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UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

CATEDRA: CRENZEL, Emilio


Agosto 2010
CURSO DOCTORADO: Derechos humanos, justicia transicional y memorias
de la violencia política. Lecturas, problemas y debates
COMISIONES DE VERDAD SOBRE VIOLACION A DERECHOS HUMANOS EN
LATINOAMERICA. MEMORIA, HISTORIA Y JUSTICIA.
Guillermo Gabriel Fernández Amado

INTRODUCCION:
En este ensayo se examinan los roles las comisiones de verdad por violación de Derechos
Humanos en América Latina, centrándose en tres ejemplos comparativos: Argentina, Chile y
Guatemala.
Las comisiones de verdad usualmente se simbolizan como relacionados a actos de justicia, con un
antecedente notorio en los juicios de Nüremberg, sin embargo raramente están acompañadas de
procesamientos y carecen en muchos casos de autoridad de sanción.
En lugar servir como instrumentos de justicia su valor es como hito de reconciliación, como se vio
en los juicios de Sudáfrica, con cierta habilidad de construcción de puentes históricos entre el
presente y un pasado dividido histórica y socialmente, por el grado de reconocimiento de los
derechos humanos.
Estas comisiones han estado no solamente Latinoamérica sino se puede citar a Ghana, Nigeria,
Chad, Alemania del este y Timor del este como casos relevantes donde hubo este tipo de
investigaciones y se han convertido en hitos únicos en la historia de estos países respecto a los
abusos sobre los derechos humanos.
Los procesos son usualmente considerados como parte de una transición política en Latinoamérica
y constituyen generalmente un movimiento político desde dictaduras militares, hacia definiciones
particulares de democracia.
A partir de 1960 la supresión violenta de los movimientos de masas dio lugar a que militantes
usualmente armados como los de la revolución cubana reestructuren las relaciones sociales y
económicas de sus países, y pero por otro lado las dictaduras anticomunistas se encargaron de
reprimir a estos militantes, continuando sincrónicamente y durante décadas, país tras país, con la
persecución mientras iban sistemáticamente abandonando los principios de desarrollo y de
bienestar que se habían logrado en etapas republicanas y democráticas en la primera parte del
siglo XX, generando de esta forma un ciclo de sucesivas crisis políticas hasta nuestros días.
Las comisiones en el cono sur, surgieron primero en Bolivia cuando se institucionalizó en 1982 la
Comisión Nacional de Desaparecidos, y luego en el 83 la más relevante COmisión NAcional sobre
DEsaparición de Personas en Argentina, donde se inauguró una visión del Estado no como
ejecutor potencial de justicia social sino como árbitro de disputas legales y protector de los
derechos individuales.
En Bolivia y Argentina las comisiones de verdad fueron suplementadas con procesamientos
judiciales para aquellos casos de lesa humanidad detectados. En otros países los militares y sus
aliados emergieron victoriosos de las guerras sucias de los 70 y 80 auto-asignándose inmunidad.
Estas comisiones de verdad giraron entonces entre lo jurídico, hasta lo ético y emocional.
Los esfuerzos para obtener verdad ante los pasados episodios de violencia política tienen dos
funciones (José Zalaquet): Primero deben reparar el daño psíquico causado por la represión y en
segundo lugar prevenir que esa represión ocurra el futuro.
Las comisiones de verdad técnicamente examinaron casos individuales de violencia de acuerdo a
las normas aceptadas a nivel nacional e internacional y a la jurisprudencia relacionada, estas
comisiones interpretaron históricamente y con ambivalencia los hechos, debido a que las políticas
liberales sospechaban de estos esfuerzos, para tratar de imponer una concepción universal sobre
el bien común o que la historia justifique la militancia insurgente.
Estas políticas liberales demandan pues, la aceptación de interpretaciones plurales sobre pasado,
y es en este sentido donde muchas comisiones de verdad no presentaron a la historia como una
red social de causalidades o de relaciones culturales, porque nunca abogaron por una
interpretación de la historia en profundidad analizando las campañas contra los proyectos
socialdemocráticos nacionales, o de consolidación del orden neoliberal como quiebre de las
relaciones sociales preexistentes, sino como una instancia de un ciclo repetitivo (de crisis y de
estabilidad) de las reglas democráticas, casi naturalizando estas intervenciones golpistas,
cíclicamente, a lo Toffler.
Esos refuerzos habilitaron una paradoja, que es de los estados necesitan olvidar los actos de
violencia pero por otro lado, la formación estatal requiere que nunca se olviden.
Los juristas designados en la transición latinoamericana hacia la democracia se focalizaron en
diseñar las instrucciones éticas sobre la violencia, pero a pesar de las protestas de las víctimas y
sus familias no sancionaron los proyectos políticos colectivos impuestos por la violencia.
En el caso de Argentina los intelectuales entendiendo la violencia política enraizada psicológica y
culturalmente en los patrones de la historia nacional, se abstuvieron de realizar cualquier juicio
histórico en los tribunales o en el reporte final de la CONADEP.
En Chile donde el poder de los militares clausuró la posibilidad de procesamientos, la Comisión
Nacional de Verdad y Reconciliación tuvo que confrontar a la historia de forma más explícita,
centrándose en la reconciliación entendida como una cohesión nacional a modo de premisa que
ante su disolución, género violencia. Los sucesos entonces fueron redimidos a pesar de ser
trágicos, argumentando que la intervención fue necesaria para prevenir un completo colapso
nacional por la falta de unión social.
Finalmente en Guatemala la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, finalizado en 1999, operó
en un terreno político aún más restrictivo y en medio de divisiones profundas en lo social que
minaban la prevención de futuros abusos en pos de la reconciliación nacional. El informe se baso
en el genocidio y racismo sufrido por los colectivos mayas principalmente, a causa del
autoritarismo, situándolo en un marco político económico extenso que incluye las tres décadas
anteriores de guerra civil. Este análisis entiende que el terror no es el resultado de una
descomposición del Estado o de una falsa institucionalidad o por una decadencia moral que ya no
garantice derechos, sino es visto al terror como un componente de formación del Estado, como
resultado de los planes militares para estabilizar la Nación en búsqueda de un retorno a las reglas
constitucionales.

ARGENTINA:
Luego de seis años de terror político en 1982, y tras la Guerra de Malvinas los militares dejaron el
poder. Luego de la elección de Raúl Alfonsín, proveniente de un partido de centroizquierda (UCR),
se logró un acuerdo con un conjunto de intelectuales principalmente provenientes de las facultades
de derecho y filosofía de la Universidad Buenos Aires para establecer un plan que analice la
violencia del régimen pasado.
Los profesores de derecho Carlos Nino y Jaime Malamud Goti, fueron designados como estrategas
legales para responder tanto a las demandas de víctimas como a las álgidas manifestaciones
populares reclamando justicia.
En sus primeras formulaciones sobre las políticas de derechos humanos, estos referentes
pretendían el establecimiento de comisiones de verdad como parte de un largo proceso de
enjuiciamiento, ellos no creían que el castigo atentase contra la búsqueda de la verdad.
El nuevo gobierno mientras tanto insistía en la decisión de limitar el ámbito de los procesamientos,
y que éstos no se enfrenten al principal objetivo de prevenir el retorno de los militares al poder
gubernamental y a la práctica de la represión.
Se puede encontrar en estas elaboraciones normativas componentes de ética social influenciada
teóricamente por Durkheim. Nino, sostenía que el procesamiento de militares era requerido para
inculcar la conciencia colectiva de que no hay grupos sociales por sobre la ley. El establecimiento
de comisiones de la verdad fue un importante paso para lograr el esfuerzo público de procesar a
los criminales de la dictadura y por otro lado ayudar a las familias de las víctimas en saber el
estado y situación de sus familiares desaparecidos.
Estos juicios con la apertura propia del liberalismo, contrastaban con la impunidad y el
oscurantismo del autoritarismo aun en el poder, ya que todo se hacía como soporte a la
democracia y en democracia.
Cuando se anuncia la creación de la CONADEP, se hace indicando que los juicios serán limitados
para aquellos que ordenaron la represión o lo hicieron con excesiva crueldad, exceptuando a
oficiales y soldados de menor rango que obedecieron órdenes. La comisión también debería
proveer información sobre la mayor cantidad posible de desaparecidos, método preferido por los
militares para reprimir a sus enemigos.
Entre el 83 y el 84 la Comisión recogió miles de testimonios y visitó cientos de centros de detención
y tortura clandestinos, se documentó la desaparición de casi 9000 argentinos y se predijo que este
número era sensiblemente mayor (30.000) ya que no se contaban con los registros militares. Como
ejemplo al día de hoy se encontraron 1000 casos judiciales más.
La versión publicada del informe la CONADEP fue llamada Nunca Más. Este informe no intentó
situar las desapariciones políticas en un contexto histórico, cuestión que si estaba en mente en las
personas que concibieron la CONADEP. Científicos sociales comenzaron a elaborar un modelo
analítico influenciado por Weber y Marx: Guillermo O´Donell y Fernando H. Cardoso se enfocaron
en variables políticas y económicas que creaban patrones de burocratización a lo largo de las
rigurosas líneas militares y autoritarias. Esta institucionalización también se dio por las rupturas
psicológicas causadas por la modernización de las relaciones sociales y económicas.
Malamud Goti, intelectual de la justicia transicional, sostiene que la violencia política surge una
mente dictatorial crónica en la historia argentina. Nino influenciado por Durkheim, rescata el
concepto de anomia para describir la corrosión de las instituciones sociales por las fuerzas de la
modernización, dando lugar a una suerte de tolerancia psicológica al autoritarismo, en conjunto con
la aparición de factores ideológicos a modo de un dualismo entre el liberalismo y el
conservadurismo orgánico y cerrado promilitar. También la tendencia hacia el corporativismo
impulsada por la Iglesia Católica, las Fuerzas Armadas y los grupos de empresarios con gran
poder en la sociedad.
Esta anomia contribuyó al desmembramiento de las normas sociales, incluyendo la ley, siendo este
discurso también el que fue tomado por Alfonsín para explicar la violencia que le precedió.
Para romper con ese peligroso patrón cultural argentino, el gobierno designó una política de
derechos humanos.
Ernesto Sábato, cara visible y referente intelectual de la CONADEP argumentó que las grandes
catástrofes son siempre instructivas, y que sólo la democracia puede salvar a las personas del
horror, protegiendo los sagrados y básicos derechos del hombre.
Los juristas argentinos por otro lado se vieron mediando peligrosamente entre grupos sociales de
relevancia, que competían pasionalmente en asignarle significado histórico a la guerra sucia, como
ser las Madres de Plaza de Mayo, simpatizantes del grupo Montoneros y por otro lado a los
militares que demandaban que las violaciones a los derechos humanos sean entendidas como
dolorosas pero necesarias medidas tomadas para defender a los ciudadanos contra la subversión
extranjera.
Como resultado de esta confrontación el gobierno de Alfonsín adopta lo que luego fue llamado
doctrina de los dos demonios, un rechazo a la concepción de que la política extrema de los
militares y de la izquierda armada era igualmente responsable por haberse llevado al caos a la
Argentina, como lo sostiene en su rechazo también el prólogo escrito por Sábato en el Nunca Más,
ya que ni los sindicalistas, ni las asociaciones de estudiantes, ni los empleados, ni los psicólogos,
ni los sociólogos, ni los jóvenes pacifistas, ni los sacerdotes pobres, ni los amigos de estos
colectivos sociales victimizados, tuvieron el poder del Estado para defender sus luchas y vidas.
Aquí se ve la influencia de Weber en la política como vocación, en su advertencia de que la política
es una responsabilidad frente al futuro. La interpretación de Alfonsín sobre esto fue evitar futuros
conflictos, evitando también un juicio sobre las causas de esta guerra sucia.
Nino condenó la insurgencia Argentina de la izquierda tildándola de terrorista, y enfrentó en ese
extremo a aquellas víctimas de la violencia, que sufrieron persecución en búsquedas de un ideal
superior, persiguiendo la justicia social o la defensa la nación.
Julie Taylor sugirió que los procesos de la CONADEP abstrayeron las violaciones a los derechos
humanos, de las dinámicas del poder social y del conflicto social, reproduciendo una lógica de la
represión que intentó romper la solidaridad política. Ella indica que todos aquellos que pasaron por
este proceso, víctimas y victimarios son prefigurados como inocentes o individuos trasgresores de
derechos y obligaciones, por lo cual las comisiones de verdad omiten las motivaciones colectivas
de estos dos grupos sociales.
Durante los primeros años de la transición democrática los juicios, que prohibieron toda referencia
a ideales políticos y a identidades colectivas en sus testimonios, sirvieron como escenario de un
conflicto en el nuevo orden liberal.
Para Nino, los procesos fueron necesarios para diluir el corporativismo que sostenía al
autoritarismo, y para permitir a las víctimas recuperar su figura de sujeto de derecho, ya no como
miembros de un colectivo o movimiento social.
Esto permite representar históricamente un contraste entre un pasado brutal y un futuro
desapasionado, imparcial y transparente como los procedimientos de enjuiciamiento impulsaron.
Los juicios para Malamud-Goti proveen una forma particular de encontrarse con el pasado, de
asignar responsabilidades individuales, de establecer una profundidad en la búsqueda de la verdad
y por sobre todo de escribir la historia reciente del país en un lenguaje de responsabilidad moral.
En 1985 hubo un gran juicio y procesamiento de los altos oficiales Videla y Massera, ambos
sentenciados a condenas de por vida, pero 1986 las investigaciones continuaron y Alfonsín pasó
bajo la presión de los militares que por medio de una serie de fallidos golpes de estado, lograron un
año después, que se firmara la ley de obediencia debida, que permitía a los oficiales militares
argumentar en su defensa que ellos actuaron bajo órdenes superiores y no ser punibles como
crímenes, los actos violentos que ellos cometieron.
Esta suerte de indulto continuó hasta 1990 cuando Carlos Menem, el sucesor de Alfonsín perdonó
a víctimas y victimarios en una amnistía llamada reconciliación nacional o punto final, liberando a
Videla y Massera entre otros.

CHILE
En el mismo año que Menem perdonó a los líderes de la junta militar, el dictador Augusto Pinochet
renunció, Patricio Aylwin fue elegido presidente bajo condiciones más estrictas aun que Alfonsín y
por ende no se realizaron procedimientos hacia los oficiales militares por violaciones a los
derechos humanos durante los 17 años de dictadura.
Pinochet deja entonces el poder luego de un plebiscito que pierde a diferencia de los militares
argentinos que no lo terminaron por decisión propia sino a partir del desastre de Malvinas. Pinochet
tampoco necesito leyes de amnistía ya que continuó en su cargo de senador vitalicio y muchos de
sus asociados también.
Aylwin en el año 1990 creó la Comisión nacional de verdad y reconciliación (Comisión Rettig) para
investigar las desapariciones políticas y las ejecuciones extrajudiciales ocurridas durante la
dictadura, como en la Argentina, la comisión marcó la transición entre la dictadura y el
restablecimiento de un modelo de moral liberal y democrático con pluralismo político.
Paradójicamente antes del golpe de estado, Chile fue uno de los países con una democracia más
estable en Latinoamérica.
José Zálaquett, profesor de ética y derechos humanos el noreste de Chile, miembro de la
Comisión, consideró que la misma ayudaba a crear el consenso sobre aquellos eventos que habian
dividido profundamente la comunidad. A diferencia de Argentina la Comisión Rettig no fue parte de
una política mayor de enjuiciamiento.
La investigación sobre abusos del pasado son necesarios para fortalecer la solidaridad social y al
mismo tiempo se legitiman estas consultas sobre los abusos incurridos, como afirma Nino.
Aylwin sostuvo que se debe enfatizar la búsqueda de la verdad, y la justicia dentro de lo posible, en
ese sentido el informe se realizó sobre hechos y circunstancias, de gran importancia ética que
transgredieron los valores humanos fundamentales.
Constituye esta comisión una política transicional hacia la reconstrucción moral de la sociedad
luego de un período de trágico quiebre, pero la sola referencia a las violaciones de derechos
humanos y actos de violencia no alcanza y necesita ese informe la referencia a las doctrinas
ideológicas que legitimaron aquellos hechos. Esta visión del pasado es similar a la propuesta por
Nino y Malamud-Goti.
Legalmente, la ambivalencia respecto a las conjeturas históricas se visualizan en el reporte final de
la Comisión donde se asume que todos los eventos son sujetos de diversas y contradictorias
versiones e interpretaciones y que como la crisis tiene raíces profundas de carácter
socioeconómico, la necesidad ultima de la comisión está en explorar estos últimos motivos. Este
reporte entonces es la historia de una justificación doctrinal de aquellas acciones políticas
éticamente inaceptables.
El punto de partida de la sección histórica de esta Comisión es la extrema polarización a partir de
la guerra fría, mencionando la revolución cubana por un lado y la contrainsurgencia de Estados
Unidos por otro, no pudiendo escapar Chile a esta situación.
Salvador Allende que presidía una coalición de partidos de izquierda, gobernaba con una agenda
de políticas que se centraban en la nacionalización de empresas y la reforma agraria, siendo esto
considerado para la Comisión como la fase final de esta polarización en Chile.
Los partidos de derecha y de centro temían por la propiedad privada y la seguridad, que al verse
afectadas, podían volver al país ingobernable.
La izquierda, en sectores seducidos por algunos extremistas, no pudieron evitar la confrontación
armada y la violencia se generalizó, dice el informe. Ante esto la única estrategia de la
centroderecha era la autodefensa, conformando grupos armados irregulares en las ciudades y el
campo para defender las propiedades y las empresas. En el informe algunas de las pasiones
retratadas fueron el miedo y la ceguera ante la total ausencia de cualquier discusión sobre
intereses y poder en juego.
El reporte final de la Comisión retrata las exigencias una crisis política y su rechazo para analizar
las raíces socioeconómicas de este quiebre, que llevaron a la presencia militar. Esta ausente
profundidad de análisis es la que se debe alcanzar en los análisis posteriores a la Comisión
investigadora.
Esta polarización social llevaba a modelos extremos para concebir una sociedad “total”, imposible
de admitir reformas o negociaciones, donde los individuos y los grupos pierden la fe en las
instituciones democráticas y se utiliza la violencia y la fuerza como medios de poder.
Los historiadores chilenos criticaron al reporte en su insistencia por la necesidad de establecer una
equivalencia moral entre la izquierda y la derecha, ignorando las demostraciones que tuvo Allende
respecto a pluralismo político y disposición al compromiso, en lugar de la confrontación ciega.
El reporte es evidentemente motivado por la oposición a Allende en defensa de la propiedad
privada, situándose ideológicamente a la derecha. Incluso la comisión fue más lejos sugiriendo que
la intervención militar contra Allende previno una catástrofe mayor, que es la de una división en los
cuadros oficiales de los militares, con la posibilidad de desatarse una guerra civil a partir de estas
facciones antagónicas internas. Está claro entonces que la Comisión exacerbó el concepto de
crisis.
La sensibilidad histórica fue la misma que la de los juristas argentinos, en ambos casos el tiempo
pasado era más mítico que histórico. El rechazo al examen de la polarización ideológica en el caso
de Chile, está motivada por intereses políticos y por un poder social, quedándose sólo en la
disociación amigo-enemigo de tinte psicológico similar a la de Nino y Malamud-Goti.

GUATEMALA:
Basada en una colección de más de 8000 testimonios sobre víctimas y otros afectados, la
Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) en Guatemala concluye en el año 1999 luego de
40 años de guerra civil y lucha contra la insurgencia de izquierda. Los militares cometieron 626
masacres, fueron responsables del 93% de los abusos a los derechos humanos, incluyendo más
de 200,000 asesinatos políticos y desapariciones. Esta Comisión adjudico a las guerrillas sólo el
3% de estas violaciones y 32 masacres.
El informe final se llamó “Memoria el Silencio, Guatemala” y fue más allá del hecho de dividir las
responsabilidades de la violencia entre el Estado y las guerrillas.
Comienza con una introducción que provee estadísticas y evidencias sobre la desigualdad social
extrema, respecto a la salud, educación, alfabetización y alimentación, acercándose estos valores
a los más injustos en el mundo, comentando al paso las causas y orígenes del conflicto armado en
Guatemala.
Éste informe fue administrado por las Naciones Unidas y contó con la ayuda de abogados de
comunidades trasnacionales de derechos humanos. Comparten con los casos argentinos y
chilenos la referencia a violaciones de los derechos relacionado a causalidades de injusticia social
y conflictos históricos. Lo que lo distingue respecto a Argentina y Chile, es que en Guatemala la
Comisión de Verdad no fue negociada por reformistas civiles esperando una transición hacia la
democracia. En Guatemala esta transición tuvo lugar una década antes, bajo supervisión de
poderes militares mientras que la guerra civil continuó. Aquí el éxito de la contra insurgencia fue
notorio.
Esta Comisión fue negociada por un liderazgo guerrillero por un lado y el comando armado militar
por otro, como parte conversaciones de paz realizadas en 1996, que desencadenaron no solo la
Comisión sino que llevaron al fin, a la guerra civil.
La Comisión sin embargo no tuvo el poder para registrar responsables individuales como testigos,
los nombres propios no pudieron ser utilizados en los procesamientos. A diferencia del caso
argentino y chileno, esta Comisión no define crímenes a examinar, ni el período considerado, ni la
metodología de trabajo.
Esta ambigüedad signo por compensación a esta Comisión de análisis históricos y sociales, y no
tantos testimonios como sucedió en otras comisiones.
La diversidad de su composición estaba dada por componentes extranjeros y nacionales
incluyendo a Cristian Tomuschat, jurista alemán en derechos humanos y Marcie Mersky, quien
redactó el informe final.
Los nacionalistas guatemaltecos asediados por los movimientos de derechos humanos, tuvieron
poca fe en que el informe y la Comisión puedan superar las injusticias del pasado, por otro lado los
movimientos pro-mayas de derechos culturales, reclamaron que no solamente la guerra sino toda
la historia nacional sea analizada bajo el prisma del racismo, demandando esta tarea a la
Comisión.
Otilia Lux de Coti, dirigente maya y docente, impulso la investigación de la tesis de que las
estrategias y tácticas militares estaban enfocadas hacia un objetivo indígena. Entre 1981 y 1983
denunciaron que hubo un genocidio (de las 200.000 victimas, históricamente un 83% eran mayas y
el 17% eran ladinos) bajo el gobierno de Ríos Montt.
La Comisión focalizó los efectos de una modernización sesgada para explicar la violencia política y
el autoritarismo trazando las raíces de una cultura política de intolerancia, similar al período del
colonialismo español.
En Argentina y en Chile no hubo intentos de pensar la conexión entre intolerancia y terror, sino que
se alegó que las variables psicológicas fueron las responsables de la violencia política, así como la
anomia y las estructuras sociales e intereses políticos. En Guatemala, al contrario se presenta la
intolerancia como producto de la polarización y no como una causa a priori.
La prohibición en el nombramiento de víctimas y victimarios, complicó el trabajo en las
construcciones de sentencias, aunque se insistió en examinar la mediación entre las causas
sistémicas de los estados de violencia, se sean económicas, por explotación, racismo y exclusión
política, y también de las ideas y acciones asociadas en las defensas y desafíos de aquel sistema.
Desde el siglo XIX la clase agrícola, en especial los agricultores de café, impusieron sus intereses
económicos en el estado y la sociedad. Estos agricultores ocuparon vastas tierras y se asociaron al
estado para asegurarse mano de obra barata principalmente, indios mayas. Una serie de leyes
laborales estrictas combinadas con expropiación de tierras incrementaron la subordinación
económica de los indígenas y guatemaltecos pobres. Éste modelo de desarrollo coercitivo
intensificado bajo las formas de la explotación colonial y el racismo, junto con el autoritarismo,
militarizaron el estado republicano. La crisis guatemalteca reciente, fue resultante del conflicto
entre los esfuerzos para reformar la sociedad y las medidas tomadas en su defensa, mientras que
la violencia del estado se dirigía fundamentalmente contra los excluidos, los pobres y los mayas, y
sus representantes que abogaban por una sociedad más justa.
Este círculo vicioso se creó a partir de injusticia social, que en su legítima protesta los actores
sociales en el marco de inestabilidad política, terminaban siempre con dos respuestas, represión o
golpes de estado.
Esta dinámica se revirtió durante 10 años a partir de 1944 cuando los reformistas democratizaron
Guatemala en su economía y política finalizando los trabajos forzados, legalizando los sindicatos
protegiendo los lugares de trabajo y estableciendo seguridad social y salud pública, expandiendo el
voto y realizando una reforma agraria.
El análisis realizado por la CEH sobre el golpe de estado de 1954 que ceró abruptamente este
período democrático, y que dicho golpe fue llevado a cabo por la agencia central de inteligencia
CIA, de Estados Unidos, se sitúa en contraste con lo analizado por la Comisión Rettig de Chile, que
derrocó a Salvador Allende, justificandolo en el 73 en el marco la Guerra Fría, in intermediación
evidente de EEUU.
La memoria del silencio guatemalteca fue cuidadosa en documentar el rol de Estados Unidos en el
golpe, sin focalizar exclusivamente los motivos en la política doméstica y en los intereses de clase.
Los defensores del orden establecido identificados en el reporte como: agricultores, militares e
Iglesia Católica se unieron con la clase media y amenazaron a las movilizaciones indígenas y
campesinas.
Mientras que el informe Rettig en Chile salva a los militares que dieron el golpe de estado como si
fuese un sacrificio nacionalista, en el caso guatemalteco se presenta a la intervención de la CIA
como un trauma nacional que tiene efectos políticos colectivos en una generación de modernos
jóvenes guatemaltecos de mente abierta. Tan drástico fue el cierre de los canales de participación
y tan extensivo los usos de la violencia de aquellos que se opusieron a la democracia, que
arrastraron a Guatemala durante cuatro décadas a una insurgencia guerrillera como efecto de tan
presión golpista, poniendo al Estado al servicio de una minoría en desmedro de la mayoría, dando
lugar a una guerra civil y a una sistemática violación de derechos humanos, a partir de 1954.
Lo relevante en este informe que no fue la metodología de trabajo, novedosa, sino su análisis de la
relación entre el terror y la formación de los estados. En muchas comisiones de la verdad, la
justificación de los hechos sangrientos son la baja moral que permite el terror político, oponiendose
esto al pluralismo liberal, y es el Estado el que en su debilidad institucional el que no puede
generar las normas para mantener a la sociedad unida y cae en estos oscuros valores.
En cambio la CEH en contraste, adopta otra posición diferente sobre el descenso de Guatemala en
el terror.
De las masacres cometidas por los militares y sus aliados el 80 o 90% ocurren en comunidades
rurales mayas, entre el 81 y el 83, encontrándose evidencias de actos feroces y atroces antes
durante y después de los asesinatos, de niños y mujeres incluso, destruyendo lugares sagrados,
símbolos culturales, y denostando el lenguaje e indumentaria indígena. En algunos sitios hasta el
80% de la población fue diezmada rompiendo el ciclo natural de la agricultura, generando
hambrunas. La diferencia a los otros informes es que estas atrocidades se realizaron en un plan
militar sistemático para crear el Estado, formarlo y no descomponerlo, incorporando a los
agricultores mayas desplazados, como mano de obra barata en las instituciones gubernamentales.
La debilidad para emplear metodología histórica y realizar juicios históricos permitió la Comisión
examinar con fortaleza la furia racista y determinar que esta un elemento de una ideología
dominante radicalizada por la circunstancia de la guerra. La insurgencia no siempre fue
caracterizada como comunista sino como resultante de los problemas sociales que tenían larga
data en el sistema social. Comenzaron pues adherir a la doctrina de seguridad nacional
guatemalteca a través de la construcción de una nación, principalmente a partir del militares de los
años 70, que rompieron con la tradición de ser corruptos gendarmes de terratenientes y oligarquías
agropecuarias, para emprender reformas administrativas en el gobierno y campañas
anticorrupción, buscando la legitimidad del estado, adoptando una nueva constitución, elecciones
presidenciales, desmilitarización de ciertas agencias estatales, y normalización de las relaciones
diplomáticas.
Este primer paso se realizó destruyendo la insurgencia durante los años 80, mediante las
masacres realizadas en las comunes mayas, identificada por la armada como base de rebeldes. A
nivel ideológico se distribuyó propaganda nacionalista por toda la nación, incluyendo mediante
políticas de alfabetización para qué a los indígenas se les facilite la adopción de nuevas ideas,
evitando que sean éstos manipulados por ideas extranjerizantes (comunistas).
Este genocidio, basado en el racismo (que representaba tambien a la unión y defensa del trabajo
agropecuario, de la distribución de la tierra y de identificación política antimilitar) no fue aceptado
como tal por los oficiales ni por el presidente Álvaro Irigoyen, que rechazaron la conclusión del
informe final de la Comisión, argumentando que los militares actuaron en defensa de la seguridad
nacional.
El combinado de la guerra civil y clasista, del nacionalismo acelerado, del anticomunismo, y la
influencia estadounidense, mas el racismo y la pobreza fueron un coctel fatal y permitió que las
fuerzas armadas consideren a los insurgentes como inferiores e infrahumanos, abogando por su
exterminio.

CONCLUSION:
Respecto a la discusión sobre la eficacia de las comisiones de verdad siempre se confunde la tarea
de las comisiones en documentar e interpretar los actos de violencia política con su función de
promover el nacionalismo y consolidar la legitimidad del Estado. Los debates y las críticas se
balancean entre la obtención de justicia a partir del castigo a los violadores de derechos humanos y
la necesidad de establecer una unidad nacional a partir de un proceso catártico de testimonios,
olvidos y reconciliaciones.
Los adhirientes a esto último enfatizan los beneficios terapéuticos de una confesión pública tanto
de víctimas como de perpetradores.
Por un lado están entonces los que apuntan a aplicar conceptos psicoanalíticos a lo político y lo
social y los que cultivan la paciencia necesaria para llevar a cabo procedimientos de enjuiciamiento
hacia los perpetradores.
Esto tomó fuerza en las comisiones de reconciliación y verdad (TRC) en Sudáfrica. Donde
autoridades morales y legales decidieron mediante amnistías y perdones, un avance hacia la
armonía nacional. Algunos defensores de esta postura fueron Alex Boraine y Desmond Tutu,
sugiriendo que esto puede servir como modelo para diversas crisis alrededor del mundo. Otros
sostienen que lo realizado en Sudáfrica fue una oportunidad perdida. Richard Wilson argumenta su
interpretación de la violencia política a través de la narrativa de la liberación, a partir de una ética
cristiana que demanda el abandono de la venganza y aboga por la reconciliación y la
jurisprudencia liberal.
Los méritos de valores tales como la armonía nacional y la reconciliación son asumidos en lugar de
ser examinados, reproduciendo una ideología ajena a las comisiones de verdad y dejando trabajos
por hacer o incuestionados.
Las comisiones de verdad que vimos en Argentina y Chile desarrollan una tarea indispensable en
el establecimiento de políticas. Como dice H.Arendt: “ya que la violencia siempre está presente en
la preservación de las sociales políticas, el truco del nacionalismo es transformar la violencia en
metáforas o cuentos universalmente aplicables”.
En el caso de Chile se forzó una negociación mucho más directa con el pasado a modo de
prevención de una ruina nacional, respecto al caso argentino que tuvo intenciones de hacer justicia
pero luego fueron desarticuladas por presiones políticas posteriores. (excluyendo la era K, a la
fecha de este trabajo).
Las comisiones de verdad transmutaron en ocasiones, las atrocidades de un régimen militar en
bastiones de afirmación de un nuevo orden liberal, manteniendo el orden de las cosas, a costa de
impunidad.
Carlos Nino y Jaime Malamud-Goti ofrecieron conscientemente una noción de violencia política
descontextualizada principalmente respecto a las relaciones sociales, con una valuación de la
moral liberal que trasciende a estas relaciones.
La realidad del poder político en donde las comisiones de verdad operaron subsecuentemente no
sólo en Chile o Guatemala sino en Uruguay, El Salvador y Perú, rompieron este nexo al haber
comisiones sin juicio, siendo esta era la segunda mejor opción descrita por Nino.
En el caso argentino y chileno, se evocó con astucia la apelación a ayuda internacional para
presionar en cada caso. Pinochet en 1998 fue arrestado en Londres, y luego de varios intentos
para extraditarlo para enjuiciarlo en España, desatando un debate sobre la ley de amnistía no solo
en España, sino en Chile donde las organizaciones de derechos humanos sostuvieron que al no
haber cuerpos recuperados por las desapariciones políticas, estos crímenes seguían impunes y no
estarían protegidos por la amnistía.
En respuesta a la demanda el gobierno chileno se creó la Comisión Nacional sobre la Detención
Política y la Tortura, que recibió testimonios de más de 35,000 chilenos sobre estas experiencias y
de sobrevivientes a detenciones no documentadas en la Comisión previa de reconciliación y
verdad, que sólo asentaba desapariciones, ejecuciones políticas y torturas terminadas en muerte.
En Argentina la reciente revocación de la ley de punto final y varias amnistías, en respuesta a la
presión de grupos políticos y organizaciones de derechos humanos, han reabierto las
investigaciones legales sobre violaciones a los derechos humanos durante la guerra sucia.
En Guatemala el terror del estado fue tan brutal y tan exitoso en destruir a la oposición política y
perpetuar el genocidio que se diferencia de Argentina y Chile, donde los juristas lograron disolver lo
moral y la responsabilidad legal. En Guatemala la CEH elaboró una serie de políticas y de
recomendaciones para prevenir la recurrencia a una política vertical a partir de la creación de una
sociedad más equitativa. Se lanzaron a la recomendación de una reforma impositiva progresista,
aumentando los gastos en necesidades humanas y de asistencia social, desmantelando los
aparatos de inteligencia represivos, reformando política, legal y económicamente las normas para
lograr la paz.
A diferencia de las comisiones de Argentina y Chile, la CEH brindo el conocimiento de que las
raíces de la violencia radical estaba en el choque entre los que luchan por una sociedad más
equitativa y aquellos que defienden el orden establecido.
Como crítica se ha dicho que la memoria el silencio focaliza demasiado en el análisis institucional e
histórico en un país con una democracia muy débil, y con una necesidad de profundizar y explorar
los motivos étnicos y psicológicos del terror para lograr de esta forma promover una cura colectiva
necesaria para encontrar una cohesión nacional (sostenido por algunos como la principal tarea de
estas comisiones de verdad).
En la presentación del informe en el teatro nacional de Guatemala en 1999 por el Comisionado jefe
Cristian Tomuschat, se argumentó entre emociones y lágrimas que a pesar de las críticas a la
izquierda, que alcanzaron incluso a Cuba por dar soporte a los rebeldes, se sostuvo que estas
facciones tuvieron una mínima responsabilidad en la magnitud y lo irracional de la violencia
inhumana padecida en el país, y que la violación de los derechos humanos fueron consecuencia de
una estructura y naturaleza de una sociedad guatemalteca arcaica, y no por el enfrentamiento de
dos partidos armados.
En esta naturaleza de la sociedad, el rol de los gobiernos de Estados Unidos y de las
corporaciones estadunidenses fue fundamental en mantener el injusto sistema socioeconómico
recesivo de Guatemala.
La armada nacional actuó en una ciega cruzada anticomunista sin reparar en un solo principio
jurídico, valor ético o religioso, resultando esto en una pérdida de todo tipo de moralidad humana. A
pesar del efecto catártico de la presentación del informe, el presidente la nación no subió al estrado
a recibir el informe y se quedó junto a los oficiales y militares del gobierno en silencio. Varios días
después el embajador estadounidense se deslindó de los cargos sobre esta complicidad,
argumentando que Guatemala necesita focalizar en el futuro y no en el pasado. Durante los últimos
cuatro años los gobiernos sucesivamente han ignorado las recomendaciones y hallazgos de la
CEH.
Como Argentina y Chile los grupos de derechos humanos ayudaron a la justicia en algunas pocas
victorias legales citando a la memoria el silencio como evidencia contextual.
Definitivamente su influencia más importante y su fortaleza no está solamente en los reportes con
cuadros estadísticos y análisis sociológicos, sino principalmente en la lucidez de sus conclusiones
históricas, que no cierran el debate, ni las puertas a futuras acciones judiciales.

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