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EL CANTO DE LA SIBILA EN LA CATEDRAL DE LEÓN.

La Navidad se amenizaba en la Catedral de León, durante el s. XVI, con villancicos,


representaciones que rememoraban la escena de los pastores, la conocida como
«remembranza que hicieron los pastores» y el cántico de la Sibila. De los tres, el que
aguantó mejor los cambios de gusto del público, fueron los villancicos. La obra teatral
relativa al anuncio de los pastores y la adoración al niño, se fue ruralizando poco a
poco, hasta no tener cabida en la catedral.

El cántico de la Sibila, si bien adquirió una gran importancia en las celebraciones del
cabildo, no aguantó más allá de las primeras décadas del s. XVII. Se desarrolló
primero en los monasterios y después en las catedrales e iglesias de primer orden. En
la parroquia de San Martín, en León, sabemos que en el año 1520 había un
cuadernillo con esta composición.

El cántico de la Sibila estuvo muy extendido en la Península, en las Baleares y otras


regiones del reino de Aragón —Cerdeña sobre todo donde aún se canta— al menos
desde el s. XV. En España se conservan documentos acreditativos en muchas
catedrales, siendo las de Toledo, Córdoba, Valencia y Oviedo donde encontramos los
más representativos. Mención aparte merece la Sibila de la catedral de Palma, que se
ha mantenido prácticamente sin interrupción hasta nuestros días. Hace una década ha
sido reconocida por la Unesco como patrimonio universal. En León, que es la que nos
interesa en este artículo, afortunadamente se ha recuperado este año gracias al
empeño que ha puesto el maestro de capilla Samuel Rubio.

Las sibilas fueron profetisas de los gentiles que hicieron también sus vaticinios sobre
el Salvador. La Eritrea, que es la que se representa en la noche de Navidad, tiene
cabida en los templos de las ciudades y sedes catedralicias, porque profetizó sobre el
nacimiento de un redentor que salvaría al mundo en el juicio final. Los versos que se
cantan denominados Iudicii Signum, o profecía del fin del mundo, son una advertencia
de lo horrible que será la segunda venida de Jesucristo: «Señal de juicio: la tierra se
humedecerá de sudor. Vendrá del cielo el Rey que reinará por los siglos. Quemará en
el fuego las tierras; desbaratará las puertas del sombrío averno... Descubriendo los
actos ocultos cantará cada uno sus secretos, y abrirá Dios los corazones a la luz…
Pero entonces la trompeta lanzará triste sonido desde el alto orbe, lamentando el
miserable espectáculo y los múltiples agobios, y abriéndose la tierra dejará ver el caos
del Tártaro… Bajará fuego del cielo y un torrente de azufre». Los versos atribuidos a la
profetisa, que según la traducción figuraban en los denominados Libros sibilinos fueron
rescatados a mediados del s. II por un cristiano de origen hebreo, que aprovechó las
figuras de las pitonisas para introducir un discurso dramático invitando a cristianos,
paganos y hebreos a convertirse. Pero, al parecer, sus contemporáneos cristianos de
Roma no aceptaron de buen grado que una Sibila hubiese profetizado algo bueno
sobre el Redentor. Hubo una amplia mayoría que se negó a aceptarlos entre la
literatura cristiana. Por el contrario, una minoría, quizás más culta o más tolerante con
la cultura clásica, no puso ningún impedimento. A esta minoría pertenecía san Agustín
(354-430) quien en su obra La Ciudad de Dios afirma: «Esta sibila Eritrea o como
piensan otros de Cumas, en toda profecía no tiene parte alguna que pueda referirse a
los dioses falsos o fabricados… Antes bien habla tan abiertamente contra ellos que
parece ser catalogada entre los que pertenecen a la ciudad de Dios». La opinión del
santo de Hipona fue decisiva para que los versos tomaran carta de ciudadanía en la
iglesia. Se rezaban en los maitines de Navidad, al menos desde el s. VIII, en los
monasterios e iglesias de cierto renombre. En el s. XI comienzan a aparecer textos
musicados, pero no será hasta el s. XIV cuando se desarrollen plenamente, hasta el
punto de que en el s. XV se habían configurado como una atracción artística porque a
la belleza musical se había añadido una rica tramoya y unos escenarios de gran
efectismo.

¿Cuándo comenzó el canto de la Sibila en la catedral de León? No lo sabemos a


ciencia cierta, pero para el año 1452 estaba plenamente incorporado a la celebración
navideña, según nos transmite D. Raimundo Rodríguez, el primero en tratar este tema.
En el libro de Actas y cuentas del cabildo se anota: «Navidad: este día, mandó el
provisor que diesen a la Sevilda e a los juglares que fueron con ella veinte
maravedíes».

El protagonista principal era un muchacho de coro al que el maestro de capilla


preparaba a conciencia, como consta en las cuentas de 1520, en las que se alude al
pago de una cantidad por «adiestrar la sevilda con el trabajo de que la atavió». En el
documento se alude a la preparación musical, pero también al responsable de su
indumentaria. Por los documentos que publicó Raimundo Rodríguez, hace casi setenta
años, en León, la pitonisa accedía a la catedral montada en un caballo blanco
ricamente enjaezado, con gran séquito de músicos y danzantes. Y allí en un escenario
de gran ampulosidad cantaba los versos. Su traje era riquísimo. La saya de la Sibila
era de seda de color, la toca de plata, adornada con cintas nacaradas y tiras de oro
cosidas sobre sedas de color blanco y carmesí. Llevaba en la mano una espada con la
que remarcaba los gestos amenazantes según lo pedía el texto, y es probable que
también con ella destruyera una especie de piñatas que dejaban caer sobre los
asistentes los dulces tesoros que ocultaban y por los que se peleaban los asistentes.

Si la indumentaria de la protagonista era fastuosa, la de los acompañantes no lo era


menor. Se hacía rodear de una comparsa de mozos del coro, siendo su guardia de
honor unos niños, también del coro. Estos últimos vestidos con medias negras y rojas.
Llevaban cosidos al traje pequeños cascabeles que recalcaban el ritmo de los pasos
de la danza y los movimientos y evoluciones de la comparsa.

No se representaba todos los años, pero existía en el ambiente una conciencia difusa
de ser una obra tradicional en la Catedral. En un documento de 4 de diciembre de
1581 se deja constancia de que los canónigos «ordenaron y mandaron que de aquí en
adelante la noche de Navidad se cantase la Sibila como ha sido costumbre en esta
iglesia…». Para ello mandan al administrador provea de lo necesario, y al maestro de
capilla que instruya al muchacho que mejor cante. Sin embargo en el mismo
documento también se encarga al maestro de ceremonias se informase de Toledo « a
qué tiempo y hora se ha de cantar». Lo cual da a entender que la costumbre no era
tanta costumbre, y que lo que se pretende, en este momento, es recuperar un acto
apreciado por el público, y hacerlo con las mayores garantías de autenticidad.

Una de las posibles razones por las que no se cantaba todos los años es porque al
convivir con los villancicos cantados por los niños del coro, a veces no había cantores
suficientes, o al menos protagonistas de categoría. Eso debió de suceder en la
navidad de 1594, según el investigador Menéndez Peláez. Ese año los canónigos de
León pidieron al cabildo de Oviedo «envíen un niño de buena voz, que cante la Sibila,
porque allá no la tienen». Los canónigos astures accedieron al envío, encargando al
director del coro que, siempre que no se descabalase la función ovetense, preparase
al niño como pedían los leoneses.

En las postrimerías del s. XVI la tradición estaba muy debilitada, de manera que si en
las primeras décadas del s. XVII empiezan a faltar las referencias a su ejecución, es
porque simplemente había desaparecido. La normativa salida del Concilio de Trento
contra este tipo de espectáculos se impuso en León sin grandes problemas. Diríamos
que vino a enterrar dignamente una función ya inexistente, lo cual no se produjo tan
súbitamente con otras tradiciones también catedralicias: Los obispillos y los villancicos.
Y es que estas funciones no requerían de tan grandes presupuestos como la Sibila.
Las cuentas de 1596, una de las últimas, dejan constancia del dispendio, pero además
nos muestran el estado de cuentas del cabildo, porque en una nota añadida dice que
los artículos comprados a un joyero no se pueden pagar por no haber dinero, y que se
deja para el año siguiente.

El cántico de la Sibila en la catedral de León fue, desde sus inicios, una obra de gran
predicamento entre el pueblo. Seguro que en esta nueva etapa que se inaugura este
año, gracias a la generosidad del Cabildo catedralicio y a los esfuerzos de D. Samuel
Rubio, será más larga y completa. El rigor con que se ha afrontado merece que esta
nueva manifestación de patrimonio cultural inmaterial sirva para enriquecer, aún más,
nuestra cultura tradicional.

De origen incierto, la Sibila es una sacerdotisa que profetiza el futuro y hunde sus raíces en
la mitología griega y latina. Los Oráculos sibilinos fueron compilados por un erudito
bizantino de origen judío. En el siglo IV el apologeta latino convertido al cristianismo
Lactancio describió una decena de sibilas, de Delfos a Persia –se cree que puede ser la
misma y recibe distintos nombres según el lugar donde oficiaba–, y tradujo sus mensajes al
latín para combatir la herejía arriana. Miguel Ángel representó en los frescos de la Capilla
Sixtina cinco sibilas. La eritrea, de brazos potentes y acentuado torso, aparece pasando las
hojas del libro en el que estaba escrito lo que habría de suceder. Encontramos su efigie
también en el pórtico occidental de la catedral de León.

Fue san Agustín, en el siglo V, quien introdujo definitivamente a la Sibila eritrea en la tradición
cristiana. En La ciudad de Dios narra que, disertando sobre Cristo con el procónsul Flaciano, éste le
mostró un códice griego en el que estaban copiados unos versos de la pitonisa. Se trataba de una
composición acróstica que formaba la frase: “Iesus Chistus, Dei filius, Salutator”, esto es, el origen
divino de Jesucristo predicho desde tiempos inmemoriales. San Agustín inc luyó la traducción latina
de los versos en su obra y pasó a formar parte de la liturgia cristiana durante la Edad Media. En
torno al siglo X aparece por primera vez como composición musical con estribillo en un manuscrito
de la abadía benedictina de San Marcial de Limoges y arraiga definitivamente en el sur de Europa a
partir del siglo XII, por lo general en las catedrales.

El Concilio de Trento, a mediados del XVI, suprimió toda veleidad pagana, pero tal era la
popularidad que había adquirido el Canto de la Sibila que se mantuvo en algunos lugares y ha
sobrevivido hasta nuestros días. Las representaciones, con distintas variantes, tenían lugar durante la
Misa del Gallo. Un niño ataviado como una doncella (no se admitía a mujeres en el presbiterio) y
acompañado de gran aparato escénico hacía su aparición en la iglesia portando una espada desnuda.
Desde el altar y seguido o subrayado por el coro, entonaba su canto profético que anunciaba el fin
del mundo y el juicio final. La señal del juicio, afirma uno de los estribillos, es que “la tierra se
cubrirá de sudor”.
A partir del siglo XIII hay testimonios de que se usaba ya la lengua vernácula. La versión musicada
más antigua, en gallego, se encuentra en las Cantigas de Santa María, de Alfonso X el Sabio, a la
que siguen, en catalán, la que se conserva en el archivo de la catedral de Barcelona y la de Pollença
en Mallorca. Los aderezos de la Sibila de Barcelona incluían un par de guantes, un traje, una peluca
y una cola peluda que le daba apariencia de sirena. La versión que se ha representado en la catedral
de Palma de Mallorca casi sin interrupción durante los Maitines del día de Navidad fue declarada en
2010 Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

El musicólogo Raúl Luis García se ha dedicado los últimos años a estudiar y catalogar un pecio de
cantorales que fueron llegando a la Biblioteca Nacional fruto de las amortizaciones y del abandono.
Son enormes libros corales o de facistol en pergamino que repiten los cantos litúrgicos, obsolet os
desde comienzos del XIX, pero que para los monasterios y las iglesias habían constituido un signo
distintivo y una fuerte inversión, por lo que muchos presentan enmiendas y añadidos. En un
antifonario de la segunda mitad del siglo XVI (MPCANT/73) alguien había incorporado, al final,
cuatro folios, sin duda más antiguos, que nada tenían que ver con el cantoral.

Después de muchas dudas y consultas, se confirmó la primera sospecha: era una versión desconocida
en castellano del Canto de la Sibila. Además de 28 en latín, se conocen seis en catalán, seis en
castellano y dos en gallego de sendos manuscritos de las Cantigas, pero esta era la más extensa en
lengua romance. Hay un bifolio inicial perdido, por lo que no es fácil establecer el número de versos
que componían el canto; las cuatro hojas conservadas contienen 11 estrofas –la primera incompleta–
que no coinciden con ninguna otra versión. La notación musical también presenta variantes con
respecto a las fuentes conservadas y la asemejan con otros manuscritos de la catedral de Toledo, su
origen más que probable. El Departamento de Música de la Biblioteca Nacional vivió días de euforia
y la catedral toledana, que está volviendo a recuperar la tradición y donde se representó hasta
comienzos del siglo XX, ya se ha interesado por el hallazgo, si bien –herencia tridentina– lo incluye
en un capítulo de celebraciones “paralitúrgicas”.

Vestida, en la tradición toledana, con sayal blanco en forma de alba, cenefas bordadas en cuello y
muñecas y una cinta ancha de color rojo alrededor de la cintura, ceñía su cabeza con una corona de
flores. Su irrupción estelar precedida por dos ángeles y dos clerizones con hachas encendidas, un
pertiguero y un guarda del templo, sobrecogía a los fieles. Con su voz angelical entonaba las más
terroríficas premociones. “Juicio fuerte será dado y muy cruel de muerte”, reza el estribillo. Este es
el mensaje de rechinar de dientes que nos trasmite la Sibila desde la más insondable antigüeda d

En la Europa medieval muchas celebraciones litúrgicas se acompañaban de representaciones y dramas de


carácter didáctico y moral, para hacerse más comprensibles para el pueblo. Los dramas sacros más
populares y más extendidos eran los relacionados con los ciclos de Navidad y Pascua.

Con los siglos, estas representaciones, realizadas en los templos y transmitidas mayoritariamente por
tradición oral, fueron evolucionando y cambiando, hasta que la Iglesia dejó de considerarlas útiles y las
descuidó e incluso las prohibió de manera expresa en el Concilio de Trento.

El canto de la Sibila (cant de la Sibil·la ).

El canto de la Sibila (cant de la Sibil·la, en mallorquín) fue una de las dramatizaciones medievales del
ciclo de Navidad que más arraigaron en la península y, sobre todo en Mallorca, donde llegó tras la
Conquista de Jaime I. Este canto, del que se conservan diferentes manuscritos del siglo X (Ripoll,
Córdoba) pertenecientes a la liturgia mozárabe, se representó por toda la península con más o menos
continuidad hasta las prohibiciones surgidas del Concilio de Trento.

El Canto de la Sibila es un drama litúrgico de melodía gregoriana; consiste en que, antes de empezar la
Misa del Gallo, el día de Nochebuena, un niño disfrazado de mujer (representación de la Sibila Eritrea,
un personaje de la mitología clásica que vaticinaba el fin del mundo) se coloca empuñando una espada, de
forma muy teatral, en las gradas del altar mayor, donde entona, con la belleza del canto gregoriano y la
magia de las voces infantiles una serie de estrofas sobre el Juicio Final, intercalándolas con el estribillo
‘Juicio fuerte nos dé Dios’.

En la actualidad se canta todavía en las iglesias de Mallorca durante la Misa del Gallo (destacan la
catedral de Palma y el Monasterio de Lluc) y también se hace en otros lugares, como la catedral de
Toledo, en la que están tratando de recuperar la costumbre en estos últimos años.

Suelen interpretarlo niños mientras recorren el templo. Al final hacen con una espada una cruz en el aire.
Respecto a la Sibila, es una profetisa del fin del mundo de la mitología clásica que se introdujo en el
cristianismo porque en el fondo la idea es similar al concepto bíblico del juicio final.
La Sibila pronunciaba un largo oráculo, encabezado por las palabras Judicii Signum, donde profetizaba
la venida de Jesucristo como juez y donde describía los sucesos de la llegada del fin del mundo.

Se conservan algunas versiones en latín, catalán y muy pocas en castellano, ya que en Castilla la
costumbre tuvo menos arraigo.

La reforma del culto introducida después del Concilio de Trento, como queda dicho, supuso la
desaparición en las celebraciones litúrgicas de la mayoría de estas representaciones y dramas no
puramente religiosos que se celebraban en toda Europa. Así, en el Breviario romano, que Pío V publicó
en 1568 siguiendo las directrices del Concilio, no figuraba el sermón pseudo agustiniano en los maitines
de Navidad, quedando la Sibila fuera de la liturgia.

Durante este tiempo en que fue prohibida o sólo tolerada, se eliminaron la mayor parte de los
complementos teatrales y el canto quedó configurado escénicamente prácticamente como lo conocemos
hoy en día.

En cualquier caso, y si bien fuera de la liturgia, el canto de la Sibila se continuó celebrando en los siglos
siguientes, hasta convertirse en la tradición navideña más antigua y singular de Mallorca.

El canto de la Sibila volvió a su lugar natural, la liturgia, con la reforma del Vaticano II, con la
aprobación por la Santa Sede, en 1967, de una orden de celebración de la Nochebuena en Mallorca, donde
se vuelve a introducir el canto.

La Sibila: Bien de Interés Cultural Inmaterial y Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad


por la UNESCO

La singularidad y relevancia que tiene el canto de la Sibila dentro del imaginario colectivo de los
mallorquines, su carácter de representación ritual, ligado a un tiempo (la Navidad) ya un territorio
(Mallorca), así como sus características únicas, lo hacen merecedor, en virtud de la Ley 12/1998, de 21 de
diciembre, del patrimonio histórico de las Islas Baleares, de ser considerado como uno de los bienes más
relevantes del patrimonio histórico de las Islas Baleares y, por tanto, de una protección individualizada,
que, tal y como señala la citada ley, es la de Bien de Interés Cultural. El hecho de constituir a la vez un
canto único y múltiple, por sus raíces comunes y por sus diferentes maneras interpretativas, hacen que
esta declaración afecte por igual a todas las versiones interpretadas en la actualidad y que se adapten al
esquema interpretativo, textual y musical descritos, por lo que según declaración del 13/12/2004 (BOIB
25, 15/02/2005, BOE 60, 11/03/2005), La Sibila es Bien de Interés Cultural inmaterial .

A finales de julio de 2009, el Departamento de Cultura y Patrimonio del Consell de Mallorca inició una
primera campaña de recogida de firmas para apoyar y reforzar la candidatura de la Sibila como
Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO.
Tal como establece el protocolo de la demanda, y para cumplir con los plazos establecidos, el
Departamento de Cultura y Patrimonio remitió el 24 de agosto, en la primera fase, un informe detallado
sobre la Sibila en la UNESCO, acompañado de más de 2.000 firmas recogidas para reforzar la
candidatura.
El 16 de noviembre de 2010, la UNESCO decidió, durante la quinta sesión del Comité
Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial celebrada en Nairobi, incluir
el Cant de la Sibil·la en su Lista Representativa.

El canto de la sibila se ha convertido en algo que está siendo cada vez más conocido, pero que
continúa dentro de la tradición arcana, ancestral de nuestra península ibérica.

Eran historias (de contenido sagrado), dramas litúrgicos que se solían cantar/contar en la misa
del gallo y que está presente en nosotros desde la Edad Media (aunque su presencia es hoy
muy escasa).

Los primeros ejemplos surgieron en Francia en pleno imperio carolingio.

De hecho, en algunos pueblos del este de la península se han vuelto a revivir estos dramas,
como en Onteniente.

En 2010 se convirtió en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. ¡Hoy te traigo un fragmento de


nuestra historia más preciada!

Se trata de la Sibila latina, conservada en un manuscrito mozárabe del siglo X en Córdoba.


Comienza con un versículo poderoso, aterrador (para le época) como es este: Iudicii signum
tellus sudore madescet (“El día del juicio toda la tierra se empapará de sudor”).

El mensaje que se pretendía dar con ese texto era claro, para una persona medieval, siempre
con el horizonte del Juicio Final presente y amenazante.

El texto del canto es poderoso y sugerente, a la vez que la música, siempre con intención de
captar la atención del oyente.

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