Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

Estudios transnacionales: Claves desde la antropología
Estudios transnacionales: Claves desde la antropología
Estudios transnacionales: Claves desde la antropología
Ebook389 pages5 hours

Estudios transnacionales: Claves desde la antropología

Rating: 0 out of 5 stars

()

Read preview

About this ebook

Este libro presenta el marco conceptual para los estudios transnacionales desarrollado desde la experiencia de la práctica antropológica y etnográfica del Seminario de Estudios Transnacionales de la Universidad Autónoma Metropolitana. El libro revisa los orígenes multidisciplinarios de la perspectiva teórica, y su relación con el desarrollo de los estudios culturales y el feminismo. Organizada en torno a palabras clave, esta obra reflexiona sobre la investigación y los debates relacionados con las diásporas, el cuerpo, las topografías, la transmigración y otros temas relevantes para los estudios transnacionales.
Este trabajo es a la vez una reflexión sobre dos décadas de investigación, así como una herramienta para quienes realizan estudios en contextos transnacionales y globales contemporáneos.
LanguageEspañol
Release dateApr 16, 2021
ISBN9786077115984
Estudios transnacionales: Claves desde la antropología

Related to Estudios transnacionales

Related ebooks

Social Science For You

View More

Related articles

Reviews for Estudios transnacionales

Rating: 0 out of 5 stars
0 ratings

0 ratings0 reviews

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

    Book preview

    Estudios transnacionales - José Federico Besserer Alatorre

    transformación.

    1. ESTUDIOS TRANSNACIONALES: UNA PROPUESTA DESDE LA ANTROPOLOGÍA

    *

    Este capítulo tiene por objetivo introducir al lector a la historia de los estudios transnacionales. En particular, me interesa explorar las relaciones entre los estudios sobre el transnacionalismo y los estudios culturales. Más adelante en este libro incorporaré otros enfoques teóricos como el feminismo y los estudios poscoloniales que han sido importantes en la construcción de este enfoque de estu dio. La bibliografía es vasta y las contribuciones vienen de distintas disciplinas. En este capítulo, como en el resto del libro, mi reflexión surge desde la práctica de la antropología. Sostendré que los estudios sobre el transnacionalismo y los estudios culturales han teni do momentos de confrontación y que en estas discusiones se han influido mutuamente de manera positiva. Expondré esta relación desde mi propia experiencia en el marco de la antropología. El capítulo concluye con una preocupación sobre la manera en que el surgimiento de actores transnacionales está formando parte de una nueva fórmula hegemónica de funcionamiento de la economía y de la política, y por ello propondré la importancia de que la discusión en los estudios del transnacionalismo y en los estudios culturales ayude a la construcción de una teoría crítica del momento actual, para lo que propongo cinco líneas de trabajo, que orien tan los trabajos que aparecerán a lo largo del libro, entre las que destacan una teoría transnacional de la mediación y una etno grafía especular.

    LA CRISIS DISCIPLINARIA DE LA ANTROPOLOGÍA Y EL SURGIMIENTO DE LOS ESTUDIOS TRANSNACIONALES

    Los primeros usos del concepto transnacional en la antropología los podemos ubicar en las primeras décadas del siglo XX cuando Edward Sapir usó el concepto transnacional para reflexionar sobre los procesos de carácter económico y político que enmarcaban los cambios culturales de la época. Sostenía Sapir que no era posible pensar en una cultura internacional generalizada, pero las culturas nacionales tampoco parecían tener posibilidades de establecerse como tales sin un empobrecimiento cultural. En el futuro, pensó, los individuos se vincularían más bien a una serie de culturas autónomas, ya que Nueva York, Chicago y San Francisco tendrán cada una sus propias formas culturales enmarcadas en este contexto transnacional (Sapir, 1924:428­429).

    Una de las líneas de la genealogía del concepto transnacional, como lo uso en este libro, se remonta a años más tarde y está relacionada con el pensamiento crítico de la antropología que, posterior a la Segunda Guerra Mundial, se preocupó por construir una mirada crítica capaz de pensar en fenómenos de escala mundial como el surgimiento del capitalismo y desde ahí repensar a la antropología misma en el marco de una crítica al colonialismo. En 1946, estudiantes de la Universidad de Columbia en Nueva York, con una perspectiva antropológica crítica, formaron la Mundial Upheaval Society. Entre los miembros del grupo se encontraban Sidney Mintz y Eric Wolf. Wolf dijo de su experiencia que lo que le gustaba del grupo era la mirada de gran escala [...] (Hakken y Lessinger, 1987:6). El pensamiento de estos y otros antropólogos, como Ángel Palerm, asociados a lo que en este periodo de la posguerra se llamó eufemísticamente economía política se acercó a la discusión de la teoría del sistema mundo, y siendo críticos de la misma hicieron propuestas alternas a su eurocentrismo. Así, Eric Wolf (2005) trabajó sobre la gente sin historia, Sidney Mintz (1996) analizó el papel del trabajo de las comunidades caribeñas en la construcción del capitalismo a escala mundial, y Ángel Palerm (2008a) propuso un modelo para comprender el papel central del campesinado en la conformación del primer sistema mundo.

    En el marco de esta discusión crítica sobre los procesos de escala mundial, prologado por E. Wolf, Ángel Palerm (2008b) sostuvo en 1980 que tanto el marxismo como la antropología estaban en una crisis, sesgados por un velo ideológico asociado a la figura del Estado­nación. Explicó que la antropología había tomado formas propias en Inglaterra, Francia y Estados Unidos, ligadas a su papel dentro del colonialismo. Concomitantemente, afirmó, el marxismo estaba atrapado en las ideologías de los países en el que el socialismo estaba dominado por una nueva clase asociada al aparato político y tecno administrativo del Estado.

    Palerm propuso que el marxismo necesitaba de la antropología para comprender y escapar del nacionalismo, pero la antropología necesitaba del marxismo para construir un marco conceptual que se alejara del colonialismo. Desde mi punto de vista, Palerm describe un proceso que se estaba dando ya en ese momento. Un proceso de construcción de estudios transnacionales tanto en el plano de la escala de investigación como en el plano de la transformación de la disciplina misma.

    En la antropología, el nacionalismo disciplinario estaba arraigado en distintos niveles. El primero de ellos se relacionaba con la estructura misma de la disciplina según se organizaba en cada país. La antropología social británica estaba conformada por tres subdisciplinas: la antropología económica, la antropología política y la antropología simbólica. La antropología se alineaba con otras disciplinas como la economía, la ciencia política y la sociología, pero estudiaba otras sociedades. Las subdisciplinas de la escuela culturalista estadounidense, en cambio, eran la arqueología, la antropología física, la antropología lingüística y el estudio de la cultura. La etnología francesa no compartía tampoco la misma estructura disciplinar.

    Los cambios en la disciplina que anunciaba Palerm operaban ya en varios niveles. En el caso de la antropología británica, la vuelta de la mirada hacia la metrópoli como un campo de estudio de la cultura en parte impulsada por los historiadores marxistas, y en parte por el escrutinio de los sujetos coloniales sobre la sociedad británica, pusieron en entre dicho la distinción yo­otro, no sólo como campos de estudio, sino como una división tácita entre el sujeto cognoscente y las sociedades por conocer. Esta tensión cuestio nó las fronteras disciplinarias que dividían el campo del conocimiento entre la metrópoli y sus colonias, transformó la jerarquía del grupo epistémico cognoscente respecto a las sociedades por conocer y cambió el objeto de estudio de las disciplinas, dando como resultado el surgimiento de los estudios culturales como una propuesta crítica, confrontativa y transdisciplinaria en aquel país.

    En el caso de la antropología estadounidense, se cuestionó el supuesto de que se podía pensar a las culturas como si estuviesen contenidas dentro de un territorio (como las naciones dentro de un territorio nacional), para demostrar que las culturas se extendían más allá de las fronteras y que, por lo mismo, debíamos entender a los territorios como zonas fronterizas de convergencia social, y yuxtaposición de culturas en condiciones de desigualdad de poder (Gupta y Ferguson, 1992). El estudio de las zonas fronterizas y las relaciones transculturales rompió con lo que años más tarde Andreas Wimmer y Nina Glick Schiller (2002) llamarían nacionalismo metodológico, y fue el espacio de trabajo de sujetos autoadscritos a identidades complejas, como los antropólogos chicanos, quienes introdujeron el herramental de la crítica literaria para el estudio de la cultura, reconfigurando la alianza subdisciplinaria e introduciendo a la literatura como un campo que atravesó el conocimiento en todas las subdisciplinas. Esta antropología con literatura fue una de los cambios que llevó a la formación de los estudios culturales estadounidenses (Rosaldo, 1985, 1994).

    La ruptura del nacionalismo disciplinario de la antropología se dio en varios niveles: la reorganización subdisciplinaria, el cuestionamiento de las fronteras entre disciplinas, la aparición de un nuevo sujeto cognoscente y el reconocimiento de las diferencias de poder y el carácter político de la cultura.

    CONFLICTOS E INTERPELACIONES

    Transnacionalismo: paralelismos interdisciplinarios

    El esfuerzo por romper con el nación­centrismo no fue un proceso único de la antropología, sino que se realizó en distintas disciplinas, y por ello el proceso llevó a una conversación interdisciplinaria, donde el concepto transnacional tiene connotaciones diferentes según el contexto académico del que proviene.

    Nye y Keohane (1971), por ejemplo, escribieron sobre el problema del Estado­centrismo de la ciencia política, que tomaba a los Estados como los actores de las relaciones internacionales. Estos autores usaron el concepto de transnacional para invitar al estudio de las relaciones interdomésticas, al estudio de las redes de organizaciones civiles que trascendían las fronteras nacionales y al estudio de geografías como las aguas internacionales y el espacio exterior. Con este concepto se ampliaba la investigación a los planos supranacionales y subnacionales.

    Desde la historia se usó el concepto transnacional como una categoría que diera cuenta del cambio en la relación entre Estado y nación (Tyrrell, 2001). Así, el concepto transnacional se usó para referir desde los momentos prenacionales, hasta la época contemporánea en que los Estados crecientemente reconocían a sus diásporas y con ello se construía un cambio en la relación entre Estado y nación, como la conocíamos, para dar paso a un proceso que algunos llamaron posnacional (Feldman Bianco, 2015).

    Desde la antropología se criticó el nacionalismo metodológico (Wimmer y Glick Schilller, 2002), se propuso el concepto de transmigrante (Glick Schiller et al., 1992) para enfatizar la continuidad de los vínculos construidos y mantenidos por los sujetos a lo largo del tiempo, y se realizó etnografía sobre comunidades transnacionales (Kearney y Nagengast, 1989; Georges, 1990; Besserer y Kearney, 2006) y circuitos transnacionales (Rouse, 1989), entre otros avances. Esta mirada antropológica se encontró con otros trabajos realizados también desde las ciencias sociales, como el trabajo sobre identidad y liderazgo de Laura Velasco (2015, 2002). Una vertiente de esta investigación centrada en la migración fue desarrollada como trasnsnacionalismo migrante (Vertovec, 2006).

    Transnacional se volvió entonces un concepto polisémico que podría significar (para mencionar sólo algunos usos) no estatal, transfronterizo o más allá del momento histórico del Estado­nación como lo conocemos. Éste fue el inicio de un proceso de tendencias disciplinarias paralelas que llevaron a una corriente de pensamiento que algunos llamaron transnacionalismo (Glick Schiller et al., 1992).

    Estudios culturales: yuxtaposiciones transdisciplinarias

    Si el transnacionalismo fue un proceso que describe los cambios en las disciplinas, otros cambios venían desde los márgenes de las mismas. Éste es el caso de los estudios culturales británicos que según lo explica Stuart Hall (1990b) surgen de distintas situaciones en los márgenes disciplinarios. La primera de ellas fue que se trataba de profesores extramuros cercanos al movimiento obrero de la época que venían de la práctica política a la academia. La segunda de ellas fue que algunos de estos académicos no provenían del centro del poder británico, sino de la vida rural (como Raymond Williams) o de las ex colonias (como el propio Stuart Hall). Finalmente no ingresaron a la estructura disciplinaria, sino a un centro formado por Richard Hoggart en Birmingham, donde uno de los temas centrales fue comprender cómo la cultura de masas estaba transformando lo que E.P. Thompson llamaba la cultura de clase de los trabajadores (1978).

    El centro fue un lugar de convergencia de dos tipos de crisis disciplinarias. Por un lado, la crisis de las humanidades en un país posimperial que debía repensar la manera en que se construía a sí mismo. Esta reconceptualización sucedió principalmente a través y dentro de las estructuras disciplinarias de las humanidades en universidades como Cambridge, encargadas de velar por la lengua inglesa. Por el otro lado, las ciencias sociales como la sociología no comprendieron el lugar central que ocupaba el cambio cultural en la transformación del lugar político y económico de la sociedad inglesa de la época. Es así como la cultura aparece como un tema preponderante en el centro de dos crisis disciplinarias, y para su estudio se incorpora desde la historia hasta la antropología (creando un enfrentamiento con la división del trabajo que proponía que la antropología era para el estudio de los otros) y a los autores marxistas como Gramsci y la Escuela de Frankfurt. Había una teoría que construir, y esto, nos dice Hall, no se realizó en la encumbrada oficina de los profesores, sino en otra orilla del aparato disciplinario que es el aula, con los recién llegados a la formación universitaria. El caso de Birmingham ilustra la convergencia y yuxtaposición de dos crisis disciplinarias, la de las ciencias sociales y la de las humanidades que explican el carácter no inter sino trans disciplinario de los estudios culturales. Aquí tomo la idea de trans­ como en transculturalidad, en el sentido de dos procesos que se informan mutuamente y se transforman en un marco de desigualdades jerárquicas.

    La ruptura epistémica

    Una discusión que iniciaran Nina Glick Schiller y George Fouron (1990) en torno al concepto de diáspora me parece que puede ser útil para describir un quiebre epistémico (para usar el concepto de la epistemología feminista) que se da a inicios de los años 1990 entre las tendencias disciplinarias que usaron el concepto de transnacionalismo y aquella versión que incluye a las posturas transdiscipinarias que hemos denominado estudios transnacionales.

    En este contexto surgen tres posturas transdisciplinarias en el escenario de la discusión sobre los procesos transnacionales asociadas con quienes podríamos referir como teóricos que escribían desde sus propias condiciones descentradas. Por un lado, los estudios culturales que pusieron en el centro el concepto de diáspora y el de intelectual diaspórico. Estas posturas proponen romper con los estudios nacionales y usan nuevos referentes geográficos o formaciones transnacionales, como El Atlántico Negro (Gilroy, 1993). Es una mirada que sostiene la posibilidad de construir conocimiento a partir de la experiencia diaspórica (Morley y Chen, 1996). Por otro lado, los estudios poscoloniales que cuestionaron las categorías que usamos para conocer la realidad, vengan éstas de la experiencia o de la abstracción académica, para proponer que había que iniciar por la crítica de la representación, como lo hizo Said en su trabajo sobre el Orientalismo (Said 1990). Este giro le permitió a los estudios poscoloniales criticar la figura del nativismo como una construcción de los intelectuales poscoloniales, que se representan a sí mismos y su país con las imágenes que el imperio construyó sobre la colonia (Spivak, 1989). Por su parte, me parece que el feminismo contribuyó a la construcción de una epistemología del transnacionalismo que permitió estudiar a profundidad los nacionalismos y su papel en la construcción de categorías científicas y propuso incluir el análisis del texto antropológico como parte de la ecuación crítica (Grewal y Kaplan, 1994; Brah, 1996).

    Alejamiento entre transnacionalismo y estudios transdiscipinarios

    La discusión entre el transnacionlismo y lo que hemos llamado las posturas transdisciplinarias tuvieron momentos de diálogo productivo. Un ejemplo de ello lo encontramos en la reunión que, auspiciada por la Fundación Wenner Green, se dio en Mijas, España, en 1994, con el título Transnationalism, Nation­State Building, and Culture, con la presencia de Bela Feldman Bianco, Partha Chatterjee, Nina Glick Schiller, Stuart Hall, Michael Kearney y Aihwa Ong, entre otros, que marcaba un momento en que se hacía posible la construcción de un acercamiento que produjera una mirada multifacética desde los estudios transnacionales.

    Sin embargo, desde la perspectiva de la antropología este proceso se dio en un periodo de crisis al que se denominó el momento experimental de la antropología (Marcus y Fischer, 1986), en el que crecieron, al decir de Marcus (1995), las ansiedades metodológicas. Los cambios disciplinarios que provocó empujaron, en algunos casos, a la antropología a un punto de ruptura. Al menos éste fue el caso en el departamento donde yo estudié, donde se formaron dos departamentos de antropología: uno como ciencia antropológica y otro con una mirada crítica de las posiciones objetivistas de la disciplina (situación que perduró durante diez años). Esta tensión en la antropología se expresó en las posturas del transnacionalismo disciplinario en contra de las posturas transdiciplinarias, en particular la de los estudios culturales, y puede encontrarse en los argumentos de dos autores de gran relevancia para el pensamiento transnacional: Michael Kearney y Aihwa Ong.

    La preocupación de Michael Kearney (2004a) tenía que ver con el papel de la disciplina antropológica para poder comprender lo humano de una manera robusta. Él trabajaba en el Departamento de Antropología de la Universidad de California en Riverside, organizado en los cuatro campos: arqueología, antropología física, antropología lingüística y antropología cultural. Su preocupación era que él identificaba fuerzas centrífugas dentro de la antropología que tendían a separarla por subdisciplinas. El advenimiento de los estudios culturales agregaba una tensión adicional entre una antropología humanística y una científica. Esta tendencia a la separación, pensaba él, era probablemente uno de los retos más significativos para la antropología, y fue la razón por la cual adoptó una opinión crítica de cara a los estudios culturales, los cuales percibía como una postura que subestimaba la importancia del sustrato biológico de los humanos y del entorno ecológico. Esta problemática ha sido un tema de discusión importante en la literatura estadounidense (Segal y Yanagisako, 2005). Kearney propugnaba por el enfoque de los cuatro campos en la antropología; al mismo tiempo, pensaba, se requiere mantener el enfoque que estudia las bases materiales de la existencia y los enfoques humanísticos que la interpretan como parte de un mismo cuerpo de pensamiento. Estos dos ejes de integración eran la premisa para una teoría integral que permitiese un análisis holístico de lo humano. Éste, según él, era un problema teórico, pero también un problema de la socio logía de la ciencia, pues la disciplina requiere de grupos epistémicos de investigadores que puedan interactuar para pensar en sintonía.

    Aihwa Ong, otra prominente antropóloga estudiosa de la transnacionalidad, se expresó también de manera contundente en contra de los estudios culturales, los cuales, veía ella, se alejaban de las grandes narrativas y con ello de la capacidad de estudiar los aspectos materiales de la condición transnacional. Su argumento fue que el acercamiento de los antropólogos con las humanidades después de la Guerra Fría cedió terreno a posturas que tomaron el estudio de la cultura como texto, generando un discurso poscolonial elitista que ignora las estructuras de poder en la construcción de la identidad y el cambio social (Ong, 1999:241). El riesgo, sostenía Ong, era que el resultado de este diálogo interdisciplinario fuese una antropología ‘lite’ que no fuera capaz de capturar el juego entre ‘cultura y formas materiales de vida’ (Ong, 1999:242). Desde sus primeros estudios, el trabajo de Ong se caracterizó por su interés en el papel de la cultura para comprender la dinámica entre subordinación y resistencia en contextos laborales. Recurrió al instrumental de Foucault para estudiar la relación entre cultura y capitalismo, destacando el papel de las microtecnologías de poder con las cuales los sujetos del capitalismo se regulan a sí mismos (Foucault, 1988a:83). Debido a que Foucault no analizó directamente las relaciones entre las prácticas discursivas y la reproducción sistémica del capitalismo, también recurrió Ong al trabajo de Frederic Jameson para explicar que la reproducción cultural tiene una base en la reproducción simbólica del capitalismo (Jameson, 1991:291).

    Interpelaciones desde los estudios culturales

    Es interesante observar que desde sus primeros trabajos, Ong comparte con autores de los irónicamente llamados estudios culturales estadounidenses el interés por la teoría de Foucault (v. Rosaldo, 1994) y por el trabajo de Frederic Jameson, cuya crítica sistemática a la lógica cultural del capitalismo ha sido asociada con los estudios culturales. En la práctica, me parece, los estudios culturales han hecho el mismo llamado que Ong al estudio de lo que algunos han denominado las condiciones materiales, y otros hacen este llamado a no dejar fuera la interacción entre el sujeto y la estructrura. Para ello voy a exponer brevemente dos posturas, la de Paul Gilroy y la de los así llamados estudios culturales latinoamericanos.

    En los estudios culturales hay un uso reiterado del concepto transnacional. Por ejemplo, Paul Gilroy propone que El Atlántico Negro es una formación transnacional e intercultural (Gilroy, 1993:IX). El concepto transnacional ha sido usado tanto en oposición a los movimientos nacionalistas que reclaman que son una nación como en el caso del afronacionalismo; como por los etnicistas que proponen que son una etnia. Por eso, El Atlántico Negro es una propuesta metodológica explícitamente transnacional e intercultural que propone romper con el nacionalismo como ideología y como metodología analítica, y con el etnicismo por su mirada esencialista.

    El transnacionalismo de la población que fue construida como negra, propone Gilroy, se facilitó irónicamente por el carácter transnacional de la venta de esclavos. Los esclavos venían de muchos países y de muchas religiones, lo que derivó en posiciones fragmentadas. Por esta razón, Gilroy propone que es mejor considerar la posibilidad de una unidad intercultural y transnacional, es decir que el reconocimiento no debe basarse por el lugar de origen, o porque unos sean más étnicos que otros. De ahí que El Atlántico Negro es un concepto que rompe con la nación y con el absolutismo étnico para constituirse como intercultural y transnacional.

    Las estructuras transnacionales que crearon al mundo negro han sido sustituidas, propone él, por un entramado transnacional de sistemas de comunicación. El concepto de diáspora se vuelve central para el proyecto de Girloy, quien ve al concepto como una propuesta teórica que permite el contrapunteo (un concepto antes usado por el caribeño Fernando Ortiz) (Ortiz, 1983) entre sus especificidades particulares y la sensibilidad común derivada de su experiencia de la esclavitud racializada en el Nuevo Mundo.

    Girloy llama a estudiar los procesos transnacionales en dos planos, como una dinámica que se produce en el contrapunteo intercultural que caracteriza a la diáspora y que explica su doble conciencia, y como una forma de caracterizar a las condiciones materiales (como el esclavismo y la industria cultural), que son el contexto estructural en que se producen las dinámicas culturales. El trabajo de Paul Gilroy se enfoca en el intelectual transnacional cuyas experiencias están en la base de las innovaciones teóricas del transnacionalismo. Entre estos intelectuales diaspóricos están aquellos que en el pasado vivieron una experiencia de esclavitud y aquellos que en el presente producen en las industrias de la comunicación y las industrias culturales.

    La postura de Gilroy, desde los estudios culturales, es reconocer la importancia del contexto material que contribuye a la construcción de la condición transnacional. Sin embargo, no profundiza en el análisis de este contexto, lo que ha sido la prioridad de autores del enfoque transnacionalista como Ong. En cambio, Gilroy sí prioriza en su análisis, cómo la experiencia vivida en la condición transnacional ha hecho aportes desde los márgenes al conocimiento académico; aportes que resultan frecuentemente en confrontaciones con el aparato disciplinario.

    Me parece que entre los aportes de Ong y de Gilroy podemos pensar en la importancia de construir una teoría de la mediación en el capitalismo contemporáneo, en la que converjan los aportes disciplinarios y transdisciplinarios. De esto nos ocuparemos un poco más adelante.

    La incomodidad de los estudios culturales latinoamericanos

    La forma en que se suele nombrar a los estudios culturales como británicos o estadounidenses nos obliga a reflexionar sobre el problema de las nacionalidades de los estudios culturales. Estas etiquetas juegan un papel ambiguo. Surgen como ecos del nacionalismo teórico, pero están íntimamente ligadas con el proceso de crítica transnacional al mismo. Por este motivo, me parece que se trata de nombres que operan como elipsis, y que conceptos como Escuela Estadounidense probablemente habría que leerlos como en el deconstruccionismo de Derrida con la segunda palabra tachada. Así, los estudios culturales británicos surgen criticando la manera en que se piensa la literatura inglesa, o la historia social, que no incluía a los afrodescendientes, sus experiencias y su forma de hablar el inglés. De la misma manera, los estudios culturales estadounidenses surgen reclamando una reformulación cultural de la ciudadanía de aquel país, basada en un nacionalismo excluyente.

    Me parece que lo mismo sucedió con los estudios culturales latinoamericanos (Szurmuk e Irwin, 2009).

    En primer lugar, esto ocurrió porque los estudios culturales no latinoamericanos se nutrieron en parte de pensadores cuyo contexto sociocultural fue el de América Latina y el Caribe. En particular podemos pensar en Franz Fanon y Stuart Hall, cuyas historias de vida (incluyendo su salida del Caribe) generaron un proceso transnacional que integró a la realidad caribeña con el pensamiento europeo. Esto es verdad para otros campos que han influido el pensamiento de los estudios culturales, como el dependentismo y su influencia en el pensamiento de Wallerstein, y de manera muy importante el trabajo del caribeño Fernando Ortiz (1983 [1963]).

    Lo mismo podemos pensar para el caso de Renato Rosaldo, cuyo habitus es el de la población de origen mexicano y latinoamericano en Estados Unidos. No sólo en la vida cotidiana, sino en la discusión sobre la condición de la misma en la academia estadounidense. La pugna por identificar una literatura chicana abre estos espacios transformadores de los estudios culturales estadounidenses que surgen con esta condición transnacional. No es solamente una influencia automática entre condiciones materiales y pensamiento. Se trata de un esfuerzo por construir una condición de incorporación con diferencia.

    En segundo lugar, también es verdad que la tradición crítica latinoamericana se nutrió de los escritos de los estudios no latinoamericanos en la construcción de su marco teórico bajo muy diversas situaciones. En particular las lecturas de Thompson (1978) y Williams (1977a) fueron de utilidad desde los años 1970. Podríamos añadir los casos de las personas que estudiaron o estudiamos en los departamentos en los que se desarrollaron estos marcos teóricos. Así que la construcción de los proyectos posteriores no pueden distanciarse de los estudios no latinoamericanos, entre otras cosas, por las redes de trabajo que se conservan y contribuyen a crear puentes entre las academias que operan en muchos niveles informándose mutuamente.

    En tercer lugar, y esto me parece de especial relevancia, los estudios culturales latinoamericanos y no latinoamericanos trabajan con sujetos que son latinoamericanos en muchos lados. De tal manera que nosotros podemos separar la realidad analíticamente, pero los sujetos con los que trabajamos articulan nuestras realidades y nos fuerzan a poner nuestros marcos analíticos en diálogo. Por ejemplo, el trabajo de Gilroy sobre la emergencia de una intelectualidad diaspórica, en El Atlántico Negro, muestra que la presencia negra de finales de los años 1940 y en adelante, es un ejemplo de una teoría propia de la cultura con base en una realidad transoceánica que escapa a las denominaciones continentales y subcontinentales.

    Algunos grupos de estudios culturales desde América Latina han criticado las posturas de la academia estadounidense y han preferido acercarse a los aportes de Birmingham precisamente por el carácter político y entreverado con el contexto económico que reconocen en la cultura. El argumento que trato de expresar aquí es que la cercanía que los estudios culturales latinoamericanos encuentran con el pensamiento de Birmingham se da porque coinciden en reconocer el carácter político y conflictivo de la cultura, así como el carácter culturalmente constituido de la política y la economía. Coinciden con el pensamiento de Birmingham en posicionarse como un proyecto inspirado en teorías marxistas y neomarxistas que incluyen a Stuart Hall y Raymond Williams, pero también a Antonio Gramsci, Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, al mismo tiempo que reconocen la importancia de Fernando Ortiz, Carlos Mariátegui y Frantz Fannon, entre otros (Richard, 2010).

    Parece claro que los estudios culturales latinoamericanos comparten con el Centro de Estudios Culturales de Birmingham la relevancia de incluir los desarrollos del marxismo y el estudio de la cultura como una mediación en un contexto de poder entre el mundo simbólico y el material del capitalismo. Un ejemplo lo tenemos en el libro más reciente compilado por José Manuel Valenzuela sobre culturas juveniles en el capitalismo contemporáneo (2015).

    Es verdad, como dice Rosana Reguillo (2003), que los autores de los estudios culturales en América Latina han tenido sus propios escarceos con las estructuras disciplinarias que operan como tecnologías de poder donde los financiamientos, las políticas culturales y la especialización del trabajo sobre objetos disciplinarios han sido renuentes al papel disruptivo que tienen los estudios culturales. Sin embargo, también es cierto que en América Latina y el Caribe ha habido una institucionalización de los programas de estudios

    Enjoying the preview?
    Page 1 of 1