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Sociedad
21/07/10
Pequeños relatos, en realidad, que van dibujando la fisonomía de los traductores del
siglo XIX, y “la aparición de rasgos específicos de los usos populares del Río de la
Plata, que permiten despegar las traducciones de su tradición más colonial”, dijo Piglia.
Lo más interesante de la charla, sin embargo, fue cuando Piglia se refirió a la capacidad
que tienen las traducciones para romper con las tradiciones literarias y establecer
relaciones que van en contra del canon. Y citó dos casos. El primero, el de la traducción
de Borges de Las palmeras salvajes , de William Faulkner, una novela de segunda
línea en la producción del norteamericano que, a partir del estupendo trabajo de Borges,
se lee como central en el mundo hispano e influencia a autores como Dalmiro Sáenz,
Miguel Briante, Gabriel García Márquez o Guillermo Cabrera Infante.
El segundo caso es el de la traducción que hizo José Bianco de Otra vuelta de tuerca ,
de Henry James, relato que Piglia calificó como “comercial” y muy por debajo de otras
nouvelles de James, pero que en castellano se lee como una de sus obras maestras
gracias a la reconocida versión de Bianco.
Sobre el final, recordó un comentario de Virginia Woolf, que dijo que sus amigos
aseguraban que La guerra y la paz , de Tolstoi, era la mejor novela que habían leído,
pero todos la habían leído traducida. “ La narración sobrevive a lo puramente verbal
. La historia, la emoción, quedan. Es un aspecto democratizador de las novelas. Las
novelas son traducibles. Incluso uno puede pensar que la novela se acaba cuando
aparece la primera que no puede traducirse , porque está hecha de todas las lenguas:
el Finnegans Wake , de Joyce”, agregó Piglia.