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Helí Morales
«
México, D. F 2003
Coordinación editorial
M arcela Martinelli
ilustración d e portada
"Las meninas", (conjunto) n
Pablo Picasso, 1957
Jacques Lacan
Michel Foucault
Georges Bataille
La publicación de este libro no hubiera sido posible sin la participación,
alegría y el trabajo de distintos amigos, camaradas y colegas.
Específicamente, la materialización de este volumen, tiene que ver con la
organización e implementación de distintos cursos y dispositivos de
transmisión. Agradezco su amistoso empeño y apoyo en la realización
de los seminarios efectuados. En Oaxaca a Eugenio Bustillos, Alba
Cerna, Andrés Manuel Jiménez, Rosa Lévi y Linda Jiménez. En Morelia
a Victoria Leal, Laura Morán, Xóchitl Villa, Virginia Millán y Esmeralda
Herrera. En Cuernavaca a Carmen Lagunes y Florina Orihuela.
Asimismo, mi gratitud a María Ballester, a quien me unen lazos de
amistad y trabajo; su aplicación y entusiasmo en los actos compartidos
fue siempre una garantía frente a la adversidad. A Enrique Mora por su
trabajo en este texto, pero también por su poesía, de la que me precio
ser asiduo lector.
Agradezco también a Paola Ponce por su profesionalismo y
minuciosidad en la lectura y revisión de las letras, las frases y las
construcciones textuales. Su dedicación no sólo pulió y precisó la
escritura, sino que también le dio elegancia.
Introducción
l.
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José Saramago
1. Panorama
2. Dimensiones epistemológicas
3. Entramados clínicos
25 Cr
reordena las subjetividades. La palabra transforma el olvido en
leyenda, el pasado sufriente en presente reeditado y la lengua
arcaica en epopeya. Hablar implica convocar, traer lo remoto y
hacerlo cercano, apelar lo antiguo para hacerlo vigente; invocar el
cronos marchito para transformarlo en acción fértil.
Si en la cura hipnótica, como vimos, la palabra es sostén y
materialidad del tiempo, en el momento de la evidencia de la
fantasía como nudo del descubrimiento freudiano, ésta cobra
relieves insospechados. Cuando Freud escribe aquella fecunda
pero dolorosa carta del 21 de septiembre de 1897 a Fliess, esa en
la que confiesa el descrédito de su teoría de la seducción, donde
dice ya no creer en su neurótica, se afianzan las bases para el
descubrimiento del inconsciente y la construcción de una clínica
psicoanalítica.
Freud afirma ya no creer en su neurótica, no en sus neuróticas. Él
desacredita sus construcciones teóricas, no el relato de sus
pacientes. El descubrimiento de la inexistencia fáctica de las
seducciones confesadas, no negaba la veracidad del
acontecimiento sino que lo mostraba en toda su estatura. Las
histéricas no mentían, su relato decía la verdad, pero la verdad no
tanto del suceso como del tejido de su pasión. Lo que se relataba
no era un falso testimonio sino su versión íntima; sí, la verdad de su
deseo. La verdad no aparecía detrás de los velos de la alcoba, sino
en la presencia de la palabra. El lenguaje es el espacio donde se
despliega la verdad del sujeto; de su deseo. La palabra funge como
testimonio de un pasado hecho de apetencias vigentes, de una
realidad psíquica y de una veracidad abierta.
Ahora bien, eso que se presenta en la palabra como verdad del
deseo, que se convoca como realidad subjetiva y que aparece en el
relato anudado, no es otra cosa que la densidad de la historia del
sujeto. Lo que se cuenta en el decir de la histérica no es otra cosa
que la historia que habita y que la determina. Historia: amarre del
deseo en la tesitura de la palabra, documento del tiempo impreso en
el muro del lenguaje, epístola, folleto, homilía; rótulo de la
subjetividad.
t lelf Mot il.-
4. Senderos freudíanos
a) Secreto a voces
b) Atril técnico
3? «
representación irreconciliable, para ello se hace necesaria una
defensa contra su surgimiento. Dice Freud: “Cuando yo me
empeñaba en dirigir la atención hacia ella, sentía como resistencia
la misma fuerza que en la génesis del síntoma se había mostrado
como repulsión. Y la cadena parecía cerrada siempre que yo
pudiera volver verosímil que la representación se había vuelto
patógena a consecuencia de su expulsión y represión”13 La tarea
terapéutica aparece clara ante este panorama: se trata de superar
la resistencia para permitir a la representación aflorar con la verdad
a ella enlazada.
El descubrimiento de la resistencia le lleva a encontrar la función
de la represión y con ello se aclara el camino técnico. Ahora bien,
quien se resiste es el yo y Freud, asombrado, llega a adjudicarle al
paciente el ejercicio de la resistencia. Sin embargo, esta resistencia
que él ubica del lado del yo y de una acción volitiva, no parece ser
la única a la que se somete la representación irreconciliable. Existe
otra que habría que ubicar en otro espacio, en el espacio de lo que
se dice. Que habría que ubicar en otro registro, en el registro del
lenguaje. Freud, una vez más “Hasta ahora he tratado las
dificultades y la técnica del método catártico. Volveremos a hablar,
pues, de técnica, pero ahora nos referiremos a las dificultades de
contenido por las cuales no se puede responsabilizar a los
enfermos”14 Así queda claro: existe una resistencia del lado del
paciente, es decir, del yo del enfermo, y otra que tiene que ver con
el contenido, a saber, con las palabras. Digámoslo de una vez: la
resistencia se ubica en dos distintos registros, el de lo imaginario
surgida del yo del paciente y el de lo simbólico enclavado en la
espesura del lenguaje. La primera resistencia aparece en el campo
de lo preconsciente, pero la que atañe a lo simbólico, concierne a la
densidad del inconsciente.
Veámoslo en la letra freudiana.
Para Freud el material de las nisterias se presenta como un
producto multidimensional estratificado en tres niveles. Existe,
primero que nada, lo que él llama el núcleo de recuerdos que
representa la plasmación ídeopática más pura. Alrededor de él se
encuentra una gran variedad de material mnémico. Tres
ordenamientos son requeridos para su elaboración. El primero
llamado lineal cronológico que se presenta como una serie de
fascículos sometidos a una enumeración ordenada, es como
exhumar, afirma Freud, un archivo perfectamente catalogado. Este
modo de organización se aglomera alrededor de temas que
convocan recuerdos diversos pero graduados linealmente. Existe un
segundo ordenamiento nominado de estratificación concéntrica En
este estado mientras más cerca se esté del núcleo, más fuertes
serán las resistencias de los recuerdos. Se trata de estratos de
resistencia ordenados de acuerdo a su proximidad concéntrica al
nódulo. Los recuerdos más fácilmente rememorables se encuentran
en la superficie mientras aquellos que más se aproximan al núcleo
:ierán sometidos a una altísima dificultad de reconocimiento
consciente. El tercer ordenamiento y el más esencial a decir del
creador del psicoanálisis, es aquel que se establece de acuerdo al
contenido de pensamiento. Esta codificación funciona a partir de
hilos lógicos de concatenación destinados a múltiples conexiones y
nunca a una linealidad en relación con el núcleo. Se trata de un
'llstema complejo de líneas ramificadas y convergentes. Se
sonstituye también, señala Freud, de diversos puntos nodales
donde desembocan y se relacionan distintas ramificaciones y
trechos colaterales y coexistentes. Además pueden existir más de
un núcleo patógeno debido a distintas temporalidades traumáticas
un la instalación de una afección histérica, lo que diversifica aún
más la red de elementos conectados. El síntoma aparece, desde
usta perspectiva, como constituido de “determinismo múltiple, de
rjomando múltiple”.
Ante esta compleja situación el analista no puede trabajar
Intentando llegar de forma directa al núcleo conflictivo, sería
Improcedente e inútil; la técnica que se desprende de la instalación
de la red de fragmentos psíquicos exige adueñarse de un tramo de
hilo lógico e ir avanzando a partir de relaciones conexas,
convergentes o colaterales. Cualquier parecido con la propuesta
lacaniana de una red de significantes enlazados y relacionados por
cadenas simbólicas, no es mera coincidencia.
Ahora ¿cómo determinar la punta que habrá que tomarse en la
intrincada multiplicidad de conexiones? Freud es bien claro, casi
decimos bien lacaniano, ya que afirma que deberá tomarse la punta
de una ilación allí donde se escuche una falla en la narración, una
laguna en el relato o un salto en la lógica. A la letra: “Ahora bien, sí
se escruta con ojo crítico la exposición que se ha recibido del
enfermo (...) se descubrirán en ella, infaliblemente, lagunas, fallas” .
Más adelante lo reafirma: “De esta manera, por las pistas que
ofrecen unas lagunas en la primera exposición del enfermo, a
menudo encubiertas por ‘falsos enlaces’, pilla uno cierto tramo del
hilo lógico en la periferia y desde ahí, (...) facilita el ulterior
camino”15'
Es menester resaltar aquí algo que hasta el momento no ha sido
descrito: el ordenamiento del contenido de pensamientos no se
establece en ninguna instancia comandada por el yo, se trata de
una masa de redes simbólicas ordenadas lógicamente a través de
una multiplicidad de conexiones. Esta modalidad de ordenamiento
es la que permite plantear un funcionamiento específico del
inconsciente. El inconsciente, nos atenemos a la letra freudiana, se
establece en esa relación lógica de elementos interconectados en
distintas vías que se ordenan de acuerdo a una lógica interne al
registro donde se desarrollan, estableciéndose además a partir de
las fallas que se engendran y los saltos en la ilación que señalan las
conexiones más eficaces de presentación. Freud lo dice así: “... ya
hemos anoticiado de la razón de esa apariencia y sabemos
nombrarla como existencia de motivos escondidos inconscientes.
Tenemos derecho, pues, a conjeturar tales motivos secretos
dondequiera que se registre uno de aquellos saltos de la trama, o
que se trasgreda la medida de una motivación justificada
normalmente.”16
Pero no sólo eso. Freud avanza algo que será fundamental en la
construcción de su doctrina psicoanalítica: las redes de
pensamientos interconectadas y relacionadas a partir de múltiples
concatenaciones no son de la misma naturaleza de los recuerdos.
Las representaciones que en los ordenamientos lineales y
estratificados se alejaban más del núcleo eran las más fáciles de
colegir. Mientras más se acercasen al núcleo organizados, más
arduas eran las resistencias. En el caso de la ordenación de
pensamientos si bien se parecen las circunstancias, la naturaleza
del problema se plantea desde otro lado. Las representaciones más
profundas tienen dificultad en ser recordadas por el paciente, pero
otra cosa es la que sucede con las redes de hilos lógicos, no se
trata de ser recordadas o no, sino que no son reconocidas como
recuerdos. No estamos ante la dimensión del recuerdo, de lo
recordable o no, sino de la materialidad multirelacional del
pensamiento.
Tales representaciones no es que no se puedan recordar sino
que no se pueden reconocer por pertenecer a otro registro, al
registro del inconsciente. No se puede recordar lo que no ha pasado
por el mismo registro de la memoria. Freud: “ ... cuando el enfermo
¡icepta él mismo que tuvo que haber pensado esto o aquello, suele
igregar: ‘Pero no puedo recordar que lo haya pensado’. En tal caso
fácil entenderse con él: eran pensamientos inconscientes”1/é (Las
cursivas son de Freud).
Notas
b) Movimientos de verdad
B3C
2. La muerte y la historia: Hegel
ssC ”
El amo es el hombre que puso en riesgo su vida para hacerse
reconocer como superior; su lucha entonces, no es por un bien
natural sino por una idea, su lucha fue por el prestigio. Este hombre
arriesgó su existencia por una entidad ideal; arriesgó su vida natural
por la posibilidad de ser reconocido por el nombre de “amo”. De
este modo muestra un dominio no sólo frente al esclavo, sino ante
su condición biológica. La superioridad del amo es primero
meramente ideal, pues su acción le hace tomar conciencia de su
poderío, pero después se materializa en la obligación que ejerce
sobre el esclavo para que éste trabaje para él. El siervo trabaja para
el señor y la división de roles se establece históricamente. El amo
se dedicará al placer y el esclavo al trabajo; uno a disfrutar y otro a
sudar.
Esto que parecería una situación altamente satisfactoria para el
amo, implica un impasse muy complejo. El amo devino tal por
arriesgarse a la muerte. El riesgo asumido se funda en la idea de
ser reconocido por otro hombre, pero quien le da este
reconocimiento es el esclavo, personaje al que él no le da
importancia. Él quiere ser reconocido por un igual, es decir, por otro
amo, pero ello es imposible pues sólo lo reconoce vencedor quien
ha sido vencido, es decir, quien no es amo. De este modo nunca
llega a realizar su ideal. Además, en este callejón, se mantiene
idéntico a sí mismo sin posibilidad de cambiar. Si el cambio y la
acción es lo que hace a los hombres tales, el amo queda atrapado
en la insatisfacción de su meta. El único que puede cambiar su
situación es el esclavo. Pero no sólo su situación, sino generar un
mundo propiamente humano. Si lo humano es la posibilidad de
cambiar lo dado, de negar lo existente y el amo está incapacitado
para hacerlo, sólo el esclavo puede producir permutación. Lo que le
permite cambiar el mundo es su trabajo. Además, la esclavitud
aparece como un momento fundante de la historia pues sólo quiere
querer dejar de ser esclavo quien lo ha sido; se trata de un pasaje
necesario de la humanidad en su transcurrir hacia la historicidad.
Veamos de cerca este personaje.
El esclavo es aquel que no quiso perder su vida. Con ello muestra
su apego a lo natural y se comprende su dependencia frente a su
señor. El miedo a morir lo arrojó a la servidumbre. Pero este mismo
miedo lo lleva a territorios inesperados. Por el temor animal de morir
experimenta una sensación de vacío. Más complejo: el miedo a la
muerte lo empuja a una angustia ante la nada. La nada le aparece
como habitando su vida y con ello adquiere un bien que el amo no
posee: un mayor conocimiento de lo que es el hombre. La nada no
es sólo una pura negación de lo dado sino la posibilidad de un
proyecto: que allí donde está ella, venga otra cosa. La nada es la
posibilidad humana de la realización de una negación de lo
existente pues abre la vida ante el propósito.
La posibilidad que tiene el esclavo de cambiar y de realizar sus
propósitos es a través de lo único que tiene: el trabajo. El trabajo es
la acción que transmuta lo natural en obra; la nada en algo. Ahora,
él trabaja para su señor. Esto que parece una desventaja, termina
siendo lo contrario. Laborar para otro es ir en contra de los instintos
naturales pues estos exigen una satisfacción de quien los
experimenta. De este modo, el trabajo separa al esclavo de su
condición afianzada en la naturaleza, no sólo le permite transformar
lo natural en obra humana sino que además en la medida que lo
realiza para satisfacer las necesidades de otro y no sus propios
apetitos, se aleja definitivamente de lo instintual, es decir, de lo
animal.
Este alejamiento toma otro camino. Si bien es cierto que él vive
bajo el mando del amo, el miedo de ser asesinado está presente en
su vida como una posibilidad presente pero no efectiva. El señor no
está allí con su hacha amenazando con matarlo; el siervo vive con
esa situación como una idea que lo acompaña y lo acorrala. Su
muerte a manos del poderoso es fundamentalmente una
abstracción, es decir, un concepto. El oprimido vive bajo el concepto
de su destrucción, pero ello lo lleva al uso no sólo de la pala sino
precisamente de los conceptos y las ideas; esto trae consecuencias,
El esclavo brega primero con sus manos, después utiliza los
Instrumentos, pero en el momento en que, debido a que su
concepto de miedo le abre al mundo de las ideas, le es posible
imaginar modos más eficientes de uso y construcción. La
fabricación debido a una abstracción le lleva no sólo al camino de la
técnica sino también al del conocimiento que se adelanta al uso
inmediato. Nace, con el concepto y su utilización, el dominio de un
saber que será llamado ciencia. De este modo, el trabajo no sólo le
permite alejarse de su condición natural y producir un cambio en el
mundo, también le abre las puertas de los conceptos y con ello de la
técnica y de la ciencia. El esclavo es quien posee el dominio de la
ciencia; es quien la fabrica.
El esclavo es quien abona el campo del conocimiento al ser quien
construye los conceptos, y uno de los primeros que reflexiona es
aquél, evidentemente, de la libertad. Su trabajo le permitió darse
cuenta de que una idea podía hacer funcionar la fabricación; con
ello descubre que se aleja de lo natural al ser quien construye lo
humano, de este modo toma conciencia de sus posibilidades, pero
también de lo que es. Él es quien tiene trabajo pero no tiene
libertad. La Libertad se convierte en un estado a obtener, en un
concepto ideal a realizar. El progreso reside ahí, en alcanzar esa
meta. Ya no se trata sólo de cambiar al mundo, las condiciones
materiales de éste, sino también de cambiar él mismo. El progreso
se construye sobre la base de que el esclavo es aquel que quiere
dejar de ser quien es para devenir otro.
El trabajo permite al esclavo no sólo transformar su mundo
material sino, además, abrir la posibilidad de transformarse él
también. La conciencia de su esclavitud lo enfrenta ante la
probabilidad de cambiarla. La creación de un cambio tanto en los
bienes materiales como del hombre mismo debe ser llamada
historia. La Historia es la transformación construida en la naturaleza
y en lo social por la acción del trabajo del hombre; de los hombres
sometidos. Ahora bien, esta discontinuidad de lo dado se realiza en
un tiempo, en una temporalidad humana. La historia es el tiempo del
cambio del hombre; es la temporalidad de su construcción, es la
duración humana de la negación de la naturaleza.
I .1 historia es el transcurrir del cambio. Ante ello el siervo que ha
tomado conciencia de su esclavitud, sabe que puede cambiarla,
poro para ello tendría que enfrentar al amo. Entonces, ante la
'ilflcultad de su cambio inmediato, señala Hegel, inventó una serie
iJit Justificaciones filosóficas para poder congeniar su idea de
lllmitad y el hecno de su opresión. Si la historia es el tiempo del
f imblo, el pasaje de la tiranía a la liberación se debe llevar a cabo
«ri un tiempo de transición, frente a él, la primera posición del
dominado fue la invención del estoicismo.
I I estoicismo es la primera “ideología” de los esclavos
- «nacientes. Ante la evidencia de su yugo, la idea de poder llegar a
« ir libres les bastaba. La libertad es una idea que se sostiene por
u posibilidad de realización. No importan las condiciones
irmtiiriales y sociales, la libertad es un ideal. No importa el
sometimiento físico, se es libre de pensar, de pensar en la libertad.
( i estoicismo aparecía como una solución ante la esclavitud, pero
nu duró mucho tiempo. El estoico, al aceptar la servidumbre en aras
da un ideal de libertad por venir, renunció a la innovación. No había
li m '. lucha y por lo tanto tampoco se gestaban cambios. El problema
rjue con ello renunciaba también a ser hombre. Si lo humano, lo
<{u*i lo había humanizado era su posibilidad de transformar al
inundo natural y a él mismo por medio de la acción, renegar de ella
><i .« desistir de lo humano, era claudicar ante la historia. Ante tan
(mnosa situación y como segunda ideología histórica del esclavo,
mirífíi el escepticismo nihilista.
I ' i que produce la historia es la transformación de lo dado,
tnniform ación que se realiza mediante la acción de los hombres;
■lluhu acción es, en última instancia, una negación de lo existente.
I i-ite modo, la negación es la posibilidad de la historia. Tomando
omo bandera este razonamiento nace el escéptico: sólo la
(inunción es humana y sólo ella gesta historia.
I .i conciencia lleva al hecho de concebir a la negación como
(uiuMmento, pero tal situación se torna compleja. El escéptico que
ll« 11.1 al nihilismo se enfrenta al problema de negar incluso su propia
vid SI la negación es el principio, es necesario negar idealmente
todo, donde ese todo incluye al hombre mismo; luego entonces, la
única salida sería la negación de la existencia misma, es decir, el
suicidio. Pero el que se suicida ya no puede ejercer el acto de
negación porque ya no existe, y por ende no se realizaría tal acto;
no se realizaría la historia. El escéptico nihilista se enfrenta,
entonces, a una extraña figura conceptual: la contradicción. Es el
intento de realizar, de resolver las contradicciones lo que mueve
desde entonces el pensamiento. La resolución de la contradicción
sólo puede darse mediante la realización de la acción, sea ésta del
pensamiento o del acto; así, los hombres deben resolver las
contradicciones mediante la acción, o lo que es lo mismo,
produciendo historia.
El tercer momento histórico que intenta resolver la contradicción
antes señalada es, precisamente, el cristianismo. El esclavo es
consciente de su servidumbre, sabe que está sometido y que la ¡dea
de su libertad no le basta. También asume que la vida está llena de
contradicciones. Vivir es estar sometido a la contradicción; no hay
mundo sin ella. De este modo, imagina un mundo, un otro mundo,
donde no hubiera tal situación. No solamente concibe un mundo sin
contradicción sino uno donde no hubiera esclavitud. Debe existir un
más allá donde no imperen las leyes de los amos. Debe haber otro
mundo donde todos seamos iguales. Ese otro mundo sería el de
Dios. En ese espacio ideal, no se necesitaría luchar con el amo por
el prestigio pues el único que contaría sería Dios. Ante Dios, todos
serían iguales, no habría ni servidores ni servidos, sólo un Señor
que los vería a todos en igualdad de condiciones. La libertad es
obtenida no en este mundo contradictorio sino en otro ideal y
eterno. Sólo que ese mundo está más allá, más allá de la vida. Es
después de la muerte como se llegaría a ese mundo. Ante el Dios
infinito, la muerte libera de la esclavitud. De este modo se hace
evidente cómo Hegel pensaba que el cristianismo era el momento
histórico en que los hombres habían alcanzado una idea de la
libertad que en ninguno de los otros dos tiempos se había logrado.
Sin embargo, la propuesta hegeliana no se detiene en este punto.
Si bien es cierto que Hegel convoca al Espíritu como aquel que, al
final del proceso dialéctico, uniría a lo natural y a lo histórico, y que
10 asocia al advenimiento de la conciencia cristiana y la religión por
olla sostenida, el proceso de la historia no termina allí.
El cristianismo permite una conciencia de libertad al ubicar a
todos como iguales ante Dios. Pero para ello debe proponer un más
illá de la vida. Para la realización de este tiempo de igualdad debe
11 iber una idea de inmortalidad. En ese más allá existiría la igualdad
<m un tiempo de inmortales. El problema es que los cristianos al
liberarse de los amos terrestres convocan a un amo divino. La
liberación no es tal si se cambia un amo por otro. El Amo cristiano
esta vez infinito e inmortal, pero amo al fin. El Espíritu absoluto
el' Hegel no es aquél de los cristianos pues no puede aceptar el
advenimiento de un nuevo amo como final de la historia.
f:l cristianismo surge como una respuesta nueva a una vieja
«tigustia: la muerte. El esclavo devino tal por no arriesgarse a la
murrte. Ahora se evita de nuevo un enfrentamiento con ella pues se
piopone su anulación. No importa la muerte, no vale, lo único que
inulta es el más allá. Si se quiere un tiempo donde no exista más
li' íondición de esclavo, se debe asumir la posibilidad de la muerte.
I necesario soportar la condición de mortal y de finitud para poder
■Mtrulr el tiempo de la esclavitud.
I • Ideología cristiana llega a un punto donde la historia se
onfrenta a la necesidad, si se quiere terminar con los amos, de
m i)tar el advenimiento de un hombre que sabiéndose mortal y
finito asuma su lugar como sujeto de la historia, como sujeto
ih-.oluto. El Espíritu absoluto de Hegel es el sujeto que al final del
pioc oso dialéctico acepta su finitud y su mortalidad. Es aquel que no
■i ■ un ser dado, que no se conforma con ejercer la negación de
It itural sino que se incluye en el mundo y la historia como un ser
ninolonte de su naturaleza, de su historia y de su posibilidad de
il ■’» de ello.
Alf)<> ha sido evidente a lo largo de este compacto recorrido: la
film lón de la muerte en el pensamiento de Hegel. No sólo ella
■ 'iipujn la división del amo y el esclavo, no sólo en tanto concepto
I- »mitc al siervo concebir conceptos y con ellos la ciencia; no sólo
esC-
enfrenta al cristiano a su contradicción principal, sino que aparece
como la pieza fundamental del edificio hegeliano al evidenciar que
sólo la condición de mortales lleva a los hombres a asumir su finitud
y con ello, la necesidad de erigir un sujeto absoluto o Espíritu que
lleve a cabo la realización de la historia.
Con todo esto creemos haber mostrado lo que se señaló al
principio: el inédito hegeliano que tanto influye a Lacan se construye
a partir del nuevo lugar del sujeto y la importancia de la muerte para
la historia.
3. Primeras puntuaciones
Nota»
a) Relación en silencio
7 4 »
f 1 e lf M ó c a le *
d) Un asombroso hallazgo
k) Lo imposible y el siglo XX
2. La trasgresión y el interdicto
Sade
a) Escenarios
«i e
Por su parte Lacan, si bien nunca citó textualmente a tan
apasionado escritor, sí se citó con él en muchas de sus aventuras
intelectuales. Según testigos de esa época, el entonces joven
psicoanalista estaba presente en muchos de los momentos
culminantes del universo batailleano. No sólo asistía a los
encuentros secretos de Acéphale, sino que las primeras reuniones
del grupo de Contra-Attaque y del College de sociologie, tenían
lugar en su domicilio particular. De hecho según Elizabeth
Roudinesco, las elaboraciones lacanianas sobre Sade, lo real y lo
imposible, le deben mucho a esas confluencias teóricas y
geográficas.
Existe, además, un elemento que problematiza la situación: el
hecho de que quien fuera esposa de Bataille, formara después
pareja con Lacan, lo que no es sin importancia.
Pero más allá de sus vínculos privados y de este curioso silencio
compartido, podemos puntualmente señalar un momento
privilegiado de esta relación y un libro del autor de Mi madre,
Madamme Eduarda y la Historia del ojo que, en especial, interpelan
y convocan al quehacer del psicoanalista. El libro se llama El
erotismo y la época, a finales de los años cincuenta. Veamos de
cerca esta cuestión.
En 1957, Bataille publica en Editions de Minuit uno de los escritos
más importantes de su quehacer intelectual, L’érotisme. En él
muestra por primera vez de manera estructurada sus teorías y sus
propuestas. Lo que allí se plantea tendrá un impacto en el
pensamiento de Lacan, específicamente en su seminario sobre la
ética del psicoanálisis que se desarrolla entre 1959 y 1960, es decir,
a muy poco de publicado el citado libro. El psicoanalista, como se
señaló, nunca hará explícita esta interlocución, pero la relación
intertextual está allí para quien pueda leerla. No se trata de
importación de conceptos pero sí de discusión y efectos de
resonancias conceptuales. Concretamente creemos que la relación
entre la ley y la trasgresión será de gran importancia para el
I ■i «mlnnto lacaniano de aquellos años, así como cierta lógica del
' i ■" ' ' irglda del texto del Marqués de Sade.
I i nblén, de manera simultánea, se verá cómo este texto funda
i ' hii'n", conceptuales, aunque con sus diferencias, del libro antes
'" il «i ido Las lágrimas de Eros.
b) Prohibición y violencia
c) La trasgresión
Charles Baudelaire
Notas
Pablo Gómez
1. El correo moderno
El año 1998, como pocos otros, tuvo al campo del archivo como
uno de sus asuntos principales. Si uno consultara la prensa de
aquel momento, se encontraría con muchas noticias al respecto. Al
principio de dicho año se supo, debido a que ciertos archivos fueron
desclasificados, que la CIA había ocultado información fundamental
al presidente Kennedy, relativa a la fallida invasión por parte de
algunos cubanos exiliados a la Bahía de Cochinos; no se le había
hecho saber al ejecutivo norteamericano que la operación corría
gran riesgo de fracasar debido a condiciones altamente
desfavorables. A mediados del mismo año un general del ejército
mexicano fue condenado a no pocos años de prisión, bajo el cargo
de uso indebido de información y quema de archivos. Otros dos
sucesos llaman la atención por su singularidad e importancia: la
venta, a instituciones europeas, de los archivos personales y
artísticos del arquitecto Luis Barragán, y la demanda del Poder
Legislativo, así como de sectores politizados de la sociedad, de
apertura de los archivos correspondientes a los sangrientos
sucesos de octubre de 1968. Revisemos los acontecimientos.
En marzo de 1998, el público mexicano se enteró, lleno de
asombro, que los archivos del fotógrafo Salas Portugal y del
arquitecto Luis Barragán fueron vendidos, junto con sus derechos
de autor, a instituciones de Basilea. La historia es la siguiente: la
obra de Barragán, una vez fallecido, pasó a manos de su último
socio: Raúl Ferrara. AI morir este afortunado colega, la viuda del
susodicho, Rosario Uranga, vendió el acervo artístico heredado a
una galería neoyorquina que, a su vez, cedió la obra de Barragán al
Museo Vitra de Suiza. No contenta la suerte, ni las instituciones
helvéticas, la esposa de un gran amigo de Barragán y extraordinario
fotógrafo, Armando Salas Portugal, recientemente fallecido, había
vendido a la compañía Fehlbaum, 2 mil 328 negativos, 481
fotografías, ocho fotomurales y 297 transparencias, además de los
derechos de autor del fotógrafo, correspondientes a la obra
realizada sobre Barragán2. Así, la obra de dos grandes artistas
mexicanos quedaba a disposición de empresas suizas, debido a la
lucrativa intervención de dos astutas viudas. Las reacciones no se
hicieron esperar. Tanto el FONCA, como el Colegio de Arquitectos
de Guadalajara, y numerosos artistas e intelectuales mexicanos,
lamentaron tan escandaloso suceso: la obra de uno de los más
Importantes y revolucionarios arquitectos mexicanos sería
usufructuada, administrada y legislada por un museo de ultramar. El
problema es que en México no existe una legislación clara respecto
-i la obtención de derechos sobre la obra de artistas o los archivos
de personajes relevantes de la historia. Se sabe por un estudio de
la UNESCO3, que existen diferentes disposiciones legales para los
■irchivos, según el país. En Alemania, Finlandia, Portugal y Rusia, el
listado tiene preferencia de adquisición; en Francia, por ley, una
Institución nacional tiene la posibilidad de comprar archivos si el
listado, que tiene el derecho como primera opción, no quisiera o no
pudiera adquirirlos. Todo esto nos demuestra una primera
illmensión: los archivos están íntimamente ligados, no sólo a la
preservación de la memoria, sino a dimensiones legales.
En esta línea existe, como ya se señaló, otro asunto que nos
convoca con mayor fuerza, debido a su importancia histórica y
política; se trata de la apertura de los archivos relacionados con el
movimiento estudiantil del 68. El 5 de febrero de 1998, apareció en
■l diario La Jornada un artículo de Elena Gallegos, donde se relata
la entrevista que tuvieron algunos legisladores con el ex presidente
Luis Echeverría. El motivo del encuentro giró en torno a los sucesos
del 2 de octubre y la posible responsabilidad histórica del entonces
secretario de Gobernación. Al parecer, la situación no fue muy
favorable al esclarecimiento de la verdad. Los legisladores se
desesperaron ante la actitud poco cooperativa y de lucimiento
personal del licenciado Echeverría. Ante esta actitud, el análisis de
la comisión condujo a la necesidad, no de realizar entrevistas
estériles, sino al imperativo democrático de la apertura de los
archivos. De hecho, el párrafo con que se inicia el artículo es: “La
Comisión Legislativa que investiga los sucesos del 68 tiene la gran
oportunidad histórica (...) abrir los archivos oficiales y aclarar de una
vez por todas el gran operativo que se montó para reprimir a los
estudiantes”4 El 19 del mismo mes, se dio la buena nueva, el
Gobierno había accedido abrir los archivos: “Por primera vez en
treinta años, desde ayer diez investigadores de la Comisión del 68
revisan los documentos del movimiento estudiantil, luego que
acordaron con la Secretaría de Gobernación la apertura de los
mismos y el acceso de los investigadores al Archivo General de la
Nación”. Se intentaría revisar más de dos mil cajas, así como los
archivos de diferentes embajadas y, si era permitido, aquéllos
pertenecientes a Díaz Ordaz, a la Secretaría de la Defensa y los de
la policía del D.F.
Una larga batalla llegaba a su día feliz. Porque si bien es cierto
que ese 18 de febrero se abrían los archivos, la petición de su
apertura era una demanda que se inició oficialmente en 1993,
desde la tribuna de la Cámara de Diputados, con la configuración
de una Comisión de la Verdad integrada por 20 distinguidos
intelectuales y políticos5. Dicha Comisión no corre la misma suerte
que la del 98: los documentos le son negados y se disuelve el 16 de
diciembre del mismo año en que fue creada.
Algo curioso, más bien significativo: el lugar que hospeda al
actual Archivo General de la Nación es el edificio de Lecumberri. Se
recordará el nombre, ya que estas instalaciones fungieron como
cárcel desde 1906 hasta 1976. El llamado Palacio Negro sale de la
noche como si viniera de ella. Esta isla de violencia por fin abre sus
rejas para que la mirada de los legisladores indague las entrañas
del monstruo. Paradoja: ahí donde antes estuvieron encerrados
estudiantes, maestros y muchos de los mejores hombres de letras,
ihora residen los documentos que relatan su encarcelamiento. La
libertad ha llegado para algunos de ellos; de los actores y de los
«iocumentos.
La apertura de los archivos del 68, genera la esperanza, en
muchos legisladores y ciudadanos mexicanos, de que la verdad
pueda por fin salir a la luz. Durante mucho tiempo, se alegaron
limites jurídicos para la negativa del Gobierno. Según los
■idministradores de los archivos, los expedientes debían
permanecer cerrados 30 años después de la fecha de expedición.
I’or esto, la Comisión del 93 no tuvo acceso. Los argumentos
■ ibozados por los encargados del candado, se basan en una
■imbigua legislación respecto a la liberación de archivos. De hecho,
ni periodo de 30 años proviene de un acuerdo internacional que lo
recomienda. Sí, pero sólo lo recomienda. Muchos países adoptan
Otras posiciones como es el caso de Hungría que mantiene
t errados sus documentos sólo por veinte años.
La cuestión, como es evidente, rebasa la simple reglamentación
iel número de años. Hay algo más de fondo. La dimensión de los
«rchivos remite no sólo a una legislación, sino a una posición
rOBpecto a la ley y, más específicamente, al problema del poder y
ij8 caminos. El acceso a los archivos, es también el acceso a la
'lemocracia. Por lo anterior, es importante indagar la función del
irchivo y sus orígenes en el espacio de la sociedad y la historia.
2. El concepto de archivo
Jacques Derrida
3. La geografía freudiana
4. El inconsciente y la memoria
Sigmund Freud
Octavio Paz
8. Memoria viva
Charlie García
Hemos señalado aquí, cómo el poder actúa sobre los sujetos con
máquinas de escribir y de borrar; cómo los cuerpos en tanto
irchivos vitales, son los libros de la historia. Hemos relatado tristes
ejemplos para mostrar cómo la desaparición de los cadáveres es
una práctica del terror, cuando la ley se vuelve ciega a sus tareas e
Intenta suprimir toda huella de sus errores; de qué modo borrar un
■íuerpo del mapa de los vivos, produce un hueco en relación con la
Verdad. Pero existe otra práctica social del borramiento que ha
lastimado a las sociedades, principalmente, a las latinoamericanas.
Durante los años setenta, en diversos países como Argentina y
Ohile se desató una beligerancia sucia. Los milicos la llamaban
"guerra contra la subversión”; los estrategas, hoy se sabe, la
nombraban Operación Cóndor. Ésta consistía en sembrar terror y
gestar persecución. Una de las modalidades que acogió, fue la
práctica de la desaparición. Las personas que resultaban
>spechosas de actuar, hablar o pensar contra el régimen militar
podían desaparecer. Muchas desaparecieron. Su desaparición
Implica muchas cosas: no sólo un profundo dolor sino la instalación
'Je un estado de miedo y la dificultad social de actuar en contra de
quienes perpetraron ese acto. Las leyes no siempre son justas; más
bien lo contrario. Han existido leyes que indultan a los militares,
pero ninguna ley puede sembrar el olvido. Las dificultades no sólo
son existenciales, también son jurídicas. Al no haber evidencia de la
muerte o de la prisión, no puede levantarse acta del asesinato o la
tortura. Si no hay escritura de una muerte ésta parece no existir. En
lo íntimo, ¿cómo llorar una despedida si no hay prueba del adiós
definitivo? ¿Cómo comenzar a elaborar un duelo si no hay tumba
donde visitar a nuestros muertos? Lo que se produce con la
desaparición es un acto doblemente violento: no sólo se comete un
delito, sino que no hay modo de comprobarlo. El que no exista acta
de defunción, oficial o no, obstaculiza el discurso legal; el hecho de
que no haya trazos de una muerte impide probarla y, por lo tanto,
actuar en consecuencia. Y no nada más eso, sin tumba para llorar y
demandar, no hay modo de testificar un proceso. Más preciso: lo
que se produce con la inexistencia de una tumba, es la negación de
la escritura de la existencia, es decir, si no hay escritura que
sentencie el acontecer de una muerte, ia prueba misma de una vida
queda pendiente. Sin escrito ante la muerte, se tensa la fragilidad
del tiempo; el transcurrir queda en vilo. Una vida se prueba con, al
menos, dos actas: la de nacimiento y la de defunción; son los dos
tiempos escritúrales de la existencia, de la veracidad de una
existencia. Por acta se entiende aquí, texto, tumba, prueba tallada;
inscripción del acto. Si falta una de las dos, la verdad queda en
entre dicho. Tal es la dimensión jurídica que genera una
desaparición: sin acta de muerte no se puede castigar, ni
sentenciar, porque nada se puede asegurar ni probar. Con la
violencia de la desaparición, no hay ni reescritura ni nuevo
establecimiento de la verdad, sólo existe un agujero que la
mantiene pendida de una nada.
Hace poco se publicó en Argentina un libro titulado: Ni el flaco
perdón de Dios. Se trata de un texto que, a mi parecer, conjuga la
memoria, el dolor y la historia. Su contenido se basa en testimonios
de aquello que la época de la dictadura y sus guerras provocaron,
no sólo en el país, sino en las vidas particulares. Los hilos de las
narraciones singulares, tejen uno de los rostros más duros de los
tiempos modernos; las letras de la intimidad escriben el alfabeto de
la historia. Quizá por ello no sorprende que quienes construyeron
este libro sean un poeta y una psicoanalista, me refiero a Juan
Gelman y Mara La Madrid. Del conjunto de las narraciones se
presentará sólo un relato. Este testimonio muestra intensamente
muchas de las aristas aquí talladas. No se harán comentarios a su
contenido; éstos se despliegan ante la vista.
9. Colofón
Notas
4. Anudamientos
Notas
Notas
1. El caminar de Antígona
Notas
3. Concatenaciones finales
Notas
ARCHIPIÉLAGOS DISCURSIVOS
Escrituras de Lacan correspondientes al seminario del 10 de
febrero de 1975.
CAPÍTULO VII.
ESTRUCTURA DISCURSIVA
1. Puntuación
2. Estructura básica
3. Matriz discursiva
a+1
lo que se encuentra es la evidencia de la falta ...
a+I
Mientras más se busca reencontrar el Goce, más se produce un
plus de esa pérdida
I = a
a+I
1. Panorama
S1 S2 $_ __ SI
~ T ----►-----
a S2
Discurso del amo Discurso de la histérica
S1 * $
Discurso analítico Discurso universitario
a' otro
A Otro
Voz
Pero esto no es sin referentes. Precisamente en el seminario
aonde Lacan presenta los llamados grafos del deseo, aquél titulado
Las formaciones del inconsciente, es donde revela cómo, imbuido
en la discusión de su época, construye sus esquemas a partir de las
nuevas modalidades de pensar los grupos y los conjuntos. Allí,
hablando de las estructuras, señala el 6 de noviembre de 1957 la
fórmula mínima de su conjunción: "Nosotros tenemos ahí un grupo
de cuatro significantes, que tienen por propiedad, que cada uno de
ellos es analizable en función de sus relaciones con los otros tres"1.
Este modo de plantear las relaciones viene del establecimiento de
Lévi- Strauss para pensar las estructuras compuestas. Pero también
de Jakobson, quien es evocado en la clase antes mencionada.
Precisamente, apoyado en los trabajos de este estudioso del
lenguaje, Lacan señala: "cuatro es el grupo mínimo de significantes
necesarios para que sean dadas las condiciones primeras
elementales del análisis lingüístico"2.
A pesar de que los discursos no son sólo grupos lingüísticos ni
estructuras de parentesco, es evidente que la propuesta relacional
aplica también para ellos: son necesarios cuatro referentes para
hacer estructura y ninguno de ellos puede operar sin relacionarse
con lo otros tres.
Notas
m
■p
5. Ibid., p. 198; < 188.
CD
2. Estructuralismo fracturado
4. Lacan y el 68
1. Historias
b) Metodología arqueológica
5. Un encuentro en acto
Si el 68 había sido un año vital para los movimientos estudiantiles
y las movilizaciones políticas, el 69 lo fue para la producción y las
letras en el escenario de la Francia intelectual. Ese año se publica
el libro muchas veces aquí citado (¿tal vez demasiado?), pero
también tiene lugar una conferencia de Foucault que será rica en
proposiciones y en consecuencias para el campo psicoanalítico.
Se ha mencionado cómo las críticas dirigidas a tan polémico
autor giraban en torno a su supuesta filiación estructuralista y a su
participación en el “asesinato” de la historia. Los reproches surgían,
se ha señalado, del atentado que sus textos e ideas representaban
para aquellos que defendían la continuidad, la totalidad y la
conciencia que se desarrolla en el devenir de la historia. Pero a la
luz de lo aquí expuesto, el golpe recibido por los tradicionalistas
apuntaba precisamente a la concepción de sujeto que de tales
posiciones emana. Lo radicalmente cuestionado era el sujeto de la
conciencia productor de la historia y sus epopeyas. Es allí donde,
avanzamos, más que una filiación con el estructuralismo, se
evidencia una convergencia con las posiciones de Lacan. Ambos
autores, gestan y promueven una subversión del sujeto. Es del todo
visible que Foucault conoce la obra del psicoanalista y que es de
ella que retoma posiciones al respecto. No sólo porque a lo largo de
su trayectoria, sobre todo al final, lo hubiese declarado, sino porque
ninguno de los llamados “estructuralistas” tenía una posición tan
contundente respecto al sujeto y su cuestionamiento. Ni Lévi-
Strauss, ni Jakobson declaraban tal subversión. La obra de
Althusser lo señalaba pero nunca lo desarrolló. Dos autores
admirados dibujan el perfil sin delinear su rostro ofendido: Bataille y
Blanchot. Bataille con sus trabajos sobre el erotismo y Blanchot
sobre la escritura, abren el espacio para la crítica al sujeto de la
fenomenología y la conciencia pero nunca apuntan hada allá su
artillería. Sólo Lacan hace de ello trayectoria y letra. Foucault lo dice
claramente en 1978 "... de hecho son Bataille, Blanchot y
Klosowski, quienes, hacia los años cincuenta, fueron los primeros
en hacernos salir de la fascinación hegeliana. Segundo, ellos fueron
los primeros en hacer aparecer el problema del sujeto como el
problema fundamental para la filosofía y el pensamiento moderno.
Lacan ha marcado cómo Sartre jamás admitió el inconsciente en el
sentido freudiano. La idea de sujeto no es la forma original y
fundamental ...”26
Pero un acontecimiento permitirá que, quien había retomado la
obra del otro, generase en éste una escansión. El sábado 22 de
febrero de 1969, ante la Sociedad Francesa de Filosofía, Foucault
presenta la conferencia ¿Qué es un autor? Dos peculiaridades: el
libro La arqueología del saber estaba en prensa y había, entre
otros, un invitado especial, Jacques Lacan. No parece sin
importancia que de todos los llamados “estructuralistas” , sólo se
hubiese convocado al psicoanalista. La convergencia se hace en
acto y en texto. La invitación no aparece como un mero formulismo,
Foucault desarrolla temas no sólo tocantes al cuestionamiento del
sujeto sino, de manera explícita, hace una referencia al “retorno a
Freud” fundamental en la enseñanza y la política de Lacan.
La conferencia de Foucault acentúa cuestiones cardinales
respecto al emplazamiento del sujeto y respecto a la construcción
de una discursividad. Ambas dimensiones ligadas a la propuesta de
un “retorno a ...” generarán efectos importantísimos en la trayectoria
de Lacan.
La conferencia puede dividirse en cinco partes. En las tres
primeras Foucault describe poco a poco, las condiciones que
permitirían gestar una teoría del autor ligado a la función del sujeto.
Partiendo de la pregunta ética ¿Qué importa quién habla? señala
cómo la relación entre la escritura, la obra y el nombre del autor no
son sin importancia respecto a un posicionamiento crítico de la
función del sujeto. La escritura aparece, no como un modo de
expresión, sino como la abertura del espacio donde el autor no deja
3010
de desaparecer. A partir del siglo XIX, la escritura muestra cómo el
escritor ocupa una función de ausencia. No desaparece sino que se
especifica como ausente en su accionar y su posición. El hecho de
su desaparición no lo niega ni lo destruye, sino que permite
plantearse el lugar vacío que deja a partir de ello. Ese lugar vacío
no es una nada, es una función específica al interior del campo
escritural. De allí que el nombre de un autor no sea un nombre
propio cualquiera. El nombre de un autor permite visualizar las
diversas funciones que desempeña: asegura una función
clasificatoria, señala un cierto modo de ser del discurso y
desempeña la operación de vincular textos entre sí. Algo es
evidente, el autor no es la persona, ni pesa en tanto sujeto
psicológico; el autor es una función que, generando un vacío,
puede realizar diversas operaciones. La relación del autor como un
sujeto desustancializado y descolocado de sus privilegios
psicológicos ocupa una función dentro de las prácticas discursivas.
Lo que se muestra es la multiplicidad de posibilidades y funciones
que la desaparición del autor genera al interior del discurso. Otra
vez: diversas funciones a partir de distintos emplazamientos en el
interior de un conjunto de discursos.
La cuarta y quinta partes son especialmente importantes. En lo
que podría llamarse la cuarta escanción de su conferencia, Foucault
aborda el tema de los fundadores de discursividad. Evidentemente
Freud y Marx aparecen como dos ejemplos paradigmáticos. La
diferencia con otros autores es la gestación, a partir de su
pensamiento, de una campo específico de discursividad. A partir de
ello surgen no sólo distintos estudios sino que éstos los toman
como referentes de veracidad y como trazo de diferencia. Además,
no se circunscriben ni se reducen a un dominio científico, sino que
éste se puede establecer en relación con su pensamiento. Un punto
que resalta por su importancia y pertinencia es aquél del “retorno a
...” Foucault señala que dos condiciones son evidentes en la
fundación de una discursividad: que la obra sea de tal impacto que
se someta a los mantos del olvido y que, debido a ello, sea
necesario un retorno a la textualidad que la sostiene. El retorno no
es a la figura, ni al autor, es al texto. Retorno a la materialidad del
mismo, a los puntos que se abren a los blancos, los huecos, las
ausencias que el olvido ha querido cubrir. Lacan no podía no
sentirse convocado. Más aún: incluido y legitimado.
La quinta parte de la conferencia es la que resume y avanza lo
allí propuesto. Problematizar la cuestión del autor, su desaparición
en el espacio de la escritura, sus diversos emplazamientos a partir
del vacío que lo acoge, así como describir las diversas funciones
que puede ocupar en el espacio de lo discursivo, lleva a examinar
los privilegios no tanto del escritor sino del sujeto mismo. Desde
ahí, Foucault formula la producción de una tipología de discursos
donde el sujeto pudiese ocupar diversas posiciones en distintas
configuraciones discursivas. Esta tipología sería la posibilidad de
abrir el campo discursivo a una dimensión histórica, a un estudio
histórico. De nuevo, Foucault emprende una impugnación al sujeto
y a su lugar en el campo del discurso:"... poniendo entre paréntesis
las referencias biográficas o psicológicas, se ha puesto ya en
cuestión el carácter absoluto, y el rol fundador del sujeto”27. Pero
esta vez de manera categórica, emite este cuestionamiento al
ubicar sus diversas posiciones y la especificidad de su función
dentro de los mecanismos discursivos: “Pero habría que volver
sobre ese suspenso, no para restaurar el tema del sujeto originario,
sino para captar (saisir) los puntos de inserción, los modos de
funcionamiento y las dependencias del sujeto”28.
Foucault termina su conferencia con estas preguntas: “¿cómo,
según qué condiciones y bajo qué formas, algo como un sujeto
puede aparecer en el orden de un discurso? ¿Qué lugar puede él
ocupar en cada tipo de discurso, qué funciones ejercer, y
obedeciendo a qué reglas?”29
De modo sorprendente por su conocido mutismo, Lacan
interviene de manera clara y concisa aquel día. Intervención que
resume mucho de lo aquí trabajado: “... estructuralismo o no, me
parece que en ninguna parte se trata, en el campo vagamente
determinado por esa etiqueta, de la negación del sujeto. Se trata de
la dependencia del sujeto, lo que es extremadamente diferente; y
3030-
particularmente, al nivel del retorno a Freud, de la dependencia del
sujeto en relación con algo verdaderamente elemental, y que
nosotros hemos intentado aislar bajo el término de significante”30
Pero su respuesta no se reduce a la intervención de aquella
mañana. El impacto del discurso de Foucault fue mucho más
fecundo. La respuesta de Lacan fue, prácticamente puntual a cada
pregunta, la construcción de sus cuatro discursos radicales. Para
Lacan la tipología de los discursos es una manera de escribir una
topología del sujeto pero esta vez dentro de la estructura discursiva.
Los cuatro discursos son la escritura de los lugares, de los
emplazamientos del sujeto, así como de sus diversas funciones al
interior de una diversidad definida de un conjunto de discursos ...
¿le suena?
3060
rumbo conceptual y precipitan la propuesta de los cuatro discursos,
se hace necesario interrogarse, precisamente, en relación con el
campo histórico.
Notas
1. Diacronía
Notas
1. Sujeto en el laberinto
f) La muerte y la princesa
g) Conclusiones preeliminares
\
sujeto: él posibilita su lazo. El sujeto hace posible el enlace de los
significantes, por ende exterior a la cadena, la descompleta
operativizándola. Es por ello que no existe en psicoanálisis teoría
del significante sin sujeto, ni subversión del sujeto sin explicitación
de la articulación significante.
Que el sujeto esté en falta, pero que el lenguaje también, se
ofrece como relación básica en la definición referida, pero se
convierte en escritura con el algoritmo del fantasma. Lacan, en el
texto Subversión del sujeto y en el seminario XI, escribe: 3 0 a , y
describe que el sujeto se constituye por dos operaciones. La
primera de alienación en el lenguaje, marcada por la parte inferior
del vel X / ' T pero también por la otra operación o de separación,
señalada por el trazo superior ( ^ \ ) que arranca al sujeto de la
absorción del Otro, dejándolo con ello, también en falta. A partir de
este algoritmo se escribe, que existe un elemento que presenta
agujerados tanto ai sujeto como al Otro: el objeto a. Los elementos
se explicitan y el recorrido llega a la formulación de los discursos.
Notas
CUARJA PARTE
*
1
EL PADRE, EL DIABLÓ Y OTRAS HISTORIAS
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u t "i f i I t a í / j [ i'/ l ¡)
Dedicatoria del padre de Freud escrita en hebreo en una Biblia que le
da como regalo de su cumpleaños número 35, el 6 de mayo de 1891.
CAPÍTULO XII.
EL PADRE Y LA HISTORIA
La cuarta parte de este texto será la que nos permita vincular una
serie de cuestiones referentes a la historia y sus dimensiones
políticas. Puede parecer curioso que, para abordar el cierre de tan
complejas cuestiones, el tema convocado sea aquél del padre. Sin
embargo se intentará mostrar, desde diversos ángulos, que la
cuestión del padre y sus avatares nos puede llevar muy lejos.
Para comenzar, una frase que servirá como pilar de esta
exposición. El 18 de febrero de 1970, Lacan plantea: “En el discurso
psicoanalítico, nos sucede que existen ciertos términos que sirven
de filum en la explicación, por ejemplo, aquél del padre”.
Declaración realizada en el seminario tantas veces comentado y
citado en este libro, El reverso del psicoanálisis, empuja a tomar en
serio el porqué Lacan recurre a problematizar la cuestión paterna
en un momento en el que su enseñanza aborda temas
estrechamente ligados a lo político, lo histórico y lo social.
Responder este cuestionamiento es el deseo que anima estas
páginas. Para ello, se hace necesario ubicar, primero
históricamente, algunas cuestiones referentes a la paternidad y al
lugar del padre en los tiempos para, a partir de ello, poder situar la
importancia del pensamiento de Freud y las puntuaciones
realizadas por Lacan alrededor de la cuestión paterna.
38143-
su saber. Lejos de la mirada de ellas, pero cerca de ese cuarto, se
encuentra el futuro padre de la criatura. Después de no pocos
esfuerzos, se escucha un grito y en seguida un llanto firme pero
aún suave. La comadrona consuela a la mujer, le ofrece un brebaje
y coloca al crío en el suelo. El padre se acerca y de su siguiente
movimiento dependerán, en gran medida, los derroteros que habrá
de seguir la vida del recién nacido. Si el padre lo levanta del suelo,
su gesto toma el estatuto de una palabra que reconoce como
legítimo a ese hijo y, por ello, se hará cargo de él y de su
sostenimiento. Si por el contrario, el padre atormentado por una
duda de la fidelidad de su mujer, o por considerar que este nuevo
miembro de la familia propiciará un problema en las disposiciones
testamentarias, o, también podría suceder que, abrumado por la
miseria o ante la imposibilidad de brindarle una educación digna y
sólida, decidiera no levantarlo, este niño sería expuesto. El destino
de este niño expuesto no serán los ropajes de una cama o una
cuna, sino el quicio de la puerta cerrada o la tierra de algún
basurero de la ciudad.
El niño que ha sido expuesto tiene pocas probabilidades de
sobrevivir. El niño reconocido por el padre, será entregado primero
a una nodriza para que, junto a un pedagogo o criador vigilen, hasta
la pubertad, el buen desarrollo de su educación. Después, si los
medios económicos se lo permiten, tendrá un profesor que le
enseñará la belleza de las artes y las profundidades de la filosofía o
las complejidades de los saberes económicos y comerciales. Eso
sí, el padre será el dueño de todo lo concerniente a ese hijo y, es
menester saberlo, no se convertirá en ciudadano romano con todos
sus derechos, hasta que el padre muera. No podrá tener dinero, ni
firmar contratos, ni realizar ningún acto jurídico. Podrá casarse,
pero el matrimonio no lo libra de la ley y la justicia del padre.
5. Amor y revolución
Título undécimo
De la Patria Potestad
Capítulo I
De los efectos de la patria potestad respecto de los hijos
Art. 420. Ejercicio de los padres.- La patria potestad se ejerce por
el padre y la madre juntamente.
Capítulo lil
De los modos de acabarse, perderse y suspenderse la patria
potestad
Art. 452. Pérdida de la patria potestad.- La patria potestad se
pierde:
I.- Cuando el que la ejerza es condenado por sentencia
ejecutoriada expresamente a la pérdida de ese derecho, o cuando
es condenado por delito de acción u omisión dolosa con pena de
dos o más años de prisión.
II. - Cuando por costumbres depravadas de quien la ejerza, malos
tratamientos o abandono de sus deberes, pudiera comprometerse
la seguridad o la salud física o mental de los menores, aún cuando
esos hechos no cayeren bajo la sanción de la ley penal.
III.- Por la exposición que el padre o la madre o el abuelo o la
abuela hiciere de sus hijos o nietos; o porque los deje abandonados
por más de 6 meses, si quedaron a cargo de alguna persona, y por
más de un día si al abandonar a los hijos no hubieren quedado a
cargo de persona alguna y este sea intencional; y
IV.- Por incumplimiento injustificado de dar alimentos.
4090
recorrido de Lacan: se declaran los registros, se da el
establecimiento definitivo en el campo del psicoanálisis, se hace el
llamado de retorno a Freud, se señala el lugar del sujeto del
inconsciente, y éste se vuelve definitivamente freudiano al
establecerse una dominante de lo simbólico. Pero también,
digámoslo ahora, en relación con el padre, no podía ser de otro
modo, se avanzan posiciones fundamentales y ya específicamente
psicoanalíticas. El padre cambia de un operador en tanto imagen, a
una función en el campo de lo simbólico. El Padre no es más una
imago con su presencia y su poder psicológico, sino un nombre
operador de la transmisión simbólica. De la imago paterna al
nombre del padre: de la psicología al psicoanálisis. Algo importante
es resaltar que la función del padre no deja de mostrarse fallida,
pero lo que cambia radicalmente es la dimensión y las
implicaciones de sus avatares.
En 1938, Lacan ubicaba en la humillación del padre moderno el
tránsito de los problemas, humillación respecto a su poder social.
En 1953, la falla del padre no se ubica más en la dimensión
psicológica del personaje familiar, sino en la realización de su
función simbólica. Para Lacan, a partir de 1953, no importa tanto la
declinación de la imago, como la discordancia respecto a su función
en lo simbólico. Dice Lacan en 1953: “Planteamos que la situación
más normativante de la vivencia del sujeto moderno, bajo la forma
reducida que es la familia conyugal, está ligada al hecho que el
padre es el representante, la encarnación, de una función simbólica
(...) La asunción de la función del padre supone una relación
simbólica simple, donde lo simbólico recubrirá plenamente lo real
(...) Ahora, es claro que este recubrimiento de lo simbólico y lo real
es absolutamente inasible. Al menos en una estructura social como
la nuestra, el padre es siempre un padre discordante con respecto a
su función, un padre carente (...) Existe siempre una discordancia
extremadamente clara entre lo que es percibido por el sujeto sobre
el plano del real y la función simbólica”9
El padre aparece fallido y carente pero respecto a su función: lo
simbólico no puede abarcar lo real. Este cambio será fundamental
pues no se trata de una psicología, ni siquiera de una historia
empírica del padre, sino de una evidencia estructural.
Cabe señalar la importancia de historizar las posiciones de Lacan
respecto al padre. Aquí hemos presentado dos tiempos, aquél de
1938 donde el padre aparece como ¡mago y la de 1953, cuando se
transforma de personaje psicológico a operador simbólico. Pero su
puntuación no se detiene ahí. Hay tres tiempos más. Aquél
inaugurado en 1955, donde se propone al padre ligado a la
metáfora y la función significante; otro enunciado en 1970, cuando
es ubicado del lado de lo político en relación con el discurso del
amo y, por último, la propuesta de Lacan de ubicar el Nombre-del-
Padre como el cuarto lazo. Lo específicamente analítico y que
representa la aportación de Lacan tanto a la clínica como a la
política, es la evidencia de que en todas estas discontinuidades, el
padre aparece carente. Pero no respecto a su poder social, sino al
lugar y operación de su función. Como imago respecto a su función
simbólica, en el 55 en tanto metáfora ligado al complejo dei
castración, en el plano político como amo tachado y en los años
setenta como quien suple una función topológica.
Notas
1. Introducción
Freud recibe a Dora por primera vez cuando ella apenas tenía 16
años. Sufría de tos y afonía. Cura instantánea; despedida precoz.
Pero estos no serán los primeros males de la muchacha. Desde los
siete años presentaba síntomas que podrían llamarse nerviosos. A
esa edad padece de eneuresis y a los ocho se ve aquejada por una
crisis de disrea. A los doce, aparece una fuerte migraña y una
persistente tos nerviosa. A ello se aunaba, en los últimos años, una
afonía total. Pero el motivo principal de consultar a Freud, dos años
después de aquel primer encuentro, surge de un malestar
generalizado de carácter. La insatisfacción y los enfrentamientos
con el padre y la madre, la llevan a un (aparente) intento de
suicidio, insinuado en una carta de despedida.
f) Texturas de la verdad
Notas
4350
6. S. Freud, Bruchstük einer Hysterie-Analyse (1901), GW, t 5; VE.
Fragmento de análisis de un caso de histeria, AE, t. VII, p. 27.
7. Ibid., p. 38.
8. Ibid., p. 50.
9. Ibid., p. 62.
CAPÍTULO XIV.
ZOOLÓGICO PSÍQUICO: DE RATAS Y CABALLOS
a) El comienzo
c) Entramados de la enfermedad
A esta altura del relato, vale la pena aclarar que el padre al que
tanto se hace aquí referencia, había muerto mucho tiempo antes
del comienzo del tratamiento. De hecho Freud comparte la opinión
del aquejado sobre los motivos reales del establecimiento de su
enfermedad; el duelo portan dolorosa pérdida.
Tal vez, lo más llamativo sea el desencadenador de la
enfermedad y la lectura que de ello hace Freud. No hace mucho, la
madre le cuenta al paciente que un primo muy acaudalado, está
pensando en darle a una hija por esposa cuando éste termine sus
estudios, para que, mediante este casamiento, él pueda asegurarse
un promisorio futuro económico y la familia se estreche aún más.
Ante esa disyuntiva, aquélla de casarse con su amada pero pobre
prometida o aceptar tan tentadora oferta, cae enfermo impidiéndose
con ello llevar a final feliz sus estudios. La enfermedad lo sustrajo
de la penosa necesidad de decidir. Más claro: la enfermedad es la
respuesta ante la dificultad de la resolución, pues enfermando, no
podía terminar sus estudios. Cualquier parecido con la historia del
padre, no es mera coincidencia.
d) Muerte al perturbador
4410-
padre debía morir para que éste se cumpliese. Pero no se trataba
de cualquier deseo, sino de aquél referido al amor y,
fundamentalmente, al goce sexual. El padre entonces aparece ante
el sujeto como un perturbador del goce, ya que para poder
obtenerlo, había que matarlo.
La imposición del padre como obstáculo para la sexualidad no es
nuevo, pues esta dimensión se incorporó desde la infancia. Cuenta
la madre que teniendo él tres o cuatro años, se hizo merecedor de
una fuerte reprimenda por haber mordido a alguien. También se
narra que siendo también muy pequeño, no sólo recibió del padre
una frase fuerte, sino un severa golpiza. Freud infiere que en
ambas ocasiones algo de contenido sexual debe haber estado
incluido en la historia, y que desde entonces el padre se fijó como
perturbador del goce sexual. De ahí, el doble movimiento de las
obsesiones por un lado, la manifestación de un deseo y como
respuesta una culpa reparadora. Ante un deseo sexual se ligaba
otro que implicaba deshacerse del padre y, por ende, culpa. Es
como si el deseo del sujeto tuviese dos caras: una, la de su deseo
sexual, y otra la del deseo de la muerte del padre. Para que el
primero se pudiera realizar, era necesario que se realizara el otro.
La muerte del padre aparece entonces como la condición de la
realización del deseo del sujeto. El deseo del sujeto era eliminar tel
perturbador de sus pasiones, confrontándose así, el deseo del
sujeto al deseo del padre. De hecho, esta nueva dimensión del
padre lleva a Freud a proponer este lugar dentro de la subjetividad
deseante, como un elemento fundamental en la trama edípica, y a
elevar su mecanismo a la condición de operativo general... “A partir
de la uniformidad de este contenido y de la constancia de los
influjos modificadores posteriores, se explica con facilidad que
universalmente se formen las mismas fantasías sobre la infancia,
no importa cuán grandes o pequeñas contribuciones aporte a ello el
vivenciar efectivo. Responde por entero al complejo nuclear infantil
que el padre reciba el papel de oponente sexual y perturbador del
quehacer autoerótico ...”1
Esto abre nuevas dimensiones en el pensamiento de Freud. En
las hipótesis de estudios sobre la histeria, el deseo del padre, el
padre como deseante, aparecía en el centro de los males; después,
con los cambios efectuados en la trayectoria de Freud, la histeria no
se constituía tanto por el deseo del padre, sino por el padre
deseado. El entramado edípico implicaba no sólo un padre
deseante, sino un padre señalado por el deseo; un padre del que se
deseaba su deseo. Pero ahora surgen dos nuevas perspectivas.
Por un lado el padre ocupa el lugar de perturbador sexual y, por el
otro, que desde ese lugar, su deseo se opone al del sujeto. La
dialéctica de deseos, en el caso de la histeria, apuntaba a desear el
deseo del padre, el deseo del Otro, pero aquí se trata de algo
singular, la dialéctica opone a dos deseos; al del hijo contra el del
padre. Algo resulta muy importante e, incluso asombroso, sea como
padre deseante, como padre deseado o como deseo opositor del
padre, el deseo del padre, a lo largo de toda esta historia, está en el
centro de los síntomas y las “patologías” del sujeto. Lo que resulta
pernicioso en todos los casos sigue siendo el deseo del padre.
Ahora bien, en el caso referido, el deseo del padre frente al hijo
se manifiesta como voluntad de oposición. En repetidas ocasiones
así lo menciona Freud. Esto implica que, en el caso del deseo del
padre que perturba el deseo del hijo, éste se presenta como
mandato. Incluso, lo llamativo es que el padre está muerto pero
sigue funcionado como tal. Su voluntad sigue generando ruido. Más
preciso: sigue infringiendo órdenes. Algo aparece claro: el padre
muerto ejerce su función. Si esto es así, el padre no se reduce al
personaje que actúa de una o tal manera, se trata de un operador.
El padre muerto sigue operando, ejerciendo su función después de
desaparecida la persona. Esto implica que el padre es una función
simbólica. El padre ejerce su función simbólicamente a partir de
Intentar imponer su voluntad ... aunque esté muerto. El padre
Impone su voluntad en tanto obligación, es decir, en tanto ley. El
padre muerto funciona simbólicamente como ley, a través de la ley.
Es voz que manda, instancia punitiva; lenguaje de la imposición. El
padre es el operador simbólico de la ley. Sí, el padre muerto.
Pero la pregunta no se deja esperar ¿cómo funciona esa
dimensión simbólica del padre? ¿Cómo hace operar sus
mecanismos? ¿A través de qué caminos impone sus texturas?
e) El significante y el padre
4470
síntoma con el padre. Para ello se dividirá el caso en tres tiempos
(lógicos). El primero atañe a las vivencias de Juanito antes del
surgimiento del síntoma. El segundo versa sobre las modalidades y
la temporalidad en el nacimiento y establecimiento del síntoma. El
tercer tiempo, se inaugura a partir de la intervención de Freud aquel
lunes 30 de marzo.
4490
ella, ante la oposición del padre, insiste y logra que el chiquillo se
instale entre ellos.
A los cuatro años y algunos meses, llora por la mañana y a la
pregunta por la causa de su llanto, responde: “Cuando dormía he
pensado que tú estabas lejos y yo no tengo ninguna mami para
hacer cumplidos (caricias)”.
Alrededor de esa misma edad, una vez que el niño ha caído
enamorado de una muchachita de 14 años, expresa su deseo de
irse a dormir abajo con ella, a lo que la madre celosa (¿desde
entonces?) exclama: “¿Quieres realmente separarte de mami para
dormir abajo?
Hans: No, mañana temprano volveré a subir para tomar el
desayuno y quedarme por acá”.
El tercer elemento significativo antes del miedo a los caballos, es
el intento de Juanito de “seducir” a la madre, a través de mostrar y
hacer tocar su cosita-de-hacer-pipí.
A los cuatro años tres meses, relata Freud: “como todos los días
Hans es bañado por su mamá y tras el baño, secado y entalcado.
Cuando la mamá le entalca el pene, y por cierto con cuidado para
no tocarlo, Hans dice: ¿Por qué no pasas el dedo ahí?
Mamá: Porque es una porquería.
Hans: ¿Qué es? ¿Una porquería? ¿Y por qué?
Mamá: Porque es indecente.
Hans: (riendo) ¡Pero me gusta!”
c) La am enaza de castración
d) ¡¡Arre caballo!!
Notas
J. Lacan
4670
las neurosis”19. La fuerza del enunciado no deja de sorprender:
estamos ante un imperativo clínico y teórico.
Y por si hubiera alguna duda, en uno de su textos más
importantes y luminosos, en aquel que funge como testamento de
reflexión y resignificación de sus propio recorrido, Freud asegura
que la roca viva de la castración es el fundamento, no sólo de la
sicopatología, sino de los procesos que determinan el enigma de lo
humano. El texto es, por supuesto (¿por su puesto?) Análisis
terminable e interminable; y el año de su publicación, 1937.
Tal vez no sea sin importancia evidenciar lo obvio: el complejo de
Edipo sigue siendo esencial en las elaboraciones freudianasr Es
imposible eludir el peso capital que en la construcción de la
segunda tópica tiene para la implementación del superyo, elaborado
en el esencial texto El yo y el ello de 1923. También es menester
puntuar la importancia que tiene en la configuración de las
dimensiones éticas y morales mostradas en El problema económico
del masoquismo escrito en 1924. Pero tampoco se puede negar el
lugar estructurante que adquiere el complejo de castración y que se
hace patente en los textos sobre sexualidad femenina que Freud
escribe a partir de 1924.
Tanto en El sepultamiento del complejo de Edipo como en
Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica
entre los sexos, los avatares de la castración consolidarán su
función radical en la configuración de la subjetividad, esta vez
también en el campo de lo femenino. Lo que se había avanzado en
1917, toma cuerpo y consistencia en estos escritos sobre la
sexualidad femenina. Durante mucho tiempo, Freud concibió una
equivalencia, una analogía entre los procesos psíquicos y,
específicamente, los sexuales, entre los hombres y las mujeres,
entre los niños y la niñas. Muchos textos dan cuenta de ello, desde
La interpretación de los sueños de 1900, hasta El Yo y el ello,
pasando por las Conferencias de introducción al psicoanálisis de
1917 y Psicología de las masas y análisis del yo de 1921. Pero las
cosas cambiarían en el momento que la cuestión de la castración
abre nuevos cauces y diversas posibilidades.
En los textos antes referidos, Freud avanza la diferencia radical
que existe entre los procesos masculinos y femeninos y, el punto
central es, precisamente, aquél de la castración.
En el caso del niño, la dimensión edipica se anuda a los deseos
sexuales hacia la madre y de rivalidad, odio y celos hacia el padre.
En el caso de la niña, sería parecida sólo transformando el
destinatario de los deseos sexuales y agresivos; el primero sería el
padre y la oponente odiada, la madre. He aquí, en ambos
dispositivos, tres personajes, pero falta uno, sí, el factor falo. Si el
escenario deseante se establece sólo con tres actores, estaríamos
frente a una cuestión eminentemente edipica. Pero en el momento
en que se incluye ese cuarto elemento, el escenario se transforma
en una estructura donde, a partir de su posición y su relación con
este elemento simbólico, se moverán las piezas y las coordenadas.
Algo se hace evidente: el operador que introduce esa dimensión es
el complejo de castración, ya que es el que permite la posibilidad
simbólica de la presencia y la ausencia.
Ahora bien, es solamente a partir del operador de la castración
como podrán instrumentarse las distintas perspectivas que, dentro
de la trama edipica, juegan el niño y la niña. En el caso del niño,
decíamos, la afluencia de pulsiones sexuales acentuada en los
genitales le lleva muchas veces a los toqueteos. Ante ello se
profiere la amenaza de castración. La masturbación, refiere Freud,
está ligada evidentemente a una sexualización edipica. La amenaza
parece no tener importancia en un principio, pero es ante la visión
de la falta de pene en las mujeres donde el problema se presenta,
no tanto de quien tiene, sino de quien puede perderlo. Para el niño,
la visióñ de las mujeres remite a la posibilidad realizada de la
castración. Ello pone fin a sus intentos y vectores edípicos, ante el
peligro de perder tan apreciado y valorado miembro de su cuerpo.
En el caso de la niña, sucede de un modo muy diferente. La niña
pasa por un proceso con sus complejidades singulares. Uno, debido
a que el primer objeto de amor es la madre y debe resignarlo,
cambiarlo por el padre. Dos, a la distinta posición que adopta frente
la castración. Freud describe cómo la niña, ante la visión de la
presencia de una diferencia sexual con los niños, no desestima lo
que mira y desde el principio acepta lo que ve. Lo que no implica
que acepte lo que mira. En un primer momento, la existencia de
pene en el otro y la vivencia de ausencia en ella, es vivido como un
perjuicio. Ella también quiere. No porque le falte algo en lo real, sino
porque quiere eso que el otro tiene. Eso que se porta deviene una
insignia del acto del don. Lo que le importa es que se le otorgue
uno igual o un sustituto que ocupe ese lugar y esa función. Sí, un
sustituto simbólico. Allí, señala Freud, es que interviene una
postulación al padre demandándole un hijo. Evidentemente el
proceso de sustitución y demanda es inconsciente. Lo que se
demanda es la intervención en lo simbólico del padre para efectuar
una sustitución en ese mismo registro. El mecanismo que pone en
marcha todo este proceso y que marca la diferencia subjetiva del
niño y la niña, no es tanto el complejo de Edipo, como el de
castración. Freud lo dice de modo magistral en su texto sobre las
diferencias anatómicas de los sexos: “Hasta ese momento no
estuvo en juego el complejo de Edipo ni había desempeñado papel
alguno. Pero ahora la libido de la niña se desliza -sólo cabe decirlo:
a lo largo de la ecuación simbólica prefigurada pene = h ijo- a una
nueva posición. Resigna el deseo de pene para reemplazarlo por el
deseo de un hijo, y con este propósito toma al padre como objeto
de amor. La madre pasa a ser objeto de los celos, y la niña deviene
una pequeña mujer”20. Algo interesante se transparenta en lo aquí
descrito: la posibilidad de desestimar el complejo de Edipo como la
única y más importante pieza de la posición sexual del sujeto, se le
presenta al creador del psicoanálisis, a partir de los enigmas de la
sexualidad femenina. Otra vez Freud: “En la niña, el complejo de
Edipo es una formación secundaria. Las repercusiones del complejo
de castración le preceden y lo preparan. En cuanto al nexo con el
complejo de Edipo y el complejo de castración, se establece una
oposición fundamental entre los dos sexos. Mientras que el
complejo de Edipo del varón se va al fundamento debido al
complejo de castración, el de la niña es introducido y posibilitado
por éste último”. Lo evidente se hace evidencia: lo que estructura al
complejo de Edipo es el complejo de castración. Esto en ambos
sexos, pero marcando, a partir de ello, las diferencias.
a) Relaciones de objeto
4730
Agente Falta de objeto Objeto
Padre real Castración imaginario
Madre
Frustración real
simbólica
Padre
Privación simbólico
imaginario
4770
Ahora, con la inclusión del padre privador, aparece un espacio otro.
Ella desea Otra cosa que él. Ella desea el deseo de otro; el deseo
del Otro. La inclusión del padre implica desde ya, un cambio en la
embajada del Otro. El padre será el encargado de realizar en el
campo del Otro, lo que vehiculiza el deseo de la madre.
b) El complejo de Edipo
M ~ 5 + s
(P) M ~ ( - p) x
n
4830
S' s*
4850
El tercer tiempo, aparece como el momento de concluir o de
posible resolución del Edipo. El padre, soporte de la ley, es de
quien depende la posesión del falo. El padre aparece como
portador y dador del falo. Pero eso tiene que sostenerlo. No se trata
tanto de un padre todopoderoso, sino potente. Potente: que
mantiene laposibilidad de la tenencia del falo. Este es el tiempo
resolutivo,porque en él se anudan lasidentificaciones quellevarán
a la formación del Ideal del yo. Es también el momento del
establecimiento de las declaraciones y las diferencias en la posición
del hombre y la mujer.
Ahora sí, las condiciones y los elementos están dados para la
grafía de la metáfora paterna. En 1958, Lacan redacta su texto
sobre la cuestión preeliminar a todo tratamiento posible de las
psicosis. Allí concentra lo trabajado en sus dos seminarios y pone
negro sobre blanco ¡o que fue discurso hablado. La cuestión de la
metáfora encuentra, por fin, su enunciación escrita.
En el punto IV, precisamente comentando el caso Schreber y su
relación con la forclusión, escribe así la fórmula de la metáfora:
c ^
s $’ — ►S
S x
Padre Madre S_ s;
Madre S’ x S’
Notas
4890
11. S. Freud, Tótem und Tabú (1913), GW, t. 9; VE: Tótem y tabú,
AE, t. XIII, p. 131.
12. S. Freud, Über Triebumsetzungen, insbesondere der Analerotik
(1917), GW, t. 10; VE: Sobre las trasposiciones de la pulsión, en
particular del erotismo anal, AE, t. XVII, p. 118.
13. S. Freud, Die infantile Genitalorganitation (1923), GW, t. 13; VE:
La organización genital infantil, AE, t. XIX, p. 147.
14. S. Freud, Über infantile Sexualteorien (1908), GW, t. 7; VE:
Sobre las teorías sexuales infantiles, AE, t. IX, p. 193.
15. S. Freud, Aus der Geschichte einer infantilen Neurose (1914-
18), GW, t. 12; VE: De la historia de una neurosis infantil, AE, t.
XVII, p. 72.
16. S. Freud, Hemmung, Symptom und Angst (1926), G W t. 14; VE:
Inhibición, síntoma y angustia, AE, t. XX, p. 134.
17. Ibid., p. 135.
18. S. Freud, Dostojewski und die Vatertótund (1927-28), GW, t. 14;
VE: Dostoievski y el parricidio, AE, t. XXI, p. 182.
19. S. Freud, La organización genital infantil, op. cit., p. 274.
20. J. Lacan, Les formations de í’inconscient, op. cit., p. 179.
21. Ibid., p. 197.
22. J. Lacan, La relation d ’objet, op. cit., p. 209.
23. Ibid., p. 227.
24. Ibid., p. 379.
25. Ibid., p. 397.
26. J. Lacan, Les formations de l’inconscient, op. cit., p. 175.
27. Ibid., p.191.
CAPÍTULO XVI.
LOS TRES REGISTROS Y EL PADRE
4970
puede imponer su ley y gestar la castración. El padre real es
inoperante ante su función simbólica al no poder sostener su
dimensión imaginaria. El padre real fracasa en su accionar.
Tampoco introduce la ley que impida la absorción; la devoración.
Mucho menos aparece como el que profiere las amenazas de
castración. Aquí se hace necesario decir algunas cosas sobre la
castración.
Lacan asegura algo asombroso: “Por una parte es preciso que el
verdadero pene, el pene real, el pene válido, el pene del padre,
funcione. Por otra parte, el pene del niño que se sitúa en
comparación con el primero, ha de adquirir su misma función, su
dignidad. Y para conseguirlo, es preciso pasar por esa anulación
llamada complejo de castración”3
Cuando Lacan hace esta afirmación, camina en la froniera entre
lo fenoménico y lo analítico. Lo que no le quita validez, más bien
exige reflexión. Lo importante no atañe a la situación empírica, sino
a los registros implicados en la constitución de la realidad. La
castración aparece siempre bajo el signo de lo negativo. Pero no es
su única dimensión, existen otras. Es innecesario decir que se trata
de una situación habitada por lo simbólico. Una amenaza simbólica
hacia un objeto imaginario. Ahora, esta amenaza pone a prueba al
sujeto. Que el pene sea amenazado le permite legitimar su función.
Le permite legitimar su posición de sujeto ante el mundo, ya que
pasó por ello sin perderse en las cascadas de la pulsión ni en el
deseo del Otro. La amenaza de castración se ejerce para poder
soportar el pene real. Esta amenaza permite vectorizar el impulso y
asumir los límites. De algún modo saca de la decisión del niño el
qué hacer con esas pasiones imperiosas. Coloca en manos de otro
lo que es inmanejable. Al mismo tiempo permite simbolizar que algo
puede tenerse y perderse. La dimensión significante se afianza en
ello. Pero también comporta que eso puede nunca dejarse e incluso
recuperarse. La castración no sólo implica que el padre la puede
quitar sino que la puede dar, devolver u otorgar. Esa es la
dimensión que ejerce el padre imaginario, todopoderoso.
Pero hay algo más. Juanito se enfrenta ante la miseria e
insufuciencia de su pequeño pene, pero también ante la
devaluación y ridiculización por parte de la madre. Ante esto, que el
padre lo amenace con la castración, de algún modo le devuelve un
cierto valor. No tanto a su pene sino a su deseo, a la insignia que
eleva su deseo. La castración le dice que eso vale y por ello se
amenaza; que hay ahí un elemento de preocupación del padre.
Sólo un pene válido es peligroso. Sólo un pene habitado de deseo
es turbulento y, por lo tanto, debe ser amenazado. Pero al mismo
tiempo que valida, la amenaza estructura al trazar un límite. La ley
de prohibición se ejerce prohibiendo el uso de ese pene en esa
casa. La amenaza estructura legitimando. El niño se ve descargado
del terror del deseo y, al mismo tiempo, legislado por una ley más
allá de sus impulsos y los deseos de la madre.
Antes de pasar a la cuestión más radical de la operación de la
ley, vayamos a los otros dos puntos. Se dijo que dos situaciones
más marcan la vida de Juan: el nacimiento de su hermanita y la
noticia de que hay seres que están privados de pene; que no
poseen el falo imaginario. Ana, la pequeña hermanita, juega aquí
un papel destacado. Se decía que la madre busca satisfacer su
deseo en un falo imaginario, que el niño busca entonces
identificarse con él, al reconocer que eso es lo que ella desea. El
hecho de que la madre haya tenido otra hija muestra precisamente
eso: la madre deseaba otra cosa, no sólo a Juanito. La madre
deseaba un falo imaginario, por eso buscó en otro lado algo para
ella. La madre puede desear otra cosa. El falo imaginario y Ana
vienen como demostración de ello. Ana demuestra los extraños
caminos del deseo de mamá; es la pantalla de falo imaginario. No
sólo eso, sino que evidencia que hay quienes no tienen pene, o
peor aún, que lo perdieron. Si Ana no tiene, es que pudieron
habérselo quitado, por lo tanto a él, tal vez también se lo puedan
quitar. Si la inexistencia del pene de la madre fue negada por una
lógica de la denegación -no lo veo, pero aún así ahí debe estar- que
dos personas no lo tengan hace viable su pérdida. Ahora, perder el
pene no es sólo no tenerlo, es que alguien atentó contra él. Ya lo
dijo la madre, se le advirtió que si se lo seguía tocando se lo iban a
cortar. Debe existir, entonces, un ser todopoderoso capaz de hacer
semejante salvajada.
La cuestión de lacastración está entonces, en el centro de las
preocupaciones del pequeño. Pero es necesario pasar de la
fenomenología de la castración, a su matemática operativa. Dijimos
que la castración saca del universo de sus decisiones y sus
pasiones, la andanada de deseos incestuosos y pulsiones
arremolinadas alrededor de su órgano y su espíritu. Pero eso no es
lo único insoportable de vivir; el deseo de la madre tampoco es
soportable. Precisamente, la ley debe intervenir ahí para proteger al
niño de sus impulsos, pero también del deseo del Otro. La función
del padre como agente de la interdicción cobra aquí su relevancia.
El padre simbólico debe intervenir para introducir el orden del
símbolo a partir del ejercicio de la ley, quitando de las manos del
chiquillo la situación para arreglarla en otra parte. El problema
vuelve a aparecer pues precisamente, el gentil padre de Juanito no
ejerce esa función prohibitiva. Se hace necesaria ante esta orgía
imaginaria, no sólo la intervención directa del padre real, sino
también la instauración de la castración simbólica. El padre de
Juanito es incapaz de hacerla funcional, no puede. Es por ello que
debe venir otra cosa a suplir su falla, a operar en el vacío por él
dejado. Sí, esa es la función simbólica del caballo.
El caballo en un primer momento no ejerce esa suplencia, existe
toda una serie de permutaciones y transposiciones antes que llegue
a fungir como un significante que espante. No sólo no es un
significante al que se le ubica un sentido unívoco, pues es la madre,
el niño y la cosita-de-hacer-pipí, sino que es un significante que se
va desplazando a lo largo de la historia. De hecho, al principio,
aparece como un elemento vaciado de significado, es un
significante vacío al que se adhieren múltiples sentidos. El caballo,
al principio, aparece como un significante oscuro que permite*
solamente, afianzar un punto de fijación del movimiento pulsional.
Su primera función es marcar un umbral para la angustia, un punto
en el cual concentrarla. Para que la angustia flotante se transforme
en miedo localizado, es necesario un punto de anclaje, de
concentración; un soporte. Después, funge como un factor al cual
se le adjudican determinadas características esenciales, por
ejemplo, en tanto se le pueden enganchar carros y carruajes, puede
jalar cosas, pero también liga el carro con el movimiento; es una
mediación entre el jaleo y una cierta fuerza de estabilidad. El
caballo al principio es una x funcional. De hecho, es el mismo Freud
quien le da esa característica, llamando “el complejo de los
caballos” a todas estas refracciones. En relación con la fobia dice:
“De ese modo llegamos a saber cuán difusa es en verdad. Recae
sobre caballos y carruajes, sobre unos caballos que se caen o
muerden, sobre caballos de un tipo particular, sobre carruajes con
carga pesada. Revelamos desde ahora que todas esas
peculiaridades se deben a que la angustia no valía originalmente
para los caballos, sino que fue transportada a éstos en un segundo
momento y se fijó en aquellos lugares (elementos) del complejo del
caballo que resultaron apropiados para ciertas transferencias”4
Tal es el caso de la asociación que hace Juanito de una herida
con el caballo, ubicando ahí el momento del establecimiento de la
fobia. Recuérdese el diálogo del niño con el padre:
¿Jugaban a menudo al caballito?
- Muy a menudo. Fritz también una vez fue caballito y Franz era
cochero y Fritz corría muy fuerte y una vez se tropezó con una
piedra y le salió sangre
- ¿A menudo eras tú el caballito?
- Oh sí
- Y ahí fue donde cogiste la tontería
- Porque ellos siempre decían ‘por causa del caballo’, quizá
porque eso dijeron tanto yo cogí la tontería.’'5
Sí, Wagen es por causa de y Wágen, es carruaje.
Caída del caballo, herida, carruaje, por causa de. Todo un
enjambre de sistema de significaciones.
Precisamente por ello es traído aquí, porque Lacan pone especial
acento en la relación estructural del significante caballo con todo un
■sistema de permutaciones, sí, de relaciones estructurales, o dicho
de otro modo, de modalidades del mito. Estas permutaciones y
relaciones de un sistema a otro, le permiten a Juanito la posibilidad
de, a través de los relatos, introducir vía la imaginación, elementos
simbólicos que atemperarán la irrupción de lo real y la falla del
padre. Demos por ejemplo, el relato fantaseado de la bañera. El 11
de abril, Juanito cuenta: “Escucha lo que me ha pasado, yo estoy
en la bañera, entonces viene el mecánico y la desatornilla (para
repararla). Entonces toma un gran taladro y me lo mete en la
panza
A partir de pensar que algo puede ser desatornillado, también se
puede pensar que alli puede atornillarse otra cosa. Juanito está
haciendo la conversión de aquello que implica el movimiento, a un
esquema de sustitución. Sí, del movimiento de vaivén de la madre,
por la posibilidad de sustitución efectuada por el padre.
Sin embargo, es necesaria la intervención de un significante que
opere la falta del significante del padre. Ese significante, bien se
sabe, es el caballo. Es decir, es necesaria la instauración de la
función del padre simbólico para asegurar al niño frente a los
caudales del deseo, del suyo; del de la madre. Lacan lo dice
claramente: “la fobia ... le permite al sujeto manejar ese significante,
obteniendo de él posibilidades de desarrollo más ricas que las que
contiene ... el significante no contiene en sí mismo por adelantado
todas las significaciones que le haremos decir, las contiene más
bien por el lugar que ocupa, el lugar donde debería estar el padre
simbólico. Al estar ese significante ahí en la medida que
corresponde metafóricamente al padre, permite que se efectúen
todas las transferencias ...”7 Sí, el objeto fóbico, no es un objeto, es
un significante. Ante la ausencia de un padre que angustia, vien&
un significante que asusta.
Lacan, a diferencia de Freud, no se contenta con narrar la
situación y analizar sus consecuencias, él propone una escritura
lógica.
Juanito se encuentra atrapado en una compleja relación sin
salida, donde la madre M, se suma a falo (p y a Ana A, a saber, (M +
(p + A). No puede resolverla porque no existe el padre simbólico que
haga intervenir un corte. Juan ha llegado a ese callejón sin salida
por la inclusión en lo real m sumado a su propio pene n. Esto se
escribiría (M + (p + A ) M ~ m + 7t
El problema se resolvería si pudiese intervenir un elemento capaz
de gestar una mediación simbólica, sí, el caballo. La fobia se
escribiría por tanto: f I ‘'I M ~ m + n
M + (p + a
5030
simbólico. “El padre conduce a Juanito delante de Freud quien
representa el super padre, el padre simbólico".
Algunos comentarios al respecto. Si uno afina la vista, Freud, el
que sabe y el que se ubica en el lugar del oráculo, se ubica en el
lugar del padre simbólico. Es quien introduce los significantes, e
incluso es quien introduce la interpretación de la relación del caballo
con el padre. También es quien da las instrucciones sobre lo que
hay que decirle a Juanito, que si eso es una tontería, que si las
mujeres no tienen pene, que no debe temer al padre, etcétera. Es
quien está detrás del padre y más allá en la función de la palabra.
De hecho, no sin humor, Juanito se mofa al ubicar a Freud teniendo
comunicación con el buen Dios. Sí, en efecto, ese sí es el padre
imaginario, incluso más allá de Freud. Si Her Doctor sabe algo, es
porque el Dios bueno se lo dijo. Pero si tuviera que ubicar a ese
padre imaginario, precisamente en un más allá, sería de la madre.
Ese padre que vendría a efectuar la castración, lo dice la madre, es
el doctor A. El padre imaginario en todo caso, es ese doctor de la
amenaza que muestra que, por suerte, la madre no se ubica ni
como el padre real, ni como el padre omnipotente; ella reconoce no
a su marido como aquél capaz de venir a infringir el castigo, sino a
ese hombre que tiene las facultades, en el campo del todo poder,
de venir a cortarle la cosita-de-hacer-pipí. La madre remite a un
más allá de ella, a una ley que la rebasa. Por ello Juanito es
neurótico.
2. Más allá de la discusión de si Freud es el padre simbólico o
imaginario, tal vez la contradicción de Lacan no sea
verdaderamente una contradicción. Tal vez, como se ha mostrado a
lo largo de todo este apartado, los tres padres, de diferentes formas
y desde distintos lugares, intervienen en la lógica de la castración.
3. Algo no deja de evidenciarse. Cuando Lacan propone su
cuadro de la falta de objeto, aparecen tres agentes. El padre real
como agente de la castración simbólica, la madre simbólica como
quien ejerce la frustración imaginaria y el padre imaginario
ejerciendo la privación real. Tres registros ubicados en relación con
tres faltas de objeto, con tres modalidades de objeto y con tres
accionistas de dichas configuraciones. Pero el padre simbólico no
parece. Tal vez el Nombre-del-Padre ya aparezca desde entonces
como un cuarto elemento difícil de ubicar, pero también se puede
pensar que, precisamente a diferencia de los otros actores, el padre
simbólico no es un agente, no es una gente. Este padre en tanto
función no puede confundirse con alguien en un sentido
“sustancialista”. El padre simbólico en tanto operador de la
metáfora, no aparece como un personaje, sino como una operación
matemática.
4. Por último, tal vez no sea inútil acotar, que la tan comentada
intervención de Freud, tuvo un efecto importante en el desarrollo de
la fobia de Juanito. Aquí se lo ha especificado. Pero si tuvo efecto,
no fue sólo por su incidencia en Juanito, sino también en el padre
del niño. Freud interviene desde el lugar del padre simbólico,
también para el padre real del niño. Ese padre cuya presencia
legitima la ausencia de quien hace valer la ley, se ve avivado por la
intervención de Freud a ubicarse en el lugar que hasta entonces
había dejado vacío. La intervención de Freud mueve a Juan, pero
también al padre. Lo obliga a escuchar el mito; le exige que ocupe
su lugar. El padre se ve empujado a ocupar el lugar que ocupaba la
fobia, es decir, a metaforizar el síntoma. Puesto el padre, ya no se
requiere un caballo.
Notas
1. Geografía textual
6070
Tampoco se trata de las deficiencias de un padre al interior de su
entorno familiar. Las fisuras paternas no se formaron por un mala
relación con la pareja o sus descendientes; no es del registro de lo
biográfico o psicológico. Para el psicoanálisis la falta, la carencia
paterna, apunta a una falla del padre al interior del espacio
estructural del complejo; a una falla en el campo de su función.
Pero las cosas no se reducen al espacio de la realidad social, se
trata de los tres registros y del padre interviniendo desde ahí. En
Dora, el padre no es fallido por sus enfermedades o su dudosa
decencia, lo es en tanto promotor de aquello que debía prohibir. El
hombre de las ratas no tiene un padre poco honorable por sus
manejos truculentos en el campo del amor y los juegos de dinero,
sino porque no puede transmitir a su hijo la posibilidad de acceder
a la paternidad. En el caso Juanito, el padre no falla por su
ignorancia o cándida ingenuidad, sino por la deficiente actuación en
la instauración de la prohibición y la castración simbólica.
2. El discurso de la histérica
El linaje de Moisés
El libro sobre Moisés es sorprendente por muchas razones, tal
vez la principal de ellas, es que Freud propone otra lectura de la
historia. Pero no de cualquiér historia, sino de aquella que da
fundamento a la religión judía y a las raíces de la sociedad
occidental. El intento freudiano es dar otra versión de los orígenes,
otra lectura, nada menos, que de la Biblia.
Freud gesta una diferencia con lo que podría llamarse la historia
oficial, citando 30 veces la Biblia. Su lectura se concentra en la
Tora, aunque incluye una cita del libro de Josué. Evidentemente del
Libro de los cinco rollos o Pentateuco, el más consultado es aquél
del Éxodo, del que hace 18 referencias abarcando casi todos sus
capítulos. Pero no están ausentes las citas de los Números, el
Génesis y el Deuteronomio.
La idea principal que atraviesa el primer ensayo es aquélla de
que Moisés no era judío, sino egipcio. Para sostenerla, presenta
dos pruebas lógicas. Una, fundamentada en una lectura filológica
del nombre de Moisés y otra, en relación con la configuración de los
mitos.
Para poder visualizar la diferencia con el texto bíblico, tal vez
valga la pena citarlo al pie de la letra. En el Éxodo, capítulo 2 del
versículo 1 al 10, se lee3:
(1) Un hombre de la tribu de Leví se casó con una mujer de la
misma tribu (2); ella concibió y dio luz a un niño. Viendo lo hermoso
que (3) era, lo tuvo escondido tres meses. No pudiendo tenerlo
escondido por más tiempo, tomó una cesta de mimbre, lo
embadurnó de barro y pez, colocó en ella a la criatura y la depositó
entre los juncos, a la orilla del Nilo.
(4) Una hermana del niño que observaba a distancia para ver en
qué paraba (5) aquéllo. La hija del Faraón bajó a bañarse en el Nilo,
mientras sus criadas la seguían por la orilla. Al descubrir la cesta
entre los (6) juncos, mandó a la criada a recogerla. La abrió, miró
dentro y encontró a un niño llorando. Conmovida comentó :
- Es un niño de los Hebreos.
(7) Entonces, la hermana del niño dijo a la hija del Faraón:
- ¿Quieres que vaya a buscar una nodriza hebrea que te críe el
niño?
(8) Respondió la hija del Faraón:
- Anda.
- La muchacha fue y llamó a la madre del niño.
(9) La hija del Faraón le dijo:
- Llévate este niño y críamelo, y yo te pagaré.
La mujer tomó al niño y lo crió.
(10) Cuando creció el muchacho, se lo llevó a la hija del Faraón,
que lo adoptó como hijo y lo llamó Sacado, diciendo: “Lo he sacado
del agua”.
6210
la otra es fantaseada u obra de la poesía de los pueblos. Según
esta descripción, la familia que abandona es en general la
inventada, siendo la verdadera aquella que recoge al niño. De aquí
se toma para decir que, si la familia verdadera es la que recoge,
Moisés es egipcio, ya que él fue rescatado por la princesa.
Sólo dos cosas. Primero, es evidente que las propuestas
freudianas no se sustentan principalmente en hechos históricos,
sino fundamentalmente en inferencias lógicas. Además, éstas
surgen no tanto de la ciencia bíblica o la arqueología, sino de
conceptos del mismo campo del psicoanálisis. Más adelante se
comentará al respecto, por ahora sólo se señala.
Siguiendo con esta metodología de la inferencia y la revisión
crítica de las Escrituras, en el segundo ensayo las propuestas son
aun más osadas. Freud señala dos situaciones: primera, que la
religión monoteísta es de origen egipcio c o m o Moisés y, segunda,
que éste fue asesinado.
Contra la primera propuesta se levantan serias objeciones que él
mismo señala. Mientras que en la religión judía existe un sólo Dios,
único y omnipotente, y su concepción parte de una forma abstracta
donde no existen ni imagen, ni ritos mágicos y hechicería, en la
religión egipcia, por el contrario, prevalece su esencia politeísta, y
existen infinidad de imágenes teológicas, así como rituales, fiestas y
actos de magia. Pero quizás el punto más decisivo además del
monoteísmo, sea la gran diferencia respecto a la muerte: mientras
la religión egipcia venera a Osiris, dios de la muerte y sus reinos, en
la judía hay un silencio respecto al culto de la muerte, su eternidad
y sus pasiones.
Para sostener su propuesta del origen egipcio del Dios universal»
Freud acude a la historia de las religiones y señala que el
monoteísmo, del cual surgiría la religión judía, tiene su origen en
una creencia que tuvo lugar en el reinado del faraón Amenhotep IV,
En 1375 a.C. la dinastía decimoctava fue sostenida por este rey que
intentó imponer una religión monoteísta en la cual se rendía culto a
Atón, deidad solar que exigía exclusividad. Tal fue la pasión de este
faraón que, amén de construir templos y hasta ciudades en honor a
este su único dios, incluso cambió su nombre al de Ikhanatón, que
significa “el dios está contento”. Sí, el dios Atón. En esta religión, no
sólo existe un único Dios, sino que no existe un culto a la muerte, y
se exige una abstinencia de adoraciones figurativas, hechicerías y
actos mágicos.
En apoyo al origen egipcio de la religión que devendría la de los
judíos, en el punto tres del segundo ensayo, se vuelve a atentar
contra las sagradas escrituras, ai proponerse que la circuncisión es,
también, de origen egipcio y un acto donado por Moisés. Según la
Biblia, en el Génesis capítulo 17, Dios hace un pacto con Abrahám.
En el versículo 1 se lee:
“Yo soy tu Dios Todopoderoso. Procede de acuerdo conmigo y sé
honrado, y haré una alianza contigo; haré que te multipliques sin
medida.”
Y en el versículo 9 dice:
“Dios añadió a Abrahám
Tú guarda el pacto que hago contigo y tus descendientes futuros.
Este es el pacto que hago con vosotros y con tus descendientes
futuros y que habéis de guardar: circuncidaréis el prepucio, y será
una señal de mi pacto con vosotros.”
5250
pasado mucho tiempo, pero, según Freud, eso forma parte de los
acomodos que la tradición realizó para encubrir dicho pacto.
Lecturas e interpretaciones
Una vez esbozados los puntos principales de los dos ensayos
anteriores, podemos revisar la lectura que el mismo Freud realiza,
en relación con ellos, en el tercero. Más que una lectura, se trata de
interpretaciones que, desde la teoría analítica, permitan comprender
la antes detallado.
Partamos de la tesis que constituye el nodulo de la propuesta
freudiana: lo acontecido en el género humano es análogo a lo que
sucede en el sujeto. Para Freud, la posibilidad de entender lo
ocurrido en la historia de la civilización puede ser leído y también,
comprendido, a partir de pensar desde postulados psicoanalíticos,
lo que sucede en el individuo. Desde hacía ya varios textos, había
avanzado la ¡dea de que los fenómenos religiosos se asemejaban
mucho a ciertos síntomas psíquicos, principalmente los enlazados a
la neurosis obsesiva, pero ahora va mucho más lejos y vincula lo
acontecido en el sujeto, con lo ocurrido en la historia misma de la
humanidad.
Para sostener lo declarado, se apoya en dos pilares de la
doctrina del psicoanálisis, a saber, la importancia de los traumas y
su relación con las neurosis y, segundo, una reflexión sobre la
latencia. Veámoslo de cerca, primero en la vida de los sujetos.
Trauma y neurosis
Para pensar el origen de una afección llamada nerviosa, es
necesario remontarse tanto al campo de su etiología, como de las
constelaciones psíquicas que permitieron su estallamiento. En la
génesis de las neurosis se encuentran en general dos factores
fundamentales: impresiones infantiles de gran intensidad y un
tiempo complejo en la configuración de las afecciones y los
síntomas. Para comprender el modo como esto se efectúa es
necesario plantear la existencia de traumas que conmovieron al
sujeto en cuestión.
Un trauma es una impresión que deja una marca importante en ia
configuración de una neurosis. Ahora, estos traumas tienen tres
características esenciales: acontecen en la primera infancia, son
vivencias que han caído en el olvido y se refieren a experiencias de
contenido sexual y agresivo. Ahora, los traumas por sí mismos no
necesariamente son la causa de una neurosis, en muchos casos
son elementos altamente significativos, pero en sí mismos no son
causales. Para que sobrevenga una neurosis, señala Freud, es
necesaria una serie complementaria donde diferentes factores
coadyuven en la instauración de una “enfermedad”. Es entonces
preciso, pensar en la particular manera del establecimiento de los
fenómenos neuróticos.
En estos fenómenos vale destacar dos puntos. En el primero, los
traumas pueden tener características positivas y negativas. En el
sentido positivo, existen intentos de recordar la vivencia traumática,
estamos entonces ante una fijación y un intento de repetición. La
reacción negativa funciona en sentido inverso, existen empeños
que promueven el olvido; su mecanismo es claramente defensivo y
se sostiene en evitaciones que pueden llevar a fobias o
inhibiciones. El segundo punto a resaltar es que, los fenómenos
neuróticos, son de características compulsivas, es decir, que
insisten pasando por alto muchas veces, reclamos del mundo
exterior; gestan una lógica interna que desestima la llamada
realidad externa.
5 2 70
circunstancias volverán a abrirse y provocar problemas y
dificultades. Esto es lo que se llama un período de latencia.
Historia y verdad
Ahora sí, una vez desarrollados algunos conceptos básicos,
Freud se propone interpretar, desde ellos, las circunstancias de la
configuración tanto de la religión judía, como de la sociedad
occidental.
El creador del psicoanálisis propone:
“Ahora invitamos al lector a dar el siguiente paso: adoptar el
supuesto de que en la vida del género humano ha ocurrido algo
semejante a lo que sucede en la vida de los individuos. Vale decir,
que también en aquélla hubo procesos de contenido sexual-
agresivo que dejaron secuelas duraderas, pero la más de las veces
cayeron bajo la defensa, fueron olvidados; y más tarde, tras un
largo período de latencia, volvieron a adquirir eficacia y crearon
fenómenos parecidos a los síntomas por su arquitectura y
tendencia.”4
A partir de este supuesto, Freud emprende la tarea de construir
una historia de las religiones, que sería el fundamento para
comprender la genealogía y ciertas características fundamentales
de la sociedad de origen judeocristiana.
Freud vuelve a su texto Tótem y tabú como apoyo, pero lo rebasa
a partir de su Moisés. Sigámoslo de cerca
En el principio de los tiempos humanos, hubo un modo de
organización donde la ley de un solo Hombre fuerte imperaba sobre
los otros. La mujeres estaban prohibidas y reservadas para Él. En
tan desigual situación, se realizó la sublevación de los hermanos
ante este Padre primordial. Frente el asesinato perpetrado, ninguno
de ellos, luego de una tenaz lucha por ocupar ese lugar, pudo
devenir ese Padre, pactando una renuncia pulsional a dicha
usurpación y a la posesión tanto de la madre como de las
hermanas. Este pacto implicó el establecimiento de leyes
prohibitivas, pero también morales e institucionales. De aquí surge
la religión.
En un segundo momento, este padre asesinado fue venerado y
elevado a la categoría de símbolo legal; de dios. Su representación
en tanto tal desembocó en una religión donde se erigió un tótem, de
características animales, para rendirle culto. Este tótem
representaba al padre y sus atributos, es decir, se erigieron
animales totémicos que implicaban una ambivalencia de amor y
temor. De allí surge, específicamente, la primera forma religiosa de
la humanidad.
El primer gran paso en la conformación de las religiones, fue la
humanización de los dioses. Así, aunque por mucho tiempo los
dioses tuvieron todavía rostros o cuerpos animales, llegó el
momento de adorar dioses humanizados. Quizá en un primer
momento, estas deidades estaban representadas por figuras y
atributos maternos, pero tiempo después, fueron suplantadas por
divinidades masculinas que, siendo primero hijos varones junto a
las diosas, devinieron dioses propiamente con atributos paternos.
Estos nuevos dioses implantaron un régimen patriarcal, pero nunca
pudieron compararse con aquel primer gran Padre. No sólo eían
muchos y tenían que compartir sus altares, sino que las leyes les
exigían tolerarse y hasta respetarse. Eran dioses alegres, pero
limitados.
El siguiente paso fue el retorno, después de un largo período de
latencia, de aquel Padre venerado. El politeísmo antes relatado, dio
paso al regreso de un Dios único que gobernaría universalmente;
es el tiempo del monoteísmo. Llega entonces, el tiempo donde
surge una religión que propone un Dios Padre omnipotente, venida
de Atón y transferida después a Yahvé. Aparece la propuesta judía.
Pero la historia no terminaría ahí. Un miembro de esta religión
monoteísta, un judío llamado Pablo, haría suya, según Freud, la
pesada conciencia de culpa por aquel asesinato (el del Padre, el de
Moisés) y propondría la existencia de un “pecado original” que sólo
podría expiarse con la muerte. En el origen estaba la culpa y en la
historia, quien la hiciera suya. El cristianismo nace marcado tanto
por el monoteísmo como por su pecado original. Un hijo de Dios,
Jesús, había cargado sobre sí tan pesado legado y habíase hecho
crucificar para expiar, con su muerte, aquella muerte ancestral,
aquélla del Padre ... aquélla del Fundador. La muerte del Hijo
recuerda la olvidada muerte del padre y la tramita junto a su
pecado.
Freud lo resume de manera magistral: “El asesinato de Moisés
por su pueblo judío (...) pasa a ser entonces una pieza
indispensable de nuestra construcción, un importante eslabón
unitivo entre el proceso olvidado del tiempo primordial y su tardío
reafloramiento en la forma de las religiones monoteístas (...) Si
Moisés fue este primer Mesías, Cristo es su sustituto y sucesor (...)
en la resurrección de Cristo hay cierta verdad histórico-vivencial,
pues era Moisés resurrecto y, tras él, el padre primordial retornado,
de la horda primitiva; glorificado y situado como hijo en el lugar del
padre”5
Algo que salta a la vista después del análisis realizado por Freud:
hay una relación muy estrecha entre el sujeto y el campo de lo
social. Él plantea que lo que ocurre a nivel de sujeto, también se
realiza en el espacio de lo histórico; pero quizá, desde Lacan, se
podría decir que lo inédito es que desde la historia, también se
puede señalar lo estructural del sujeto, a saber, su división. Freud,
a todo lo largo de este texto de historia, muestra al sujeto en tanto
dividido por la otredad: Moisés, el héroe hebreo, es egipcio; el
cristianismo surge de las entrañas del judaismo; escribe en alemán
aquel que narra la historia del éxodo y la persecución de los judíos.
¿No muestra con esto Freud cómo la radicalidad de la subjetividad
tiene que ver precisamente con esta división que florece en el
territorio de lo otro, del Otro? Tal vez por más que se esfuercen
algunos en encontrar en la otredad signos de decadencia,
degradación, inferioridad o peligro, la historia nos enseña que ésta
no se deja reducir, ni se puede exiliar sin arrancarse, al menos, la
mitad de lo que se es. Si lo reprimido por la historia es el hecho de
que Moisés era egipcio, si lo intentado desalojar de lo evidente es
que fue asesinado, si lo suprimido de la narración es el asesinato
del padre, bien se podría plantear que eso que hace al sujeto tiene
que ver con lo reprimido, lo soterrado y lo exiliado. La verdad de lo
que se es y no se es está allí, a la vuelta de la otredad y, además,
esta división es inconsciente. Sí, se trata del sujeto del
inconsciente.
c) Nuevos dispositivos
5350-
Lo impórtente de señalar es que todo esto no es un obstácul®
para su trabajo teórico, ni representa un arma contra la rigurosidad
de sus inferencias y referencias. Tal vez se trate de algo que
interese a la epistemología, no a la policiaca, sino a la analítica.
El hecho de que Freud se encuentre incluido en el tema que
trata, ni es del todo nuevo, ni tiene porqué mermar rigurosidad e
importancia a sus reflexiones sobre la religión, la sociedad y el
sujeto.
Desde el principio de su práctica epistemológica, Freud incluyó la
presencia de la subjetividad en las redes del saber; introdujo el
color del sujeto en las texturas del pensamiento.
Tal como lo señalamos, en 1884 se adentró en los caminos de
las sustancias y las promesas dionisiacas cuando realiza sua
investigaciones sobre la cocaína. También señalamos cómo su
investigación no fue sólo bibliográfica, sino que él mismo hizo uso
de la sustancia durante doce años. Sí, el pincel de la coca quedó de
lado el día de la muerte de su padre.
Entre 1887 y 1902, sostiene una vigorosa relación epistolar con
Fliess mientras va forjando, entre ires y venires, y a parar del
análisis de sus propios laberintos, importantes elucidaciones en
torno a las neurosis e, incluso, al complejo de Edipo. También de
ello dimos cuenta.
En 1900 publica Die Trautendumg. La ciencia de los sueñot
incluye muchos que atañen a su autor. Muchos análisis versan
sobre pasajes de su vida o recuerdos que lo atormentaban y
atravesaban. También en su obra cúspide, Freud se incluyó como
sujeto de la historia a desentrañar.
¿Habrá un modo más radical de mostrar la inclusión del sujeto en
el campo de la producción del saber? Con todo esto no sólo se
escribe la historia del advenimiento de una nueva praxis clínica y
doctrinal, sino una manera inédita de pensar la relación entre el
sujeto, el saber, el discurso y los vericuetos de la verdad. Tal ve*
eso se pueda escribir también así:
51
a 52
Ahora, como es evidente, no se trata de un sujeto dueño del
saber que produce, sino efecto del mismo. No es un retorno a un
sujeto amo de su producción, sino producto de coordenadas que
escapan a su razón. Se trata de una saber que no se sabe y de un
sujeto dependiente de ese extraño saber. Con su descubrimiento,
Freud señala dos inéditos con una sola praxis: hay un saber que no
se sabe que se llama inconsciente y existe un sujeto descentrado
de la conciencia.
Evidentemente esto atenta contra la concepción tradicional que
del lugar del sujeto se hace la ciencia. Para las reglamentaciones
científicas, el sujeto no sólo aparece como soberano de su
conciencia y dueño voluntarioso de la historia y las coordenadas del
saber, sino que debería quedar excluido de su intervención en la
producción del saber y la problematización de la verdad. De allí que
Lacan definiera la ciencia, precisamente en 1970, como la ideología
de la forclusión del sujeto.
5370
en la base de sus teorías. El punto más frecuente de esta crítica,
atañe a la relación con su padre.
Para muestra un botón. En 1929 un autor norteamericano de
origen alemán, Charles Maylan, escribe un libro titulado Freuds
tragischer Komplex: Eine Analyse der Psychoanalyse (El complejo
trágico de Freud: un análisis del psicoanálisis). El argumento se
resume en esto: los errores del psicoanálisis son efecto de una
mala y no analizada relación con el padre.
Llamativo, pero, llegados a este punto del texto cabría
preguntarse ¿qué tiene que ver toda esta historia con la saga de
Moisés?
Mucho, ya que prácticamente todos los que han abordado la
relación de Freud con su padre, ponen el acento en los enredos,
amores y ambigüedades con su origen judío, y colocan el libro
sobre Atón, el éxodo y el asesinato primordial, como un síntoma
privilegiado de ello.
Tal es el caso de Marthe Robert que titula su ensayo: D'Oedipe a
Móise. Freud et la concience jüif. Ahí, tomando las tramas de
Jacob, el padre y de Sigmund, el hijo, intenta mostrar cómo la vida
del creador del psicoanálisis es fundamental para entender sus
textos, específicamente, aquél sobre Moisés.
Otro estudioso, esta vez venido de las letras de la Biblia y la
historia, Yosef Hayim Yerushalmi, en su libro Freud's Moses:
Judaism Terminable and Interminable (El Moisés de Freud!
judaismo terminable e interminable), analiza diferentes puntos del
libro sobre el legislador judío, y llega a la conclusión que, si bien se
trata de una toma de posición sobre el judaismo, la historia judía, el
cristianismo y el antisemitismo, ese texto es, esencialmente, una
trama autobiográfica.
Existen muchos otros, pero estos tienen algo en común: la
importancia prestada al único texto, dirigido a su hijo, que dejara el
padre de Freud. Se trata de una dedicatoria; de una declaración
sembrada en los umbrales de otro texto. Jacob deja testimonio
escrito en un regalo muy especial. Se trata de una Biblia que, con
motivo del treinta y cinco aniversario del joven médico, le fuera
otorgado para celebrar tal ocasión. Este obsequio tiene su
importancia. Se trata de la Biblia, pero no de cualquiera, sino de
aquélla en la que Freud estudió, cuando niño, la historia sagrada.
Aquella que lo acompañó en sus primeras lecturas sobre los inicios
y los laberintos del pueblo judío. Texto de orígenes, personales e
históricos; memoria del tiempo.
Se trata de una Biblia, sí de la primera, pero revestida;
reinvestida. El padre de Freud, realiza dos actos en la entrega de
este libro. El libro infantil es recubierto de otra epidermis; es
recibido en una otra casa, en una nueva casa de piel. El viejo padre
forra el antiguo libro y le propone una nueva envoltura de cuero ...
también de significados. Además, produce un metatexto: en la
primera hoja, aparece una dedicatoria en hebreo que, como un
collage ordenado, amalgama diversos textos sagrados; imán de
historias, remolino de mensajes. La dedicatoria del padre no sólo
muestra su gran amor, también un velado reproche y una erudita
invitación a no abandonar la lectura del Libro de los libros.
Jacob escribe su amorosa dedicatoria haciendo alusión a 20
pasajes de la Biblia, en los que, curiosamente, predominan las
referencias al Éxodo y al Génesis. También se convoca al libro de
los Números, al Deuteronomio, al de los Jueces y a pasajes del
profeta Jeremías. Del Pentateuco Sapiencial, se hace mención al
libro de Job. También hay invocaciones al Talmud de Babilonia y a
las dieciocho bendiciones de Rosh ha-Shanah.
Del texto escrito en 16 renglones, sólo se comentarán dos
circunstancias. Cuando Yosef Hayim Yerushalmi analiza la
dedicatoria paterna, pone el énfasis en diversas cuestiones, pero
dos llaman la atención. La primera se refiere a la inferencia e
importancia de Moisés dentro del texto; la segunda a la obediencia
que, según él a posteríorí, realiza Freud del estudio de la Biblia.
Es verdad, leyendo la dedicatoria, se hace evidente la
importancia conferida a los libros que tratan de Moisés, pero la
referencia más intensa envía al acto de donar dos veces el mismo
aposento de la ley. Recuérdese que Dios entrega dos veces a
Moisés las Tablas de la ley Del mismo modo, Jacob entrega dos
veces la misma Biblia, primero a los siete años, después a los
treinta y cinco. Moisés recibe por segunda vez las Tablas, porque
había roto las primeras; Freud, porque las había abandonado.
Ahora, esto parece conjetura, pero no es sólo eso. El padre de
Freud, hace una referencia explícita a las tablas y al tiempo de una
segunda donación cuando dice: “(ei libro) queda en resguardo,
como los fragmentos de las Tablas, en un arca junto a mí”9 Un
detalle: en hebreo, ‘aron, designa tanto un armario como la antigua
Arca de la Alianza. Evidencia lingüística, pero, fundamentalmente,
bíblica.
La segunda dimensión que nos ocupa se refiere a una especie de
mandato paterno de regresar a las enseñanzas y leyes de la Biblia.
El padre de Freud escribe textual: “He aquí el Libro de los Libros del
cual excavaron los sabios y los legisladores aprendieron
conocimiento y justicia”. Pero anteriormente a esta frase, invocando
a Dios, dice por su boca: “Ve, lee en mi Libro, aquel que yo he
escrito y se abrirán a ti repentinamente, las fuentes de la
inteligencia, el saber y la sabiduría”10
Ante estas dimensiones, Yerushalmi comenta que el padre de
Freud se coloca como Moisés, y que el mandato de leer la Biblia, lo
realiza á pres coup, cuando trabaja el texto sobre el Padre fundador
del judaismo y su religión monoteísta. Tal vez, pero existen otras
posibles lecturas.
Cuando Jacob hace mención de los dos momentos en que se
entregan las Tablas de la ley, relacionándolas eruditamente con I03
dos momentos en que le entrega a su hijo la Biblia, él no está
colocado en el lugar de Moisés, sino de Dios. Eso se corrobora
cuando en la frase antes citada, él se coloca en la voz de Dios para
promulgar la Biblia, como la fuente de toda sabiduría. Si Jacob está
en el lugar de Dios, Sigmund está en el de Moisés. Además,
difícilmente se negaría que Freud no haya leído el Libro sagrado. El
punto no está en que lo haya leído sino que, a partir de sus
lecturas, atenta contra las verdades ahí explicadas. Freud lee la
Biblia no para seguirla como letra de verdad, sino para contestarla.
Tal vez no se trate de una obediencia a posteriori sino,
precisamente, de una subversión ante el mandato paterno. Ante las
verdades que la Biblia contiene y que son señaladas por el padre
como la fuente del más alto saber, el hijo intenta reescribir esa
historia, colocándose en franca rebeldía contra el padre. ¿No trata
de eso, en su nivel más manifiesto, el texto de Moisés? ¿No se ve
claramente en este pedazo de la historia íntima de Freud, que por
muy amorosa que haya sido la enseñanza del padre, él se rebela
contra esas verdades, poniendo en entredicho el saber ahí
desplegado? ¿No será que ante la autoridad paterna el hijo se
levanta relativizando la verdad y desestimando el saber del padre?
¿No estamos ante la evidencia de un intento de tachadura del Otro,
de una sublevación ante la propuesta del amo? Algo así como: S I
$
Tal vez se tenga que reconocer que el sujeto está implicado en el
acto del saber y que Freud como fundador del psicoanálisis, no sólo
no intentó escapar a su inclusión, sino que hizo de ello una fuente
de reflexión y análisis. Tal vez la cuestión del padre comienza con
un análisis de lo particular, pero pueda permitir pensar algo mucho
más estructural.
5410-
para el psicoanálisis, otra manera de decir que, desde la estructura
discursiva, el padre está tachado; que el padre es función simbólica
de la transmisión de una falta. La hipótesis de la muerte, más
radical, del asesinato del padre, muestra, en un sentido operativo,
algo que atraviesa no sólo los tiempos sino también el espacio del
sujeto, a saber, que el padre, en tanto lugar de amo, en tanto
asumiendo la dimensión de padre imaginario, de padre mítico, de
héroe todopoderoso, el padre colocado ahí, está castrado.
De hecho, la dimensión mítica no miente al presentar las cosas
así, pero enmascara la verdad ahí emergente. Lacan lo dice con
todas sus letras el 18 de febrero de 1970:
“... ya pueden ver lo principal, todo conduce a la ¡dea del
asesinato, a saber que el padre original es aquél a quien los hijos
han matado (...) ¿no parece tan sólo una defensa contra las
verdades que articulan claramente en su proliferación todos los
mitos, antes de que Freud, al elegir el de Edipo, restringiera esas
verdades? ¿Qué es lo que trata de disimular? Que, cuando entra en
el campo del discurso del amo con el que ahora nos estamos
orientando, el padre está castrado desde el origen."v Lacan da el
paso del mito a la estructura.
Su propuesta permite franquear algo del todo insostenible en esa
transmisión y ubica la cuestión del asesinato en un espacio, en un
orden de estructura.
Sin embargo, plantear las cosas así, aclara la función del
asesinato pero no avanza nada respecto a la transmisión. Allí de
nuevo, la castración ocupa un lugar fundamental. Si algo se
transmite a lo largo de las densidades de la historia y los
pentagramas de la subjetividad, es precisamente la castración. Esta
función está en el origen y en la cotidianeidad de la transmisión
generacional. Lacan otra vez, el 18 de marzo de 1970, sí.
comentando los textos míticos de Freud, dice: “Si la castración
golpea al hijo, ¿no le hace acceder también por el camino adecuado
a lo que constituye la función del padre? Toda la experiencia nos lo
muestra. ¿No se indica así que es de padre a hijo como se
transmite la castración?” Y continúa comentado sobre el asesinato
el padre ... “Si es asi, ¿qué hay de la muerte, si se presenta como
lo que está en el origen? ¿No hallamos aquí una indicación de que
es tal vez un modo de encubrimiento?”12
La historia y la dimensión estructural se anudan para abrir otras
brechas, pero también lo subjetivo y lo objetivo toman cuerpo en las
propuestas planteadas. Como mencionara Lacan, las coyunturas
subjetivas debido a su articulación significante, reciben una
estructura de objetividad.
Pero no sólo lo histórico y lo estructural, o lo subjetivo y lo
objetivo se anudan, también la dimensión subjetiva con las
operaciones políticas. Si el padre tiene que ver con el amo cuando
asume esas funciones, desenmascara al padre y al amo, no es sin
consecuencias. No sólo al interior del espacio del sujeto, del niño,
se juegan las dimensiones del barramiento del padre, en el campo
de lo político, como ya se señaló, ésta tiene implicaciones. La
castración abre verdades, por ejemplo que para el infante, para el
sujeto, el padre es quien no sabe nada. No sabe ¿respecto a qué?
El padre no sabe nada de la verdad, es decir, tampoco él sabe que
el amo está castrado; que como amo está castrado. De eso está
hecha la historia del sujeto; eso es medular para la historia de los
sujetos.
Notas
1. Refazos articulados
6450
La evide icia del padre como carente aparece en el campo de la
singularidad del sujeto. Tal es el caso de los historiales clínicos.
También en el espacio de lo histórico y lo político, véase la trama de
Antígona en su enfrentamiento con el poder, asi como la novela
histórica de Moisés.
2. Mitológica*
3. Otras lecturas
4. Edipo, el tirano
56 3 0
religión judeocristiana. El Dios judío es un dios celoso. El
monoteísmo cristiano no puede negar la muerte, la traición y lo
oscuro de la trasmisión. Moisés es la otra saga mitológica que
Freud desglosa para mostrar que el padre, desde su origen, está
tachado; que en el origen de las religiones hay una asesinato
primordial y que esa es otra manera de mostrar al padre barrado.
3. La lectura que hace Freud de la tragedia de Sófocles es harto
ilustrativa de las configuraciones subjetivas. Pero el psicoanalista
realiza una torsión para transformar Edipo de mitología a complejo.
En la historia griega, Edipo ni anhela matar a su padre ni desea
sexualmente a su madre. Peor: no solamente no mata al padre para
tener a la madre, sino que primero mata a Layo sin saber que era
su progenitor, y después desposa a Yocasta no por amor, sino por
un legado de la cuidad de Tebas. A Freud, la genialidad y el
desacato de introducir ahí la cuestión del deseo. Es Freud quien,
retomando la saga griega, produce una irrupción del campo del
deseo para dar cuenta de los laberintos del sujeto. El complejo de
Edipo no es una calca de la historia sofoclena, sino una reinvención
de la misma para mostrar lo impactante de los caminos del deseo y
la muerte, cuando se hace presente el espesor legislativo de!
inconsciente.
4. Lacan con sus cuatro discursos, permite ir más allá de
cualquier reducción individualista y extiende la posibilidad del
análisis de la trama de Edipo hasta incluir, en las escrituras
discursivas, las relaciones entre lo político, lo clínico y lo
epistemológico. Lacan abre la configuración del sujeto hasta las
costas de lo político y lo social. Pero él no es el único en presentar
la narración de Sófocles como una trama política.
No otra cosa plantea Foucault en su análisis sobre el texto de
Edipo. En 1973, tres años después del seminario de Lacan, el
filósofo francés, dicta una serie de conferencias en Brasil.
Específicamente la tercera, versa sobre la desventura de Edipo. Allí
dice: “... la tragedia de Edipo que puede leerse en Sófocles es
representativa y en cierta manera instauradora de un determinado
tipo de relación entre poder y saber, entre poder político y
conocimiento ...”6
Foucault propone desentrañar los modos como en la trama se
llega a la verdad y emprende un extraordinario análisis del texto. El
mecanismo utilizado es la explicitación de pares de oposiciones
binarias que se presentan en el texto. Busca la ley de mitades
binomiales. Así, presenta la verdad expuesta en dos partes, los
pares de personajes vinculados por su lugar en la trama y las
implicaciones de esas parejas funcionales.
Respecto a la verdad, ubica dos tiempos: Apolo dice que se trata
de un asesinato, pero no quién lo realizó. Pero también dos
naturalezas de la misma: existe una verdad divina que debe ser
refrendada por una verdad de lo mirado. La verdad, señala, los
modos como se presenta la verdad en el texto de Sófocles,
responde a lo que los griegos llamaban cpv^PoA-ov el símbolo. Se
trata de una técnica donde los diversos fragmentos deben
ensamblarse para poder encontrar la verdad. Cualquier parecido
con una lectura analítica no es mera coincidencia. Tampoco en el
hecho de que el filósofo ubique la verdad como medio decir, ni a
este proceder del lado de lo político.
De lado de los personajes, propone relacionar a Apolo con
Tiresias, a Edipo con Yocasta y a los dos pastores. Cada pareja
tiene una función al interior de la trama. Los dos primeros
representan la cuestión de la verdad del lado de los dioses; la
pareja real, la dimensión del poder y los dos esclavos, la cuestión
del saber empírico. El trío de elementos se especifica en las
relaciones binomiales.
A partir de allí, Foucault señala que lo que está en cuestión es la
dimensión del poder y sus vericuetos. Muestra los momentos en
que Edipo responde como rey en peligro: llamado por su pueblo,
impugnada su autoridad por Creonte, fracturada su soberanía por
Tiresias y sospechado su linaje por el mensajero. También analiza
la función y las características del tirano en los siglos VI y VII,
mostrando cómo el tirano en esas épocas, es quien detenta un
saber y un poder simultáneos. El filósofo declara lo que será un
viraje en el curso de sus investigaciones: no se puede pensar el
campo del poder sin incluir el saber, pero sobre todo no se pueden
problematizar las instauraciones, los dispositivos y los discursos del
saber, sin incluir la cuestión del poder. Otra vez, la coincidencia con
Lacan, a pesar de sus diferencias, es asombrosa.
La convergencia con los planteamientos de Lacan no es sin
importancia ni sin consecuencias. Pero tal vez valga la pena
subrayar dos diferencias. Foucault, desde el inicio de su texto,
critica la propuesta freudiana siguiendo las cuestiones adelantadas
en el libro de Deleuze y Guatari, El antiedipo, publicado en 1972.
Allí arremete contra las posiciones psicoanalíticas que quieren
reducir los caminos del sujeto a la triangulación edípica. Además
asegura: “Si hay algo parecido al complejo de Edipo, éste no se da
a nivel de lo individual sino a nivel colectivo; no a propósito del
deseo y el inconsciente sino a propósito del poder y el saber”7
Otro punto fundamental, es la lectura histórica que hace de la
trama de Edipo ubicando al personaje de ésta como un
representante de los tiranos que gobernaban en la Grecia de los
siglos VI y VII. Su lectura quiere ser política e histórica. Retoma la
traducción misma de la trama y, desdeñando lo que tiene que ver
con el incesto, apunta que Sófocles mismo tituló su obra Edipo rey
y no, por ejemplo, El incestuoso. Retoma la escritura original griega
donde lo que en francés o castellano se ha traducido rey, en griego
aparece la palabra Tirano. Tirano es aquel que, en los siglos
señalados, no sólo tenía el poder, sino también un determinado
saber. Edipo es tan tirano como Cípsilo de Corintia o Solón de
Atenas. Incluso llega a decir en la tercera conferencia, que la
confabulación de Edipo, al ubicar a los esclavos como los que
detentan el poder, inaugura el modo como la sociedad occidental
implementará una nueva dimensión del poder político. A partir de
entonces, el pueblo se apoderará del poder del derecho y sus
instituciones.
La propuesta de Lacan no se opone a la puntuación histórica de
Foucault, pero sí implementa que el saber está en otro que en el
amo y su poder. Tal vez no se trata de la misma concepción de
saber. El tirano no tiene el poder aunque posea información. Edipo
no es un ignorante, pero no sabe la verdad que lo habita y lo
acecha. Desde Lacan, podemos decir que lo que hace a Edipo
tirano no es la información que se adjudica, sino querer imponer,
desde un lugar de amo, su saber como verdad. Lo que lo inviste en
el lugar de dictador en el discurso del amo, es que no está ahí para
hacer valer la ley de la ciudad, sino para imponer su voluntad.
Digamos lo obvio. El discurso del amo no señala que aquellos que
detentan el poder están en un lugar desdeñable, criticable y
execrable. El discurso del amo no es sinónimo de negatividad, ni
convierte a quien lo ejerce en un déspota. El discurso del amo es
un lazo social que tiene como dominante la ley y como agente el
poder. En ese sentido es un lazo social al que el sujeto se enfrenta
y que representa una de las bases de lo social. El punto es que
cuando quien debiese ejercer la ley, quien debiera mandar
obedeciendo, quiere hacer del aparato legal el instrumento de su
poder personal, y del ejercicio de su función una plataforma para la
imposición de la voluntad, ahí asistimos a la figura del dictador. Un
dictador que, por otro lado, es también un sujeto, es decir, un ser
sujetado a la ley y expuesto a la carencia. Los dictadores son
sujetos limitados, carentes y fracturados, aunque con sus uniformes
relucientes y sus armas brillantes quieran negarlo.
Y este es el punto de donde podemos partir para hacer una
diferencia con Foucault en su lectura de Edipo. El filósofo
concuerda con el psicoanálisis al leer en Edipo una trama del poder.
También en pensar que no existen dimensiones del saber que no
tengan que ver con el poder. Pero Foucault, en su intento de criticar
el psicoanálisis, olvida algo fundamental incluso caro a su propio
desarrollo: el lugar del sujeto, el emplazamiento del sujeto en el
campo de lo discursivo. Foucault detalla las tres parejas y sus
funciones al interior de,la investigación de la verdad. Apolo, el dios y
Tiresias el adivino, están en el campo de la verdad; Edipo y
Yocasta, en tanto la pareja real, en el del poder, y el mensajero y el
pastor en el del saber. Los componentes del análisis se hacen
presentes, poder, saber y verdad. Pero en Foucault se desestima y
se olvida el lugar del sujeto. El psicoanálisis no puede hacer tal
cosa. Edipo es rey y se vincula con el poder, está atravesado por la
verdad y expuesto al saber de los esclavos, pero también es un
sujeto con historia y barrancos. En Edipo se narra una investigación
jurídica de la verdad, se evidencia el lugar del saber de lado de los
esclavos, se hace patente el abuso del poder del lado del rey, pero
también se relatan las peripecias de un sujeto con toda la historia
de su familia encima. Edipo es un sujeto que también está habitado
de deseo y muertes. Es un hombre cuyo nombre remite a su
historia y a significantes que lo representan. Si el filósofo omite
esto, la diferencia es radical con lo aquí propuesto. Incluso su
argumentación del tirano como quien detenta al mismo tiempo el
poder y el saber, lo extravía en la consistencia de la lectura. Edipo
tiene información pero no el saber. Cuando Edipo resuelve el
enigma de la Esfinge no es su categoría de monarca, no es desde
su lugar de rey que lo hace. Edipo vaga intentando escapar del
destino que, como sujeto, lo acechaba. Su enfrentamiento con el
monstruo alado, lo hace desde su lugar de sujeto, no de soberano(
La discusión con Foucault a partir de esos años se convierte en
confrontación. Tal vez no podía ser de otro modo. A pesar de que la
problematización de sujeto del conocimiento clásico y la subversión
de un sujeto de la conciencia sea el horizonte crítico de ambos
autores, las plataformas de pensamiento y los pilares epistémicot
difieren y se alejan. Aquí dejamos, la tinta no se acaba con esto,
pero tampoco se puede agotar el tema. Sólo una probada lo
expuesto aquí. Sólo eso.
Notas
6690-
CAPÍTULO XIX.
EL PADRE REAL, EL DIABLO Y OTRAS HISTORIAS
1. La crítica al Edipo
5750
también del espacio y el tiempo. En cambio, la deidad cristiana lo es
de la eternidad y el cielo. Satán es el soberano de la carne y la
materia; Cristo, del espíritu.
En el pensamiento judío, el diablo no tiene la misma importancia
que en la liturgia cristiana. Su lugar ocupa más bien una posición
secundaria, ligada a viejas leyendas llamadas aggadah. De hecho,
en el Talmud no existe una versión dualista de Dios. Él es todo
poder y toda bondad. La mayoría de los rabinos rechazan la idea de
una personificación del mal en un príncipe negativo. Por otro lado,
según las enseñanzas rabínicas, existen en el individuo dos
tendencias antagónicas, aquélla del bien o yetser ha tob, y una
tendencia al mal o yetser ha ra. Los Rabinos señalan que Dios donó
ambas tendencias, pero obsequió la Tora para que se pudiera
superar y vencer la tendencia que empuja al mal. La tan comentada
versión de un ángel rebelde es contraria a la visión judía, pues I09
ángeles no tienen yetser ha ra, o presencia maligna, por lo que no
pueden conocer el mal ni rebelarse contra el señor. También ponen
en duda que la serpiente que aparece en el Génesis, sea una
representante del demonio. Para ellos, son versiones infundadas y
falsas.
En la Cábala se pone más atención al diablo. También aparece
una nueva versión de su origen. Dios es esencialmente bueno, pero
también malo. Su mano derecha es el amor y la izquierda, el odio,
Se dice que la dimensión de la destrucción, es decir, la mano
izquierda, se separó del Dios bueno y se convirtió en Satanás. Tal
vez de ahí se pueda entender cómo, en la etimología, existe otra
palabra para nombrar al diablo, a saber, el Demonio. Demonio
deriva de daemonium que también significa Dios.
Después de este breve recorrido, se puede asegurar que en
todas las religiones, el Diablo, Satán o el Demonio es la entidad
dedicada al mal y sus expansiones. No importa qué máscaras use o
qué nombre lo cubra, el Maligno es el príncipe de los goces de l«
carne y la perdición del espíritu. El diablo se transforma en animalan
deformados o en bestias extrañas, se disfraza de elegancia o 80
recubre de velos porosos, pero su papel siempre es el mismo:
empujar al mal; abismar la voluntad.
3. Freud y el diablo
5790
innegable. El diablo las fornica; las posee. Las analogías comienzan
a ponerse calientes. La hipótesis de un seductor perverso, se
parece mucho a estas leyendas de posesión. Si las brujas eran
poseídas por el Espíritu maligno, y se asegura que las confesiones
arrancadas a esas desdichadas se parecen a las escuchadas en las
sesiones clínicas, no se necesita ser muy osado para relacionar al
diablo con el padre. Las brujas eran corrompidas por el demonio,
las histéricas por el perverso. En un caso las poseía el diablo, en el
otro el padre. Se hace evidente la relación entre el padre seductor y
el diablo violador.
Para refrendar lo sugerido, basta mirar los temas y las
narraciones que aparecen en el Malleus maleficarum. Se trata de
un manual de tortura más que de otra cosa. Esta Biblia de los
inquisidores se convierte en el compendio obligado de las
crueldades eclesiásticas. Escrito en el siglo XV por Henry Institoris y
Jacques Sprengler, pronto deviene en un clásico de jurisprudencia y
el castigo ejercido por la iglesia. Este manual de la tortura se divide
en tres partes. La primera versa sobre la justificación teológica de la
persecución, señalamiento y castigo de las brujas, así como de la
realidad del diablo y sus servidoras. La segunda parte, organizad®
en 18 capítulos, responde a los cuestionamientos sobre los modo*
de protegerse de los maleficios, los diversos encantamientos de las
brujas y los remedios ante estas maléficas acciones del Maligno y
sus súbditas. La tercera versa sobre los distintos modos de
expiación, castigo y exterminio de estas peligrosas mujereti
Resumiendo al máximo, se podría decir que el libro gira alrededor
de dos temas principales: las confesiones sexuales arrancadas a
las brujas, y el rencor y desprecio a las mujeres. Algo a resaltar es
que, en todos los casos, el Maligno utiliza el acto sexual como el
elemento esencial de la alianza maldita. Todas las condenadas lo
practican. En los actos de posesión, las brujas le prometen a Satán
pertenecerle con la carne y el espíritu, mientras que, a cambio, él
les brinda una serie de poderes y goces terrenales. El pacto
demoníaco genera así su texto. En el capítulo II de la segundu
parte, se da cuenta de las formas en que las brujas realizan su
ordenamiento al Señor de los infiernos y cómo se realizan sus
pactos. Allí se detallan las modalidades de los juramentos rendidos
al Maléfico. A pesar de que existen, según ellos, tres tipos de
brujas, pueden afirmar que: “Sin embargo, es común a todas
librarse a infamias, bajezas e impurezas carnales con los
demonios”. Además, señalan que estos pactos no son otra cosa
que una ofrenda al Príncipe del mal: “El homenaje a él consiste en
una donación de su cuerpo y alma”6.
La versión del padre ligada al diablo y a sus artes clandestinas,
fue abandonada por mucho tiempo, hasta la aparición de un texto
donde Freud analiza una posesión demoníaca de un pintor del siglo
XVII. La lectura freudiana de la triste historia de ese poseso,
permitirá retomar lo aquí señalado y anudar cabos que han
quedado sueltos. Pero antes ...
4. Lo siniestro
5810
remite a horrendo y demoníaco. Pero, evidentemente, es el alemán
el que le abre las compuertas de la construcción: ambos vocablos
coinciden en un momento determinado. Heimlich deviene
unheimlich cuando, tocando los bordes de la magia y el
encantamiento, lo familiar deviene extraño; cuando lo que debía de
permanecer oculto, sale a la luz.
Vayamos al grano. Para Freud, una experiencia siniestra es
cuando algo que antaño resultaba familiar retorna como extrañot
provocando terror. Decir familiar es inexacto, habría que decir
infantil. Cuando una experiencia infantil fue desalojada y después
reincorporada, se produce lo siniestro. Más preciso: si un complejQt
infantil fue reprimido y después es reanimado a partir de una
repetición, se establece la vivencia de lo ominoso.
Dos más son los caminos para llegar a esa conclusión. Dos
caminos pero sólo un campo: el lenguaje. A partir de revisar
algunas obras literarias y de analizar algunos mitos, Freud se
acerca a su cometido. Si existe un autor que camine sobre las
costas de lo siniestro, ese es E. T. A. Hoffmann. Dos obras
destacan por su fuerza y sus revelaciones: el cuento El Hombre de
la Arena y la novela El elixir del Diablo.
El texto El Hombre de la Arena, Der Sandmann7, amén de segujjj
la línea de lo siniestro al mostrar cómo, una experiencia infantil que
regresa después de un proceso de desahucio, puede devenlf
ominosa, incluye dimensiones fundamentales para lo que aquí nos
atañe.
La historia comienza con dos cartas que un narrador sin nombr®
nos presenta. La primera es motivo de una confusión. Nathanael
escribe a su amigo Lothar, pero pone en el sobre el nombre di
Clara, hermana del amigo y prometida suya. La segunda carta, es
la respuesta de esta dulce y virgen joven a su desdichado novio, til
equívoco tiene la función de mostrarnos los personajes principal^
de la historia en tiempo presente. Lothar y Clara fueron recogido^*
por la madre a la muerte de un pariente lejano. El muchacho devino
el mejor amigo de Nathanael, y Clara su prometida, hasta ni
momento en que el joven estudiante viaja para proseguir sufc
estudios. Los mensajes postales son los textos que explicarán los
enredos y los terrores de la trama.
La primera carta, narra sucesos de la infancia de Nathanael. Allí
se cuenta cómo, de niño, le aterrorizaba la figura del hombre de la
arena. Esta leyenda, negada por la madre pero explicada por una
vieja criada, se resume en la historia de un personaje que,
arrojándole arena a los niños en la cara, les arrancaba los ojos
para, en noches de cuarto creciente, entregárselos a sus hijos
como botín gastronómico. Lo terrorífico no era sólo la narración,
sino la asociación que después se establece entre ese cruel
personaje y un desagradable abogado de nombre Coppelius,
asiduo visitante de su padre. Entre ambos hombres, cuando la
noche cubría de oscuridad la casa, los niños dormían y la madre
guardaba enojoso silencio, realizaban extrañas alquimias. En una
ocasión, movido por la suposición que de noche venía el terrible
personaje, el chiquillo descubre al abogado, al padre y sus extraños
oficios. No sólo los descubre, sino que se hace descubrir. La
escena será fundamental para la vida del niño. El abogado lo
acerca al horno que usaban para sus experimentos clandestinos, y
le amenaza con echarle carbones encendidos en los ojos. El padre
interviene y el malvado Coppelius, en medio de sonoras carcajadas;
examina y cruje sus articulaciones como si estudiara un extraño
mecanismo. No mucho tiempo después, la explosión de ese horno
produce la muerte del padre. El abogado que lo acompañaba en
esa ocasión, es acusado de asesinato y desaparece para siempre
del pueblo.
El retorno que se vuelve ominoso y que precipita la comunicación
epistolar, es la visión que tuvo Nathanael del regreso del diabólico
Coppelius. Viviendo ya en la ciudad de sus estudios, un día, un
hombre llamado Giuseppe Coppola, se presenta vendiendo
barómetros, pero también ¡Skóne O/ce/, que el joven aterrado
interpreta como “hermosos ojos".
Tranquilizado por su maestro de física, el profesor Spalanzani, se
entera que ese hombre es un piamontés siempre vecino de esa
ciudad. Esta Información ya no viene en las cartas, sino que forma
parte de la historia que, este relator anónimo, nos comparte al
interior del cuento. Es precisamente este narrador, quien nos
detalla cómo Nathanael cae enamorado de la hija de su profesor
quien, a la larga, resulta ser una muñeca animada obra del profesor
y del malvado Coppola. Al final de la historia, como era de
esperarse, el joven cae en el vértigo de la locura, intentando
asesinar a Clara en un ataque de furia y teniendo, como triste
destino, una casa de alienados.
El análisis que Freud realiza de esta pieza es harto ilustrativo y
lleno de agudeza. El ojo del huracán es la cuestión del padre. Lo
insoportable en la historia del muchacho, es la muerte de su amado
progenitor. Su muerte y la asociación del padre con ese temible
abogado. De hecho, la lectura que realiza, vincula lo siniestro con
los derroteros del padre. Freud no tarda en proponer el motivo de la
angustia que despierta este personaje y el carácter ominoso de la
historia de Hoffmann. Si algo invade de terror el ambiente de la
narración, incluida la impactante historia de la muñeca viviente, es
la insistencia en los ojos y su posibilidad de ser arrancados. Pero
aun: vaciados de sus órbitas. Pero si los niños se aterran ante tales
narraciones, y el lector es presa del desasosiego y una sorda
incertidumbre, es porque la historia de los ojos arrancados remite a
la angustia de castración. Ahora bien, lo complejo del asunto es que
quien realizaría la castración, quien sería el artífice de tan terrorífico
acto, es nada menos que el padre. En este cuento, el agente de la
castración es el padre y sus sustitutos; y sus suplentes. En esta
narración de Hoffmann, el padre aparece en distintos registros y
desde diversas dimensiones. Freud lo dice claramente: “En la
historia infantil, el padre y Coppelius figuran la imago-padf|j
fragmentada en dos opuestos por obra de la ambivalencia: uno
amenaza con dejarlo ciego (castración), y el otro, el padre bueno,
intercede para salvar los ojos del niño”. Más claro ni el agua de
Cancún. El padre aparece actuando en distintos niveles, pero
predominantemente como agente.de la castración. De hecho, Freud
avanza que la muerte del padre bueno es una formación reactiva
del deseo de muerte del padre castrador. Además, el padre, la serlfi
paterna, no se detiene con la fragmentación entre el progenitor y
Coppelius, sino que se continúa en la dualidad representada por
Giuseppe Coppola y el profesor Spalanzani. El punto de relación
entre los dos terribles nigromantes es del orden del lenguaje. Tanto
Coppola como Coppelius remiten a la raíz coppo, derivada del
italiano, que significa copa, vaso, pero también cuenca de los ojos,
amén de que, coppella, es el diminutivo de coppo que remite a
crisol, instrumento usado en la alquimia. La relación paterna con el
profesor se debe a que este hombre era el padre de Olimpia, la
muñeca viviente, además de trabajar junto a Coppola en la
fabricación de oscuros proyectos.
La asociación de Spalanzani con el padre de Natahael, permite a
Freud avanzar una lectura sorprendente. Otra de las dimensiones
que abre la cuestión de la castración ubicando al padre como su
agente, es la evidencia de una posición femenina del joven
estudiante frente a su padre. Si Coppola sustituye a Coppelius en la
dualidad paterna, Spalanzani sería el sustituto del padre en la
segunda fragmentación. Además, este es el argumento más
contundente para Freud, en la escena terrorífica donde el abogado
acerca el niño al fuego y lo amenaza con echarle carbones
calientes, ante la intervención del padre, el malvado le estudia las
articulaciones como avanzando sus experimentos futuros con la
autómata Olimpia.
Todas estas cuestiones, no dejan de arrojar luz sobre la
complicación del complejo paterno y su relación con la castración.
La dimensión de la castración y la angustia siniestra es una de
ellas; otra, el deseo reprimido de muerte del padre ante la amenaza
y peligro de la castración, pero también esta última línea de la
relación entre padre castrador y una cierta posición femenina.
Freud retomará estas cuestiones capitales en relación con el padre.
Ya lo veremos.
5890-
transformado, es también la presentificación de la insistencia de la
pulsión de muerte. La repetición, el retorno, la insistencia de la
muerte y las veredas de lo siniestro, encuentran un mismo territorio.
Pero no sóio lo diabólico se muestra en los reflejos del doble.
Freud, curiosamente al comentar la novela de Hoffmann, omite una
cuestión fundamental. El diablo, en ese texto, también tiene que ver
con el padre. Del mismo modo que en el cuento antes referido, la
trama se anuda a la muerte del padre, en la novela de los elíxires
sucede algo similar. El padre adquiere dimensiones diabólicas que,
en la pluma de Hoffmann, alcanzan la iuz de las tinieblas. Si algo es
siniestro y diabólico en estos enredos del monje, es que la
repetición tiene que ver, precisamente, con la historia de su padre.
A lo largo de toda la trama, aparece un personaje escalofriante: un
pintor. Un pintor que es muchos personajes pero que,
evidentemente, representa al demonio. Un demonio que es también
un hombre, pero, fundamentalmente, una memoria del tiempo. En
un pergamino escrito por ese pintor y que Medrano encuentra, se
puede leer como él, sin saberlo, repite la historia del padre, la
historia ensangrentada del padre pecador. Hace muchos años,
cuenta la historia, en la corte sucedieron hechos escalofriantes y
terribles. El soberano vivía tranquilo en palacio junto con su amada
esposa, cuando el príncipe, hermano menor del soberano, regresó
acompañado de un hombre llamado Francesco, y un pintor. El
príncipe era un hombre hermoso, y la soberana una mujer1
abandonada a la sombra del palacio y de su esposo. Así se
estableció entre los dos una ardiente, inflamada, pero ingenua y
casta relación. Francesco por su lado, entabló una apasionada
relación con la hermana mayor de la soberana. Se trataba de una
joven princesa que cayó rendida ante los encantos dei nuevo
habitante del castillo. No mucho tiempo después, llegó a palacio
una hermosa italiana que cambiaría el ritmo y la trama de la vida
palaciega. La joven italiana pronto devino ia prometida y deseada
consorte del príncipe. Francesco se volvió sombrío y taciturno; la
soberana aceptó su lugar y sus funciones, mientras que el pintor
entablaba una amistosa e intensa relación artística con la joven
recién llegada. La boda entre el principe y la italiana se convirtió en
el centro de la actividad y de los ajetreos. Pero una noche,
sucedieron cosas que ennegrecerían para siempre la luz de la
familia real. El príncipe fue asesinado al tiempo que su prometida
había sido mancillada por el asesino. No habiendo más explicación
que la enemistad entre el hermano del soberano y el pintor, éste fue
acusado de asesinato, a pesar de haber desaparecido dos días
antes. Por insistencia de los soberanos, Francesco y la princesa
realizarían una boda privada para alegrar los corazones de la casa.
Pero, en el momento que se realizaban las nupcias, apareció el
pintor con su capa y su mirada. El futuro esposo se descompuso
nada más de verlo e intentó m a ^ r al aparecido. Un golpe certero se
lo impidió. Francesco des pareció llevándose las joyas
obsequiadas, al tiempo que se daba la noticia de la muerte de la
italiana al momento de alumbrar a un varoncito. La historia se
aclaraba a los ojos del monje: Francesco era su padre, él había
cometido el asesinato y ultrajado a la italiana. El conde Victorino era
el hijo de esa relación, lo que implicaba que él era su hermano y, lo
más ignominioso de todo, es que él no sólo había matado a su
hermano, sino que había repetido la misma historia de su padre. El
asesinato repetía el infortunio por el que el padre siempre penó. Por
el que él siempre se persiguió.
Algo más llama la atención. No sólo en el origen de la narración
está el padre muerto, no solamente los dobles retornan llenando la
atmósfera de un lúgubre vacío, no sólo se trata de la repetición
ligada a la muerte, no nada más el diablo se viste con las capas de
lo paterno, sino que, la historia que se cuenta, se despliega a partir
del hallazgo de un manuscrito en un monasterio. Un narrador nos
hace partícipes a los lectores, de la historia de un monje que se
permitió dejar constancia escrita de sus pesares y aventuras. En las
primeras páginas del libro se puede leer una nota de quien nos da a
conocer la triste historia del monje atormentado: “Hace tiempo
cuando permanecí unos días en este monasterio, su venerable prior
me mostró los papeles postumos del hermano Medardo, que
conservaban en el archivo como una auténtica rareza”12. Pero ¿por
qué sería especial esta situación? Porque precisamente, no mucho
tiempo después, Freud analizaría un texto muy parecido. No es
absurdo pensar que, cuando el psicoanalista descubre los
manuscritos y las andanzas que cuentan los monjes de un
monasterio, sobre el caso de posesión demoníaca, la historia de
Hoffmann le haya abrazado en más de un pasaje.
a) Arquitectura de un texto
5930
llenaban de terror. Atormentado por los dolores y los espíritus,
regresó con los padres para ser ayudado por segunda vez. Hubo de
confesarles que no fue uno el pacto entablado con el demonio, sino
dos. Aquel que le fue devuelto, escrito con sangre, y, otro, anterior,
redactado con tinta negra. Una vez más el milagro se realizó, y el
Maligno le devolvió también ese pacto en tinta. Una vez realizado
este segundo exorcismo, no volvió a padecer las tormentosas
visiones y vivió en paz bajo la gracia de la Iglesia al integrarse a la
comunidad religiosa de la Orden de los Hermanos Hospitalarios.
6950
Ante esto, Freud deduce que cuando el pintor arribó la primera
vez y narró lo del pacto, pensaba sólo en el de sangre que habría
sido firmado en 1669, tal como lo comunica el párroco en su carta.
Pero apremiado por sus visiones, tuvo que inventar otro pacto que
necesariamente debía ser anterior, para pedir otra vez la venia y la
intervención de los padres de Mariazell.
c) Develamíento freudiano
d) El padre y el diablo
e) Puntuaciones lacanianas
6030
de las apariciones: por regla general encuentra su expresión
más intensa en la fantasía opuesta, la de castrar al padre mismo”16.
La competencia por el amor del padre y la amenaza de
castración, empujan al sujeto a resignar sus deseos incestuosos.
Es menester señalar lo evidente: el complejo de Edipo no es
nombrado, sólo la castración. El ojo del huracán del caso, así como
la explosión de la neurosis, se anudan a esta dimensión. Lo
estructurante es la castración simbólica enunciada como posible en
lo real. Pero algo más, la fantasía femenina del sujeto permite
visualizar la castración del padre comentada anteriormente. Tal vez
como en ningún otro historial sea tan evidente la importancia de la
castración no sólo referida al hijo, sino también al padre. Este dato
no es sin importancia, pues permite visualizar desde otra
perspectiva la cuestión subjetiva y paterna. La castración no es
como parece, una acción ligada a la barbarie parental, se trata de
un hecho de estructura en el campo de lo simbólico.
4. En el caso Haizmann el padre aparece diversificado. Se ha
insistido a lo largo de este texto en la importancia operativa y
conceptual de la relación del padre con los registros. Ya desde el
análisis que se realiza del texto de Hoffmann sobre el Hombre de la
Arena, la dimensión de la castración empuja a Freud a proponer
diversas modalidades del padre. Incluso sitúa al profesor, a
Coppola y Coppelius en lo que él llama la serie paterna. El padre
puede ocupar diversos lugares y puede operar desde diferentes
posiciones. El padre se diversifica y los distintos registros de su
intervención comienzan a ser visibles.
En el caso del pintor y sus pactos con el demonio, la aparición de
distintas figuras paternas abren el análisis al acercamiento de la
verdad del sujeto. Dios encarna al padre todopoderoso e idealizado;
el padre Ideal toma allí su lugar. El padre ubicado en el campo de la
violencia y el castigo estaría representado, por supuesto (¿por su
puesto?), en el demonio. El padre simbólico, aquel que debe gestar
la separación, aquel que separa del peligro incestuoso del goce,
sería actuado por los padres del monasterio. No es sorprendente
que Haizmann se acoja a los hábitos para protegerse de las
tentaciones del Padre-Demonio. Allí no sólo obtendría la
manutención requerida, sino la protección de los padres de la
Iglesia ante el pecado y la perdición.
a) Contradicciones
6050
al padre del Edipo. Dicho de otro modo, existe una contradicción
entre el padre primordial, Urvatery la versión sofocleana del padre.
En Freud existen, se señaló anteriormente, tres versiones del
complejo de Edipo. La versión trágica surgida de las letras de
Sófocles, la mítica expresada en el libro Tótem y tabú y la vertiente
histórica narrada en Moisés y la religión monoteísta. Lacan lo dice a
la letra: “Nadie parece haberse sorprendido nunca por esto tan
curioso, hasta qué punto Tótem y tabú no tiene nada que ver con el
uso corriente de la referencia sofocleana”17.
La versión trágica y la mítica no son ni equivalentes ni
equiparables. Los dos puntos de distancia son la dimensión del
goce y la temporalidad de la ley. En la versión emanada de
Sófocles, la muerte del padre es condición del goce, la ley es rota
para acceder al goce; mientras que en la narración del padre
primitivo el goce precede a la ley. El Goce del padre aparece al
principio en la versión mítica, mientras que en la otra, el Goce de la
madre, que ella goce y que el hijo goce de ella, aparece después.
Lacan lo dice el 9 de junio de 1971 en el marco del seminario De un
discurso que no sería del semblante: “Debo subrayar que la función
clave del mito se opone estrictamente en los dos casos, ley de
entrada (/o/ d’abord) en el primero ... En el segundo: goce al origen,
ley después”.
Se puede entonces enunciar cómo, en la propuesta de la lectura
de Lacan, se rompe la alianza que existía entre el padre real y el
simbólico; entre el edípico y el del goce. El padre real tiene que ver
con el goce del padre, con el padre que goza y esto es,
estrictamente contrario al padre edípico cuya función es prohibir el
goce; sí, también el goce del padre. El padre real es aquel que
desacata la función simbólica del padre que consiste en impulsar la
ley de prohibición del incesto. El padre real aparece como imposiblt
porque hace aparecer un padre antes de! advenimiento de la ley, lo
que es imposible. Es un padre mítico, un padre que se presenta
como pudiendo dar el goce a todas las mujeres. La nueva
concepción de lo real que se comienza a dibujar a finales de ios
sesenta en la obra de Lacan, permite plantear desde esta nueva
perspectiva, la cuestión del padre real.
b) ¡Azótame padre!
6070
clínica psicoanalítíca. Si se trataba de una violación en lo real ¿el
psicoanálisis que podía hacer? ¿Cuál sería su función clínica o
terapéutica luego de un acto de tal envergadura ya consumado? El
padre edípico abría la clínica a la deconstrucción de las
significaciones que para el sujeto implicaba toda la trama de deseos
y odios en el campo de lo simbólico; volvía analizable el laberinto
del padre y el del sujeto.
Posiblemente existan casos en los que el padre devenga un
violador real, pero en otros no. En otros casos se trata de algo de
otro orden aunque implique también al padre real. Existen,
descubrió Freud muchos años después, fantasías infantiles de
azotes ligadas directamente al deseo sexual por el agresor, valga
decirlo por el padre violento. La fantasía del ser azotado remitía al
deseo sexual de ser gozada o gozado por el padre. La gran
diferencia con aquellos años de los inicios freudianos, allá cuando
una escena sexual ligada al padre se colocaba como trauma
patógeno, es que esta dimensión se liga directamente a la
violencia, y está excluida conscientemente, de una referencia
directa a la sexualidad. La dimensión erótica aparece totalmente
ausente de la memoria y la palabra del sujeto.
En 1919, Freud escribe un texto sobre una fantasía-
representación que acude a diversas personas. El estudio tiene que
ver con el espacio de las neurosis, pero apunta a un mayor
conocimiento de las perversiones. La fantasía analizada es aquélla
de un niño golpeado. Un niño golpeado, pero que es mirado por
otro que da cuenta de la escena. Para su cabal esclarecimiento,
Freud construye un dispositivo teórico dividido en tres tiempos con
tres escenas.
En la primera escena, un infante mira cómo el padre azota a otro
niño. Esta escenificación no denota una excitación sexual, sino que
se coloca más del lado del amor. El texto sería así; “Mi padre
golpea a otro niño porque a mí me ama. A ese niño que golpea yo
lo odio y él no lo ama”.
En el tercer tiempo, la escena es parecida a la primera: un infante
mira que otros niños son golpeados por un adulto (un sustituto del
padre, como puede ser un maestro o un policía). El cambio es
mínimo en cuanto a la escenificación: el infante que narra la escena
no es el que es golpeado como sucede en el primer tiempo, pero
los niños aparecen en plural y quien ejerce el castigo es un
representante paterno, no directamente el padre. Otro cambio es
que los niños golpeados son siempre de sexo masculino. Lo que
permuta es el matiz de la carga afectiva. Mientras en la primera
escena se evidencia el tinte amoroso, aquí se deja traslucir una
excitación intensa de carácter sexual. Entre el primer tiempo y el
tercero, la sexualidad hace su aparición. Digámoslo más claro: el
goce impone su presencia.
De allí parte Freud para proponer que entre la primera y la
tercera escena, debe existir una intermedia. Esta escena está
totalmente ausente de la memoria y del decir del sujeto. La
segunda escena, cambiaría el escenario y el rol de los actores. El
que golpea sigue siendo el padre, pero ahora quien es golpeado es
el infante que narra la golpiza. Freud señala que lo indecible pasa
por la evidencia de una conjunción entre la culpa y la erotízación.
Culpa de los deseos hacia el padre, y presencia de una evidente
excitación sexual genital. Lo importante a señalar es que, esta
escena implica un evidente deseo edípico y una colocación del
sujeto demandado gozar con el padre. Se trataría de una demanda
de goce; de una realización del deseo en goce. Freud señala que
esta escenificación no adviene nunca a la conciencia. Sí, la
evidencia se hace letra, el goce no es abarcable enteramente por el
lenguaje. Existe algo del goce que no pasa por el registro de la
palabra ni por el campo del lenguaje. El goce es el silencio de la
pulsión que erotiza la muerte.
Un último punto a señalar, cuando se habla de este texto de
Freud, comúnmente se olvida que las tres escenas se construyen
en relación con la fantasía de golpiza en las niñas. En el caso del
varón, señala Freud, la fantasía que se puede narrar es aquélla de
ser golpeado por la madre. Sin embargo, si se afina la escucha, lo
que sucede es que esta fantasía consciente representaría lo que
para la niña es el tercer tiempo. En el caso de los niños, el primer
tiempo no aparece en la escenificación. Aparece sólo el segundo y
el tercero en relación con lo que pasa con las niñas. En el caso de
los niños, de aquí lo asombroso, el tercer tiempo encubre con un
“Mi mamá me golpea” -que remite a una escena edípica clásica- el
segundo tiempo. El segundo tiempo es igual que en la niña: “Mi
padre me golpea y eso me excita sexualmente”. Lo que produce un
trastrocamiento de la escena edípica clásica, pues ubica al padre
como objeto de deseo y como propiciador del goce. El niño se
coloca en posición femenina ofreciéndose al goce del padre y
demandando gozar con él. Se trataría de una doble trasgresión, al
interdicto del padre simbólico y a la ligazón sexual con el mismp
padre. Freud lo dice claramente, tanto en el niño como en la niña,
quien golpea, quien produce la excitación, es el padre. Freud a la
letra: “En ambos casos la fantasía de paliza deriva de la ligazón
incestuosa con el padre”18 (Las cursivas son de Freud). El padre
simbólico se vería trasgredido por este padre real en el campo de la
fantasía. La fantasía invitaría a que el padre real, el del goce,
desacatase la prohibición del simbólico. En el caso del niño, eso no
implica necesariamente un camino homosexual, sino que especifica
una modalidad de goce que, sea en el niño o la niña, incumbe al
padre como agente del goce. Sí, la dimensión que se abre y que
convoca al campo del goce no es fácil de decir. Pero no por una
dimensión de inhibición, sino porque, como se señaló, existe una
densidad del goce que no adviene a la palabra, que no se
materializa en el lenguaje. El lenguaje no puede decir enteramente
al goce; existe en ello una opacidad, un vaciamiento de lo
simbólico. El goce se presenta como el límite de lo simbólico. Sí,
también del padre simbólico.
6130
sus límites e imposibilidades planteadas al saber, gestará fronteras
también para el psicoanálisis.
Notas
6170
4. S. Freud, Fragmentos de la correspondencia con Fliess, op. cit.,
p. 283.
5. Ibid., p. 284.
6. H. Institoris y J. Sprenger. Malleus Maleficarum (1486), Le
Marteau de sorciéres, Editions Jeróme Millón, Paris, 1997, p.
277.
7. E. T. A. Hoffmann, El Hombre de la Arena (1815), Valdemar-
Gótica, Madrid, 1998.
8. E. T. A. Hoffmann, Los elíxires del diablo (1814-16), Valdemar,
Gótica, Madrid, 1998, p. 75.
9. Ibid., p. 118.
10. Ibid., p. 185.
11. Ibid., p. 94.
12. Ibid., p. 21.
13. S. Freud, Eine Teufelsneurose im siebzehnten Jahrhunders
(1923), GW t. 13; VE: Una neurosis demoníaca del siglo XVII,
AE, t XIX, p. 13.
14. Ibid., p. 88.
15. Trofeo de Marianzell (Diario de C. Haizmann), Ed. Argonauta,
Barcelona, 1981, pp. 92-113.
16. S. Freud. Una neurosis demoníaca del siglo XVII, op. cit., p. 92.
17. J. Lacan, L ’envers de la psychanalyse, op. cit. p. 132; VE: p.
121.
18. S. Freud, Ein Kind wird geschlagen ( 1919), GW t. 12; VE:
Pegan a un niño, AE, t XVII, p. 194.
19. J. Lacan, L ’envers de la psychanalyse, op. cit., p. 205; VE: p.
191.
20. J. Lacan, Aún (1972-73), Ed. Paidós, Bs. As., 1981, p. 128.
INTERSTICIO IV.
A M A N E R A DE EPÍLOGO
TRAZOS EN LA HISTORIA DE LAS PASIONES FEMENINAS
1. La puta en la historia
6230
tras el manto sagrado de la maternidad. El pecado de las putas es
doble: se dedican al placer, se aprovechan de la usura. Ni
recatadas ni embarazadas. Semejante desfachatez no se puede, no
se pudo tolerar por muchos siglos.
2. La bruja y el diablo
Esther Cohén
6260
placentas con sangre, uñas de mujeres muertas, y hacer de las
palabras una maravillosa combinación entre la efectividad y el
milagro. Pero no sabían defenderlo en el campo del discurso. Sin
embargo, este no era el mayor problema al que se enfrentaban las
hechiceras. El punto caliente apuntaba a su vinculación con el
Diablo. A partir del siglo XV, las curanderas del pueblo se
transforman en peligrosas brujas por su asociación con los
malignos caminos del Demonio. Es cierto que desde el mismísimo
libro sagrado, exactamente en el Éxodo versículo 22, se lee que a
la hechicera no hay que dejarla con vida, pero eso no se vuelve ley
eclesiástica y persecución generalizada, sino en los albores del
Renacimiento.
Citemos un texto de finales del siglo XV. Se trata de un libro para
cazar brujas. Allí se lee, a partir de una pregunta que los
inquisidores se hacen: “Las brujas antiguas, antes del año mil
cuatrocientos de la Encarnación del Señor ¿acaso ellas no se
abandonaban a esas impurezas como las brujas modernas? Sí,
pero lo hacían contra su voluntad (...) las brujas de hoy son
infectadas de estas impurezas diabólicas (...) sometiéndose
voluntariamente a esta miserable servidumbre”1. Esta cita y este
texto nos permiten ver qué ocurre en la discontinuidad que se
presenta en ese siglo. Por un lado, las brujas se asocian con el
demonio y por el otro, aparece un texto que imprimirá una
puntuación en la historia de las cómplices del mal.
Las brujas no son perseguidas a partir del siglo XV, pero algo
acontece que les acerca vertiginosamente a la hoguera: surge un
manual inquisitorial legitimado y animado por su Santidad, el papa
Inocencio VIII. En 1486, Henry Institoris y Jaques Sprenger publican
su célebre y terrible Malleus Maleficarum. Se trata del manual
perfecto para cazadores de brujas. Es verdad, este compendio
escrito por estos dos doctores en teología de procedencia alemana,
no es el primero en su especie. En el siglo XIII se publica el Manual
del inquisidor David de Augsburg. También se había hecho circular,
en el siglo XIV, el famoso Directoire des Inquissiteurs, del
dominicano catalán Nicolás Eymerich. Ambos versan sobre la
persecución de brujas, pero el Malleus se convierte en la primera
gran Summa demonológica. Más aún, sus páginas representan la
primera demostración teórica y escolástica del maleficio de las
brujas. Este Martillo de la Brujas no es sólo un manual de torturas,
es la primera gran justificación teórica de su persecución y
exterminio. Escrito en el más puro estilo escolástico, presenta
argumentos en contra de los suyos para después refutarlos a partir
de la anuencia de autoridades de la iglesia. Así, Santo Tomás de
Aquino es citado 143 veces y San Agustín, al menos en 77
ocasiones. Pero el punto no es nada más editorial o teórico, la
importancia de este libro es lo que instaura. A partir de la puesta en
blanco y negro, la presencia de las brujas, así como su exterminio,
cobra validez histórica. El Malleus es el documento que da
existencia legal a las brujas, y justificación teológica a su
aniquilación; es su acta de nacimiento. Antes de ese texto, las
brujas eran perseguidas pero no tenían existencia discursiva. El
libro de los inquisidores testimonia la verdad de la existencia del
mal en el cuerpo de mujeres poseídas por el demonio. A partir de
allí, cobran ciudadanía eclesiástica y veracidad histórica. Es
imposible presentar aquí un resumen, aunque más no fuera
somero, de tal obra. Sin embargo, podemos adelantar lo central de
la misma. El motivo principal por el que las brujas deben ser
perseguidas, juzgadas y destruidas, es su sexualidad
desenfrenada, es su comercio carnal y lascivo con el diablo. Las
brujas son las putas de Satanás. Su sexualidad no sólo atenta
contra la continencia requerida por el buen cristiano, sino que se
muestra insaciable. Ese es el meollo. La bruja es una mujer que
ejerce y promueve una sexualidad depravada y, sobre todo, sin
límites. Por ello depravada. Así se visualiza desde la primera parte
de este texto donde se lee: “Concluyamos pues: todas estas cosas
de brujería provienen de la pasión carnal, que es insaciable en
estas mujeres. Como dice el libro de los proverbios: hay tres cosas
insaciables y cuatro que jamás dicen bastante: el infierno, el seno
estéril, la tierra que da el agua que no puede saciar, el fuego que
nunca dice bastante. Para nosotros aquí: la boca de la vulva”2 (Las
cursivas son nuestras).
El Malleus Maleficarum muestra a las brujas atacadas de pecado
sexual, pero el punto es su exceso, su insaciabilidad. Ahora, esto
tiene un peso mayor porque implica un pacto con el diablo. En la
parte II de este manual, amén de ser la demostración de los
métodos que las infieles adoptan para realizar sus maleficios, se
detallan los distintos tipos de brujas. Existen tres clases de ellas.
Las que pueden curar, las que pueden dañar y las que pueden
curar y dañar. Pero las peores de todas, las más poderosas, son las
que usan la sangre de los niños que procrean para fines maléficos.
Estas brujas pueden volver impotentes a los hombres, pueden
rendir estériles a las mujeres, provocar ciclones, tormentas y
terremotos. Pueden además inducir abortos, propiciar temblores de
los miembros y hasta la castración de los hombres. Pero lo
importante no son tanto sus poderes sino que: “Es común a todas
ellas de librarse a impurezas e infamias (turpitudes) con los
demonios”3.
Estas bajezas las realizan a partir de un juramento, de una
promesa de pertenencia al demonio. La promesa que infieren al
Diablo es más que nada un homenaje y una entrega sexual. Un
homenaje que implica entregársele en cuerpo y alma. De allí su
maldad. Las brujas se entregan a sus juegos sexuales y macabros
por voluntad propia, por lujuria desenfrenada.
El pacto se hace transparente: las brujas usan al maligno para
poder dar rienda suelta a su sexualidad corrompida, y el malvado a
su vez, las utiliza sexualmente además de usarlas en sus terribles
proyectos. El pacto se hace en acto; en el acto. Se trata de una
complicidad; de un contrato radical.
El Diablo se convierte en el enemigo número uno de la Iglesia y
sus fieles creyentes, a partir de su instauración institucional, a
través del Concilio de Letrán, en 12154. Pero el Maligno no tiene
cuerpo; es aire que puede, por la vaporización, tomar otro cuerpo,
pero él no es una entidad material. Satanás es vapor negro que
inflama el alma y debe poseer los cuerpos. La bruja se convierte en
el cuerpo del demonio. Cuerpo que ha sido poseído por el Príncipe
del mal y señalado por los pontífices de la Iglesia. La bruja
representa el cuerpo material donde se puede castigar la obra y el
poder de Satanás. Sí, no es difícil de colegir, si el cuerpo de la bruja
es el aposento del Diablo, su pecado tendrá que ver con la carne;
con la carne exaltada de sexo. En la densidad oscura del anochecer
se convoca al mal en las carnes de una mujer inflamada. Las brujas
arañan de espanto la luna que tiembla inerme ante el aquelarre
clandestino. Ellas abren su sexo mientras gimen llenas de lasciva
ansiedad. El aire se llena de vapores negros y los testigos nada ven
que no sea una mujer tirada en el suelo, con la espalda llena de
hojas muertas y sus piernas balanceándose en señal de posesión.
La noche se hincha de batracios muertos y sexos mojados. La
condena es clara: la bruja, es la mujer insaciable de sexo que ha
sido tomada por el mal para proseguir los caminos del demonio.
Los demonios íncubos se valen de ellas para perseguir sus fines.
Su fin mayor: desafiar a la Iglesia y ofender a Dios. Evidentemente,
para eso están los siervos del señor: para no permitir tal ignominia.
Ante el mal, la fe; frente a la mujer tomada por una sexualidad
desenfrenada, la hoguera y, haciéndole frente al demonio y sus
rameras, la Iglesia con sus teorías demonológicas, sus sacerdotes,
sus pontífices, sus doctores en teología y sus antorchas
encendidas.
Cristophe Colomb
6290
habitadas por la pasión sexual. Habitadas, es un decir, su cuerpo
las habitaba y a él lo infectaba la sexualidad. La hechicera y la
ramera comparten un cuerpo infestado de sexo caliente. El cuerpo,
tanto en la curandera maldita, como en la mujer de la calle, se
convierte en el aposento del pecado, del mal y del desenfreno. El
cuerpo es la sede de sus historias y de su femenina condición. No
sólo la religión quiere decir sobre el cuerpo de la mujer; la ciencia,
levanta la mano y exige galardones al respecto. La ciencia dice del
cuerpo. Lo clasifica, lo divide, lo diseca y lo llena de ideologías.
También lo nombra para descubrirlo. Entre los descubrimientos
más asombrosos, está el llamado tesoro de las pasiones
femeninas.
En 1492, un nuevo continente se descubre. La historia gesta
movimientos curiosos. Mientras la tierra se demostraba esférica y
se cerraba en su finitud, el universo se abría a lo infinito. A partir de
los textos e ideas de Nicolás de Cusa y Giordano Bruno en el siglo
XIV y XV, el cielo ya no representa el aposento de Dios, sino una
inmensidad inconmensurable. Mientras tanto, en la tierra, un viajero
genovés llamado Cristóbal Colón, trazaba un nuevo rostro del
mundo. La tierra, a partir del descubrimiento del italiano, ya no se
podía concebir como un cuadrado limitado por barrancos de agua.
Un círculo se dibujaba en el horizonte del saber, y donde habitaban
los monstruos de la imaginación medieval, emerge un nuevo
continente. América es el nombre de esta tierra nueva para los
europeos. El orbe se presentaba completo, y de este nuevo mundo
surge una geografía nunca soñada. El tiempo se abría a encuentros
novedosos y nuevas violencias. El siglo XV se convierte en una
época de alianzas y guerras intercontinentales. Con la América
descubierta, con su “descubrimiento”, se presenta un mapa inédito
de lo humano.
En 1558, en Venecia, otro Colón, exactamente Mateo Renaldo
Colón, descubre otro mundo que cambiará la geografía y los modos
de concebirla. Sólo que esta vez, los continentes no eran de tierra y
lodo, sino de carne y humedades. El 16 de marzo, Mateo Colón
termina y entrega su texto De re Anatómica, donde muestra y
demuestra su asombroso hallazgo: el Amor veneris o vel Dulcedo
Apeleteur. Sí, lo que ahora se llama, de manera más sobria, el
clítoris. Hasta antes del capítulo XVI de esa obra, nadie en el
mundo de los doctos y los conocimientos había nombrado,
catalogado ni especificado, tan escondido territorio genital. En
medio de la espesura del sexo femenino, aparecía un montículo
lleno de carnosidades y significaciones. Su descubrimiento, en el
sentido amplio de la palabra, habría de cambiar el mapa del cuerpo
de la mujer. También aquí se abren nuevos continentes. También
con este descubrimiento se cierran, se ciernen y se consolidan
ideologías y reyertas.
Mateo Colón es acusado ante el Santo Oficio de herejía,
blasfemia, brujería y satanismo5. Y como no, con semejante
descubrimiento. Este célebre anatomista estudia Cirugía y Farmacia
en la Universidad de Padua. Allí conoce las cualidades medicinales
de algunas plantas y la magia del bisturí. Quien sería médico del
papa, como hombre de ciencia, se desempeña de manera cabal en
su cátedra de anatomía; pero en tanto sujeto de sus pasiones,
utiliza su saber con fines poco académicos. Enamorado de una
bellísima prostituta veneciana, busca un brebaje capaz de rendir
bajo sus pies a la dueña de sus deseos. Para ello estudia las
propiedades de la mandrágora y la belladona, conocidas por su
potencia generadora de exotismos carnales. También se dedica a
investigar la cicuta y el apio, así como a preparar pomadas con
atropa y beleño. Las rarezas de la ciencia lo llevan a descubrir, de
una manera harto azarosa, la existencia del montículo del amor
femenino. Por el acto de curación de una mujer de origen español,
descubre el punto en el que cree discernir el secreto de las
pasiones femeninas. Ante él se encontraba, así lo creyó, en medio
de los pliegues de un sexo húmedo, la llave mágica que abría el
corazón de las mujeres.
El anatomista examina un total de 107 mujeres para comprobar
su descubrimiento. Algunas estaban muertas y otras bien vivas. Lo
importante es aue ello da pie para su obra sobre el clítoris
femenino. Evidentemente, ese atrevimiento no podía quedar así. La
6 3 10
inquisición y sus sabios doctores del siglo XVI, condenaron a De re
Anatómica al silencio de los Idices Librorum Prohibitorium e,
invocando los dogmas de la religión y las Santas Escrituras,
cuestionan de raíz tan sorprendente hallazgo. La religión condenó a
Mateo Colón, pero, no mucho tiempo después, retomó sus
descubrimientos para sostener, desde la teología, pero apoyada en
la ciencia, la inexistencia del alma femenina. El razonamiento es
bien preciso. Si existe un botón para el amor de las mujeres, si
existe un montículo exclusivamente biológico que comanda la
voluntad y las acciones de las hembras humanas, ellas no se
comportan de acuerdo con un principio espiritual. Luego entonces,
no tienen alma. Además, ese punto anatómico que dirige sus
pasiones y sus derroteros, como la ciencia lo evidencia, está bien
lejos de la cabeza. Quod demonstradum erat.
Evidentemente la semblanza de Mateo Colón y el destino de sus
ideas, forman parte de la historia de saberes erróneos que, sobre el
cuerpo de la mujer, han circulado por los pensamientos más ágiles
y los libros más comentados de la Antigüedad al siglo XIX. De
hecho, el cuerpo femenino y sus pasiones, ha generado una serie
de equívocos muy significativos en el campo del llamado saber
científico. Parece ser que el goce femenino ha hecho derrapar a
más de un sabio y a muchos estudiosos e investigadores. Para
mostrarlo no es ocioso puntuar lo que, históricamente, desde la
ciencia, se ha planteado sobre el orgasmo femenino y, por ejemplo,
su relación con la procreación.
Dos son los sabios más influyentes en el campo de la anatomía y
las funciones biológicas y espirituales de la mujer. Galeno y
Aristóteles dedican sendos estudios a pensar el cuerpo y sus
destinos6. Ambos parten de dos ideas centrales de la antigua
sapiencia griega: el calor es el principio motor de la Naturaleza y,
por ende, de toda actividad humana, y el hombre es una especie
superior a la mujer.
De hecho para Galeno, expone en su libro De Semine, la gran
diferencia biológica reside en que el hombre tiene más calor que la
mujer. “Lo mismo que la especie humana es la más perfecta de
todos los animales, en el seno de la humanidad el hombre es más
perfecto que la mujer, y la razón de su perfección es su exceso de
calor, pues el calor es el instrumento primero de la Naturaleza”7. No
se trata de ningún desprecio hacia las mujeres, sino de una
suposición que parte de una evidencia para él anatómica: los
órganos sexuales y de reproducción femenina son el reverso de los
del hombre. La matriz aparece como un gran escroto del pene
masculino, el útero como un prepucio mayor y la misma vagina es
un pene invertido. Sí, evidentemente, el modelo, el punto de
referencia por su lugar en la escala evolutiva, era el hombre. De allí
que para Galeno la mujer, en el momento de la relación sexual,
debía experimentar placer orgásmico para que se pudiese dar un
embarazo. Tanto el hombre como la mujer en el momento del
orgasmo, expulsan semen y de su mezcla calorífica depende la
fecundación.
Aristóteles se aboca a reflexionar sobre los procesos placenteros
y reproductivos en dos textos principalmente. Aquél llamado La
Generación de los animales y su célebre Metafísica. Para él,
existían dos sexos con sus características específicas. El hombre
representaba la causa eficiente y la mujer, la causa material. Para
Aristóteles, el semen del hombre funcionaba como un organón,
proveyendo a la mujer de las dimensiones espirituales. El semen no
es una sustancia en el sentido cabal, es un halo, es un componente
metafísico. El semen masculino, que viene de seminare que
significa semilla, transmite el principio motor. El semen proporciona
el hálito vital a la carne humana; sí, él transmite el alma. La mujer
tiene un papel de causa material, es la encargada de recibir y
desarrollar al humano que crece dentro de ella. Ella es la materia.
Ella es el cuerpo; el hombre, el principio creador. Si esto es así,
para Aristóteles no era necesario el placer femenino para la
procreación. La mujer no participaba desde la dimensión creadora,
luego entonces, aunque se reconocía una producción biológica en
el acto sexual, no se trataba de semen sino de catamenia. El
orgasmo femenino era independiente y no necesario para la
fecundación.
Algo importante de referir es que, para los griegos, el semen sea
masculino o femenino, dependía de la alimentación y
fundamentalmente, de los residuos de sangre que se
transformaban en materia sexual. En esta época se pensaba que el
semen era un secreción y que debía, una vez que se establecía un
exceso de calor, expulsarse para generar el equilibrio necesario. El
semen era concebido como una especie de flema cerebral de
consistencia viscosa y temperatura baja, que debía desecharse en
el momento del orgasmo para no perturbar la economía de
excedentes.
Es difícil no proponer que estas disertaciones griegas, así como
sus aseveraciones sobre la sexualidad femenina y masculina,
formaban parte de una ideología que concibe al hombre como
superior y, específicamente, intenta sostener la función del padre
como filum de la organización social. Las concepciones griegas
parten del principio de ubicar al padre como fundamento del orden
social, así como de mostrar a la mujer como incapaz de procrear
por ella misma.
Pero volviendo a la cuestión del orgasmo femenino y sus distintas
lecturas históricas, se puede visualizar cómo la discusión en torno
al orgasmo y su vínculo con la fecundación, no termina en los
ateneos griegos. Los teólogos del cristianismo de la Edad media, se
enfrentan a una embarazosa situación. Si se parte de la base
bíblica del acto sexual como camino para la procreación y, ésta a su
vez, debía fundamentarse en el orgasmo femenino, habría que
condenar todo acto sexual no placentero. No se podía censurar el
acto sexual pues era el medio para la fecundación, pero qué hacer
con el pecado de la lujuria. San Agustín sale a quite y señala,
contradiciendo la propuesta griega, que el acto sexual no se debía a
un exceso de calor generado por el semen y la excitación, sino que
las experiencias sexuales eran una caída, ante la cual debiese
voluntariamente acudir la sexualidad como medio explícito de la
procreación. El cuerpo no debía ser un receptáculo de calor, sino un
instrumento de la voluntad.
Pero no todos pensaban que el placer y el orgasmo remenino
eran necesarios para que se gestase un embarazo. Por ejemplo, en
el siglo XIII, Giles de Rome aseguraba que el semen femenino era
innecesario para la procreación. Asimismo, Averroes, un filósofo
árabe del siglo XII, señalaba que el orgasmo femenino no tenía
ninguna función procreativa.
La discusión sigue y las posiciones se afianzan. Por un lado se
propone la idea aristotélica de la no necesidad del orgasmo
femenino para la procreación. Por otro lado, se asegura que era
necesaria la mezcla del semen de ambos sexos para fines
reproductivos. El Renacimiento llega con su pasión empírica y sus
investigaciones anatómicas. Los avances médicos no ayudan
mucho al debate. El sexo femenino sigue siendo el reverso del
masculino. Mateo Colón, como vimos, no escapa a esta propuesta,
y ubica el clítoris como un pene femenino. Desde esta óptica, los
anatomistas siguen defendiendo la postura de un semen femenino
y la importancia capital del orgasmo en la mujer. De hecho, el
avance técnico es en ese sentido. El Renacimiento aporta diversas
maneras de promover la fecundación a partir, por ejemplo, de un
orgasmo simultáneo. Ambroise Paré en pleno siglo XVI, adelanta
que es necesario un calentamiento previo al acto sexual y la
necesidad de un orgasmo compartido. El ritmo deviene una
preocupación y se señala la necesidad biológica de la expulsión de
semen de manera simultánea. Es importante también, que no exista
un calor excesivo en la mujer, pues esto podría propiciar infertilidad.
El calor debe ser el necesario y el semen debe estar a la
temperatura requerida. La ciencia no perdía su aguda capacidad de
comando operativo, tecnológico y teórico.
Las cosas cambiarán con la llegada de la Ilustración y el
advenimiento de la ciencia moderna. A finales del siglo XVII y
principios del XVIII, se desacredita definitivamente la importancia
del orgasmo femenino para la reproducción. Se demuestra, a partir
de la genética microscópica, cómo ni la menstruación, ni la sangre,
ni el orgasmo femenino eran fundamento para la fecundación. Una
serie de investigaciones de laboratorio llevan a la inteligencia de
6350
señalar el rechazo definitivo a la hipótesis galena. En 1651, Harvey
descubre la función y la consistencia anatómica del huevo como
principio de la fecundación femenina. En 1672, en esa misma línea,
se comprueba microscópicamente el folículo ovariano. En 1670,
Lauwenhoek y Hartsoeker dan a conocer sus investigaciones del
semen masculino. La materia seminal está poblada de millones de
animalillos que recibirán el nombre de espermatozoides. La
fecundación es la vinculación húmeda entre estos minúsculos
cuerpos vivos y un óvulo femenino. El llamado semen femenino, por
su lado, es presentado no como una necesidad biológica de la
procreación, sino como una sustancia mucosa cuya secreción
proviene de las glándulas de la vagina, y cuya función se reduce,
fundamentalmente, a facilitar el acto sexual.
Evidentemente, muchos sectores de la Iglesia respiraban en paz
pues por fin podían condenar de nuevo el placer sexual y la lujuria
de la mujer. Para la ciencia, se abre con el siglo XIX un tiempo de
investigaciones genéticas y microscópicas. Los estudios se abocan
principalmente, a señalar las diferencias y resaltar las
singularidades de los procesos. Para la sociedad, el silencio vuelve
a cubrir grandes capas de las pasiones sexuales, y la pregunta por
el goce femenino se resguarda en el mutismo de la ciencia, al
tiempo que se eclipsa ante el culto microbiológico de la
investigación sobre la maternidad.
Lo llamativo es que la sexualidad vuelve a reducirse al espacio de
lo biológico. Salvo contadas y extraordinarias excepciones, en el
campo científico se abandona la investigación por las dimensiones
placenteras y el goce en la mujer. Con su descubrimiento, Mateo
Colón, anatomista del siglo XV, abre un continente de preguntas y
cuestionamientos. Pero su propuesta se circunscribía a explicar el
ser femenino a partir de un botón biológico. Parece ser que, en sus
diferencias abismales, la Ilustración y la ciencia moderna se
encuentran con la propuesta de Colón, ya que la mujer es pensada
desde sus procesos hormonales y glandulares. El cuerpo femenino
es un espacio de investigación pero encaminada, la mayoría de las
veces, a problematizar el campo de la fecundidad y la esterilidad,
La mujer, su cuerpo, deviene un laboratorio biológico de la
maternidad. La mujer vuelve a ser explicada desde su relación con
la fecundación y su especificidad aparece, otra vez, ligada a lo
biológico.
Pero no todos los discursos surgidos en el siglo XIX toman ese
camino. A finales de ese siglo y principios del XX, surge otra
posición frente al sujeto, a partir de pensar de una manera
totalmente distinta al cuerpo, al cuerpo de la mujer. Este nuevo
saber, recibe el nombre de psicoanálisis.
Lacan
6370
lo olvidado por el sujeto, pero recordado por el cuerpo. El síntoma
es una memoria del olvido. Sí, es una formación del inconsciente. Él
recuerda lo que la mujer olvidó. Pero también lo que ella no sabe
que sabe. La histérica no sabe que lo olvidado tiene que ver con
una verdad. La verdad que el síntoma recordaba y que la histérica
no sabía, era que la verdad de su inconsciente es sexual. El cuerpo
de la histérica habla de sexualidad.
La sexualidad para el psicoanálisis, a diferencia de otros saberes,
no se circunscribe al destino biológico. Para la biología, existen dos
sexos con sus características ahora bien definidas por la ciencia.
Para el análisis, la sexualidad no es efecto de los órganos ni los
sistemas reproductivos. Se trata de modalidades de relación. Desde
Freud y a partir de Lacan, la sexualidad tiene que ver con una
declaración. Declaración ante le deseo y frente al goce. La
sexualidad no es un aposento anatómico, es un modo de responder
al Otro. Sí, también al Otro sexo. La diferencia con la biología es
evidente, pero también con la zoología. Los animales tienen sexo
para procrear, los humanos para deslizarse por el laberinto de la
pasión. Que ésta pueda ser mortal poco importa. La sexualidad
humana se constituye a partir de relaciones, la animal de instintos.
El sujeto está sujetado a los embrollos y los circuitos de la pulsión.
El problema es que la pulsión no tiene ni objeto predeterminado, ni
satisfacción completa. El problema se convierte en su especificidad,
pues el sujeto, sea hombre o mujer, se abre a las pasiones
pulsionales que no pueden ser sino lazos sociales. Esto se parece a
la dimensión del género. El punto es este: sólo los humanos tienen
relaciones sexuales, los animales apareamientos. La llamada
sexualidad humana es erotismo relaciona!. Lacan lo dice así en su
seminario D ’un Discours qui ne serait pas du sem blant: "... lo que
ha revelado Freud del funcionamiento del inconsciente no tiene
nada de biológico. Eso no tiene el derecho de llamarse sexualidad
más que por el hecho de que le llamamos relación sexual”8. Ahora,
la cuestión es compleja, pues lo que llamamos hombre o mujer,
sólo se especifica en relación con el otro, es decir, en tanto posición
relaciona! uno diferente del otro. Lacan, otra vez en ese seminario
hablando precisamente de género: para hablar de identidad do
género, que no es otra cosa que lo que acabo de expresar con el
término del hombre y la mujer, es el destino de los seres hablante*
de repartirse entre hombres y mujeres y que para comprend <f el
acento puesto en estas cosas, sobre esta instancia, hay que darso
cuenta que aquello que define al hombre, es su relación con la
mujer, e inversamente”9.
6410
adaptarse al mundo y su legalidad masculina. Se le adjudicó una
envidia de lo que no tenía. Sí, desde lo que el orden fálico suponía
debía tener y, mire usted, pues no poseía. Ahora, el psicoanálisis lo
evidencia, es el orden simbólico el que aparece fallido. Es la
legalidad fálica la que se muestra incompetente para proporcionar
un significante femenino que la represente en su sexualidad. La
legalidad simbólica no puede darle a la mujer un lugar en el campo
diferencial de la sexualidad, presentándose como carente del poder
que siempre se le supone, y fallido en su posibilidad de gestar una
diferencia desde ese registro. Un punto más. El orden se muestra
malogrado en esa posibilidad pero, al mismo tiempo, evidencia al
significante fálico, como incompetente para hacer funcionar la
sexualidad en el campo de la mujer. El falo, como significante y
como operador de la legalidad simbólica, no sirve para sostener un
universal de lo válido para todos, ni en su función de representar el
campo de lo sexuado. La mujer desacredita el significante falo y lo
desenmascara en su ilegalidad de representante universal.
6430
efectúa en el campo de la realidad preceptual. La dinámica se
tensa, pues ese objeto que se intenta reencontrar no coincide con
los que se topa el aparato en su búsqueda. Es por ello que no deja
de repetir su insistencia. ¿Qué busca el aparato en esa tensión
llamada deseo? La satisfacción total ¿Qué encuentra? No sólo no
encuentra la satisfacción que le falta, sino que encuentra más falta.
Lacan intenta describir esta trama freudiana al escribir la
experiencia de satisfacción total como el Uno del goce absoluto.
Ante ese Uno del goce, en el intento de repetirle, de reencontrarle,
se instaura otro uno, que sería su diferencia, es decir, el uno de lo
simbólico, de la insistencia y diferencia significante. La búsqueda
del Uno del goce total, implica la repetición de su diferencia, pues
ese uno que repite al primero es, precisamente, lo que no es ese
primero. Además, en la búsqueda de ese Uno del goce total, lo que
el otro uno muestra, el de la diferencia, es que lo que se repite es la
no satisfacción total. Más aún, lo que se encuentra no es lo que
falta, sino más falta. Con lo que se topa el aparato no es con el
goce total, sino con más pérdida de goce. Lacan, a esa falta, a ese
plus de goce en falta, la escribe como (a). Esta dimensión de la
pérdida y su repetición es lo que después se instrumenta en el
momento de la instauración de la metáfora paterna. Lo que se
efectúa al momento de la metáfora es la imposibilidad del goce
total. El sujeto es tachado, pero el Otro también. El goce total, es
decir incestuoso, queda excluido por la intervención de la
castración. Desde entonces, el significante que representa esa
operación simbólica, es el falo. El falo representa la falta de goce
completo. El falo es el significante del goce en tanto el goce
absoluto es imposible. Es el representante de la falta de ese goce.
El falo es el significante que operativiza la falta de goce en la
repetición del intento de obtenerlo.
La pregunta no se deja esperar ¿qué tiene que ver todo esto con
la cuestión de la sexualidad en la mujer? ¿Qué aporte se puede
encontrar aquí en relación con la cuestión del erotismo femenino?
El punto está en que esto que aquí se escribe, no es otra cosa que
el testimonio de que el Otro está incompleto en tanto le falta la
posibilidad del Goce total. La evidencia de este significante de la
falta del Otro S(A), empuja al sujeto a reconocer que el goce falta.
El goce falta porque, en el campo de lo simbólico, no todo se puede
y porque el goce, ese Goce total, es imposible. Pero aún más, si el
goce falta, ese goce del Otro viene a ser soportado por el otro sexo.
El otro sexo aparece como el campo del goce del Otro.
La falta del goce del Otro y el hecho de que el otro sexo podría
representarlo, lleva a la evidencia de que la relación sexual no
existe. No existe en tanto no se puede nunca encontrar en el otro,
el goce que se busca del Otro. La relación sexual no existe en tanto
no hay posibilidad de concordancia y completud; no hay
complementariedad. Allí donde se busca ser Uno con el otro, se
encuentra (a). El orden simbólico se muestra fallido para ofrecer al
sujeto, tanto al hombre como a la mujer, la posibilidad de la
realización del goce. El meollo del asunto está en que el significante
que se encarga de mostrar que la completud no existe, que la
relación sexual no existe, no es otro que el significante falo, que
representa lo que surge de la castración. El significante falo es lo
que representa la falta en el campo del orden simbólico. Pero
también lo que, frente a lo real, no se puede escribir. El falo sería el
significante del goce en tanto ese goce, el goce total, no se puede
obtener por el hecho de la instauración de la castración. El
problema se vuelve evidencia, porque ese significante no
representa la posibilidad de la mujer en el campo de la sexualidad.
Si el falo es el significante del goce, y él es incapaz de dar a la
mujer un lugar como ser sexuado, es necesario reconocer que debe
existir un goce que no sea del falo. El orden simbólico se mostró
incapaz de proporcionar un significante a la mujer para propiciar un
lugar en el campo de la sexuación y ahora, se muestra también
incompetente para ofrecer, en el campo del goce, una posibilidad
singular y diferencial.
Ante la dimensión fálica, frente al orden simbólico que él
instrumenta, la mujer es no-toda. Ella, no-toda ella, puede ser
representada por ese orden. Ella aparece como fuera de lo
simbólico. No es ella la que aparece en falta, sino el significante
que no puede representarla para su sexo. Eso no implica que como
sujeto no esté habitada por la falta, sino que, ante la ausencia de un
significante que la represente, ella es quien muestra fallido el orden
simbólico, es decir, ella encarna, precisamente S(A). Ahora, en el
campo del goce, decir ella es no-toda, implica que debe existir otro
goce, un goce que no sea del falo. Dice Lacan en 1973: “Hay un
goce, ya que al goce nos atenemos, un goce del cuerpo que está,
si se me permite, más allá del falo”. Y continúa más adelante: “Hay
un goce de ella, de esa ella que no existe y nada significa. Hay un
goce suyo del cual quizá nada sabe ella misma, a no ser que lo
siente: eso sí lo sabe”11.
A partir de todo ello, el psicoanálisis señala la necesidad de
pensar dos goces en el campo de lo humano. Un goce que tendría
que ver con el hombre, un goce fálico y otro goce, un goce más allá
del falo.
Todo ser humano, por el hecho de ser hablante, se ubica en
alguna de las dos posibilidades de goce. Se trate de un goce fálico
o del goce otro. El goce del lado del hombre, el goce fálico, se
fundamenta en un imperialismo del uso del órgano como
instrumento de presencia en el mundo. Es como si el erotismo se
circunscribiera a una zona altamente privilegiada. Pero no se trata
sólo de territorios corporales, es una modalidad de presentarse ante
el erotismo. En el goce fálico hay un predominio de la ilusión por
tener. Detentar esa insignia fálica legisla un modo de gozar del
mundo. Desde esa perspectiva, el goce aparece referido a la
tenencia. Tenencia de títulos académicos, carros falocromáticos,
mujeres convertidas en fetiche o cualquier otro estandarte del tener
como poder. El goce apunta a la presunción de un supuesto
dominio por el hecho de tener. Un supuesto poder de tener frente a
quien aparece como carente, ante quien no tiene. De aquí puede
surgir un desprecio por los que se presentan como en desventaja
frente al tener. Hay un peligro de violencia del desprecio de la
diferencia vivida en mengua. Pero el psicoanálisis es claro; ese
modo de gozar, si se afianza como único, lleva a las costas de la
masturbación. Se trata del goce del idiota. Es el goce de aquel que
cuando se relaciona sexualmente, circunscribe toda la intensidad a
una zona exclusiva. Es aquel que reduce la locura del encuentro
erótico al tiempo acotado de la erección. Es quien estúpidamente
usa al otro como medio de satisfacer su preciado órgano, sus
presuntuosas o pequeñas tenencias.
Pero existe un goce otro, un goce del lado de las mujeres; en el
campo de la mujer. Allí donde ese, la de la mujer, es un significante,
no un artículo. Un significante que señale un espacio en el lenguaje
y no una sustancia de lo sexual.
Se trata de un goce otro. Un goce que no precisa para su
expansión portar ninguna insignia fálica. Un goce que hospeda a
las mujeres porque no se necesita ni se requiere al falo como
símbolo de nada, ni al significante falo como representante de su no
representación en el campo de lo sexuado. Un goce que no se
somete al caminar de las manecillas del reloj ni acepta su prisa
mecánica. Ese que no acata los tiempos de la biología ni transa con
las legalidades de los fluidos. El goce otro, ese que convoca a las
mujeres, no quiere reducirse a una zona específica del cuerpo por
más que esté poblada de bosques genitales y humedades viscosas.
Ese goce busca más la expansión que la reducción. Se expande en
una geografía que se extralimita más allá de las fronteras del
órgano y sus excelencias. Su territorio es extenso como el cuerpo
mismo, por ello busca delicias en cualquier pliegue el codo, en los
silencios de la boca abierta, en la rugosa llanura de la rodilla; en el
infinito abismo de un ombligo sudado. No niega la dulzura salada
del caracol en pliegues, pero quiere ir más allá de la comisura del
barranco humeante o la verga dura. Se trata de gozar no sólo del
órgano, sino de toda la planicie del cuerpo y sus recovecos. Pero no
sólo se evidencia otra modalidad de encuentro en el país de las
superficies y las honduras, también se vislumbra otro tiempo. Sin la
prisa ni la presión de la presunción fálica, el encuentro erótico
puede extenderse hasta intentar tocar con la punta de los dedos y
la lengua, las costas de lo infinito humano. El tiempo de los
movimientos se convierte en danza de jadeos y contorsiones
espirales. A diferencia del goce fálico cuyo verbo es penetrar, el del
6470-
goce otro, el de las mujeres, es acariciar. No es una negación de la
penetración, es su cuestionamiento como imperio. Ante la
hegemonía de la incisión, puede convocarse a la caricia como
alternativa de otra temporalidad de los cuerpos. La caricia exige
otro ciclo. En su legalidad no puede haber prisa ni brutalidad, pues
perdería su especificidad. Una caricia apurada se vuelve saludo y
una rispida, empujón. La caricia es el viento matinal del ecuador. Es
masaje; es también ternura encendida. Acariciar tu pezón con mi
boca para que se llene de peces nuevos, acariciar con mis ojos los
pliegues de tu axila convocando la selva de tu piel, rozar mi ombligo
con tus ojos hasta que quieras cerrarlos a gritos, tocar con mis
manos tu pasado, con mis cabellos tu futuro y con mi espalda la
marea de tu lengua. En este goce, el límite se abre al horizonte y
una nueva geografía erótica se despliega ante la piel y los latidos.
Evidentemente, hay un exceso, una turbación ante la otra
propuesta de goce. En este goce de la mujer, frente al límite
desechado que implica tener o no tener, existe la posibilidad de un
vértigo y un salto a lo absoluto. De esta insaciabilidad acusaban a
las brujas, de hacer negocio de ello a las putas y de hablar con el
cuerpo de su ausencia a las histéricas. Allí donde el sistema
simbólico se presenta como fallido y carenciado, se puede beber de
la tentación de aspirar a lo absoluto. Pero el absoluto del goce lleva
a las costas de lo destructivo, de lo incestuoso. De allí que el
fantasma de la mujer sea un velo de terror. Un fantasma puede ser
encontrarse con un hombre que no perdiera nunca la erección,
cuya verga estuviera siempre erecta. El fantasma resulta
insoportable, porque implicaría un goce absoluto y una esclavitud
sexual ante el sueño cumplido. Como dice Lacan, las mujeres
agradecen que después de usarle duramente, el pene se convierta
en ese trapito que tanta ternura ofrece. Otro fantasma ligado al
orgasmo, es dejarse ir totalmente. Dejarse venir toda. El horizonte
que se abre es la locura por goce e incluso ia desintegración misma
del cuerpo.
La propuesta del psicoanálisis, su importancia en la historia de
las pasiones femeninas, apunta diversas cuestiones: el cuerpo es
impensable sin el lenguaje, la sexualidad no está circunscrita a la
biología, la sexualidad es erotismo, el erotismo es relacional, la
erótica humana implica una red de vínculos y de caminos que
enfrentan la ley y el deseo, los géneros como diferencia especifican
al hombre en relación con la mujer y viceversa; no existe vida sin
insistencia de la muerte, ni cuerpo que no sea atravesado por el
goce, el orden simbólico se muestra incapaz de dar un lugar a la
mujer. Pero -su moción más radical, es aquella que puntualiza la
existencia de los dos goces con sus diferencias y especificidades.
El señalamiento de este goce otro que se relaciona con las
mujeres, permite pensar, cuánto tiempo se ha querido imponer un
solo modo de gozar. Durante muchos años, casi se escribe siglos,
el goce fálico, ha sido propuesto como el único modo de estar en el
mundo. Al goce fálico se le presentó como ley. Pero, a decir verdad,
siempre fracasó. El goce de las mujeres, a pesar de que no lo
sabían, nunca se dejó representar del todo por la insignia fálica. No
de todas, digamos. Es evidente que la hegemonía impuesta del
goce fálico no se reduce a la cama, su legalidad quiso imponer su
lógica de poder, a través de las posesiones y el modo de sobornar
al deseo con símbolos, significantes y signos que prometían una
posible completud.
6490
promueve la ley. Pero este no es el único padre que aparece en la
obra freudiana. En Freud, existen dos mitos en relación con el
padre. Existe por un lado, ese padre del Edipo y la castración, ese
padre inspirado en las letras de Sófocles. Pero existe además otro
padre, aquél surgido no de la mitología griega, sino estrictamente
freudiana. Se trata del padre primitivo del Urvater.
Una vez recorrida toda esta historia de las pasiones femeninas,
es difícil terminar sin invocar las paradojas y las dificultades a las
que estas pasiones se ven confrontadas en relación con el padre;
con relación al padre. La propuesta freudiana, avanza estos dos
padres. Un padre ligado al Edipo y otro originario. La cuestión es
que, estrictamente, estos padres se oponen, tienen caminos
encontrados. En el caso del Edipo, el padre sería el obstáculo para
acceder a la madre. Matándolo terminaría su reinado. En este padre
edípico, la ley es primero y su muerte deseada, después. En el caso
del padre de la horda primitiva, es al revés, su muerte propiciaría,
después de ocurrida, la ley. Desde Lacan sabemos que al padre
hay que ubicarlo desde distintos registros. Así, se podría decir que
el padre edípico es un padre ubicado en el registro de lo simbólico;
es quien promueve que se cumpla la ley. En el caso del Padre
primitivo en tanto imposible y acaparador del goce de todas las
mujeres, por ello imposible de plantear, se le ubicaría como el padre
en el registro de lo real. La dificultad a la que se enfrenta la mujer,
es que no sólo existen dos mitos del padre y tres registros donde se
desenvuelven, sino que, mostrando la falla del padre en sus
distintas versiones, ella se ve expuesta a las consecuencias de las
carencias y fallas del padre.
El padre simbólico, el edípico, es un padre que se presenta como
impotente. ¿En qué sentido podría plantearse esa impotencia?
Impotente no para prohibir el deseo, sino para darle a la mujer el
goce que reclama, es decir, un goce total. Impotente, porque es él
quien está encargado de excluir precisamente ese goce. El padre
simbólico, el de la ley, no puede promover ni agenciar el goce que
él impide. Impotente, pues sólo puede darle significantes, allí donde
ni el significante falo puede representarla como mujer ante su ser;
ante su lugar sexuado. Pero por otro lado, el padre real se presenta
no como impotente, sino como imposible. El Urvater, el padre
primordial es quien, en tanto está antes de la ley, podría darle,
ofrecerle el goce absoluto. Él es quien sí puede, quien tiene la llave
del goce; la cosecha de ese goce infinito. Pero ese padre es
imposible porque si accediese a él, sería el incesto, la destrucción,
la desbancada frente al goce del Otro. Sí, sería la muerte, sea
como sujeto, sea en lo real de su singularidad vital. El padre que
desacatando lo simbólico, se prestara a la satisfacción total del
goce en lo real, aparecería como el padre Ideal. Como el padre que
sostendría el ideal del goce. Pero sabemos que los ideales son,
precisamente, aquéllo con que se aplasta al sujeto en el campo del
deseo. Muchas mujeres pueden pagar con su vida intentando
sostener que un padre así, existe ... debe existir. Otras se afanan,
ya que no pueden o no pudieron tener u obtener un padre así, un
padre así de Ideal, se empeñan en educar a alguien que sí pudiera
llegar a serlo.
La paradoja del goce en la mujer no se deja encubrir. El padre
simbólico no puede darles el goce que requieren, y el padre real, el
primitivo, si les diese el goce pedido, las destruiría, las arrojaría a
las oscuridades del incesto. Su pasión por el goce lleva a las
mujeres a enfrentarse a estos dos caminos. Dos caminos que no
solamente las dejan, de muchos modos, solas, sino advertidas de
que el padre en cualquiera de sus dimensiones, es un padre fallido.
Sea por carencia o por exceso, el padre deja en falta por su
impotencia o por su imposible, las pasiones femeninas. Sí, se
vislumbran otros caminos, aquellos que convocan al amor. Pero,
evidentemente, eso es ya harina de otro costal. Eso sería otro libro
a escribir.
Para terminar. La cuestión de la mujer, de sus pasiones y de sus
figuras míticas no puede no llevar a posiciones en el campo ético,
político e histórico. Allí, en esos tres países, el psicoanálisis puede
aportar con su discurso y con sus preguntas. No por nada, Antígona
es una de las pocas heroínas del panteón del psicoanálisis. Al final
de su enseñanza, Lgcan promueve la posibilidad de, una vez
6510
señaladas las dos modalidades del goce, vislumbrar dos caminos
éticos. Uno, el que ha sido pensado, escrito y propuesto desde los
albores de la filosofía por los hombres y sus discursos y, otro que,
retomando la crítica a la cuestión del ideal y el universal, pueda
surgir del campo de las mujeres. Una posibilidad ética diferencial de
las mujeres puede vislumbrarse en el horizonte de los tiempos.
Porque, a partir de esto, la pregunta ética podría formularse así:
¿cómo ser mujer y no ceder en el intento? Sí, no ceder en su
especificidad de gozar, de desear, de crear y de enfrentarse a las
paradojas de la ley y, sí también, de la cuestión del padre. Pero las
preguntas pueden extenderse a los otros dos campos
problematizados ¿Es posible, desde esta nueva posibilidad ética de
las mujeres, sustraerse de una posición política? ¿De una
perspectiva política que implica los senderos de la diferencia, y la
importancia de la belleza de lo singular e irrepetible?
La historia está ahí, con sus letras y sus infamias sobre las
mujeres y los mitos que han poblado ese campo de la vida y el
tiempo. Lilith, las sirenas, las mujeres indígenas, las sirvientas,
Cornelia, las matronas, las doctoras, las cenicientas de porcelana,
la princesa de Sabina, Cleopatra, las madrastras, Sor Juana, las
cortesanas, la tía Mela, las vampiresas, las nuevas mujeres
transexuales y mil ciudadanas anónimas más, que no pueden ser
olvidadas en esta historia de sus pasiones. Acusadas de putas,
quemadas por brujas o encasilladas como histéricas, ante las
mujeres, en estos tiempos modernos, se abre la posibilidad de
hacer de su diferencia, discurso; de su deseo, ética y de su historia,
un arte singular ante la vida y la muerte. Está claro que tienen, en el
campo de los hombres, un ejército de aliados. Además, orgullosos
de serlo y contentos de declararlo. Pero también de enemigos
dentro y fuera de esas fronteras de cristal y alambre. Y la cuestión
también puede tornarse hacia otros vientos.
La historia tal vez pueda cambiar, tal vez no. Si no cambia, la
situación puede seguir siendo como Lacan decía, no sin dolor, de lo
que se ha generado discursivamente en otros siglos: “A ella se la
mal-dice, se la almadice (on la dit-femme, on la diffame). Lo más
famoso que de las mujeres ha guardado la historia es, propiamente
hablando, lo más infame que puede decirse”12.
Notas
6550
escribir este libro, me perdí muchos goles, divertidos momentos
junto al mar, algunos cuentos de hadas y duendes, diversos juegos
con piratas aventureros y princesas secuestradas y, en fin,
complicados combates electrónicos. Este texto es la metáfora de
ese tiempo; de esa otra escritura.
No quiero pasar por alto mencionar mi gratitud a las voces de
bilis y a los enanos del pensamiento, que a través de chismes y
calumnias me han endilgado fantasías surgidas de su frustración y
envidia. La verdad no han hecho otra cosa que azuzar el fuego.
Como alguien dijo: “Déjalos que ladren Sancho, es que
caminamos”.
Al final pero nunca al último, mi agradecimiento a todos y todas
que con sus voces y sus historias, han tejido el espacio y la pasión
que alberga mi oficio. Creo como Lacan, que estamos del mismo
lado del muro y que es por encima de ese muro como intentamos
responder al eco de la palabra.
Cuando se comienza un libro, pasa con las palabras como a
veces ocurre con las palomas en los quioscos de los pueblos: al
acercarse a tomar una, todas vuelan asustadas. Al final, cuando
ese libro se ha terminado, cuando se cierra la pluma y se guarda la
máquina, uno muchas veces piensa que, las palabras que volaron,
hubieran sido mejores que las que se quedaron atrapadas por la
humedad de la tinta. Pero las palabras que aquí están, son las que
armaron los argumentos, sostuvieron las propuestas,
circunnavegaron los silencios y lubricaron los desasosiegos. A ellas,
torpes palabras amigas, mi agradecimiento.
Llega el final y con él, mire usted, el sentido de este trabajo.
Punto. Punto final. Consumatum est.
[3 PRIMERA PARTE
PARTITURAS DE LA PALABRA
wn CUARTA PARTE
LJ EL PADRE, EL DIABLO Y OTRAS HISTORIAS
La e d ic ió n co n sta de 1 000 e je m p l a r e s
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