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FILOSOFÍA POLÍTICA II
No se puede establecer una evolución lineal desde el Estado liberal al Estado social
sin tener en cuenta lo ocurrido durante los años veinte y treinta del pasado siglo XX.
Ante la amenaza de la revolución comunista las fuerzas conservadoras europeas opta-
ron por alentar procesos que permitieron la interrupción de las instituciones liberales,
el desmantelamiento de la democracia representativa y la supresión de los partidos po-
líticos. Se trataba de eliminar las elecciones libres y competitivas entre los partidos y
de acabar con la autonomía de los sindicatos. Todo este proceso se realizó de una for-
ma violenta con la idea de enaltecer valores que —para los teóricos del fascismo— es-
taban por encima del pluralismo político, del pluralismo social e ideológico y del plura-
lismo territorial.
En el caso de España la derrota de la República democrática posibilitó la consolida-
ción de una dictadura que duró de 1939 a 1975. Durante todos esos años no estuvie-
ron permitidos los partidos políticos ni los sindicatos libres ni hubo elecciones ni tuvi-
mos Parlamento. Tampoco existía un Estado de derecho. La gran diferencia entre Es-
paña y los países europeos occidentales es que estos sí recuperaron las instituciones
democráticas a partir del final de la Segunda Guerra Mundial. En ese momento se pro-
duce la gran transformación del Estado. Se consolidan los derechos de primera gene-
ración unidos a la vuelta del mejor liberalismo que dan lugar al llamado Estado del
bienestar. No cabe pensar en un Estado que no intervenga en la vida económica, que
no regule las relaciones laborales. Los trabajadores no son llamados únicamente a vo-
tar sino que tienen asegurado el derecho a la educación, a la sanidad, a la cobertura de
desempleo y a la redistribución de la riqueza. En una situación de pleno empleo, con
acceso al consumo de masas, con una fiscalidad creciente y unos servicios públicos
garantizados, los trabajadores acceden a la condición de ciudadanos y perciben una
mejoría del nivel de vida. Sus padres han vivido dos guerras mundiales y ellos se van
instalando en un mundo en paz en el que el consenso ideológico preside la vida pú-
blica.
Estos elementos van a provocar un cambio en el mundo político-ideológico. Se
acepta como un elemento del consenso compartido el antifascismo. Se prefiere no es-
carbar en el pasado, mirar hacia el porvenir, fiarlo todo a los efectos benéficos del cre-
cimiento económico. Los partidos políticos se convierten en grandes maquinas electora-
les que tratan de encontrar apoyos en todos los sectores del espectro social. Ya no es-
tamos ante el choque entre grandes cosmovisiones ideológicas que conforman dos
mundos enfrentados por razón de la religión o de la clase social.
Este modelo se realiza fundamentalmente durante los años que Hobsbawm ha de-
nominado de la época dorada y que duran hasta que se produzca la crisis económica
de 1973 y se comience a producir un ataque neoliberal al Estado del bienestar y una
proliferación de movimientos sociales que cuestionan los límites de la política institu-
cional. Son los años en los que se producirá la caída de las dictaduras en Portugal,
en Grecia y en España.
El keynesianismo que todos asumían comienza a ser puesto en cuestión por libe-
rales que habían sido muy minoritarios durante los años cincuenta y sesenta. Para
ellos el Estado del bienestar conducía de una manera suave pero peligrosa a fórmulas
de servidumbre y había que reivindicar el papel del mercado frente al Estado, de la ini-
ciativa privada frente a la empresa pública y de la empresa frente al sindicato. Comien-
za toda la retórica favorable a la privatización, a la desregulación y, en definitiva, la
vuelta al liberalismo conservador. La habilidad del liberalismo económico estriba en
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conectar estas proclamas con una sensibilidad cultural que comienza a florecer en la
sociedad europea y en la sociedad norteamericana a partir de 1968.
Los países occidentales sufren igualmente una sacudida cultural que hace que aflo-
ren nuevos elementos de alienación. Se ha ido produciendo una integración de la clase
trabajadora pero un malestar difuso recorre las sociedades europeas. Un malestar re-
cogido por los estudiantes del mayo francés que hablan de revolucionar la vida coti-
diana, de buscar formas de autogestión de las instituciones, de romper con fórmulas
de vida estereotipadas. Las nuevas formas de expresión religiosa están debajo de este
modelo de Nueva Izquierda que impresionó muy vivamente hasta el final de su vida a
filósofos españoles como José Luis Aranguren. Esta fuerte reivindicación libertaria va
a provocar una reacción de temor por parte de los sectores conservadores que llega
hasta nuestros días cuando se habla de enterrar definitivamente el espíritu del 68. Lo
que parece indiscutible es que esa crítica al Estado social implica igualmente una crí-
tica al proceso de desideologización antifascista que se había dado tras la Segunda
Guerra Mundial. Asistimos a partir de entonces a un proceso de reideologización que
va atravesando distintos momentos históricos.
El papel del Estado aparece modulado según el lugar que ocupa ante los dos gran-
des retos ideológicos que van apareciendo; el liberal-conservador y el Estado social lai-
co. En el primer caso estamos ante un Estado mínimo en lo económico y máximo en lo
moral; en el segundo ante un Estado interventor en el campo económico y permisivo
en el campo moral.
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Los defensores del Estado social sostienen que el gran pacto histórico entre capital
y trabajo que se produjo después de la Segunda Guerra Mundial es una conquista de
la que no se puede prescindir. Para ellos este acuerdo supera las deficiencias de un Es-
tado liberal, abstencionista en lo económico, que no garantizaba los derechos de los
trabajadores y que reducía la ciudadanía a los denominados derechos de primera gene-
ración. No se trataba de llamar únicamente a participar en la vida política sino de ase-
gurar que en la vida laboral hubiera unos derechos reconocidos con la seguridad de un
Estado que protegía ante el infortunio y que garantizaba prestaciones en el campo de
la sanidad, de las pensiones y de la educación.
Quizás es en el campo de la educación donde aparecen más claras las diferencias
entre los distintos modelos de Estado. Cabe, por un lado, un Estado confesional que
considere que la tarea educativa es esencial para extender la religión oficial del Estado.
El Estado es el brazo ejecutor de la verdadera religión. Por otro lado, cabe igualmente
un Estado que considere que la educación es un instrumento esencial para lograr la
cohesión social y la vertebración de la Nación. Es el Estado el que logra superar los
particularismos religiosos, étnicos y culturales, para afianzar un sentimiento de perte-
nencia y un sentido fuerte de ciudadanía. Estamos ante el Estado republicano laico
que trata de dejar atrás el poder de las Iglesias y fortalecer el sentimiento nacional.
Para lograr la legitimidad del Estado social son necesarias dos condiciones de difí-
cil cumplimiento. En primer lugar, unas mayorías electorales dispuestas a apostar por
el igualitarismo y la universalización de los servicios públicos. Se pide al segundo tercio
que tenga una política de solidaridad universalista con el tercer tercio, que considere
que una sanidad y una educación para todos son valores por los que merece la pena
pelear y que deben primar a la hora de votar. Esta apuesta solidaria es cada vez más
difícil en sociedades donde impera el individualismo consumista, el miedo y la insegu-
ridad. Además no es fácil extender la escolaridad obligatoria y dar una sanidad para
todos sin aumentar la presión fiscal (subir los impuestos). El segundo problema es
que no es factible mantener una economía competitiva cuando se produce una interna-
cionalización de la vida económica donde es posible producir en otras partes del mundo
sin tener que negociar con los sindicatos ni respetar las condiciones laborales y sin
preocuparse del medio ambiente.
Todo esto ha provocado que cuando las sociedades europeas miraban complacien-
temente la posibilidad de pasar de los derechos de segunda generación a los derechos
de tercera generación se ha producido un retroceso. Se ha producido una incorpora-
ción de trabajadores inmigrantes de distintos países que han cambiado la faz de nues-
tras ciudades y la cultura de nuestras sociedades. Ello afecta enormemente al Estado
de tres maneras: 1) porque tiene que decidir si los nuevos trabajadores son miembros
de la Nación con los mismos derechos que los autóctonos; 2) si establece un filtro que
permita controlar el flujo de los inmigrantes; y 3) qué política establece para lograr la
integración de los trabajadores inmigrantes.
6. Recapitulación
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trando en temas que afectan a la naturaleza humana y los legisladores están acercán-
dose al totalitarismo. También sucumben al mismo mal si permiten nuevas formas de
familia. Aquí el debate entre las dos posiciones teóricas no permite ninguna fórmula de
acuerdo. Es posible intentar conseguir mayorías electorales que impidan que determi-
nados derechos cívicos sean aprobados. Es, por citar un ejemplo, la dificultad de en-
contrar una mayoría electoral que esté dispuesta a incluir en su programa el derecho a
una muerte digna. La cuestión de la eutanasia va siendo pospuesta porque esa mayoría
hoy por hoy no existe ni se considera prudente alentarla por temor a las consecuencias
electorales que pudiera producir.
El segundo problema es hasta dónde debe llegar el Estado a la hora de difundir va-
lores morales. En el caso español esos valores constitucionales no remiten a un relato
común que dé sentido a la vida política. Esto tiene mucho que ver con el hecho de que
nuestro país no pudo participar del triunfo de la democracia liberal tras la Segunda
Guerra Mundial. El hecho es que la cultura de la memoria cada vez es más relevante:
en las sociedades democráticas europeas el debate lleva años presente, y en la sociedad
española donde el proceso de transición política se hizo echando al olvido los agravios,
los crímenes y las injusticias del pasado dictatorial, el debate no ha hecho sino comen-
zar. Es evidente que las élites que desarrollaron el proceso de transición lo hicieron
con un conocimiento de la historia pasada y con una lectura de los errores que era im-
prescindible evitar para conseguir consolidar la democracia. Pero el precio fue el olvi-
do de las víctimas del franquismo que han tardado años, hasta que ha llegado la gene-
ración de los nietos, en reivindicar la dignidad de sus muertos. No hay Estado que se
pueda fundar democráticamente sin afrontar este problema (Segunda Transición del
profesor Santesmases).
El tercer problema remite al reconocimiento. Reconocimiento a las víctimas del pa-
sado y respeto a su memoria; pero reconocimiento también de la complejidad de socie-
dades que tienen en su seno distintas identidades nacionales y que han sido receptoras
en la última década de nuevas minorías culturales fruto de la inmigración. Un Estado
que quiera alcanzar legitimidad necesita conjugar la unidad con la diversidad. Choca-
mos aquí con otro de los grandes problemas del Estado actual. ¿Cómo fomentar en so-
ciedades individualistas sentimientos de pertenencia y vínculos morales que permitan
superar la fragmentación?. Lo recomendable es ser partidario de un republicanismo
laico que dé un papel beligerante al Estado a la hora de articular a la Nación a través
de un sistema educativo público.
El cuarto problema consiste en apostar por un Estado social que intervenga en la
vida económica, que regule el mercado laboral, que asegure la protección social, que
extienda los servicios sanitarios y educativos.
El quinto problema remite a si el Estado social puede o no sobrevivir en la jungla
de la globalización. Los intentos fallidos de implicar a la ciudadanía en el proceso de
constitución europeo tienen muchos motivos, pero uno de ellos es el miedo a perder
conquistas sociales del Estado de bienestar tras el proceso de ampliación. El refugio en
las fronteras nacionales tiene mucho de miedo a perder funciones del Estado social que
no han sido garantizadas por el proceso de construcción europea. El Estado-nación
aparece aquí como el último refugio ante el proceso de globalización cayendo en oca-
siones en el llamado chauivinismo del bienestar (Cataluña y las recientes consultas
soberanistas). Para evitar ese chauvinismo es imprescindible articular una globaliza-
ción alternativa.
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