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FILOSOFÍA POLÍTICA II

Tema 8: Estado, Nación, Ciudadanía y Bienestar


1. Las difíciles relaciones entre el Estado y la Nación

Siguiendo a Ortega podríamos decir que la Nación no remite únicamente al pasado


sino a la voluntad de seguir conviviendo juntos en el futuro. Cuando ninguna parte del
territorio ansia romper la unidad del todo y formar un todo aparte, podemos decir que
la identidad nacional está garantizada.
Se pueden diferenciar tres modelos de relación entre el Estado y la Nación. En el
primero cabe hablar de un Estado-nación en el que la unidad del territorio está garan-
tizada y los problemas se vinculan a la cohesión social y a la identidad cultural. Tal es
el caso del modelo republicano-laico de Francia. El Estado francés aparece sólida-
mente conectado con una historia vinculada a la República y a la laicidad. Esa historia
se ve hoy socavada por la aparición de una nueva generación de inmigrantes que, por
primera vez en la historia de la República, cuestionan los valores de la laicidad. Para
ellos la separación entre la religión y la política está cuestionada por una política que
creen alienta la discriminación y la exclusión social. Esta nueva realidad plantea graves
problemas al Estado republicano. En este primer modelo, cuando el Estado no puede
hacerse cargo de las demandas sociales, algunos políticos recurren a los símbolos na-
cionales. No se puede legitimar el Estado sin tener en cuenta los sentimientos de los
miembros de la Nación, en momentos de dificultad hay que asegurar la lealtad de los
autóctonos y ganar su apoyo, asegurándoles una preferencia a la hora de poder disfru-
tar de bienes públicos que van siendo cada vez más escasos. El modelo republicano-
laico está en cuestión por no ser capaz de integrar las diferencias, por empeñarse en
superar toda particularidad cultural.
El segundo es el modelo multicultural de Londres, que también presenta dificul-
tades. Fue el 7 de julio del 2005 cuando todas las alarmas estallaron en Londres. La
capital británica vivía la felicidad de haber conseguido los Juegos Olímpicos para el
2012. La felicidad duró poco. Un terrible atentado islamista estalló y, al igual que en
Madrid el 11 de marzo del 2004, hizo que todo el mundo se preguntase qué estaba ocu-
rriendo. Los miembros de la comunidad británica comenzaron a plantearse si la abs-
tención en el papel del Estado era una buena solución. El modelo británico siempre
había operado permitiendo la expresión pública de todas las diferencias religiosas y
culturales, pero corría el peligro de abandonar a su suerte a las distintas minorías cul-
turales sin crear un vínculo moral que superase las diferencias.
El tercer modelo es el del Estado plurinacional y multicultural de España. El Es-
tado español, además de tener que hacerse cargo del problema de la inmigración, tiene
que articular una pluralidad de sentimientos nacionales. El Estado tiene que compa-
tibilizar las demandas de las minorías culturales de los grupos provenientes de la in-
migración con la reivindicación de las naciones que están insertas en el marco jurídico
del Estado pero no comparten la identidad nacional española. La incorporación de Es-
paña a Europa plantea también el problema de la compatibilidad entre estas tres iden-
tidades: la estatal, la europea y la regional.
En cualquiera de los tres modelos descritos; en el del republicanismo laico; en el de
la sociedad multicultural; y en el del Estado plurinacional y pluricultural, nos encontra-
mos con el gran problema actual del Estado: ¿cómo asegurar el consentimiento de los
habitantes del territorio que domina el Estado?. La fórmula democrática reza de la si-
guiente manera: los individuos se sienten parte de una comunidad, miembros de una
Nación, cuando sus derechos están garantizados y cuando sus sentimientos de perte-
nencia están reconocidos y salvaguardados. Es decir, cuando se sienten ciudadanos y
no súbditos.

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2. Del Estado liberal al Estado social

No se puede establecer una evolución lineal desde el Estado liberal al Estado social
sin tener en cuenta lo ocurrido durante los años veinte y treinta del pasado siglo XX.
Ante la amenaza de la revolución comunista las fuerzas conservadoras europeas opta-
ron por alentar procesos que permitieron la interrupción de las instituciones liberales,
el desmantelamiento de la democracia representativa y la supresión de los partidos po-
líticos. Se trataba de eliminar las elecciones libres y competitivas entre los partidos y
de acabar con la autonomía de los sindicatos. Todo este proceso se realizó de una for-
ma violenta con la idea de enaltecer valores que —para los teóricos del fascismo— es-
taban por encima del pluralismo político, del pluralismo social e ideológico y del plura-
lismo territorial.
En el caso de España la derrota de la República democrática posibilitó la consolida-
ción de una dictadura que duró de 1939 a 1975. Durante todos esos años no estuvie-
ron permitidos los partidos políticos ni los sindicatos libres ni hubo elecciones ni tuvi-
mos Parlamento. Tampoco existía un Estado de derecho. La gran diferencia entre Es-
paña y los países europeos occidentales es que estos sí recuperaron las instituciones
democráticas a partir del final de la Segunda Guerra Mundial. En ese momento se pro-
duce la gran transformación del Estado. Se consolidan los derechos de primera gene-
ración unidos a la vuelta del mejor liberalismo que dan lugar al llamado Estado del
bienestar. No cabe pensar en un Estado que no intervenga en la vida económica, que
no regule las relaciones laborales. Los trabajadores no son llamados únicamente a vo-
tar sino que tienen asegurado el derecho a la educación, a la sanidad, a la cobertura de
desempleo y a la redistribución de la riqueza. En una situación de pleno empleo, con
acceso al consumo de masas, con una fiscalidad creciente y unos servicios públicos
garantizados, los trabajadores acceden a la condición de ciudadanos y perciben una
mejoría del nivel de vida. Sus padres han vivido dos guerras mundiales y ellos se van
instalando en un mundo en paz en el que el consenso ideológico preside la vida pú-
blica.
Estos elementos van a provocar un cambio en el mundo político-ideológico. Se
acepta como un elemento del consenso compartido el antifascismo. Se prefiere no es-
carbar en el pasado, mirar hacia el porvenir, fiarlo todo a los efectos benéficos del cre-
cimiento económico. Los partidos políticos se convierten en grandes maquinas electora-
les que tratan de encontrar apoyos en todos los sectores del espectro social. Ya no es-
tamos ante el choque entre grandes cosmovisiones ideológicas que conforman dos
mundos enfrentados por razón de la religión o de la clase social.
Este modelo se realiza fundamentalmente durante los años que Hobsbawm ha de-
nominado de la época dorada y que duran hasta que se produzca la crisis económica
de 1973 y se comience a producir un ataque neoliberal al Estado del bienestar y una
proliferación de movimientos sociales que cuestionan los límites de la política institu-
cional. Son los años en los que se producirá la caída de las dictaduras en Portugal,
en Grecia y en España.

3. Un doble ataque al Estado social

El keynesianismo que todos asumían comienza a ser puesto en cuestión por libe-
rales que habían sido muy minoritarios durante los años cincuenta y sesenta. Para
ellos el Estado del bienestar conducía de una manera suave pero peligrosa a fórmulas
de servidumbre y había que reivindicar el papel del mercado frente al Estado, de la ini-
ciativa privada frente a la empresa pública y de la empresa frente al sindicato. Comien-
za toda la retórica favorable a la privatización, a la desregulación y, en definitiva, la
vuelta al liberalismo conservador. La habilidad del liberalismo económico estriba en

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conectar estas proclamas con una sensibilidad cultural que comienza a florecer en la
sociedad europea y en la sociedad norteamericana a partir de 1968.
Los países occidentales sufren igualmente una sacudida cultural que hace que aflo-
ren nuevos elementos de alienación. Se ha ido produciendo una integración de la clase
trabajadora pero un malestar difuso recorre las sociedades europeas. Un malestar re-
cogido por los estudiantes del mayo francés que hablan de revolucionar la vida coti-
diana, de buscar formas de autogestión de las instituciones, de romper con fórmulas
de vida estereotipadas. Las nuevas formas de expresión religiosa están debajo de este
modelo de Nueva Izquierda que impresionó muy vivamente hasta el final de su vida a
filósofos españoles como José Luis Aranguren. Esta fuerte reivindicación libertaria va
a provocar una reacción de temor por parte de los sectores conservadores que llega
hasta nuestros días cuando se habla de enterrar definitivamente el espíritu del 68. Lo
que parece indiscutible es que esa crítica al Estado social implica igualmente una crí-
tica al proceso de desideologización antifascista que se había dado tras la Segunda
Guerra Mundial. Asistimos a partir de entonces a un proceso de reideologización que
va atravesando distintos momentos históricos.
El papel del Estado aparece modulado según el lugar que ocupa ante los dos gran-
des retos ideológicos que van apareciendo; el liberal-conservador y el Estado social lai-
co. En el primer caso estamos ante un Estado mínimo en lo económico y máximo en lo
moral; en el segundo ante un Estado interventor en el campo económico y permisivo
en el campo moral.

4. El Estado mínimo en lo económico y máximo en lo moral

Este modelo corresponde a la práctica de los partidos liberal-conservadores y del


partido republicano estadounidense. El papel del Estado cambia a partir de la irrup-
ción del neoliberalismo económico. La llegada al poder de Margaret Thatcher, de
Ronald Reagan y de Juan Pablo II (Karol Wojtila) va a marcar el inicio de una nueva
época. Estamos ante un pensamiento liberal-conservador que decide no pactar con los
sindicatos y no extender los derechos económicosociales.
Cuando Margaret Thatcher llega al gobierno la sociedad británica ha vivido la cri-
sis económica de los años setenta. Ha vivido igualmente la rebelión de los sindicatos
ante la pérdida de poder adquisitivo de los salarios y ante el cierre de las empresas. La
Primer Ministra británica decide acometer una batalla social y moral que «ponga en su
sitio» a los sindicatos y que permita alcanzar mayorías electorales favorables al capita-
lismo popular. Poco a poco va imponiendo sus tesis: hemos llegado demasiado lejos;
el Estado no puede sufragar un gasto público desbordado; hay que devolver los recur-
sos económicos a los particulares para que ellos compensen privadamente las desven-
tajas de lo público. Estas propuestas se basan en un análisis de la sociedad británica
que divide a la misma en tres sectores. En la cima de la sociedad; primer tercio, te-
nemos a los detentadores del poder. En el suelo y en el subsuelo de la sociedad; ter-
cer tercio, nos encontramos con los trabajadores en paro, con los excluidos, con aque-
llos que han sido expulsados del mercado laboral o no han logrado penetrar en el mis-
mo, y con los que han accedido a las grandes ciudades provenientes de otros países y
que sufren una degradación en las condiciones laborales. En medio de estos dos secto-
res se encuentra la clase trabajadora con empleo fijo; segundo tercio, los profesionales
de los servicios públicos, los representantes de los sindicatos, las nuevas clases medias
y la antigua pequeña burguesía. Este sector recibe un mensaje doble: en ocasiones se
le anima a realizar un pacto con el primer tercio y abandonar a su suerte al tercer ter-
cio. También se le incita a participar en los beneficios del modelo, rebajando la carga
fiscal y engrosando las filas del llamado capitalismo popular.
Años de thatcherismo fueron acabando con la capacidad de resistencia de los sindi-
catos. El proyecto thatcheriano no afectó únicamente a la política interior británica. Su
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planteamiento conectó con lo que se ha denominado la revolución conservadora. Ro-


nald Reagan también coincidía en que el Estado no era la solución, sino el problema.
Coincidía igualmente en que el Estado no debía intervenir en la vida económica. El dis-
curso neoliberal pide al Estado que ponga coto al relativismo moral, a la cultura de la
permisividad, al deterioro de los valores tradicionales. En este punto van a encontrar
un aliado decisivo en la propuesta de Juan Pablo II.
Margaret Thatcher es elegida tras el invierno del descontento de 1978 y comienza
su andadura a partir de 1979. Es la misma fecha en que comienza el pontificado de
Juan Pablo II poco antes de que acceda a la presidencia Ronald Reagan. Para el nuevo
pontífice existe una conexión entre el socialismo de los países del Este y la herencia de
la Ilustración. El socialismo se funda en un error antropológico. El esfuerzo del socia-
lismo por profundizar en el legado ilustrado, por subrayar el antropocentrismo, por
constituir un mundo sin Dios ha llevado a la degradación moral a los países goberna-
dos por el comunismo. A partir de este momento todo lo ocurrido en los años ochenta y
especialmente la disolución del Pacto de Varsovia es interpretado por unos como la
victoria del liberalismo económico, por otros como la confirmación de la supremacía
norteamericana, y por el Vaticano como el momento propicio para asestar un golpe a
las pretensiones ilustradas antropocéntricas al equiparar, por un lado, el totalitaris-
mo de los países del Este con el socialismo democrático y, por el otro, el ateísmo de
Estado con el republicanismo laico. Las consecuencias para definir las funciones del
Estado son claras. El Estado ya no tiene que avalar la redistribución de la riqueza.
Esas funciones benefactoras traen más perjuicios que beneficios ya que provocan la
servidumbre de las poblaciones, la pasividad y la incapacidad de salir adelante. En el
campo educativo es donde se ve más claro que esta cultura que amplía los derechos de
todos a la educación conduce a la degradación de las condiciones escolares y a la pér-
dida de una cultura del esfuerzo. Son las consecuencias del igualitarismo democrá-
tico. Ese Estado prudente en lo económico debe velar por mantener los principios mo-
rales que responden a la auténtica naturaleza humana. Los parlamentos no pueden
legislar sobre determinadas cuestiones que afectan a la vida humana desde su inicio
hasta su fin. Esta vida no depende de la voluntad del ser humano sino que está en
manos del Ser supremo que es el que determina el bien y el mal, la verdad, la belleza y
la justicia. No aceptar este fundamento para la moral es caer en un pensamiento débil,
que acaba por provocar una disolución de la propia democracia. En la actualidad este
ha sido el debate entre Ratzinger y Habermas.
La democracia liberal occidental se ve amenazada por el islamismo radical y ello
afecta tanto a la identidad del Estado como a la relación entre Estado y derecho. En
una situación de «guerra contra el terrorismo» los políticos responsables no pueden
combatir el mal con un Estado sujeto al derecho. No se puede pensar que se respeten
los derechos de los individuos cuando está en peligro la supervivencia de la Nación y
los valores de la civilización. Se puede y se debe permitir al Estado actuar contra los
terroristas con toda contundencia sin respetar los principios de presunción de inocen-
cia. Derechos que parecían consolidados van desapareciendo en esta nueva versión de
la Razón de Estado que acaba con el Estado de derecho. La imagen de Guantánamo
vale más que todas las disquisiciones teóricas. El derecho como corrector del Estado
retrocede. El Estado como amortiguador de los efectos del mercado va perdiendo mu-
chas de sus funciones. La laicidad como condición de la democracia va siendo puesta
en cuestión por la vuelta del fundamentalismo (Francia).
No ha sido ésta la única transformación del Estado en estos años. Frente a esta he-
gemonía liberal-conservadora se ha producido una respuesta por parte de los defenso-
res del Estado social, del Estado laico y de la identidad europea.

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5. La supervivencia del Estado social y la apuesta por el Estado laico

Los defensores del Estado social sostienen que el gran pacto histórico entre capital
y trabajo que se produjo después de la Segunda Guerra Mundial es una conquista de
la que no se puede prescindir. Para ellos este acuerdo supera las deficiencias de un Es-
tado liberal, abstencionista en lo económico, que no garantizaba los derechos de los
trabajadores y que reducía la ciudadanía a los denominados derechos de primera gene-
ración. No se trataba de llamar únicamente a participar en la vida política sino de ase-
gurar que en la vida laboral hubiera unos derechos reconocidos con la seguridad de un
Estado que protegía ante el infortunio y que garantizaba prestaciones en el campo de
la sanidad, de las pensiones y de la educación.
Quizás es en el campo de la educación donde aparecen más claras las diferencias
entre los distintos modelos de Estado. Cabe, por un lado, un Estado confesional que
considere que la tarea educativa es esencial para extender la religión oficial del Estado.
El Estado es el brazo ejecutor de la verdadera religión. Por otro lado, cabe igualmente
un Estado que considere que la educación es un instrumento esencial para lograr la
cohesión social y la vertebración de la Nación. Es el Estado el que logra superar los
particularismos religiosos, étnicos y culturales, para afianzar un sentimiento de perte-
nencia y un sentido fuerte de ciudadanía. Estamos ante el Estado republicano laico
que trata de dejar atrás el poder de las Iglesias y fortalecer el sentimiento nacional.
Para lograr la legitimidad del Estado social son necesarias dos condiciones de difí-
cil cumplimiento. En primer lugar, unas mayorías electorales dispuestas a apostar por
el igualitarismo y la universalización de los servicios públicos. Se pide al segundo tercio
que tenga una política de solidaridad universalista con el tercer tercio, que considere
que una sanidad y una educación para todos son valores por los que merece la pena
pelear y que deben primar a la hora de votar. Esta apuesta solidaria es cada vez más
difícil en sociedades donde impera el individualismo consumista, el miedo y la insegu-
ridad. Además no es fácil extender la escolaridad obligatoria y dar una sanidad para
todos sin aumentar la presión fiscal (subir los impuestos). El segundo problema es
que no es factible mantener una economía competitiva cuando se produce una interna-
cionalización de la vida económica donde es posible producir en otras partes del mundo
sin tener que negociar con los sindicatos ni respetar las condiciones laborales y sin
preocuparse del medio ambiente.
Todo esto ha provocado que cuando las sociedades europeas miraban complacien-
temente la posibilidad de pasar de los derechos de segunda generación a los derechos
de tercera generación se ha producido un retroceso. Se ha producido una incorpora-
ción de trabajadores inmigrantes de distintos países que han cambiado la faz de nues-
tras ciudades y la cultura de nuestras sociedades. Ello afecta enormemente al Estado
de tres maneras: 1) porque tiene que decidir si los nuevos trabajadores son miembros
de la Nación con los mismos derechos que los autóctonos; 2) si establece un filtro que
permita controlar el flujo de los inmigrantes; y 3) qué política establece para lograr la
integración de los trabajadores inmigrantes.

6. Recapitulación

Podemos sintetizar lo dicho hasta ahora en los cinco problemas siguientes.


El primer problema afecta a la fundamentación moral de las leyes y a los límites de
la capacidad legislativa de los estados democráticos. Es el debate actual entre Ratzin-
ger y Habermas. Este tema ha tenido una gran repercusión en los últimos tiempos al
afectar a las llamadas políticas de la vida. ¿Puede el Estado legislar sobre asuntos
que afectan al inicio de la vida y a su final?. Para la posición iusnaturalista es evidente
que no. Si los parlamentos legislan sobre el aborto, o sobre la eutanasia están pene-

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trando en temas que afectan a la naturaleza humana y los legisladores están acercán-
dose al totalitarismo. También sucumben al mismo mal si permiten nuevas formas de
familia. Aquí el debate entre las dos posiciones teóricas no permite ninguna fórmula de
acuerdo. Es posible intentar conseguir mayorías electorales que impidan que determi-
nados derechos cívicos sean aprobados. Es, por citar un ejemplo, la dificultad de en-
contrar una mayoría electoral que esté dispuesta a incluir en su programa el derecho a
una muerte digna. La cuestión de la eutanasia va siendo pospuesta porque esa mayoría
hoy por hoy no existe ni se considera prudente alentarla por temor a las consecuencias
electorales que pudiera producir.
El segundo problema es hasta dónde debe llegar el Estado a la hora de difundir va-
lores morales. En el caso español esos valores constitucionales no remiten a un relato
común que dé sentido a la vida política. Esto tiene mucho que ver con el hecho de que
nuestro país no pudo participar del triunfo de la democracia liberal tras la Segunda
Guerra Mundial. El hecho es que la cultura de la memoria cada vez es más relevante:
en las sociedades democráticas europeas el debate lleva años presente, y en la sociedad
española donde el proceso de transición política se hizo echando al olvido los agravios,
los crímenes y las injusticias del pasado dictatorial, el debate no ha hecho sino comen-
zar. Es evidente que las élites que desarrollaron el proceso de transición lo hicieron
con un conocimiento de la historia pasada y con una lectura de los errores que era im-
prescindible evitar para conseguir consolidar la democracia. Pero el precio fue el olvi-
do de las víctimas del franquismo que han tardado años, hasta que ha llegado la gene-
ración de los nietos, en reivindicar la dignidad de sus muertos. No hay Estado que se
pueda fundar democráticamente sin afrontar este problema (Segunda Transición del
profesor Santesmases).
El tercer problema remite al reconocimiento. Reconocimiento a las víctimas del pa-
sado y respeto a su memoria; pero reconocimiento también de la complejidad de socie-
dades que tienen en su seno distintas identidades nacionales y que han sido receptoras
en la última década de nuevas minorías culturales fruto de la inmigración. Un Estado
que quiera alcanzar legitimidad necesita conjugar la unidad con la diversidad. Choca-
mos aquí con otro de los grandes problemas del Estado actual. ¿Cómo fomentar en so-
ciedades individualistas sentimientos de pertenencia y vínculos morales que permitan
superar la fragmentación?. Lo recomendable es ser partidario de un republicanismo
laico que dé un papel beligerante al Estado a la hora de articular a la Nación a través
de un sistema educativo público.
El cuarto problema consiste en apostar por un Estado social que intervenga en la
vida económica, que regule el mercado laboral, que asegure la protección social, que
extienda los servicios sanitarios y educativos.
El quinto problema remite a si el Estado social puede o no sobrevivir en la jungla
de la globalización. Los intentos fallidos de implicar a la ciudadanía en el proceso de
constitución europeo tienen muchos motivos, pero uno de ellos es el miedo a perder
conquistas sociales del Estado de bienestar tras el proceso de ampliación. El refugio en
las fronteras nacionales tiene mucho de miedo a perder funciones del Estado social que
no han sido garantizadas por el proceso de construcción europea. El Estado-nación
aparece aquí como el último refugio ante el proceso de globalización cayendo en oca-
siones en el llamado chauivinismo del bienestar (Cataluña y las recientes consultas
soberanistas). Para evitar ese chauvinismo es imprescindible articular una globaliza-
ción alternativa.

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