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A lo largo del libro se reiteran con frecuencia afirmaciones del mismo tenor:
“la justificación epistémica [...] resulta absolutamente imprescindible para
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3
Las decisiones que se adoptan por medio de un procedimiento no son los únicos
resultados o efectos que produce y a los que cabe atribuir valor: otros efectos suyos
pueden ser que promueva ciertas virtudes de los ciudadanos, que fomente la percepción
de que el sistema es legítimo y contribuya así a su estabilidad, etc. Pero al hablar aquí
de efectos o resultados de un procedimiento me refiero, salvo indicación en contrario, a
las decisiones que se adoptan a través del mismo.
4
A los efectos de la argumentación, supondré aquí que hay un criterio sustantivo de
corrección de las decisiones políticas y que dicho criterio es independiente del
procedimiento a través del cual se adoptan (esto es, que el procedimiento no es
constitutivo del criterio de corrección). Son ideas que Martí asume como puntos de
partida y que en este momento no me propongo discutir porque mi interés se centra en
un punto diferente. Daré por sentado, por consiguiente, que se puede hablar de creencias
verdaderas o falsas y justificadas o no acerca de qué es moralmente correcto.
5
Martí pone de relieve los problemas del “sustantivismo radical” (la posición que
prescindiría por completo de cualquier consideración relativa al valor intrínseco de los
procedimientos) y del “procedimentalismo radical” (la que no atribuiría ninguna
relevancia a su valor instrumental) en RD, 142-144 y 146-148.
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(como plasmación a su vez del ideal aún más básico de la igual dignidad
de las personas), no siempre se interpretan del mismo modo las exigencias
de dicho ideal ni por tanto se concuerda al especificar qué formas
institucionales precisas serían más fieles al mismo. En cuanto al valor
instrumental, hay quien entiende que por alguna razón se podría decir en
abstracto del procedimiento democrático —o de algún tipo determinado
de procedimiento democrático— que tiende a producir decisiones
sustantivamente correctas6 y hay también quien, por el contrario, sostiene
que ese valor instrumental es contingente, puesto que la clase de
decisiones que tiende a producir un procedimiento cualquiera no depende
sólo de sus rasgos estructurales sino además, y de manera decisiva, de
factores contextuales (esto es, de rasgos empíricos de la comunidad
política en la que opere)7. Y sobre todo, hay muy distintas formas de
entender cómo habría que articular la relación entre esos dos tipos de
valor: desde quienes ponen en duda que pueda producirse entre ellos un
conflicto real8, hasta quienes, considerando incontestable que malos
procedimientos pueden producir buenas decisiones y procedimientos
buenos decisiones malas, discrepan acerca del peso o importancia relativa
que se habría de dar a cada uno de esos valores y por consiguiente acerca
de los diseños institucionales que habría que considerar preferibles por ser
la plasmación del balance más correcto entre aquellos.
Todo esto, me parece, son los términos más habituales de la discusión
acerca de la justificación de la democracia en general y de una u otra forma
específica de democracia en particular. Y creo que Martí no se aparta
sustancialmente de ellos durante buena parte del capítulo IV de La
república deliberativa, donde se ocupa de “La legitimidad de las decisiones
políticas”. Pero en algún momento de ese capítulo, y ya de manera
manifiesta en las primeras páginas del siguiente —en el que discute
específicamente “La justificación de la democracia deliberativa”—, se
produce un giro a resultas del cual se deja de hablar de “justificación
6
Por ejemplo, William Nelson sostuvo que la democracia se justifica porque tiende a
producir decisiones correctas y que ello es así porque los requisitos que ha de superar
una decisión para ser adoptada en democracia guardan una analogía formal o estructural
con los que, asumiendo una posición de tipo contractualista, debe satisfacer un principio
para poder ser considerado moralmente correcto (NELSON 1980, 101 ss.). Vid. una
crítica contundente de este tipo de planteamiento en ESTLUND 2008, cap. XIII.
7
Esa es la posición que me parece correcta; sobre ello, me permito reenviar a BAYÓN 2004.
8
Sería el caso de quienes reivindican la noción de “democracia constitucional” como
un modo de armonizar valores procedimentales y sustantivos o insisten en la “tesis de la
co-originalidad” de la democracia y los derechos, a los que Martí critica creo que con
pleno acierto (vid. RD, 149-153).
juan carlos bayón 193
9
También sostiene Martí en esas primeras páginas del capítulo V que es preferible
pasar a denominar a las justificaciones intrínsecas “justificaciones sustantivas” (RD,
178-179). Pero en este caso, aun con una denominación diferente, la idea sigue siendo
exactamente la misma (la justificación sustantiva del procedimiento de la democracia
deliberativa sería la que sostiene que éste, como modo de toma de decisiones políticas,
“honra mejor que cualquier otro” “valores sustantivos determinados, como el de la igual
autonomía, la igualdad política o el respeto mutuo”: RD, 178).
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RD, 146: la justificación de la elección de un procedimiento sería “instrumental” si
se basa en que “consideramos que dicho procedimiento es el más apto para tomar
decisiones correctas desde el punto de vista sustantivo”.
11
RD, 178: “es común distinguir entre [...] justificaciones intrínsecas [... y ...] justificaciones
instrumentales, asociadas a argumentos como el epistémico, que afirman que el procedimiento
democrático deliberativo es valioso en tanto que conduce con mayor probabilidad a resultados
que son considerados justos desde un punto de vista moral” (la cursiva es mía).
12
RD, 179: “justificaciones epistémicas” serían “aquellas que señalan que el
procedimiento democrático deliberativo es superior a los demás porque ofrece unas
mayores garantías de la justicia de los resultados” (donde esto último puede entenderse
tanto en el sentido de que produce con mayor probabilidad resultados justos, como en el
sentido de que es nuestra guía más fiable —nuestra mejor garantía— para saber si los
resultados producidos son justos). Creo que la misma ambigüedad puede detectarse en RD,
193: “sostener que el proceso deliberativo tiene valor epistémico equivale a afirmar que es
capaz de conducirnos a las decisiones correctas con mayor probabilidad que los procesos
alternativos” (donde la idea de que “es capaz de conducirnos a las decisiones correctas”
podría entenderse tanto en el sentido de que el procedimiento tiende a producirlas como en
el de que es la mejor guía de la que podemos servirnos para identificar cuáles son).
13
RD, 181: una justificación sería “epistémica” cuando “el procedimiento al que se
refiere es considerado confiable para identificar en general cuáles son las decisiones
políticas correctas”; el mismo sentido en RD 183, 184, o en MARTÍ 2006a, 36.
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NELSON 2008, 21.
15
Entienden que se plantea en efecto un dilema de este tipo COLEMAN y FEREJOHN
1986, 17.
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16
Cfr. ESTLUND 2008, cap. IX (especialmente pp. 160 ss.).
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17
Una idea que Martí asume: vid., por ejemplo, RD, 203. Es cierto que la posición de
Martí es más matizada, dado que acepta (como NINO 1997, 161, 165, 181) que cuando
las circunstancias reales del proceso democrático se alejan mucho del ideal el
razonamiento individual puede ser más fiable epistémicamente que la deliberación y
decisión colectivas (RD, 203-204). Pero me parece que Martí no llega a aclarar (ni
tampoco Nino) cómo puede comparar un individuo la fiabilidad relativa de su propio
juicio y la del resultado alcanzado a través del procedimiento de decisión colectiva.
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18
Vid. PRYOR 2001.
19
Vid. TIMMONS 1999, 195-201; FELDMAN 2002.
20
TIMMONS 1999, 179.
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21
WOLFF 1970, 13.
22
Expresa sus dudas de que semejante tesis sea defendible ESTLUND 2008, 105-106.
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23
“O en todo caso”, se apresura a decir Martí, lo poseería “la combinación entre
deliberación y democracia” (RD, 185). Como intentaré mostrar después, la matización
no resulta en modo alguno intrascendente.
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24
En palabras de Martí, “cuando la deliberación es democrática consigue atribuir
valor epistémico incluso al propio aspecto democrático de la misma, contribuyendo a la
versión más fuerte de la justificación epistémica” (RD, 199).
juan carlos bayón 201
25
Y tal vez incluso que la de cualquiera de ellos, si el grupo tiene un tamaño suficiente
como para que aquella probabilidad sea muy cercana a 1 y, no sin cierta verosimilitud, se
concede que no hay individuo cuya competencia epistémica llegue a ser tan alta.
26
A saber, que si en un caso dado la probabilidad de que ocurra x es algo superior a
0.5, entonces la probabilidad de que en un conjunto de casos independientes que sean
todos de ese mismo tipo ocurra x algo más de la mitad de las veces tiende a 1 a medida
que aumenta el número de casos que integran el conjunto (o con otras palabras: será
prácticamente de 1 si el número de casos es suficientemente grande). Martí hace una
presentación clara y accesible de la idea en RD, 186-188. Y entre las explicaciones
deliberadamente despojadas de tecnicismos y que pretenden sobre todo resultar muy
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27
Por supuesto, en la concepción original del teorema —como “teorema del
jurado”— la cuestión estaba resuelta de antemano por la naturaleza y el contexto de la
decisión: las opciones sometidas a la votación del jurado eran obviamente la
culpabilidad o no culpabilidad del imputado (y, de modo no menos obvio, por
definición una de las dos había de ser la opción correcta). El problema de la formación
de la agenda irrumpe en cambio al aplicar el teorema en el ámbito de la política
democrática, donde el número de las opciones que pueden someterse a decisión es
infinito y la inclusión en cada caso de la más correcta dentro del conjunto de las que se
pongan a votación no está en modo alguno asegurada.
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28
Lo han apuntado GOODIN 2008, 123; FUERSTEIN 2008, 75-76; o VERMEULE 2009, 50-53
(que además subraya que la cuestión de la formación de la agenda hace que las decisiones que
tome la mayoría sean “dependientes de la senda” [path-dependent], esto es, potencialmente
distintas —siendo igual todo lo demás— según el orden en que las cuestiones se hayan ido
sometiendo a votación; y si por hipótesis ese orden es moralmente arbitrario, la consecuencia
será que un factor moralmente irrelevante —pero capaz de condicionar el contenido de las
decisiones mayoritarias— estará contaminando las supuestas virtudes epistémicas de la
maquinaria agregativa de la democracia).
29
Y nótese que por razones lógicas no podrían ser en ningún caso las hipotéticas
virtudes epistémicas de la votación democrática las que nos permitieran conjeturar una
alta probabilidad de formación correcta de la agenda, dado que toda decisión por
mayoría presupone una agenda ya formada, esto es, una agenda que le antecede.
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Además de excluir el voto guiado sólo por consideraciones de autointerés, se suele
decir también —de hecho, lo dice Martí: RD, 188— que el requisito de sinceridad
excluye el voto estratégico. Se trata, sin embargo, de dos formas de incumplir la
condición de sinceridad que plantean a mi juicio problemas de muy distinto tipo. Como
señalaron AUSTEN-SMITH y BANKS 1996, en la presentación del teorema se asume que
los individuos razonan paramétricamente (es decir, que un individuo respetuoso del
requisito de sinceridad razona del mismo modo cuando aisladamente decide cuál de las
opciones que se le presentan es la correcta que cuando, como participante en un
procedimiento de toma de decisiones colectivas, decide a cuál votar). Pero puede
suceder, dependiendo de la estructura de la situación, que incluso si lo único que nos
mueve es ver aprobada por la mayoría la opción que sinceramente consideramos
correcta, votar de manera sincera no sea —como se dice en teoría de juegos— un
equilibrio de Nash (esto es, lo mejor que uno puede hacer, hagan lo que hagan los
demás). Dicho de otro modo: a la vista de lo que verosímilmente van a hacer los demás,
es posible —aunque intuitivamente pueda parecer extraño— que para alcanzar el
resultado de ver aprobada por la mayoría la opción que consideramos correcta lo mejor
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que uno pueda hacer sea votar no sincera sino estratégicamente, es decir, a favor de una
opción distinta. Más adelante —en el apartado 2.2— intentaré aclarar cómo puede darse
una situación semejante (que anticipo que tiene que ver con lo que en la literatura sobre
el tema se ha dado en llamar “dilema discursivo”). Lo que aquí me interesa resaltar es
sólo la distinta naturaleza de los problemas. La falta de sinceridad del voto por
motivaciones autointeresadas —una posibilidad con la que sin duda hay que contar en
cualquier concepción realista del funcionamiento de la democracia— sólo podría
contrarrestarse, hasta donde quepa hacerlo, “promoviendo la virtud” de los ciudadanos.
En cambio la falta de sinceridad del voto por razones estratégicas podría prevenirse
mediante alteraciones de la estructura del procedimiento de decisión, pero al precio —
como se verá en su momento— de generar problemas añadidos para la justificación
epistémica de la democracia deliberativa.
31
Como tampoco creo que lo sea, por cierto, asumir que las motivaciones de los
votantes son siempre autointeresadas. Lo más realista, me parece, es asumir que habrá
individuos que votarán movidos exclusivamente por su juicio acerca de lo que es
correcto y otros que no (o que un mismo individuo, en distintas ocasiones, podrá votar
impulsado por una u otra de esas motivaciones).
32
De hecho el teorema de Condorcet —y esa sería a la postre una de sus mayores
limitaciones de cara a la articulación de una justificación epistémica de la democracia— toma
la competencia epistémica de los votantes como algo dado, desentendiéndose por completo
de cómo haya podido generarse. Por otra parte, es fácil entender que todo voto no
independiente —en el sentido especificado— es por definición un voto no sincero (aunque
puede haber formas de voto no sincero que no violen el requisito de la independencia).
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33
El texto de referencia sobre el concepto de cascadas informativas [informational
cascades] es BIKHCHANDANI, HIRSHLEIFER y WELCH 1992; pero una presentación
mucho menos técnica de la idea y por tanto más accesible puede encontrarse en
BIKHCHANDANI, HIRSHLEIFER y WELCH 1998.
34
No en el sentido de que revise o modifique su juicio porque haya llegado a
convencerse de la corrección del juicio de los demás, sino en el sentido de que no
sostiene públicamente el juicio que le parece correcto (en nuestro caso, no vota con
arreglo al mismo) por diferentes motivos, uno de los cuales puede ser que el solo hecho
de constatar que la mayoría piensa de otro modo le haga perder la confianza en que su
propio juicio sea realmente acertado.
35
No pretendo sostener que esa deferencia epistémica estaría justificada. De hecho,
como insinué en el apartado 1, creo que en el tipo de casos que aquí son relevantes hay
buenas razones para ponerlo en duda y para pensar que se trataría más bien de una
abdicación de la propia responsabilidad epistémica (vid. algunos argumentos
interesantes en esta línea en PETTIT 2006). Lo único que intento mostrar ahora es que
desde los presupuestos del teorema podrían llegar a justificarse supuestos de voto no
independiente a la vez que se requiere la independencia del voto.
juan carlos bayón 207
36
Condiciones ideales en las que podríamos presuponer sin empacho alguno que
todos los individuos votan siempre de manera sincera e independiente. Lo que
francamente no acabo de entender es por qué Martí no utiliza esta misma estrategia para
presuponer también que en condiciones ideales (con información completa y
racionalidad no distorsionada) todos tienen una competencia epistémica superior a 0.5.
Si la estrategia es válida en relación con los requisitos de sinceridad e independencia,
parece que debería serlo también en lo tocante al requisito de la competencia epistémica
de los participantes. Pero, por razones que se me escapan, Martí no utiliza esta vía para
sortear el que a su juicio es el verdadero escollo con el que tropieza la versión fuerte de
la tesis de la justificación epistémica.
37
Vid. supra, apartado 1.
38
David Estlund ha analizado recientemente y en profundidad los problemas de la
relación entre ideales regulativos —que él llama “aspirational theories”— y
circunstancias reales (ESTLUND 2008, cap. XIV), sosteniendo, a diferencia de Martí
(MARTÍ 2005, 388), que a los ideales se les aplica también el principio “debe implica
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puede” y que por lo tanto deben ser empíricamente posibles. Lo que sí subraya, en
cualquier caso, es que no pierden su valor por el hecho de que su realización, aun siendo
posible en sentido estricto —como lo es, por ejemplo, que el voto de todos fuera
sincero—, sea extremadamente improbable (ESTLUND 2008, 264-265).
39
Obsérvese que si fuera cierto que los propios presupuestos del teorema pudieran
hacer que el voto no independiente fuese epistémicamente racional en ciertas
condiciones, podría estar afectada la propia coherencia interna del ideal (al margen de
que no fuese empíricamente posible o fuese extremadamente improbable).
40
La posición de Martí al respecto es suficientemente clara: “al entender la
democracia deliberativa como un ideal, algunas de las críticas que se le realizan por ser
un modelo excesivamente utópico o por no corresponderse con la realidad son
desatinadas. Cuestiones de hecho del tipo ‘la realidad no es así’, ‘la naturaleza humana
nunca será de este modo’, etc., [...] nunca pueden servir como argumento contra el ideal
en sí mismo” (RD, 26).
juan carlos bayón 209
41
La misma idea, por cierto, fue defendida por William Nelson en su conocido
estudio sobre la justificación de la democracia: “Si X es ideal pero impracticable, no se
sigue que la alternativa practicable más parecida [...] sea por tanto la mejor de las
alternativas practicables” (NELSON 1980, 114).
42
Un punto de vista al que Estlund denomina “mirroring view” y que expresamente
rechaza (ESTLUND 2008, 190-191).
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manera una concesión tan inocua como parece creer Martí. Implica, en
primer lugar, admitir que sobre la base del teorema (que, recordémoslo,
es lo que pretende esta “versión fuerte”) no podemos atribuir valor
epistémico a la democracia no sólo en las condiciones actuales, sino
tampoco en ninguno de los mundos posibles verosímilmente realizables43.
E implica, además, que si es que tenemos algún deber de acercarnos en la
medida de lo posible a la satisfacción de las condiciones del teorema no
tiene mucho sentido pretender que sería en razón de un valor epistémico
que admitimos que está ausente —y no meramente rebajado o
disminuido— en cualquier mundo verosímilmente viable.
c) Un tercer problema surge a partir de la exigencia del carácter binario
de la elección (esto es, que los votantes hayan de elegir exactamente entre
dos opciones). Esta es una condición tan restrictiva que parece que, si no
pudiera relajarse, en buena medida privaría de interés al teorema en las
condiciones de la política democrática real, en la que con frecuencia las
controversias o desacuerdos no son reducibles sólo a dos posiciones. Lo que
ocurre —como nos recuerda Martí (RD, 190)— es que sí se ha demostrado
(GOODIN y LIST 2001) que el teorema puede extenderse a elecciones con
más de dos opciones: en ese caso, si existiendo n opciones la probabilidad
de que cada votante elija la opción correcta es superior a 1/n, entonces la
probabilidad de que dicha opción sea la que alcance más votos44 aumenta a
medida que aumente el número de votantes (aproximándose a 1 si dicho
número es suficientemente grande).
Esto, de nuevo, es matemáticamente impecable. Ahora bien, al abrir
esta vía se genera también un insidioso problema en lo que concierne a la
especificación precisa de las condiciones de cuya satisfacción depende la
validez del teorema. Quienes confían en el valor del teorema para probar
el potencial epistémico de la democracia aducen con frecuencia que la
suposición de que la competencia epistémica de los votantes es superior a
0.5 (para una elección binaria) es en realidad bastante prudente y
razonablemente realista, puesto que equivale a asumir tan sólo que cada
individuo, siguiendo su propio juicio, es epistémicamente algo (aunque
sea muy poco) más fiable que si eligiese al azar y por tanto
completamente a ciegas. En realidad, como intentaré mostrar más
43
Martí lo reconoce abiertamente: “Algunos de los problemas señalados se relativizan
porque pueden ser evitados fácilmente por el ideal de la democracia y afectan
únicamente a los procesos reales de toma de decisiones. Claro que esto hace que no
podamos predicar el valor epistémico de las democracias existentes, sino únicamente de
ideales imposibles de aplicar en la práctica” (RD, 192).
44
Nótese bien: la probabilidad de que sea la opción más votada; no, naturalmente, la
probabilidad de que sea la que alcance la mayoría —i.e., la mitad más uno— de los votos.
juan carlos bayón 211
45
Como dice Estlund, “si se pregunta ‘¿cómo podría ser una persona más tonta que una
moneda lanzada al aire?’ la respuesta sería ‘fácilmente’. La gente tiene opiniones más o
menos sistemáticas acerca de muchas cuestiones. Si su sistema es malo, por así decirlo,
entonces fácilmente podría equivocarse todo el tiempo” (ESTLUND 2008, 16). Martí
sostiene una opinión similar (RD, 192).
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46
Hay, a propósito de esto, una cuestión de detalle que tal vez merezca un pequeño
comentario. Es cierto, como señala Martí (RD, 191), que en la literatura generada a
propósito del teorema se ha probado que para su validez no se requiere que sea superior a
0.5 la competencia epistémica de cada participante, sino que basta con que en el conjunto
de los votantes se supere esa probabilidad de acierto en promedio. Parece que de ese modo
la condición sería menos exigente y por tanto más fácil de satisfacer en la práctica. Pero la
verdad es que satisfacerla no es necesariamente mucho más fácil. De hecho, lo que
mostraron GROFMAN, OWEN y FELD 1983 es que para la validez del teorema basta con que
la probabilidad promedio sea superior a 0.5 siempre y cuando las probabilidades
individuales estén simétricamente distribuidas en torno a la media (GROFMAN, OWEN y
FELD 1983, 268). Esa es la razón por la cual puede darse la circunstancia —de otro modo
inconcebible— de que al bajar la probabilidad promedio de acierto como resultado de
haber aumentado el tamaño del grupo mediante la adición de nuevos miembros con
competencia epistémica inferior a la probabilidad promedio previa, resulte no obstante una
competencia del grupo más alta (en la medida, se entiende, en que los nuevos miembros
vengan a equilibrar la exigencia de distribución simétrica; vid. GROFMAN, OWEN y FELD
1983, 270). La idea es ilustrada de forma muy intuitiva en VERMEULE 2009, 29, nota 24
(que muestra que en un grupo de tres votantes con competencias epistémicas de 0.26, 0.26
y 1 —y por tanto con probabilidad promedio de acierto superior a 0.5— la asimetría de la
distribución resulta fatal, dado que más de la mitad de las veces los dos primeros
coincidirían en elegir la opción equivocada —0.74 x 0.74 = 0.54— formando así mayoría
frente al tercero, que por hipótesis elige siempre la opción correcta). En suma, a pesar de la
apariencia de debilitamiento significativo, el requisito de que la probabilidad promedio sea
superior a 0.5 y de que además las probabilidades individuales estén simétricamente
distribuidas en torno a la media sigue siendo, me parece, notablemente exigente.
47
Y no podríamos hacerlo —nos dice Martí— porque como “no disponemos de un
acceso independiente a la verdad”, quedaría fuera de nuestro alcance “comprobar en
cuántos casos acierta o se equivoca un individuo” (RD, 191).
juan carlos bayón 213
48
Sólo como muestras recientes, vid. POSNER 2003, 107; o CAPLAN 2007.
49
Vid. un desarrollo sugerente de la idea de una “teoría económica del conocimiento”
en HARDIN 2009.
50
DOWNS 1957, parte III, pp. 207-276.
51
Cfr., por ejemplo, RIKER y ORDESHOOK 1968.
214 D&Q, n. 9/2009
información más completa posible sobre los asuntos que son objeto de
decisión, sencillamente porque los costes que esto último representa son
infinitamente mayores que los modestos inconvenientes que entraña el
hecho de ir a votar52. Así que desde los mismos presupuestos teóricos y
sin necesidad de forzar ninguna explicación ad hoc podemos tener una
explicación adecuada de por qué se vota masivamente y por qué, sin
embargo, la ignorancia del votante medio es racional y es escasamente
verosímil que su competencia epistémica llegue a alzarse por encima de
los límites que ese hecho impone.
La segunda objeción vendría a decirnos que el argumento de la ignorancia
racional es en realidad de dudoso valor para lo que se discute, porque el tipo
de competencia epistémica que se requiere para identificar las decisiones
políticas correctas —y a la que se referiría por tanto el teorema— es
esencialmente de carácter moral, no empírico. De manera que aunque
admitiéramos la irracionalidad inherente al intento de obtener la información
más completa posible sobre complejas cuestiones fácticas (un campo donde es
precisamente el volumen de conocimiento por obtener lo que determina la
irracionalidad de intentar obtenerlo de primera mano en su integridad), el
argumento no probaría —como pretende— que es improbable que la
competencia epistémica requerida para identificar las decisiones políticas
correctas alcance el nivel exigido. Pero creo que la objeción no es acertada
porque tampoco lo es la premisa en la que se basa. Aceptando siempre a los
efectos de la argumentación que podemos hablar de una competencia
epistémica específicamente moral, ser capaz de identificar qué decisión
política sería la correcta no requiere sólo una competencia de ese tipo. Es
difícil pensar en una decisión política cuya consideración como correcta
dependa exclusivamente de la aceptación de un juicio moral, esto es, que no
dependa también, en mayor o menor medida, de la aceptación como
verdaderas de una serie de creencias sobre estados de cosas y relaciones
causales53. Y si se admite que el argumento de la ignorancia racional se aplica
52
Vid. SOMIN 1998, 437-438; HARDIN 2006, 183-184.
53
Vid FUERSTEIN 2008, 76-77 (que subraya que las cuestiones de hecho relevantes para
identificar las decisiones políticas correctas son tantas y tan heterogéneas que aunque tal vez
muchos individuos puedan tener respecto de algunas de ellas una competencia superior a la que
resultaría de elegir al azar, lo que de ningún modo parece razonable suponer es que puedan
tenerla acerca de todas o incluso la mayor parte de las mismas); y PINCIONE y TESÓN 2006,
especialmente 92-95 (que insisten en que a pesar de que algunas controversias políticas parezcan
girar exclusivamente sobre una cuestión moral, en realidad nunca es así: porque habida cuenta de
que la deliberación política tiene que ver con la adopción de decisiones colectivas vinculantes y
por tanto con el uso de la coacción, ello introduce una diferencia decisiva entre la reflexión moral
privada acerca de si X es correcto o no —y más, claro está, si la concebimos en términos de una
juan carlos bayón 215
57
Como el propio Martí dice de pasada en algún momento: vid. supra, nota 23.
58
Vid. buenas exposiciones de conjunto de este problema en BRENNAN 2001; PETTIT
2001; LIST 2006; o LIST 2008.
59
VERMEULE 2009, 40. Lewis Kornhauser apunta también que la posibilidad de
incoherencia colectiva socava las justificaciones epistémicas de la democracia: cfr.
KORNHAUSER 2008, 11.
218 D&Q, n. 9/2009
60
Refiriéndose a él como “doctrinal paradox”: vid. KORNHAUSER y SAGER 1993.
61
PETTIT 2001; LIST 2006.
62
Ese sería un caso en el que no se aprueba una opción a pesar de que hay una
mayoría que aprueba las razones que la fundamentan. El caso inverso (que se apruebe
una opción a pesar de que no hay una mayoría que apruebe las razones que la
fundamentan) se produciría con una premisa disyuntiva: si nuestros tres votantes
consideraran que se debería decidir x sólo si fuese el caso que p o q, el primero creyera
que p&no-q (y coherentemente votase x), el segundo creyera que no-p&q (y
coherentemente votase x) y el tercero creyera que no-p&no-q (y coherentemente votase
no-x), entonces la decisión mayoritaria sería x a pesar de que hay una mayoría que cree
que no-p, hay una mayoría que cree que no-q y todos creen que se debería decidir no-x
si es el caso que no-p&no-q. Sobre estas dos posibilidades, vid. PETTIT 2001, 272-276.
63
Cfr. LIST y PETTIT 2002; LIST 2006, 374-377.
juan carlos bayón 219
64
Lo subrayan BRENNAN 2001, 210; o PETTIT 2001, 286. Por ejemplo, en un caso en el que
todos consideran que se debería decidir x sólo si fuese el caso que p&q, pero no hay unanimidad
ni acerca de p ni acerca de q, la incoherencia colectiva se produce si hay una mayoría que
suscribe p y una mayoría que suscribe q, pero una y otra mayoría no coinciden y la intersección
de ambas resulta ser una minoría dentro del grupo. Por supuesto, aunque una y otra mayoría no
coincidan puede darse el caso de que sean suficientemente amplias como para que quede
lógicamente excluida la posibilidad de que su intersección sea una minoría dentro del grupo.
65
Esto es, si hay acuerdo en que se debería decidir x sólo si fuese el caso que p&q, con
arreglo al primer procedimiento se pondría a votación si x o no-x, mientras que con arreglo al
segundo se pondría a votación por separado si p o no-p y si q o no-q, decidiéndose después
que x si y sólo si hubiese habido una mayoría a favor de p y una mayoría a favor de q.
220 D&Q, n. 9/2009
66
Es lo que sostiene PETTIT 2001.
67
Cfr. LIST 2006, 387-393; LIST 2008, 16; y, mucho más técnico, DIETRICH y LIST 2007.
Por cierto, ésta sería la clase de situación a la que hice referencia supra, en la nota 30.
68
Sigo aquí en lo fundamental a LIST 2005; BOVENS y RABINOWICZ 2006; y LIST
2006, especialmente 380-387.
juan carlos bayón 221
69
En concreto, con una premisa conjuntiva el procedimiento basado en la conclusión
produce menos falsos positivos que el procedimiento alternativo, aunque al precio de
producir más falsos negativos; y en cambio, con una premisa disyuntiva, es el
procedimiento basado en las premisas el que produce menos falsos positivos pero más
falsos negativos que su alternativa. La prueba rigurosa de esa conclusión puede
encontrarse en los textos a los que he hecho referencia en la nota anterior y su
exposición pormenorizada estaría aquí de más. Baste con señalar, a un nivel muy
intuitivo, que la explicación de todo ello descansa en último término en unas pocas
ideas obvias: que es más difícil detectar la verdad de una conjunción que su falsedad (y
en cambio es más fácil detectar la verdad de una conjunción que su falsedad); y que es
posible tener razón acerca de la conclusión por razones equivocadas (por ejemplo, si no
es verdad que p&q porque es el caso que p&no-q, entonces acierto cuando pienso que
“no es el caso que p&q” aunque en realidad lo crea porque pienso —
equivocadamente— que es el caso que no-p&q, o que no-p&no-q).
222 D&Q, n. 9/2009
decisiones políticas tal vez sea preferible que hagamos lo correcto aunque
sea por razones equivocadas a que nuestro empeño en decidir por las
razones correctas tenga como consecuencia una probabilidad más baja de
acabar haciendo lo correcto70.
En suma, la idea del valor epistémico del procedimiento democrático
deliberativo, esto es, de que los resultados del mismo son un indicador fiable
de lo correcto, tropieza con una dificultad seria cuando se toman en cuenta los
problemas de la agregación de juicios. Dependiendo de cómo se estructure el
proceso de decisión, hay una serie de circunstancias en las que si fuese cierto
que los resultados del procedimiento nos indicaran con la mayor probabilidad
qué es lo correcto entonces no estaría asegurado que nos lo indicasen por las
razones correctas y viceversa. Puesto que la tesis de la justificación epistémica
de la democracia deliberativa parece en el fondo requerir ambas cosas, su
coherencia interna queda comprometida.
70
Apunta esta tensión dentro de la idea de valor epistémico Natalie Gold, que pone el
ejemplo del proceso penal, en el que parece intuitivamente que lo más importante es
maximizar la probabilidad de alcanzar el veredicto correcto, aunque pueda no ser por las
razones correctas (GOLD 2004, 110). En términos distintos, pero con una conclusión
parecida, vid. BOVENS y RABINOWICZ 2006, 147.
71
Al margen de que, si se dan determinadas condiciones contingentes, pueda
incrementar además el valor instrumental del procedimiento democrático.
72
Que para justificar la deliberación no se necesita nada más que apelar al ideal de la
igualdad política lo defiende expresamente MARMOR 2005, 331.
juan carlos bayón 223
73
Vid. CHRISTIANO 1997, 251-252; CHRISTIANO 2008, 190-191.
74
ESTLUND 2008, 7, 29-30.
75
Me pregunto si no hay de hecho una cierta vacilación al respecto por parte de Martí
cuando escribe: “Si la democracia deliberativa está justificada por su valor epistémico
y/o por respetar la igual autonomía política...” (RD, 210; la cursiva es mía). Me parece
224 D&Q, n. 9/2009
que esta forma de presentar la cuestión no casa bien con su insistencia en que cada una
de esas justificaciones es necesaria pero por sí sola insuficiente.
76
“[I]ntroducir consideraciones sustantivas [...] nos permite comprender por qué los
sistemas políticos elitistas no democráticos, [...] por más valor epistémico que puedan
tener, no están justificados” (RD, 210).
77
“Las consideraciones acerca del valor epistémico operarán entonces en la elección
de un procedimiento de toma de decisiones entre aquellos que honren, siquiera
formalmente, el valor de la igualdad política” (RD, 210).
78
En realidad es bastante dudoso que las teorías pluralistas o económicas de la
democracia sean realmente modelos normativos en el sentido en que lo es
indudablemente la democracia deliberativa y que por tanto compitan con ésta en un
mismo plano. Se trata más bien de modelos explicativos (acertados o no, esa es otra
cuestión), como nos recuerda oportunamente LAPORTA 2001, 28.
79
Vid. también RD, 207 (la democracia deliberativa es el “modelo democrático que
pone en práctica las exigencias normativas de diseño institucional” derivadas de los
valores de “la igual autonomía política y la igual dignidad”), o 207-208 (“De los tres
principios que inspiran los procedimientos democráticos de toma de decisiones (el voto,
la negociación y la argumentación), el que mejor respeta los valores de autonomía y
dignidad es la argumentación”).
juan carlos bayón 225
80
La misma idea en RD, 266: “la concepción republicana de la democracia
deliberativa se muestra también superior a la elitista a la hora de respetar y honrar los
valores sustantivos de igualdad y dignidad básicas, especialmente el de igualdad
política, que justificaban el modelo general de democracia deliberativa”.
BIBLIOGRAFÍA