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Comunícate con tus hijos

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Aunque se puede decir que las bases para una buena comunicación son
iguales para cualquier caso, las diferencias en la edad pueden existir, y
cometemos errores cuando se trata de nuestros propios hijos.

Hemos oído varias veces decir: “Para todo se estudia, menos para aquello
que pone en juego la felicidad de nuestra familia: ser padres”. Los hijos de
nuestros días exigen padres preparados y de tiempo completo.

Debemos recordar que todos los seres humanos somos únicos e


irrepetibles, y por lo mismo un hijo no es igual al otro. Debemos observar,
estudiar, a cada uno de ellos, y con toda seguridad descubriremos todos los
días cosas nuevas.

No debemos querer que todos los hijos sean iguales de quietos, estudiosos,
cariñosos, deportistas etc., pues Dios nos ha dado a cada uno ciertas
habilidades o dones que hay que descubrir y explotar, y así poder exigir a
cada uno de ellos según sus alcances y limitaciones.

Por otro lado, los padres queremos aparentar ante los hijos lo que no
somos, se nos olvida que somos humanos con errores y aciertos, con
defectos y virtudes, con limitaciones, sentimientos, en una palabra, somos
personas, no dioses.

Qué hermoso sería que nuestros hijos nos vean como se ve y acepta a un
amigo y que digan: “Mis papás tienen errores como todos, pero los quiero
así como son”. Es lógico que a nuestros hijos les gusta que sus padres
sean personas, no dioses y mucho menos actores que están representando
un papel pretendiendo ser algo que no son.

Los padres debemos ser: auténticos, sencillos, honestos, sinceros,


renunciar al egoísmo, entregarnos con inteligencia y corazón sin esperar
nada a cambio. También necesitamos recordar que las palabras no son las
que educan, sino más bien el conjunto de actitudes que los hijos observan a
diario.

Debemos ser modelos dignos de imitar, debemos dar confianza, ser


congruentes con lo que decimos y lo que hacemos.

La comunicación conyugal es un factor necesario dentro de la


comunicación familiar, si la primera marcha bien, la segunda correrá sin
tropiezos.

Problemas de comunicación entre padres e hijos

Ordenando, dirigiendo, mandando. “No me importa lo que quieras hacer,


entra a la casa en este instante“, “deja de molestar”, “no toques”, etc. Todos
estos tipos de mensajes dicen a los hijos que sus sentimientos o
necesidades no son importantes, no valen y que se deben conformar.
Producen: temor, resentimiento, hostilidad.

Advirtiendo, amonestando, amenazando. “Si haces eso te pasará...”, “si


no dejas de jugar a eso te pegaré”, etc. Estos mensajes pueden hacer que
el hijo sienta miedo y se someta, pero también invitan a hacerlo para
tantear a sus padres, si son capaces de cumplir las amenazas.

Exhortando, moralizando, sermoneando. “Deberías”, “tendrías”, etc.


Tales mensajes hacen que se practique en el hijo el poder de la autoridad,
del deber, de la obligación y éste puede responder con resistencia,
defendiendo su postura con terquedad. Además, el hijo piensa que su padre
no confía en él, provocando sentimientos de culpa.

Aconsejando, proporcionando sugerencias o soluciones. “Tu madre y


yo sabemos qué es lo mejor para ti”. Estos mensajes con frecuencia hacen
que el hijo piense que el padre no tiene confianza en el juicio o capacidad
de él, puede ocasionar dependencia, o resistencia a todo lo que sus padres
le digan.

Juzgando, criticando, culpando. “Es que tú tienes la culpa; si hubieras...”


Estos mensajes son sumamente graves, hacen que los hijos se sientan
inferiores, estúpidos, sin ningún valor, malos, baja su propia estima etc.
(“escuché tantas veces que era malo, que lo empecé a creer”, “si se lo digo
me criticará”). Además, siempre se pondrán a la defensiva para protegerse,
sentirán que no son amados, y llegarán a sentir odio por sus padres.

Poniendo apodos, ridiculizando, avergonzando. “¡Mira qué sombras te


pusiste en los ojos, te ves ridícula, pareces vampiro... o mujer de la calle!”,
“¡Pareces vieja con esa greñas!”, etc. Dichos mensajes pueden tener un
efecto devastador en la imagen que tiene de sí mismo. Pueden hacer que el
hijo se sienta sin valor, malo, que no lo aman, y la respuesta más frecuente
de los chicos hacia esos mensajes es la devolución del golpe (“este viejo
ridículo, anticuado no se ha visto en el espejo”). Estos mensajes, que tratan
de influir en el hijo, tienen menos posibilidades de hacerlo cambiar.

Elogiando, estando de acuerdo en todo. Contrario a lo que se puede


suponer acerca de lo elogios, cuando éstos son excesivos o no muy
sinceros, pueden tener efectos negativos, sobre todo cuando el hijo no está
muy de acuerdo con la idea que tiene de sí mismo, puede originar
hostilidad. “no soy bonita, soy horrible”, “no jugué bien, fui un tonto”, etc.. El
hijo piensa que se le quiere manipular, para que haga lo que sus padres
quieren “sólo lo dices para que estudie más”. Además, en ocasiones se
sienten avergonzados, incómodos, especialmente cuando están con sus
amigos “¡Oh, papá, eso no es verdad!”. Por el otro lado pueden llegar a ser
egoístas, soberbios, ególatras.

Otros mensajes que pueden ser negativos: Como interpretar: “no tienes cita
con esos chicos porque eres demasiado penosa”, interrogar “¿te lavaste las
manos como te dije?”, preguntar “¿cuánto tiempo estudiaste?”.

Comunicación con los hijos según su edad

Para poder educar y comunicarse correctamente con cada uno de nuestros


hijos conviene distinguir las características de cada uno, dependiendo en
primer lugar de su edad, ya que las necesidades y manera de pensar serán
diferentes.

Primera etapa, (0-5 años): Que podríamos llamar preescolar, se están


colocando los cimientos de todo el edificio; toda la información y vivencias
del niño quedarán fuertemente grabadas como impresiones dotadas de
carga emocional y afectiva, más que racional. En esta etapa es importante:

- Aceptarlo con amor, desde antes de nacer, y al nacer, sin rechazar su


sexo ni sus capacidades individuales.

- Comprender y aceptar sus sentimientos, y ayudarlo a irlos controlando en


forma creciente.

- Iniciar suave y tolerante formación de horarios desde la cuna, ya que


facilitará la adquisición posterior de hábitos de orden y templanza.
- Estimular y dirigir su curiosidad natural, por medio de juegos, paseos,
espectáculos en donde esté recibiendo mensajes positivos. ¡Cuidado con la
televisión!, ya que el niño capta sin razonar.

- Premiar y felicitar, reconocer y alentar sus acciones positivas, que él


escuche cuando hablamos con otras personas, pero sin inventar.

- Valorar y respetar sus opiniones ubicándolas en su edad, y ajustando o


corrigiendo sus juicios erróneos con suavidad y sin menosprecio o burla.

- Responder todas sus preguntas con veracidad y de acuerdo a su


capacidad de comprensión.

- Poner con firmeza, constancia y amor, límites razonables a su conducta y


facilitarle las “reglas del juego”; cuando falte a las reglas, corregir y
reconvenir, pero sin calificar negativamente a su persona (“eres malo,
desobediente, burro”, etc.).

- Si necesitamos privarlo de un bien deleitable, no ceder ante expresiones


de tristeza, rabia o llanto.

- Irle dando responsabilidades dependiendo de su edad; acomodo de


juguetes, cajones, cuidado de una mascota, planta. etc.

- En todas las etapas es importante lo que los padres hacen y no lo que


predican; el niño capta por amor e imitación de aquellos a quienes admira.

Segunda etapa, (6-11/12 años): Todas las consideraciones anotadas para


la primera etapa, siguen siendo válidas, con la lógica adecuación de mayor
capacidad racional para entender explicaciones más amplias y profundas.
También se les debe fomentar el trabajo en equipo y virtudes como:
responsabilidad, solidaridad, generosidad, humildad, fortaleza, justicia,
templanza.

Tercera etapa, (13-18/20 años): En esta etapa debemos conocer las


características del adolescente: menos abierto, menos receptivo, búsqueda
de la independencia, identificación con otros patrones de conducta, edad de
los enamoramientos, busca al amigo íntimo que no lo critique, susceptible,
busca sobresalir y ser mejor que sus padres, le gusta que le den confianza
y seguridad. La mujer adopta actitud de coquetería y el hombre de
jactancia.

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