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FROM THE ASHES

A FIRE SHALL BE WOKEN


(DE LAS CENIZAS DESPERTARÁ UN FUEGO)

La legendaria carta con instrucciones que Gandalf le


deja a Frodo abunda en detalles. Sin pretender
sobrevalorarla (ya sabemos cuán nervioso puede
poner esto a algunos muy ortodoxos), sí me atrevo a
decir que encierra, de algún modo, todo un programa
de Cuaresma.

En la carta Gandalf le avisa a Frodo que no estará, que


Él se adelanta. Como si le dijera: a dónde voy, tú
vendrás después. Y lo alienta a partir también él con
cierta prisa... pero después que él. Ya esa doble prisa
es todo un tono propio de la Cuaresma, con su
inexorable sabor pascual: come de pie, cíñete el lomo y
parte de prisa: ¡es la Pascua del Señor!

Hay una expresión del barbado que es notable: “Yo te


seguiré”. Delata la contracara del discipulado. La
pasión de Dios por el hombre. Al inicio de la Cuaresma
el Señor nos deja una escueta esquela avisándonos
que nos va a seguir y perseguir a muerte, donde quiera
que vayamos, como un lebrel insaciable. Aunque nos
metamos en oscuras quebradas o intentemos
escondernos en alturas o en honduras abisales… I will
follow you.
¿Acaso no es eso Cuaresma? Una consigna que el
Señor se ha dado a Sí mismo y que tiene a bien
avisarnos: durante cuarenta días y cuarenta noches te
rastrearé por todos los rincones del orbe hasta
encontrarte y pedirte tu rendición, y suplicarte que
aceptes mi protección.

Gandalf, que le acaba de informar que no se verán, le


avisa que un buen amigo suyo lo acompañará en el
camino. Lo llama con un curioso apodo (Strider,
Trancos) y le avisa de su aspecto poco llamativo: es
delgado, oscuro, hirsuto. Pues bien: ese misterioso
acompañante es Cristo de nuevo. El divino viandante
de camino con nosotros hacia Rivendell, hacia la
liberación pascual. Yo no estaré… pero Yo mismo te
acompañaré.
A este misterioso hombre Frodo lo encontrará en una
posada del camino, en la sombra de un rincón, y el
posadero le avisa que es un montaraz, un tipo medio
salvaje, peligroso, que deambula por los bosques…

Este Cristo sin brillo ni aspecto salvador nos


acompañará secretamente en el camino cuaresmal.
Para que nuestro pie no tropiece con la piedra, ni
torzamos el rumbo hacia la Pascua.

La carta, como un lanzazo, como una arenga militar,


lo conmina a Frodo: ¡marcha hacia Rivendell! La
expresión original es intensa y bella: Make for
Rivendell. Como si dijera: disponlo todo hacia
Rivendell; oriéntalo todo hacia allí; hazlo todo para
encarar a ese destino. Allí nos veremos, concluye el
Mago, si todo sale bien. Y firma, apresurado, Gandalf.

La Carta cuenta con tres posdatas. En la primera se


le indica no viajar de noche. Jesús había dicho a los
suyos: “caminen mientras es de día” (Jn 12,35).
Avancen mientras tengan luz y busquen guarida
cuando caiga la noche y se desaten los demonios.
Corran hacia la meta bajo el luminoso impulso de la
Gracia, y cuídense y protéjanse del Malo cuando
aceche con sus terrores nocturnos.
En la segunda posdata está el famoso poema, donde,
de un modo apenas velado, el Mago le entrega al pobre
hobbit sus mejores consejos “cuaresmales”.
“No todo oro reluce”. No hay modo mejor de presentar
la Cuaresma que bajo este sapientísimo aforismo: no
te encandiles más corriendo detrás de aquello que
tiene brillo y esplendor. Hay un oro, un oro más
antiguo que el mundo, un oro opaco y oscuro, que es
más valioso e imperecedero que cualquier otro.
Descúbrelo. Y corre tras él. Es el deslucido oro de la
compunción y la penitencia. El agrisado oro de la
renuncia y el despojo. Se trata del misterioso oro de la
ceniza en tu frente.
Déjate ungir la cabeza con este oro gris y te convertirás
y creerás en el Evangelio.
Busca, corre, viaja hacia delante; peregrina liviano y
decidido, que “no todo errante anda perdido”. El
éxodo de Israel (de donde cobra cifra nuestra
Cuaresma) no es otra cosa que esto: un andar
atravesando la mismísima nada, de camino hacia el
Todo prometido. Sin mucha más brújula que
encriptadas consignas y pistas.

Así nuestra Cuaresma hacia la Pascua. No hay un


“programa”, minucioso, lleno de consignas precisas.
Más bien hay un grito de guerra y una sola certeza:
dejar atrás todo y lanzarse con furia hacia el Este. Te
creerán un vagabundo pero eres peregrino.
Este viaje más que horizontal es vertical. Y no
justamente hacia las alturas. Sino todo lo contrario:
es un éxodo al De Profundis, a lo más profundo de tu
nada. Hacia ese escondrijo donde “las raíces
profundas no son alcanzadas por la helada”.

Hundidos en ese abismo, desde esa lacerante


experiencia de ser polvo, desde allí, “desde las
cenizas, se elevará un fuego”. From the ashes a fire
shall be woken.
No puede ser más bella la expresión.
Ni más oportuna para un Miércoles de Cenizas: saber
que ese Cristo que nos ungirá con la ceniza no nos
avisa sin más que al polvo volveremos: nos hace un
secreto anuncio que pretende ser el pan de la
esperanza para el camino: de las cenizas con que te
marco, brotará un Fuego sagrado. Tendrán que pasar
estos cuarenta días y luego cincuenta más para que
en ésta, tu misma frente marcada en ceniza, veas
llamear la Luz increada.

Sí, cristiano. Hoy recibes la acuciante y briosa


consigna: ¡corre a Rivendell! Corre de día y
resguárdate de noche. Corre hacia el opaco oro del
Misterio escondido; viaja con pasión y frenesí: los
hombres te creerán un errante lunático, y tal vez lo
seas, pero a este jaujeño Rivendell sólo se llega por
desvarío y naufragio. Déjate conducir por esa figura
hirsuta y deslucida con que la Voz de Dios te lleva, de
tranco en tranco. Húndete en los abismos de tus
raíces, donde el Malo no sabe llegar. Guarécete allí,
sobre todo de noche, sabiéndote a salvo y seguro, en
escondido.
Y guarda como marca indeleble en tu frente el oro de
estas cenizas de las que surgirá un fuego nuevo que
hará nuevas todas tus cosas.
Sí, de las sombras de todas tus aflicciones y penurias,
brotará la Luz; la Luz de ese Rey destronado que habrá
recuperado, en las honduras de tus raíces, su cetro
usurpado. La Luz de ese Rey cuya espada quebrada
volverá a relucir, inmaculada, como punzante Palabra
de doble filo.

No es menor el detalle en la saga sobre el olvido de esta


Carta. Olvida el emisario entregarla. Gandalf, aunque
muestra aprecio por el posadero, lo sabe olvidadizo y
dice que lo cocinará a fuego lento si se olvidara de
entregarla. Y sí: se olvidó.
Ese posadero (diría san Agustín) es la Iglesia.
A veces se olvida, se despista, se distrae. El Señor, su
Esposo, la ama y valora y no, no la prenderá fuego,
pero la conmina a entregar la carta a tiempo.
Personalmente. A cada peregrino. Para avisarle de lo
único que vale la pena ser avisado en este mundo:
Make for Rivendell; corre muy resuelto hacia el Cielo.
Hacia el Fuego sagrado desde tus cenizas.

Diego de Jesús
Miércoles de Ceniza 2018
M O N A S T E R I O D E L C R I S T O O R A N T E

Gualtallary ― Tupungato ― Mendoza ― orantes@scip.com.ar

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