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Evaluación y cambio educativo: los

debates
actuales sobre las ventajas y los
riesgos
de la evaluación1
Alejandro Tiana

Una de las personas que ha reflexionado de manera más incisiva sobre el papel
que desempeña la evaluación en nuestra sociedad actual, el profesor Ernst
House, iniciaba una de sus obras más influyentes, escrita a comienzos de la
década de los noventa, hablando de los cambios que él mismo había
observado en este campo a lo largo de su vida profesional. Sus palabras, que
no me resisto a citar, aunque ya lo haya hecho en alguna ocasión anterior,
resultan muy reveladoras: “Cuando comencé mi carrera en evaluación hace
más de veinticinco años, reuní todos los trabajos que pude encontrar en una
pequeña caja de cartón en un rincón de mi despacho y los leí en un mes.
Desde entonces, la evaluación ha pasado de ser una actividad marginal
desarrollada a tiempo parcial por académicos a convertirse en una pequeña
industria profesionalizada, con sus propias revistas, premios, reuniones,
organizaciones y estándares” (House, 1993, p. 1, traducción del inglés).

Si en 1993 House hablaba de una “pequeña industria profesionalizada”, hoy


creo que se puede hablar de una industria en toda regla. En efecto, al echar la
vista atrás a lo que ha sucedido en las dos últimas décadas, observamos que
por todas partes se han establecido sistemas de evaluación y de acreditación
tanto en el ámbito empresarial como en los servicios públicos (no solo los
educativos), que se han constituido sociedades nacionales, regionales e
internacionales de evaluación, que se han puesto en marcha ambiciosos
proyectos de elaboración y difusión de indicadores en campos muy diversos,
que se ha consolidado la oferta de formación académica en materia de
evaluación: en suma, que la evaluación ha encontrado su lugar propio en el
campo del saber y en el de la actuación pública y privada.

Al contemplar lo que ha sucedido en el mundo específicamente educativo, no


podemos sino reforzar esa apreciación, pues desde finales de la década de los
ochenta, y sobre todo en los últimos quince años, se ha generalizado la
constitución de sistemas nacionales de evaluación educativa, que desarrollan
distintos tipos de actividades. La aplicación de pruebas estandarizadas de
rendimiento, la construcción de indicadores, la evaluación y autoevaluación de
los centros educativos o la evaluación del desempeño de los docentes no son
sino una pequeña muestra del tipo de iniciativas puestas hoy en marcha en la
1
Tomado de: Avances y desafíos en la evaluación educativa Elena Martín y Felipe Martínez Rizo Fundación
Santillana, 2014.
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inmensa mayoría de los países iberoamericanos. Hoy evaluamos (o, al menos,
hablamos de evaluar) todo el ámbito de la educación: el rendimiento de los
alumnos, los currículos escolares, los centros educativos, los programas
específicos o sectoriales y el trabajo de los docentes.

Como consecuencia de ese proceso, la evaluación ha ido abarcando ámbitos


progresivamente más amplios, al tiempo que se ha diversificado, reforzando
así una tendencia que ya se apuntaba hace más de diez años (Tiana, 1996).
Además, las incipientes iniciativas internacionales de evaluación educativa de
la segunda mitad del siglo xx han dado paso a operaciones amplias, complejas
y de gran impacto político y mediático, como el proyecto PISA, desarrollado por
la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) o los
estudios TIMSS y PIRLS, promovidos por la Internacional Association for the
Evaluation of Educational Achievement (IEA). Puede decirse que, frente a
quienes consideraban que se trataba simplemente de una moda, que bien
podría ser pasajera, la evaluación ha llegado para quedarse en nuestros
sistemas educativos, al menos por un largo tiempo.

Siendo así la situación, merece la pena reflexionar seriamente acerca de cuál


es la función que hoy día desempeña la evaluación en el ámbito educativo. Y
una de las conexiones más importantes que cabe establecer es la que
relaciona la evaluación con el cambio en educación. La reflexión sobre ese
asunto es el objeto de estas páginas.

EDUCACIÓN Y CAMBIO

Si hay una realidad indisociable de la tarea educativa, creo que es


precisamente el cambio, la transformación.

La esencia última de la educación consiste en producir cambios en los más


jóvenes, para convertirlos en personas adultas capaces de afrontar con
garantías de éxito los desafíos que se les plantearán a lo largo de la vida. Por lo
tanto, educar consiste en última instancia en producir y acompañar procesos
de cambio personal. Pero la meta a la que ese proceso se orienta, esto es, una
vida adulta provechosa y satisfactoria en una sociedad determinada, es
asimismo cambiante, pues las sociedades han cambiado siempre a lo largo de
la historia y continúan haciéndolo, con un ritmo además cada vez más rápido.
Por lo tanto, no se puede concebir una educación estática (aunque algunos
parecieran quererla en ocasiones), sino que debemos aprender a convivir con
el cambio y a aprovecharlo para lograr nuestros propósitos.

Ahora bien, el cambio es una realidad ambivalente. Por una parte, es un


fenómeno natural, que se produce al margen de nuestra voluntad. Querámoslo
o no, el mundo cambia en todos sus aspectos.
Es cierto que no hay que considerar que la transformación represente siempre
un progreso o avance, pues por desgracia también puede suponer lo contrario,
pero es una quimera soñar con una realidad estática. Por otra parte,
pretendemos ser capaces de orientar el cambio para que nos permita mejorar,
avanzar, también en educación. No nos resignamos a que el cambio se

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produzca de forma ciega, sin nuestra intervención, sino que nos planteamos
incidir en él. Por eso diseñamos reformas y programas de mejora educativa,
por ejemplo.

Tratándose de una realidad ambivalente, no es extraño que haya atraído


mucha atención. El estudio del cambio en educación cuenta ya con una larga
tradición y las investigaciones realizadas ponen de manifiesto su complejidad.
Algunos autores han dedicado a esa tarea una buena parte de sus esfuerzos
académicos, realizando aportaciones de gran interés (Fullan, 1993 y 1999). Los
trabajos llevados a cabo han puesto de manifiesto la complejidad de los
procesos de cambio y nos han alertado acerca de los riesgos que corremos al
interpretar dichos fenómenos de manera unilateral o al creer que nuestros
propósitos son directamente trasplantables a la realidad, sin tener en cuenta
los condicionantes a que se enfrentan. Por eso, siempre que hablamos de
cambio debemos ser extremadamente cautelosos. Por ejemplo, algunos de los
problemas causados por los procesos recientes de reforma educativa
emprendidos en diversos lugares derivan del olvido de esa complejidad
(Saranson, 2003).

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