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EL MARXISMO Y LA RELIGIÓN

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Alan Woods *

El materialismo filosófico y la ciencia


Los marxistas se basan en el materialismo filosófico que niega la exis-
tencia de cualquier ente sobrenatural o de algo externo a la naturaleza.
Hoy la propia naturaleza nos proporciona sus propias explicaciones sobre
el origen de la vida y el universo.
La ciencia ha demostrado que la humanidad ha evolucionado, como el
resto de las especies, a lo largo de millones de años y que la propia vida
evolucionó a partir de la materia inorgánica. No puede existir el cerebro
sin un sistema nervioso central, y no puede existir un sistema nervioso
central sin un cuerpo material, sangre, huesos, músculos, etc. Al mismo
tiempo, hay que mantener el cuerpo con comida que también procede de
un entorno material. Los últimos descubrimientos genéticos conseguidos
por el proyecto genoma humano han aportado la prueba indiscutible de la
visión materialista.
La revelación de la larga y compleja historia del genoma, durante tanto
tiempo oculta, ha provocado discusiones sobre la naturaleza de la huma-
nidad y el proceso de creación. Resulta increíble que en los inicios del si-
glo XXI las ideas de Darwin todavía sean desafiadas por el llamado mo-
vimiento creacionista en EEUU el cual pretende que los escolares esta-
dounidenses piensen que Dios creó el mundo en seis días, al hombre del
polvo y a la primera mujer a partir de una de sus costillas.
Los últimos descubrimientos finalmente han demostrado lo absurdo
que es el creacionismo. Han terminado con la idea de que las especies fue-
ron creadas por separado y el hombre, con su alma eterna, fue creado es-
pecialmente para cantar alabanzas al Señor. Ahora es evidente que los
humanos no son creaciones únicas. Los resultados del proyecto genoma
humano demuestran de una forma concluyente que compartimos los ge-
nes con otras especies y estos genes tan antiguos son los que nos han ayu-

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Nacido en Swansea (Gales) en 1944, es licenciado en filología rusa por la Sussex University, Moscú y
Sofía. Ha jugado un papel relevante en la defensa de las ideas del marxismo en el seno del movimiento
obrero británico e internacional. Ha escrito numerosos artículos y documentos sobre el marxismo en
inglés y en castellano, y es coautor, con Ted Grant, del polémico libro “Lenin y Trotsky, qué defendieron
realmente” y de “Razón y Revolución. Es además editor la web “www.marxist.com" y es Co-Fundador
junto con Ted Grant de la Tendencia Marxista Internacional que en estos mo mentos agrupa a marxistas de
los cinco continentes y esta presente en aproximadamente 30 países. Por ultimo señalar que es el impulsor
de la campaña de solidaridad con la revolución venezolana "Manos Fuera de Venezuela"

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dado a ser lo que somos. Los humanos compartimos genes con otras espe-
cies que se remontan a las nebulosas del tiempo.
En realidad, una pequeña parte de esta herencia genética común se
puede remontar a organismos tan primitivos como la bacteria. En muchos
casos, los humanos tienen exactamente los mismos genes que las ratas,
ratones, gatos, perros e incluso la mosca del vinagre. Los científicos han
encontrado que los humanos compartimos aproximadamente 200 genes
con la bacteria. De esta forma se ha llegado a la prueba final de la evolu-
ción. Y sin la necesidad de intervención divina.

¿Vida después de la muerte?


A pesar de todo el avance científico ¿por qué la religión todavía se encuen-
tra tan arraigada en la mente de millones de personas? La religión ofrece
a los hombres y mujeres el consuelo de una vida después de la muerte. El
materialismo filosófico niega esta posibilidad. La mente, las ideas y el al-
ma son el producto de la materia organizada de una forma concreta. La
vida orgánica surge en determinado momento de la vida inorgánica, e
igualmente, las formas simples de vida -bacteria, organismos unicelula-
res, etc.,-evolucionan hacia formas más complejas con una columna ver-
tebral, un sistema nervioso central y un cerebro.
El deseo de vivir para siempre es tan antiguo como la propia civiliza-
ción ―proba-blemente más antiguo―. Hay algo en nuestro ser que se re-
siste a la idea de que “yo” algún día dejaré de existir. Y ciertamente, re-
nunciar para siempre a este maravilloso mundo, a las flores, la luz del sol,
el viento en la cara, el sonido del agua, la compañía de los seres queridos -
entrar en un reino infinito de la nada- es duro e incomprensible. Los
humanos buscaban una comunión imaginaria con un mundo espiritual no
material donde -pensaban- una parte de ellos viviría para siempre. Este
fue uno de los mensajes más fuertes y duraderos de la cristiandad: “puedo
vivir después de la muerte”.
El problema es que la vida que la mayoría de hombres y mujeres viven
en la sociedad actual es tan dura, insoportable o carente de sentido, que la
idea de una vida después de la muerte a veces es la única forma de dar
algún significado a la propia existencia. Volveremos más tarde a esta cues-
tión tan importante. Pero mientras, analicemos el significado exacto de la
existencia de la vida después de la muerte.
Se trata de un problema antiguo del que se ocupó entre otros el filóso-
fo neoplatonista griego Plotino que señalaba lo siguiente sobre la inmorta-
lidad: “Ésta es inexplicable, si dices algo de ella la conviertes en particu-
lar”. Esta misma idea se puede encontrar en los escritos indios relaciona-
dos con el alma. Para los filósofos y teólogos el alma es solo una “noche en

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la que todas las vacas son negras”, como decía Hegel. Y en la vida cotidia-
na las personas hablan con confianza del alma y la vida después de la
muerte.
Se supone que el alma es inmaterial. Pero, ¿existe vida sin materia? La
destrucción del cuerpo físico significa el final del ser individual. Los billo-
nes de átomos individuales que forman nuestro cuerpo no desaparecen,
sino que reaparecen formando combinaciones diferentes. En ese sentido
todos somos inmortales, porque la materia no se puede crear ni destruir.
Es verdad que existen espiritualistas que insisten en que oyen voces aun-
que no haya presencia de seres físicos. La respuesta es bastante sencilla: si
hay voz, debe haber cuerdas vocales ―si no no podría existir la voz―. No
se puede separar ninguna de las manifestaciones de nuestra actividad vi-
viente del cuerpo material.
La idea común de la “vida después de la muerte” es más o menos una
continuación de la vida que llevamos sobre la tierra (ya que no conocemos
otra). Después el alma abandona el cuerpo y al parecer “despierta” en una
tierra maravillosa donde milagrosamente nos unimos a nuestros seres
queridos, para una vida de goce eterno en la cual la enfermedad y la vejez
desparecerán. Basta con hacer la pregunta de una forma concreta para ver
que es imposible. Si consideramos todas las cosas que hacen que merezca
la pena vivir: buena comida, buen vino (para los ingleses una buena taza
de té cargado), cantar, bailar, abrazos, hacer el amor, etc., rápidamente
será evidente que todas estas actividades van inseparablemente unidas al
cuerpo y sus atributos físicos. Los pasatiempos más cerebrales como
hablar, leer, escribir y pensar están igualmente unidos a nuestros órganos
corporales. Lo mismo ocurre con la respiración o cualquier otra actividad
de lo que se llama vida.
Una existencia que carezca de todo sufrimiento y dolor sería intolera-
ble para los seres humanos. Un mundo donde todo es blanco sería igual a
un mundo en el que todo es negro. Desde un punto de vista estrictamente
médico el dolor tiene una función importante. No sólo es un mal, también
es un aviso de que algo funciona mal en nuestro organismo. El dolor es
parte de la condición humana. No sólo eso: el dolor y el placer están
dialécticamente relacionados. El placer no podría existir sin el dolor. Don
Quijote explicaba a Sancho Panza que la mejor salsa era el hambre. De la
misma forma que descansamos mejor después de un período de intenso
esfuerzo.

La muerte es una parte integral de la vida.


La vida es inconcebible sin la muerte. Comenzamos a morir en el
mismo momento en que nacemos, por que la vida es al mismo tiempo la

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muerte de billones de células y su sustitución por otros millones de células
nuevas, este proceso es el que constituye la vida y el desarrollo humano.
Sin la muerte no puede existir la vida, el crecimiento, el cambio o el desa-
rrollo. Al intentar separar la muerte de la vida ―como si las dos cosas pu-
dieran estar separadas― se llega a un estado de absoluta inmutabilidad,
inalterabilidad y a un equilibrio estático. Este es sólo otro sinónimo de la
muerte. No puede existir vida sin cambio o movimiento.
¿Qué hay de malo en creer en otra vida? Podría parecer que no dema-
siado. Pero ¿por qué maleducar a hombres y mujeres animándoles a cons-
truir su vida alrededor de una ilusión? En la medida que apartamos las
ilusiones, vemos el mundo como es en realidad y como somos realmente
nosotros, entonces podemos adquirir el conocimiento necesario para
cambiar el mundo y a nosotros mismos.
Lo que somos como individuos está íntimamente relacionado con
nuestros cuerpos materiales y no con una existencia separada. Nacemos,
vivimos y morimos, como los demás organismos vivientes del universo.
Cada generación debe vivir su vida y preparar el camino para las nuevas
generaciones que están destinadas a ocupar nuestro lugar. La aspiración a
la inmortalidad, el derecho imaginario a vivir para siempre, es egoísta y
poco realista. En lugar de malgastar el tiempo intentando alcanzar “otro
mundo” no existente, es necesario esforzarse por hacer que este mundo
sea un lugar mejor para vivir. Para la gran mayoría de hombres y mujeres
que han nacido en este mundo la pregunta más correcta no es ¿hay vida
después de la muerte? sino ¿hay vida antes de la muerte?
Saber que esta vida es fugaz, que nosotros y nuestros seres queridos no
vamos a estar aquí para siempre, lejos de provocar consternación, debería
inspirarnos un amor apasionado por la vida y un ardiente deseo de hacer
todo lo mejor que podamos. Sabemos que una flor nace sólo para marchi-
tarse, y en cierto sentido, esta transición de la floración es lo que da la flor
una belleza trágica. Pero también sabemos que cada primavera la natura-
leza florece de nuevo, que el eterno ciclo de nacimiento y muerte es la
esencia de todas las cosas vivientes y da a la vida su sabor agridulce, la
comedia y la tragedia, la risa y las lágrimas, que convierten a la vida en un
rico mosaico de sensaciones. Este es nuestro destino inexcusable como
seres humanos. Somos humanos y no dioses, y por lo tanto debemos acep-
tar nuestra condición humana. Sobre los dioses tenemos la desventaja de
ser mortales. Pero también tenemos una gran ventaja sobre ellos, noso-
tros existimos en carne y hueso, mientras que ellos son un simple produc-
to de la imaginación.

¿Una conclusión pesimista?

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El materialismo como filosofía tiene una larga y honorable historia.
Los primeros filósofos jónicos griegos eran todos materialistas. Según
cuenta Platón, Anaxágoras -uno de los más destacados y tutor de Pericles-
fue acusado de ateísmo. Protágoras (415 a. C) dice con la ironía habitual
de un sofista:
“Con relación a los dioses he sido incapaz de llegar a determinar
su existencia o no, tampoco su forma debido a las muchas cosas que
dificultan el logro de este conocimiento, tanto por la oscuridad de la
materia como por la brevedad de la vida humana”.
Diágoras, un contemporáneo, fue aún más allá. Cuando alguien dirigía
su atención a las lápidas votivas de un templo erigidas por los agradecidos
supervivientes de un naufragio, él respondía: “Los que se ahogaron no
colocaron las lápidas”.
¿Acaso la comprensión materialista significa una visión de la vida pe-
simista o nihilista? Todo lo contrario. La condición previa para una vida
plena y satisfactoria sobre la tierra es que adoptemos una visión real de
las cosas.
Una de las visiones más humanas y sublimes de la vida es la filosofía
de Epicuro ―ese genio de la antigüedad que junto con Demócrito y Leuci-
po descubrió que el mundo estaba formado por átomos―. Epicuro (341-
270 a. C.), cuya memoria ha sido calumniada durante siglos por la Iglesia,
deseaba liberar a la humanidad del tormento del miedo, y particularmen-
te, del miedo a la muerte. Tenía una visión alegre y optimista de la vida. El
mismo día de su muerte hizo el siguiente comentario: “Es un buen día pa-
ra morir”.
Los estoicos, que predicaban una hermandad universal en la que todos
seríamos miembros de una gran mancomunidad, creían que, como el uni-
verso es indestructible entonces las almas de todos los hombres sobrevi-
ven a la muerte, pero no como individuos. Y como nada puede ocurrirnos
porque es el curso y la constitución de la naturaleza, entonces no hay que
temer la muerte. Fue un estoico el que dijo primero que “todos los hom-
bres son libres”. El estoicismo tuvo una gran influencia en la cristiandad,
a través de los escritos de Epictetus y Marco Aurelio. En realidad los es-
toicos no creían en un dios (utilizaban la palabra theos, pero con un senti-
do completamente diferente al dios cristiano), afirmaban que el hombre
sabio era igual a Zeus. Su idea no era ir al cielo, sino vivir una buena vida
que identificaban con la apatheia, pero que no significaba apatía, sino el
control de las emociones.
Realmente, la mayoría de las personas de la antigüedad parecía ser in-
diferente a la cuestión de lo que ocurriría después de la muerte. La “vida”
después de la muerte de los griegos era un lugar particularmente poco

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atractivo, gris, un mundo triste de espíritus vacilantes. Los egipcios tenían
una visión más atractiva del otro mundo, en él había comida y vino, músi-
ca, mujeres desnudas danzando, y por lo tanto sería necesario ser abaste-
cidos por un ejército de esclavos. Pero, para los egipcios, el otro mundo
era el monopolio de la clase dominante, cuyas tumbas monumentales
mostraban la misma riqueza ostentosa y lujo que habían disfrutado en
vida. En China y otras sociedades clasistas primitivas, la clase dominante
miraba con una ecuanimidad sorprendente a la posibilidad de un infierno
futuro ardiente, preferían dedicarse al tranquilo goce de sus riquezas en
vida, mientras dejaban que el futuro cuidase de sí mismo. Sin embargo,
para los pobres la aceptación pasiva de un mundo de dolor y sufrimiento
en este valle de lágrimas es un precio a pagar ante la promesa de un futu-
ro feliz más allá de la tumba. Esta promesa ha llevado a millones de hom-
bres y mujeres al olvido, agotándose en una vida de esfuerzos intermina-
bles, angustia mental y física.
A algunas personas esta situación les puede parecer justa. Pero a noso-
tros nos parece más un engaño descarado. “¿Si a las personas comunes
les quitamos esta esperanza que les queda?” Este es el argumento de los
sofistas. La respuesta es: ellos alcanzarán la verdad y la Biblia dice que la
verdad nos hará libres. Así que mientras los ojos de hombres y mujeres se
dirigen al cielo, serán incapaces de contemplar los problemas reales que
les atormentan y a sus verdaderos enemigos.
El amor a la vida es el auténtico sello del materialismo filosófico y de-
be suponer un deseo apasionado por cambiar el mundo en el que vivimos
y mejorar la vida de nuestros conciudadanos. Donde la religión enseña a
elevar la vista al cielo, el marxismo dice que luchemos por una vida mejor
sobre la tierra. Los marxistas creen que hombres y mujeres deben luchar
para transformar su vida y crear una sociedad genuinamente humana que
permita a la raza humana elevarse hasta alcanzar su verdadera naturaleza.
Creemos que los hombres y las mujeres sólo tienen una vida y deben de-
dicarse a hacer esta vida maravillosa. Luchamos por un paraíso en esta
vida porque sabemos que no hay otra. En la medida que vivimos y lucha-
mos por un mundo mejor, también preparamos un futuro mejor para
nuestros hijos y nietos. Y aunque cada individuo tiene una vida finita, la
raza humana continúa y nuestra contribución individual a la causa de la
humanidad también puede perdurar después de que hayamos dejado de
existir. Podemos alcanzar la inmortalidad, no negando las leyes de la na-
turaleza, sino perdurando en la memoria de futuras generaciones, la única
inmortalidad a la que los mortales pueden aspirar.
Hay una profunda diferencia filosófica entre el marxismo y todas las
formas de religión. ¿Eso significa que no podemos luchar y trabajar juntos
por un mundo mejor? En absoluto. Todo el mundo tiene derecho a defen-

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der cualquier opinión. Pero esta diferencia de opiniones ―importante
desde un punto de vista filosófico―, no nos debería impedir la unión en la
lucha contra la injusticia y la opresión terrenales. Se trata sólo de llegar a
un acuerdo en el programa básico para la transformación socialista de la
sociedad y los medios para llevarlo a la práctica. ¡Ya tendremos tiempo
suficiente para discutir las otras cuestiones!
El mundo de la religión es un mundo desconcertante, es una impre-
sión distorsionada de la realidad. Pero como todas las ideas, éstas tienen
su origen en el mundo real. Además, son una expresión de las contradic-
ciones de la sociedad de clases. Este hecho es muy evidente en las religio-
nes más antiguas.
El dios babilónico Marduk anunció su intención de crear al hombre
para que prestara servicio a los dioses, “para liberarles” de las tareas más
bajas relacionadas con el ritual del templo y proporcionar comida a los
dioses. En este caso encontramos un reflejo en la religión de la realidad de
la sociedad de clases, la humanidad estaba dividida en dos clases: arriba
los dioses intocables (la clase dominante) y debajo los “canteros y dibu-
jantes de agua” (las clases trabajadoras). Su objetivo es dar una justifica-
ción (religiosa) ideológica a la esclavización de la mayoría por parte de
una minoría. Y este era un hecho muy real en la vida de todas las socieda-
des antiguas (y modernas): la casta sacerdotal estaba liberada del trabajo
y disfrutaba de privilegios reales al erigirse como representantes físicos de
dios sobre la tierra.
Al escribir sobre los mitos de la creación babilónicos (en los que se
basó el primer libro del Génesis), S. H. Hooke hace la siguiente observa-
ción: “Ya hemos visto que el mito de Lahar y Ashnan terminó en la crea-
ción del hombre para prestar su servicio a los dioses. Otro mito [...] des-
cribe como se creó el hombre. Aunque el mito sumerio difiere considera-
blemente de la épica de la creación babilónica, ambas versiones están de
acuerdo en el objeto para el cual fue creado el hombre, es decir, prestar
sus servicios a los dioses, cultivar la tierra y liberar a los dioses de tener
que trabajar para vivir”. (S. H. Hooke. Middle Easter Mythology. p. 29.
En la edición inglesa).
La religión (a diferencia de la magia, el toteismo y el animismo de las
primeras sociedades sin clases) surge de la división de la sociedad en cla-
ses antagónicas, y es una expresión de las contradicciones insolubles que
provocan esta división. En la Biblia encontramos el jardín del edén, que
expresa el sentimiento y el anhelo de haber perdido un mundo lleno de
felicidad. La religión busca superar esta contradicción, suavizar este
aguijón, reconciliar a hombres y mujeres con la realidad de sufrimiento y
explotación, y estas calamidades se presentan como la voluntad de Dios o

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el resultado de la desobediencia a Dios, o a ambos. ¡Sumisión! ¡Obedien-
cia! ¡Sacrificio! Después todo irá bien.
En realidad, la violenta separación de la humanidad de sí misma
―esta alienación de la raza humana, sólo se podrá superar con la aboli-
ción de la sociedad clasista y el reestablecimiento de lazos verdaderamen-
te humanos entre las personas.
Esta relación psicológica entre los seres humanos y las deidades que
crean para sí mismos, nos dicen mucho sobre la verdadera situación de la
raza humana. No es un secreto que las deidades de una sociedad determi-
nada son un reflejo de esa sociedad, de su modo de producción, las rela-
ciones sociales, la moralidad y los prejuicios. Como señalamos en Razón y
Revolución:
“No fue dios quien creó al hombre a su propia imagen, sino, por el
contrario, el hombre quien creó dioses a su propia imagen y seme-
janza. Ludwig Feuerbach dijo que si los pájaros tuvieran una reli-
gión, su dios tendría alas. ‘La religión es un sueño en el que nuestras
propias concepciones y emociones se nos presentan como existencias
separadas, como seres al margen de nosotros mismos. La mente reli-
giosa no distingue entre los subjetivo y lo objetivo ―no tiene dudas―;
tiene la capacidad no de discernir cosas diferentes a ella misma, sino
de ver sus propias concepciones fuera de sí misma como seres inde-
pendientes. Esto era algo que hombres como Jenófanes de Colofón
(565 a 470 a. C.) entendió cuando escribió: ‘Homero y Hesiodo han
atribuido a los dioses cada acción vergonzosa y deshonesta entre los
hombres: el robo, el adulterio, el engaño (...) Los etíopes hacen sus
dioses negros y con nariz chata, y los tracios hacen los suyos con ojos
grises y pelo rojo (...) Si los animales pudieran pintar y hacer cosas
como los hombres, los caballos y los bueyes también harían dioses a
su propia imagen’”. (Alan Woods y Ted Grant. Razón y Revolución.
Madrid. Fundación Federico Engels. 1995. p. 36).
Pero estos dioses no son simples copias en papel carbón de la realidad,
es la realidad vista a través de los anteojos de la religión ―un mundo alie-
nado, místico, patas arriba donde todo está al revés―. Ellos son todo lo
que al hombre le gustaría ser pero que no puede ser. Poseen todos esos
atributos que a los humanos les gustaría tener y que aspiran a tener pero
no pueden. En ese sentido, la religión representa una añoranza inalcanza-
ble. Pero este sentimiento religioso también contiene otro elemento: un
profundo anhelo de un mundo mejor después de la vida. Cuando el cam-
pesino hambriento y oprimido grita a su dios, pidiendo a gritos justicia,
grita contra la injusticia, la crueldad y falta de humanidad de este mundo.

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La creencia en la igualdad y la comunión de los creyentes, se encuen-
tra frecuentemente en el comunismo primitivo y también en los primeros
cristianos. Los movimientos de masas que surgieron al calor de estas cre-
encias durante el primer período tanto del Islam como de la cristiandad,
sacudieron el mundo. Pero, debido al escaso desarrollo de los medios de
producción, la humanidad tuvo que trabajar y sufrir otros dos mil años de
sociedad esclavista. El sueño de la igualdad y hermandad se desvaneció.
Detrás del señor ―y más tarde del capitalista― estaba no sólo el monarca
terrenal con sus soldados, el policía y el carcelero, también estaban los
policías y carceleros espirituales. La resistencia al status quo era castigada
no sólo con el fuego y la espada, también con la excomunión y el tormento
eterno. La desesperación de no obtener justicia en el mundo real, obliga-
ban al hombre a pensar que la justicia se podía encontrar más allá, al otro
lado de la tumba.
Hablamos aquí de hombres, porque durante la mayor parte de la his-
toria escrita, la sociedad ha estado dominada por hombres, las mujeres
han sido relegadas al papel de esclavas del esclavo. Un hombre debe servir
a su señor, a su rey y a su dios, pero una mujer debe servir a su marido, a
su señor y a su maestro. Para muchas mujeres el consuelo de la religión
fue la única manera de aliviar el intenso sufrimiento de su esclavitud. Esto
explica por qué en muchas sociedades las mujeres están tan unidas a la
religión. Sin ella, su vida sería insoportable. Es como una droga que nubla
los sentidos y los hace insensibles al sufrimiento. Pero eso no elimina la
causa del dolor ni mejora la suerte de las mujeres. Todo lo contrario.
Aunque en sus orígenes la cristiandad ofreciera nuevas esperanzas para
las mujeres y que fuera descrita, desdeñosamente, por los romanos como
“una religión de esclavos y mujeres”, en la práctica se caracterizaba por
una intensa misoginia. El pecado original del hombre fue provocado por
una mujer: Eva.
Se prohibieron las relaciones naturales entre los hombres y las muje-
res y quedaron maldecidas como un pecado mortal. San Agustín describió
el acto sexual como una “misa de perdición”. El lugar de la mujer es sufrir
en el servicio al hombre, una situación que se expresa gráficamente en la
afligida virgen María. Sobre la tierra no se puede esperar la felicidad.
Generaciones de pensamiento religioso han puesto su sello en la infe-
licidad de muchas mujeres. Y lo que se aplica a la cristiandad también se
puede aplicar a otras religiones. Hay una antigua oración judía que dice:
“Bendita vuestra destreza señor que no me ha hecho mujer”.
En determinados países musulmanes la opresión de las mujeres ha al-
canzado una forma extrema ―como es el caso de Irán y aún peor en Afga-
nistán. La tradición hindú india durante siglos ha condenado a las viudas

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a inmolarse en las piras funerarias de sus maridos. La emancipación de
las mujeres de su esclavitud está en directa contradicción con la religión.
En la mayoría de las religiones, cristianismo, islam, budismo, sikhis-
mo ―al menos en sus orígenes― existe un elemento de crítica al mundo y
su funcionamiento, combinado con el sueño de un mundo mejor, en el
que no habrá ricos ni pobres, opresores ni oprimidos, y todos los hombres
y mujeres serán hermanos y hermanas. Tanto en las iglesias cristianas
como en las mezquitas musulmanas, esta ilusión persiste en la “comu-
nión” o hermandad de todos los creyentes, en la idea que todos son “igua-
les a los ojos de dios” y otras cosas por el estilo. Pero al día siguiente, el
empresario rico cristiano o musulmán volverá a explotar, robar, insultar y
estafar a sus trabajadores como lo hacía antes de la “comunión”. Cuando
se menciona esta flagrante contradicción entre la teoría y la práctica de la
religión, sacudirán tristemente la cabeza y entre dientes se culpará a la
imperfección de los seres humanos en este mundo de pecado, y esto es
muy poco consuelo para el trabajador.

Los orígenes de la cristiandad


El papel de la religión en la sociedad ha cambiado muchas veces a lo
largo de los siglos. Es importante comprender el origen de la evolución
histórica de las grandes religiones. Originalmente, la cristiandad y el is-
lam eran movimientos revolucionarios de pobres y oprimidos. Tomemos
el ejemplo de la cristiandad. Hace aproximadamente dos mil años los
primeros cristianos organizaron un movimiento de masas formado por los
sectores más pobres y oprimidos de la sociedad. Como escribía Engels:
“La historia de los primeros cristianos tiene notables puntos de
semejanza con el movimiento de la clase obrera moderna... Ambos
son perseguidos y hostigados, sus seguidores son despreciados y son
objeto de leyes exclusivas, los primeros como enemigos de la raza
humana y los últimos como enemigos del estado, de la religión, la
familia y el orden social. Y a pesar de toda la persecución, de ser es-
poleados por ello, ambos salen hacia delante victoriosos”. (Marx y
Engels. On the religion. P. 281. En la edición inglesa).
Los primeros cristianos eran comunistas y esto se puede ver con clari-
dad al leer los Hechos de los Apóstoles. El propio Jesucristo andaba entre
los pobres y desposeídos y con frecuencia atacaba a los ricos. No es casua-
lidad que su primer acto al entrar en Jerusalén fuera atacar a los cambis-
tas del templo. También dijo que sería más fácil que un camello pasara
por el ojo de una aguja a que un rico entrara en el reino de dios. (Lucas,
18-24). Los primeros cristianos tomaron partido por los pobres contra los
ricos y poderosos. En la epístola de Santiago podemos leer:

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“Ahora les toca a los ricos: lloren y laméntense porque les han ve-
nido encima desgracias. Los gusanos se han metido en sus reservas y
la polilla se come sus vestidos; su oro y su plata se han oxidado. El
óxido se levanta como acusador contra ustedes y como un fuego les
devora las carnes. ¿Cómo han atesorado, si eran los últimos tiempos?
El salario de los trabajadores que cosecharon sus campos se ha
puesto a gritar, pues ustedes no les pagaron; las quejas de los sega-
dores ya habían llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Han
conocido sólo lujo y placeres en este mundo, y lo pasaron muy bien,
mientras otros eran asesinados. Condenaron y mataron al inocente,
pues ¿cómo podía defenderse?” (Santiago, 5-1).
Esta es la voz de la lucha de clases, sin “sis” y sin “peros”. La Biblia
está llena de estas expresiones.
El comunismo de los primeros cristianos también era palpable en sus
comunidades donde toda la riqueza era un bien común. Aquel que desea-
ra unirse a una comunidad cristina primero debía dar todas sus pertenen-
cias mundanas. En los Hechos de los Apóstoles podemos leer:
“Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convi-
vencia [koinonia, es similar a comunismo], a la fracción del pan y a
las oraciones... Todos los que habían creído vivían unidos; compart-
ían todo cuanto tenían, vendían sus bienes y propiedades y repartían
después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno”.
(Hechos de los Apóstoles, 2-42).
Y de nuevo:
“La multitud de los fieles tenía un solo corazón y una sola alma.
Nadie consideraba como propios sus bienes, sino que todo lo tenían
en común... Entre ellos ninguno sufría necesidad, pues los que pose-
ían campos o casas los vendían, traían el dinero y lo depositaban a
los pies de los apóstoles, que lo repartían según las necesidades de
cada uno”. (Hechos de los Apóstoles, 4-32).
Evidentemente este comunismo tenía un carácter ingenuo y primitivo.
Es un reflejo de los hombres y mujeres de su tiempo, que eran personas
con gran coraje que no temieron sacrificar su vida en la lucha contra el
monstruoso estado esclavista romano. Pero este comunismo de los prime-
ros cristianos estaba aún en un nivel muy primitivo, comunal (reparto de
la comida, ropa, etc.,) y no un comunismo real basado en la propiedad co-
lectiva de los medios de producción. Al carecer de una comprensión
científica del desarrollo de la sociedad, los primeros cristianos, a pesar de
su tremendo espíritu revolucionario y heroísmo, eran incapaces de mate-
rializar sus ideales. Su comunismo tenía un carácter utópico y estaba con-
denado al fracaso.

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La cristiandad y el comunismo
En los primeros años de la iglesia sus representantes continuaron
haciéndose eco de las ideas originales del movimiento -comunistas-. San
Clemente escribió:
“El uso de todas las cosas que se encuentran en este mundo deber-
ían ser comunes para todos los hombres. Sólo la iniquidad más mani-
fiesta nos hace decir al otro, ‘Esto me pertenece, tanto como a ti’. De
aquí el origen de la discusión entre los hombres”
Esta observación es correcta y demuestra claramente que el origen de
la lucha de clases (“la discusión entre los hombres”) se encuentra en la
existencia de la propiedad privada. La eliminación de la discusión entre
los hombres presupone la abolición de la propiedad privada. San Basilio el
Grande planteó una idea similar:
“¿Qué es eso que llamas ‘tuyo’? ¿Por qué es tuyo? ¿De quién lo has
recibido? Hablas y actúas como aquel que en una ocasión fue tem-
prano al teatro y tomó posesión de los asientos destinados al público
restante, creía que por llegar antes podía prohibir a las otras perso-
nas que se sentasen, pretendía arrogarse para él el uso exclusivo de
una propiedad destinada al uso común. Y esta es precisamente la
forma de actuar del rico”.
Lo mismo dice San Gregorio:
“Por lo tanto, si alguien desea convertirse en el amo de toda la ri-
queza, poseerla y excluir a sus hermanos, incluso a la tercera o cuar-
ta generación, tal desgraciado no es un hermano sino un tirano
bárbaro y cruel, una bestia feroz cuya boca siempre está abierta dis-
puesta a devorar para su uso personal la comida de los otros compa-
ñeros”.
Y según San Ambrosio:
“La naturaleza suministra su riqueza a todos los hombres en
común. Dios ha creado todas las cosas para que todos los seres vi-
vientes las gocen en común, y para que la tierra se convierta en una
posesión común a todos. La propia naturaleza es la que ha creado el
derecho de la comunidad, y es la usurpación injusta la que ha creado
el derecho a la propiedad privada”.
San Gregorio el grande continúa:
“La tierra en la que han nacido es común a todos, y por lo tanto el
fruto de la tierra pertenece a todos sin distinción”.
Y San Crisóstomo añade:

Alan Woods, El marxismo y la religión 12


“El rico es un ladrón”.
Estas líneas bastan para ilustrar las raíces revolucionarias de la cris-
tiandad en su primera época. Los primeros cristianos estaban dispuestos
a resistir las torturas más horribles para defender su fe, desafiar al estado,
a la clase dominante y morir en la arena. La causa de tan feroz persecu-
ción era que este movimiento de los pobres y desposeídos representaba
una seria amenaza para el orden existente. Pero ninguno de estos méto-
dos represivos consiguió aplastar al movimiento que resurgía con nuevas
fuerzas de la sangre de sus mártires.
No obstante, la ausencia de bases materiales que permitieran la intro-
ducción de una sociedad sin clases cambió poco a poco todo en su contra-
rio. En esas condiciones la dirección de la iglesia, empezando por los
obispos -los tesoreros-, presionados por la clase dominante y el estado
poco a poco fueron apartándose de las creencias comunistas originales del
movimiento. Ante la imposibilidad de derrotar a los cristianos con repre-
sión, la clase dominante cambió de táctica. Cómo el emperador Constan-
tino consiguió corromper a las capas superiores de la iglesia se puede ver
en el siguiente pasaje sobre la historia de la primera iglesia. Eusebio des-
cribe el concilio de Nicea celebrado en el año 325 d. C y que estuvo presi-
dido por el propio emperador “como mensajero de Dios”, en estos térmi-
nos:
“Las circunstancias del banquete fueron tan espléndidas que son
indescriptibles. Los destacamentos de guardias y otras tropas rodea-
ron la entrada del palacio con sus espadas y entre éstos, los hombres
de Dios entraron sin temor hasta los aposentos imperiales más ínti-
mos. Algunos fueron los propios compañeros de mesa del emperador,
otros se reclinaron en los sofás que estaban colocados a cada lado. Se
podría llegar a pensar que esta era una imagen del reino de Cristo,
que era un sueño y no una realidad”. (T. Ware. Whe Orthodox
Church. P. 27. En la edición inglesa).
Estos métodos les son muy familiares a los dirigentes socialdemócra-
tas y sindicalistas de hoy en día. Son precisamente los mismos métodos
utilizados por el sistema para atraer a los líderes reformistas del movi-
miento obrero a las ideas burguesas, de esta forma los corrompen y el sis-
tema los absorbe. Las cabezas del movimiento son invitados a cenas y
fiestas ostentosas donde se codean con los ricos y los famosos. Desde el
concilio de Nicea la iglesia ha sido la más firme colaboradora de la rique-
za, el privilegio y la opresión.
Los primeros cristianos se negaban a reconocer el estado o servir en el
ejército. Después de este concilio todo cambió. La iglesia se convertiría en
uno de los principales pilares del estado y perseguiría ferozmente a todos

Alan Woods, El marxismo y la religión 13


los que cuestionaban sus nuevas doctrinas. Cuando Arrio de Alejandría
rechazó el credo niceno sus seguidores (los arrianos) fueron pasados por
la espada. Más de 3.000 cristianos fueron asesinados por sus colegas cris-
tianos -más muertos que en tres siglos de persecución romana-. Con estos
medios la Iglesia de los pobres y los oprimidos se transformó en el vehícu-
lo principal de su esclavización.

Cómo olvidar los pecados... y hacer dinero


Durante este período la iglesia cristiana fue absorbida a través de sus
capas superiores por el estado. En toda su historia posterior la iglesia se
aprovechó de la debilidad humana y el temor a la muerte para esclavizar
la mente de los hombres y, en este proceso, conseguir enorme poder y ri-
quezas, algo que contrastaba absolutamente con las enseñanzas del pobre
rebelde Galileo en cuyo nombre pretendían hablar. De ser un movimiento
revolucionario de pobres y oprimidos, se convirtió en un baluarte de la
reacción y el portavoz de los ricos y poderosos -una situación que ha du-
rado hasta la actualidad-.
La historia de la iglesia es la completa y absoluta negación de sus pri-
meras ideas, creencias y tradiciones. Sobre la historia del papado de la
Edad Media y el Renacimiento ―una crónica sin paralelo de infamia y
crimen― se han escrito numerosos volúmenes. Aquí nos limitaremos a un
solo ejemplo que resume la verdadera situación y demuestra cuál es el
abismo que separa la verdadera situación con los mitos hipócritas. En el
año 1517 el Papa León X publicó la Taxa Camarae destinada a vender in-
dulgencias y salvar almas a cambio de una modesta suma de dinero. No
existía ningún crimen por vil que este fuese que no pudiera ser absuelto.
Entre sus 35 artículos podemos leer:
“1.- El eclesiástico que incurriere en pecado carnal, ya sea con mon-
jas, ya con primas, sobrinas o ahijadas suyas, ya, en fin, con otra
mujer cualquiera, será absuelto, mediante el pago de 67 libras, 12
sueldos.
2.- Si el eclesiástico, además del pecado de fornicación, pidiese ser
absuelto del pecado contra natura o de bestialidad, debe pagar 219
libras, 15 sueldos. Mas si sólo hubiese cometido pecado contra natura
con niños o con bestias y no con mujer, solamente pagará 131 libras,
15 sueldos.
3.- El sacerdote que desflorase a una virgen, pagará 2 libras, 8 suel-
dos.
4.- La religiosa que quisiera alcanzar la dignidad de abadesa después
de haberse entregado a uno o más hombres simultánea o sucesiva-

Alan Woods, El marxismo y la religión 14


mente, ya dentro, ya fuera de su convento, pagará 131 libras, 15 suel-
dos.
5.- Los sacerdotes que quisieran vivir en concubinato con sus parien-
tes, pagarán 76 libras, 1 sueldo.
6.- Para todo pecado de lujuria cometido por un laico, la absolución
costará 27 libras, 1 sueldo; para los incestos se añadirán en concien-
cia 4 libras.
7.- La mujer adúltera que pida absolución para estar libre de todo
proceso y tener amplias dispensas para proseguir sus relaciones ilíci-
tas, pagará al Papa 87 libras, 3 sueldos. En caso igual, el marido pa-
gará igual suma; si hubiesen cometido incestos con sus hijos aña-
dirán en conciencia 6 libras.
8. La absolución y la seguridad de no ser perseguidos por los críme-
nes de rapiña, robo o incendio, costará a los culpables 131 libras, 7
sueldos.
9. La absolución del simple asesinato cometido en la persona de un
laico se fija en 15 libras, 4 sueldos, 3 dineros.
10. Si el asesino hubiese dado muerte a dos o más hombres en un
mismo día, pagará como si hubiese asesinado a uno solo.
11. El marido que diese malos tratos a su mujer, pagará en las cajas
de la cancillería 3 libras, 4 sueldos; si la matase, pagará 17 libras, 15
sueldos, y si la hubiese muerto para casarse con otra, pagará,
además, 32 libras, 9 sueldos. Los que hubieren auxiliado al marido a
cometer el crimen serán absueltos mediante el pago de 2 libras por
cabeza.
12. El que ahogase a un hijo suyo, pagará 17 libras, 15 sueldos (o sea
2 libras más que por matar a un desconocido), y si lo mataren el pa-
dre y la madre con mutuo consentimiento, pagarán 27 libras, 1 suel-
do por la absolución.
13. La mujer que destruyese a su propio hijo llevándole en sus entra-
ñas y el padre que hubiese contribuido a la perpetración del crimen,
pagarán 17 libras, 15 sueldos cada uno. El que facilitare el aborto de
una criatura que no fuere su hijo, pagará 1 libra menos.
14. El asesinato de un hermano, una hermana, una madre o un pa-
dre, se pagarán 17 libras, 5 sueldos.
15. El que matase a un obispo o prelado de jerarquía superior, pa-
gará 131 libras, 14 sueldos, 6 dineros.

Alan Woods, El marxismo y la religión 15


16. Si el matador hubiese dado muerte a muchos sacerdotes en varias
ocasiones, pagará 137 libras, 6 sueldos, por el primer asesinato, y la
mitad por los siguientes”.
Pero más serios que el asesinato, la violación o el infanticidio era el
atroz crimen de la herejía, es decir, mantener ideas diferentes a las de la
iglesia oficial. Incluso si un hereje se convertía, él o ella debía todavía pa-
gar la suma de 269 libras, mientras que “el hijo de un hereje que hubiera
sido quemado, ahorcado u otra forma de ejecución, no podía ser rehabi-
litado excepto si pagaba 218 libras, 16 chelines y 9 peniques”. (19).
La lista continua con fraude, contrabando, impago de las deudas, comer
carne en días sagrados, hijos bastardos de sacerdotes que deseen tomar
los hábitos sagrados, e incluso eunucos que deseen convertirse en sacer-
dotes (en el punto 33 se recoge que estos tenían que pagar 310 libras y 16
chelines).
A pesar de esta lista cínica de infamias, los historiadores católicos des-
criben al Papa León X como el protagonista del “más brillante y quizá el
período más peligroso del pontificado en la historia de la iglesia”. (Pepe
Rodríguez. Mentiras fundamentales de la iglesia católica. Barcelona.
Ediciones B. Anexo. pp.397-400).

La religión y la revolución
En todos los países a través de los siglos la iglesia se ha puesto al lado
de los opresores frente a los oprimidos. Los terratenientes ingleses traba-
jaban en estrecha colaboración con los predicadores protestantes. En
Francia, España e Italia, los sacerdotes eran los servidores abyectos de los
terratenientes y después de los capitalistas. Sin embargo, frecuentemente
las contradicciones de clase de la sociedad se han expresado con el disfraz
religioso, y esto no debe sorprender a quien esté familiarizado con el ma-
terialismo histórico. Con relación a este tema Trotsky escribía:
“Las ideas religiosas, como las demás, nacen en el terreno de las
condiciones materiales de la vida, es decir, ante todo en el de los an-
tagonismos de las clases, sólo poco a poco se abren un camino, so-
breviven, por razón del conservadurismo, a las necesidades que las
han engendrado y no desaparecen sino a consecuencia de choques y
trastornos serios”. (Trotsky. ¿Adonde va Inglaterra?. Argentina. El
Yunque editora. 1974. p. 192).
En diferentes períodos, diferentes religiones, iglesias y sectas han ju-
gado papeles diferentes, que, en última instancia, reflejaban intereses de
clase diferentes y antagónicos. Los primeros movimientos de la gran rebe-
lión contra el feudalismo fueron desafíos al poder y la autoridad de la igle-

Alan Woods, El marxismo y la religión 16


sia católica romana, y encontraron eco entre las masas. Un historiador
católico dice que “el espíritu revolucionario de odio hacia la Iglesia y el
clero se apoderó de las masas en varias zonas de Alemania... El grito
‘¡muerte a los curas!’ que antes se murmuraba en secreto ahora era una
consigna habitual”. (Citado por W. Manchester. A world Lit only by
Flame. P. 161. En la edición inglesa).
Las primeras explosiones sociales como la protagonizada por los lolardos
en Inglaterra y las husitas en Alemania prepararon el camino para la re-
forma de Lutero. En todos estos movimientos existió una tendencia co-
munista que recordaba las primeras tradiciones de la iglesia y en todos los
casos esta tendencia fue reprimida brutalmente. Durante las rebelión
campesina de Inglaterra en 1381, el cronista Froissart narra las activida-
des de un movimiento de disidentes encabezado por John Ball, precursor
de ideas comunistas con un disfraz bíblico como se puede ver en sus fa-
mosas palabras:
“Cuando Adán labraba y Eva hilaba
¿Quién era entonces el patrón?”

En el período de ascenso de la burguesía la religión protestante refle-


jaba la rebelión de la naciente burguesía contra el decadente feudalismo.
Sin duda aquí jugó un papel progresista. El protestantismo nació dividido
en el siglo XVI. En la agitación de estos tiempos turbulentos, surgieron
nuevas sectas que representaban las ideas y aspiraciones de diferentes
clases y subclases. Anabaptistas, menonitas, bohemios, congregacionalis-
tas, presbiterianos, unitarios... El sector de izquierdas representaba una
tendencia claramente comunista, como era el caso de Thomas Müntzer y
los anabaptistas en Alemania. Müntzer, un antiguo luterano, rompió con
Lutero y animó a los campesinos a levantarse contra el orden existente. A
pesar de sus actividades revolucionarias Lutero era hostil al movimiento
revolucionario de los campesinos alemanes, aunque sus enseñanzas les
habían inspirado para entrar en acción. Lutero animó a la aristocracia a
aplastar violentamente el movimiento y se hizo. Los príncipes ‘cristianos’
asesinaron a casi 100.000 campesinos. Sólo en Sajonia asesinaron a cinco
mil hombres. Liberaron aproximadamente a trescientos sólo después de
que sus mujeres aceptaran dar una paliza a dos sacerdotes acusados de
fomentar la rebelión. El propio Müntzer fue torturado y degollado.
Las actividades de la sagrada Inquisición ―la gestapo de la contrarre-
forma― es bien conocida y no merece más comentarios. En los Países Ba-
jos ocupados por los españoles era un crimen capital tener la Biblia en
casa. Los acusados de herejías eran quemados vivos, aunque si confesa-
ban y se arrepentían, la Inquisición mostraba misericordia: los decapitaba
y a las mujeres se las quemaba vivas. Menos conocidas son las actividades

Alan Woods, El marxismo y la religión 17


de los protestantes para sofocar la disidencia, Calvino ―que creó una dic-
tadura teocrática en Génova―, quemó vivo a Miguel Servet cuando estaba
a punto de descubrir la circulación sanguínea. Servet pidió misericordia,
no por su vida sino porque quería ser decapitado. La petición fue denega-
da y estuvo en la hoguera durante hora y media.

Las revoluciones francesa e inglesa


En la Revolución Inglesa del siglo XVII, el ala más revolucionaria re-
flejaba las aspiraciones de las capas más bajas de la sociedad, los artesa-
nos y los trabajadores ―el naciente proletariado―, y esto encontró su ex-
presión en una forma religiosa. El ala izquierda del movimiento se orga-
nizó en toda una serie de sectas protestantes radicales y democráticas co-
mo la Quinta Monarquía, los ranters y los anabaptistas, los niveladores y
los cavadores.
En este contexto histórico estos movimientos tenían un carácter pro-
gresista y revolucionario. Reflejaban los primeros avances confusos de la
conciencia de una clase que todavía no se había formado del todo. Des-
pués de la restauración, estas tendencias radicales plebeyas reaparecieron
como disidencias religiosas. Perseguidos por la monarquía con el apoyo
de la iglesia anglicana, muchos de ellos emigraron a América, y allí sus
energías revolucionarias quedaron en un segundo lugar ante la tarea de
descubrir y colonizar un nuevo continente. Con los años sus orígenes re-
volucionarios y radicales se perdieron. Algunos de ellos, como los cuáque-
ros, todavía mantienen algunos elementos de sus viejas ideas, aunque de
una forma muy diluida y que no interfieren con sus exitosos intereses em-
presariales. La mayoría se han convertido en un baluarte de la reacción.
En América Latina por algún extraño capricho del destino, las sectas
evangelistas se han convertido en las tropas de choque de la reacción y los
defensores de las dictaduras militares, mientras que hasta cierto punto, al
menos la base de la iglesia Católica Romana, se ha inclinado hacia la cau-
sa de los pobres y los oprimidos.
Durante la revolución francesa ―más de un siglo después―, la con-
ciencia de las masas había avanzado a tal punto que la religión ya no ju-
gaba ningún papel en su pensamiento. La estrecha relación entre la iglesia
y el estado absolutista era obvia para todos. En el tormentoso período que
llevó a la toma de la Bastilla, los filósofos materialistas como Diderot y
Holbach realizaron un riguroso trabajo para demoler la Bastilla espiritual
de la religión. La revolución francesa erradicó la raíz eclesiástica. El esta-
do jacobino oficialmente era ateo, aunque Robespierre intentó encubrirlo
con la hoja de parra del “ser supremo”, que no convencía a nadie excepto
al propio Robespierre. Aunque el pueblo de Francia se suponía era fer-

Alan Woods, El marxismo y la religión 18


vientemente católico, la religión prácticamente desapareció en Francia
después de la revolución (excepto en los distritos más atrasados y reac-
cionarios como la Vendée). En realidad, la mayoría de la población odiaba
a los curas a quienes consideraban, correctamente, agentes de la clase
dominante. Sólo a finales del siglo XIX, especialmente después de la Co-
muna de París que dejó conmocionada a la burguesía francesa ésta dio los
pasos necesarios para recuperar el método reaccionario de la religión, uti-
lizando para este propósito trucos como los “milagros” manufacturados
de Lourdes.
En la revolución rusa las cosas aún estaban más claras. Aunque la cla-
se obrera rusa entró en la escena de la historia en enero de 1905 con un
cura a la cabeza y portando iconos religiosos, todo esto desapareció rápi-
damente después de la masacre del 9 de enero, cuando el zar cristiano or-
denó a sus cosacos abrir fuego contra el pueblo desarmado que había ido
a presentar una petición. A partir de este momento la religión no jugó
ningún papel en el movimiento, que estuvo organizado y dirigido por los
marxistas. Después de la victoria de la revolución de octubre el colapso de
la influencia eclesiástica fue incluso más rápido y más completo que lo fue
en Francia.
“La Iglesia ortodoxa rusa se convertía otra vez más, sin llegar a
sobreponerse a la mitología del cristianismo primitivo, en un apara-
to burocrático paralelo al del zarismo. El pope marchaba de la mano
con el terrateniente y respondía con medidas de represión a cual-
quier movimiento cismático. Por tal razón se revelaron tan endebles,
sobre todo en los centros industriales, la raíces de la Iglesia ortodoxa
rusa. Separado del aparato burocrático de la Iglesia, los obreros ru-
sos, en su gran mayoría, como así mismo la joven generación campe-
sina, han apartado del mismo golpe la religión”. (Trotsky. Ibíd. pp.
190-191).
Este es un comentario devastador contra la forma en que el estalinis-
mo ha retrasado la conciencia de la sociedad, cuando inmediatamente
después del colapso de la URSS recuperó toda la antigua basura: naciona-
lismo, antisemitismo, fascismo, monarquismo ―y junto con todas estas
glorias del zarismo― la religión y la superstición. Estos remanentes del
barbarismo medieval se han extendido como una plaga en el débil y des-
trozado cuerpo de Rusia, mostrando a todo el mundo la verdadera natura-
leza del “mercado” y el hecho de que la burguesía en Rusia no ofrece nada
excepto la perspectiva de un declive económico, social y cultural.

La Iglesia y el socialismo

Alan Woods, El marxismo y la religión 19


El surgimiento del movimiento obrero moderno en la última década
del siglo XIX y el período previo a la Primera Guerra Mundial fueron para
el establishment religioso todo un desafío. Sin excepción, la iglesia se si-
tuó de parte de los explotadores frente al socialismo y al movimiento
obrero. Para evitar la extensión de las ideas socialistas entre la clase obre-
ra, la Iglesia católica se dispuso a dividir el movimiento obrero con la
creación de sindicatos católicos separados, y organizaciones de jóvenes y
mujeres para competir directamente con la socialdemocracia. La realidad
es que la Iglesia copió los métodos organizativos de la socialdemocracia.
La jerarquía eclesiástica ―siempre tan atenta con los ricos y los podero-
sos― miraban al socialismo y al movimiento obrero con sospecha y hosti-
lidad. El Papa León XIII en su Encíclica Rerum novarum (sobre la “con-
dición” de los obreros) subrayaba la hostilidad del Vaticano hacia el socia-
lismo:
“Los socialistas después de excitar en los pobres el odio a los ricos,
pretenden que es preciso acabar con la propiedad privada y susti-
tuirla por la colectiva, en la que los bienes de cada uno sean comunes
a todos, atendiendo a su conservación y distribución los que rigen el
municipio o tienen el gobierno general del Estado. Pasados así los
bienes de manos de los particulares a las de la comunidad y reparti-
dos, por igual, los bienes y sus productos, entre todos los ciudadanos,
creen ellos que pueden curar radicalmente el mal hoy día existente...
Si un hombre alquila a otro, su fuerza o su industria, él lo hace para
recibir a cambio los medios de subsistencia, con la intención de ad-
quirir un derecho real, no simplemente su salario, pero también para
liberarse de él. Invertiría este salario en tierra y eso es sólo su salario
de otra forma...
Precisamente en esto consiste, como fácilmente entienden todos, el
dominio de los bienes, muebles o inmuebles. Por lo tanto, al hacer
común toda propiedad particular, los socialistas empeoran la condi-
ción de los obreros porque, al quitarles la libertad de emplear sus sa-
larios como quisiera, por ello mismo les quitan el derecho y hasta la
esperanza de aumentar el patrimonio doméstico y de mejorar con
sus utilidades su propio estado. Los socialistas... atacan la libertad de
cada asalariado, para privarles de la libertad de disponer de sus sa-
larios. Cada hombre tiene, por la ley de la naturaleza, el derecho a
poseer propiedad para sí mismo...
Debe ser dentro de este derecho de sus propias cosas, no simple-
mente para el uso del momento, no simplemente las cosas que pere-
cen con su uso, sino tales cosas cuya utilidad es permanente y estable.
... Siendo el hombre anterior al estado, recibió aquél de la natura-
leza el derecho de proveer a sí mismo, aun antes de que se constituye-

Alan Woods, El marxismo y la religión 20


se la sociedad... Cuando en preparar estos bienes materiales emplea
el hombre la actividad de su inteligencia y las fuerzas de su cuerpo,
por ello mismo se aplica a sí mismo aquella parte de la naturaleza
material que cultivó y en la que dejó impresa como una figura de su
propia persona: y así justamente el hombre puede reclamarla como
suya, sin que en modo alguno pueda nadie violentar su derecho...”

El papa León XIII también escribía:


“La democracia cristiana, por el mismo hecho de ser cristiana, se
debe basar en los principios de la fe divina(..) Por eso la justicia de la
democracia cristiana es sagrada. El derecho de adquirir y poseer
propiedades no se pude contradecir y se deben salvaguardar las dis-
tintas distinciones y grados que son indispensables en cada manco-
munidad bien ordenada. Es evidente, por lo tanto, que no hay nada
en común entre la socialdemocracia y la democracia cristiana. Am-
bas difieren entre sí como la secta del socialismo difiere de la Iglesia
de Cristo”.
James Connolly, ese gran marxista irlandés y mártir revolucionario,
cuyas polémicas con la Iglesia católica son declaraciones clásicas de socia-
lismo, comentaba lo siguiente:
“Si uno de los chicos de las escuelas públicas no entrara en razón
lo más lógico es que permaneciera en el asiento del zopenco hasta que
terminara sus días de escuela. Imaginad a un sacerdote que defiende
el sistema de arrendamiento de tierras como el padre Kane y el papa
diciendo: ‘El hombre que ha cultivado la tierra durante el invierno y
la primavera tiene el derecho a quedarse con lo que ha ganado de su
propia cosecha’, e imagina que está presentando un argumento con-
tra el socialismo. Los socialistas no defienden la interferencia en el
derecho de un hombre a ‘quedarse lo que ha ganado’; además insis-
ten enfáticamente en que a ese hombre, campesino o trabajador, no
se le debería obligar a entregar ninguna parte de lo ‘que ha ganado’
a una clase ociosa cuyos miembros ‘no hacen ningún esfuerzo’, y que
han conseguido adueñarse de la propiedad de la nación a través de la
fuerza despiadada, el expolio y el fraude.” (J. Connolly. Selected
Writtings. pp. 78-9).

El 21 de septiembre de 1958 el papa Pío XII escribía:


“La multiplicidad de clases sociales se corresponde plenamente
con los designios del creador”.

Alan Woods, El marxismo y la religión 21


Esto es como decir que la Iglesia considera la sociedad de clases fija,
eterna y de origen divino. Sólo hay que compararla con las palabras de
San Clemente (citada anteriormente) cuando escribía:
“El uso de todas las cosas que se encuentran en este mundo deber-
ía ser común para todos los hombres. Sólo la injusticia [iniquidad]
manifiesta hace que uno diga al otro, ‘esto me pertenece más que a ti’.
De aquí el origen de la discusión entre los hombres”.
La postura de Pío XII es la misma que el antiguo himno anglicano To-
das las cosas brillantes y maravillosas, que contiene las líneas bien cono-
cidas: “El rico en su castillo, el pobre en su barrera: Él [Dios] hizo lo su-
perior y lo humilde y ordenó su Estado”.
Esto es absolutamente típico de la actitud de la iglesia durante siglos:
una defensa abierta del status quo y de la división de la sociedad en cla-
ses. Posteriormente, como resultado del crecimiento del movimiento
obrero y el irresistible movimiento en dirección al socialismo, la Iglesia
católica se ha visto obligada a modificar su postura. El papa Juan XXIII -
el más inteligente de los papas del siglo XX- asumió una postura más pro-
gresista. Pero bajo el pontificado actual todo esto se ha convertido en su
contrario.

La Iglesia hoy
“¿No se considera correcto apelar a los juzgados cuando alguien
te ha estafado? Pero el apóstol considera que es un error. ¿Ofreces tu
mejilla derecha cuando te golpean la izquierda o respondes al ata-
que? El Evangelio lo prohíbe [...] ¿Acaso la mayoría de los procedi-
mientos judiciales y la ley no están relacionados con la propiedad?
Pero decís que vuestro tesoro no es de este mundo”. (Marx y Engels.
On religion. p. 35).
Las actividades de la Iglesia en la sociedad moderna se basan en con-
tradicciones manifiestas y en la hipocresía. Las tradiciones revoluciona-
rias de los primeros cristianos no guardan absolutamente ninguna rela-
ción con la situación actual. Desde el siglo IV a. C, cuando el movimiento
cristiano fue secuestrado por el estado y se convirtió en un instrumento de
los opresores, la Iglesia cristiana ha estado de parte de los ricos y podero-
sos contra los pobres. Hoy las principales iglesias son instituciones muy
ricas, tanto en los países musulmanes como en los cristianos.
En España la Iglesia católica, además de su enorme riqueza en tierras,
edificios y cuentas bancarias, recibe regularmente subvenciones del esta-
do con los impuestos pagados por todos los ciudadanos, independiente-
mente de si son religiosos o no, aunque al pueblo español nunca se le haya

Alan Woods, El marxismo y la religión 22


consultado sobre esta medida. Los mismo ocurre en otros países donde la
Iglesia ha alcanzado un acuerdo con el estado. La religión es una violación
intolerable de la democracia. Y aunque ahora los contribuyentes españo-
les puede elegir si donan su dinero a la iglesia o no, el hecho es que todav-
ía ésta mantiene una situación privilegiada a la hora de acceder a los fon-
dos públicos.
En la Edad Media la Iglesia católica declaró la usura (el préstamo de
dinero con interés) pecado mortal; ahora el Vaticano posee su propio ban-
co y una enorme riqueza y poder. La iglesia en Inglaterra, aparte de nu-
merosos intereses empresariales, es uno de las mayores terratenientes de
Gran Bretaña. Sería fácil demostrar que ocurre lo mismo en todas partes.
No es un fenómeno limitado a la religión cristiana. El Corán también
prohibía la usura y en todos los llamados países islámicos se pueden ver
grandes bancos que son propiedad de los musulmanes. Recurren a todo
tipo de trucos para ocultar esto aunque el tipo de interés exprime a la po-
blación de la misma forma.
Políticamente las iglesias han respaldado sistemáticamente a la reac-
ción. En los años treinta los obispos católicos bendecían al ejército de
Franco en su campaña para aplastar a los trabajadores y campesinos es-
pañoles. La prensa fascista española publicaba frecuentemente fotos de
prelados con el saludo fascista. El Papa Pío XIII apoyó a Hitler y Mussoli-
ni. El papa guardó silencio sobre los millones que fueron exterminados en
los campos nazis, y aunque oficialmente el Vaticano se mantuvo neutral
durante la Segunda Guerra Mundial, en realidad sus simpatías pro-nazis
están bien documentadas por G. Lewy:
“Desde el principio hasta el final del gobierno de Hitler, los obis-
pos no se cansaron nunca de aconsejar al fiel que aceptara su go-
bierno como la autoridad legítima a quién se debía rendir obediencia
[...] Después del intento de asesinato fallido contra Hitler en Munich
el 8 de noviembre de 1939, el cardenal Bertram, en nombre del epis-
copado alemán, y el cardenal Faulhaber de los obispos bávaros, en-
viaron telegramas de felicitación a Hitler. La prensa católica de toda
Alemania, en respuesta a las instrucciones del Reichspresskammer,
hablaba de la milagrosa providencia que había protegido al Führer”.
(G. Lewy. The catholic Church and Nazi Germany, NY. 1965, p. 310-
311).
“En los dos puntos importantes los documentos alemanes mues-
tran una similitud impresionante. Por un lado, la predilección que
sentía el soberano pontificio por Alemania no parecía haber dismi-
nuido debido a la naturaleza del régimen nazi y éste no fue repudia-
do hasta 1944; por otro lado, Pío XII lo que más temía era la bolche-
vización de Europa y esperaba que si la Alemania de Hitler se recon-

Alan Woods, El marxismo y la religión 23


ciliaba con los aliados occidentales, entonces todos se convertirían en
una muralla frente al avance de la Unión Soviética hacia occidente”.
(Saul Freidhandler. Pío XII y el Tercer Reich. La documentación. NY.
1958. p. 236. El subrayado es mío).
En la historia de las ideas la iglesia siempre ha jugado el papel más re-
accionario. Galileo Galilei tuvo que retractarse de sus ideas ante las ame-
nazas de la Santa Inquisición. Giordano Bruno fue quemado en la hogue-
ra. Charles Darwin fue acosado sin piedad por el establishment religioso
en Inglaterra al atreverse a desafiar la idea de que Dios creó el mundo en
seis días.
En la actualidad la teoría de la evolución también recibe los ataques de
la derecha religiosa de EEUU. La derecha religiosa en EEUU es un movi-
miento bien financiado que predica las causas reaccionarias. Hace unos
años, Nelson Bunker Hunt, el magnate del petróleo de Texas, donó “más
de diez millones de dólares de los 1.000 millones conseguidos por el Cru-
sade Campus for Christ. La Fundación Cristiana para la Libertad, un
‘lobby educativo’creado por J. Howard Pew ―fundador de Sun Oil
Company― y otros empresarios que se adhieren al sistema de libre em-
presa”. Hay otros muchos ejemplos que demuestran la estrecha relación
que existe entre la derecha religiosa y las grandes empresas. Estos ricos
empresarios no invierten estas cantidades de dinero para nada. La reli-
gión es utilizada como un arma de la reacción.
En el movimiento creacionista en EEUU participan millones de perso-
nas y está ―increíblemente― encabezado por científicos, entre ellos algu-
nos genetistas. Esta es una expresión gráfica de las consecuencias intelec-
tuales de la decadencia del capitalismo. Es un ejemplo contundente de la
contradicción dialéctica del retraso de la conciencia humana. En el país
tecnológicamente más avanzado del mundo, la mente de millones de
hombres y mujeres está hundida en el barbarismo. Su nivel de conciencia
no es mucho más elevado que el de los hombres que sacrificaban a los pri-
sioneros de guerra a los dioses, que se postraban ante ídolos sepultados o
quemaban brujas en la hoguera. Si este movimiento triunfara, como dijo
hace poco un científico, volveríamos a la Edad Media.
En el terreno de la legislación social, y particularmente en los derechos
de la mujer, la Iglesia católica romana siempre ha jugado un papel reac-
cionario. Todavía niega a la mujer el derecho a controlar su propio cuer-
po, niega el derecho al divorcio, a la contracepción y el aborto. El papa
Karol Wojtyla es su principal portavoz. La persistente oposición de la igle-
sia a los métodos anticonceptivos artificiales resulta sobre todo desastrosa
en el SIDA. En 1999 una encuesta entre católicos estadounidenses demos-
traba que el 80 por ciento de los legos y el 50 por ciento de los sacerdotes
estaban a favor de la contracepción, en otra encuesta de la universidad de

Alan Woods, El marxismo y la religión 24


Maryland dos tercios de los católicos reconocían que practicaban la obje-
ción de conciencia con relación a las ideas del Papa y hacían lo que les dic-
taba su conciencia. Se podrían citar cifras similares en el resto de países
desarrollados.
En el reino de la política el Papa es un portavoz reaccionario y un
enemigo del marxismo y el socialismo, ayudado por el poder del Opus De-
i, esa notoria mafia católica cuyos tentáculos alcanzan cada rincón de la
vida política italiana, española o de otros países.

Lenin y la religión
Engels en su prefacio a La guerra civil en Francia decía que: “con re-
lación al estado la religión es un asunto puramente privado”.
Lenin escribía en 1905:
“El Estado no debe tener nada que ver con la religión, las asocia-
ciones religiosas no deben estar vinculadas al Poder del Estado. Toda
persona debe tener plena libertad de profesar la religión que prefiera
o de no reconocer ninguna, es decir, de ser ateo, como lo es habitual-
mente todo socialista”. (Lenin. Acerca de la religión. Moscú. Editorial
Progreso. p. 6).
Sin embargo, con relación al partido, Lenin señalaba que Engels re-
comendaba que el partido revolucionario debería luchar contra la reli-
gión:
“El partido del proletariado exige del Estado que declare la reli-
gión un asunto privado; pero no considera, ni mucho menos, ‘asunto
privado’ la lucha contra el opio del pueblo, la lucha contra las supers-
ticiones religiosas, etc., ¡Los oportunistas tergiversan la cuestión co-
mo si el Partido Socialdemócrata considerase la religión un asunto
privado!” (Ibíd. pp. 25-26).
Y añadió que:
“La raíz más profunda de la religión en nuestros tiempos es la
opresión social de las masas trabajadoras, su aparente impotencia
total frente a las fuerzas ciegas del capitalismo [...] Ningún folleto
educativo será capaz de desarraigar la religión entre las masas
aplastadas por los trabajos forzados del régimen capitalista, y que
dependen de las fuerzas ciegas y destructivas del capitalismo, mien-
tras dichas masas no aprendan a luchar unidas y organizadas, de
modo sistemático y consciente, contra esa raíz de la religión contra el
dominio del capital en todas sus formas”. (Ibíd. pp. 21-22).

Alan Woods, El marxismo y la religión 25


Los marxistas han hecho todo lo posible para implicar a todos los tra-
bajadores en la lucha contra el capitalismo, incluidos los que profesan una
religión. No debemos interponer barreras entre nosotros y estos trabaja-
dores, sino animarles a que participen activamente en la lucha de clases.
Como vimos en 1905, la clase obrera rusa entró en la escena de la his-
toria con un sacerdote a la cabeza, portando en sus manos iconos religio-
sos y una petición al zar ―al “padrecito de todos los rusos”
―. Desconfia-
ban de los revolucionarios e incluso en algunas ocasiones les dieron una
paliza. Pero todo eso cambió en veinticuatro horas después de la masacre
del 9 de enero. Los mismos trabajadores, en la noche del nueve, se convir-
tieron en revolucionarios y exigieron armas. Así es como la conciencia
puede cambiar rápidamente ¡en el fragor de los acontecimientos!
A propósito, el padre Gapon, que había organizado la petición y la ma-
nifestación pacífica y que había trabajado para la policía zarista, se trans-
formó repentinamente después del domingo sangriento. Hizo un llama-
miento a los revolucionarios para derrocar al zar e incluso en un momento
determinado estuvo próximo a los bolcheviques. Lenin no le apartó sino
que intentó ganarle aunque Gapon siguió como religioso.
La posición flexible de Lenin se pudo comprobar cuando combatía la
actitud sectaria contra aquellos trabajadores que eran religiosos pero que
participaban en las huelgas:
“En tal momento y en semejante situación [una huelga], el predi-
cador del ateismo sólo favorecería al cura y a los curas, quienes lo
único que desean es sustituir la división de los obreros en huelguistas
y no huelguistas por la división en creyentes y ateos”. (Ibíd. p. 24).
Aquí está el punto central de la cuestión. Luchamos por la unidad de
las organizaciones obreras por encima de todas las divisiones: religiosas,
nacionales, lingüísticas o raciales. Nuestra tarea es unir a todos los opri-
midos y explotados en un solo ejército contra la burguesía.
El ateísmo para los marxistas nunca ha sido una parte del progra-
ma del partido. Este disparate siempre ha caracterizado al anarquis-
mo. Con frecuencia un trabajador que todavía es creyente se acerca al
movimiento, convencido de su programa general y entusiasmado con
la lucha por el socialismo, pero no está dispuesto a renunciar a la reli-
gión. ¿Qué actitud deberíamos tomar? Por supuesto no lo echaremos.
Este trabajador no desea unirse al movimiento para ganar conversos a
la religión, sino para luchar contra el capitalismo. Probablemente, lle-
gará un momento en que verá la contradicción entre su política y sus
creencias religiosas y poco a poco abandonará la religión. Pero es una
cuestión delicada y no hay que forzarla.
Como explicó Lenin:

Alan Woods, El marxismo y la religión 26


“somos enemigos incondicionales de la más mínima ofensa a sus cre-
encias religiosas”. (Ibíd. p. 24).
Es totalmente diferente cuando un intelectual de clase media busca in-
troducir confusión en la ideología del movimiento, como era el caso cuan-
do Lenin escribía sobre la religión. Un grupo de bolcheviques ultraiz-
quierdistas (Bogdanov, Luchacharsky, etc.,) intentaban revisar el
marxismo e introducir nociones filosóficas místicas. Lenin, correctamen-
te, luchó contra esta tendencia.

El futuro de la religión
¿Cuál será el futuro de la religión? Sobre esta cuestión, desde luego,
habrá una profunda diferencia de opinión entre los marxistas y los cris-
tianos y demás religiones. Naturalmente, no es posible mirar al futuro a
través de una bola de cristal, pero si se puede decir lo siguiente. Aunque
desde un punto de vista filosófico el marxismo es incompatible con la reli-
gión, sobra decir que nos oponemos a cualquier intento de prohibir o re-
primir la religión. Luchamos por la libertad completa del individuo a te-
ner su propio creencia religiosa o ninguna.
Lo que debemos decir es que debe haber una separación radical entre
la iglesia y el estado. Las iglesias no deben ser apoyadas directa o indirec-
tamente por los impuestos, ni tampoco se debe enseñar en las escuelas la
religión. Si la gente quiere religión, ésta se debe aprender exclusivamente
en las iglesias a través de las contribuciones de la congregación y predicar
sus doctrinas en su propio espacio. Las mismas observaciones son buenas
para el Islam o cualquier otra religión.
Por lo que a nosotros respecta el diálogo sobre la religión continuará,
pero esto no debe oscurecer el problema fundamental de nuestra época.
Nuestra principal tarea es unir en la lucha a todos aquellos que desean
poner fin a la dictadura del Capital que mantiene a la raza humana en una
situación de esclavitud. El socialismo permitirá el libre desarrollo de los
seres humanos, sin la restricción de las necesidades materiales.
Durante siglos, la religión organizada ha sido utilizada por los explo-
tadores para engañar y esclavizar a las masas. Periódicamente, han esta-
llado rebeliones contra esta situación. Desde la Edad Media hasta el día de
hoy, se han levantado voces de protesta contra la subordinación de la igle-
sia a los ricos y poderosos. Vemos también esto en la actualidad. El sufri-
miento de los trabajadores y campesinos, el martirio de la raza humana
bajo el infame despotismo del Capital, está provocando indignación entre
amplias capas de la población. Muchos de ellos no están al corriente de la
filosofía del marxismo, pero desean luchar contra la injusticia y la explo-
tación. Entre estos hay muchos cristianos honestos e incluso sacerdotes

Alan Woods, El marxismo y la religión 27


de los escalafones más bajos, que diariamente presencian los sufrimientos
de las masas.
La teología de la liberación es una expresión del fermento revoluciona-
rio en América Latina. Las órdenes más bajas del sacerdocio están horro-
rizados por el sufrimiento de las masas oprimidas y tan dado el paso de
luchar por una vida mejor. La jerarquía eclesiástica, con sus cientos de
años ha desarrollado una relación cómoda con los ricos terratenientes, los
banqueros y los capitalistas, y combaten esta nueva tendencia o la toleran
de mala gana. Así la lucha de clases ha penetrado en las filas de la propia
Iglesia católica romana.
Lo mismo ocurre entre los musulmanes, las ideas del marxismo han
comenzado a encontrar eco. Cuando las masas oprimidas de Oriente Me-
dio, Irán, Indonesia, comiencen a entrar en acción para mejorar sus vidas,
buscarán un programa de lucha para derrocar a sus opresores.
Es necesario derrocar el capitalismo, el latifundismo y el imperialismo.
Sin eso, no hay salida posible. El único programa que puede asegurar la
victoria de esta lucha es el marxismo revolucionario. La colaboración
fructífera ente los marxistas y los cristianos, musulmanes, hindúes, budis-
tas, judíos y seguidores de otras religiones en la lucha para transformar la
sociedad es absolutamente posible y necesaria, a pesar de las diferencias
filosóficas que nos separan. Los cristianos honestos se sienten profunda-
mente ofendidos por la terrible opresión sufrida por la mayoría de la raza
humana.
Camilo Torres, antiguo sacerdote colombiano, dijo una vez:
“He colgado el hábito de sacerdote para convertirme en un verda-
dero sacerdote. El deber de todo católico es ser un revolucionario; el
deber de todo revolucionario es llevar adelante la revolución. El católi-
co que no es un revolucionario vive en pecado mortal”.
Estos son los verdaderos sucesores de aquellos primeros cristianos re-
volucionarios que lucharon por la causa de los pobres sobre la tierra, los
pecadores y los oprimidos, y que no temían dar su vida en la lucha contra
la opresión. Son los mártires modernos y todo aquel que quiera la causa
de la libertad y la justicia debe guardar su memoria. Entre 1968 y 1978,
más de 850 sacerdotes, religiosas y obispos fueron arrestados, torturados
y asesinados en América Latina. El jesuita salvadoreño, Rutilio Grande,
antes de ser asesinado dijo:
“Hoy en día, es peligroso [...] y prácticamente ilegal ser un autén-
tica cristiano en América Latina”. Lo importante es la palabra
´”auténtico”.

Alan Woods, El marxismo y la religión 28


¿Una vida alternativa?
Aunque en los últimos años la religión organizada ha perdido terreno,
las ideas religiosas han resurgido en un conjunto de sectas y cultos des-
concertantes, algunos ofrecen un “estilo de vida alternativo”. Algunas ve-
ces reflejando la creciente insatisfacción entre una capa de jóvenes con el
sistema capitalista, su perspectiva de la vida inhumana y desalmada, la
vana comercialización de todos los aspectos de la existencia, el crudo ma-
terialismo, el deterioro del medio ambiente, etc., puede representar el
primer paso hacia la conciencia. Pero después empieza el problema. No
basta con rechazar el capitalismo. Es necesario dar pasos concretos para
abolirlo.
La característica común de todos estos movimientos “alternativos”
―Nueva Era, etc., ― es que se basan en una salvación individual. Por este
camino, no hay salida posible. Y en última instancia, tampoco esto es una
alternativa. El capitalismo puede vivir felizmente con un puñado de per-
sonas que han decidido “retirarse”. Esto no representa una amenaza, por-
que los dueños del poder continúan controlando la vida de la sociedad
como antes.
Incluso aquellos que profesan la “retirada” encontrarán en la práctica
que no hay retirada. Están obligados a utilizar el dinero, comprar los pro-
ductos básicos para la vida en las tiendas, llenar los depósitos de sus ca-
mionetas en las gasolineras, donde comprarán los productos de las gran-
des compañías petroleros que contaminan el medio ambiente, serán des-
viados de un área a otra por la policía, como el resto de nosotros.
La idea de que es posible apartarse de la sociedad y la política es una
ilusión. ¡Intentadlo! Y encontrareis que un día la política estará en vuestra
casa y llamará al timbre de vuestra puerta (si no echa primero la puerta
abajo).
El intento de encontrar una solución individual es esencialmente reac-
cionario porque es la única forma de luchar contra el capitalismo y el es-
tado burgués para unir a la clase obrera y organizarla en un movimiento
revolucionario. Optar por esta u otra forma, te situará a merced del Capi-
tal y ayudará a perpetuar el orden existente.
Para cubrir su desnudez, los predicadores de la Nueva Era se presen-
tan con valores espirituales especiales ―lo imaginan― que les puede si-
tuar al margen de los mortales “normales” y situarles en una línea de co-
municación directa con cosas sobrenaturales que sobrepasan todo enten-
dimiento. Se sienten superiores al resto de la humanidad que no tiene la
confidencia de estos grandes misterios.
En realidad, estas ideas no son superiores al pensamiento de los mor-
tales normales, son muy inferiores. La primera ley para aquel que desee

Alan Woods, El marxismo y la religión 29


cambiar la sociedad es comprenderla y vivir en ella. Al intentar volver la
espalda a la sociedad, lo único que consigues es convertirte en algo impo-
tente frente al orden existente, y renunciar eternamente, sin esperanza,
irrevocablemente, a toda posibilidad de cambiarla. Por este camino no
hay alternativa, sólo más de lo mismo, para siempre.

La religión y la crisis del capitalismo


La religión es lo que los marxistas llamarían falsa conciencia, por que
dirige nuestro entendimiento fuera del mundo real, sobre el que no po-
demos saber nada y del que es inútil incluso hacer preguntas. Toda la his-
toria de la ciencia parte de dos presunciones fundamentales: a) el mundo
existe fuera de mí mismo y b) puedo comprender este mundo, e incluso
aunque hay cosas que en la actualidad no puedo saber, al menos seré ca-
paz de conocerlas en el futuro. Para establecer un límite más allá del co-
nocimiento humano necesita traspasar y abrir la puerta a todo el misti-
cismo y la religión. Durante más de 2.000 años, la humanidad ha estado
luchando para adquirir conocimiento de nosotros mismos y del mundo en
que vivimos. Durante todo ese tiempo, la religión ha sido la enemiga del
progreso científico, y no es una casualidad. En la medida que el pensa-
miento científico nos ha permitido comprender cosas que en el pasado
parecían “misterios”, la religión ha sido empujada para atrás y ahora se
encuentra en la parte trasera intentando salvarse a sí misma.
En la lucha de la ciencia contra la religión, es decir, la lucha del pen-
samiento racional contra la irracionalidad, el marxismo se ha puesto con
entusiasmo del lado de la ciencia. Pero hay más. El objetivo al adquirir un
pensamiento racional del mundo es cambiarlo. El significado de toda la
historia humana de los últimos 100.000 años ―y más― es la lucha sin fin
de la humanidad por ganar la batalla a la naturaleza, controlar su propio
destino y así convertirse en seres libres. Las raíces de la religión están en
el pasado lejano, cuando los humanos luchaban para librarse del mundo
animal de donde procedemos. Para encontrar sentido a los fenómenos
naturales que están más allá de nuestro control, los humanos tenían que
recurrir a la magia y el animismo―las primeras formas de religión―. En
su día, esto representó un paso adelante en la conciencia humana. Este
estadio infantil de la conciencia debería haber desaparecido hace tiempo,
pero la mente humana es infinitamente conservadora y guarda conceptos
y prejuicios que hace tiempo han perdido su razón de ser.
En la sociedad de clases, el concepto de “amor al prójimo” es una va-
cua declaración. La economía de mercado, con su moralidad servil hace
de esta aspiración una proposición imposible. Para cambiar la conducta y

Alan Woods, El marxismo y la religión 30


la psicología de hombres y mujeres es necesario, en primer lugar, cambiar
la forma en que viven. En palabras de Marx, “el ser social determina la
conciencia”. Todo el mundo está dominado por un puñado de gigantescos
monopolios que saquean el planeta, lo deterioran, destruyen el medio
ambiente y condenan a millones de personas a una vida de miseria y su-
frimiento.
Las damas y caballeros que se sientan en los consejos de dirección de
estas multinacionales en su mayoría son cristianos practicantes, en un
número menor judíos, musulmanes, hindús u otros credos. Sin embargo,
la verdadera religión del capitalismo no es ninguna de estas. Es el culto a
Mammon, el dios de la riqueza. El capitalismo da la vuelta a las relaciones
humanas. De una forma retorcida y distorsionada convierten al hombre
en un ser que “vale un millón de dólares”, como si habáramos de una
mercancía. La televisión habla de la bolsa, el mercado, el dólar y la libra
como si fueran seres vivientes (“la libra está hoy un poco mejor”). Esto es
la alienación: cosas muertas (Capital) que parecen vivas y cosas vivas
(personas, trabajo) que parecen muertes, triviales y sin sentido.
El desarrollo humano ha tomado una línea descendente. La capa de la
cultura moderna y la civilización fabricada durante miles de años todavía
es muy delgada. Más abajo reside todos los elementos del barbarismo. Si
alguien tiene dudas, estudiemos la historia de la Alemania nazi, o los re-
cientes acontecimientos en los Balcanes. En su período ascendente, la
burguesía abrazó el racionalismo, incluso el ateísmo. Ahora, en el período
de decadencia capitalista, aparecen por todas partes tendencias a la irra-
cionalidad ―incluso en los estados “ cultos”más avanzados―. Si la clase
obrera no consigue cambiar la sociedad, todas las conquistas del pasado
estarán amenazadas, y el futuro de la civilización humana no estará ga-
rantizado.
La devastación infringida por el capitalismo en todo el mundo ha pro-
ducido numerosas monstruosidades. En su período de declive senil, tam-
bién hemos visto el ascenso de tendencias místicas y religiosas retrógra-
das. El papel reaccionario de la religión se puede ver hoy en todo el mun-
do, desde Afganistán a Irlanda del Norte. En todas las partes vemos el
monstruo del fundamentalismo: no sólo el fundamentalismo islámico,
también el cristiano, judío e hindú. El mensaje de amor fraternal y espe-
ranza se ha convertido en desesperación, odio y matanza. Por este cami-
no, nada es posible excepto el barbarismo y la extinción de la cultura y
civilización humanas.
La causa de estos horrores no es la religión por sí misma, como podía
intentar defender un observador superficial, sino los crímenes del capita-
lismo y el imperialismo, que devasta países enteros y comunidades y des-
truye el tejido social y la familia sin poner nada en su lugar. Ante el temor

Alan Woods, El marxismo y la religión 31


al futuro y la desesperación por el presente, la gente busca consuelo en las
llamadas “verdades eternas” de un pasado no existente. El ascenso del
llamado fundamentalismo religioso es sólo una expresión concreta del
callejón sin salida de la sociedad, que lleva a las personas a la desespera-
ción y la locura. Pero, como vemos en Irán y Afganistán, las promesas de
un cielo religioso sobre la tierra es un sueño vacío que sólo lleva a una pe-
sadilla.
La religión no puede explicar nada de lo que está ocurriendo hoy en el
mundo. Su papel no es explicar, sino consolar a las masas con sueños y
untarles con el bálsamo de una falsa promesa. Pero uno siempre se des-
pierta del sueño, y los efectos del bálsamo, más dulce, pronto desapare-
cen. La condición previa para ganar nuestra libertad como seres humanos
es la ruptura radical con los sueños, y ver el mundo y a nosotros mismos
tal como somos: mortales, luchando por una existencia de seres humanos
sobre esta tierra.

La humanidad alienada de sí misma


Desde tiempos inmemoriales, los hombres (y también muchas muje-
res) han sido educados en un espíritu de servilismo. Incluso hemos llega-
do a pensar que somos débiles, impotentes, que no importa lo que haga-
mos, no hay diferencia, pues el “hombre propone y Dios dispone”. La idea
dominante es el fatalismo. Uno de los grandes problemas a los que nos
enfrentamos, es que nada se puede hacer. Este sentido de aceptar de una
forma fatalista, de adorar servilmente todo lo establecido, están inmersa
en todas las religiones. Al cristiano se le aconseja que si alguien le golpea,
debería poner la otra mejilla. La palabra islam es “sumisión”, y los profe-
tas del Antiguo Testamento nos aseguran que “todo es vanidad”. Aparte
de este sentido de impotencia está la necesidad de un ser superior que es
todo lo que nosotros no somos. El hombre es mortal; Dios es inmortal. El
hombre es débil; Dios es fuerte. El hombre es ignorante ante los misterios
del universo; Dios lo sabe todo. La fe de los seres humanos debe buscar en
los cielos la salvación y así surge la creencia en milagros.
Pero esto no sólo se limita a las clases menos cultas. Se encuentran su-
persticiones similares en la mente de analistas económicos y corredores
de bolsa, que simplemente se sitúan a un nivel más elevado de la mentali-
dad del jugador que lleva un rabo de conejo en una mano y con la otra
lanza los dados. En la Biblia, el hambriento comía, el ciego veía, el mudo
hablaba... todo con la intervención de milagros divinos. Hoy en día, no se
requiere la intervención de elementos sobrenaturales para conseguir estos
milagros. Las conquistas de la ciencia moderna y la tecnología ya nos
permite hacer todas estas cosas. Son sólo las restricciones artificiales im-

Alan Woods, El marxismo y la religión 32


puestas por la propiedad privada de los medios de producción y la lucha
por el máximo beneficio lo que impide la extensión de estas ventajas a to-
dos los hombres, mujeres y niños sobre el planeta.
Cuando hombres y mujeres sean capaces de controlar su vida y des-
arrollarse como seres humanos libres, los marxistas creen que el interés
de la religión ―la búsqueda de consuelo en otra vida― caerá por sí mis-
mo. Mientras tanto, los desacuerdos en estas cuestiones no deben impedir
a todos los cristianos, hindús, judíos o musulmanes honestos que deseen
participar en la lucha contra la injusticia unan sus manos a las de los
marxistas en la lucha por un mundo nuevo y mejor.

¡Por un paraíso en este mundo!


“Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de
evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la mis-
ma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un ma-
terialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe
en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente,
aunque sí más firme, que en mi juventud... Esta fe en el hombre y su
futuro me da aun ahora una capacidad de resistencia que ninguna
religión puede otorgar”. (Trotsky. Escritos. Bogotá. Editorial Pluma.
1976. Tomo XI. Vo. 1. pp. 216-7).
En su libro la Metafísica, Aristóteles hizo un comentario profundo y
maravilloso, cuando dijo que el hombre comienza a filosofar cuando sus
necesidades de vivir están satisfechas. Al eliminar la antigua dependencia
degradante de hombres y mujeres de las cosas materiales, el socialismo
establecerá las bases para un cambio radical en la forma de pensar y ac-
tuar. Trotsky adelantó lo que podría ocurrir en una sociedad sin clases:
“Bajo el socialismo la solidaridad será la base de la sociedad. To-
das las emociones que nosotros los revolucionarios, en la actualidad,
sentimos aprensión de mencionar, que han estado llenas de hipocres-
ía y vulgaridad, como es la amistad desinteresada, el amor por el
prójimo, la simpatía, será el poderoso coro de la poesía socialista”.
(Trotsky. Literatura y revolución. P. 60. En la edición inglesa).
Las cadenas de la opresión de clase y la esclavitud no son sólo materia-
les sino psicológicas y espirituales. Costará tiempo, incluso después de la
abolición del capitalismo, para eliminar las cicatrices morales de esta es-
clavitud. Hombres y mujeres que han sido formados durante toda su vida
en un espíritu servil no emanciparán su mente y alma inmediatamente de
todos sus prejuicios. Pero una vez las condicione materiales y sociales
estén dadas para permitir a hombres y mujeres entrar en una relación
verdaderamente humana, su conducta y forma de pensar se transformará

Alan Woods, El marxismo y la religión 33


de la misma forma. Cuando ese día llegue, la gente no necesitará el policía
―sea material o espiritual―.
Los antiguos sofistas griegos, que realmente eran filósofos perspicaces,
mantenían que el “hombre es la medida de todas las cosas”. En una socie-
dad sin clases, este sería realmente el caso. Pero donde hombres y muje-
res controlan su vida y destino de una forma consciente, ¿qué espacio
queda para lo sobrenatural? En lugar de desear una vida imaginaria más
allá de la tumba, la gente concentrará su energía en hacer esta vida tan
maravillosa y plena como pueda ser. Este es el significado del socialismo:
hacer realidad lo que siempre fue potencial.
En su forma más elevada de la sociedad humana, hombres y mujeres
alcanzarán su verdadera talla. Limpiarán nuestro mundo de toda pobreza,
odio e injusticia. Recuperarán el planeta, sus ríos, mares y cascadas serán
puras de nuevo, y toda la maravillosa diversidad de la vida será protegida
y cuidada. Las ciudades atascadas y contaminadas dejarán de existir y re-
construidas con toda la creatividad artística humana respetando el medio
ambiente. Las profundidades de los océanos se explorarán y descubrire-
mos sus secretos pasados. Y por último, pero no menos importante, toca-
remos el cielo con la mano ―no en una oración―, sino en naves especiales
que llevarán a la humanidad a los confines lejanos de nuestra galaxia y
quizá más allá. Cuando hombres y mujeres disfruten de esta visión ilimi-
tada del progreso humano, que podemos conseguir con nuestros propios
esfuerzos y recursos, sin la ayuda de espíritus, ¿qué lugar quedará para la
religión?
En la Biblia se pueden encontrar palabras de gran sabiduría, como en
los Corintios, donde podemos leer: “Cuando era un niño hablaba como un
niño, comprendía como un niño, pensaba como un niño. Cuando me con-
vertí en hombre dejé a un lado las cosas pueriles”. Ocurre lo mismo con la
evolución de nuestra especie. Cuando la raza humana realice definitiva-
mente su destino y sea capaz de ponerse sobre los dos pies y vivir la vida
plenamente, ya no será necesario el apoyo de la religión, un ser sobrena-
tural a quién rezar o el falso consuelo de una vida en otro mundo. Cuando
llegue ese momento, la humanidad dejará la religión con la misma facili-
dad que cuando las personas crecen dejan de lado los cuentos de hadas
que amaban cuando eran niños y habrán superado su necesidad.

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