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Don Alvaro: Buenas tardes, me sirve una copa (al bar tender)
Señor Rodríguez: Que extraño me parece, conocida esa voz. Buenas que tal amigo,
como le va.
Don Alvaro: Pues ahí, más o menos.
Señor Rodríguez: Y, ¿por que, mi amigo?
Don Alvaro: Pues vera amigo, tengo tres mujeres con casa puesta y no puedo ir a dormir
donde ninguna de ellas porque las tres me pegan. Me pegan cuando me achispo un poco,
como ahora, cuando estoy borracho y aun cuando mantengo mi sobriedad, porque lo
cierto es que ellas no necesitan motivo para entrarme a palos. ¡Es una maldición!
Señor Rodríguez: ¿No cree usted que debería regresar a su casa y descansar? La
inesperada respuesta, coincidente con la extraña conducta de don Alvaro, agrandó mi
turbación. (Se levanta y se acerca al proscenio) Todo esto empezó cuando entré al Bar.
Aquella noche partía para Salonia y había llegado a la estación prematuramente. Faltaba
más de una hora para la salida del tren. Para sacudirme el frío y el aburrimiento, decidí
consumir unas cuantas copas de coñac. Cuando estaba frente al mostrador me reveló el
espejo, en la esquina que estaba a mis espaldas, una figura lejanamente familiar, cuya
fisonomía, aun imprecisa, picó mi curiosidad. ¿Quién era? Ocupé una mesa cercana a la
suya y traté de identificarle. Inmediatamente noté que deseaba pasar desapercibido.
Cubríase el rostro con las manos, bajaba la cabeza. Ayudábale en su empeño la luz
mortecina, el humo de los cigarrillos, pero salí adelante con mi propósito. No me engañó
la barba ni los ahumados anteojos ni la peluca ni el traje a cuadros que desentonaba con
su elegancia proverbial. El personaje que trataba de ocultar su identidad era don Alvaro
de Albornoz, rico y respetable caballero, entonces le dije. (Regresa a sentarse con Don
Alvaro)
—Don Alvaro, ¿qué hace usted por aquí a estas horas y disfrazado?
Don Alvaro: (Molesto) A buen tiempo llegó el mequetrefe. ¡Váyase al diablo!
Señor Rodríguez: Vaya, por metido me achicaron. (Hace el ademan de levantarse)
Don Alvaro: No. No. Espere. Estoy metido en peligrosa aventura. Necesito su ayuda. Por
lo menos su silencio. Siéntese, actúe con naturalidad y trate de bajar la voz. ¿Le costó
trabajo identificarme?
Señor Rodríguez: No mucho. ¿En qué líos está enredado?
Don Alvaro: Psst... He arreglado lo de mi muerte, es decir, ya estoy muerto. Ahora
preparo mi fuga.
Nadie debe saber que estuve aquí. Usted callará, guardará en secreto este incidente.
Señor Rodríguez: Por que no regresara a su casa. A continuación me
Don Alvaro: tengo tres mujeres, etc.
Señor Rodríguez: (Se acerca al proscenio) Les hablare un poco de Don Alvaro de
Albornoz, el era descendiente de ilustre y acaudalada familia. Tenía fama de ser hombre
perpendicular y austero. Al encontrarle en el bar hablando disparates, disfrazado, o por lo
menos vestido ridículamente, supuse que estaba ebrio o se había vuelto loco. El adivinó
mis pensamientos por el asombro que reflejaron mis ojos.
Don Alvaro: Señor Rodríguez, he bebido unas cuantas copas, pero no estoy borracho.
Tampoco tengo el juicio averiado. Este día, legalmente, habré muerto. Esta noche, en la
realidad, volveré a nacer. Nadie debe saber que estoy vivo; es necesario que continúen
creyendo lo que habrán ya empezado a creer: que he fallecido. Le suplico, apelando a la
vieja amistad que nos une, no decir a nadie que me ha visto, olvidar este encuentro.
¡Prométamelo! ¡Júreme que no desmentirá, mañana, la versión aceptada por todos!
Señor Rodríguez: No puedo prometer ni jurar a ciegas
Don Alvaro: Parto «dentro de pocos minutos para Salonia. Ahora soy Enrique Alomar.
Este es mi nuevo pasaporte. Este mi nuevo retrato. Después de que llegue a mi destino
descubrirán el cadáver del señor Albornoz. Es posible que ya lo hayan descubierto. No
puedo, por la premura del tiempo, proporcionarle mayores explicaciones. Aténgase a la
versión oficial de los hechos. Usted se queda aquí y no le importará...
Señor Rodríguez: Se equivoca. Yo también tomo el tren que parte a las doce para
Salonia. Viajaremos juntos. (Al publico) Aquella fue una noticia tranquilizadora para Don
Alvaro.
Don Alvaro: (Se alisa los cabellos y le da unas palmadas al Señor Rodríguez, se
dirige al publico) No esperaba esta coincidencia, que de seguro viene en mi provecho.
Me iba sin ponerlo al tanto de todo. Así era difícil que me otorgara promesa de silencio.
Ahora tendré la oportunidad de revelarle mi historia. Cuando la conozca aprobará mi
conducta y se invertirá voluntariamente en fiel guardián de mi secreto.
Señor Rodríguez: Bueno Don Alvaro, ya son casi las doce hay que abordar ya el tren.
(Paga Don Alvaro paga la cuenta y salen)
Escena II
(En el tren, comienza a llover)(Don Alvaro va a hacer el ademan de que esta
hablando, sin ser escuchado)
FIN