo de mil ochocientos diez años, se juntaron en esta
sala de ayuntamiento los señores que la componen, a
saber, el señor don Antonio Moreno, coronel de los
Reales Ejércitos, comandante gobernador político;
don Miguel María del Pumar, alcalde ordinario de
primera elección; el señor don Ignacio del Pumar,
regidor alférez real; don Juan Ignacio Briceño, regidor
alcalde provincial; don Manuel Bereciartu, regidor
alguacil mayor, y sin la concurrencia del señor alcalde
segundo, por estar ausente de esta ciudad, y los demás
oficios vacantes, y con la asistencia del señor Cristóbal
Hurtado de Mendoza, síndico procurador general
y protector de naturales, siendo las cuatro horas y
media de la tarde, por convocación que en el momento
se hizo por Su Señoría a instancia de algunos de los
vocales, con motivo de las noticias que se han tenido
en el correo ordinario recibido hoy de la capital de
Caracas.

Y habiendo hecho presente un oficio del señor ministro


de Real Hacienda interino, en que le acompaña un
bando publicado en la dicha capital a diez y nueve de
abril próximo pasado, por los individuos del nuevo

Colección Bicentenario 185


gobierno erigido en aquel día con motivo de la invasión
y conquista de la península de España por los enviados
del emperador de los franceses y disolución de la Junta
Suprema de España e Indias por la voluntad general de
todos los pueblos, representaba y mandaba en nombre
de nuestro augusto soberano, don Fernando VII, y en
dicho oficio inserta una carta de don Juan José Música,
en que se le encarga ponga el bando en manos de este
Gobierno para su reconocimiento y obediencia, si no
hubiere llegado el de oficio, y que extrañando no haber
recibido con la competente autenticidad una novedad
de esa magnitud, lo ponía en consideración de este
ilustre Cuerpo para que, como representante de toda
su provincia, acuerde las providencias más oportunas
al bien y utilidad pública en las críticas circunstancias
en que se ven estos dominios.

Y habiendo reflexionado que para resolver un ne-


gocio de tanta gravedad es necesario ocurrir a las
fuentes de la autoridad, que es el mismo común por
quien representan, acordaban y acordaron que sin di-
solverse el cuerpo se haga una convocatoria general
de todos los magistrados, empleados y vecinos para
que en cabildo abierto se les ponga a la vista los in-
minentes riesgos a que se halla expuesta la Patria y
los sagrados e imprescindibles derechos de la santa
religión que profesamos, y del monarca desgraciado
que nos destinó la Providencia.

Y puesta en práctica la citación general por medio de


los porteros y los alcaldes de barrio, se congregaron
en la sala de gobierno, por indisposición de Su
Señoría, a más de los individuos del Ayuntamiento,
el señor coronel don. Miguel de Ungaro Dusmet,
comandante militar e intendente de esta provincia;
el señor doctor don. Ignacio Fernández, cura de la
iglesia mayor y vicario juez eclesiástico; don Domingo
González, interventor de Real Hacienda y ministro
principal interino de ella; el presbítero don Francisco

186 Colección Bicentenario


Gualdrón y el presbítero don Manuel González,
curas párrocos de las iglesias de nuestra Señora del
Carmen y Dolores; el reverendo padre fray Francisco
de Andujar, procurador de las Misiones; el capitan
don Juan Gabriel Liendo, que lo es de la Compañía
veterana de esta plaza, y su teniente, don Francisco de
Orellana; el capitán retirado don Vicente Luzardo, el
capitán de milicias don Francisco Arteaga, el teniente
de milicias don Ignacio Bragado, el administrador
de correos don Francisco Vidal, el doctor don Juan
Nepomuceno Briceño, con otros vecinos particulares
constantes de la lista que la acompaña, rubricada por
los individuos del Ayuntamiento.

Y habiéndoseles relatado la causa de su convocación,


consultando su dictamen y el voto general de este
pueblo acerca de la resolución que debería tomarse,
y habiendo tomado la palabra el citado señor coronel
comandante militar, manifestó que por la imperiosa
ley de la necesidad se hacía indispensable tomar
providencias activas de precaución y conservación, y
que para ello era necesario un cuerpo que las dictase
y dirigiese, y que así como el Pueblo de Caracas, a
imitación de lo que hicieron todas las provincias
de España en la primera invasión de los franceses,
se había formado su junta, recibiendo la autoridad
del mismo pueblo, le parecía que siendo unánime la
voluntad de este vecindario en el objeto de velar sobre
el bien común y la conservación de la religión, del
rey y de la patria, se debía formar en esta capital una
junta que recibiese la autoridad de este pueblo que
la constituye, mediante ser una provincia separada,
y que por ninguna razón debe someterse a otra
autoridad si no le conviene; y si al prestarse, en el caso
asegurado de haberse disuelto el Gobierno Supremo
que tenía reconocido, jurar unión y alianza con las
demás provincias, que sin separarse del primer objeto
se arreglen a unos principios justos y conformes con
la utilidad pública.

Colección Bicentenario 187


Y habiéndose continuado la discusión por más de
dos horas, oyendo a todos los que quisieron exponer
su dictamen, sobre que discurrieron especialmente
los señores alcalde primero, el señor vicario, el
padre procurador de las Misiones, el ministro de la
Real Hacienda, con lo ampliamente representado
por el señor síndico procurador general, unánimes
y conformes concluyeron que inmediatamente se
proceda a la formación de la Junta, y que siendo lo
más obvio y conforme a nuestros principios que la
autoridad del Pueblo recaiga en el Cabildo, que por
los vicios del gobierno anterior se hallaba anonadado,
se forme desde luego, eligiéndose por todos los
concurrentes doce sujetos que merezcan la confianza
pública a pluralidad de votos, y para que tenga la fuerza
y sanción suficiente se elijan antes dos diputados del
gremio de pardos, para que igualmente concurran a la
elección, cuyos doce vocales serán considerados como
regidores y presidido por uno de ellos que entre si
elijan.

Será su primer objeto la defensa de la Patria, enten-


diéndose con la Junta de Caracas y demás cuerpos
soberanos y subalternos o jefes con quienes deban
entenderse para la conservación y consolidación de
un sistema de gobierno que haga felices a los habitan-
tes de Barinas y demás vasallos de Fernando Séptimo
que adhieran sus principios.

En ese estado, habiendo concurrido porción del gremio


de pardos, muchos de los cuales constan de la lista
adjunta, se nombraron seis de los más beneméritos
y de confianza, a saber, el capitán Vicente Vidosa, el
maestro Eleuterio Rodríguez, el maestro José Herrera
y el maestro Juan José Rojas, Trinidad Canela y José
Félix Luzén, para que propusiesen a los demás los dos
diputados que deben representar su voz. Y habiendo
elegido unánimemente y al señor vicario don Ignacio
Fernández, fue aprobada por todos la elección de los

188 Colección Bicentenario


doce diputados regidores que han de formar el cuerpo
nacional de esta municipalidad.
Y confirmándose por la opinión general de todos los
concurrentes los tres únicos que hoy existen, a saber,
alférez real, alcalde provincial y alguacil mayor, y que
continuasen en sus funciones los señores alcaldes
ordinarios mediante la confianza que han merecido;
se tomaron los votos para los nueve restantes, a que
concurrieron cincuenta y un vocales de la clase de
blancos, y el voto de los señores diputados del gremio
de pardos, que se computó por seis, y resultaron
nombrados los siguientes: el capitán Juan Gabriel
Liendo con cincuenta y dos votos, el doctor Cristóbal
Mendoza, con cincuenta y uno, don Pedro Briceño
con cuarenta y cuatro, don Pedro Espejo, con treinta
y cuatro, don Diego López con cuarenta y seis, el
doctor don Ignacio Fernández con cuarenta y uno,
don Miguel María del Pumar con cuarenta y seis,
el doctor don. Ignacio Briceño con veinte y uno y
don Domingo González con veinte y nueve; don
Juan Briceño con siete, don Felipe Briceño, con siete,
don Francisco Carbonell con catorce, don Manuel
Pulido con veinte y tres, don Manuel Tirapena con
doce, el señor don Miguel Ungaro con diez y ocho,
don José María Luzardo con trece, el señor coronel
don Antonio Moreno con diez y seis, don Francisco
Arteaga con quince, don Francisco Vidal con trece,
don Juan Nepomuceno Briceño con siete, don Pedro
Martel con tres, don Nicolás Soto con uno, el reverendo
padre fray Francisco Andujar con ocho, el presbítero
don Francisco Gualdrón dos, don Ignacio María del
Pumar dos, don Lorenzo Roca dos, don Felipe Méndez
con cuatro, don Manuel López Olasearga ocho, don
Pablo Pulido dos, don Vicente Luzardo dos, don Juan
José Briceño y Ángulo uno, don Ignacio Bragado
con dos, don Francisco Olmedilla uno, don Sebastián
Travieso uno, don Nicolás Pulido tres.

Colección Bicentenario 189


De modo que a pluralidad de votos resultaron
canónicamente elegidos: don Pedro Briceño, don Pedro
Espejo, don Diego López, el capitán don Juan Gabriel
Liendo, el señor vicario don Ignacio Fernández, el
doctor don Cristóbal Hurtado de Mendoza, el señor
alcalde don Miguel María del Pumar, don Domingo
González y don Manuel Antonio Pulido, con lo
que por ser ya las dos de la mañana de este día seis,
acordaron suspender el acto para proceder en la
mañana siguiente a poner en ejercicio a los electos, de
los cuales hay algunos ausentes, y para simplificarlo
acordaron que por cada gremio se eligiesen dos
vocales que firmarán por todos: por el Clero el señor
vicario y el doctor Ignacio Briceño, por los militares
el capitán y teniente de la Compañía veterana, por los
hacendados don Francisco Arteaga y don Francisco
Olmedilla, y por los comerciantes don José María
Luzardo y don Francisco Carbonell.

Y que por ahora y hasta otra nueva providencia


continuasen en esta capital y toda su provincia en sus
respectivos mandos todos los empleados políticos,
militares y de hacienda, pero que por ninguno se
pueda dar cumplimiento a ninguna orden que vaya
pasada por el Gobierno establecido bajo la pena de
traición a nuestro legítimo señor don Fernando VII
y la Patria. Y que en el primer acuerdo que se trate
de hacer saber al público, en la forma ordinaria, esta
resolución, y de dar gracias al Todopoderoso por la
paz y tranquilidad con que ha sido ejecutada.

Y lo firmamos sin asistencia del único escribano, por


estar ausente:
Antonio Moreno. Miguel de Ungaro. Miguel María
Pumar. El Marqués de Boconó. Juan Ignacio Briceño.
Manuel Bereciartu. Cristóbal Hurtado de Mendoza.
Domingo González. Por el clero y el gremio de
pardos, Ignacio Fernández; por el clero, Dr. Ignacio
Briceño. Por mí y el gremio militar, Juan Gabriel

190 Colección Bicentenario


Liendo. Por mí y el gremio militar, Francisco de
Orellana. Por mí y el gremio de labradores, Francisco
de Paula Arteaga. Por mí y el Gremio de hacendados,
Francisco de Olmedilla. Por el Comercio, José María
Luzardo. Francisco Carbonell.
Publicada por Tulio Febres Cordero en Archivo de Historia y
Variedades. Caracas: Editorial Sur América, tomo I, p. 205-208.

Colección Bicentenario 191


Acta de conformación de la Junta de
Barinas
6 de mayo de 1810

En la muy noble y muy leal ciudad de Barinas, a seis


de mayo de mil ochocientos y diez años, en virtud
de lo acordado en el día y noche antecedentes se
congregaron en esta sala de gobierno, por indisposición
del señor comandante político coronel don Antonio
Moreno, el dicho Su Señoría y los señores coronel de
los Reales Ejércitos don Miguel de Húngaro Dusmet,
comandante militar e intendente; don Miguel María
del Pumar, alcalde ordinario del primer voto; don
Ignacio del Pumar, marqués de Boconó y regidor
alférez real; don Juan Ignacio Briceño, regidor alcalde
provincial; don Manuel Bereciartu, regidor alguacil
mayor; doctor don Cristóbal Hurtado de Mendoza,
síndico procurador general y protector de indios;
don Domingo González, ministro principal de Real
Hacienda; doctores don Ignacio Fernández Peña,
vicario y representante del Clero y del Gremio de
Pardos (como lo es también el señor coronel don
Miguel de Ungaro) y don Ignacio Briceño, don Juan
Gabriel de Liendo y don Francisco Orellana, capitán
y teniente de la Compañía veterana; don Francisco
Arteaga y don Francisco Olmedilla, por el cuerpo de
hacendados; don José María Luzardo y don Francisco
Carbonell por el del Comercio.

192 Colección Bicentenario


Y así juntos y congregados acordaron se procediese a
poner en posesión a los individuos que fueron elegidos,
y hallándose presentes don Pedro Espejo, don Juan
Gabriel Liendo, don Domingo González, don Miguel
María del Pumar y don Cristóbal Mendoza, habiendo
precedido el juramento de ejercer bien y fielmente
el cargo para que se les ha nombrado, se les puso en
posesión, habiendo antes ofrecido lo mismo que los
que se hallaban en ejercicio, morir por la religión,
por nuestro rey don Fernando Séptimo y por nuestra
Patria, posponiendo todo espíritu de ambición, interés
o resentimiento, cuyo acto religioso fue prestado en
primer lugar por el señor vicario juez eclesiástico en
manos del señor alférez real, y siguiendo los demás
les fue recibido por dicho señor vicario.

Seguidamente acordaron que sin pérdida de tiempo


se cite a los ausentes para que se verifique la misma
ceremonia y entren en ejercicio; que conserven voz y
voto en el mismo Cuerpo los señores diputados del
Gremio de Pardos, y con atención a no haber resultado
electo ningún individuo del Comercio, conserve su
representación el primero de sus diputados, don José
María Luzardo, con voz y voto, y por impedimento
de éste, el segundo, don Francisco Carbonell. Y que
siendo muy factible que por varios impedimentos
dejen de congregarse los demás señores nombrados
como regidores e individuos del Cuerpo provisional,
tenga facultad cada uno de los referidos doce sujetos
de elegir un sustituto que, aprobado por el cuerpo,
supla sus faltas. Y que para hacer saber al público el
establecimiento de la nueva autoridad a que todos
los concurrentes han jurado obediencia, bajo los
principios de un pacto social y conservador de los
derechos suprainsertos, se haga señal a son de caja
y se lea en público, y seguidamente se extienda un
bando y se fije en los lugares acostumbrados.

Colección Bicentenario 193


Quedando los señores vocales de dicho cuerpo en-
cargados de acordar todas las providencias concer-
nientes a su delicado ministerio; y lo firmamos sin
concurrencia del único escribano público y de cabildo
de esta capital por hallarse ausente. Antonio More-
no. Miguel de Ungaro. Miguel María del Pumar. El
marqués de Boconó. Manuel Bereciartu. Juan Ignacio
Briceño. Doctor Ignacio Fernández. Cristóbal Hurta-
do de Mendoza. Domingo González. Juan Gabriel de
Liendo. Pedro Alcántara Espejo. José María Luzardo.
Fray Francisco de Andújar. Francisco de Orellana.
Francisco de Paula Arteaga. Francisco de Olmedilla.
Francisco Carbonell. Doctor Ignacio Briceño.

Incontinenti, habiendo pasado a la sala de ayunta-


miento los señores de la Junta que se hallaron pre-
sentes, acordaron que ante todas cosas se eligiese el
presidente del número de los doce que obtuvieron
votación para el complemento del Cabildo y Regi-
miento. Y habiéndose hecho por votación secreta, a
pedimento del señor coronel don Miguel de Ungaro,
representante del Gremio de Pardos, resultó del es-
crutinio hecho por los señores don Domingo Gon-
zález, don Pedro Espejo y don Juan Gabriel Liendo,
nombrados al intento: el señor alcalde primero con
cinco votos, el señor marqués de Boconó con tres, el
señor vicario doctor don Ignacio Fernández con dos,
el señor doctor don Cristóbal Hurtado de Mendoza
con uno, y por consiguiente electo canónicamente
dicho señor alcalde primero don Miguel María del
Pumar. Y habiendo hecho igual votación para vice-
presidente, resultó el dicho señor vicario con seis
votos, el doctor don Cristóbal Mendoza con tres, y
don Manuel Antonio Pulido con dos, quedando por
consiguiente electo el primero. Así mismo se proce-
dió al sorteo de diez números para la distribución de
asientos, reservándose los primeros para los señores
presidente y vicepresidente, y resultó el primero en el
señor don Domingo González, y siguiendo el orden

194 Colección Bicentenario


el señor doctor don Cristóbal Mendoza, el señor don
Pedro Alcántara Espejo, el señor don Juan Gabriel de
Liendo, el señor don Juan Ignacio Briceño, el señor
don Diego López, el señor don Manuel Pulido, don
Manuel Bereciartu, el señor marqués de Boconó, el
señor don Pedro Briceño, y acordaron se guarde esta
orden inviolablemente.

Y habiéndose tratado de elegir uno de los mismos


vocales que haga de Secretario, resultó por
conformidad de todos los votos electos el señor
doctor don Cristóbal Hurtado, y habiendo aceptado
sus respectivos empleos juraron ejercerlos bien y
fielmente en manos del señor alférez real, y todos
prestaron igual juramento de guardar secreto en
los negocios que lo merezcan y en todos por lo que
su naturaleza no se deban dar al público. Asimismo
acordaron que en el correo próximo se oficie al ilustre
Ayuntamiento de la capital de Caracas y los de las
capitales de las provincias comarcanas y Reino de
Santa Fe, manifestándoles la resolución tomada y
acompañando testimonio de lo concerniente de las
actas, cuyos primeros oficios irán firmados de todos
los vocales presentes; y para lo sucesivo bastará se
firmen por el señor presidente; y para lo interior de
la provincia en lo respectivo a órdenes a empleados y
subalternos, en la parte gobernativa económica que la
Junta se reserva, se firmen por el secretario.

Que ratificándose como de nuevo se ratifica lo


acordado acerca de la continuación de los empleados
se pasen las órdenes convenientes a los jefes que han
reconocido la autoridad de este Cuerpo para que
con testimonio de todo lo que sea necesario para
instrucción de los pueblos, dirijan sus circulares
a los pueblos de la provincia, dándola a reconocer
y tomando todas las providencias de su resorte,
encargándose al intendente que ejerciendo con la
plenitud que exigen las circunstancias todas sus

Colección Bicentenario 195


funciones, cele y proponga los medios de proveer y
conservar el Tesoro Público, previniendo a todos los
dependientes de rentas generales se entiendan con
las Cajas Principales de esta capital, por las que se
librarán las órdenes y disposiciones que por las leyes
de Indias correspondan a los oficios reales, cesando
como desde luego han cesado sus relaciones con los
tribunales extintos, y entendiéndose dicho intendente
directamente con esta Junta, a cuya disposición se
tendrán los caudales.

Con lo que se concluyó esta acta que firman los


existentes vocales y secretario.
Miguel María Pumar. Dr. Ignacio Fernández.
Domingo Gonzáles. Pedro Alcántara Espejo. Juan
Gabriel Liendo. Juan Ignacio Briceño. Manuel
Bereciartu. El marqués de Boconó. Miguel de Ungaro.
José María Luzardo. Cristóbal Hurtado de Mendoza.
Vocal secretario.
Publicada por Tulio Febres Cordero en Archivo de Historia y
Variedades. Caracas: Editorial Sur América. Tomo I, p. 211-212.

196 Colección Bicentenario


Acta de Barinas
7 de mayo de 1810

En la muy noble y muy leal ciudad de Barinas, a siete de


mayo de mil ochocientos y diez años, se congregaron
en la sala destinada por acuerdo del día de ayer
los señores que componen la Junta Provincial de
Gobierno y Conservación, a saber: don Miguel María
del Pumar, alcalde ordinario regidor presidente, y
los señores regidores doctor don Ignacio Fernández,
vicario juez eclesiástico, vicepresidente; don Domingo
González, doctor don Cristóbal Hurtado de Mendoza,
don Pedro Alcántara Espejo, capitán don Juan Gabriel
Liendo, don Juan Ignacio Briceño, don Manuel
Bereciartu, el marqués de Boconó, el señor coronel
Miguel de Ungaro, comandante militar intendente
y representante vocal por el Gremio de Pardos, y
don José María Luzardo, vocal representante por
Comercio, a tratar los asuntos del bien y utilidad
pública conforme a su instituto.

Y habiendo conferenciado sobre los asuntos pendientes
acordaron se firmase por todos el bando prevenido,
y se pase con testimonio de este acuerdo al señor
gobernador político para que lo haga publicar con
la solemnidad correspondiente, y circular a la villa
de San Fernando y los pueblos de la Gobernación,
haciendo entender a sus habitantes que aunque

Colección Bicentenario 197


la urgencia de las circunstancias no ha permitido
congregarlos todos para esta primera planta, se les
tendrá toda consideración que dicte la justicia cuando
las circunstancias permitan la concurrencia de los
pueblos, que tendrán parte en la constitución que se dé
a la provincia, en que se convienen los altos intereses
del soberano, de la Patria y la religión.

Que se dé parte, con testimonio, por el señor presidente


de todo lo ocurrido al ilustrísimo señor prelado
diocesano, a quien asegurará del respeto y obediencia
que inviolablemente guardarán estos pueblos a su
persona y dignidad., confiando de su celo pastoral los
auxilie con sus oficios y oraciones.

Con lo que se concluyó esta acta que firman dichos


señores por ante de mí que doy fe.

Miguel María Pumar. Ignacio Fernández. Domingo


González. Pedro Alcántara Espejo. Juan Gabriel de
Liendo. Juan Ignacio Briceño. Manuel Bereciaru. El
Marqués de Boconó. Miguel de Ungaro. José María
Luzardo. Cristóbal Hurtado de Mendoza, secretario.
Ante mí. José Antonio Porras, escribano real y público
de cabildo y gobierno interino.
Publicada por Tulio Febres Cordero en Archivo de Historia y
Variedades. Caracas: Editorial Sur América, Tomo. I, p. 211-212

198 Colección Bicentenario


Oficio dirigido al Ayuntamiento de
Caracas
Señores del muy Ilustre Ayuntamiento y Gobierno
de Caracas.

Muy ilustre ayuntamiento.


La generosa provincia de Barinas que a ninguna
cede en lealtad y patriotismo, ha percibido por varios
conductos los grandes acontecimientos de esa capital
el 19 de abril y siguiente, y por un manifiesto impreso
se ha hecho cargo de las causas que los produjeron, en
cuya situación, compelida de las circunstancias y celosa
de su dignidad política por un espíritu de unanimidad
y concordia entre sus antiguos magistrados y el
pueblo, ha resuelto ponerse en conservación formando
una junta que la represente y que ha resumido la
autoridad que le corresponde por todos derechos y
cuya importancia nadie podrá desconocer.

Faltando su soberano y el cuerpo supremo que lo re-


presentaba, por el consentimiento general de sus do-
minios, paz y tranquilidad son nuestros deseos; morir
o ser libres, nuestra divisa; la conservación de una pa-
tria, la defensa de un soberano legítimo e inocente, de
la santa religión que profesamos, son nuestras tareas,
como lo reconocerá vuestra señoría ilustrísima por
las actas que en testimonio acompañamos.

Colección Bicentenario 199


Creemos que la provincia de Caracas, primera en
orden de las de Venezuela, se haya propuesto un
designio igual y que no se separará un momento de
la justicia ni de los medios que deben aplicarse para
remontar a tan altos fines; en cuyo caso, supuesta la
verdad de los fundamentos que se nos han indicado y
que la interrupción de noticias de la Metrópoli y otras
muchas circunstancias persuaden bastantemente,
Barinas, que forma el corazón de su distrito, no dudará
en abrazar su causa, para que una concordia y alianza
eterna haga felices a sus hijos y facilite a nuestros
hermanos de Europa el asilo de que carecerían si toda
la nación española besase la coyunda del tirano.

Gobernada por unos sentimientos tan puros como


sencillos hace a vuestra señoría esta declaración,
exigiéndole en correspondencia la manifestación de
sus designios con aquella franqueza que es propia e
inseparable para la buena causa de dos pueblos cuyos
intereses son unos mismos y que por sus relaciones
naturales deben someterse el uno al otro. Así lo
esperamos para nuestras ulteriores deliberaciones
en esta capital de Barinas, el 7 de mayo de 1810.
Firmado.
Publicado en la Gazeta de Caracas, Suplemento del 2 de junio de
1810, p.1.

200 Colección Bicentenario


Alocución a los habitantes de la
Provincia
Barineses:
Llegó el momento crítico en que debéis dar al mundo
la mayor prueba de aquel talento despejado que han
admirado en vosotros las provincias comarcanas. La
Patria, esta madre amorosa, cuyo nombre sólo produce
las más tiernas sensaciones en un corazón virtuoso,
está en peligro. Vosotros habéis erigido con unánime
consentimiento una Junta depositaria de la suprema
autoridad que vele en su conservación. Esta misma
Junta se ha llenado de consuelo y esperanza al ver la
virtud, el desinterés, el patriotismo, la uniformidad de
sentimientos y la unión de todos sus amados barineses;
ha visto con un gusto indecible pintada en los rostros
de todos la alegría y satisfacción por la nueva erección
del gobierno que habéis querido establecer; no ha
dudado un momento de la confianza que debe y que
habéis empezado a manifestar.

La misma Junta os asegura, leales barineses, que no


os habéis equivocado en esta confianza. El interés de
la patria, la conservación de nuestra santa religión,
la de los derechos de nuestro amado y desgraciado
monarca el señor don Fernando Séptimo y la salud
común del pueblo barinés, son los grandes objetos
que ha propuesto la Junta desde el momento de su

Colección Bicentenario 201


erección. Ella no desconoce la gravedad de su encargo,
está persuadida de las dificultades que se le preparan,
prevé los grandes obstáculos que tendrá que vencer y
los muchos y los grandes sacrificios que habrá de hacer
para llenar completamente sus deberes y conseguir el
fin que se le propone; pero todo lo espera facilitar de
la recta intención de que ha hecho solemne juramento
y principalmente por el de la unión y conformidad de
vuestros pensamientos y de vuestros corazones. Este
es el grande deber y único punto que debe consolidar
la magnífica obra de vuestra salud y conservación que
habéis iniciado.

Barineses de todas clases y estados: acordaos que


desde vuestra infancia os habéis acostumbrado a la
lealtad.

Barinas, 7 de Mayo de 1810.


Firmado. Miguel María Pumar, presidente.
Publicado por Tulio Febres Cordero en Archivo de Historia y
Variedades. Caracas: Editorial Sur América, tomo. I, p. 213-214.

202 Colección Bicentenario


Acta de instalación de la Asamblea
Provincial de Barinas
En la muy noble y muy leal Ciudad de Barinas, a veinte
y cuatro de Marzo del presente año de mil ochocientos
once, los señores que componen la Junta Superior de
Gobierno congregada en esta sala de acuerdos con el
objeto de celebrar la instalación augusta del Congre-
so General de Venezuela y realizar la congregación
de los diputados capitulares de los departamentos de
esta provincia, después de concluida la misa en acción
de gracias al Todopoderoso dispuesta por acuerdo del
día de ayer y hecho publicar por oficio del señor presi-
dente a los diputados electos a saber, don Pedro Anto-
nio de la Roca por esta capital, don Nicolás Pulido por
la de Pedraza, docto don Juan José Mendoza por la de
Guasdualito, el señor presidente don Miguel Pumar
por la de Nutrias, el señor don Domingo González por
la villa de Achaguas, yo el vocal secretario por la de
Guanarito, el doctor don. Luis Mendoza por los obis-
pos, don Manuel Antonio Palacio por la de Mijagual
y el doctor don Cristóbal Mendoza por San Fernando,
y estando todos presentes, a excepción de don Nico-
lás Pulido que se mandó a excusar, se procedió por
el señor vicepresidente, coronel don Pedro Briceño,
a recibir juramento de fidelidad, que cada uno prestó
conforme a su estado, y continuando la sesión bajo la

Colección Bicentenario 203


presidencia de la misma Junta acordaron lo siguien-
te:
Se vio una representación de don Nicolás Pulido
en que se excusa de aceptar el nombramiento que
se le ha hecho por la ciudad de Pedraza, fundado
en la incompatibilidad que alega con su empleo de
administrador general de Tabacos y falta de salud;
y dijeron que debiendo esta comisión durar pocos
días, según al fin que se dirige, que es de reformar o
sancionar el gobierno establecido, conforme se ofició
a los departamentos, y acordarse sobre instrucciones
que piden los diputados del Congreso General, se
declaraba por no legítima la excusa, y que por la
Secretaría se instruya de ello al interesado.

Seguidamente propuso el doctor don Luis Mendoza


que hallándose en la diputación de los pueblos
comprendido él, con dos hermanos, y no siendo la
diputación más que de nueve individuos, podría desde
luego alegarse nulidad de lo obrado si concurriesen los
tres, por lo que pedía se le excluyese de las sesiones,
así por esta causa como por hallarse próximo a partir
a Caracas con el vocal don Cristóbal Mendoza; y
examinado el punto, acordaron que de los tres dichos
hermanos sólo concurra uno a las sesiones, sin
perjuicio de su celebración mediante quedar las dos
terceras partes de la Diputación expeditas.

Así mismo acordaron que desde este momento


queda encargada la citada diputación, a nombre de
toda la provincia, de formar el plan de gobierno que
deba continuarse y resolver sobre la subsistencia o
separación total o parcial de esta Junta Gubernativa
mientras se obtienen las resultas del Congreso
General Supremo de Venezuela, en que quieren
dar a los pueblos la justa satisfacción de someterse
a sus decisiones, dándoles de ese modo la parte que
justamente les corresponde y que han comenzado a
ejercer en la elección misma de sus diputados; que

204 Colección Bicentenario


entre tanto permanezca el Gobierno Superior de la
Provincia en los individuos que no tengan vocalidad
en la congregación de diputados de la Asamblea
Provincial.

En este estado se trató de elegir presidente y secretario


para las sesiones de la Congregación Provincial, y
habiéndose tomado los votos de los seis individuos
presentes que se hayan expeditos, resultó el doctor
don Cristóbal Mendoza con cinco votos y el señor
alcalde ordinario don Pedro Roca con uno; y por el
secretario, de común acuerdo, el doctor don Nicolás
Pumar, con lo que se cerró ésta, que firman todos los
señores concurrentes, sin la de los señores don Pedro
Espejo y don Manuel Bereciartu, ausentes, de que
certifico.

Miguel María Pumar. Pedro Briceño. Domingo


González. Cristóbal de Mendoza. Juan Ignacio Briceño.
Diego López Álvarez. Manuel Antonio Pulido.
Lorenzo Roca. José María Luzardo. Luis Ignacio
Mendoza. Manuel Palacio. Juan José Mendoza. Pedro
Antonio Roca. Juan Gabriel Liendo, vocal secretario.
Publicada por Tulio Febres Cordero en su Archivo de Historia y
Variedades. Caracas: Editorial Sur América, tomo I, p. 218-219.

Colección Bicentenario 205


Acta de juramentación de los
representantes del Departamento de
Pedraza
En la ciudad de Barinas, a veinte y cinco de marzo de
mil ochocientos once, los señores que componen la
Asamblea Provincial acordaron lo siguiente:
Se tomó juramento por el señor presidente a los señores
don Nicolás Pulido, representante del Departamento
de Pedraza, y al doctor don Nicolás Pumar, secretario
electo en está misma Asamblea por unánime voto
para la misma, y bajo dicho juramento ofrecieron usar
bien y fielmente sus respectivos encargos y guardar
secreto en cuanto ocurra que deba reservarse.

Y mandaron que para las sesiones sucesivas de esta


Asamblea se compulse testimonio de esta acta la
interior, extendiéndose sus actas a continuación de
dicho testimonio para que no se invierta el orden de
los acuerdos de la Junta, y lo firmaron por ante mi
escribano público y del Superior Gobierno, de que
certifico.

Mendoza. Roca. Palacio. Pumar. Liendo. González.


Nicolás Pulido. Nicolás Pumar. Manuel Delgado y
Larrea.
Publicada por Tulio Febres Cordero en su Archivo de Historia y
Variedades. Caracas: Editorial Sur América, tomo I, p. 220.

206 Colección Bicentenario


Acta de convocatoria de los
diputados de los pueblos
25 de marzo de 1811

En la ciudad de Barinas, a veinte y cinco de marzo


de mil ochocientos once, habiéndose congregado
los señores de la Asamblea Provincial acordaron lo
siguiente:
Se trajeron a la vista los acuerdos que tratan de la
convocación de los pueblos y objeto a que se ha dirigido,
desde la acta de siete de mayo de mil ochocientos diez,
en que se clamó por el Gremio de Pardos, en voz de
su representante, el coronel don Miguel de Ungaro,
que se fijase la duración de los empleos para evitar
la perpetuidad ofensiva de los Derechos del Pueblo,
las actas de seis, diez y siete de noviembre y los
bandos de siete de mayo y diez y nueve de noviembre,
publicados y circulados a toda la provincia en que
se hizo saber al público que los representantes de
los departamentos no sólo vendrían encargados de
la parte que iban a tomar en el Congreso General
de Venezuela, sino también de acordar cuanto fuese
conveniente al mejor orden y gobierno provisional de
esta provincia, bien fuese renovando los vocales que
actualmente componían la Junta, o bien adoptando
las innovaciones que les parecieran oportunas para la
felicidad y buen gobierno del país.

Colección Bicentenario 207


Con lo acordado en el acta de ayer veinte y cuatro
de marzo, con reflexión a todas y la más profunda
meditación por tres horas, se fijaron los puntos
relativos a la reforma del Gobierno Provincial, y
con respecto a la estrechez del tiempo y consultando
el mejor acierto, fue encargado de extender el Plan
y traerlo para el día de mañana a las ocho (a que
quedan citados) el diputado don Manuel Antonio
Palacio, y que por cada uno de los concurrentes se
formen y traigan apuntamientos, así de los puntos
que nuevamente ocurran, como sobre la mejoría de
los propuestos, con indicación de individuos capaces
de obtener los puestos que deben proveerse.

Con lo que se suspendió esta sesión que firman dichos


señores conmigo el secretario, de que certifico.
Mendoza. Roca. Palacio. Pumar. Pulido. Liendo. Gon-
zález. Nicolás Pumar.
Publicada por Tulio Febres Cordero en su Archivo de Historia y
Variedades. Caracas: Editorial Sur América, tomo I, p. 220.

208 Colección Bicentenario


Acta de elección de vocales que han
de componer la Junta Conservadora
26 de marzo de 1811

En la ciudad de Barinas, a veinte y seis de marzo de mil


ochocientos once, habiéndose congregado los señores
de la Asamblea Provincial en la sala consistorial,
acordaron lo siguiente:
Se trató la elección de los cincos vocales para los
cincos individuos que han de componer la Junta
Conservadora sustituida a la que hasta hoy ha existido,
erigida en cinco de mayo, con arreglo a lo acordado
en la mañana de este día, y habiéndose precedido a
la votación fueron nombrados por González: don
Manuel Palacio y don Miguel María Pumar y el
señor presidente. Don Cristóbal de Mendoza, los
señores siguientes: don Pedro de la Roca, don Juan
Gabriel Liendo, don Ignacio Bragado, don Francisco
Olmedilla y don Mauricio Encinoso. El diputado
Pedro Roca nombró a los cuatro referidos y en lugar
de sí, a don Francisco Villafañe. El Diputado don Juan
Gabriel de Liendo a los mismos cuatro y en su lugar
a don Juan Briceño y Pumar. El doctor don Nicolás
Pulido a don Pedro Roca, a don Gabriel Liendo, don
Ignacio Bragado, don Francisco Olmedilla y don
Francisco Celis, quedando por consiguiente electos
los cincos primeros.

Colección Bicentenario 209


Se procedió enseguida a la elección de los regidores
que han de componer el Cabildo, y habiéndose tenido
presente la renuncia que con esta fecha hace el alfé-
rez real Marqués de Boconó (que mandaron se co-
pie a continuación de estos acuerdos, y se archive por
el honor que le hace del referido regimiento), como
también la incompatibilidad en que se hallan los dos
regidores don Manuel Bereciartu y don Juan Ignacio
Briceño por la relación de hermanos políticos, acor-
daron admitir la citada renuncia del alférez real, y
que luego que se instale el nuevo Cabildo se requiera
a los dos consabidos regidores Bereciartu y Briceño
para que lo haga igualmente uno de ellos, y no con-
viniendo entre sí, que se excluya al menos antiguo, y
para llenar el número de los cinco nuevos que deben
entrar, de común acuerdo nombraron a don Juan An-
tonio Garrido, don Francisco Celis, don Ramón Arte-
aga, don Francisco Villafañe y don Ignacio Requena,
quien seguirá desempeñando las funciones de síndico
procurador general.

Hizo presente el señor presidente que hallándose


en vísperas de marcharse a Caracas en virtud de la
diputación que se le ha conferido por la villa de San
Fernando y nombramiento que se le ha hecho por el
Congreso General para uno de los tres individuos que
componen el Poder Ejecutivo, desde luego pedía se le
relevase de la Intendencia como ya lo está del mando
político, por lo acordado en la Constitución anterior
de la provincia, y en su vista convinieron unánimes
en que la Intendencia pase en los mismos términos en
que la ha obtenido el exponente al diputado don Do-
mingo González, habida consideración a su aptitud y
su servicio público en la causa que defiende Venezue-
la, pero advertido que por el mismo hecho de entrar
en el desempeño de la Intendencia debe quedar y que-
da excluido del ministerio principal de Real Hacienda;
y proponer ministro que sirva esta plaza con la misma

210 Colección Bicentenario


dotación que disfruta el agraciado, todo con la calidad
de provisorio hasta que se fije la Constitución.
Y aceptado el nombramiento propuesto para su reem-
plazo, a don Juan Fernández Regueron, administra-
dor subalterno de la villa de Obispos, que fue aproba-
do de común consentimiento bajo el mismo concepto
de provisional; con lo que se cerró el acuerdo y man-
daron que en la mañana siguiente se congreguen los
individuos que hasta hoy componen la Junta Superior
Conservadora, se cite a los agraciados y todos presten
el juramento constitucional, se instale el Cuerpo Su-
perior y se le jure la obediencia por todos los emplea-
dos, se publique por bando y se circule a los departa-
mentos por los conductos nuevamente establecidos; y
firman conmigo el secretario, de que certifico.

Cristóbal de Mendoza. Miguel María del Pumar.


Pedro Antonio de la Roca. Manuel Palacio. Juan
Gabriel Liendo. Domingo González. Nicolás Pulido.
Nicolás Pumar. Secretario.
Publicada por Tulio Febres Cordero en su Archivo de Historia
y Variedades. Caracas: Editorial Sur América, tomo I, p. 223-224.

Colección Bicentenario 211


Acta final
27 de marzo de 1811

En la muy noble y leal ciudad de Barinas, a veinte y


siete de marzo de mil ochocientos once, congregados
los señores de la Asamblea Provincial acordaron lo
siguiente:
Se citaron ante todo los señores que componen la
Junta Superior, los individuos agraciados y varios
oficiales de todas clases, y habiéndose reunido en
la sala consistorial, el presidente hizo un discurso
dirigido al fin para que se convocaron y leyéndose
varias actas que contenían la promesa hecha a los
pueblos de reformar con la reunión de sus diputados el
Gobierno ínterin se publicaba la Constitución fija que
ha de ligar Venezuela, y después de haberse leído por
mí el secretario las actas celebradas por la Asamblea
Provincial junto con las constituciones insertas
arriba, y publicándose la elección que se verificó en
don Juan Gabriel Liendo, don Pedro Antonio de la
Roca, don Ignacio Bragado, don Mauricio Encinoso y
don Francisco de Olmedilla para que compusiesen el
Gobierno Superior, después de haber aceptado estos
señores, el señor presidente les tomó juramento a cada
uno según su estado, y arreglado a la constitución
diez y seis les dio posesión de los puestos que les
correspondían.

212 Colección Bicentenario


En el mimo acto, hallándose presentes los individuos
electos para ocupar os regimientos que han de
componer el Cabildo de esta ciudad, excepto don
Francisco Celis por hallarse enfermo, dicho señor
presidente les tomó igualmente juramento de
fidelidad que prestaron según su estado, y por el cual
prometieron proceder fiel y justamente en todos los
asuntos de su instituto y de obedecer a la Junta Superior
que se acaba de instalar. En seguida el referido señor
presidente tomó el mismo juramento a los empleados
políticos y militares, y al señor vicario interino don
Juan Francisco Palacio, y prometieron todos obedecer
en todo el Cuerpo Superior nuevamente establecido
conforme a la Constitución y a las leyes, según ella se
trata y expresa la antecedente acta.

Y así concluido este acto acordaron disolverse


como por ahora disuelven la presente Asamblea
Provincial, mandando que los respectivos cuerpos
procedan al cumplimiento de todo lo referido anexo
a sus privativas funciones; y firman dichos señores
excepto Nicolás Pulido, que se halla enfermo, y todos
los concurrentes conmigo el secretario, no habiendo
asistido don Pedro Espejo y don Manuel Bereciartu,
ausentes, de que certifico.

Cristóbal de Mendoza. Miguel María del Pumar. Ma-


nuel Palacio. Domingo González. Juan Gabriel Lien-
do. Pedro Antonio de la Roca. Dr. Luis Ignacio Men-
doza. Juan José Mendoza. Pedro Briceño. Juan Igna-
cio Briceño. Diego López Álvarez. Manuel Antonio
Pulido. Lorenzo Roca. José María Luzardo. Ignacio
Bragado. Francisco de Olmedilla. Mauricio Encino-
so. Juan Nepomuceno Briceño. Ignacio Requena. Juan
Antonio Garrido. Ramón Arteaga. Juan Francisco Pa-
lacio. Francisco de Orellana. Cristóbal del Prado. José
Francisco Angulo. Agustín Manuel Palacio. Nicolás
Guerra. Trinidad Canela. Carlos Berrios. Nicolás Pu-

Colección Bicentenario 213


mar, secretario. Manuel Delgado y Larrea, escribano
de cabildo.
Publicada por Tulio Febres Cordero en su Archivo de Historia
y Variedades. Caracas: Editorial Sur América, tomo I, p. 225-226.

214 Colección Bicentenario


Mérida

Acta de formación de la Junta


Soberana de Gobierno
16 de septiembre de 1810

En la ciudad de Mérida, diez y seis de septiembre


de mil ochocientos diez, domingo por la mañana,
habiéndose congregado todo el pueblo de esta capital
y sus contornos, por citación que se les hizo por parte
del ilustre Ayuntamiento, igualmente que todos los
eclesiásticos seculares y regulares, Colegio, militares,
hacendados y comerciantes; se les hizo saber a todos
el estado en que se halla la península de España, se
les leyeron públicamente los oficios dirigidos a este
ilustre Ayuntamiento y ciudad por las Juntas supremas
de Santa Fe y Caracas, y por la superior de Barinas,
en que se le amenaza con un próximo rompimiento
de la guerra si no se adhieren a la causa común que
defienden las enunciadas capitales y provincias.

Y habiéndose instruido plenamente de sus derechos,


de las circunstancias críticas en que se hallan, para
que dijesen con libertad lo que les pareciese en
el caso después de haberse oído al emisario de su
alteza la Suprema Junta de Caracas, resolvieron
unánimemente, todo el pueblo, a una voz y todos

Colección Bicentenario 215


los cuerpos e individuos particulares ya nominados,
que era su voluntad libre y espontánea adherirse
a la causa común que han abrazado las antedichas
capitales de las provincias. Y seguidamente gritó el
pueblo: viva la Junta Suprema de Santa Fe a nombre
del señor don Fernando VII, viva la Junta Suprema
de Barinas a nombre de don Fernando Séptimo, viva
la Junta Suprema de Pamplona a nombre de don
Fernando Séptimo, viva la Junta Suprema del Socorro
a nombre de don Fernando Séptimo; cuyos ecos
fueron consentidos, aprobados y aplaudidos por todos
los demás señores y cuerpos arriba denunciados que
se hallan congregados en la Sala de Ayuntamiento.
Y en su consecuencia declararon todos su voluntad
que se erigiese una Junta que reasumiese la autoridad
soberana, cesando por consiguiente todas las
autoridades superiores e inferiores que hasta el día
de hoy han gobernado, las que deben centralizarse
en la enunciada Junta; y en su virtud nombró
unánimemente el Pueblo al doctor don Antonio María
Briceño, presbítero; y al bachiller don José Lorenzo
Aranguren, para que a su nombre eligieren los vocales
de que debe componerse la Sala Consistorial, en donde
estaba congregado todo el clero secular y regular.

Eligió éste un elector de los vocales de la Junta, que


resultó ser a mayoría de votos el doctor don Mariano
de Talavera, presbítero; el cuerpo de los militares
al sargento don Lorenzo Maldonado; el cuerpo de
hacendados a don Vicente Campo Elías; el cuerpo de
comerciantes a don José Arias. Y en virtud de todo,
reconocidos y consentidos los nombramientos de los
electores, y advertidos éstos por el Pueblo que debían
ser doce los vocales de la Junta, se congregaron dichos
electores a ejecutarla en la misma Sala Consistorial.

Despedidos que fueron todos los concurrentes, y


nombrando por los mismos electores al bachiller
don José Lorenzo Aranguren para que en calidad

216 Colección Bicentenario


de secretario autorizase la acta de elecciones, se
procedió a ella con plena libertad y por votos secretos,
que abiertos y reconocidos por todos los electores
resultaron electos vocales de la Junta, a pluralidad de
los votos, los siguientes: don Antonio Rodríguez Picón,
doctor don Mariano Talavera, doctor don Francisco
Antonio Uzcategui, doctor don Buenaventura Arias,
don Juan Antonio Paredes, don Vicente Campo de
Elías, doctor don Antonio María Briceño, don Blas
Ignacio Dávila, don Fermín Ruiz Valero, bachiller don
Lorenzo Aranguren, don Enrique Manzaneda y Salas,
presbítero; reverendo padre fray Agustín Ortiz.

Y declararon por canónica y legítima esta elección,


mandando en virtud de las facultades que se les han
conferido se les haga saber al pueblo, y acordaron los
dichos electores que don Mariano Talavera, presbítero,
uno de ellos le reciba el juramento acostumbrado de
defender la religión, los derechos de nuestro legítimo
soberano, el señor don Fernando VII, y su legítima
dinastía, y los intereses de la patria, a don Ignacio
Rodríguez Picón, que es el primer electo; y que
posesionado éste reciba igual juramento a los demás
vocales.

Con lo que concluyeron los electores sus funciones


de tales y firman por ante mí, de que certifico. Dr.
Antonio María Briceño. Dr. Mariano Talavera. José
Lorenzo Maldonado. Vicente Campo de Elías. José
Arias. Ante mí, Bachiller José Lorenzo de Aranguren,
secretario de elección.
Publicada por Tulio Febres Cordero en su Archivo de Historia
y Variedades. Caracas: Editorial Sur América, tomo I, p. 228-229.

Colección Bicentenario 217


Manifiesto dirigido a los pueblos por
la Superior Junta de Mérida
En ningún tiempo se ha debido inculcar más que aho-
ra el verdadero origen de la autoridad soberana. Si se
hubiese examinado bien la fuente primitiva del poder
supremo, no se habría atribuido tan fácilmente a unos
pueblos tan cultos y fieles la fea nota de insurgentes y
prevaricadores de la Majestad.

Caracas, que proclamó la primera sus legítimos dere-


chos, y tantas otras ciudades, sus dignas imitadoras,
no serían hoy el objeto de la contradicción y el blanco
de los tiros de unos egoístas perversos que quieren
perpetuar su fortuna a expensas de la razón y de la
justicia. Mérida, que ha sido la quinta ciudad en el
continente de Venezuela que vindicó su libertad natu-
ral, no se vería ahora en la necesidad de formar la apo-
logía de su conducta para desvanecer las criminales
imputaciones de los que se empeñan en sostener un
gobierno cuya nulidad es tan conocida como la gra-
vedad del acero.

Bien sabida es la ilegitimidad del Consejo de Regencia


que exige de la América un vasallaje debido sólo a la
Majestad Real, y en su defecto al Consejo Legislativo
de la Nación española que se haya formado por el voto
general de los españoles de ambos mundos. La Junta

218 Colección Bicentenario


Central formada provisionalmente para representar
la Soberanía, convocar las Cortes Generales y salvar
la nación del inminente riesgo en que se hallaba, fue
reconocida y obedecida por toda la América solamente
porque creyó que por su medio se conseguiría la
salvación de la Patria. De otra suerte no la habría
reconocido por los palpables vicios de la nulidad que
tenía, a causa de haberse formado por sólo el voto de
los españoles europeos que componen diez millones
de almas, sin contar con el voto de los españoles
americanos que son por lo menos dieciséis. Toleró la
América en silencio este desprecio positivo que no le
daba esperanza favorable para el futuro, porque no
atendiendo sino a la suspirada libertad de su adorado
monarca, se propuso desentenderse de la injuria con
que se le despojaba de sus más legítimos derechos con
tal que se lograse el precioso objeto de sus deseos.

Hacía la América sacrificios considerables, enviaba


sus tesoros que atravesaban los mares para socorrer a
nuestros hermanos afligidos, levantaba continuamente
sus manos al cielo para hacer cesar la cautividad del
mejor de los monarcas, y esperaba con impaciencia el
venturoso día de su libertad a que era consiguiente
la felicidad española. ¡Pero qué engañosas son las
esperanzas humanas! En un momento imprevisto se
oscurece de nuevo y más funestamente el horizonte de
la España, el sobresalto cunde, la traición se descubre
y Napoleón el pérfido, llevado en las alas de su perfidia,
enarbola sus águilas victoriosas en el augusto palacio
de Madrid. La Junta Central huye precipitadamente
de Aranjuez, se estableció en Sevilla y desde aquella
época todos sus pasos han sido acompañados del
desorden y la confusión.

Los empleos de todas clases se distribuían con


reprehensible parcialidad a los predilectos; las medidas
de seguridad y defensa eran muy débiles y tardías y las
primeras victimas de esta criminal indolencia fueron

Colección Bicentenario 219


las inmortales ciudades de Zaragoza y Gerona, dignas
de mejor suerte. Los caudales públicos se agotaban y
nuestros ejércitos estaban desorganizados, nuestros
soldados desnudos y hambrientos, y las ciudades y
pueblos indefensos por lo que se veían obligados a
entregarse a merced de sus enemigos. Lloraban los
buenos españoles una situación tan funesta, pero la
América separada de la España por más de dos mil
leguas de mar ignoraba lo que sucedía en la metrópoli
porque el Gobierno Central tenía cuidado que no se
supiesen las adversidades y los reveses desgraciados
de nuestras armas.

Entre tanto los sucesos se agolpaban, cada día era


señalado con una nueva victoria del tirano, con la
pérdida de una batalla se perdían muchas ciudades y
pueblos, hasta que los ejércitos franceses rompieron
los muros de la naturaleza en las gargantas de Sierra
Morena y derramándose como un torrente impetuoso
en el mediodía de España echaron a nuestros
hermanos las últimas cadenas de su esclavitud. Este
triste acontecimiento, atribuido a la traición o a lo
menos a la indolencia y descuido de la Junta Central,
le atrajo el odio y la indignación del pueblo sevillano
que arrojó de sus sillas a los vocales, los insultó en
su dignidad y en sus personas. Los despojó de la
autoridad soberana y la confió a nueva Junta que
erigió el veinte y cuatro de enero del presente año.
Dispersos y fugitivos los centrales y cargados de la
execración pública, se juntaron en la isla de León, a
quien su situación ventajosa había preservado de la
irrupción francesa. Allí, al paso que confiesan ellos
mismos en su decreto que la autoridad era mixta en
sus manos, no se avergonzaron de ejercer el último
acto de su perdida soberanía creando un Consejo de
nueva fábrica con el nombre de Consejo de Regencia,
a quien se atrevieron a dar la investidura de cuerpo
representativo de la Nación Española.

220 Colección Bicentenario


Olvídese por ahora que la misma Junta Central
en un manifiesto del año anterior había reprobado
el establecimiento del Consejo de Regencia como
insuficiente para arrojar a los franceses de la
Península, salvar la patria común y libertar a su
rey. Pero fíjese la consideración en los vicios de que
adolece la pretendida Regencia. Ella no fue formada
por el voto de los españoles de uno y otro mundo,
pero ni aun por los del Mundo Antiguo, sino por
la voluntad arbitraria de los centrales. Éstos, en la
instalación de la Junta, no recibieron de la Nación
la facultad singular de crear a su arbitrio un nuevo
gobierno soberano; facultad de que el rey mismo carece
teniendo la plenitud del poder. Más concédase que
la Junta Central tenía este derecho ilimitado, y nunca
oído, ¿podría usar de él con legitimidad después que
la parte libre de la Nación española la había despojado
solemnemente de la soberanía, después que la segur
del patriotismo y de la fidelidad más acendrada había
acortado de raíz este árbol infructífero, y que sólo
daba los frutos de la muerte? Es necesario degradarse
a la clase de ignorantes estúpidos, es necesario haber
perdido el sentido común para resolverse a prestar
a esta regencia inconstitucional el vasallaje debido
únicamente ala augusta majestad del señor don
Fernando VII, a quien han jurado todos los pueblos
de la España, europea y americana.

Sin embargo, formada la Regencia sobre unos


fundamentos tan nulos a los ojos de todos los
hombres cuerdos, aunque no sean literatos, exigió de
la América el reconocimiento y obediencia, confiada
sin duda en nuestro hábito reconocedor. Mas Caracas,
gobernada por una sabiduría singular, sin tener la
fuerza de las armas que estaban en manos de los hijos
adoptivos de la Regencia, fue la primera que se negó
a prestar homenaje a un Consejo que usurpaba tan
a las claras los sagrados derechos de la soberanía.
Instruida plenamente, por los papeles que acababan

Colección Bicentenario 221


de llegar de la Península, del triste estado en que
se hallaba y de haber desaparecido con execración
el cuerpo representativo de la nación española, se
creyó autorizada, y creyó bien, para reasumir en sí
la autoridad soberana de gobernar los pueblos que
se le unan en nombre de su augusto monarca don
Fernando Séptimo, hasta que salga de su cautividad
o hasta que por el voto de los españoles del Antiguo
y Nuevo Mundo, se establezca un gobierno legítimo
según las leyes fundamentales de la monarquía.

En consecuencia de esta resolución tan justa, erigió


una Junta depositaria interina de la soberanía,
quitando a despecho de la fuerza de las armas el
poder ejecutivo que tenían los funcionarios públicos
de aquella capital y sus contornos. Este sistema de
gobierno legítimo, según las leyes y los principios
del derecho de gentes, ha sido adoptado por Santa
Fe, Cartagena, Cumaná, Margarita, Barinas, Socorro,
Pamplona, y por las ciudades, villas y lugares de estos
numerosos departamentos en donde reina en el día
la mayor tranquilidad, se administra rectamente la
justicia, se abren los canales de la prosperidad, y no
se oye sino la voz de la concordia, de la obediencia en
favor de su desgraciado rey y contra el tirano de la
Europa.

Gobernada Mérida por los mismos principios,


instruidas por las mismas verdades que fueron y
meditadas por sus habitantes, y animada de estos
nobles ejemplos, adoptó el mismo sistema, se
desprendió de Maracaibo, cuyo antiguo jefe elevado
por la Regencia a la Capitanía General de Venezuela
la mandaba nulamente, y concentró en sí la autoridad
suprema por medio de la instalación de otra Junta
formada por el Pueblo y corporaciones particulares.
Reconocida y obedecida la Junta por el voto unánime
de esta jurisdicción, y por su benemérito prelado
diocesano, trabaja con tesón en la felicidad común.

222 Colección Bicentenario


Sostenida por la confianza de los pueblos, dirigida por
las luces de los sabios, ha manifestado ya el resultado
de sus deliberaciones y dará en adelante nuevos
testimonios de su patriotismo, de su desinterés y
del ardiente deseo de sacrificarse por el bien de los
mismos que la han revestido soberana.
Es copia que certifico.

Mérida, septiembre 25 de 1810. Bachiller Joseph.


Lorenzo Aranguren, vocal secretario.
Publicado por Tulio Febres Cordero en su Archivo de Historia y
Variedades. Caracas: Editorial Sur América, tomo I, pp. 233-236

Colección Bicentenario 223


Acta de adhesión de la ciudad de
La Grita a la Junta Patriótica de
Mérida
11 de octubre de 1810

En la Ciudad del Espíritu Santo de la Grita, a once


de octubre de mil ochocientos diez, el muy ilustre
Cabildo de esta ciudad y su jurisdicción, a saber:
el señor teniente justicia mayor don José Antonio
Guerrero, los señores alcaldes ordinarios don José
Enrique Rojas y don Antonio María Guerrero, con
asistencia del señor procurador general Antonio
Miguel Mora, y varios vecinos de distinción que han
ejercido los empleos públicos y concejiles de este
cuerpo; en cabildo extraordinario y abierto que se
celebró para tratar de la seguridad y conservación de
los territorios de su mando para su legítimo soberano
el señor don Fernando VII, que sólo deposita estos
derechos a su administración política y económica.

Informados e instruidos suficientemente de lo acaecido


con nuestros hermanos en Europa a causa de la invasión
de los franceses en las Andalucías, y disuelto por esta
causa el gobierno nacional; e instruidos plenamente
por los derechos de los pueblos, lo practicado por estas
previsiones en la capital de Venezuela y provincias
integrantes de la Capitanía General; lo asimismo

224 Colección Bicentenario


practicado en la capital del Virreinato de Santa Fe; y
que aunque la de Maracaibo no había adoptado el nuevo
gobierno instalado en Caracas y Santa Fe, Mérida, la
dichosa Mérida, con las justas razones de ser capital
por lo eclesiástico y otras de evidente utilidad, había
erigido su Junta Superior, y para ser verdaderamente
provincia que comprenda diversas jurisdicciones, ha
pretendido de este ilustre Cabildo nos uniésemos a
la expresada capital; y que supuesto que en varias
ocasiones se ha pedido por este cuerpo el auxilio a
quien correspondía y se ha dilatado, en términos que
este ilustre Cabildo, sin embargo de ser indefenso, ha
sostenido largo tiempo su obediencia a la capital que
era de su provincia; no pudiendo exponer la sangre
inocente al fijo derramamiento, por estar con tropas
en el Rosario la Junta Superior de Pamplona, y con
tropas del señor Marqués del Toro en la jurisdicción
de Trujillo, y las de Mérida ya dentro del territorio.

En lance de esta naturaleza resolvió unirse a la Junta


Superior de Mérida, desprendiéndose de Maracaibo,
imponiendo a la de Mérida que tiene hermanos y
compañeros en la causa común, y mucha voluntad
en defender sus derechos, pero falta el numerario, y
receloso este cabildo de alguna invasión por algunos
de los diversos puntos de este desembarco, se haga
presente en oficio de remisión de acta de adhesión,
concordia, unión y subordinación al señor comandante
general y emisario de su excelencia, para que su
órgano se dirija a la Junta Superior de la capital de
Mérida, y que el señor emisario pase a esta ciudad a
cumplir las comisiones de la de Mérida, cuando estime
conveniente; que se saquen testimonios autorizados
de esta resolución para dirigir al señor gobernador de
Maracaibo y a su muy ilustre Cabildo, al Cabildo de la
villa de San Cristóbal, al señor comandante General
de los valles de Cúcuta.

Colección Bicentenario 225


Que vaya en comisión de diputado a los señores
comandante general y emisario el administrador de
Real Hacienda don Antonio Gabriel Moré, para que
trate a la voz con dichos señores asuntos de nuestra
conservación. Contéstese el oficio de los señores
presidente y vicepresidente de seis de los corrientes.
Con lo que concluyeron y firmaron en este papel
común por no haber sellado. José Antonio Guerrero.
José Enrique Rojas. Antonio María Guerrero.
Antonio Miguel Mora. José Ignacio Sambrano. José
Gabriel Noguera. Juan Vicente Montoya. José Felipe
Contreras. Juan Vicente Montoya. Juan José Mora.
Francisco Guerrero. Francisco de Agreda. Juan
Casiano Sambrano. Antonio María García. Antonio
Gabriel Sambrano. Juan José García. Juan de Dios
Guerrero. Manuel María Montoya. Ignacio Alejo
Rincón. Blas José Contreras. Ildefonso Pernía. José
Buenaventura Contreras. José Rudesindo Contreras.
Antonio Gabriel Montoya. Gabino Guerrero.
Nepomuceno Noguera. José María Morales. Juan
Eusebio Contreras. Es copia de su original, que
nosotros los referidos vocales certificamos por defecto
de escribano público y real. José Antonio Guerrero.
José Enrique Rojas. Antonio María Guerrero. Antonio
Miguel Mora.
Publicada por Tulio Febres Cordero en su. Archivo de Historia y
Variedades. Caracas: Editorial Sur América, tomo I, pp. 243-244.

226 Colección Bicentenario


Acta de adhesión de la Parroquia de
Bailadores a la Junta Patriótica de
Mérida
14 de octubre de 1810

En la parroquia de Bailadores, a catorce del mes


de octubre de mil ochocientos diez, habiéndose
congregado para tratar asuntos interesantes al bien
de esta parroquia y pueblo el teniente justicia mayor
don Buenaventura Méndez, el comisionado de justicia
del pueblo don Pedro Rey, el factor administrador de
la Real Renta de Tabaco don Manuel de la Mesa, el
intendente, ministro y teniente visitador de la misma,
que lo son don Lucio Troconis, don José Fernández
y don Ignacio Ramírez, con otros muchos vecinos
principales de esta parroquia y pueblo que abajo
firmarán, representando por los otros ausentes
dijeron: que instruidos plenamente, así por algunos
papeles públicos que han visto, como por lo que a la
voz les manifestó el señor emisario de la Superior
Junta de Mérida, don Luis María Rivas, del estado
actual de la Península española, ocupada casi toda por
los franceses, de la disolución y extinción absoluta
de la Junta Central que era el único cuerpo que
gobernaba en nombre del señor don Fernando VII, de
la creación del Consejo de Regencia hecho en medio de
la agitación y del tumulto por los mismos individuos

Colección Bicentenario 227


de la Junta Central después de haber perdido toda
su autoridad por el despojo solemne que de ella les
hizo el pueblo de Sevilla cuando los arrojó de su seno;
en vista de todo lo cual las provincias y ciudades
de Santa Fe, Caracas, Cumaná, Margarita, Barinas,
Mérida, Pamplona, Socorro y muchas provincias de
Buenos Aires no han querido reconocer al Consejo de
Regencia por ilegitimo.

Y usando del derecho que les compete en tales


circunstancias, los enunciados pueblos han creado
unas juntas soberanas que los gobierne durante la
cautividad de su desgraciado monarca don Fernando
VII; era la voluntad de todos los de aquí congregados
usar el mismo derecho creando una autoridad que
los gobierne o sujetándose a algunas de las juntas ya
establecidas, pues estaban enteramente convencidos
de su legitimidad y de la ilegitimidad de la Regencia,
y por consiguiente de la ninguna facultad que tiene el
señor gobernador de Maracaibo sobre estos pueblos.
En cuya virtud y atendiendo a que la ciudad de La
Grita, capital en lo inmediato en lo eclesiástico y
civil de estos pueblos, por una acta solemne que se
nos ha manifestado original se ha agregado con todos
sus pueblos a la capital de Mérida, reconociendo la
legitimidad del Gobierno nuevamente instalado
allí y sujetándose exclusivamente a sus superiores
decisiones; tratados y conferenciados seriamente
todos estos puntos y razones adversas y favorables,
dijeron los concurrentes unánimemente que querían
agregarse, como se agregaban, a la capital de Mérida,
y sujetarse a la autoridad soberana de aquella Junta
que gobierna en nombre del señor don Fernando
VII, pasándole testimonio de esta diligencia para que
se digne admitir bajo su protección a estos pueblos,
administrándoles justicia y haciéndoles las gracias
a que los considere acreedores, en inteligencia que
todos los aquí congregados han prestado el juramento
de obediencia a Su Excelencia en manos del señor

228 Colección Bicentenario


emisario don Luis María Rivas, como constará en las
diligencias que se han de remitir.
Dijeron igualmente los concurrentes que se pase
testimonio de todo lo referido al señor gobernador
de Maracaibo para su inteligencia, y otro al muy
ilustre Cabildo de La Grita, a donde pertenece esta
jurisdicción, con la súplica que se le hará por medio
de un oficio, de que se sirva comunicarlo a los demás
muy ilustres cabildos de sus inmediaciones; con lo
que concluyeron y firmaron en este papel común por
falta de sellado.

Buenaventura Mendoza. Manuel de la Mesa. Lucio


Troconis. José Fernández. Ignacio Ramírez. Pedro
Rey. Por mí y a nombre del común Francisco
Javier Sánchez. Por mí y a nombre del común, José
Trinidad Rendón. Por mí y a nombre del común Juan
Nepomuceno Dávila. Por mí y a nombre del común,
José Antonio Molina. Fernando Ramón Sambrano.
Bernardo Fernández de Mora. Miguel Montoya.
Julián Mora. Lorenzo Morales. José Antonio García.
Casimiro Buitrago. Francisco Solano Márquez.
Antonio María Guerrero. Juan José Ramírez. José
Joaquín Ramírez. Antonio María Belandria. Ramón
Márquez. Antonio Gabriel Márquez. Pedro Javier
Rosales. Agustín de la Cruz. José Cipriano Mora.
Joaquín Parra. José Nicolás Guerrero. José Joaquín
Montoya. Blas Prada. José Parra. José Teodoro
García. Pablo Burguera.

Es copia del original de su contenido a que me refiero


y firmo con testigos a falta de escribano, de que
certifico. Buenaventura Méndez. Testigos Cándido
Mejía. Bartolomé Méndez.
Publicada por Tulio Febres Cordero en su Archivo de Historia y
Variedades. Caracas: Editorial Sur América, tomo I, p. 245- 246.

Colección Bicentenario 229


Adhesión de la parroquia de San
Antonio del Táchira a la Junta
Suprema de Mérida
21 de octubre de 1810

En la parroquia de San Antonio del Táchira,


jurisdicción de la villa de San Cristóbal, a veinte y uno
de octubre de mil ochocientos diez, habiéndose reunido
todo el Pueblo que la compone con el objeto de tratar
de los próximos e inminentes riesgos que amenazan
a la Patria, y de procurar evitarlos anticipadamente
antes de que ella sucumba en las convulsiones de la
anarquía, o con los males de un poder arbitrario y
sin limites, tomó la voz don Antonio María Pérez del
Real y habló así al vecindario:

“Amados compatriotas: la parroquia de San Antonio,


que por sus tristes circunstancias no merece ya en
el día aquel mismo grado a que la había elevado un
gobierno menos duro con sus pueblos y más liberal
con sus súbditos, hasta ahora no ha sufrido ninguna
mutación porque aun no la tocaban muy de cerca los
esfuerzos que hace por una parte de la América un
patriotismo exaltado, y el mayor aborrecimiento a la
traición y la tiranía; y por otra, aun se miraban de
lejos las consecuencias y efectos de la arbitrariedad
que ya desfallece; pero que en los últimos momentos

230 Colección Bicentenario


de su existencia procura envolver en sus ruinas a
los miserables pueblos que han sido victimas de su
opresión. Mas ha llegado ya el tiempo en que cuando
toda la provincia de Venezuela y el Reino de Nueva
Granada han sacudido el insoportable yugo de unos
mandones que, abusando del sagrado nombre de
nuestro suspirado Monarca el señor don Fernando VII
se habían reunido, todos para saciar la sed implacable
de su crueldad en la inocente sangre de los americanos;
cuando la provincia de Pamplona y el valle de Cúcuta
gozan de su libertad y de los benéficos influjos de un
gobierno que se funda en la igualdad de los pueblos y
se dirige a la conservación de sus preciosos derechos;
cuando la muy noble e ilustre ciudad de Mérida de
los Caballeros acaba de inmortalizar su nombre en
los fastos de la historia americana, porque ha dado a
conocer a aquella capital. También es animada por los
mismos y leales sentimientos patrióticos que todas
las demás de Venezuela, ha llegado ya el caso de que
veamos el más célebre contraste que se ha visto jamás,
pues la Providencia ha querido cegar de tal suerte el
corazón de don Fernando Miyares que lo ha hecho
insensible a los males que va a causar al desgraciado
pueblo de Maracaibo y a sus propios intereses.

Él se apresurará a vengar el pretendido agravio que


supondrá ha recibido Mérida; él querrá castigar
cruelmente la rebelión de los insurgentes merideños,
él les decretará la muerte y al fin vendrá el azote de
la guerra por los amenos campos de estos lugares a
incendiar nuestras casas, saquear nuestras posesiones
y afligirnos con la multitud de calamidades que
deba acarrear una guerra feroz y sangrienta entre
los vasallos de un mismo soberano que tienen
unas mismas leyes, usos y costumbres, y que deben
profesar una misma Santa Religión. ¿Y en estas
terribles circunstancias, amados compatriotas míos,
esperaremos con una indiferencia criminal a que se
verifiquen todos estos males y después les busquemos

Colección Bicentenario 231


el remedio; o no es cierto que debemos anticipar el
antídoto a un veneno que extendido por el cuerpo
político de esta parroquia, la llevaría precipitadamente
al sepulcro?

No, lejos de nosotros esa odiosa y detestable indolencia.


Que las provincias confinantes, toda Venezuela, todo
el Reino, la América entera, conozcan ahora a la
parroquia de San Antonio; pero que la conozcan para
elogiar el nombre de un pueblo corto que a pesar de
su miseria va a dar lecciones de patriotismo a algunos
de los cabildos cercanos. ¿Que hacemos, pues? Fieles
vasallos de Fernando VII: defended sus sagrados
derechos, levantad el cuello y sacudid el yugo de ese
gobierno opresor que hasta ahora nos ha agobiado; no
seáis ya ovejas que gustosamente os dejáis conducir al
matadero, y dad a entender que aborrecéis al Gobierno
de Maracaibo; os substraéis de él y os sujetéis rendidos
al suave y dulce de la Suprema Junta de Mérida, con
independencia absoluta de cualquier otro pueblo”.

Y habiendo concluido el citado don Antonio María


Pérez su alocución, todo el pueblo, grandes y pequeños,
ricos y pobres, menestrales y labradores, gritaron
a una voz: “Viva nuestro amado soberano el señor
don Fernando VII, y la suprema Junta Provincial
de Mérida de los Caballeros”. E inmediatamente
convinieron en que se extendiese esta acta, por la
cual constase que el Pueblo, rodeado de peligros y
expuesto a perecer, reasumía la autoridad necesaria
para sacudir el yugo del gobierno de Maracaibo, y
sujetarse inmediatamente y con independencia de todo
otro lugar, al de la Suprema Junta de Mérida, aquella
autoridad que se origina del mismo derecho natural
que impone al hombre en sociedad, y aun solo, la
imprescindible necesidad de mirar su conservación.

Que reasumía también la bastante para que en


virtud de este acuerdo cesasen en su jurisdicción

232 Colección Bicentenario


los jueces de esta parroquia; pero en atención a las
buenas prendas del antiguo teniente don Tomás de
la Cruz, le confería, en unión de don Antonio María
Pérez del Real y de don Agapito Maldonado, todas
las facultades necesarias para que con el nombre
de jueces provisionales gobiernen esta República
hasta disposición de la Suprema Junta de Mérida, a
quien deberá inmediatamente jurarse por todo el
vecindario.

Y habiéndose impuesto él de esta acta, todos


unánimemente gritaron haciendo una señal de la cruz
con la mano derecha “Juramos de nuevo ser fieles
vasallos de Fernando VII y la más ciega subordinación
y obediencia a la Suprema Junta de Mérida, con
independencia absoluta de todo otro lugar”.

Prestando este solemne juramento, se autorizó esta


acta con el mismo vecindario, firmando algunos de los
que saben, y mandó que por los tres jueces provisionales
se diese parte de lo acordado a las supremas Juntas
Provinciales de Mérida y Pamplona, y los demás
lugares a quienes parezca conveniente, esperando de
aquella admitirá benignamente la subordinación de
este vecindario; y para que así conste lo firman como
dicho es, a las nueve de la noche de este mismo día.

Tomás de la Cruz. Antonio María Pérez del Real.


Bernardino Uzcategui. Fermín Antonio Fernández.
Marcos Porras. Juan Isidro Figueroa. Antonio
Baltasar Barreto. Ruperto de Omaña. Ramón de
Omaña. José Raimundo Colmenares. José Ignacio
Sambrano. Eduardo Navarro. José Apolinar Santander.
Mariano Sosa. Matías Alburquerque. Romualdo Sosa.
Gaspar Girón. Martiniano Colmenares. José Antonio
Gandica. José Tomás Ibarra. José Ignacio Maldonado.
José Petronio Merchán. Francisco Elías Méndez. Juan
Antonio Martínez. Julián Navarro. Eugenio Navarro.
Juan Vicente Navarro. José Antonio Navarro. Felipe

Colección Bicentenario 233


de Neri Rico y Cáceres. Toribio Contreras. Ignacio
Uzcategui y Dávila.
Publicado por Tulio Febres Cordero en su Archivo de Historia
y Variedades. Caracas: Editorial Sur América, tomo I, p. 246-248.

234 Colección Bicentenario


Adhesión de la villa de San Cristóbal
a la Junta Suprema de Mérida
28 de octubre de 1810

En la villa de San Cristóbal, a veinte y ocho de octubre


de mil ochocientos diez, se juntaron en esta sala de
Ayuntamiento los señores que lo componen, a saber,
el señor don José Andrés Sánchez Osorio, el señor
alcalde de primera elección don Ignacio Sánchez, el
de segunda Rafael Sánchez, el síndico procurador
general don José María Colmenares, el señor vicario
territorial don Tomás Sánchez, el señor cura de esta
villa presbítero don Pedro Casanova, el presbítero don
Joaquín Seguera, y los vecinos que abajo firmarán, y
habiéndoles manifestado traía comisión de la Superior
Junta de Mérida para tratar asuntos interesantes al
bien de esta villa, leído por los señores capitulares
el oficio de la expresada superior Junta que servía
de credenciales a dicho señor emisario, dijeron que
les parecía indispensable y de absoluta necesidad la
convocación de todos y cada uno de los habitantes de
los pueblos vecinos de las parroquias de La Lobatera
y Táriba, Guásimos y Capacho, puesto que hasta el
día habían estado subordinados a esta villa.

A que reprodujo dicho señor emisario que, en su


concepto, y en consecuencia a los principios que han
adoptado todas las provincias, ciudades y pueblos,

Colección Bicentenario 235


que reasumiendo sus derechos han instalado sus
juntas, o se han sujetado a las ya establecidas como
acaba de verse en la ciudad de La Grita y parroquia
de Bailadores y San Antonio, las cuales sin consultar
el voto de antiguas capitales se habían sujetado a
dicha superior Junta de Mérida, no era necesaria la
convocación de las enunciadas parroquias y pueblos,
principalmente cuando todos, o casi todos los vecinos
de esta villa, se hallaban juntos espontáneamente y
pedían con ansia el que se hiciese público el objeto de
la venida de dicho señor comisionado, con todos los
papeles venidos de aquella superioridad.

Con lo que se concluyó la sesión, y habiendo tomado


la voz dicho señor comisionado les puso presente
el estado actual de la Península española ocupada
casi toda por los franceses, la disolución y extinción
absoluta de la Junta Central que era el único cuerpo
que gobernaba en nombre del señor don Fernando
VII, de la creación del Consejo de Regencia, hecha en
medio de la agitación y del tumulto por los individuos
mismos de la Central después de haber perdido toda
su autoridad por el despojo solemne que de ella les
hizo el Pueblo de Sevilla, cuando les arrojó de su
seno; en vista de todo lo cual las provincias, ciudades
y pueblos de Santa Fe, Caracas, Cumaná, Margarita,
Barinas, Socorro, Pamplona, Mérida, Trujillo, La
Grita, Bailadores y San Antonio, con otras muchas
provincias de Buenos Aires no han querido reconocer
el Consejo de Regencia por ilegítimo, y usando del
derecho que en tales circunstancias les compete,
han creado unas juntas soberanas que los gobierne,
durante el cautiverio de nuestro desgraciado
monarca; era la voluntad de todos los sujetos aquí
congregados usar del mismo derecho, reasumiendo
su autoridad, y depositándola como desde luego la
depositan en la superior Junta establecida en Mérida,
y hallándose como se hallan plenamente convencidos
de su legitimidad, y de la ninguna facultad que desde

236 Colección Bicentenario


el momento de extinción de la Junta Central tiene el
Gobierno de Maracaibo sobre estos pueblos dijeron
también los concurrentes con uniformidad de los votos
querían agregarse como se agregaban a la capital de
Mérida, y sujetarse a la autoridad soberana que su
Superior Junta ejerce a nombre del señor don VII.

E igualmente dijeron que no mereciendo la confianza


para sus respectivas funciones el teniente don José
Andrés Sánchez, ni el administrador de Real Hacienda
y Tabaco don Manuel Gatell, nombraban desde
luego para el primer empleo a don Javier Usechi y
le conferían toda la facultad necesaria para que los
gobierne como tal teniente; y para el segundo a don
Martín Vale, pasando testimonio de todo a la superior
Junta de Mérida, para que se digne de admitir bajo
su protección a esta villa, concediéndoles las gracias
de suprimir los estancos de aguardiente y guarapo,
dejándolos por el común, y en los mismos términos
que se hallan en la capital de Mérida, con todas las
más a que se considere acreedora a esta villa.

Dijeron también que respecto a que por las razones


indicadas creen que no sea conveniente que el teniente
don Andrés Sánchez continué en la administración
que obtiene de Correos, la confieren desde luego a
don Francisco Nucete; que se pasen testimonios de
esta acta, a más del referido, al señor gobernador de
Maracaibo y al muy ilustre Cabildo de aquella capital
para su inteligencia, a los muy ilustres Cabildos de
la ciudad de La Grita, Valles de Cúcuta y ciudad de
Pamplona.

Con lo que después de haber prestado en manos del


señor emisario don Luis de Ribas el juramento de
obediencia a la Superior Junta, concluyeron y firmaron
en este papel común por falta de sellado.

Colección Bicentenario 237


José Andrés Sánchez Osorio. Don Ignacio Sánchez.
Rafael Sánchez. Don José María Colmenares. Don
Tomás Sánchez. Don Pedro Casanova. Don Joaquín
Seguera. José Javier Usechi. José Martín Vale.
Francisco Nucete. Joaquín Antonio Angarita. Por
mí y el común Elías Vivas. Por mí y el común José
González de Luna. Por mí y el común José Silvestre
Vivas. Por mí y el común Juan José Alfonso.

El mismo día, hallándose congregado el Pueblo de


esta villa antes de haber prestado el juramento de
obediencia a Su Excelencia la superior Junta dijeron,
todos los concurrentes, que por justas razones se
reservaban, debía ser depuesto de su empleo el
teniente de Guardas don Agustín López y sustituido
en su lugar don Joaquín Angarita, a quien desde
luego lo conferían en uso de sus derechos; en cuya
consecuencia se le dio posesión, y tomó juramento de
obediencia a la Superior Junta.

José Andrés Sánchez Osorio. D. José Ignacio Sánchez.


Rafael Sánchez. Don José María Colmenares. D.
Tomás Sánchez. D. Pedro Casanova. D. Joaquín
Seguera. José Javier Usechi. Por mí y el común Elías
Vivas. Por mí y el común José González de Luna. Por
mí y el común Luciano Usechi. Por mí y el común
Juan José Alfonso.

Es copia fiel del original a que nos remitimos y de


que certificamos. Fecha ut supra. José Javier Usechi.
D. José Ignacio Sánchez. Rafael Sánchez. José María
Colmenares.
Es copia que certifico. Mérida 13 de Noviembre de
1810. Aranguren, vocal secretario.
Publicada por Tulio Febres Cordero en su Archivo de Historia
y Variedades. Caracas: Editorial Sur América, tomo I, p. 251-253.

238 Colección Bicentenario


Barcelona

Acta de la Junta Patriótica de


Barcelona
12 de octubre de 1810

En la Sala Consistorial de la Nueva Barcelona, a los


doce días del mes de octubre de mil ochocientos diez
años, los señores que abajo firmarán, estando reunidos
y tratado sobre los asuntos del día, observaron que
del Cuerpo de Oficiales se le intimó por tres o más
ocasiones al señor comandante general que necesitaban
hablarle, y habiéndose detenido dicho señor en ir a su
llamado, fue reconvenido protestándole urgencia, salió
de la Sala dicho señor comandante general, y a poco
rato volvió exponiendo que el Cuerpo de Oficiales
pedía audiencia a su Excelencia.

Se conferenció sobre el caso y se resolvió dársele,


mandando que no vinieran todos sino que cada
Cuerpo destinase uno para que representase; así
se verificó, y concurrieron por parte del Cuerpo
Veterano el subteniente don Josef Anzoátegui; del
de Milicias Disciplinadas el teniente de granaderos y
ayudante veterano don Josef Godoy; del de Caballería
de Blancos el capitán agregado don José Maria
Sucre; de Milicias Disciplinarias de Pardos el capitán
comandante Juan Antonio Filipino; de Caballería

Colección Bicentenario 239


de Pardos, Manuel Guevara; y representado por la
nobleza en enfermedad del nato representante, don
Miguel Hernández, se les mandó que expusiesen lo
que tenían, y lo hicieron diciendo: que ellos y todos
sus Cuerpos estaban bien satisfechos que el Consejo de
Regencia de la Isla de León, si existía que lo dudaban,
era ilegitimo, fundados en algunas noticias que tenían
positivas, y aun Gazetas de Londres, que la causa que
seguían Cumaná y Caracas era la mas justa, y que
ellos debidamente querían y se decidían a ella.
Que los europeos que encerraba este pueblo ocultaban
esta verdad, y que trataban de sorprender la Junta
porque temían conociese su fraude, que se desarmasen
estos, y se declarase e hiciese constar por bando
público la independencia con la España, y unirse con
Caracas y Cumaná, expresando que ellos así lo pedían,
y de grado o por fuerza se había de hacer, primero que
batirse con sus banderas, débense hermanos.

En este estado se le mandó retirar para resolver lo


más conveniente, y se acordó que según el estado
presente debía acceder a su solicitud, recogiendo las
armas de los europeos, pero sin vejarles ni ofenderles,
y declarando la independencia de la España y unión
con las Provincias de Cumaná y Caracas, reservando
para mañana hacerlo más en forma, respecto a ser
las siete de la noche, y haber requerido por segunda
vez se ejecutase dentro de dos horas; con lo que se
concluyó y firmaron.

Francisco Manuel Luces de Guevara vicepresidente.


Josef Antonio Freytes de Guevara. Sebastián Bleza.
Esteban Dros. Josef Francisco Sánchez. Pedro Maria
Freytes. Pedro Hernández.
Publicada por Ángel Grisanti en Repercusión del 19 de abril de
1810 en las provincias, ciudades, villas y aldeas venezolanas. Caracas:
Ávila Gráfica, 1949, p. 101-102.

240 Colección Bicentenario


Acta del pronunciamiento de
Barcelona
10 de octubre de 1811

En la ciudad de Barcelona americana, a los diez días


del mes de octubre de mil ochocientos once, año
primero de nuestra independencia, el señor don José
Antonio Freites Guevara, mariscal de campo de los
ejércitos de S. M venezolana, diputado del Congreso
de Venezuela, etc. etc., dijo: que habiendo acordado
el día de ayer se convocasen las personas visibles y
honradas del pueblo de Barcelona para tratar sobre
el importante objeto de la abdicación del mando que
obtenía de capitán general de provincia, que al efecto
se señalase la hora de la congregación por medio
de una llamada con toque de cajas por las calles, se
ejecutó realmente este acuerdo en la misma forma que
va expresada, congregados en forma de junta para
tratar sobre el indicado objeto, estando presente Su
Señoría, y los señores comisionados, con los demás
que abajo van firmados.

Tomó la palabra Su Señoría y manifestando la


necesidad en que se hallaba de marchar para la ciudad
de Caracas al alto puesto de diputado de la provincia
en el Congreso general de la Nación, hizo presente
al mismo tiempo que por esta razón debía abdicar
el mando, y que respecto a haber sido el pueblo

Colección Bicentenario 241


quien se lo había encomendado, debía ser el mismo
pueblo el que debía disponer de él y a su nombre los
presentes, recomendado muy particularmente a los
señores comisionados del Supremo Congreso, para
que si lo estimaban por conveniente, los nombrase
sus sucesores en virtud de sus credenciales y demás
documentos que califica su misión.

En cuya virtud los señores comisionados aplaudiendo


los generosos sentimientos de Su Señoría, y
tributándole a nombre de toda la asamblea las debidas
gracias hicieron ver con una sucinta relación el objeto
de su misión y el origen que tenía, concluyendo en
hacer leer en medio de la Junta tanto las instrucciones
privadas como los demás documentos que acreditaban
la legitimidad de su comisión, dejándolos para que
lo examinasen los concurrentes, si lo estimaban por
conveniente; y significando que para dejar expeditos
y en plena libertad a cada uno de los que se hallaban
presente para que pudiese deliberar en materia
como considerase más justo, tenía a bien separase en
este momento de la asociación, con cuyo dictamen
conformose Su Señoría.
Se separaron con efecto, y presidido el acto por el
señor alcalde segundo, se propuso por dicho señor el
punto de la abdicación del mando político y militar, a
fin de cada uno expusiese los sujetos en quienes debía
recaer, bajo cuya propuesta se procedió á la votación
y resultó de esta mayoría de votos conforme que el
mando político lo obtuviese el señor don Francisco
Espejo, y el militar el señor don Ramón García de Sena,
y que al mismo tiempo se adoptase el pensamiento
de crear una Junta Provincial representante de
los derechos del pueblo, con arreglo a lo acordado
por S. M. en las justificaciones reservadas que
manifestaron los señores comisionados, con lo que
aprobaba la entrega del mando como va expuesta, se
dispuso que fuesen llamados junto con Su Señoría y

242 Colección Bicentenario


hallándose presentes e incorporados en la asociación,
se procedió inmediatamente a decidir como punto
preliminar si debería componerse dicha Junta de ocho
o cinco representantes; y habiendo comprometido los
concurrentes su voto con el que determinase, fue de
dictamen Su Señoría que el número de los vocales
fuese el de cinco, en atención a la escasez de personas
idóneas para el caso.

Con cuyo requisito y determinación se conformaron


unánimemente todos lo que se hallaban presentes, y
previo este paso se procedió al de nombrar y elegir
los vocales de la Junta Provincial, de cuya elección
resultaron nombrados el señor vicario general don
Manuel Antonio Pérez, con cuarenta y dos votos; el
señor bachiller don Ramón Godoy, con treinta y uno;
el señor don Pedro Frías, con veinte cinco; el licenciado
don Manuel Matamoros, con veinte y cinco; el señor
coronel don Manuel Hurtado, con veinte y tres; el
seño don Juan Ruiz, con diez y ocho; el señor don
José María Sucre, con diez y seis; el señor don José
María Hurtado, con catorce; el señor don Francisco
Manuel Luces, con doce; el señor don Manuel Reyes
Bravo, once; el señor coronel don Sebastián de Blesa,
con diez; el señor don José Maria Hurtado, con diez;
el señor don José Manuel Morales, con seis; el señor
don Carlos Padrón, con cuatro; el seño don Pedro
Betancour, con tres; el señor don Pedro Carvajal, con
uno; el señor presbítero don Juan Antonio Godoy,
con uno; y observando por el tenor de la votación que
la mayoría de los sufragios ha recaído en sobre los
cinco primeros señores, se acordó fuesen recibidos y
aprobados para el uso de sus oficios, representando
los derechos del pueblo de Barcelona, y ejerciendo los
demás actos propios de su representación a favor de
los ciudadanos de todas clases y condiciones, conforme
a lo dispuesto por S. M. y dándose por concluido
este acto, lo firmaron dicho señores con los que van
subscriptos.

Colección Bicentenario 243


José Antonio Freites Guevara, Francisco Espejo,
Ramón García de Sena, Manuel Antonio Pérez, Br.
Pedro Godoy, Juan Antonio Godoy, Pedro Antonio
Carvajal, Francisco Manuel Luces de Guevara,
Estanislao Beltrán, Manual Matamoros, Agustín
Arrioja Guevara, Pedro J. Frías, José M. Hurtado,
Juan Ruiz, Sebastián Blesa, Manuel J. Hurtado, José
M. Sucre, Manuel R. Bravo, Carlos Padrón, Pedro
F. Betancour, Francisco J. Godoy, Juan A. Martínez,
Pedro Volastero, José M.Barroso, Leogario Freites,
Julián Hurtado, Pedro Molleras, Juan J. Arguindegui,
Francisco Luces, Vicente Villegas, Francisco
Domínguez, Manuel de León, Juan Gual, José Sifontes,
Santiago Tovar, Manuel Domínguez, Juan B. Latroir,
Tomas Conde, José Tovar, Pedro Suárez. Francisco
Laya, Felipe Silveira, José Arcia, Gabriel González,
Luis Rodríguez, Juan Eligio Pino, Manuel Peraza,
Leocadio Ximénez, Manual A. Lobatón, Bartolomé
Doble de Insel, Juan B. Armario, Manuel Ramírez,
Juan J. Martiñán, Francisco J. Murteado.

Por mí y ante mí, Ramón A. Ximénes, secretario.


Publicada por Ángel Grisanti en Repercusión del 19 de abril de
1810 en las provincias, ciudades, villas y aldeas venezolanas. Caracas:
Ávila Gráfica, 1949, p. 102-105.

244 Colección Bicentenario


1.3. REAL AUDIENCIA DE SANTA FÉ

Cartagena de Indias
Acta de formación del gobierno
provisional de Cartagena de Indias
22 de mayo de 1810

C ongregado el ilustre Ayuntamiento el 22 de mayo


de 1810, con asistencia de todos los señores113
expresados en el acta del 17 de mayo anterior, y
además con la del excelentísimo señor don Antonio
de Narváez, representante de este Reino en la Supre-
ma Junta Central, y primer regidor del mismo cuerpo,
que expresamente fue suplicado de concurrir para oír
113
Francisco Montes, gobernador de la provincia de Cartagena
de Indias y comandante general de la plaza; don Antonio Vi-
llavicencio, comisionado del Consejo de Regencia; los dos al-
caldes ordinarios (José María García de Toledo y Miguel Díaz
Granados), los regidores propietarios del Cabildo (José María
del Castillo, Germán Gutiérrez de Piñeres), los regidores anua-
les (Juan Vicente Romero Campo, Juan Salvador de Narváez,
José Antonio Fernández, Lázaro Herrera, Tomás Andrés Torres,
José Antonio Amador y Manuel Demetrio de Vega), el síndico
procurador general (doctor Antonio José de Ayos), el asesor del
Cabildo, doctor José María del Real, y el escribano de cabildo,
José Antonio Fernández.

Colección Bicentenario 245


su respetable voto en estos particulares; exceptuando
únicamente de los indicados señores el director del
Ayuntamiento, que en este día no puedo concurrir por
hallarse enfermo, precedida la discusión de estilo, el
señor gobernador expuso varias reflexiones dirigidas
a manifestar ser de parecer se suspendiera toda deli-
beración sobre realizar la Junta proyectada hasta la
resolución del excelentísimo señor virrey del Reino; y
enseguida la votación de los señores capitulares, todos
unánimemente se conformaron con los dictámenes
que fundadamente expusieron el excelentísimo señor
diputado primer regidor y el señor alcalde ordinario
de primera nominación, reducidos a que urgiendo las
actuales circunstancias a establecer una forma de go-
bierno provisional que, de acuerdo con las máximas
adoptadas en toda la nación, inspire a los vasallos el
amor, confianza y resignación con que deben ponerse
en las manos del gobierno; y considerándose que la
junta proyectada no podrá realizarse con la prontitud
que se desea por el Pueblo, se use entretanto del tem-
peramento de observarse el régimen prevenido en la
ley 2ª, título 7º, libro 4º de nuestras municipales114, de
conformidad con lo dispuesto en la real orden de 31 de
julio del año anterior115, citada por el señor síndico.
114
(Don Felipe II, ordenanza 43) … se forme el concejo, repú-
blica y oficiales de ella, de forma que si hubiere de ser ciudad
metropolitana tenga un juez, con título de adelantado, o alcalde
mayor, o corregidor, o alcalde ordinario, que ejerza la jurisdic-
ción insolidum y juntamente con el Regimiento tenga la adm
nistración de la república
115
Real orden dada en el Real Alcázar de Sevilla, 31 de julio de
1809, y comunicada por don Martín de Garay. “Para amplificar
los resortes de la autoridad y facilitar la unidad de acción en
todos los ramos de la administración pública, la Junta Suprema
Gubernativa del Reino, por uno de los artículos del Reglamento
del 1º de enero, se sirvió decretar la supresión de todas las juntas
que no fuesen provinciales, superiores o de partido. La experien-
cia ha confirmado la justicia y necesidad de esta providencia,

246 Colección Bicentenario


Que en su consecuencia, el señor gobernador proce-
diera a continuar en la administración de esta repúbli-
ca en unión del cabildo, quedando reservado al prime-
ro únicamente el ejercicio de la jurisdicción ordinaria
entre partes, y el uso del patronato real, y que para el
despacho diario de los negocios de menor gravedad
diputase el cabildo dos regidores116 que a su nombre
se asocien al señor gobernador, jurándose por todos
el puntual cumplimiento de esta nueva forma de go-
bierno, como la más arreglada a las leyes, a la exigen-
cia del pueblo y a la necesidad del tiempo, y como la
más análoga a la que han constituido las provincias
de España, y a que deben uniformarse, en cuanto sea
posible, los usos y costumbres de estos países, según
la ley 13, título 2º, libro 2º de su Código.
Esta acta fue publicada por José María Samper en su Historia
crítica del Derecho Constitucional colombiano desde 1810 hasta
1886. Bogotá: Imprenta de La Luz, 1887. Reedición en 1951
en la Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1951, tomo I.
Reedición en Bogotá por Temis, 1982, p. 19-20.

pues el subsistir aún juntas en pueblos que no son cabezas de


partido, causa entorpecimiento en la ejecución de las órdenes,
embaraza su puntual cumplimiento y ocasiona graves perjuicios
en los objetos más importantes del servicio. Las competencias y
choques que eran consiguientes, y los recursos y quejas que cada
día llegan, han llamado la atención de S. M., que ha tenido a bien
acordar se suprima inmediatamente toda junta que no sea supe-
rior o de partido, y queden las facultades de los ayuntamientos
expeditas y en su libre ejercicio en todos los ramos y atribucio-
nes que les son peculiares”.
116
Los dos regidores designados para la conformación del triun-
virato fueron don Antonio de Narváez y Latorre, diputado electo
del Reino a Cortes, y don Andrés Tomás Torres.

Colección Bicentenario 247


Bando
22 de mayo de 1810

El muy ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento de la


muy noble y muy leal ciudad de Cartagena de Indias, a
saber: el señor don Francisco de Montes, caballero de
la Orden de Santiago, jefe de Escuadra Real Armada, y
gobernador de esta Provincia y su comandante general;
el excelentísimo señor don Antonio de Narváez y La
Torre, mariscal de campo de los Reales Ejércitos y
representante de este Nuevo Reino; el señor capitán
de fragata don Antonio Villavicencio, comisionado
del Supremo Consejo de Regencia, asociado por este
alto carácter; los señores teniente de gobernador y
auditor de guerra, don José Munive y Mozo; don José
María García de Toledo y don Miguel Díaz Granados,
alcaldes ordinarios por Su Majestad, y demás señores
que componen el ilustre Ayuntamiento, con la voz de
su síndico procurador general, etc.

A todos los vecinos, moradores, estantes, habitantes y


transeúntes de esta ciudad, de cualquiera clase, estado,
dignidad o condición que sean, a nombre del Rey y
del Supremo Consejo de Regencia que ha reconocido,
hace saber:

Que a consecuencia del expediente que se ha seguido


en este muy ilustre Cabildo sobre los modos de

248 Colección Bicentenario


cimentar la seguridad y felicidad de esta Plaza y de
todo el Reino, preservándolo de las insidiosas intrigas
y de todas las clases de maquinaciones de que usa
el Gobierno francés para subyugarnos, y de lo que
en su consecuencia ha representado el señor síndico
procurador general, presentando con dichos objetos
un bien combinado proyecto para el establecimiento
en esta ciudad de una Junta de Gobierno y Seguridad
que, por el estilo y principios de la establecida
últimamente en Cádiz, corresponda a tan importantes
objetos; habiéndose tenido en consideración por
todos los señores justa e imperiosa razón con que
por el señor síndico procurador general se ha
representado, a nombre de este pueblo, la necesidad
de que se le dé una forma de gobierno provisional
que, de acuerdo con las máximas adoptadas en toda
la Nación, inspire a los vasallos el amor, la confianza
y la resignación con que deben ponerse en las manos
de su gobierno; y meditádose que el proyecto de
la Junta indicada no puede realizarse con toda la
prontitud a que aspiran los ardientes deseos de este
Ayuntamiento por el bien de un pueblo digno de la
más alta consideración, de entera conformidad y con
aceptación del señor comisario regio, han acordado
que ínterin se llevan adelante los trabajos comenzados
para el establecimiento de la referida Junta, se ponga
en su rigurosa observancia la ley de nuestro Código
Municipal que manda que los corregidores, juntamente
con los regimientos, tengan la administración de la
república, en virtud de que su disposición se halla
corroborada con las más terminantes disposiciones
de los supremos gobiernos de nuestra moderna
constitución; y que en su consecuencia se procediese
por este Ayuntamiento a elegir, como seguidamente
eligieron, para diputados acompañados del señor
gobernador en la administración de esta república,
al excelentísimo señor don Antonio de Narváez y al
señor regidor don Tomás Andrés Torres, los cuales
con dicho señor gobernador despacharán todos los

Colección Bicentenario 249


negocios pertenecientes a su destino, exceptuados
aquellos que por su materia y gravedad pertenezcan
a todo el Ayuntamiento, los de justicia entre partes
y del vicepatronato, que quedan a cargo del señor
gobernador; todo lo cual que más expresamente
resulta de la acta de este día, que a la mayor brevedad
posible se promulgará al público, fue solemnemente
confirmado con el juramento formal que sobre los
Santos Evangelios hicieron a Dios Nuestro Señor,
al señor gobernador presidente y a todos los demás
señores referidos, constituyéndose a su puntual
cumplimiento en los términos que se expresan en
dicha acta. Y que en demostración de alegría y júbilo,
tanto por el reconocimiento del Supremo Consejo
de Regencia, como por el establecimiento del nuevo
Gobierno, conforme cuanto ha sido posible con los
deseos de este leal pueblo, se pongan luminarias en
los balcones y ventanas, por tres días consecutivos,
desde la noche de este día.

Lo que para que llegue a noticia de todos, y ninguno
alegue ignorancia, se manda publicar el presente,
firmado de todos los señores, por ante mí el escribano
del muy ilustre Cabildo, en Cartagena de Indias, a 22
de mayo de 1810.

Francisco de Montes. Antonio de Narváez y la Torre.


Comisario del Supremo Consejo de Regencia, Antonio
de Villavicencio y Verástegui. José Munive y Mozo.
José María García de Toledo. Miguel Díaz Granados.
Santiago González. José María de Castillo. Germán
Gutiérrez de Piñeres. Juan Vicente Romero Campo.
Juan Salvador de Narváez. José Antonio Fernández.
Lázaro Herrera. Thomás Andrés Torres. Manuel
Demetrio de Vega. José Antonio Amador. Antonio
José de Ayos. José Antonio Fernández.

En la tarde del mismo día se publicó el Bando que
antecede en la forma siguiente: primeramente todos

250 Colección Bicentenario


los pitos, músicos, tambores y sargentos de todos
los cuerpos; enseguida el ayudante de plaza, luego
la diputación del muy ilustre Cabildo, compuesta de
los señores alcaldes ordinarios, el procurador general
y yo, el escribano; después el sargento mayor de la
Plaza y una compañía de granaderos con su capitán
y subalternos del Regimiento Fijo de esta plaza; y lo
anoto para que conste.

José Antonio Fernández.


Imprenta del Real Consulado. De orden del
Gobierno.
Publicado por Manuel Ezequiel Corrales en sus Efemérides y
anales del Estado de Bolívar. Bogotá: Casa editorial de J. J. Pérez,
1889. Tomo II, p. 21-23. También publicado por Gabriel Porras
Troconis en su Documental concerniente a los antecedentes de la
declaración de la independencia absoluta de la provincia de Cartagena
de Indias. Cartagena: Talleres de Artes Gráficas “Mogollón”,
1961, p. 26-28.

Colección Bicentenario 251


Comunicación
Señor comisionado por Su Majestad, capitán de
fragata don Antonio Villavicencio.

Señor Comandante principal de Marina de este


apostadero don Andrés Oribe.

El muy ilustre Cabildo de esta ciudad, a instancia y


expreso pedimento del síndico procurador general
personero del Común, teniendo presente y meditando
detenida y profundamente cuanto le ha expuesto en
razón de las causas, razones y saludables fines que
convencen la necesidad indispensable de establecer
en esta plaza una Junta Superior de Gobierno, por
modelo que propone a las Américas la de Cádiz, para
precavernos contra los diferentes géneros de funestos
peligros a que están expuestos todos los dominios
de S. M., por la crítica situación en que las armas
del usurpador tienen a la Península, y la alarma y
consternación que sensiblemente van causando
en todos los pueblos de la América los recelos de
cualquiera resultado que pueda sorprendernos, ha
determinado, en acuerdo pleno del día de ayer, con
acuerdo del excelentísimo señor don Antonio Narváez,
representante de este Reino; del señor comisionado
del Supremo Consejo de Regencia, don Antonio de
Villavicencio; de los señores teniente de gobernador

252 Colección Bicentenario


y alcaldes ordinarios, y demás miembros que lo
componen, que mientras con mejores conocimientos,
luces y precauciones, y explorada la voluntad de las
demás provincias del Reino, se pueda organizar dicho
establecimiento, supla interinamente por la rigurosa y
puntual observancia de la ley 2ª, Título 7º, Libro 4º de
Indias, que atribuye la administración de la república
a los gobernadores en unión de los ayuntamientos, y
que en virtud de ella, de la real orden de 31 de julio
de 1809, que dispone que por falta de las juntas no
provinciales que se mandaron suprimir, se sustituyan
y tengan todas sus facultades, con las de su primitivo
instituto, dichos ayuntamientos; desde hoy en
adelante, poniendo en ejercicio dichas facultades con
la extensión que se ha juzgado oportuna y necesaria a
la cualidad y deseos del pueblo, en todos los ramos de
la administración pública proceda el señor gobernador
en consorcio de dos señores diputados del muy
ilustre Cabildo, que lo son el excelentísimo señor don
Antonio de Narváez y el señor don Tomás Andrés
Torres, para el despacho diario de los negocios;
quedando reservados los de mayor gravedad, interés
e importancia a todo el Ayuntamiento, y a dicho señor
gobernador la jurisdicción real ordinaria para la
administración de justicia entre partes, y las funciones
anexas al vicepatronato real. En su consecuencia, y en
acto continuo, el mismo señor gobernador y todas las
demás autoridades y miembros que intervinieron en
el acuerdo procedieron a jurar, como en efecto juraron
a Dios sobre los santos evangelios, guardar, cumplir y
observar en lo sucesivo esta nueva forma de gobierno,
acomodada en cuanto es posible a la necesidad y a las
leyes; disponiéndose que para que llegue a noticia de
todos, se publicará por bando, que se verificó la tarde
del día de ayer, y que se hiciese manifiesta y comunicase
a las demás autoridades y jefes de la provincia, para
que por el interés y celo que les es propio contribuyan
al cumplimiento de tan saludable disposición.

Colección Bicentenario 253


Y esperamos del acreditado celo de V. S. y su conocida
propensión al bien general de los pueblos, y su causa
común, se sirva contribuir a los saludables fines de este
establecimiento, haciéndolo notorio a los individuos
de su mando y jurisdicción.

Dios guarde a V. S. muchos años.


Cartagena, 23 de mayo de 1810.

Francisco de Montes. Antonio de Narváez y la Torre.


Thomas Andrés Torres. Josef Munive y Mozo.
Comisario del Supremo Consejo de Regencia, Antonio
de Villavicencio. Josef María de Toledo. Miguel Díaz
Granados. Santiago González. José María de Castillo.
Germán Gutiérrez de Piñeres. Juan Vicente Romero
Campo. Manuel Salvador de Narváez. José Antonio
Fernández. Lázaro Herrera. Manuel Demetrio de
Vega. José Antonio Amador. Antonio José de Ayos.
José Antonio Fernández. José María del Real.
Publicada por Manuel Ezequiel Corrales en Documentos para
la historia de la provincia de Cartagena de Indias, hoy Estado
Soberano de Bolívar, en la Unión Colombiana. Bogotá: Imprenta de
Medardo Rivas, 1883; p. 70-73. Publicado por Roberto Arrazola
en Documentos para la historia de Cartagena. Cartagena: Concejo
municipal, 1963, tomo I (1810-1812); p. 18-21. También publicado
por Gabriel Porras Troconis en su Documental concerniente a
los antecedentes de la declaración de la independencia absoluta de la
provincia de Cartagena de Indias. Cartagena: Talleres de Artes
Gráficas “Mogollón”, 1961, p. 24-26.

254 Colección Bicentenario


Acuerdo que reorganiza la Junta
Suprema de Cartagena de Indias
10 de diciembre de 1810

Cuando en el mes de agosto último se creó esta


Suprema Junta para suplir las autoridades extinguidas
en la capital del Reino, se formó del único cuerpo que
representaba entonces al Pueblo, agregándole seis
diputados elegidos por los habitantes de esta ciudad
y cinco por parte de los Cabildos de Mompóx, San
Benito, Tolú y Simití, aunque este último no llegó a
posesionarse; en lo que no se hizo sino imitar lo prac­
ticado en otras capitales, distribuyendo los negocios
en las Secciones en que desde luego se dividió -de
Guerra, Hacienda, Justicia, Gobierno y Política-,
como se anunció en el edicto de 18 del citado Agosto;
y for­mando después la Sección ejecutiva para facilitar
más el despacho de aquellos, en los términos que
comprende el acuerdo publicado de 22 de Octubre
último.

Por justa y adecuada que fuese la base que se adoptó, de


que la Junta se formase de los jueces del ilustre Cabildo
que había sido el primero en reclamar los derechos
del Pueblo, multiplicando su celo y sus esfuerzos, a
medida que un jefe despótico trataba de oprimirlos y
sub­yugarlos, hasta que por procedimientos legales se
vio en la necesidad de removerlo; y de los diputados

Colección Bicentenario 255


dichos, nunca podrá subsistir por largo tiempo
este agregado de muchas autoridades distintas y
subalternas con las superiores, sin que se tocasen
inconvenientes y embarazos que entor­peciesen el
curso de la administración de justicia y el despacho
de los negocios públicos; y por esto fue que desde el
edicto de 14 del mismo Agosto se anunció que la Junta
así creada sólo tendría la autoridad pro­visionalmente,
y mientras que con los conocimientos necesarios
podía formarse de diputados elegidos por todos los
pueblos de la Provincia, para que fuese un cuerpo que
legalmente la representase, nombrándose e! número
que la experiencia enseñase necesario, bajo las reglas
y mé­todo observados en la Europa y adoptado ya en
la América, en razón de la población que comprende
el departamento de cada Cabildo.

Para este importante negocio nombró la Junta en


tiempo oportuno una Comisión que, averiguando en
lo posible la población de la Provincia en cada uno
de sus partidos, formase la instrucción que explicase
el mé­todo que debía observarse para las elecciones
parroquiales, de partido y capitulares, que es el
único modo de que todos los pueblos por medio de
electores concurran con su sufragio a la formación de
un cuerpo repre­sentativo. Pero cuando ya tenía dicha
Comisión preparados sus trabajos y en disposición de
presentarlos á la Suprema Junta, para que aprobados
que fuesen, se pudiesen extender las circulares, á
efecto de que á mediados del presente mes estuviesen
congregados en esta capital todos ó la mayor parte
de los nuevos diputados y empezasen á ejercer
sus funciones desde principios del año entrante,
las novedades inesperadas de Mompóx, que al fin
contaminaron a Simití, frustraron estos designios,
ó a lo menos han suspendido por algún tiempo sus
efectos, en los términos que se había concebido desde
el principio, y han obligado a esta Junta á adop­tar al
fin el sistema propuesto por su Comisión, para que

256 Colección Bicentenario


verificándose desde luego en clase de provisional, se
realice enteramente cuando se restablezca el orden en
los citados Distritos de los Cabildos de Mompóx y
Simití.

Según el plan adoptado, esta Provincia se ha dividido


en cinco Departamentos correspondientes al número
de sus Cabildos en que se com­prende el particular
Distrito de éstos y los de su partido foráneo, y se
han fijado los límites de cada Departamento. El de
CARTAGENA, además de la isla que forman el
Magdalena, el mar y el Canal del Dique, contiene
también el territorio entre el Caño de Flamencos hasta
la boca de Matuna, el mar, el Canal dicho del Dique,
el río Magdalena hasta el Arroyo del Alférez, dicho
arroyo y la montaña de María desde el Carmen. El de
TOLÚ tiene por límites el citado Caño de Flamencos
hasta Matuna, el mar, el río Sinú y la montaña dicha
de María. El de SAN BENITO se halla entre la
misma montaña de María hasta el Carmen, Arroyo
del Alférez, río Magdalena hasta las bocas del Cauca,
y este río, por el brazo de Perico, hasta la jurisdicción
de Cáceres. El de MOMPÓX, entre dicho río Cauca
hasta Algarrobo, una línea tirada desde este punto
á Río-viejo, dicho río y el del Magdalena hasta su
unión con el Cauca. Y el de SIMlTÍ entre Río-viejo y
línea dicha hasta Algarrobo, el Cauca hasta Cáceres,
las montañas de Guamocó, el río de San Bartolomé
y el del Magdalena hasta Río-viejo; no haciéndose
mención del territorio de Urabá, perteneciente á
esta Provincia, comprendido entre el Sinú, el mar, el
río Atrato y el Sucio, que con el tiempo formará un
nuevo Departa­mento, por hallarse en la mayor parte
despoblado y estar agregado al partido de Lorica su
corto vecindario de San Bernardo.

Se ha determinado que por cada veinte mil habitantes,


ó próximamente este número, se elija un Diputado
para la Suprema Junta; que para cada Diputado que

Colección Bicentenario 257


se nombre se elijan cuatro electores, en razón de uno
por cada cinco mil habitantes, ó próximamente dicho
número; que en los Distritos de las ciudades y Villas
se haga el nombramiento de electores por mayoría
absoluta de los votos de todos sus vecinos; y en los
partidos foráneos, que no es fácil reunir aquellos por
la distancia de los pueblos, se haga por nombramiento
de electores elegidos en las Parroquias, en razón de
uno por cada cien vecinos ó quinientos habi­tantes, ó
próximamente este número; y resultando del censo
y datos que se han tenido presentes que la población
de la Provincia asciende en el día á más de doscientos
veinte mil habitantes; se ha resuelto que se nombren
doce Diputados en la forma siguiente: dos por esta
ciudad y los pueblos de su Distrito, en que hay una
población de más de cuarenta mil almas; y tres por su
partido foráneo compuesto de las Capitanías Aguerra
de Barranquilla, Santo-Tomás, Barranca, Mahates
y María, en que la población asciende á cincuenta y
cuatro mil habitantes; dos por el Departamento de
Tolú, el uno por la Villa y su Distrito, y el otro por su
partido foráneo de Lorica en los que la población pasa
de treinta y dos mil almas; dos por el Departamento
de San Benito, el uno por la Villa y su Distrito, y
el otro por su partido foráneo compuesto de las
Capitanías Aguerra del Corozal, Ayapel y Magangué,
en que se regula una población de más de treinta y
ocho mil habitantes; dos por el De­partamento de
Mompóx, el uno por la Villa y su Distrito, y el otro
por su partido foráneo, que comprende las Capitanías
Aguerra de Loba y Majagual, en los que se computa
una población de cuarenta mil almas; y uno por la
ciudad de Simití, su Distrito y partido foráneo, cuya
total población apenas se supone llegará á diez y ocho
mil habitantes.

Acordadas, pues, estas bases y lo demás relativo á su


ejecución; considerando esta Junta la importancia de
separar las varias autoridades aglomeradas en ella y

258 Colección Bicentenario


las notorias ventajas de que cada una de por sí ejerza
las que peculiarmente le corresponden en su clase de
inferiores, reduciendo los vocales de la Junta Suprema
al número de doce que queda expuesto, y se considera
necesario para el despacho de los nego­cios económicos
y administrativos que inmediatamente están bajo su
autoridad; acordó igualmente suplir, por ahora, la
elección ó nombra­miento de los nuevos diputados,
hasta el número dicho de doce, sin perjuicio de los
que en las elecciones que deben desde luego hacerse
resulten nombrados, los cuales deben subrogar á los
diputados ahora elegidos.

En su consecuencia, y de conformidad con la voluntad


anteriormente manifestada por el Pueblo, de común
consentimiento acordó que per­maneciendo los seis
Diputados elegidos por los vecinos de esta plaza,
y los tres que existen de los otros Cabildos de la
Provincia, se eligiesen los tres restantes, o los más
que fuesen necesarios para completar dicho número
de doce, en el caso que alguno ó algunos de los
antedichos fuesen nombrados para los Tribunales
de Justicia y Hacienda, los cuales deberían salir de
la Junta y reponerse; y procediendo a la votación
resultaron electos los señores don José María del
Real, don Ignacio Cavero y don Teo­doro Escobar;
y por haberse elegido después para contador mayor,
presidente del Tribunal de Cuentas y Real Hacienda a
don Henrique Rodríguez, y para relator del de Justicia
a don Francisco del Fierro, fueron nombrados para
subrogarles don Tomás Andrés Torres y don Juan de
Dios Amador.

Conforme al plan expuesto, para que la Provincia


toda tenga sus diputados en razón de su población,
se declaró que de los doce di­putados acordados, esta
ciudad fuese representada por su casco y po­blaciones
anexas del Pie de la Popa, Bocachica, Barú, etc., por
dos, que por ahora lo serán el señor penitenciario

Colección Bicentenario 259


don Juan Marimón y don José Ignacio Pombo; y su
partido foráneo compuesto de la Capitanía Aguerra
de Barranquilla, Santo Tomás, Mahates, Barranca
y María, por tres que ahora lo serán, el doctor don
Manuel Benito Revollo, don Joaquín Villamil y don
Juan de Dios Amador; por la Villa (Departamento)
de San Benito Abad dos, que serán, por la Villa y
su Distrito, don José Antonio Madariaga, y por
su partido don Tomás Andrés Torres; por la Villa
(Departamento) de Mompóx dos, que lo serán, por
ahora, don Gabriel Piñeres por la Villa y su Distrito,
y por su partido foráneo don Ignacio Cavero; por
Tolú (Departamento) dos, que lo serán, por la Villa y
su Distrito, don Cayetano Revueltas, y por su partido
foráneo don José María del Real; por la ciudad y
todo el territorio (Departamento) de Simití, atenta
su corta población, uno solo, que ahora lo será don
Teodoro Escobar; y para secretario perpetuo, con voto
consultivo y voz fiscal, sin perjuicio de las funciones
del Síndico Procurador general de la ciudad, para
representar lo conveniente al interés público, fue
nombrado don José María Revollo.

La Junta así constituida empezará sus funciones


el primer día del año entrante por elegir dentro
de su seno el Presidente y Vicepresidente, los dos
adjuntos para la Comisión ejecutiva y los dos Jueces
de mi­nistros. Tendrá la representación del generoso
Pueblo de su Provincia, y con ellas las facultades no
sólo de los Tribunales superiores que residían en
Santa Fe, cuya falta impulsó su creación, sino también
las que la necesidad o el estado de la Península le
atribuye naturalmente, en circunstancias tan difíciles
y peligrosas, y a tanta distancia para pro­curarse su
tranquilidad, su seguridad y felicidad, manteniéndose
unida a la Península mientras subsista alguna racional
esperanza de que pueda conservar su independencia,
como y las que legalmente se le devuelvan por
cualquiera novedad del Gobierno Supremo de la

260 Colección Bicentenario


Nación, o le re­sulten de las determinaciones del
Congreso que ha de celebrarse en el Reino.
Podrá, pues, por ahora, en este concepto disponer
cuanto sea nece­sario para la conservación del buen
orden interior, para la mejor admi­nistración de justicia,
defensa de su territorio contra cualesquiera ene­migos
que se le declaren, aumento y más útil inversión de la
Real Hacienda, fomento de la agricultura y minería,
extensión de su comercio, adelantamiento y mejora
de todos los ramos de educación, ciencias, artes e
industria; procurando respetar en todo las leyes y
disposiciones que gobiernan, y no hacer novedad sino
únicamente en aquellas que opongan un impedimento
insuperable á su felicidad, y nominar el Di­putado o
Diputados que hayan de asistir al Congreso, según
acuerden las Provincias. Pero no podrá por ahora
hacer aquellas funciones re­servadas al Supremo
Gobierno de la Nación legítimamente constituido,
que se le cometan al futuro Congreso general del
Reino; y cuando ocurran asuntos de mucha gravedad
y consecuencias peligrosas, consul­tar a la Junta a los
Tribunales civiles que tenga por conveniente, o a
todos juntos en caso necesario.

Para el mejor desempeño y decoro de este respetable


Cuerpo se ha declarado que aunque para Diputado de
la Suprema Junta puede ser nombrado por el Pueblo
cualquiera empleado, sea el que fuere, y rete­ner el
elegido la propiedad de su plaza o empleo, no podrá
ejercerlo, y le nombrará por la misma Junta quien le
sustituya en él, pues du­rante su vocalía no ha de tener
otro ningún cargo que usen en los actos del oficio
todos sus miembros el uniforme asignado, aunque lo
tengan militar o de otra especie; que no puedan ser
reconvenidos ni juzgados sino por los jueces que al
efecto se ha determinado se nombren todos los años;
y finalmente, que en las asistencias de tablas que se
han asig­nado y debe tener junto con los tribunales se

Colección Bicentenario 261


observe el ceremonial que por acuerdo especial se ha
adoptado.
Siendo esta Junta provisional y supletoria, por la que
debe formar­se de diputados nombrados por todos
los pueblos de la Provincia, como queda dicho, para
que puedan verificarse las elecciones á la mayor bre­
vedad, se publicarán é imprimirán las instrucciones
particulares que al efecto se han formado, en que se
explica el método y formalidades que deben observarse
en las elecciones parroquiales, en las de partido y en las
capitulares de los cabildos respectivos; las cualidades
que han de tener los primeros y segundos electores, y
las que deben adornar a los dipu­tados que nombren, de
modo que resulte la más acertada y pura elección, cual
lo exige el bien de la Patria en la delicada crisis en que
se halla; en el supuesto que conforme vayan haciéndose
las elecciones se irán posesionando los diputados y
retirándose los nombrados provisionalmente, según
la representación que se les ha asignado.

Compuesta así la Junta de los Vocales nombrados por


el voto de los pueblos, la duración de los diputados
deberá ser de dos años; pero a fin de que haya
siempre en ella vocales instruidos en los negocios
pendientes, cumplido el primer año se renovarán
los seis diputados de los cabildos, los cuales en esta
primera elección sólo durarán un año; haciéndose
alternativamente en los sucesivos las elecciones de los
diputados de los partidos foráneos y las de diputados
de los distritos de los cabildos, con cuyo método se
logrará el fin antedicho, y que en el modo posible se
renueve anualmente la mitad de los diputados del
departamento de cada cabildo.

La autoridad y representación del Presidente y


Vicepresidente du­rarán cuatro meses, y concluidos se
hará nueva elección; la de los ayudantes de la Comisión
Ejecutiva sólo dos, y la de los jueces de ministros un

262 Colección Bicentenario


año. El Presidente gozará de todas las preeminencias
y regalías que en la actualidad obtiene y ejerce y que le
están declaradas en acuerdo de 22 de Octubre último.
La Junta celebrará sus sesiones ordinarias el primer
día útil de cada semana, desde las nueve de la mañana
hasta las dos de la tarde y los días de correo; y además,
se congregará extraor­dinariamente siempre que sea
necesario, para acordar lo que su pronto despacho ó
su gravedad así lo exija. No se celebrarán las sesiones
sin menos de las dos terceras partes de los vocales
que se hallen en aptitud de asistir á ellas. La Comisión
Ejecutiva despachará diariamente á las mismas horas
y en el mismo lugar de la Junta; sus funciones serán
las que actualmente ejerce, según el acuerdo de 22 de
octubre, y con las facultades extraordinarias que para
la seguridad pública se le concedie­ron y circularon a
los jefes y oficinas en fecha de 7 de noviembre, las
cuales cesarán luego que la Junta lo crea oportuno.

Concluido cuanto pareció relativo á constituir


debidamente la Su­prema Junta, como el primero y
más alto Tribunal de la Provincia, se procedió a la
separación de las autoridades en ella incorporadas,
cuya im­portancia era ya conocida. Desde luego se dio
principio por la Sección de Justicia, cuyo instituto es
la recta administración de ésta, a que antes que todo
tienen derecho los pueblos en sociedad, y en que
vinculan su tranquilidad y seguridad los ciudadanos.
En su consecuencia se declaró criado y separado
de la Junta, un Tribunal Superior de Justicia, com­
puesto de un presidente, dos ministros y un fiscal,
de un relator y un secretario, todos perpetuos,
y por lo tanto, dotados según lo permiten las
estrechas circunstancias del Erario, para que puedan
dedicarse, con desprendimiento de todo otro negocio
que embarace sus funciones, al desempeño de su
importante encargo, pronta, legal y gratuitamente;
pues que sólo se satisfarán al relator y secretario las
moderadas costas que el mismo Tribunal arreglará

Colección Bicentenario 263


para papel y escribiente, como y las de los escribanos
respectivos.
A este Tribunal Superior de Justicia deben llevarse los
recursos de apelación y suplica de las causas civiles y
criminales de que conozcan los tribunales inferiores de
toda la Provincia, y desempeñará igualmente las demás
funciones que se le declararon a la Sección de Justicia
en el edicto citado de 18 de Agosto. Para componer
este Tribunal se escogieron los letrados que por su
ciencia, experiencia, justificación y desinterés conci­
ten el respeto y la confianza del publico; y resultaron
nombrados: para Presidente, el Dr. don José María
García de Toledo; para Decano o pri­mer ministro, el
Dr. don Antonio José de Ayos; para segundo ministro,
el Dr. don Miguel Díaz Granados; y para Fiscal, el
Dr. don Germán Piñeres, que ejercerá su oficio fiscal
en lo civil y criminal en dicho Tribu­nal Superior de
Justicia, y el de Fiscal de Real Hacienda en todos los
tribunales del ramo.

Para subrogar a la Sección de Hacienda se creó un


Tribunal de Cuentas y Superior de Real Hacienda,
separado de la Junta, cuyas fun­ciones serán las
asignadas en el citado edicto de 18 de Agosto a
la men­cionada Sección; y además, conocerá de las
apelaciones del Tribunal de la Subdelegación y demás
que correspondían á la Junta Superior de Ha­cienda,
quedando en todo caso reservado á la autoridad de
la Suprema Junta el libramiento de caudales para
gastos extraordinarios, o a su Co­misión ejecutiva,
especialmente autorizada; y será de su cargo como ob­
jeto principal de este nuevo Tribunal el fenecimiento
de las cuentas de las Cajas Reales y Administraciones
de Aduana, alcabalas y rentas estan­cadas y demás que
conforme a las leyes debían rendirlas en el Tribunal de
Cuentas de Santa Fe. Para componerlo fue nombrado
presidente contador mayor el Dr. don Enrique
Rodríguez, y contadores ordenadores Dr. don Eusebio

264 Colección Bicentenario


Canabal y don José María Castillo, y para secretario
archivero don Valentín Angulo, todos en la clase de
perpetuos. Y en su consecuencia fueron dotadas las
plazas según lo ha permitido la estrechez del Erario;
habiéndose ocurrido á éstas y las anteriores dotaciones
del Tribunal de Justicia, con muy corta diferencia,
con los sueldos ahorrados del Gobierno, Tenencia
del Rey, Fiscalía de Real Hacienda y Contaduría de
alcabalas, que igualmente quedan suprimidas. Uno y
otro Tribunal se instalarán y entrarán en ejercicio el
día 1° del año próximo, en que se les dará posesión a
sus ministros.

La separación de la Comandancia militar y Gobierno


político, que naturalmente resultó por la dimisión
del teniente de Rey don Blas de Soria, permanecerá
en el estado en que se halla, la primera á cargo del
excelentísimo señor don Antonio de Narváez y la
Torre, teniente general de los Reales Ejércitos, y el
segundo al del teniente de gobernador Doctor don
José Munive y Mozo, nombrándose los dos adjuntos
para cada encargo por el excelentísimo Cabildo, los
cuales se renovarán uno cada dos meses, para que
siempre quede alguno instruido en el despa­cho; al
cargo de la Comandancia general quedarán todos los
negocios asignados a la Sección de Guerra ; y al del
Gobierno político el Vicepatronato real, Subdelegación
de Real Hacienda, y también lo relativo a la Sección
de Gobierno, en la parte que la Suprema Junta le
encargue para su instrucción ó ejecución.

El excelentísimo Cabildo, después de haber tenido la


gloria de haber puesto con sus Jueces ordinarios las
primeras bases de la libertad y de la felicidad de toda la
Provincia, y acaso de todo el Reino, se retira á su Sala
consistorial á reasumir sus antiguas funciones y aplicar
su atención con más particularidad á los objetos que
en el edicto de 18 de Agosto se asignaron á la Sección
de Policía; le queda inherente la regalía de nom­brar

Colección Bicentenario 265


adjuntos para los mandos militar y político en la forma
indicada, á lo menos mientras la Península se halle en
tan peligrosa crisis y las novedades que ocurran no
obliguen á otras disposiciones. Podrá el exce­lentísimo
Cabildo representar á la Suprema Junta lo que juzgue
conve­niente al bien y tranquilidad general, no sólo
de su Distrito sino de toda la Provincia, a la mejora
de sus rentas, á la educación de la juventud, al alivio
de los pobres enfermos, ocupación de los ociosos,
fomento de las artes y de las ciencias, y á la reforma
de las costumbres.

Separadas de este modo las autoridades que antes se


hallaban reuni­das en la Suprema Junta, podrá obrar
cada una libremente dentro de los límites de sus facul-
tades naturales en los objetos que le están asigna­dos;
consultando a la Suprema Junta, cuando sean necesa-
rias las supe­riores, y dándole cuenta para su conoci-
miento, en lo que parezca notable ó conveniente. Y la
Suprema Junta quedará desembarazada para el des-
pacho general y el particular de los negocios econó-
micos y adminis­trativos asignados antes á la Sección
de Gobierno que quedan bajo su inmediata autoridad,
como más conexos con la prosperidad pública y las
superiores facultades que las circunstancias le atribu-
yen, para cuya preparación é instrucción de sus expe-
dientes particulares nombrará comi­siones especiales
de los vocales que no se hallen en la Comisión ejecu­
tiva, las que tomarán los informes necesarios de los
Jefes y Oficinas que juzguen conveniente.

Con esta nueva organización que permanecerá hasta


que nuevos acontecimientos de la Península, o de los
Reinos de América, obliguen a adoptar la que sea
más conforme a las circunstancias, se promete la Su­
prema Junta que facilitándose el despacho de todos
los negocios por sus respectivos conductos, se irá
obrando con más rapidez la felicidad, pros­peridad y
seguridad de los pueblos; y sólo resta a esta Suprema

266 Colección Bicentenario


Junta encargarles a los mismos muy particularmente,
que en las elecciones que van a hacerse, se desnuden
de toda pasión o interés y pongan los ojos para
elegir sus respectivos electores, en aquellos sujetos
que consideren capaces de discernir las grandes
cualidades de que deben estar revestidos los diputados,
como unos magistrados en cuyas manos va la
Patria a poner su suerte, en una crisis en que deben
presentarse los problemas políticos de más difícil
resolución; y sólo podrá conseguirse entrando los
pueblos con una sana intención y un ardiente amor á
la Patria á este importante objeto, á que conspiran las
instrucciones del modo de hacerse las elecciones, que
inmediatamente se publicarán.

Cartagena, once de Diciembre de mil ochocientos


diez.

Joseph María García de Toledo, Presidente.


José María Benito Revollo, Vocal Secretario.
Publicado por Manuel Ezequiel Corrales en Efemérides y anales
del Estado de Bolívar. Bogotá: Casa editorial de J. J. Pérez, 1889.
Tomo II, p. 41-48.

Colección Bicentenario 267


Noticia de la reorganización de la
Junta Suprema de Cartagena de
Indias
7 de marzo de 1811

Por acta celebrada en 10 de diciembre de 1810 por


esta Junta Suprema, se resolvió dar una nueva forma
al gobierno, reorganizando la Junta establecida en el
mes de Agosto anterior, en que se habían refundido
todos los ramos de administración política; no
pudiendo subsistir aquel agregado de autoridades,
sin dejarse de experimentar embarazo y dificultad
en las operaciones. Formada la Junta al principio de
diputados que nombró el pueblo de aquella capital, y
que se habían asociado al ilustre Ayuntamiento, a cuyo
celo y actividad se debieron aquellas útiles reformas,
era preciso que dicho Cuerpo regenerador volviese a
las funciones de su ministerio, y que para hacer una
representación legítima se nombrasen diputados por
toda la Provincia en razón de su población, como
efectivamente se determinó, previniéndose que por
cada 20.000 almas, o próximamente a este número,
se eligiese un diputado para la Junta; que por cada
diputado se eligiesen cuatro electores, en razón de
uno por cada 5.000 habitantes; que en los distritos de
las ciudades y villas se hiciese el nombramiento de
electores por mayoría absoluta de los votos de todos

268 Colección Bicentenario


sus vecinos, y en los partidos foráneos en que no es
fácil reunir aquellos por la distancia de los pueblos, se
hiciese el nombramiento de electores elegidos en las
parroquias, en razón de uno por cada cien vecinos o
quinientos habitantes, o próximamente a este número.
Regulándose, pues, la población de aquella Provincia
en 220.000 habitantes, se determinó que se nombrasen
doce diputados para componer la Junta: cinco por la
ciudad de Cartagena y su jurisdicción; dos por la de
Tolú; dos por la de San Benito; dos por la de Mompóx
y uno por Simití, con proporción al número de habitan­
tes que comprendo cada uno de estos Cabildos.

Las turbaciones de Mompóx y Simití impidieron que


se realizase este plan para principios del presente
año, y como instase la necesidad de las variaciones
propuestas, se acordó que la misma Junta nombrase
diputados suplentes por cada uno de los Cabildos, con
calidad de ser re­levados a medida que se eligiesen los
propietarios, en cuyos términos se renovó la Junta.

Para diputados suplentes de Cartagena y su jurisdicción


fueron nombrados el canónigo penitenciario don Juan
Marimón, don José Ignacio Pombo, el doctor don
Manuel Benito Revollo, don Joaquín Villamil y don
Juan de Dios Amador; por la Villa de San Benito y
su jurisdicción, don José Antonio Madariaga y don
Tomas Andrés Torres; por Mompóx y su territorio,
don Cayetano Revueltas y don José María Real; por
Simití y su comprensión, don Teodoro Esco­bar, y
para secretario perpetuo, con voto consultivo y voz
fiscal, don José María Revollo.

La duración de los diputados de la Junta provincial


deberá ser de dos años, pero a fin de que haya siempre
vocales instruidos en los negocios pendientes, cumplido
el primer año, se renovarán los seis di­putados de los
cabildos, los cuales en esta primera elección solo dura­
rán un año. La Junta debe elegir dentro de su mismo

Colección Bicentenario 269


seno el Presi­dente y Vicepresidente, dos adjuntos para
la Comisión ejecutiva, y dos jueces de ministros, que
deben conocer de las causas que ocurrieren contra los
miembros de la Junta. El Presidente y Vicepresidente
dura­rán cuatro meses; los adjuntos de la Comisión
ejecutiva, dos; y los jue­ces de ministros un año. No se
celebrarán las sesiones sin menos de las dos terceras
partes de los vocales que se hallen en actitud de asis­tir
a ellas.

La Junta así constituida podrá disponer cuanto sea


necesario para la conservación del buen orden interior,
para la mejor administración de justicia, defensa
de su territorio, aumento y más útil inversión de la
Real hacienda, &c. &c, procurando respetar en todo
las leyes y dis­posiciones que gobiernan, á no ser que
opongan algún impedimento in­superable á su felicidad.
Nombrará también el diputado o diputados para el
Congreso general, según acuerden las provincias.

Se decretó la creación de un Tribunal de Justicia,


compuesto de un presidente, dos ministros, un
relator, un fiscal y un secretario, todos perpetuos.
A este Tribunal se deben llevar los recursos de ape­
lación y súplica en las causas civiles y criminales que
so sigan en los tribunales inferiores de la Provincia.
Fueron nombrados para presi­dente de dicho Tribunal
el doctor don José María García de Toledo; primer
ministro, el doctor don Antonio José Ayos; segundo,
el doc­tor don Miguel Díaz Granados; fiscal, el doctor
don Germán Piñerez, tanto en lo civil como en l o
criminal, ejerciendo el mismo empleo en lo tocante a
Real Hacienda, en los tribunales de este ramo.

Se previno igualmente el establecimiento de un Tri-


bunal de Cuentas y superior de Real Hacienda, cuyo
objeto principal debo ser el examen y fenecimiento de
todas las cuentas del Tesoro público, adminis­traciones
de aduana, rentas estancadas y demás contribucio-

270 Colección Bicentenario


nes de la Provincia; debiéndose llevar a dicho Tri-
bunal las apelaciones do la Subdelegación y las que
correspondían a la Junta superior do Real Ha­cienda,
reservándose a la provincial la facultad de librar para
gastos ex­traordinarios, o a la Comisión ejecutiva
especialmente autorizada. Para componerlo fueron
nombrados presidente contador mayor el doctor don
Henrique Rodríguez, y contadores ordenadores doc-
tor don Eusebio Canabal y don José María Castillo; y
para secretario archivero don Valentín Ángulo, todos
perpetuos.

El mando político quedó encargado al teniente


gobernador que era de aquella plaza, doctor don José
Munive y .Mozo, a quien corres­ponde el Vicepatronato
y subdelegación de rentas, asociado en todo do los dos
adjuntos que debe nombrar el excelentísimo Cabildo,
sacándo­se uno de ellos cada mes.

La Comandancia general se encargó al excelentísimo


señor don Antonio Narváez y la Torre, con dos
iguales adjuntos.
El excelentísimo Cabildo, después de haber dado
impulso a tan feliz revolución, se retira a ejercer sus
funciones ordinarias, encargán­dose con especialidad
de proveer todo lo conveniente a policía; quedan­do
con la regalía de nombrar los dos acompañados para
el Gobierno militar y político, debiendo subsistir esta
organización, mientras que nuevos acontecimientos ó
razones de conveniencia no dicten otra cosa.
Publicada en el Semanario Ministerial del Gobierno de la capital de
Santafé, en el Nuevo Reino de Granada. Nº 4 (jueves 7 de marzo
de 1811).

Colección Bicentenario 271


Cali

Acta de la junta extraordinaria de


Santiago de Cali
3 de julio de 1810

Representación del síndico personero de la ciudad


de Cali
Muy Ilustre Cabildo:
El síndico personero de esta ciudad hace presente a
Usía que cuando tiene el honor de ejercer este empleo
en quien depositan los Pueblos toda su confianza, no
puede menos en la presente crisis memorable de la
nación que interesar su voz y ministerio en defensa de
los tres preciosos objetos, Religión, Rey y Patria, que
se ven amenazados por el Tirano de la Europa.

En el presente correo que hemos recibido por las ve-


redas de Popayán y Cartago se anuncia por papeles
públicos no sólo el triste y lamentable estado de la
Península, casi enteramente sujeta al yugo francés,
sino la repentina inesperada mutación de gobierno,
habiéndose transmitido la autoridad soberana, depo-
sitada en la Junta Central por el voto unánime de la
nación, en su Consejo de Regencia, compuesto de cin-
co vocales que han fijado su residencia en Cádiz, como

272 Colección Bicentenario


único punto de las Andalucías libre del yugo de fierro
de los franceses.
Esta verdad, la próxima ruina de la Península, el
cautiverio a que está reducida, la exaltación de aquellos
Pueblos, la desconfianza que la misma nación tuvo del
cuerpo soberano que la representaba, la repentina
invasión de los franceses y ocupación de esos Reinos
que se creían inconquistables, el desgraciado éxito
de tantas batallas en que hemos perdido millares de
hombres, la devastación general de la Península debida
a unos ejércitos feroces que todo lo talan y destruyen,
la ocupación de los puntos más importantes, entrando
la Isla de León que está ya por los franceses, según
las últimas noticias comunicadas por Caracas, y lo
que es peor que todo, la perfidia, la infame traición
de nuestros mismos hermanos, los españoles. Todo
este conjunto de circunstancias y mil otras que omito
por correr en los impresos públicos, han alarmado
a todo el Reino que, turbado e inquieto, cree que en
breve será víctima del Usurpador de los tronos si sin
pérdida de momentos no se toman las providencias
convenientes para mantener la seguridad de estos
dominios para nuestro Rey cautivo, que es el ídolo de
todos sus vasallos americanos.

Este es el interesante motivo que excita la voz del


personero de esta Ciudad, que no duda será atendida
por este ilustre cuerpo que tan dignamente la
representa. No son éstos unos tristes presagios: son
verdades que con el tiempo, si se desatienden, correrán
ríos de sangre; la religión y el santuario serán hollados
y pisados; el vasallaje, la fidelidad que todos debemos
y hemos jurado a nuestro legítimo soberano el señor
don Fernando Séptimo, vendrá a ser del Tirano
usurpador; la Patria, estos países deliciosos, a quien
la naturaleza ha prodigado dones singulares, vendrá
a ser presa de ese hombre particular por sus perfidias
y crímenes. No hay que dudarlo: si dormimos, si nos

Colección Bicentenario 273


mantenemos quietos y si la voz imperiosa de la Patria
no se mueve, nosotros vamos a ser tristes víctimas en
quienes descargue su saña y furor ese déspota nacido
para azote del género humano.

Ni se crea que el nuevo Consejo de Regencia sea


capaz, ni de serenar el ánimo de los fieles americanos,
ni de remediar los males que tenemos, ni levantar
la Península de sus ruinas y restituirle su antigua
libertad. Quisiera el cielo que un Ángel exterminador
destruyera las legiones Bonapartistas; quisiera que
un rayo del cielo hiciese desaparecer el Monstruo que
nos aflige; quisiera que el nuevo Tribunal de Regencia
fuese el regenerador de la nación, el exterminio de la
Francia y el que sacare a nuestro adorado Fernando
del cautiverio a que lo redujo la más vil traición.

Pero a pesar de que él se compone de hombres grandes


encendidos con el fuego sagrado del amor de su Rey y
Patria; ya las cosas presentan un aspecto tan ruinoso
que sólo el poder del Omnipotente podrá liberar a la
España del tiránico yugo que la domina.

En tales circunstancias, si respetamos nuestra


sagrada religión, si amamos a Fernando Séptimo, si
le queremos conservar libres e independientes estas
inmensas posesiones del dominio del Usurpador, es
necesario, yo lo repito, que despertemos, que abramos
los ojos, que no nos dejemos sorprender en la presente
inacción.

Yo no quiero entrar en el examen de si ha sido o no


legítimamente sancionado el Tribunal de Regencia.
Para mí es una discusión ociosa cuando creo que por
conservar la unidad de la nación, la íntima alianza de
aquellos y estos dominios, debemos prestar llenos de
complacencia la obediencia y el juramento sagrado que
se nos exige, a pesar de cuantas nulidades no pueden
ocultarse a los ojos menos perspicaces. La Junta Central

274 Colección Bicentenario


era, es verdad, la depositaria de la soberanía por los
votos de toda la nación; pero esta misma nación jamás
la autorizó para que trasmitiese el poder soberano
a otro cuerpo sin su consentimiento. De otra suerte
incidiríamos en el inconveniente de que si lo hubiera
hecho en el intruso usurpador Joseph, tendríamos los
vasallos fieles que pasar por el doloroso sacrificio de
una dominación que carga el odio de todo americano,
ni se crea que esa abdicación fuese espontánea.

Los mismos papeles públicos, y aún el respetable


Cuerpo de la Regencia, nos dice en su manifiesto
hecho en la Isla de León, a catorce de febrero, que los
individuos de ese ilustre cuerpo, y su alta dignidad, y el
respeto debido a su carácter, se vieron más de una vez
expuestos al desaire y al desacato; que es decirnos con
expresiones figuradas y misteriosas que los Pueblos
de Andalucía, agitados con la repentina e inesperada
invasión de los franceses, llenos de recelos contra los
individuos de la misma, se encendieron, se dejaron
llevar del fuego de fidelidad, y en consecuencia, befaron,
burlaron y atropellaron esas personas consagradas al
servicio de la Patria. En tal conflicto ¿Cómo podremos
decir que la resignación de la autoridad en el nuevo
gobierno fue libre y espontánea? No: el tumulto, la
agitación, la efervescencia, el descontento de los
Pueblos, fueron otros tantos cuchillos amenazadores
que obligaron a la Junta a consignar la soberanía en el
nuevo Tribunal.

¿Y quien le dio semejante autoridad? ¿Acaso el


pueblo abdicó, renunció sus derechos, ese esencial
privilegio de poner el gobierno por la ausencia del
Soberano, y por su infame cautiverio, en aquellos
individuos que llenasen su confianza y la medida de
sus deseos? Pero no nos extendamos más sobre este
punto. Ya he dicho que a pesar de esas resistencias,
de esos inconvenientes, de esas nulidades, este Pueblo
fiel y generoso, si escucha con amor la voz de su

Colección Bicentenario 275


personero, debe prestar al Tribunal de Regencia
homenajes de respeto y obediencia, [para que] no se
crea que trata de romper los estrechos vínculos que
ligan el continente americano con el español europeo.
Obedezcamos pues, juremos, tributemos rendidos
obsequios de amor y respeto al cuerpo representante
de la Soberanía. De esa suerte nuestro voluntario y
espontáneo consentimiento lo revestirá de acto con
carácter legalmente sancionado.

Pero no por esto hemos de poner en peligro la religión


santa que profesamos; no por esto hemos de ser infieles
e ingratos al Soberano, único objeto de nuestro amor
y respeto; no por esto hemos de sacrificar la Patria. La
España se pierde, o más bien está perdida: esta es una
verdad que en muy breves días la verán confirmada
los que por falta de conocimientos políticos o por el
entusiasmo nacional tratan de persuadir lo contrario.
El poder de Dios es infinito: él puede restaurarla a
su antigua libertad; pero no estamos en el caso de
esperar milagros, sino seguir los pasos ordinarios de
la Providencia. Siendo así a pesar de nuestros votos,
de nuestros deseos, del amor de la Patria que nos
inflama, hemos de convenir en que Fernando Séptimo
ha sido ya despojado violentamente de la Península;
y si nosotros no le conservamos estos preciosos
Dominios, depositarios de todas las riquezas y dones
inestimables de la naturaleza: ¿no seremos unos
infames traidores? Venga Fernando Séptimo, vengan
nuestros hermanos los españoles a estos Reinos,
donde se halla la paz y tranquilidad, y donde no podrá
dominarnos todo el poder del Globo, como seamos
fieles al Monarca que nos destinó Dios para nuestra
felicidad.

¿Y cual es el arbitrio para conseguir ese fin


interesante? Yo no hallo otro que el establecimiento
de una Junta Superior de Seguridad Pública, que se

276 Colección Bicentenario


elija e instale en la Capital del Reino. Ella deberá velar
en otros interesantes objetos sobre la salud y defensa
de la Patria y la conservación de estos Reinos para
Fernando Séptimo y su familia, según el orden de
sucesión establecido por las leyes. Yo propongo este
arbitrio inflamado del celo de mi ministerio, y como
testigo que soy de los votos de esta muy noble y
leal Ciudad. Las ciudades de España, las provincias
y reinos son, tan parte integrante de la Monarquía
como son las de estos dominios. Somos unos mismos
en privilegios y derechos, según lo declaró la Junta
Central y ahora el Consejo de Regencia, añadiendo
que, siguiendo un principio de eterna equidad y
justicia, fuimos llamados a tomar parte en el gobierno
que cesó y que hoy está depositado en la Regencia;
pero siendo este un asunto de grave entidad, como
se deja ver por las razones que dejo expuestas, podrá
V. S. si a bien tiene consultarlo en un Cabildo abierto
con el señor cura y vicario, prelados de las religiones,
administradores principales, y con los vecinos que
hayan ejercido los primeros empleos de la Ciudad.
Cali, junio veinte y ocho de mil ochocientos diez.
Doctor [Antonio] Camacho.

Decreto
Sala Capitular de Cali, junio treinta de mil ochocientos
diez.

Hecho presente el antecedente escrito del señor


procurador general en el Cabildo extraordinario
celebrado el día de hoy para deliberar sobres los
graves y delicados puntos que se tocan, convóquese
pleno, con asistencia de los prelados y demás personas
de representación pública, con cuya asistencia se
tomarán las providencias convenientes a mantener la
tranquilidad pública y demás a que se dirige.

Colección Bicentenario 277


Doctor Caycedo. Nieva. Mallarino. Córdova. Polanco.
Micolta. Montoya.
Ante mi, Silva.

Arenga del teniente de gobernador


Muy ilustre Cabildo, señor vicario, reverendos
prelados y demás señores que componen el presente
congreso:
Religión, Rey y Patria son los sagrados objetos
que nos han reunido en este día, que será célebre
en los anales de nuestra historia. ¡Qué puntos tan
interesantes! ¡Qué alternativa tan terrible! Prostituir
el decoro de nuestra Santa Religión o conservarlo en
su pureza evangélica; hollar los sagrados derechos de
la Soberanía o ser fieles al virtuoso, al desgraciado
ungido del Señor Fernando Séptimo, objeto de nuestro
más tierno amor y respeto; abandonar la Patria en
la presente borrasca, exponerla a que sea presa del
mayor de los tiranos, o salvarla y conservarla para
su legítimo señor nuestro Rey cautivo; ver profanar
la religión de Jesucristo y sus ministros, insultar el
decoro de las vírgenes, manchar el lecho conyugal,
romper todos los vínculos más sagrados de la Religión
y de la Patria, o hacer frente al Usurpador, prevenir
sus miras de sangre y de terror, y hacerle perder las
lisonjeras esperanzas de imperar en el Nuevo Mundo,
y arrebatarle a Fernando el cetro que ha heredado de
sus mayores, y que le quieren conservar sus vasallos
americanos a costa de su sangre y de su vida. ¡Qué
tal perspectiva, señores! Pues este es el objeto de
haberse convocado para el día de hoy un congreso tan
respetable en que veo, lleno de la más dulce emoción,
sabios y virtuosos ministros del Altar, prudentes
y reflexivos jueces, empleados celosos de la mejor
administración de los Reales Intereses, y sujetos
condecorados que se han empleado útilmente en el
servicio de la República, que han tenido asiento en esta

278 Colección Bicentenario


misma Sala Consistorial, y que por su experiencia y
conocimiento pueden suministrar luces y consejos al
ilustre Cuerpo que quiere escuchar su voz en negocio
el más arduo, el más interesante, el más delicado que
ha ocurrido en trescientos años que han pasado desde
que se tremolaron en estos Dominios las banderas de
Fernando. Si, señores. Fernando fue el eje inmortal
para quien la sabia Providencia tuvo destinado este
Nuevo Mundo, manantial inagotable de las riquezas,
preciosidades y delicias. Pues nosotros lo hemos de
conservar para otro Fernando, nuestro joven y cautivo
monarca, víctima de los hombres extraordinarios por
sus maldades; el infame Godoy que lo entrega, y el
traidor Bonaparte que lo aprisiona.

Ninguno de los actuales individuos que componen esta


respetable asamblea ignora el objeto a que se dirigen
estos misteriosos discursos. Ninguno ignora la triste
situación de nuestra Península; me explicaré más
claro, que ella está hoy esclavizada y sujeta al yugo
tiránico de Napoleón, tal vez no tanto por su poder
colosal, cuanto por la perfidia, por la infame traición
de casi todos nuestros hermanos los españoles de
rango y carácter. Corren lágrimas al vasallo fiel que
ve en los impresos y papeles ministeriales el cuadro
más negro de traiciones e infidelidades.

Dije que la España sería hoy entregada a la


dominación francesa, y no hay que dudarlo señores:
no nos dejemos arrastrar de un mal entendido amor
nacional. Es verdad que por el último correo sabemos,
según nos dice la Junta Superior establecida en Cádiz,
“que después de haber los franceses despeñádose
con su acostumbrada impetuosidad, a ver si podrían
sorprender ese emporio, que tanto codician”, aún
estaba libre de su opresión, y se habían frustrado “las
próximas esperanzas de ser dueño de esa rica presa”.
Pero señores, no nos fascinemos, no nos dejemos

Colección Bicentenario 279


alucinar de esperanzas lisonjeras, abramos los ojos,
despertemos del letargo, conservemos a Fernando
unas ricas y hermosas posesiones, antes que el
Tirano por sí, o sus comisarios, llegue a gustar sus
dulzuras. Cádiz, a pesar de ser un puerto tal vez el
más inexpugnable de la Europa, no puede resistirse
mucho tiempo a las armas victoriosas de Napoleón.
Quiera el Cielo que se frustren estas reflexiones
políticas; quiera que esa gran Ciudad abata la pujanza
del enemigo y se lleve el timbre de restauradora de la
Patria.

Pero, señores, a pesar de que otros son nuestros


deseos, y de todo vasallo fiel, no puede suceder por el
orden regular de la Providencia. Ciento cincuenta mil
soldados aguerridos ocupan la Andalucía; tres según
unos y treinta mil pérfidos españoles, según otros,
le hacen la guardia al intruso José; él tiene ocupadas
las ciudades principales, entrando Sevilla, adonde se
había refugiado el Cuerpo Soberano, como al asilo de
su existencia; él se ha dilatado por la Costa y ocupado
según las últimas noticias venidas por Caracas, no
solo el Puerto de Santa Marta, sino la Isla de León; él
finalmente tiene sitiada aquella inexpugnable plaza,
y tuvo el insolente atrevimiento de intimarle por
medio de tres diputados españoles, Salcedo, Obregón
y Hermosilla, que reconociese al Rey usurpador.

¿Y no se rendirá Cádiz? Pluguiese el cielo que no,


pero quien sabe si en el primer correo marítimo
llega el colmo de nuestras desgracias y se anuncia
ya entregada. ¡Ya no hay fuerzas para resistir un
poder colosal como el de Bonaparte! Ya la nación está
agonizante, sin arbitrios, sin tropas, sin caudillos que
la gobiernen. No soy yo quien lo digo: lo dice el mismo
Consejo de Regencia y la Junta de Cádiz, aún cuando
en giros oscuros y misteriosos para no desalentarnos
en esta gran lucha. Una serie no interrumpida de
infortunios, dice el primero, había desconcertado todas

280 Colección Bicentenario


nuestras operaciones desde la Batalla de Talavera.
Desvanecíeronse en humo las grandes esperanzas que
debieron prometerse en esta célebre jornada. Muy
poco después de ella el florido ejército de la Mancha
fue batido en Almonacid. Defendíase Gerona, pero
cada día se imposibilitaba más un socorro que con
tanta necesidad y justicia se debía a aquel heroico
tesón, que dará a sus defensores un lugar sin segundo
en los fastos sangrientos de la Guerra.

A pesar de prodigios de valor, el ejército de Castilla


había sido batido en la batalla de Alba de Tormes
y Tamanes, y con este revés se había completado
el desastre anterior de la acción de Ocaña, la más
funesta y mortífera de cuantas hemos perdido. En otra
parte dice: “Los franceses agolparon todo el grueso
de sus fuerzas a las gargantas de Sierra Morena.
Defendíanlas los restos de nuestro ejército, batido en
Ocaña, no rehecho todavía de aquel infausto revés.
El enemigo rompió por el punto más débil, y la
ocupación de los otros se siguió al instante, a pesar
de la resistencia que hicieron algunas de nuestras
divisiones, dignas de mejor fortuna. Rota pues la valla
que había al parecer contenido los franceses todo el
año anterior para ocupar la Andalucía, se dilataron
por ella y se dirigieron a Sevilla”. La segunda habla en
estos términos: “Ved cuanto nos cuesta a los españoles
esta sagrada prerrogativa; dolores, afanes y sacrificios
inmensos nos presentó esta lucha cuando con tan
desiguales fuerzas nos lanzamos a la arena, todavía
no hemos recogido más que afán, sacrificios y dolores;
el torrente de la devastación, todo lo lleva consigo,
menos nuestra constancia virtuosa; no hay término,
no hay campo en todo el Reino que no esté regado
con nuestra sangre. Las provincias se ven exhaustas,
los pueblos arruinados, las casas desiertas, huyen de
ellas las familias, que no escuchando más que su odio
a los enemigos, se abandonan a la aventura por los
páramos y selvas; a precio del sosiego y de los haberes

Colección Bicentenario 281


se compra la lejanía y todos se encuentran ricos, con
tal de no ser franceses. La Europa que atónita nos
mira se espanta de tanto sufrir”.

¡Qué tal pintura! Podrá hacerse una más triste, una más
viva, para arrancar nuestras lágrimas y despedazar
el corazón. ¡Y Cádiz no será presa de los franceses!
No hay que dudarlo, por más que nos alucine el amor
propio. En estas circunstancias, las más tristes y
deplorables para una nación magnánima, generosa,
fiel y valiente que tiene llena de asombro a toda la
Europa, pero sembrada de hijos políticos de Godoy,
que han sido otros tantos enemigos domésticos del
Rey de la Patria: ¿Qué gobierno tendrá suficiente
nervio, actividad y disposición para regenerar de un
momento a otro la nación, expeler a los franceses
victoriosos, salvar la Patria y sacar del cautiverio a
Fernando? ¿El nuevo Consejo de Regencia instalado
sin las formalidades que prescribe la ley del Reino, y
en medio del confuso tumulto de las pasiones? Vamos
a examinarlo.

La Junta Suprema Central fue por unánime


consentimiento de la nación depositaria de la
autoridad soberana. ¡Qué elogios no se prodigaban en
los papeles públicos de este muro inexpugnable de la
Patria! Casi tocaba en una supersticiosa veneración la
que le tributábamos en estas regiones distantes. Al oír
pronunciar ese nombre augusto, todos decían: se salvó
la Patria, nuestra felicidad, nuestra libertad, los derechos
del inmortal Fernando Séptimo, todo está en manos de ese
Tribunal regenerador, origen de nuestras futuras esperanzas.
Pero ah, ellas se convirtieron en humo y aparecen
ahora señaladas con los más negros caracteres. No lo
podemos negar: los hombres más respetables por sus
talentos y virtudes patrióticas, aquellos que merecían
la confianza de todos los Pueblos, eran los que
ocupaban asiento en esta augusta Asamblea. ¿Y cual
ha sido su fin? El más triste, el más trágico. Oigamos

282 Colección Bicentenario


en boca de la Regencia el tumulto de las Andalucías, el
grito contra la depositaria de la autoridad soberana,
los insultos y ultrajes que sufrieron esos respetables
ministros: “Brotó el descontento en quejas y clamores;
la perversidad, aprovechándose de la triste disposición
en que se hallaban los ánimos agitados por el terror,
comenzó a pervertir la opinión pública, a extraviar
el celo, a halagar la malignidad, y a dar rienda a la
licencia. Había puesto en ejecución la Junta la medida
que ya anteriormente tenía acordada de trasladarse a
la Isla de León, donde estaban convocadas las Cortes,
pero en el viaje la dignidad de sus individuos, y el respeto
debido a su carácter, se vieron más de una vez expuestos
al desaire y al desacato. Aunque pudieron por fin reunirse
en la Isla y continuar sus sesiones, la autoridad ya inerte
en sus manos no podía sosegar la agitación de los Pueblos,
ni animar su desaliento, ni hacer frente a la gravedad y
urgencia del peligro”.

La Junta de Cádiz dice así: “Había la Junta Suprema


salido de Sevilla para trasladarse a la Isla de León,
según lo tenía anunciado anteriormente; los franceses
se acercaban, y en ese momento de crisis el pueblo de
aquella ciudad agitado por el terror y por el espíritu
de facción, se tumultuó desgraciadamente, clamó contra
la autoridad establecida y llenó con su grito los pueblos y
ciudades de Andalucía”; y en otro lugar: “Los individuos
de la Junta Suprema, a pesar de las contradicciones
y aún desaires que sufrieron en su viaje de parte de
los pueblos agitados, pudieron reunirse en la Isla de
León”.

Que tal extremo de confusión, señores, sería el de


Andalucía, cuando la misma autoridad soberana fue
desairada, ultrajada, vilipendiada. Y ojalá hubiese
parado en estos solos ultrajes, y no en asesinatos, que
se anuncian por cartas particulares, y que por una
sabia política nos oculta el Consejo de Regencia.

Colección Bicentenario 283


He aquí, señores, el origen de este Tribunal. Él fue
erigido en el confuso tropel de un tumulto desgraciado.
Él, en medio de los gritos y amenazas de un pueblo
enfurecido, por las ventajas del enemigo; él, a la vista
del desorden y de las pasiones más acaloradas; él sin
el voto de los Pueblos de España y sin la voluntad de
los americanos. No se necesitan ojos muy políticos, y
perspicaces, para conocer que la Junta Central resignó
la soberanía en el Consejo de Regencia, no de su libre
y espontánea voluntad, sino cercada de peligros y de
riesgos, de temores. Había desaparecido la confianza
pública, los Pueblos sospechaban de su conducta, sus
providencias carecían de nervio, no se obedecían y
tenían el éxito más desgraciado. Excepto la primera
batalla dada en Baylen por el inmortal Castaños,
todas las demás se han perdido, quedando empapados
los campos de la Península con la sangre de nuestros
hermanos y de sus enemigos.

Resignó pues por la violencia, la Junta, la soberanía


en el Tribunal de Regencia. ¿Y con qué autoridad?
¿El Pueblo, las provincias españolas y americanas, le
concedieron este derecho inabdicable? No, por cierto.
Sin embargo, el Consejo de Regencia se instaló, y le
prestaron homenaje de obediencia a las autoridades
constituidas de Cádiz, considerando ser la única tabla
que podía salvarnos en una borrasca tan deshecha.
¿Y qué hacemos nosotros, a pesar de lo dispuesto en
la ley tercera, título quince, Partida segunda? “Mas
si el Rey finado (dice esta disposición venerable por
su antigüedad) de este non obiese fecho mandamiento
ninguno (habla del caso de que muriendo el Rey
deja por heredero de la Corona a un hijo menor sin
nombrarle tutor), entonces débense ayuntar allí do el Rey
fuere todos los mayorales del Reino, así como los prelados
e los ricos homes e los otros homes buenos e honrados de
las villas. E des que fueren ayuntados deben jurar todos
sobre santos evangelios que catan primeramente servicio de
Dios, e honra e guarda del señor que han e pro comunal

284 Colección Bicentenario


de la tierra del Reino. E según esto escojan tales homes, en
cuyo poder lo metan que le guarden bien y lealmente e que
hayan en si dichos cosas”, que no refiero por no dilatar
demasiado mi discurso.

Este es, señores, el orden establecido por la Ley


antigua de la Monarquía para instalar un Consejo de
Regencia, cuando el heredero de la Corona es incapaz
del gobierno por su edad o demencia. El presente
caso de la infame traición con que Bonaparte cautivó
a nuestro Soberano no se previó en nuestros códigos.
Sin embargo el establecimiento debió ser conforme
a la ley, esto es juntándose los mayorales del Reino,
los prelados, los ricos hombres, y los otros hombres
buenos y honrados de las villas que eligiesen los
demás vocales de la Regencia.

Esto no es más que apuntar las nulidades, pero no se


crea señores que yo pretendo que esta Ciudad noble,
fiel y generosa niegue la obediencia de este cuerpo
respetable. No; lejos de mí semejante idea subversiva de
la tranquilidad pública. La elección recayó por fortuna
en los hombres más grandes e ilustres de la nación
por su virtud, por sus talentos, por sus letras y por
sus importantes servicios. Por el contrario, a pesar de
que cuando gobernaba la Junta Suprema nos anunció
por la proclama fecha en Sevilla, a veinte y ocho de
octubre del año pasado de mil ochocientos nueve, que
el Tribunal de Regencia presentaba inconvenientes,
peligros, divisiones, partidos, pretensiones ambiciosas
de dentro y fuera del Reino, y descontento de las
Américas; a pesar que dijo que la historia de nuestras
Regencias es un cuadro tan lastimoso, como horrible,
de la devastación, de la guerra civil, de la depredación
y de la degradación humana en la desventurada
Castilla; a pesar, digo, de estos ecos que resonaron
entre nosotros, salidos del mismo cuerpo depositario
de la autoridad soberana, nos hacemos todos cargo de
las urgentísimas circunstancias en se vio la nación,

Colección Bicentenario 285


y que o había de fluctuar sin timón en medio de la
borrasca más desecha, o se había de asir en la única
tabla en que creían los buenos vasallos que podría
salvarse la Patria.

Pero, señores, esos son deseos de buenos patriotas, son


esperanzas que alimentan el amor nacional, son efectos
del implacable odio que profesamos al Tirano. ¡Y por
esto nos mantendremos tranquilos, y haciéndonos
responsables al Dios, al Rey y la Patria por nuestra
criminal indiferencia! Esta apatía es una verdadera
traición, como lo califica una ley fundamental del
Reino que es la nueve, título trece, Partida segunda;
es destructora de los santos derechos que anuncié al
principio. Obedezcamos pues el Tribunal de Regencia,
por nuestra libre y espontánea voluntad, por no
dividir la unidad de la nación, por dar este testimonio
de nuestra generosidad, de nuestra unión y amor a
los españoles europeos, y más que por otros motivos,
por haberse invocado el respetable y para nosotros
tan dulce nombre de Fernando Séptimo; pero sea
bajo las siguientes precisas condiciones que delante
de Dios pretexto me inspiran la Religión Santa de
Jesucristo, mi fidelidad a Fernando Séptimo, mi amor
a la Patria.

Primera: que nuestra obediencia, nuestro homenaje al


Consejo de Regencia, se entienda mientras él subsista
en un punto de la Península libre de la dominación
francesa, y haciéndole guerra eterna. Segunda: Que
disuelto allá por la fuerza irresistible de las armas
enemigas, o por reveses de la fortuna, se disuelvan
también nuestros vínculos y obligaciones. Tercera:
que en este desgraciado caso, seamos nosotros libres
y árbitros para elegir la forma de gobierno más
conveniente a nuestros usos, costumbres y carácter,
viniendo de España los vasallos fieles a hacer un mismo
cuerpo con nosotros, como que todos tenemos iguales
obligaciones de religión, vasallaje y patriotismo,

286 Colección Bicentenario


jurando conservar estos dominios y defenderlos a
sangre y fuego para Fernando Séptimo, y su familia,
según el orden de sucesión establecido por las leyes.
Cuarta: que luego inmediatamente, y sin pérdida de
momentos, se pida al excelentísimo señor virrey del
Reino la celebración e instalación de una Junta Superior
de Seguridad Pública en aquella capital, cuyo principal
instituto sea la salud y conservación de la Patria, y a
estos preciosos dominios para Fernando Séptimo y
su familia, tomando todas aquellas medidas que sean
convenientes a un fin tan interesante, a semejanza de
la establecida en Cádiz y demás provincias de España,
que tienen unos mismos derechos y privilegios con
estos dominios, declarados por el antiguo y presente
gobierno parte formal e integrante de la Monarquía.
De otra suerte, señores, estamos expuestos a los
terribles efectos de una anarquía. Yo estoy persuadido
que si no pensara así me haría reo de traición, no
respetaría la religión santa que profesamos y sería
responsable para con Dios y la Patria de las desgracias
que nos amenazan.

Señores, mi voz no es la de un hombre atrevido que


quiere imponer leyes; es la expresión de un vasallo
fiel que está resuelto a rendir la vida por defender y
conservar los tres santos y preciosos objetos con que
di principio a este discurso. Yo hablo a la presencia
de un congreso respetable, de sabios y virtuosos
ministros del Altar, de hombres que en sus canas
manifiestan su prudencia, de aquellos que han sido
padres de la Patria y han gobernado felizmente a esta
Ciudad. No ha de ser estéril el fruto de una Junta tan
respetable. Yo, en nombre de Dios, por la Religión
Santa que profesamos, en el de Fernando Séptimo,
por la fidelidad que le debemos, y en el de la Patria,
cuya tranquilidad hemos de defender a sangre y fuego,
exhorto a todos los señores que se han reunido en este

Colección Bicentenario 287


lugar a que con sus talentos, sus luces, su doctrina, su
prudencia, dirijan los pasos de este ilustre Cuerpo, que
digna y legalmente representa la Ciudad, y que quiere
asegurar sus deliberaciones y acuerdos oyendo no solo
al personero público, que con el mayor entusiasmo y
ardor patriótico ha explicado sus sentimientos, sino a
todos los señores que se hallan presentes y cuya voz
es tan respetable en el Pueblo.

Doctor Joaquín de Caycedo y Cuero.

Acta de la junta extraordinaria.


En la muy noble, y muy leal Ciudad de Santiago de
Cali de la Gobernación de Popayán, en el Nuevo
Reino de Granada, los señores del ilustre Cabildo,
congregados en el día de hoy, tres de julio del año
de mil ochocientos diez, en junta extraordinaria
celebrada con asistencia del señor vicario eclesiástico,
de los reverendos prelados y expresados regulares, de
los empleados en rentas, y de las demás personas que
han obtenido los primeros empleos de la República,
y servido con honor y aceptación, dijeron: que las
noticias de la Península, recibidas en el último correo
que llegó a esta Ciudad por las veredas de Popayán y
Cartago, manifiestan de un modo ya casi indubitable
si no la absoluta pérdida de España, el próximo riesgo
de ser esclavizada por el Tirano Napoleón, y reducida
a su obediencia por la fuerza irresistible de las armas,
y por los insidiosos ardides con que ha logrado seducir
a muchos de nuestros hermanos los españoles, que
han seguido las banderas del intruso y usurpador
Josef. Que este concepto es tanto más calificado y
el riesgo tanto más inminente, cuando habiendo
repentinamente las tropas francesas invadido los
Reinos de Andalucía, que en dos años de la guerra
más desoladora habían estado libres del poder del
Usurpador, sin quedar fuera de su dominación más
punto importante que Cádiz, que sitiado como estaba

288 Colección Bicentenario


desde el mes de febrero, es de temerse que bien sea por
la victoriosa fuerza de sus armas, bien por un asedio
que prive a esos ilustres habitantes de lo necesario
para la vida humana, bien por una de tantas infames
traiciones que se han experimentado, sea hoy presa del
Tirano conquistador. Que en consecuencia de esta tan
repentina como inesperada invasión, disolvió la Junta
Suprema Depositaria de la Soberanía, resignando
el gobierno en un Consejo de Regencia, más que
de su libre y espontánea voluntad, por la imperiosa
necesidad que induce al tumulto de los pueblos, la
confusión, el desorden, los gritos e insultos contra ese
Cuerpo Soberano. Que la instalación del Consejo de
Regencia, en medio de esas circunstancias tan tristes,
fue obra más bien de esas desgracias en que fluctuaba
la nación, sin cabeza que la gobernase, que de las leyes
fundamentales del Reino, que tuvo presentes el mismo
Consejo de Regencia, y que se han examinado con
el más maduro acuerdo y detenida deliberación en
este día por los señores que compusieron el presente
congreso, no menos que las convincentes reflexiones
y fundamentos legales que, encendidos del amor de
nuestra sagrada religión de nuestro amado Fernando
Séptimo y de la Patria, expusieron por escrito los
señores síndico personero de la Ciudad y teniente de
gobernador que preside este acto, cuyas expresiones
se agregarán al presente acuerdo para que con
fundamentos lo sean de la deliberación que se ha
tomado de conformidad y unánime consentimiento de
todos los señores vocales, quienes inflamados del celo
más ardiente por la Religión, el Rey y la Patria, han
creído deber adoptar en todas sus partes el concepto
expresado por dicho señor teniente en la arenga que
pronunció y que dio principio a esta solemne acta.
Que todos a una voz, teniendo presentes las leyes
fundamentales del Reino, han creído que sin sacrificar
su conciencia, su honor y las delicadas obligaciones
de sus respectivos ministerios, y sin incurrir en la
fea y abominable nota de traidores, no han podido ni

Colección Bicentenario 289


debido prescindir de hacer presente a la superioridad
del excelentísimo señor Virrey del Reino, y demás
a quienes corresponda, sus reflexiones, sus votos y
deseos dirigidos únicamente en concertar en toda su
pureza la Religión Santa de Jesucristo Nuestro Señor,
la fidelidad debida al desgraciado Fernando Séptimo,
objeto del amor y respecto de este Pueblo generoso,
y la seguridad de la Patria y de estos preciosos
dominios, que desean todos mantener para el mismo
Fernando, libres del tiránico yugo del Usurpador.
Que en consecuencia, considerando la solidez de
las reflexiones hechas en los dos papeles que se
acompañan y más que todo las sabias e interesantes
disposiciones de las Leyes nueve del Título trece,
tres del Título quince y seis del Título diez y nueve,
Partida segunda, que imponen a los vasallos fieles la
estrechísima obligación de defender al Rey de todo
mal que le pueda venir del, o sus señoríos, bajo la
pena de traidores, hablando principalmente la nueve,
no con los magistrados y autoridad pública, sino con
los Pueblos que, según sus expresiones, “deben parar
mientes en los fechos e en las cosas del Rey, catando las
pasadas, e las de luego; ca por aquellas puede entender como
han de faser en las que han de venir, e lo que entendiere
que fuere supro allegarlo egisarlo, como se cumpla e lo
que supieren que fuere, o es su mal, o su daño desbiarlo
equisarlo, como no se faga. Ca aquellos que entendieron el
mal o el daño de su señor, e non lo desviasen, farían traición
conocida, porque deven aber tal pena en los cuerpos, en los
haberes, según fuese aquel mal que pudieran estorbar e non
quisieron”.

Que en consecuencia, reflexionando los señores del


presente congreso los males e irreparables daños que
pueden venir a estos dominios si en tiempo no se toman
las debidas providencias para precaverlos, siendo todo
en perjuicio, no sólo de la tranquilidad pública, sino
de la Religión y de la seguridad de estos dominios,
que debemos conservar para nuestro desgraciado

290 Colección Bicentenario


Rey cautivo, acordaron de vista de lo expuesto, y de la
real cédula del Consejo de Regencia, expedida para su
reconocimiento, y que se le preste la debida obediencia
como al Tribunal en quien se ha depositado la Soberanía,
que sin embargo de las reflexiones antecedentes,
y resistencias legales deducidas del Código de las
Partidas, se le preste por esta ciudad el juramento de
obediencia y homenaje como a nuestro Rey y Señor
natural, bajo las siguientes limitaciones: Primera, que
nuestra obediencia y homenaje se entienda mientras
el Consejo de Regencia se mantenga en un punto de
la Península libre de la dominación del Usurpador,
haciendo guerra eterna y sin permitir que en manera
alguna se parta, divida, o enajene el señorío de
nuestro cautivo Monarca. Segunda: Que disuelto por
la fuerza de las armas enemigas o por contratiempos
y reveses de la fortuna, se disuelvan también nuestros
vínculos y obligaciones, respecto a que abandonando
la Península en manos del tirano, se faltaría a una
de las primeras obligaciones que impone la Ley
fundamental del Reino que estableció los Consejos
de Regencia, pues los señores que lo componen con
todos los demás fieles españoles deben venir a estos
Dominios, y unidos perfectamente como sus naturales,
de común acuerdo, organizar un Gobierno, libre de
los defectos que expresa el Consejo de Regencia, para
que bajo su dirección, conspiremos todos a libertar a
nuestro Rey, del daño de nuestros enemigos, y hagamos todo
nuestro poder para que no sea despojado de estos Reinos,
dejando que se apoderen de ellos. Según que a todos
nos los encargan las mismas leyes fundamentales,
atemperándolo a nuestros usos, costumbres y carácter.
Tercera: que viniendo de España los vasallos fieles,
hagan un mismo cuerpo con nosotros, como que todos
tenemos iguales obligaciones de Religión, Vasallaje
y Patriotismo, jurando conservar estos dominios, y
defenderlos a sangre y fuego para Fernando Séptimo
y su familia, según el orden de sujeción señalado en
las Leyes. Cuarta: que luego inmediatamente y sin

Colección Bicentenario 291


pérdida de momentos, se pida al excelentísimo señor
virrey del Reino la convocación e instalación de una
Junta Superior de Seguridad Pública en aquella capital,
cuyo principal instituto sea la salud y conservación de
la Patria y de estos preciosos dominios para Fernando
Séptimo y su familia, cuya extensión de facultades
deberán prescribirse en aquella capital, con acuerdo
de diputados de todos los cabildos del Reino. Que
de todo se de cuenta al Consejo de Regencia, y al
excelentísimo señor virrey como el primer jefe, a cuyo
cargo está el Gobierno de estas provincias, para que si
Su Superioridad se digne aprobar el presente acuerdo,
se publique en la forma acostumbrada, a resolver lo
que estime más conveniente a beneficio de la Patria y
de este Reino, cuya protección le está especialmente
encargada por el Soberano. Y en consecuencia de
todo, puestos de rodillas los señores que asistieron
al presente Congreso, delante la imagen de Nuestro
Señor Jesucristo crucificado, juraron por él, la Santa
Cruz, y sobre los Sagrados Evangelios, de prestar
obediencia y homenaje de fidelidad al Consejo de
Regencia, en representación del Señor don Fernando
Séptimo, en los términos y bajo las circunstancias
acordadas en la presente Acta, que firman Sus Señorías
por ante mi el presente escribano al que doy fe.

Doctor Joaquín de Caycedo y Cuero. Cayetano de


Molina Rendón. Antonio Nieva. José Fernández
de Córdova. Ignacio Mateus Polanco. José María
Mallarino. Joaquín Micolta. Domingo Pérez de
Montoya. Doctor Antonio Camacho. Doctor Juan
Ignacio Montalvo. Fray Hipólito Garzón Prior. Fray
Pedro de Herrera Guardián. Fray Manuel Palacio
Prior. Fray Jacinto Ortiz Comendador. Fray Ignacio
Monroy. Doctor José Cristóbal Vernaza. Fray Joaquín
del Sacramento, ex Guardián. Fray José Joaquín de
Escobar ex Guardián. Fray José Blanco. Fray Eusebio
Hernández. Juan Antonio de Dorronsoro. Martín
Guerra. José Joaquín Vélez. Francisco Antonio

292 Colección Bicentenario


Fernández de Córdova. José de Ceballos. José Joaquín
de Vallecilla. Francisco Vallecilla. José Ramón Cobo.
José Borrero. Manuel de Herrera. Doctor Don Luis
de Vergara. Doctor José María de Cuero y Caicedo.
Doctor Francisco Antonio de Caicedo. Doctor José
Antonio Borrero. Doctor Vicente Antonio Borrero.
Nicolás del Campo. Joaquín Roberto Barona. Francisco
Paulino de Espinosa. Antonio Alonso de Velasco.

Ante mi José Nicolás de Silva, escribano de Su


Majestad público de Cabildo
Concuerda este traslado con la representación del
señor procurador general., arenga pronunciada por el
señor teniente de gobernador y acta celebrada el día
tres del presente a que me remito. Y en fe de ello, y
en virtud de lo mandado, doy la presente que signo y
firmo en Cali a doce de julio de mil ochocientos diez
años.

José Nicolás de Silva, escribano de Su Majestad


Público y de Cabildo.

Oficio dirigido al comisionado de la Regencia

Sr. Comisionado Regio (Antonio de Villavicencio).


A pesar de que este ilustre Cabildo no está instruido
con órdenes de oficio de las facultades con que
haya venido V. S. a este Reino, sabe por los papeles
públicos de Cartagena que V. S. reviste el más alto y
distinguido carácter, y que como tal se asoció a ese
muy ilustre Cabildo para tratar de la formación de la
Junta de Seguridad Pública, y de las facultades para
lo sucesivo de aquel señor gobernador, consultando
en todo la debida seguridad de esa plaza importante,
llave de todo el Reino.

Nosotros hemos ahogado hasta ahora nuestros sen-


timientos de religión, fidelidad y patriotismo porque

Colección Bicentenario 293


la distancia del Trono, y la falta de un Tribunal de
Seguridad pública, intimidaban al vasallo fiel, que re-
celaba ser víctima inocente, sin que resultase utilidad
a la Patria. Uno de ellos ha sido el establecimiento de
juntas, a semejanza de las que se erigieron en las pro-
vincias de España, y últimamente en la ciudad de Cá-
diz, cuando lo exigió la más imperiosa necesidad, por
haber ocupado los enemigos el Reino de Andalucía.

Y como consecuencia de esta crisis memorable se


variase nuestro gobierno transmitiéndolo la Junta
Central en el nuevo Consejo de Regencia, y se hayan
circulando las órdenes para su reconocimiento, este
ilustre Cabildo, a pesar de existir en un punto distante
y arrinconado, ha creído que, sin faltar a las esenciales
y delicadas obligaciones de su instituto, no podía ni
debía prescindir de las modificaciones que manifiesta
el Acta que, en testimonio, acompaña a V. S. para que si
merece el concepto y aceptación de V. S. puedan influir
en la variación del sistema político y de gobierno de
este Reino.

La instalación de una Junta Superior en esa Capital,


y de subalternas en las provincias, ha sido un
pensamiento conforme a las ideas de los españoles en
la Península y que aquí se ha mirado como arriesgado,
haciendo no poca injuria a la fidelidad acendrada de
los americanos y a su representación nacional.

Este Cabildo protesta con toda la buena fe que le


inspiran sus obligaciones, que no se ha propuesto
en sus acuerdos otro objeto que el de conservar la
pureza de nuestra Sagrada Religión, la fidelidad
debida a nuestro desgraciado Fernando 7º (que tiene
hechizados los corazones de sus vasallos americanos),
y la seguridad y tranquilidad de la Patria que a
poca vigilancia podemos libertar de las garras del
Monstruo que quiere hacerse señor de toda la tierra.
Se anticipa este ilustre cuerpo a manifestar a V. S. sus

294 Colección Bicentenario


sentimientos, no sólo por consideración al brillante
carácter de Comisionado Regio, de que se congratula,
sino también por no omitir paso que pueda conducir
a beneficio de la Patria y conservación de estos
Dominios para nuestro Rey cautivo.

Dios guarde a V. S. muchos años.


Sala Capitular de Cali, julio 13 de 1810.
[Contestado en 22 de agosto de 1810. Se halla en el
Libro de Borradores.]

Recibo del acta en Santa Fe

Señores del muy ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento


de la ciudad de Cali.

La Junta Suprema de Gobierno de este Reino que ha


recibido el Acta de Usía de 3 de julio, cuando ya se había
instalado este centro de la común unión, que era uno
de los más vivos deseos de ese ilustre Ayuntamiento,
ha tenido la complacencia de ver en ella tan perfecta
unidad de sentimientos con los de la capital.

Cali tendrá el honor de decir en la posteridad, que se


anticipó a manifestarlos, y correr los riesgos a que la
exponía su declaración, y la capital, que ha contado
en número de sus atletas más vigorosos en la terrible
lucha que ha tenido que sostener, a un hijo de esa
ilustre ciudad, registrará en las primeras líneas de sus
fastos el suelo que lo supo producir, y que manifiesta
que existen todavía en él otros no menos robustos
defensores de la Patria, con quienes ella siempre
agradecida contará.

Los esfuerzos de ese ilustre Ayuntamiento deben


dirigirse pues, ahora, a la obra de nuestra unión, y
para ello la Suprema Junta espera que Usía, enterado
de la convocatoria que se le acaba de dirigir, por medio

Colección Bicentenario 295


del Cabildo de la capital de su provincia, concurra
a que venga cuanto antes el diputado que la debe
representar.

Dios guarde a Usía muchos años.


Santafé, seis de agosto de mil ochocientos diez.

Dr. José Miguel Pey, vicepresidente.


Es copia que certifico. Cali, agosto veintisiete de mil
ochocientos diez.
José Nicolás Silva, escribano de Su Majestad y de
Cabildo.

Oficio dirigido al Consejo de Regencia

Señor:
El adjunto testimonio del acta celebrada por este
cabildo en consecuencia de la real cédula expedida
para el reconocimiento y obediencia de ese Consejo
de Regencia, como el cuerpo que inmediatamente
representa la augusta persona de nuestro muy amado
y cautivo soberano señor don Fernando 7º, acredita
que en los más remotos lugares de la América no se
respiran otros sentimientos que de respeto a nuestra
Santa Religión, fidelidad al Monarca desgraciado,
y amor a la Patria. Las presentes circunstancias no
pueden ser más delicadas. Jamás de ha visto la nación
en crisis más memorable, ni sembrada de mayores
peligros. El usurpador de las coronas, el monstruo de
la Europa, el hombre más sanguinario que ha conocido
la tierra, cuando no puede con la fuerza de sus armas
victoriosas ocurre a la seducción, al engaño, a la
perfidia para conquistar espíritus débiles y extender
su imperio, no sólo en la Europa, sino fuera de ella. El
americano no suspira sino sentimientos de fidelidad.
Apenas puede manifestarse un monumento más
ilustre de esta verdad que el acta que pone este cabildo
en manos de V. M. En estas circunstancias, ninguna

296 Colección Bicentenario


precaución dirigida a conservar estos preciosos
dominios libres del tiránico yugo del Usurpador debe
estimarse por irregular e inoportuna. Este cabildo
protesta a V. M. con toda la sinceridad que tiene
acreditada en todo tiempo, y edades, el más profundo
respeto, la más ciega obediencia a V. M. como a quien
representa al ídolo de nuestros corazones. Pero por lo
mismo son necesarias medidas de previsión, no dormir
un momento y estar siempre vigilantes, no sea que
no pudiendo el Tirano subyugarnos por la posesión
geográfica de estos deliciosos y afortunados países, lo
consiga por los medios infames que jamás desperdicia
su política infernal. Este cabildo no desespera de la
libertad de la Península porque conoce los esfuerzos
de los nobles, valientes y generosos españoles. Pero
la terrible perspectiva le ha hecho despertar del
letargo en que ha yacido este Reino en medio de las
más violentas convulsiones. A este fin se dirigen sus
deliberaciones, al mismo sus acuerdos.

Tenga V. M. la bondad de estimarnos como un


brote de nuestra fidelidad, como un testimonio de
nuestro amor a Fernando, como una precaución
necesaria para conservarle las posesiones del Nuevo
Mundo, si se pierden las del Antiguo. Si llega este
caso desgraciado, organícese el Gobierno en estos
países, donde no tiene influjo el plan mortífero del
Usurpador. Vengan los respetables individuos de ese
Consejo Soberano, vengan los ilustres españoles que
hayan acreditado su fidelidad en esta época sembrada
de sangre y de todo género de calamidades. Vengan,
que los recibiremos con los brazos abiertos, y nos
reuniremos todos, proponiéndonos por único objeto
la pureza de nuestra Religión Santa y la felicidad de la
Patria, que hemos de conservar a sangre y fuego para
el inmortal Fernando 7º.

Dios guarde la Católica Real Persona de V. M. muchos


años.

Colección Bicentenario 297


Sala Capitular de la Ciudad de Santiago de Cali, del
Gobierno de Popayán, en el Nuevo Reino de Granada.
Julio 28 de 1810.

Dr. Joaquín de Caycedo y Cuero. Cayetano de


Molina Rendón. Antonio Nieva y Retamosa. Joseph
Fernández de Córdova. Ignacio Mateus Polanco.
Joseph M. Mallarino. Joaquín Micolta. Domingo
Pérez de Montoya. Dr. Antonio Camacho.

El acta original, la representación del síndico personero


y la arenga del doctor Caycedo se encuentran en el
Archivo General de la Nación (Bogotá), Sección de la
Colonia, Archivo Anexo, fondo Gobierno, tomo 18,
folios 886-899. El acuse de recibo del acta en Santafé
fue encontrado en el Archivo municipal de Cartago
(Legajo 57, año 1810) y publicado por Alfonso
Zawadzky Colmenares en Las ciudades confederadas
del Valle en 1811. Cali: Imprenta Bolivariana, 1944; pp.
24-25. 2 ed. en Cali: Centro de Estudios Históricos
y Sociales Santiago de Cali, 1996; p. 20. El oficio
dirigido por el Cabildo de Cali al Consejo de Regencia
fue encontrado en el legado documental que recibió
Emiliano Díaz del Castillo, quien lo publicó en su
Testimonio del acta de independencia de Cali (Cali:
Codidelcag, 1990: p. 65 y ss). Todos estos documentos
fueron reunidos por Jorge Tomás Uribe Ángel y
publicados conjuntamente bajo el título de Acta
de Independencia de Santiago de Cali, 3 de julio 1810.
Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura Hispánica,
1992; pp. 11-13 y 21-73. El acta del 3 de julio de
1810 fue publicada en la primera entrega de la revista
Memorias del Centro de Estudios Históricos y Sociales
“Santiago de Cali” (noviembre de 1993), p. 52-54.

298 Colección Bicentenario


Villa del Socorro

Acta de formación de la Junta de la


villa del Socorro
11 de julio de 1810

La provincia del Socorro, siempre fiel a su legítimo


Soberano y constantemente adicta a la justa causa nacio­
nal, ha sufrido por espacio de un año al corregidor don
José Valdés Posada, que con una actividad y celo sin
igual ha querido sostener entro nosotros las máximas
de terror y espanto dignas del infame favorito Godoy.
La justa in­dignación de los habitantes de esta villa y
de los lugares circunvecinos que se auxiliaron, brilló
por fin la noche del día 9. Hacía algunos que se actuaba
sumario por los alcal­des don Lorenzo Plata y don
Juan Francisco Ardila contra el corregidor, en que
resultaba ya semiplenamente pro­bado que meditaba
poner en ejecución una lista de proscri­tos. En la noche
del 7 se aumentó el espanto con el denun­cio que se dio
por un juez de que dos de sus partidarios, don Manuel
Entralgo y don Marcelino Martín, habían dicho en
San Gil que las primeras cabezas destinadas al cuchillo
eran la del alcalde ordinario, don Lorenzo Plata, y
la de don Miguel Tadeo Gómez, administrador de
aguardientes. En el instante se le pasó oficio por los

Colección Bicentenario 299


jueces diciéndole francamente lo que resultaba, y la
desconfianza en que se hallaban de ser degollados a
sangre fría; que les diesen alguna seguridad personal
mientras Su Alteza determinaba sobre el asunto,
según se lo suplicaban en el recurso que pedían ya en
aquel regio Tribunal.

La respuesta del corregidor, lejos de suavizar los


ánimos con una contestación franca y generosa, la dio
tan ambigua, e hizo tales movimientos en los cuarteles
puestos a su disposición por el excelentísimo señor
don Antonio Amar, virrey de Santafé, que con estos
procedimientos acabó de confirmar las sospechas.
En aquella misma hora se acuar­telaron los alcaldes
ordinarios en sus casas, esperando el acontecimiento.
Lo mismo hizo el corregidor, poniendo al día siguiente
la tropa formada y con fusiles en los balco­nes de los
dos cuarteles, que estaban uno enfrente del otro. Los
soldados insultaron entre el día a los vecinos que pa­
saban por la calle, amenazándolos con que les harían
fue­go; pero como se les contestaba con sumisión, no
hubo rompimiento hasta la noche del día 9, en que los
soldados previnieron a un paisano que pasaba por la
calle que volviese atrás, y valiéndose de la estratagema
de dar la voz de fuego, con que creyó el pueblo que
la tropa iba a ata­carle saliendo de los cuarteles, se
avanzó hacia aquella calle para rechazar su agresión,
y aprovechándose en­tonces de esta oportunidad,
comenzaron desde los cuarte­les las descargas, sin que
los jueces pudieran impedir un choque tan desigual por
la situación, por las armas y por la disciplina. Costó
mucho para reprimir el valor del pue­blo, y poniendo
en gran peligro la vida; pero el día 10 por la mañana,
cuando vio manchadas las calles con la sangre inocente
de diez hombres que murie­ron a balazos, entró en tal
furor, que sin embargo de que el corregidor se hallaba
sitiado en el convento de capu­chinos, donde se le
recibió al amanecer, que no tenía agua ni esperanza
de salvarse, trataba la multitud de tomar el con­vento

300 Colección Bicentenario


por asalto y pasar a cuchillo a cuantos encontrase; la
acción habría sido muy sangrienta, y para evitarlo se
intimó por los alcaldes que los sitiados se rindiesen a
dis­creción, lo que ejecutaron.

Los comandantes don Antonio Fominaya y don


Mariano Ruiz Monroy, con el corregidor, fueron
conducidos en medio de las personas más queridas del
pueblo a la Administración de Aguardientes, donde se
les ofreció que gozarían de seguridad personal. Todo
se les ha cumplido con exactitud, y se les trata con
humanidad, en recompensa de la barbarie y crueldad
con que nos han oprimido por tanto tiempo.

La sencilla narración de estos hechos manifiesta


claramente que el corregidor Valdés, como procesado
por la justicia, no pudo ni debió, después que se lo
anunció su delito, usar de la fuerza militar, si hubiese
contado con el poder de las leyes y la autoridad del
tribunal adonde se le dijo que se había ocurrido.
Tampoco debió mandar hacer fuego sobre gentes
desarmadas que no podían ofenderle en el lugar
superior donde se hallaba con su tropa; menos pudo
temer que se atentase contra su vida, habiéndole
ofrecido en los oficios que le pasaron los alcaldes
ordinarios dar la seguridad que quisiese.

Restituido el pueblo del Socorro a los derechos


sagrados e imprescriptibles del hom­bre por la serie
del sucesos referida, ha depositado provisionalmente
el gobierno en el muy ilustre Cabildo, a que han
asociado seis individuos, que lo son: el doctor don
José Ignacio Plata, cura de Simacota; el doctor don
Pedro Ig­nacio Fernández, don Miguel Tadeo Gómez,
administrador de aguardientes; don Ignacio Carrizosa,
don Javier Bonafont y don Acisclo Martín Mo­reno,
para que ayuden al desempeño de la multitud de
asuntos en que debe ocuparse para defender la patria
de las medidas hostiles que tomará el señor virrey

Colección Bicentenario 301


de Santafé contra nosotros, como lo hizo contra los
habitantes de la ilustre ciudad de Quito.
Pero hallándonos unidos por estrechos vínculos
de fraternidad con los ilustres cabildos de las muy
nobles y leales ciudad de Vélez y villa de San Gil, y
siendo comunes nuestros intereses por la respectiva
situación geográfica, determinó el cabildo que se
comunique esta acta a dichos ilustres cabildos, convi­
dándolos a que manden dos diputados para deliberar
so­bre el plan y modo de gobierno que debemos
establecer, y tomando desde ahora las medidas más
activas contra la agresión que se espera de parte de la
fuerza militar que tiene el virrey en Santa Fé, en cuya
lucha el pueblo del Soco­rro saldrá gloriosamente,
mediante la justicia de su causa, el valor y la unión de
sus habitantes, que en veinticuatro horas derribaron
la tiranía de José Valdés, sostenida con tanto ardor
por el jefe del Reino.

Ya respiramos con libertad, habiéndose restituido


la confianza pública; ya sabemos que podemos
conservar nuestra sagrada religión y esta provincia a
su legítimo Soberano, el señor don Fernando VII, sin
peligro de que los favoritos de Godoy y los emisarios
de Bonaparte nos esclavicen, dividiéndonos. Y para
manifestar a la faz del universo la justicia y legitimidad
de nuestros procedimien­tos, se circulará esta acta a
los demás cabildos del Reino.

Con lo cual quedó concluida esta acta, que firmamos


en la villa del Socorro, a 11 de julio de 1810.

José Lorenzo Plata—Juan Francisco Ardila—Marcelo


José Ramírez y González—Ignacio Magno—Joaquín
de Vargas—Isidro José Estévez -José Ignacio Plata—
Doctor Pedro Ignacio Fernández—Miguel Tadeo
Gómez—Ignacio Carrizosa—Acisclo José Martín
Moreno — Francisco Javier Bonafont.

302 Colección Bicentenario


Ante mí, Joaquín Delgadillo, escribano público y de
cabildo.
Es fiel copia de su original, a que en caso necesario me
remito. Y para que conste, lo certifico y firmo en esta
villa del Socorro, a 11 de julio de 1810.
Joaquín Delgadillo
Esta acta fue publicada en el Papel periódico Ilustrado (Bogotá),
año II (1883-1884) y recogida por José María Samper en su
Historia crítica del Derecho Constitucional colombiano desde 1810
hasta 1886. Bogotá: Imprenta de La Luz, 1887. Reedición en
1951 en la Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1951,
tomo I. Reedición en Bogotá por Temis, 1982, p. 20-23. También
por Horacio Rodríguez Plata en su obra La antigua provincia
del Socorro y la independencia. Bogotá: Academia Colombiana
de Historia, 1963 (Biblioteca de Historia Nacional; volumen
XCVIII); p. 35-38. Publicada también en una hoja suelta, sin pie
de imprenta.

Colección Bicentenario 303


Acta constitucional de la Junta
provincial del Socorro
15 de agosto de 1810

El pueblo del Socorro, vejado y oprimido por las


autoridades del antiguo Gobierno, y no hallando
protección en las leyes que vanamente reclamaba,
se vio obligado en los días nueve y diez de julio de
mil ochocientos diez a repeler la fuerza con la fuerza.
Las calles de esta villa fueron manchadas por la
primera vez con la sangre inocente de sus hijos que
con un sacrificio tan heroico destruyeron la tiranía; y
rompiendo el vínculo social fue restituido el pueblo
del Socorro a la plenitud de sus derechos naturales e
imprescriptibles de la libertad, igualdad, seguridad y
propiedad, que depositó provisionalmente en el ilustre
Cabildo de esta villa y de seis ciudadanos beneméritos
que le asoció para que velasen en su defensa contra
la violencia de cualquier agresor, confiando al propio
tiempo la administración de justicia a los dos alcaldes
ordinarios para que protegiesen a cualquier miembro
de la so­ciedad contra otro que intentase oprimirle.

En el propio acto deliberó convocar a los ilustres


cabildos de la ciudad de Vélez y de la villa de San Gil
para que cada uno enviase dos diputados por el pueblo
respectivo que, asocia­dos a otros dos que elegiría esta
villa, compusiesen una Junta de seis vocales y un

304 Colección Bicentenario


presidente que nombrarían ellos mismos a pluralidad
de votos. Verificada la concurrencia de cuatro diputa­
dos que son el D. D. Pedro Ignacio Fernández, el
doctor don José Gabriel de Silva, el doctor Don
Lorenzo Plata, y don Vicen­te Martínez, se halla
legítimamente sancionado este cuerpo, y revestido
de la autoridad pública que debe ordenar lo que con­
venga y corresponda a la sociedad civil de toda la
provincia, y lo que cada uno debe ejecutar en ella. Es
incontestable que a cada pueblo compete por derecho
natural determinar la clase de gobierno que más le
acomode; también lo es que nadie debe oponerse al
ejercicio de este derecho sin violar el más sagrado que
es el de la libertad. En consecuencia de estos principios
la Junta del Socorro, representando al pueblo que la
ha establecido, pone por bases fundamentales de su
constitución los cáno­nes siguientes:

1. La religión cristiana que uniendo a los


hombres por la caridad, los hace dichosos sobre
la tierra, y los consuela con la esperanza de una
eterna felicidad.

2. Nadie será molestado en su persona o en su


propiedad sino por la ley.

3. Todo hombre vivirá del fruto de su industria


y trabajo para cumplir con la ley eterna que se
descubre en los planes de la creación, y que Dios
intimó a Adán nuestro primer padre.

4. La tierra es el patrimonio del hombre que


debe fecundar con el sudor de su frente, y así
una generación no podrá limitar o privar de
su libre uso a las generaciones venideras con
las vinculaciones, mayorazgos y demás trabas
contrarias a la natu­raleza, y sagrado derecho de
propiedad y a las leyes de la sucesión.

Colección Bicentenario 305


5. El que emplea sus talentos e industria
en servicio de la patria vivirá de las rentas
públicas; pero esta cantidad no podrá señalarse
sino es por la voluntad expresa de la sociedad a
quien corresponde velar sobre la inversión del
depósito sagrado de las contribuciones de los
pueblos.

6. Las cuentas del Tesoro Público se imprimirán


cada año para que la sociedad vea que las
contribuciones se invierten en su provecho,
distinga a los agentes del fisco que cumplan sus
deberes, y mande se castigue a los que falten.

7. Toda autoridad que se perpetúa está expuesta


a erigirse en tiranía.

8. Los representantes del pueblo serán elegidos


anualmente por escrutinio a voto de los
vecinos útiles, y sus personas serán sagradas e
inviolables. Los primeros vocales permanecerán
hasta el fin del año de 1811.
9. El Poder Legislativo lo tendrá la Junta
de Representantes cuyas deliberaciones
sancionadas y promulgadas por ella y no
reclamadas por el Pueblo serán las leyes del
nuevo Gobierno.

10. El Poder Ejecutivo quedará a cargo de


los alcaldes ordi­narios y en los cabildos con
apelación al Pueblo en las causas que merezcan
pena capital, y en las otras, y civiles de mayor
cuantía a un tercer tribunal que nombrará la
Junta en su caso.

11. Toda autoridad será establecida o reconocida


por el Pueblo y no podrá removerse sino por la
ley.

306 Colección Bicentenario


12. Solamente la Junta podrá convocar al Pueblo,
y éste no podrá por ahora reclamar sus derechos
sino por medio del Pro­curador General, y
si algún particular osare tomar la voz sin es­
tar autorizado para ello legítimamente, será
reputado por per­turbador de la tranquilidad
pública y castigado con todo el rigor de las
penas.

13, El territorio de la Provincia del Socorro


jamás podrá ser aumentado por derecho de
conquista.

14. El Gobierno del Socorro dará auxilio y


protección a todo Pueblo que quiera reunírsele
a gozar de los bienes que ofrecen la libertad
e igualdad que ofrecemos como principios
fundamentales de nuestra felicidad.
No habiendo reconocido el cabildo del Socorro
al Consejo de Regencia hallándose ausente
su legítimo Soberano el señor don Fernando
Séptimo, y no habiéndose formado todavía Con­
greso Nacional compuesto de igual número de
vocales de cada provincia para que reconozca y
delibere sobre los grandes inte­reses del cuerpo
social, y los de paz y guerra, reasume por aho­ra
todos esos derechos. Cuando se haya restituido a
su trono el Soberano, o cuando se haya formado
el Congreso Nacional, en­tonces este pueblo
depositará en aquel cuerpo la parte de dere­chos
que puede sacrificar sin perjuicio de la libertad
que tiene para gobernarse dentro de los límites
de su territorio, sin la in­tervención de otro
gobierno. Esta provincia organizando así el suyo
será respecto de los demás como su hermano
siempre pron­to a concurrir por su parte a la
defensa de los intereses comu­nes a la familia.
Un tal pacto no podrá degradar sino al que nos
quiera reducir a la antigua esclavitud, lo que

Colección Bicentenario 307


no tememos ni de la virtud de nuestro adorado
Soberano el señor don Femando Séptimo que
será el padre de sus pueblos, ni tampoco de
alguna otra de las provincias de la América que
detestan como nosotros el despotismo y que
reunidas en igualdad van a formar un im­perio
cimentado en la igualdad; virtud que se concilia
también con la moral sublime del Evangelio
cuya creencia es el amor que une a los hombres
entre sí.

En el día que proclamamos nuestra libertad y que


sanciona­mos nuestro gobierno por el acto más solemne
y el juramento más santo de ser fieles a nuestra
constitución, es muy de­bido dar un ejemplo de justicia
declarando a los indios de nues­tra provincia libres del
tributo que hasta ahora han pa­gado y mandando que
las tierras llamadas resguardos se les distribuyan por
iguales partes para que las posean con propiedad y
puedan trasmitirías por derecho de sucesión; pero que
no pue­dan enajenarlas por venta o donación hasta que
hayan pasado veinticinco años contados desde el día
en que cada uno se en­cargue de la posesión de la tierra
que le corresponda. Asimismo se declara que desde
hoy mismo entran los indios en sociedad con los demás
ciudadanos de la provincia a gozar de igual libertad y
demás bienes que proporciona la nueva constitución,
a excepción del derecho de representación que
no obtendrán hasta que hayan adquirido las luces
necesarias pa­ra hacerlo personalmente.

El gobierno se halla bien persuadido que para su


estableci­miento y organización necesita del aumento
de las rentas públi­cas, pero contando con la economía
de la administración de ellas y con el desinterés
patriótico con que se han distinguido muchos de
nuestros conciudadanos, y con que esperamos
se distingan todos los agentes del nuevo gobierno,
permitimos la siembra del tabaco en toda la provincia

308 Colección Bicentenario


del Socorro, y el estanco de este género cesará
luego que se haya vendido el que se halla en las
administraciones y factorías.

La Junta de la provincia del Socorro, compuesta por


ahora de los cuatro individuos referidos, habiendo
leído en alta voz al pueblo esta acta, y preguntándole
si quería ser gobernado por los principios que en
ella se convienen, respondió que sí, y entonces los
procuradores generales del Socorro y de San Gil a
su nombre prestaron el juramento de fidelidad a la
constitución, y de obediencia al nuevo gobierno,
diciendo con la mano puesta sobre los santos evangelios
y con la otra haciendo la señal de la cruz, juramos a
Dios en presencia de la imagen de nuestro Salvador
que los pueblos cuya voz llevamos cumplirán y harán
cumplir el acta constitucional que acaban de oír leer, y
que si lo contrario hicieren serán castigados con toda
la severidad de las leyes como traidores a la Patria.
Los repre­sentantes juraron con igual solemnidad la
inviolabilidad del acta y su fidelidad al nuevo gobierno
protestando que en el momen­to que alguno viole las
leyes fundamentales caerá de la alta dig­nidad a que
el pueblo lo ha elevado, y entrando en el estado de
privado será juzgado con todo el rigor de las leyes.

Con lo cual se concluyó esta acta que firman por


ante mí los referidos re­presentantes y procuradores
generales para que sea firme e in­variable; en la villa
del Socorro, en quince de agosto de mil ochocientos
diez.

José Lorenzo Plata - Doctor Pedro Ignacio Fernández


-Doctor José Gabriel de Silva - Vicente Romualdo
Martínez - Juan Francisco Ardila - Marcelo José
Ramírez y González - Pedro Ignacio Vargas - Ignacio
Magno - Joaquín de Vargas - Salvador José Meléndez
de Valdés - José Manuel Otero - Miguel Tadeo Gómez
- Ignacio Carrizosa - Francisco Javier Bonafont

Colección Bicentenario 309


- Juan de la Cruz Otero - José Romualdo Sobrino -
José Ignacio Mar­tínez y Reyes - José Lorenzo Plata
- Isidoro José Estévez - Pedro José Gómez - Narciso
Martínez de la Parra - Francisco José de Silva -
Carlos Fernández - Luis Francisco Duran - Juan
José Fernández - Ignacio Peña - José Ignacio Duran
- Doctor Jacinto María Ramírez y González - José
María Bustamante.
Original en el archivo personal del fallecido Horacio Rodríguez
Plata, quien la publicó en su obra titulada La antigua provincia
del Socorro y la independencia. Bogotá: Academia Colombiana de
Historia, 1963 (Biblioteca de historia nacional; Nº XCVIII); p.
46-50. Diego Uribe Vargas la incluyó en su compilación titulada
Las constituciones de Colombia. 2 ed. Madrid: ICI, 1985. Tomo II,
p. 341-345.

310 Colección Bicentenario


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312 Colección Bicentenario

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