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Quiero perdonarme por buscar la estrella inaccesible, ser frágil, avergonzarme de mi dolor,

acusarme de mi desdicha, mantener el deseo de una perfección inalcanzable, haberme hecho


cómplice de mi perseguidor, haber prescindido de mi corazón, haber rumiado acusaciones que me
herían, no haber sido capaz de preverlo todo, odiarme sin compasión, sentirme incapaz de
perdonar a los demás. En suma, quiero perdonarme por ser humano.

Sólo quien ha tenido la experiencia del perdón puede realmente perdonar (GEORGE SOARES-
PRABHU)

«Ante él tendremos la conciencia tranquila. Pues, aunque la conciencia nos acuse, Dios es más
grande que nuestro corazón y lo sabe todo» (1 Jn 3,19-20).

Perdona nuestras ofensas

Señor, perdona nuestras ofensas.


No en función de nuestros propios perdones.
No como solemos perdonar.
No a ejemplo de nuestros perdones mercenarios y calculadores.
Sino
para que descubramos tu «dulce piedad»,
para que sintamos tu «conmovedora ternura»,
para que también nosotros aprendamos a perdonar,
para que perdonemos a quienes comparten el pan con nosotros,
para que no caigamos en la desesperación de la vergüenza,
para que renunciemos al deseo orgulloso de perdonar,
para que desenmascaremos nuestras falsas rectitudes e indignaciones,
para que podamos perdonarnos a nosotros mismos,
para que nuestros perdones sean reflejo del tuyo.
Señor, perdona nuestras ofensas.

“COMO PERDONAR” (Resumen del libro de Jean


Monbourquette)
Perdonar es un proceso a la vez humano y dependientemente de una gracia divina. La curación
psicológica del proceso del perdón eliminará las resistencias a perdonar, mientras que el don
divino dará al ofendido tanta autoestima que estará dispuesto a hacer el gesto del perdón. El
perdonador recibirá la posibilidad de ser él mismo perdonado y convertirse en mediador del
perdón.

Perdonar no es olvidar. Por otro lado, si se llega a perdonar la ofensa, su recuerdo ya no nos
ocasionará sufrimiento; será un recuerdo que contribuirá a que adquiramos más sabiduría.
Perdonar no significa negar la ofensa. Perdonar no es sinónimo de excusar. El perdón no elimina el
deber de justicia. Perdonar no significa sentirse como antes de la ofensa. El perdón no puede ser
impuesto. El perdón requiere más que un acto de voluntad. La voluntad es necesaria, pero por sí
sola no es suficiente. Recursos como la inteligencia, el corazón, la sensibilidad y el juicio son
también indispensables.

ETAPAS DEL PERDÓN

Las Condiciones Previas al Perdón

1) La decisión de no vengarse: Hay dos tipos de venganza: La venganza activa (ojo por ojo) o la
venganza pasiva (la persona con su silencio, su alejamiento, su enojo o su depresión, carga en
exceso la atmósfera que la rodea y la hace irrespirable).
2) Que cesen los gestos ofensivos: Es del todo ilusorio esperar que una persona perdone mientras
se mantengan los gestos ofensivos contra ella.

La Curación Psicológica

1) Reconocer la herida y la propia pobreza: Se reconoce el sufrimiento causado por la herida, la


necesidad de aceptarlo, de sanarlo y de transformarlo.
2) Compartir la herida con alguien: El gran medio para curarse consiste en contar varias veces la
historia de la ofensa a una persona que sepa escuchar, que sea acogedora y con la que sea
posible tomar consciencia de las propias emociones. Esta apertura permitirá salir de la propia
soledad, tomar distancia y observar las dificultades desde una perspectiva diferente, sentirse
comprendido y encontrar la paz y calma interiores.
3) Identificar la pérdida para hacer el duelo: Es importante saber qué es lo que ha sido afectado
dentro de uno. ¿Es la pérdida de la propia reputación, de la autoestima, de la fe en el otro, de un
ideal, de unos bienes físicos, de un ser querido? Se tomará consciencia de que lo que se ha visto
afectado es una parte del propio ser, no la totalidad de éste.
4) Aceptar la cólera y ganas de vengarse: La cólera no es socialmente aceptable, y hemos
aprendido a rechazarla. Ahora bien, si una persona rechaza su propia cólera, una de dos, o bien la
proyecta sobre otro, o bien la dirige contra sí misma. Conviene encontrar formas sanas de expresar
la propia cólera. Con frecuencia, bajo la cólera aparente se esconde la tristeza.
5) Perdonarse a sí mismo: Este es un punto decisivo en el proceso del perdón. Con mucha
frecuencia, una persona tiene dificultades para perdonarse a sí misma por haber tenido necesidad
del otro, por haberse mostrado vulnerable, por no haber sabido qué hacer, qué decir… Entonces
se acusa, se juzga, se menosprecia por todas sus debilidades. Es importante encontrar la
compasión, la comprensión y tolerancia. Y finalmente, el amor a sí misma.

La Curación Espiritual

1) Comprender al ofensor: Gracias a la realización de este trabajo emocional, persona herida


estará en condiciones de adoptar una cierta distancia con respecto a la ofensa sufrida, interesarse
por la historia del ofensor y tratar de comprenderlo. Logrará distinguir el acto de la persona y la vez
aceptará que no puede comprenderlo todo.
2) Encontrar un sentido a la ofensa: Creer que la herida es un factor de crecimiento y que puede
llevar a hacerse las siguientes preguntas. ¿Qué es lo que aprendo de la ofensa sufrida? ¿Me he
hecho más maduro?
3) Saber digno de perdón y ya perdonado: Aceptar recibir el perdón y permitir que desaparezcan
las resistencias a dejarse amar y aceptar el perdón de los demás y del propio Dios.
4) Dejar de obstinarse en querer perdonar: No somos dueños de nuestro perdón, porque éste
exige tanta generosidad que hay que remitirse a Dios para realizarlo. El perdonador percibe de
cerca sus límites personales, los de su poder de perdonar, y tiene que solicitar la ayuda de Dios.
5) Abrirse a la gracia de perdonar: Al ofendido no le queda sino abrirse a la presencia de un Dios
de amor y misericordia, y ponerse bajo su ámbito de influencia para dejarse transformar y animar.
6) La reconciliación: El perdón no implica necesariamente la idea de una reconciliación. Hay
situaciones en las que la reconciliación con el ofensor es imposible o imprudente. El perdonador
puede contentarse con hacer en su corazón este trabajo de reconciliación y adoptar una actitud de
benevolencia para con el ofensor.
El Perdón, Fruto de la Gracia y la Sabiduría
Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.
Sitio web: Un mensaje al corazón

La verdadera dicha del hombre:

"Dichosos los que reconocen su necesidad espiritual, pues el reino de Dios les
pertenece.

Dichosos los que están tristes, pues Dios les dará consuelo.

Dichosos los de corazón humilde, pues recibirán la tierra que Dios les ha
prometido.

Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer lo que Dios exige, pues él hará
que se cumplan sus deseos.

Dichosos los que tienen compasión de otros, pues Dios tendrá compasión de
ellos.

Dichosos los de corazón limpio, pues ellos verán a Dios.

Dichosos los que procuran la paz, pues Dios los llamará hijos suyos.

Dichosos los que sufren persecución por hacer lo que Dios exige, pues el reino
de Dios les pertenece.

Dichosos ustedes, cuando la gente los insulte y los maltrate, y cuando por
causa mía los ataquen con toda clase de mentiras. Alégrense, estén
contentos, porque van a recibir un gran premio en el cielo; pues así también
persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes."

(Mt 5, 3-12)

CONTENIDO

Reconciliación y Perdón

La Gravedad del Resentimiento

Comprender para Perdonar

Vivir con un Espíritu Reconciliado

¡Atrévase a dar el Primer Paso!


Busquemos la Reconciliación

El Perdón Nace de la Sabiduría

Siéntase Bien Perdonando

Consejos para Perdonar y Reconciliarse

Oración

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RECONCILIACIÓN Y PERDÓN

". . . Si tu hermano peca, repréndelo; pero si cambia de actitud, perdónalo.


Aunque peque contra ti siete veces en un día, si siete veces viene a decirte:
'No lo volveré a hacer', debes perdonarlo."

(Lc 17, 3-4)

La desconfianza, los malos entendidos, las peleas y divisiones producen


lesiones que hieren profunda y frecuentemente a la humanidad. Hay tantos
casos de padres e hijos que viven separados o maridos y esposas que no se
pueden ni ver como resultado de estos conflictos. Esta es una tragedia
derivada de nuestro pecado personal, del pecado contra el medio ambiente y
de todo el arrastre que durante siglos ha generado el hábito del conflicto que
produce divisiones algunas veces irreparables.

Todos cargamos un depósito surtido con influencias positivas y negativas que


otras personas, de una manera u otra, se han encargado de llenar con
conceptos y visiones muchas veces distorsionadas de la realidad. Entre los
conceptos negativos que conservamos en este depósito, que es el
subconsciente, están todos los prejuicios que nos hacen creer que hay razas
superiores e inferiores; que el hombre es superior a la mujer; que nuestra
manera de ver las cosas es la única y verdadera; que nuestra familia, partido
político y aún nuestro país es mejor que los demás.

Esta manera tergiversada de ver la realidad nos condiciona en nuestro actuar.


Antes de establecer cualquier relación humana, estamos juzgando a las
personas por el color de su piel o su condición social pensando que unas valen
y otras no, lo cual es realmente lamentable y triste. Cuando llegamos a pensar
de esta manera distorsionada, nos convertimos en un peligro para los demás
porque justificamos cualquier ofensa, humillación o grito creyendo que
tenemos toda la razón y los demás están equivocados. Cuando esta manera
de pensar se hace radical, justificamos, hasta con argumentos sofisticados, la
marginación, el rechazo y aún la aniquilación de razas. De hecho, los que han
cometido asesinatos o han llevado a la humanidad a genocidios siempre han
creído que existe una raza o partido político superior, y los otros, por ser
inferiores, no merecen ni la vida. Esa fue la justificación para la muerte de
seis millones de judíos antes y durante la segunda guerra mundial.

Los prejuicios que nos predisponen en contra de los demás los absorbemos en
el ambiente en que vivimos o a través de personas que tienen intereses
creados y los aplicamos aún en el seno de nuestra propia familia. Esto
provoca antagonismos, rivalidades y encontronazos, porque resulta que "yo
soy el que tengo la verdad y tú estás equivocado"; que "yo sí conozco la
realidad y tú no sabes nada". En algunas familias se crea un conflicto
permanente en el que unos se enfrentan a otros empeñados en convertirse en
dueños de toda la verdad y los demás son relegados porque solamente tienen
una verdad a medias o ninguna. Cuando permitimos que los prejuicios nos
dominen, nuestra visión de la realidad se empobrece y, protegidos en nuestro
castillo, nos preparamos para la batalla convirtiéndonos en únicos
depositarios de toda la verdad. En el fondo de todo está Satanás que quiere
vernos divididos.

Desde niñitos nos enseñan a defender y justificar siempre nuestras acciones.


El cultivo de este, digamos, mecanismo de defensa es peligroso porque una
persona es la que siempre sale victoriosa, limpia y pura y todos los demás son
culpables por corruptos, perezosos, intrigantes o bochinchosos. Nos
olvidamos que para las otras personas nosotros somos "los demás" y al final
terminamos acusándonos unos a otros. Andamos por la vida con la mirada
turbia buscando culpables, tratando de adivinar quién y cómo nos quieren
hacer daño o dónde está la trampa. Actuamos como si viviéramos en una
selva, donde los animales luchan unos con otros para defenderse y sobrevivir.
La otra persona, sea su marido, esposa, hijo, suegra, jefe, empleado,
compañero o rival, siempre es sospechoso y tiene que estar tramando algo.
En el fondo, consideramos a todos como rivales capaces de cualquier cosa,
por lo que tenemos que cuidarnos constantemente de ellos. Los demás son
así, pero no nos damos cuenta que nosotros también somos parte del grupo
de "los demás".

Como consecuencia del ambiente negativo en que nos criamos y


desarrollamos, nos impregnamos de una atmósfera viciosa, cargada de
fanatismo, autosuficiencia o, aún peor, odio. Estamos predispuestos y a la
defensiva porque creemos ciegamente que somos los buenos y somos
víctimas de los demás quienes solamente buscan hacernos daño, hacernos
sufrir. O sea, ellos son malos y nosotros buenos. Nuestro dedo acusador anda
siempre señalando culpables en todos los campos de la vida.

En los matrimonios se presentan muy frecuentemente casos en que uno se


cree víctima del otro y está convencido que el otro es el único culpable de
toda la situación. De vez en cuando aparece alguien un poco lúcido que acepta
tener también alguna culpabilidad, pero muy poquita. En cambio, la culpa del
otro es enorme.

Vivimos en un mundo que no quiere reconciliarse. Hay tantas familias en las


que eso de reconciliarse es algo absurdo. A nivel político o empresarial
muchas veces se dificulta la convivencia y el mantenimiento de relaciones
interpersonales armoniosas. Es bastante seria la brecha que se abre en
muchos hogares, comunidades y empresas por la falta de un espíritu de
reconciliación. Muchas personas simplemente se rehúsan a perdonar y
olvidar, con lo que pierden la oportunidad para renovar una relación
armoniosa, fraternal y humana con sus semejantes.

Es muy difícil mantener una relación humana intachable, inmaculada, sin


tensiones ni fallas. Somos seres humanos con limitaciones. La individualidad
e historia personal y las experiencias propias causan que en algunas
ocasiones la persona piense de manera diferente sobre ciertos temas. Por lo
tanto, es irremediable el intercambio de pareceres, las discusiones y aún los
encontronazos. La pérdida de control en una discusión muy acalorada trae
como consecuencia la abertura de una brecha, una cierta separación. Es
normal que esto ocurra en cualquier tipo de relación humana, inclusive en los
matrimonios o entre padres e hijos.

Los equipos deportivos tienen casi siempre un masajista y un médico como


parte de su personal. Cuando un jugador se lesiona, inmediatamente salen al
campo de juego un par de personas con una camilla, el masajista y el médico
para tratar de arreglar la pierna o el brazo lesionado del jugador. La cuestión
es suministrar rápidamente los primeros auxilios para que el jugador pueda
volver al campo de juego tan pronto sea posible. Además, en estos equipos
existen programas de prevención y mantenimiento para evitar en la medida
de lo posible que se produzcan accidentes que ocasionen a los jugadores
lesiones temporales o permanentes. Son personas prevenidas que saben muy
bien las probabilidades de que ocurran accidentes y los resultados muchas
veces trágicos que éstos provocan.

También en nuestra vida personal estamos propensos a contingencias


imprevistas. Recuerde esos momentos en su pasado en que se enfrascó en
una controversia que causó un distanciamiento o separación entre usted y
otra persona. Si existía algún lazo fuerte de amor entre los dos, le debe haber
dolido bastante. Si la brecha que se abrió se hizo insuperable, usted sufrió
mucho y quizás todavía sufre porque se rompió totalmente el puente de
comunicación. Romper vínculos fuertes duele mucho, deja heridas graves y
repercute en nuestra convivencia. Debemos establecer los mecanismos
adecuados para evitar que las peleas abran brechas que no puedan ser
reparadas.

¿Quién puede vivir reconciliado y en armonía en un mundo donde todos


somos culpables, nos acusamos mutuamente, y estamos siempre
sospechando de aquel o del otro? Seamos realistas. Es muy difícil que en la
vida familiar no se produzcan lesiones, golpes, choques y ofensas, igual que
en el mundo empresarial o en cualquier otro tipo de convivencia humana.
Desgraciadamente, estas situaciones causan muchas veces lesiones
permanentes en el corazón. Por eso, así como los equipos de fútbol llevan al
médico y al masajista, debemos llevar siempre en nuestro botiquín un
remedio para el corazón que es la reconciliación. Tengamos siempre a mano
esa medicina del alma para evitar que las heridas que sufrimos se infecten.

Dios nos llama siempre a reconciliarnos con El, con los demás y con nosotros
mismos. El no quiere que las heridas permanezcan en nuestro corazón, sino
que las vayamos cerrando por medio de la medicina del perdón y la
reconciliación. Estas dos palabras tan importantes deben quedar grabadas
permanentemente en nuestro corazón.
LA GRAVEDAD DEL RESENTIMIENTO

"Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla,


será engrandecido." (Lc 14, 11)

El resentimiento es un dolor contenido de la persona que se cree maltratada,


y va acompañado de un sentimiento de hostilidad hacia las personas que cree
que lo maltrataron. Todos hemos experimentado en alguna ocasión el
resentimiento. Es uno de los males más peligrosos que puede usted permitir
que enferme su alma. Muchas veces el resentimiento no es más que un
intento de la persona de disculpar su propio fracaso, atribuyendo la causa del
fracaso al trato injusto de otros o a causas externas que lo lleva a situaciones
lamentables. También hay muchas personas que resienten el haber hecho
favores o prestado servicios a otros que, a su juicio, no se los han retribuido
adecuadamente. En su mente, exigen que esas personas paguen
constantemente por los servicios otorgados, pretendiendo cobrarse en
reconocimiento, agradecimiento o devolución de los favores. Muchos
resentidos son personas que están diciendo siempre, "Yo hice mucho por
aquél o por el otro;" "yo que tanto me di por esos otros y no me lo reconocen,
no me lo pagan ni me lo devuelven." Es curioso y triste que muchos
resentidos no son más que personas que convierten a todo el mundo en sus
deudores y exigen siempre que se les pague de mil maneras los favores que
han hecho.

Las personas resentidas permiten que dentro de ellas crezcan intensos


sentimientos de odio y, a menudo, deseos conscientes o inconscientes de
venganza. El resentimiento causa una terrible tensión emocional, irritación o
angustia grave que lleva a muchas personas a enfermarse y, lógicamente,
enferman a las personas con las que conviven. Por otra parte, la persona que
sufre de resentimiento habitual muchas veces se vuelve hacia adentro,
padece de auto-compasión y su resentimiento se va tornando en agonía
emocional crónica. Lo peor es que muchas veces detrás del resentimiento se
esconde la auto-culpa por haber fracasado.

Muchas de estas personas empiezan sintiendo una terrible cólera que se


convierte después en ira ardiente y se eleva a través de un espiral ascendente
hacia el odio, la venganza y algunas veces hasta la destrucción. A veces,
aunque no se mate físicamente, se destruye eficazmente a las personas
levantando falsos testimonios, calumnias, siendo totalmente indiferentes o
torturando mentalmente a base de ofensas.

Muchos resentidos se sienten víctimas "inocentes" y están siempre


quejándose del mal que le ha hecho todo el mundo. Entonces, buscan alivio en
la compasión, el consuelo y toda una serie de atenciones que le brindan sus
familiares o amigos para que se calmen y se sientan mejor.

Sabiendo, pues, el mal que hace el resentimiento, ¿no debería usted aprender
a evitarlo y especialmente a librarse del resentimiento que lo agobia?
Entonces, haga el esfuerzo de ignorar todo aquello que le hace daño
emocionalmente. Olvide y descarte todos los sucesos desagradables. Con la
ayuda de Dios, haga todos los esfuerzos posibles para no recordar los malos
momentos ni evocar los sentimientos negativos que le provocaron; no les
haga caso, enciérrelos y sepúltelos. Por otra parte, hágase más fuerte para no
estar tan sensible a todo lo que le digan o hagan. Trate de pensar en otras
cosas y manténgase ocupado en algún trabajo que le guste o en un juego
sano que le atraiga y lo mantenga activo.

El arte cultivado de ignorar sucesos desfavorables del pasado le ahorrará


mucha angustia innecesaria. Recuerde que el resentimiento es simplemente
revivir emocionalmente un suceso desagradable y negativo del pasado. Es una
reacción desfavorable a una supuesta afrenta que le han hecho a su preciado
ego o un ataque a su persona o pertenencias. Si el pasado ya está consumado,
usted no lo podrá cambiar. Entonces, puesto que no lo puede cambiar, olvide
e ignore las experiencias desagradables. Lógicamente, esto no es fácil, por lo
que debe pedir ayuda al Señor para que sane su alma y le ayude a enterrar
permanentemente sus resentimientos y pensamientos negativos. Estar en el
corazón de Dios le permitirá ser más positivo y amar al prójimo como Cristo
ama a su Iglesia, que somos todos nosotros.

COMPRENDER PARA PERDÓNAR

"El hombre se compadece sólo de su prójimo, pero el Señor se compadece de


todo ser viviente; él reprende, corrige, enseña y guía como un pastor a su
rebaño." (Ecl 18,13)

Generalmente, todo aquel que nos ofende tiene un problema interior. La


gente no hace daño simplemente por el gusto de hacerlo, sino porque están
enfermos. Tienen problemas dentro de su ser, un caos en su alma. Por lo
tanto, hay que comprender que detrás de un agresor hay una persona
enferma. Así como Dios es misericordioso, El quiere que nosotros también lo
seamos, perdonando al que nos ofende. Cuando perdonamos como El, nos
acercamos más a ese Dios quien es todo bondad y amor. Perdonando
desarrollamos más nuestra capacidad de amar y nos sanamos interiormente.
El que perdona ama más y se santifica.

La reconciliación implica perdón, pero también es verdad que reconciliarse


con el hermano no significa aceptar atropellos. Es decir, reconciliarse con los
demás y perdonar no está reñido con defenderse del agresor. Todo ser
humano tiene derecho a defender su propia dignidad, a no aceptar el maltrato
físico ni verbal y a denunciar todo aquello que es malo. Al hacerlo, obramos
en favor del bien común, por el bien de uno y también por el bien del
victimario. Evitemos que el que nos hace daño continúe haciéndolo y se
convierta en una persona más conflictiva y sumergida en el pecado.

Cuando Jesús fue interrogado por el sumo sacerdote en aquel juicio injusto, El
respondió, "si he dicho algo malo, dime en qué ha consistido; y si lo que he
dicho está bien, ¿por qué me pegas?" (Jn 18,23) Cristo se defendió de la
agresión porque en el fondo Dios no quiere que haya víctimas ni verdugos.
Entonces tenemos el derecho y la obligación de defendernos.
Hace poco celebramos el día internacional de la no violencia a la mujer.
Desgraciadamente, por la influencia machista que existe en nuestras
sociedades latinoamericanas, hay una costumbre generalizada y malsana de
maltratar a la mujer. Esto ocurre no solamente de manera verbal o psíquica,
sino física. ¡El Señor no quiere esto!

Todos los seres humanos son iguales en dignidad. Ninguna persona tiene
derecho a ofender o maltratar a nadie. Ningún varón tiene derecho, ni ante
Dios ni ante la ley, de maltratar, ofender o humillar a una mujer. El hombre no
es superior a ella para tenerla como esclava, sumisa y sirviéndole como si él
fuera un "Señor". El único Señor es DIOS.

Aunque es cierto que, en el matrimonio, el hombre es cabeza de la mujer, lo


es en un sentido espiritual imitando a Cristo, quien es cabeza de la Iglesia.
Pero si ese hombre en verdad es como Cristo, quien murió por su Iglesia, él
tiene que amar, servir y hasta morir por su mujer, pero no tenerla como
esclava. Entonces, la mujer tiene que recuperar el terreno perdido y hacer
valer sus derechos ante cualquier hombre y ante la sociedad.

El derecho a la defensa personal no debe ser contrario a un espíritu


reconciliador. Dentro de ese espíritu de reconciliación, tenemos el derecho a
defendernos de la agresión, pero no utilizando las mismas armas que el
agresor. Hay que defenderse con dignidad, respetando siempre a la otra
persona.

VIVIR CON UN ESPÍRITU RECONCILIADO

"Sean ustedes compasivos, como también su Padre es compasivo." ... (Lc 6,


36)

Reconciliación es reparar, reconstruir, perfeccionar y hacer nuevo.


Reconciliarse interiormente implica reconocer que Dios nos creó del barro, de
tal manera que volvamos a sentir que somos tierra, aire, fuego, agua y cielo.
Somos una materia que el Señor usó para soplar alma y crear un espíritu
encarnado. Así, pues, tenemos que entender de dónde venimos, es decir, cuál
es nuestro origen para reconciliarnos con nuestro propio ser creado y lleno de
limitaciones. Cuando estamos en pecado, nos sentimos indignos. Al apreciar
nuestro pasado y aceptarlo con sus triunfos y fracasos, revivimos nuestro
espíritu, nos reconciliamos y nos reconstruimos para volver a sentirnos "ser"
después de haber pasado por la experiencia de la "nada". Debemos
esforzarnos para descubrir que somos seres únicos, originales, útiles y
valiosos.

Reconciliarse con uno mismo significa sentirse amado por Dios. El que se
reconcilia con Dios y con su propio ser es capaz de volver a amar con mucha
pasión, ternura y serenidad y siente que es parte de un todo, parte de la
historia y de la sociedad.

Vivir con un espíritu reconciliado significa apreciar los dones, carismas y


cualidades de los demás. Significa que usted sabe que los demás valen porque
son seres humanos. Cuando usted ama, siempre que puede promoverá,
reconocerá y felicitará las cosas y acciones buenas de los demás. Un corazón
reconciliado mantiene los canales del alma siempre abiertos a la
comunicación con los demás. Una persona que vive reconciliada intenta vivir
sin deberle nada a nadie.

Cuando Jesús invitó a Zaqueo a reconciliarse con El, éste se bajó del árbol e
invitó a Jesús a su casa. Zaqueo, quien era un ladrón que cobraba impuestos
injustamente, se comprometió a devolver cuatro veces lo que había robado
porque su reconciliación con Cristo, el Maestro, así se lo exigía. Asimismo, los
que con espíritu reconciliado piden perdón por las cosas malas que hacen,
están obligados a devolver en bien cuatro veces el mal que ocasionan. Si
usted maltrató a su hijo, ahora debe darle cuatro veces más de cariño. Si
usted le hizo la vida imposible a su madre, déle cuatro veces más amor por el
sufrimiento que le hizo pasar.

El pecado social es impresionante y todos debemos algo porque todos hemos


pecado. En una medida u otra, todos somos responsables de la pobreza, la
delincuencia, el sufrimiento de los demás, el deterioro del medio ambiente y
la deforestación, así como la tremenda carga de desnutrición infantil que se
sufre, la cantidad de crímenes que aumenta día a día, el desempleo galopante
y la depresión que sufre mucha gente. En parte, todo esto es provocado por
un pecado social en el que todos tenemos culpa porque vivimos aquí y de
manera activa o pasiva contribuimos para que este mundo esté como esté.
También somos culpables de nuestro propio sufrimiento, porque algunas
veces sufrimos más por culpa nuestra que por las cruces que el Señor nos
manda.

Una persona con espíritu reconciliado se pregunta, ¿qué puedo hacer para
que disminuya en lo posible la delincuencia que hay en mi país? ¿Qué puedo
hacer para que haya menos pobreza? ¿Qué puedo hacer para que en Panamá
haya menos violencia? ¿QUE PUEDO HACER YO? No, ¿qué tienen que hacer los
demás?

La persona que se ha reconciliado con la humanidad ama a los demás, busca


reconstruir y procura ayudar a que la sociedad mejore. No es una persona
pasiva sino activa que busca involucrarse en causas nobles que ayuden a
solucionar, aunque sea en parte, los problemas de los más necesitados.

Dentro del proceso de reconciliación con la humanidad, nos compenetramos


tanto con lo que nos rodea que nos tiene que doler que un hombre golpee a su
mujer, o un hijo maltrate a su madre o una persona destruya algo de la
naturaleza. Una persona con espíritu reconciliado, siendo parte del todo, no
puede permanecer indiferente al maltrato físico, al crimen, al niño desnutrido
o al anciano que busca en el basurero algo que comer. Somos parte de todo,
no seres aislados. El pecado es lo que aísla y nos hace indiferentes.

La tarea auténtica de la reconciliación consiste en una reconstrucción de la


humanidad y del medio ambiente. El Apocalipsis habla de una nueva Jerusalén
que viene de Dios y cae del cielo; una criatura nueva que nace de nuevo. El
señor quiere que reconstruyamos YA esta sociedad nuestra, con un espíritu
reconciliador y no con un espíritu combativo ni agresivo. Con el poder de
Cristo Jesús vamos a reconstruir Panamá, a hacerla nueva. Para eso hay que
renacer interiormente, florecer en una nueva primavera, sacar el brillo a ese
metal precioso de que está hecho el corazón, palpitar con un corazón nuevo
henchido de amor, dejando atrás todo lo que se ha oscurecido por el tiempo,
la desidia y el pecado. Para eso, tenemos que buscarnos a nosotros mismos,
reencontrarnos con nuestro propio ser y entablar la paz con nuestra alma
para volver a sonreír, amar y tolerar. Tenemos que reunir los pedazos rotos
que están sueltos y dispersos por la gran confusión del pecado para hacer un
gran mural de mosaicos donde aparezca una figura hermosa.

Cuando uno está en gracia de Dios, en comunión con los demás, siente
profundamente la devastación del medio ambiente, la tala de los árboles, la
quema de los bosques, la sequía de los ríos y la contaminación del aire, así
como el caso de una niña de trece años que queda embarazada y está tentada
a abortar, o el niño huérfano que llama a un papá que no existe, o aquella
persona que pasa cinco años pudriéndose en una cárcel mientras espera un
juicio. Un cristiano de verdad, que está reconciliado con la humanidad, siente
estas cosas en carne propia y no puede dormir tranquilo ante el hambre o el
sufrimiento. Se siente tan compenetrado, llamado y golpeado por el
sufrimiento del prójimo que decide hacerse presente y aportar algo de sí
mismo para ayudar a remediar los males de la sociedad. Siente que es parte
de un todo que tiene sentido y que tiene una responsabilidad y un deber con
la humanidad; está obligado a ocupar su puesto en la historia. El que está
reconciliado se une de nuevo a la humanidad y es capaz de saltar las
trincheras de la batalla para combatir el mal con todas las armas que tiene a
su disposición. Si no siente así, no está reconciliado con Dios, con la sociedad,
la humanidad o la gente y vive en pecado de soledad e indiferencia.

En un frente de batalla durante la primera guerra mundial, estaban


disparándose a 120 metros de distancia las fuerzas aliadas (ingleses y
franceses) y del otro lado los alemanes. Era tiempo de Navidad. En eso, dos
alemanes se levantaron de la trinchera, sacaron una botella de vino y le
gritaron a los ingleses, ¡Feliz Navidad! Poco a poco los alemanes e ingleses
dejaron de dispararse, salieron de las trincheras, se abrazaron, comenzaron a
compartir un poco de vino y pasaron doce días bailando, cantando y jugando
fútbol en medio de la guerra. En esa época de Navidad, reconocieron que eran
hermanos y se trataron y compartieron como tales. Este es un hecho
histórico.

A los doce o catorce días, cuando los mandos militares se enteraron del
asunto les ordenaron continuar la batalla. Cuenta un sobreviviente inglés que
cuando disparaba se le salían las lágrimas porque temía que un disparo podía
matar a uno con quien había estado jugando fútbol un día antes y muchos
disparos iban deliberadamente al aire.

Las guerras y las batallas son una estupidez y los intereses económicos son
los que muchas veces mueven a los gobiernos a enfrentarse unos con otros.
Los grandes y poderosos se entienden entre sí debajo cuerda, lo que prueba
que las peleas son realmente inútiles y frustrantes. La gente común se la pasa
combatiendo y los grandes se entienden después en las mesas directivas de
los bancos y de otras empresas anónimas. O sea que ellos comparten
negocios y acumulan riquezas, mientras los demás se destruyen.

El que tiene un corazón reconciliado es capaz de saltar de las trincheras de


esas batallas absurdas en las que otros los ponen a pelear. Un espíritu
reconciliado es capaz de arrancar del alma todo lo malo que se acumula por
prejuicios y odios ancestrales y de erradicar los malos instintos de crueldad y
destrucción. Un espíritu reconciliado es capaz de romper con los
manipuladores que inducen a combatir; de acabar con el peso histórico donde
otros son los que deciden contra quién hay que pelear. Una persona con
espíritu reconciliado se atreve a eliminar las barreras de odios y rencores
para unirse con los demás y cantar juntos un cántico de amor.

Entonces, para poder vivir una existencia digna, tenemos que pagar por el
pecado que hemos cometido y el mal que hemos hecho a la humanidad. Todos
somos deudores y siempre debemos procurar devolver bien por mal, sin
complejo de culpa pero conscientes de que, como seres humanos, personal y
comunitariamente, hacemos daño y tenemos una deuda con la sociedad. En el
fondo, los que nos reconciliamos debemos pagar la deuda con amor y
ternura.

Saltemos las trincheras de esas batallas absurdas en las que nos hacen
enfrentarnos unos contra otros haciéndonos pensar de manera racista,
clasista, partidista o religiosa. Salgamos de esas zanjas donde otros nos
ponen a pelear y abracémonos como hermanos. Es mucho más lo que nos une
que lo que nos separa. Cristo Jesús vino a romper los muros que nos dividen
para hacer de los pueblos uno solo. Un solo Panamá, una sola nación aunque
haya diferentes razas y culturas, pero un pueblo que lucha junto, que ama a
Dios y donde todos se aman entre sí. Eso es lo que Dios quiere.

¡ATREVASE A DAR EL PRIMER PASO!

Los seres humanos pueden llegar a realizar actos impresionantes de grandeza


espiritual o las más espantosas degradaciones. Cualquiera de nosotros puede
transformarse en ángel o en bestia porque todos llevamos dentro una fiera
que tiene necesidad de hacer sufrir a los demás. Todos padecemos algún
grado de la enfermedad del sadismo y practicamos maneras muy sofisticadas
de agredir, golpear y hacer daño. ¡No se escapa nadie! Nos encanta ver sufrir
a los demás y de vez en cuando nos saciamos con la sangre del sufrimiento
del prójimo. Puede que sin pronunciar una palabra en voz alta, sino de una
manera tenue y sutil, lanzamos una piedra tan dura que le rompe el alma al
prójimo. Por eso Cristo dice, "Oren, para que no caigan en tentación." (Lc
22,40) Todos somos ángeles y bestias y ese animal irracional que llevamos
dentro hay que tenerlo muy sujeto.

Es verdad que hemos recibido golpes de otras personas que nos han hecho
daño. Pero no podemos pasar toda la vida lamentándonos de esas heridas
porque eso enferma y contagia a los demás. Tenemos que pedir al Señor que
nos sane, para olvidar y seguir caminando, prometiéndonos no pensar más en
esos asuntos que son desagradables y no comentarlos con nadie. Hay que
dejar el juicio a Dios porque, si no lo hacemos, nuestra enfermedad emocional
se transmitirá a otros.

Reconciliarse es aceptar la verdad y la ubicación de los demás y respetar sus


derechos; arrodillarse ante Dios, pedirle perdón de los pecados y purificarse
de odios y rencores para sanarse de todos los golpes y heridas que hemos
recibido en la vida. Reconciliarse es dar el primer paso con la persona con la
cual usted tiene problemas. Un cristiano no puede darse el lujo de esperar a
que el otro sea el primero que se acerque para hablar. Reconciliarse con
espíritu de Cristo es dar el primer paso, valiente y decidido, aunque te
abofeteen de nuevo. Para lograr una verdadera reconciliación, hay que dar el
primer paso. Hoy mismo, cuando llegue a su casa, dé el primer paso de una
vez por todas para reconciliarse con ese familiar que lo ha ofendido. Sea
usted el cariñoso y el atento que dice las palabras dulces y agradables, sin
pena, aunque se burlen de usted. Cristo sonríe cuando usted actúa con esa
valentía. En cambio, el diablo es el que ríe a carcajadas cuando usted insiste
en esperar que el otro dé el primer paso.

Entonces, si usted quiere que el Señor sonría, adelántese y sea el primero; no


espere que los demás sean los que vengan hacia usted. El dar el primer paso
denota valentía, humildad, amor y sencillez de corazón. Demuestra mucha
elegancia en el alma y un espíritu abierto, comprensivo, agradable a Dios y, al
final, también agradable a la persona a quien usted se acerca, aunque no se lo
demuestre, quizás por puro orgullo. En cambio, usted da una lección
impresionante que esa persona jamás olvidará. Dé usted el primer paso. Esta
misma noche, tome el teléfono y llame a aquella persona y, en lo posible,
comience de nuevo un diálogo de amor y respeto.

Un corazón renovado también tiene que reconciliarse con la naturaleza. Esto


es muy importante porque la sociedad urbana nos ha ido arrancando de
nuestra relación natural con la tierra, lo cual nos transforma en inhumanos.
Los que viven en centros urbanos se van mecanizando interiormente e
insensibilizando. La reconciliación, para que sea perfecta, debe ser con Dios,
con los demás, con usted mismo y con la tierra, o sea, el agua, los árboles, los
ríos y los animales. Hay que escapar corriendo de la ciudad cada vez que se
pueda para respirar aire puro y fresco, para sentir el olor a tierra mojada,
para ver una vaca o un ternero pastando, para mojarse los pies con el agua de
algún río, para admirar un árbol, acariciar a un animal o caminar en medio de
un bosque.

Nosotros somos tierra y de ella venimos. La selva de concreto de nuestras


ciudades nos ocasiona stress, el nivel de tensión nos oprime y nos hace
agresivos. Psicológicamente necesitamos desahogarnos en un ambiente que
nos recuerde de dónde venimos. Por eso también la reconciliación implica
buscar y defender la naturaleza. Hay que salir para reencontrarse y
reconciliarse con la naturaleza. En Panamá tenemos una tarea impresionante
de proteger lo que queda de nuestros bosques ante la devastación criminal
que está acabando con ellos. Si se destruyen los bosques puede peligrar hasta
el canal, porque si no hay bosques y selvas no hay lluvias. Hay que defender
lo que queda de nuestros bosques y empezar campañas fuertes de
reforestación. Recuerde que tenemos la obligación de devolver cuatro veces
lo que le hemos robado a nuestros bosques. Panamá es un país devastado en
un 70% y si seguimos así se destruirá el Darién. Si se acaban los bosques que
hay en esa provincia, Panamá no tendrá un buen futuro. Esto es algo
dramático. Nuestra reconciliación con la naturaleza exige la defensa de lo que
queda y el pago de nuestra deuda con la naturaleza a través de la
reforestación. La reconciliación con la tierra implica volvernos muy cercanos a
ella.

Reconciliarse significa mantener un corazón de carne y un rostro duro y


fuerte como una piedra. Esto suena un poco severo, pero recuerde que no
todos lo recibirán igual y quizás alguno le dé otra buena bofetada. Pero, ¡no
importa! Mantenga su corazón de carne blando y el rostro duro, como si fuera
de granito, para aguantar los golpes. Pero nunca un corazón de piedra. Usted
puede defenderse, permanecer digno y fuerte en su exterior, pero por dentro
siga amando. Lo importante es que su corazón no se convierta en corazón de
piedra. Siga amando, aún y a pesar de todo, como ama el Señor.

Entonces, sólo seremos alegres y felices si nos reconciliamos y pedimos


perdón a Dios, a los demás, a nosotros mismos y a la naturaleza. Debemos
abrirnos como lo hizo San Francisco de Asís para amar a toda la naturaleza y
a todos nuestros semejantes. Así se acabará ese mito de que uno es feliz
porque tiene dinero. Uno puede ser el hombre más infeliz siendo millonario,
porque si no estamos reconciliados somos unos pobres diablos. En esta
sociedad neo-capitalista, estamos confundidos pensando que uno es feliz por
el dinero y las posesiones que tiene. Uno no es feliz por las cosas materiales
que posee, sino por el amor que tiene y que da. En definitiva, la felicidad se
siente si usted está con Dios, lo lleva dentro del alma y procura hacer felices a
otros; si está bien ubicado históricamente cumpliendo una misión
trascendental en la tierra. Sólo así podrá tener un espíritu reconciliado y feliz
para amar.

BUSQUEMOS LA RECONCILIACIÓN

"No juzguen a otros, para que Dios no los juzgue a ustedes. Pues Dios los
juzgará a ustedes de la misma manera que ustedes juzguen a otros; y con la
misma medida con que ustedes midan, Dios los medirá a ustedes." (Mt 7, 1-3)

La reconciliación es un elemento necesario para la convivencia y significa


recuperar o reconstruir lo que se parte en pedazos o se daña. Significa volver
a construir un puente que mantenga la relación entre dos o más personas.
Reconciliación implica volver a empezar una relación más profunda y
restablecer con fundamentos más sólidos lo que se está desmoronando.

Dice la Palabra de Dios en la Carta de San Pablo a los Efesios:

"Porque Cristo es nuestra paz, él que de los dos pueblos ha hecho uno solo,
destruyendo en su propia carne el muro, el odio, que los separaba. Eliminó la
ley con sus preceptos y sus observancias. Hizo la paz al reunir los dos pueblos
en él, creando de los dos un solo hombre nuevo. Destruyó el odio y los
reconcilió con Dios, por medio de la cruz, haciendo de los dos un solo cuerpo."
(Ef 2, 14-16)

Cristo Jesús vino a derrumbar la muralla que nos divide dentro de nuestras
familias, a eliminar la división y la intriga que tanto daño nos hace. Cristo vino
a romper el muro que nos divide en castas sociales y en razas; que nos divide,
muchas veces de manera fanática, a nivel político dentro de la vida nacional.

La criatura o el hombre viejo ve todo distorsionado debido a sus prejuicios o


formas de apreciar las cosas. Estas apreciaciones son producto de intereses o
manipulaciones mentales que otros provocan en nuestra vida desde el día que
nacemos y definitivamente condicionan nuestra manera de actuar.
Desde muy pequeñitos nos acostumbran a señalar a otros y a ser jueces,
porque también nuestros papás y abuelos fueron educados de esa manera.
Cada vez que acusamos a alguien, nos constituimos en jueces porque creemos
ser los buenos, santos e inmaculados, y seguimos por la vida señalando
culpabilidades. De niños acusamos a nuestros hermanos para protegernos,
manipulando la verdad para evadir castigo y sin importarnos que lo reciba
otro. Cuando decimos que el hermanito es el malo y fue el que cometió la
falta, estamos diciendo, "yo no lo hice porque soy el bueno". Al final de
cuentas, convertidos en jueces, creemos que todos los demás tienen que
enfrentar y someterse a nuestra justicia. Cuando nos convertimos en jueces,
caemos en un tremendo error.

Los que viven siempre en actitud agresiva y de pelea con los demás, que
pasan la vida golpeando, dando codazos y poniendo zancadillas, aniquilando,
destruyendo, echando a todos a un lado y buscando con su manera de ser
envenenar cualquier relación humana, no están reconciliados con el Señor.
Cristo dijo, "Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de
Dios." (Mt 5,9). Los pacíficos serán llamados hijos de Dios; los que no lo son
serán llamados hijos de Satanás. ¿Se considera usted hijo de Dios o hijo de
las tinieblas? Lo cierto es que, reconciliados con el Señor, en paz con El,
comenzamos a ver todo de una manera nueva y desaparece la actitud de
juez.

Andar por la vida señalando a otros como culpables es un hábito muy


arraigado y todos lo tenemos en alguna medida. Todos los seres humanos
tienen cosas feas y malas, pero rápidamente y sin pensar levantan el dedo
para señalar y acusar a los demás. Pasan por la vida inmaculados e
intachables, porque creen ser los únicos perfectos. Esta actitud tan peligrosa
tiene que ser erradicada, quemada y destruida por el Espíritu Santo.

¿Quién puede vivir reconciliado con los demás si asume actitud de juez?
Tenemos que eliminar esa postura que nos han inculcado desde pequeños.
Dentro del ambiente en que vivimos y en cada situación que aparezca algo
negativo dejemos de buscar a quien juzgar, acusar y señalar como culpable.

En este tema de la reconciliación y el perdón, tenemos un gravísimo problema


que se resume en una sola palabra--justicia. Cristo Jesús es el único que
puede romper el muro que divide, aparta y margina a los seres humanos,
evitando enfrentamientos y rivalidades. Jesús vino para que volviéramos a
nacer y nos convirtiéramos en criaturas nuevas. Pero para volver a nacer y
ser criaturas nuevas tenemos que ver las cosas de una manera diferente. El
Espíritu Santo nos proporciona esa manera nueva de ver las cosas y, sobre
todo, a las otras personas.

Satanás, quien es el acusador por naturaleza, no quiere que tengamos una


visión positiva de los demás, sino que seamos acusadores morbosos. Satanás
nos quiere ver siempre señalando a todo el mundo, criticando a la humanidad,
dividiendo, intrigando y cuidándonos de éste o aquél. Satanás quiere que
seamos como culebras, inyectando veneno, mordiendo la conciencia de otros,
estando constantemente al acecho, a la defensiva, gruñendo y enseñando los
colmillos para que nadie se pueda acercar. A Satanás le conviene que existan
enfrentamientos, encontronazos, crímenes, batallas y guerras para que el
Reino de Dios no se manifieste.
Dios no quiere un mundo así. El quiere un mundo en el que Cristo Jesús reine
y se viva en fraternidad. El Reino de Dios es un mundo de personas
reconciliadas, solidarias y en armonía, que respetan la dignidad humana y
pueden dialogar. Es un mundo donde todos los seres humanos puedan
convivir en hermandad, comunicarse y entenderse; donde hay justicia social,
todos se sientan hermanos y nadie pase hambre física ni de amor.

En las relaciones familiares hay un tremendo termómetro por medio del cual
usted podrá ver qué clase de persona es. Analice su situación familiar y su
comportamiento en relación con otras personas. ¿Cómo se lleva con su
hermana o su hermano, con su padre o su madre, con su esposa o esposo, con
su hijo o su hija? ¿Qué clase de familia es? ¿Qué calidad hay en la relación
humana a nivel familiar? ¿Qué calidad hay en su relación con la gente que lo
rodea en su trabajo, la universidad, la calle, el grupo social, el club, el
movimiento de iglesia o el partido político en que milita? ¿Ve a la gente como
seres humanos que merecen respeto y tienen dignidad o los ve como seres
que puede utilizar y luego desechar o tirar a un lado cuando ya no le sirven?

Cuando tenemos problemas con nuestro propio ser y no nos ubicamos en


nuestra realidad personal es porque en verdad no nos conocemos. Sentimos
que somos seres misteriosos para nosotros mismos. No nos detenemos para
introducirnos dentro del propio ser y pensar en nosotros mismos para ver
cuáles son nuestros sentimientos y actitudes, qué es lo que experimentamos
por dentro y por qué actuamos de ésta o aquella manera.

¿Quién es usted? ¿Se conoce realmente? ¿Podría escribir en un papel


rápidamente quién es o se considera un ser misterioso o extraño para usted
mismo? Reconcíliese con su propio ser. Quizás lo que sucede es que está
caminando por la vida demasiado aprisa sin detenerse a pensar, meditar,
respirar profundamente y buscar dentro de sí mismo qué le pasa y por qué
actúa de ésta o de la otra manera.

No sea juez. Sea prudente y aprenda cómo caminar en la vida. Debemos


confiar en la gente y actuar siempre con prudencia, pero no podemos ser
jueces de nadie. El único juez es el Señor. Al reconciliarse con El, comenzará a
ver a los demás con ojos nuevos. Pero, reconciliarse con el Señor implica una
reconciliación con su propio ser para poder también reconciliarse con los
demás.

Si quiere vivir en paz, mire a los demás con los ojos de Dios. Si quiere tener
un espíritu reconciliado y vivir feliz, en armonía, equilibrado, satisfecho y
realizado, haga un acto de reconciliación con los demás. Purifíquese mental y
espiritualmente, borre esa sombra tenebrosa que empaña su mirada y le hace
ver o pensar que todos los demás son malos. Para lograr esto, adquiera
confianza en los demás, vea su lado positivo y comprenda que todo ser
humano tiene un cúmulo de bondad y amor en su alma. Antes de emprender
cualquier relación humana, piense que esa persona es buena. Cambie su
visión de la vida y destruya los prejuicios, porque estamos muy contaminados
y necesitamos una purificación constante.

La fuente del amor, la generosidad, la comprensión y la paz es Dios, nuestro


Señor. El amor de Dios brota como un ojo de agua derramando agua cristalina
a borbotones que llega a crear un caudal impresionante y se convierte en un
río majestuoso. Escuche mi hermano, para que el Reino de Dios se haga
presente en nuestra vida, necesitamos reconciliarnos con el Señor porque
nadie puede reconciliarse con su hermano si no está previamente reconciliado
con Dios. Si quiere vivir reconciliado con los demás, reconcíliese con Dios
quien es la única fuente verdadera de amor, ternura, comprensión y paz.
Reconcíliese con el Señor, caiga de rodillas ante El y pida perdón por sus
pecados. Pídale que arranque de raíz el mal y las sombras que hay en su vida,
que con Su poder y Su fuerza rompa las cadenas que lo atan al pecado. Si nos
reconciliamos con el Señor y nos ponemos de rodillas ante El, recibiremos Su
paz, esa paz que solamente El nos puede dar, esa paz que es el mismo Dios.
Reconciliados con el Señor podemos levantarnos y abrir los brazos para
acoger a nuestros hermanos. No puede existir reconciliación con los demás si
no existe una previa reconciliación con Dios.

¿Se siente usted en paz con el Señor; se siente amigo de El, hijo de Dios,
amado por El? ¿Ama usted a Dios o se encuentra en soledad, sin la presencia
amorosa del Señor? ¿Cómo se encuentra usted ante ese Dios maravilloso y
bueno? Solamente usted puede responder.

Cristo es el camino, la verdad y la vida. El nos conduce a un Padre amoroso


quien está siempre esperándonos para reconciliarnos, como en la parábola del
hijo pródigo. Hay que reconciliarse con el Señor. En la medida en que nos
acercamos más al Señor y lo sentimos más directamente como PADRE
NUESTRO, sentiremos que todas las personas que nos rodean son hermanos
nuestros en Cristo Jesús.

EL PERDÓN NACE DE LA SABIDURÍA

"Porque si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que
está en el cielo los perdonará también a ustedes, pero si no perdonan a otros,
tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus pecados." (Mt 6, 14)

El perdón es camino de sabiduría y felicidad. Todos hemos hecho daño a


otros, a nosotros mismos y a Dios. Hemos cometido errores y dejado en la
historia de la vida huellas de ofensas, pecado, dolor y tragedia. Pensemos en
lo que otras personas esperan de nosotros y nos daremos cuenta que hemos
defraudado a algunos que realmente esperaban más. Muchas veces ha sido
por nuestro egoísmo, el pensar más en nosotros mismos. Otras veces por
utilizar a las personas para nuestros propios fines. También ocurre al pisotear
la dignidad de otros con nuestros actos primitivos. A veces sin estar
consciente de ello, hemos sido viles verdugos y esto procede de las tinieblas.

¿Qué hacer cuando en nuestro pasado ha sucedido algo así? Pues, debemos
hacer un acto de humildad y de sinceridad y aprender a pedir perdón. Usted
no puede volver al pasado y recuperar lo perdido, pero sí puede pedir perdón
y también perdonar.

Dios es amor y es el primero que herimos por nuestras faltas de amor. A El


tenemos que pedir perdón en primer lugar y luego a los que hemos hecho
daño. Hay que compensar nuestro pasado de maldad con un presente de amor
auténtico. Sólo así se calma la conciencia, se cumple con Dios y se va
eliminando el complejo de culpa. El perdón que se pide debe tener una vía de
expresión visible y concreta que es la acción. Cuando Jesús convirtió a
Zaqueo, éste dijo: ". . . --Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de todo
lo que tengo; y si le he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces." (Lc
19,8) Zaqueo compensó un pasado de maldad con un presente de amor
auténtico. El arrepentimiento será verdadero cuando compense el pasado de
maldad con un presente lleno de amor auténtico.

Había un médico famoso, que era director de una clínica en los Estados
Unidos donde se hicieron miles de abortos. Cuando él comprendió que desde
que el óvulo es fecundado se crea un ser humano, se convirtió en un apóstol
defensor de la vida, dictando charlas y conferencias sobre el tema en muchas
universidades y clínicas norteamericanas. Su acción ha permitido detener
miles de abortos, que son crímenes contra la naturaleza, que hubieran
cometido personas desorientadas.

Si en su casa usted ha sido una persona de mal genio, sólo podrá compensar
su pasado negativo siendo amable y agradable. Si ha sido perezoso y
holgazán, sólo compensará ese pasado trabajando activamente en las cosas
que le son difíciles. Si ha sido egoísta, supere su pasado equivocado
realizando actos conscientes de generosidad.

Sea positivo, practique actos contrarios a su naturaleza negativa hasta que se


convierta en hábito. Nunca es tarde para comenzar y el sentimiento de
satisfacción es maravilloso. Usted eliminará sus complejos de culpa, se
sentirá mejor y más contento y cada día será más feliz.

Cuando usted pide perdón y se arrepiente de verdad, se reconcilia con Dios y


los demás y experimenta una paz grandísima. Ser deudor de otros es fatal.
Sentir que se han roto lazos espirituales de amor y amistad es peor que si uno
toma un mazo y destroza una escultura muy valiosa. Hay que pedir perdón,
reconciliarse y compensar el mal que uno ha hecho con acciones genuinas de
amor.

Reflexione sobre su vida. La solución es el perdón y la reconciliación. Por más


que haga, nunca podrá pagar todo. Sin embargo, Jesús ya lo pagó todo con
creces derramando Su preciosísima Sangre. El ha puesto lo principal de la
deuda: los billetes. Nosotros ponemos solamente las monedas, que también
son importantes porque nuestras monedas de arrepentimiento y amor
completan la cuenta y ayudan a saldar la deuda.

SIÉNTASE BIEN PERDONANDO

"--Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano, si me hace algo


malo? ¿Hasta siete?

Jesús le contestó:

--No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. (Mt 18,21)
La Palabra de Dios nos habla del perdón como la acción necesaria para poder
vencer el resentimiento, el rencor y hasta el odio para acercarnos más a las
demás personas y a Dios. Para experimentar el perdón, hay que perdonar a
los demás.

Quizás alguien lo ha ofendido y usted no ha logrado olvidar e incluso guarda


rencor hacia esa persona.

Perdonar no es fácil. Cuando alguien nos ofende, tenemos la tendencia de


devolver con la misma moneda: ojo por ojo y diente por diente, al mal con el
mismo mal. Hay que comprender que al hacer daño a otra persona, uno se
hace más daño a sí mismo. La venganza puede llegar a convertirse en un mal
hábito. El odio surge fácilmente como una reacción a las ofensas y envenena
nuestra alma. Un famoso escritor llamado Lewis Smith dijo, "El odio es un
cáncer que ahoga nuestra alegría." Por otro lado, la venganza jamás logra un
empate. El célebre pacifista hindú, Mahatma Ghandi, dijo, "Si nos guiáramos
por la justicia basada en ojo por ojo y diente por diente, la humanidad
acabaría sin ojos y sin dientes." Tomemos en cuenta también que algunas de
las ofensas que nos hacen en realidad son verdades mal dichas o
pronunciadas. Nos hará mucho bien eliminar la ironía que el otro puede estar
añadiendo a lo que nos dice y asimilar lo dicho. A veces necesitamos que
otros nos muestren nuestros defectos, pero muchas personas que nos aman y
están cerca de nosotros no nos dicen nada por temor a perder nuestra
amistad o amor.

¿Cómo liberarnos del rencor y el resentimiento?

Ante todo, debemos enfrentar el rencor. Hable de sus sentimientos con la


persona que lo ofendió y trate de comprenderla. Posiblemente esa persona le
puede aclarar fácilmente lo sucedido, o quizás esté enferma y su conducta sea
la manifestación de un problema interno. Es necesario separar al ofensor de la
ofensa. En lugar de sentir rencor hacia esa persona, acoja más bien un
sentimiento de comprensión o lástima. Cuando Dios nos perdona, sigue
amándonos porque El separa el pecado del pecador, nos acepta y nos
perdona, aunque aborrezca y rechace el pecado cometido.

Olvide el pasado y lo negativo. No fije de forma obsesiva en su memoria las


cosas malas que sucedieron en el pasado. Haga un intento por olvidar lo
negativo y sustituya esto por ideas del presente o hechos buenos del pasado.

No se canse de perdonar. Es difícil deshacerse del rencor y el odio. Por eso


hay que realizar el esfuerzo de perdonar. Jesús dice que perdonemos "setenta
veces siete", lo que significa que hay que perdonar siempre.

Sin embargo, es importante reiterar que perdonar no implica permitir ofensas


y atropellos. Usted tiene derecho a defender su dignidad, a que los demás
entiendan que usted merece respeto. Pero que esto no sea excusa para no
perdonar siempre y ser feliz. Cuesta mucho liberarse del resentimiento. Por
eso, necesitamos pedir ayuda al Señor para lograr perdonar y olvidar.
Necesitamos la fuerza del poder de Dios para lograrlo.

En la medida que usted madure y adquiera más fortaleza, se sentirá menos


perturbado por las ofensas. Una autoimagen positiva le dará seguridad
personal y su comprensión de la naturaleza humana le permitirá entender las
crisis por las que pasan las personas y el motivo de su manera de actuar.
Asimile los golpes que da la vida, especialmente las ofensas, y busque la
verdad que pueda haber en las manifestaciones de la persona que lo ofende.
Si su fe es grande, Jesús le transmitirá la fuerza espiritual necesaria para
vencer cualquier ofensa.

La persona que ama demuestra fortaleza. Significa que puede seguir amando,
queriendo y estimando a pesar de lo que le hagan. Amar significa acercarse e
identificarse más con Dios, nuestro Señor, quien tiene misericordia infinita.

CONSEJOS PARA PERDONAR Y RECONCILIARSE

La comprensión y la aceptación de todos los demás seres humanos como hijos


de Dios y hermanos nuestros nos ayudará a sobrellevar las dificultades que
confrontamos en nuestra relación diaria con los demás. Las siguientes reglas
básicas para llevarse bien con los demás serán de mucha ayuda para
comprender toda la dimensión y variación de la naturaleza humana. Así
lograremos aceptar y amar a nuestros semejantes. Yo quiero invitarlo a poner
en práctica lo más que pueda estos consejos que son la base del principio de
la reconciliación.

1. Tenga una visión muy positiva de los demás. Si procura mantener una
imagen positiva de los demás, seguirá viendo a la otra persona con todo lo
bueno que tiene, aún cuando sobrevenga una discusión o desavenencia.

2. Acepte a las personas como son. Aunque no esté de acuerdo con ellas, mire
a cada persona como si estuviera en un proceso de cambio y superación y
acéptelas con sus fallas y debilidades. Esto le ayudará a comprenderlas mejor
cuando cometan una imprudencia con usted y podrá seguirlas queriendo y
amando. Esto es fundamental. Acepte y esté de acuerdo con la persona,
aunque no con el pecado. En la medida de sus posibilidades, acepte a la
persona y ayude para que cambie.

3. Cultive la fortaleza interior. Su fortaleza debe ser tan grande que le permita
tener la capacidad de resistir y seguir adelante a pesar de recibir ofensas y
maltratos. Evite la hipersensibilidad que es una enfermedad del alma. Sea
fuerte. Para eso, pida a Dios el don de la fortaleza para asimilar los golpes y
promover siempre la reconciliación.

4. Aprenda a ceder. Reconozca que usted no siempre tiene la razón; los demás
también la tienen. Pero aunque usted crea firmemente que tiene la razón,
ceda un poco y comprenda que los otros, por el solo hecho de ser personas,
merecen de nosotros todo el respeto. No se altere demasiado por cosas sin
importancia. Respete la opinión de los demás.

5. Acepte sus propias debilidades y fallas. Cuando lo critiquen, tenga la


madurez suficiente para reconocer que puede tener algo de verdad y, de ser
así, acepte sus propias debilidades y fallas e intente cambiar. No se enoje sino
que reflexione y haga un análisis personal para detectar dónde pueden estar
sus fallas, defectos y errores. Cuando la crítica es totalmente falsa, intente
aclarar el malentendido buscando siempre la reconciliación con los demás.
Destierre su orgullo y soberbia para que pueda reconciliarse siempre con su
prójimo.

6. No abrigue resentimientos. Perdone y olvide. Procure que no le sorprenda


la caída del sol con su enojo para que no haya impedimento para la
reconciliación.

7. Sea discreto. Cuando ocurra algún problema, no comente el incidente con


otras personas pues esto es simplemente echar más leña al fuego. Busque a
la persona con quien tuvo el problema y entable un diálogo sincero y franco
que conduzca a la reconciliación.

8. Llene su corazón de amor. Con todo el corazón le digo que el fundamento


de toda relación humana es el amor. Pida mucho a Dios que le conceda la
gracia del don del amor. Viva profundamente enraizado en el amor y su vida
será realmente maravillosa. Si usted mantiene su corazón lleno del amor de
Dios podrá tener el impulso doble para una rápida reconciliación con su
prójimo.

9. Ore mucho y pida la ayuda de Dios. Para lograr una verdadera


reconciliación, ore mucho por la persona que tiene problemas con usted.
Bendígala, láncele flechas de amor profundo porque eso le ablandará el
corazón.

La reconciliación es un gran arma de amor para empezar nuevamente y con


más entusiasmo la comunión con los demás. Tenga espíritu de reconciliación.
No se quede cultivando resentimientos, no se margine ni sea instrumento de
las tinieblas. No siembre divisiones sino más bien reconcíliese con los demás,
con usted mismo y con Dios. Si se siente impotente, pida mucho al Señor que
le ayude. Recuerde que solamente con Su ayuda usted tendrá la capacidad de
perdonar. No olvide que con Dios todo es posible y que sólo CON EL, USTED
PODRÁ SER . . . ¡INVENCIBLE!

ORACIÓN

Para hacer las paces con Dios, con los demás, con nosotros mismos y con la
naturaleza

Señor, te pido perdón por las veces que me olvidé de Ti, que no te puse en el
primer lugar, que Te ofendí. También pido perdón espiritualmente a todas las
personas que he ofendido, desde que tengo uso de razón hasta el día de hoy.
Me pido perdón a mí mismo y me perdono a mí mismo por las veces que me
hice daño y me destruí. Pido perdón a los bosques, los ríos, las aves del cielo,
los animales y todo aquello que es naturaleza y que por mi indiferencia no he
defendido.

Señor, dame un espíritu de reconciliación para amar al que dice ser mi


enemigo, aún y a pesar de todo. Que yo ame a cualquier persona, aunque me
haya hecho daño, no importa. Señor, dame un espíritu reconciliado para
perdonar a los que me ofendieron.
Gracias, Señor, porque hoy me siento con más ganas de amar y ser amado.
Amaré en todo momento, de día y de noche, a Ti, a los demás, a mí mismo y a
la naturaleza. Seré feliz en la medida en que ame y quiera. Seré feliz, Señor,
seré feliz. Amén.

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