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El ICAP, una herramienta en la mejora de la

planificación y la intervención en servicios para


personas con discapacidad

Delfín Montero
Profesor de Educación Especial. Facultad de Filosofía y Ciencias de
la Educación de la Universidad de Deusto.

Salvador Martínez Cardeña


Psicólogo. Director ASPANDEM

El ICAP-Inventario para la Planificación de Servicios y la


Programación Individual es un instrumento que permite: a)
recoger información relevante sobre la persona evaluada, de
una manera estructurada, b) valorar su conducta adaptativa
y sus problemas de conducta, en relación a la población
general, y c) estimar el grado de apoyo, intervención o
supervisión que precisará. La primera parte de este artículo
presenta una visión general de las características técnicas del
ICAP. En la segunda, se expone la experiencia y la reflexión
ASPANDEM, una asociación que ha integrado el ICAP en
las rutinas de intervención y planificación de su red de
servicios para personas con discapacidad.

Partes del contenido de este artículo han sido


presentadas en el Simposio de Conducta Adaptativa y
Discapacidad (Universidad de Deusto, 1993), las V
Jornadas de ASPANDEM (San Pedro Alcántara, 1993) y
«L'atenció Integral als disminuits Psíquics Profunds.
Jornades Catalanes» (Igualada, 1994)
Siglo Cero. Vol. 25(3). Págs.49-58

Características del ICAP

Introducción

El concepto de conducta adaptativa comenzó a difundirse


en el ámbito profesional de la discapacidad a principios de la
década de los sesenta, cuando la «American Association on
Mental Retardation» definió el retraso mental sobre la base de
dos criterios, que deben presentarse simultáneamente antes de
los 18 años: limitaciones significativas en la inteligencia y en la
conducta adaptativa de una persona (Heber, 1961; Grossman,
1983; American Psychiatric Association, 1988).
Desde entonces, el empleo de estos instrumentos ha ido
extendiéndose a otros colectivos: personas con autismo,
deficiencias motoras y/o sensoriales, personas con trastornos del
aprendizaje, ancianos, personas con problemas de salud mental,
etc. En la actualidad, no sólo se utilizan para evaluar personas,
sino también en el diseño de planes de intervención
individualizados, en el análisis de las variables implicadas en el
éxito de programas de integración, la descripción de grupos
clínicamente definidos, la evaluación de programas y en la
mejora de la gestión de recursos (Perry y Factor, 1989; lceman y
otros, 1985; Pollingue, 1987; Eyman, Demaine y Lei, 1979;
Dykens y otros, 1989; Elorriaga, 1993).
Un ámbito tan amplio de aplicaciones posibles hace que
los instrumentos de conducta adaptativa sean muy diversos. Una
distinción importante en el conjunto de todos ellos es la que los
divide entre criteriales y normativos. Los primeros, están
orientados hacia la elaboración de planes de intervención:
análisis de tareas, elaboración de líneas base, seguimiento de la
efectividad de la instrucción, etc. (Rubio y otros, 1988). Los
normativos, por el contrario, son más idóneos para el
diagnóstico y la ubicación de la persona evaluada en relación a
la muestra de tipificación de la prueba en cuestión.
Estos últimos podemos dividirlos en dos grupos. Primero,
las escalas de amplio espectro, que evalúan gran número de
áreas y subáreas del comportamiento. Algunos ejemplos
significativos de éstas son la revisión de las Escalas de Conducta
Adaptativa de Vineland (Sparrow y otros, 1984), la Escala de
conducta Adaptativa de la AAMD) (ABS, Nihira y otros, 1974)
o las Escalas de Conducta Independiente (SIB, Bruininks y
otros, 1985). El segundo grupo lo constituyen los instrumentos
de encuesta (a menudo adaptaciones de escalas de amplio
espectro), diseñados para recoger el mayor número posible de
datos de un amplio número de personas con la mayor economía
de esfuerzo. El ICAP (Inventory for Client and Agency
Planning, Bruininks y otros, 1986) pertenece a esta última
categoría.
El ICAP forma parte de un sistema creado por autores
vinculados a la Universidad de Minnesota. Este sistema consta
de dos instrumentos normativos; el ICAP y las Escalas de
Conducta Independiente-SIB (Bruininks y otros, 1985). Estas
últimas están compuestas por 226 ítems de conducta adaptativa,
distribuidos en 14 subescalas y una escala de problemas de
conducta idéntica a la del ICAP. Las SIB posibilitan una
valoración de la conducta adaptativa más detallada que el ICAP.
El sistema lo complementa el inventario de Destrezas
Adaptativas-CALS, una prueba criterial formada por casi 800
objetivos o elementos agrupados en 24 módulos, que permiten la
formulación de objetivos concretos para programas
individualizados. El sistema lo completa el ALSC o Curriculum
de Destrezas Adaptativas, con casi 800 unidades de instrucción,
que indican: estrategias de enseñanza, actividades, entornos,
criterios de éxito, etc. (Checklist of Adaptive Living Skills,
Morreau y Bruininks, 1991; Adaptive Living Skills Curriculum,
Bruininks y otros, 1991).
El ICAP-Inventario para la planificación de servicios y la
programación individual

El ICAP-Inventario para la Planificación de Servicios y la


Programación Individual (Montero, 1993) tiene dos partes
diferenciadas: la que registra, de una manera estructurada,
información relevante sobre la persona evaluada, y la compuesta
por dos instrumentos de medida, uno de conducta adaptativa y
otro de problemas de conducta. Puede verse la estructura del
ICAP en la Figura 1. En doble encuadrado se aprecian los
componentes que dan lugar a puntuaciones normativas, en
encuadrado sencillo constan aquéllos que recogen información
de forma sistemática.

El ICAP ofrece los siguientes datos:

1. Un registro del diagnóstico o diagnósticos de la persona, datos


personales y limitaciones funcionales (movilidad, visión,
audición y estado de su salud). El formato del cuestionario está
pensado para que sólo haya que marcar lo que corresponda.
2. Los niveles de conducta adaptativa de la persona en relación a
destrezas básicas para desenvolverse con independencia en su
entorno. La parte de conducta adaptativa está constituida por 77
elementos, que hay que valorar con: 0,1,,2, o 3, según el
siguiente código:
0 = NUNCA O RARA VEZ, aun pidiéndoselo.
1 = LA REALIZA, AUNQUE NO BIEN, o 1/4 de las veces, tal
vez necesite que se le pida que lo haga.
2 = LA REALIZA BIEN, o 3/4 de las veces, tal vez necesite que
se le pida que lo haga.
3 = LA REALIZA MUY BIEN, siempre o casi siempre, no
necesita que se le pida.
Los ítems de conducta adaptativa se distribuyen en cuatro
escalas:
- Destrezas Motoras (tanto finas como gruesas).
- Destrezas de la Vida Personal (incluye destrezas necesarias
para satisfacer, de una manera independiente, las necesidades
personales más inmediatas, por ejemplo, para comer, vestirse,
etc.)
- Destrezas Sociales y Comunicativas (interacción social,
lenguaje expresivo y receptivo).
- Destrezas de la Vida en Comunidad (por ejemplo: la utilización
autónoma de transportes públicos, la habilidad de la persona
para utilizar dinero o emplear el reloj).
Para cada una de las escalas anteriores, más una general que las
engloba, hay puntuaciones normativas en relación a la población
general: de escala, diferenciales de escala, de edad, percentiles,
puntuaciones típicas, rangos instructivos, índices de rendimiento
relativo y niveles de funcionamiento. En todas ellas se hace
constar el intervalo de confianza, según el error típico de
medida.
3. En la parte de problemas de conducta se valora el problema
más importante en ocho áreas (véase la Figura 1), según
gravedad y frecuencia, siguiendo esta clave:
GRAVEDAD
0. No es grave; no es un problema.
1. Ligeramente grave; es un problema leve.
2. Medianamente grave; es un problema moderado.
3. Muy grave; es un problema grave.
4. Extremadamente grave; es un problema muy grave.
FRECUENCIA
0. Nunca
1. Menos de una vez al mes.
2. De una a tres veces al mes.
3. De una a seis veces por semana.
4. De una a diez veces al día
S. Una o más veces en una hora

También se registra la respuesta que le dan a estas


conductas personas significativas del entorno del sujeto. De las
ocho áreas de problemas de conducta se extraen cuatro índices
normativos de problemas de conducta: Interno, Asocial, Externo
y General.
4. El ICAP aporta un índice, llamado Nivel de Necesidad de
Servicio, que combina las puntuaciones de conducta adaptativa
en un 70% y problemas de conducta en un 30% para ofrecer una
estimación de la intensidad de servicio, atención, supervisión o
enseñanza que requiere la persona. Los Niveles de Necesidad de
Servicio son la expresión significativa de las Puntuaciones de
Servicio, más apropiadas para análisis numéricos e
investigación.
5. Los servicios. Esta parte refleja los servicios y apoyos de los
que disfruta el individuo en el momento presente, además de una
proyección de las necesidades y recomendaciones futuras. El
formato de esta parte en el cuestionario es muy sencillo, de
modo que únicamente haya que marcar lo que corresponda.
6. En su parte final, el ICAP ofrece un espacio para hacer
mención sobre otras informaciones interesantes para la
evaluación y de las recomendaciones sobre objetivos de
programas y servicios que necesita la persona evaluada.

El ICAP es aplicable a personas de todas las edades.


Aunque esté pensado para ser utilizado fundamentalmente en
personas con discapacidades, puede admitir un uso con otro tipo
de colectivos que en ocasiones se excluyen de la categoría
anterior: adolescentes y jóvenes con problemáticas de
marginación, ancianos, personas con problemas de salud mental,
etc.
El ICAP es una prueba relativamente sencilla y rápida
(unos 20 minutos, cuando ya se conoce bien), que completa de
manera autónoma algún profesional (monitor, educador,
psicólogo ... ) que conozca bien a la persona evaluada. Los ítems
han sido redactados de forma que su contenido sea lo más
preciso posible y no presentan dificultades para cualquiera que
disponga de un mínimo de práctica en completar cuestionarios.
La interpretación y las decisiones posteriores sobre las personas
evaluadas requieren, obviamente, personal debidamente
cualificado para ello.

Adaptación, tipificación, fiabilización y validación del ICAP


en la Comunidad Autónoma Vasca

Este proyecto ha sido el resultado de un trabajo en equipo


en el que han participado numerosas personas e instituciones. Se
llevó a cabo en el marco de un acuerdo entre la Federación
Vasca de Asociaciones en favor de Personas con Deficiencias
Psíquicas (FEVAS) y el Instituto de Ciencias de la Educación de
la Universidad de Deusto. El proyecto contó con el apoyo del
Departamento de Trabajo y Seguridad Social del Gobierno
Vasco y con una participación muy activa por parte de los
autores originales.
Para tipificar las partes de conducta adaptativa y
problemas de conducta, se seleccionó una amplia muestra
(N=900), representativa de la población general de la
Comunidad Autónoma Vasca (C.A.V.), mediante un muestreo
estratificado al azar, a partir de cuatro variables: edad, sexo,
provincia y tipo de municipio. El procedimiento de muestreo
tuvo lugar en tres fases: muestreo de municipios (representativos
de la C.A.V.), muestreo de escuelas (para los sujetos en edad
escolar) y muestreo de individuos. A lo largo de todo el proyecto
se utilizó la metodología y procedimientos seguidos por los
autores originales del ICAP, por otro lado, homologables a las
exigencias requeridas a esta clase de instrumentos de medida
psicológica (American Psychological Association, 1985).
Contribuyeron al diseño de la muestra los datos
proporcionados por el Instituto Vasco de Estadística-EUSTAT
(organismo oficial encargado de la gestión de censos de la
Comunidad) y el Servicio Vasco de Salud-OSAKIDETZA. Para
el muestreo en las escuelas contamos con la autorización del
Departamento de Educación del Gobierno Vasco. En el caso de
centros privados e ikastolas, accedimos a los centros a través de
la Dirección de los mismos. Tanto en la realización del muestreo
en las escuelas como en la de los estudios de fiabilidad y validez
colaboraron numerosos centros e instituciones de carácter
público y privado a las que agradecemos su colaboración.
Una vez adaptado el contenido del cuestionario del ICAP,
iniciamos el proceso de encuesta, que se efectuó en dos
momentos para controlar al máximo la aparición de variables no
consideradas. Concluida esta fase, una vez procesados los datos,
se desarrollaron las normas estadísticas y las tablas del ICAP.
Analizamos el efecto de las variables de tipificación en la norma
estadística del ICAP, para determinar la presencia de posibles
sesgos en ella. Unicamente la edad afectó a las puntuaciones de
conducta adaptativa, pero esto era de esperar dada su naturaleza
evolutiva. Volveremos sobre esto más abajo, al hablar de la
validez del constructo.
Adicionalmente, la norma estadística del ICAP en la
C.A.V. resultó muy similar a la norteamericana. A este dato, que
no ha sido analizado con detalle todavía, nos induce a pensar
que no se encontrarán diferencias significativas entre norma
estadística del ICAP en la C.A.V. y la de otras comunidades,
sobre todo si tenemos en cuenta que las diferencias socio-
culturales entre la población vasca y la del resto de España son
notablemente menores que las que existen en comparación con
la población norteamericana. De todas formas, tal cosa no podrá
afirmarse con completo rigor hasta que otros estudios de
tipificación lo apoyen.
Los estudios de fiabilidad y validez intentaron poner a
prueba la precisión, usos e inferencias obtenibles de las
puntuaciones del ICAP. Se utilizaron muestras de personas con
discapacidad y sin ella. La consistencia interna del ICAP resultó
ser elevada en ambas clases de muestras. La fiabilidad del ICAP
fue igualmente satisfactoria en segundas aplicaciones (test-
retest). Pusimos también a prueba la fiabilidad del ICAP entre
evaluadores independientes. Resultó ser muy alta cuando se trata
de profesionales de un mismo servicio. Este tipo de fiabilidad
descendió cuando se trataba de profesionales de un servicio
diferente, pero aun así resultó ser aceptable.
El ICAP demostró en nuestros estudios una sólida validez
de constructo, reflejada en la naturaleza evolutiva de sus
puntuaciones de conducta adaptativa (y en la no evolutiva de las
de problemas de conducta), en las interrelaciones entre sus
componentes y en su acierto para diferenciar grupos con y sin
discapacidad.
El ICAP fue muy certero a la hora de discriminar y
predecir la pertenencia a grupos definidos a partir de sus
puntuaciones, lo que apoya su validez de criterio. Estos estudios
perfilaron algunas de las áreas en las que el ICAP podría ser útil,
por ejemplo, para ayudar en la decisión sobre los programas
diurnos más adecuados (educación especial, centros de día,
ocupacionales, especiales de empleo, etc.), el emplazamiento
residencia¡ más adecuado, en el diagnóstico del retraso mental o
los trastornos de conducta.
La selección, por parte de los autores originales, de los
ítems del sistema de registro de información, de conducta
adaptativa y de problemas de conducta se fundamentó sobre
gran número de trabajos relevantes dentro de la literatura sobre
conducta adaptativa, y mediante el uso de numerosos estudios
empíricos. Por nuestra parte, intentamos adaptar al máximo los
elementos del sistema de registro de información a
denominaciones legal y profesionalmente reconocidas en la
Comunidad Autónoma Vasca. Este proceder avala la validez de
contenido del ICAP.
Por último, demostramos que las Puntuaciones de Servicio
y Nivel de Servicio del ICAP son más útiles para describir el
grado de atención que una persona precisa, que las de
Independencia General o Indice General de Problemas de
Conducta por separado.
A pesar de haber realizado un detallado estudio de las
cualidades psicométricas del ICAP, al igual que ha ocurrido con
otros instrumentos de medición psicológica y educativa, será
preciso un posterior trabajo de investigación destinado a replicar
y contrastar las aquí expuestas.

Posibles usos del ICAP

Diagnóstico: retraso mental, trastornos de conducta y


«screening" de ubicaciones

Las investigaciones realizadas sobre la validez de criterio


del ICAP, permiten afirmar que puede ser un instrumento útil en
el diagnóstico del retraso mental, ya que sus puntuaciones
diferencian entre personas que lo tienen de las que no. De todas
formas, la nueva definición de retraso mental de la AAMR
(Luckasson y otros, 1992), aconseja valorar diez áreas de
destrezas adaptativas, por lo que no debiera utilizarse la
puntuación de Independencia General del ICAP (que resume las
puntuaciones de las cuatro escalas de conducta adaptativa) para
tal fin. En segundo lugar, el ICAP puede ser un eficaz
instrumento para traducir en términos cuantitativos los
problemas de conducta de una persona o grupo de ellas.
La capacidad del ICAP de discriminar entre personas
según ubicaciones (residencia-piso tutelado; aula de educación
especial-aula de educación especial a tiempo parcial-aula
ordinaria; centro de día-centro ocupacional-centro especial de
empleo), perfila una de sus principales potencialidades. En
efecto, el ICAP puede contribuir significativamente a los
diagnósticos de despistaje (screening) que realizan profesionales
de distintos servicios.
En modo alguno pretendemos sugerir con lo anterior, que
el ICAP pueda ni deba ser el único procedimiento de una
persona en un centro o servicio determinado. Decisiones de este
tipo requieren personal debidamente formado y experimentado,
capaz de integrar informaciones procedentes de distintas fuentes
(otros instrumentos, observación, entrevistas, valoraciones de
otros profesionales, etc.). De todas formas, sí que consideramos
que el ICAP es una herramienta capaz de contribuir en estos
procesos, aunque siempre en el marco de una valoración global
de la persona y su entorno.

Diseño y seguimiento de planes de intervención individual

El ICAP puede proporcionar valiosos datos sobre las áreas


más necesitadas de intervención, a través de la comparación de
los índices obtenidos en sus cinco escalas de conducta
adaptativa y cuatro escalas de problemas de conducta.
Adicionalmente, el ICAP proporciona, a través de su Perfil de
Implicaciones Instructivas, una estimación de los grados de
dificultad del programa, en forma de dos edades de desarrollo,
entre la cuales pudiera ajustarse el contenido de los programas
específicos para la persona evaluada, de forma que su nivel de
dificultad no sea percibido por ella como muy fácil o demasiado
difícil. Esta información puede ser de utilidad en las fases
iniciales del diseño de un programa concreto para una persona
dada. El ICAP pudiera aportar, mediante sucesivas aplicaciones,
datos de interés en el seguimiento de los logros obtenidos como
consecuencia de un plan de intervención.

Facilitación en la comunicación entre profesionales y no


profesionales

El cuestionario de respuestas tiene un formato muy


simplificado, que puede contribuir a unificar la recogida, el
tratamiento y comunicación de datos entre diferentes servicios y
profesionales. Adicionalmente, los gráficos de los que dispone
se han diseñado para facilitar al máximo la comunicación y
orientación a personas poco habituadas a instrumentos de
medida psicológica o educativa, como pueda ser el propio
sujeto, sus familiares o profesionales de otras disciplinas.

Evaluación de programas y servicios

Al obtenerse su norma estadística de la población general,


las mediciones que se hagan con el ICAP ofrecen un punto de
referencia objetivo, con el que comparar las capacidades de una
persona o un grupo de ellas. Esta clase de comprobaciones
puede muy bien complementar otras de tipo más cualitativo o
subjetivo.
Poseer la clase de conductas que evalúa el ICAP es de
extrema importancia para la integración social de personas con
discapacidades o con otras problemáticas. Por lo tanto, el ICAP
puede ayudar a dilucidar el impacto que en ellas hayan podido
tener distintos programas en este sentido. Una de las principales
aportaciones de las pruebas de conducta adaptativa es que
pueden integrarse fácilmente en la instrumentación necesaria
para valorar empíricamente los efectos de procesos de
normalización concretos. El ICAP ya ha sido utilizado con éxito
en este tipo de aplicaciones (Rose y otros, 1993).
Las puntuaciones del ICAP pueden ayudar a ofrecer un
retrato de las destrezas, necesidad de servicios, etc., de los
usuarios de un centro o red de ellos, lo que sin duda puede
contribuir a mejorar la planificación y el seguimiento de los
servicios.
Que el ICAP sea aplicable a personas de todas las edades,
con y sin discapacidad, hace que pueda ser empleado con la
misma persona desde la escuela infantil o el servicio de
intervención temprana, pasando por la escuela, hasta los
servicios para adultos, sin que pierdan significación las
mediciones que con él se realizan. Por contra, otros instrumentos
tiene un ámbito de edad más limitado, antes o después del cual
hay que utilizar otros instrumentos, de forma que puede hacerse
problemática la comparación de los progresos realizados por una
persona. El ICAP es muy apropiado para ser utilizado en
estudios longitudinales.
El ICAP dispone de un programa de ordenador que facilita
la corrección, permite generar informes y explotar
estadísticamente las bases de datos de un amplio conjunto de
usuarios (Hill y otros, 1993). Todo esto hace de él una
herramienta apropiada para que servicios de diverso tipo
mejoren su gestión a través de la evaluación del impacto que sus
programas tienen en las personas que atienden, en una amplia
variedad de centros (residenciales, educativos, centros de día,
centros especiales de empleo, etc.).

Uso del ICAP en ASPANDEM: algunas reflexiones sobre su


aplicación práctica.

Introducción

Tuvimos conocimiento del ICAP (Bruininks, y otros,


1986) en 1989, después de contactar con Javier Elorriaga, en la
actualidad Gerente de la Fundación Tutelar GORABIDE. Los
instrumentos utilizados para valoración y evaluación de
personas con discapacidad en aquellos momentos tenían como
característica común el aportar información parcialmente valiosa
de cara a intervenciones puntuales, pero para nuestro colectivo
-heterogéneo en edades y en necesidades de apoyo- la aplicación
debía ir acompañada de fuertes dosis de observación y,
usualmente, nos llevaba al planteamiento de objetivos orientados
según:

1. El tipo de instrumentos aplicado. Por ejemplo: la Guía


Portage (Bluma y otros, 1976), un currículum del Ministerio de
Educación y Ciencia (1983), listas de comprobación u
observación (Bender y otros, 1976), repertorios de prerrequisitos
(Luciano Soriano, 1983) y Sistema de Evaluación y Diagnóstico
conductual (Gil Roales-Nieto, 1984).
2. El criterio clínico y la experiencia en casos análogos.
3. El contexto familiar y social inmediato.
4. La edad y repertorios del usuario.
5. La información de la literatura especializada.

Cuando todos esos datos «vivos» se encontraban a nuestro


alcance, se planificaban objetivos así como procedimientos de
intervención para alcanzarlos. Sin embargo, persistía el
problema de la recogida de datos sobre dimensiones relevantes
de la conducta, que fueran a la vez importantes para la persona
con discapacidad, así como para el rigor de la intervención
profesional. Este ejercicio requería tiempo, esfuerzo -no siempre
recompensado de acuerdo a lo que se quería obtener- y a
menudo se encontraba a caballo entre la investigación clínica
aplicada y la necesidad de validez social y ecológica de los
resultados.
A lo anteriormente expuesto, hay que unir que el volumen
de usuarios se encontraba en el centenar, que los recursos
personales y económicos eran escasos, pero era necesario ser
ecuánime y maximizar las intervenciones. La información era
vital organizarla de tal modo que nos ayudara a tomar las
decisiones sobre nuevos objetivos, replanteamiento o
eliminación de algunos de los existentes, potenciar el
mantenimiento y generalización de los ya adquiridos, y al
mismo tiempo, impulsar a los usuarios a nuevos emplazamientos
y ubicaciones más integradoras. Todo ello sin que la
intervención "especializada" llegara a ser más un límite que un
apoyo para la normalización de las condiciones de vida de las
personas con discapacidad.
Imagino que este panorama es común en muchas
asociaciones, centros o servicios; en nuestro caso, ya habíamos
recurrido, para un posible alivio, a la informática estando
conformada una aplicación que, aunque no solventaba los
principales problemas, sí que aligeraba algo el trabajo
clasificador y de agrupación de usuarios. Hubo, incluso, un
intento de informatizar una mezcla de varias escalas y listas de
comprobación para facilitar el trabajo y estandarizar algo más
tanto la observación como las intervenciones.
En esta situación es cuando conocimos el ICAP y
comenzamos a introducirlo progresivamente, en un primer
momento, como un elemento más a tener en cuenta -fue un
proceso lento-, y posteriormente como pivote del sistema de
información, evaluación y seguimiento de los usuarios. Aún nos
encontramos en este proceso.
Es en este contexto en el que se produce el trabajo de
validación del ICAP en la Comunidad Autónoma Vasca
(Montero, 1993; Bruininks y otros, 1993), y la presentación del
programa para corrección, generación de informes y base de
datos: el COMPUSCORE para Pc (Hill y otros, 1993). En estos
momentos, nos encontramos aplicando el protocolo de
actualización con la versión en español, a partir de la
previamente introducida en inglés.

Reflexiones a cerca de la aplicación del ICAP

Los informes de investigación pretenden y deben ser la


base de datos científica de la que se desprendan las mejores
prácticas. Estos mismos artículos deberían conformar la vía de
información que guíe los esfuerzos de las personas que están
implicadas más directamente con la realidad, en la puesta en
práctica de los procedimientos más prometedores.
Paralelamente, el método experimental también se usa en dos
sentidos uno, para comprobar hipótesis de intervención en
estudios donde la prioridad es investigar, y dos, como modelo de
evaluación de la aplicación de prácticas recomendadas en
ubicaciones más naturales (Meyer y Evans, 1993). Esta
polémica viene de antiguo y no es nuestra pretensión argüir en
aras de su compatibilidad o no.
Creo que nadie debería atreverse a poner en tabla de juicio
que es necesario tomar datos de forma coherente, en ordena
documentar lo que sucede y a partir de ahí poder identificar las
variables responsables de los hechos, con el fin de predecirlos y
controlarlos en la dirección adecuada. El problema con el que
nos encontramos los profesionales que estamos directamente
inmersos en la práctica es que, incluso partiendo de un claro
posicionamiento empírico, estamos impedidos a intervenir con
una realidad que tiene múltiples facetas y dimensiones.
El trabajo con y para personas con discapacidad ha sido y
continúa siendo de "amplio espectro". La información que se
precisa recoger para tomar decisiones está muy difuminada. O es
muy extensa -¿hasta qué nivel de observación y de medición?-,
o variada en sus fuentes -la propia persona, padres,
profesionales, Administración...-, o bien cualitativamente
distinta -social, médica, psicológica, laboral, etc.-
Frecuentemente ocurre que en la conclusión de este
proceso se acaba tomando una decisión muy parcial, que sirve
para asignar, o ubicaciones ("encajar" a una persona en una
tipología predeterminada de servicios o centros) o programas
específicos (lenguaje, fisioterapia, orientación, trabajo, unidad
de día, centro ocupacional). Muchos de los datos recogidos no se
han utilizado al final del camino que conduce a las decisiones y
acaba siendo el criterio clínico y/o el sentido común el que
decide.
El ICAP, desde nuestro particular punto de vista, aporta
racionalidad en este esquema, ya que es un instrumento abierto y
tolerante. Puede usarse conjuntamente con otros, aportando una
gran riqueza de información. Es decir, no restringe la libertad
del profesional en usar cuantos otros elementos de juicio
considere necesarios para adoptar decisiones o justificar su
actuación. Otra cuestión es el tiempo necesario para recopilar
datos y decidir, así como los medios humanos y materiales
necesarios. Esto es, la viabilidad de un sistema de información
para la toma de decisiones, desde la perspectiva del coste-
beneficio. En este sentido, la relativa brevedad en la aplicación
del ICAP se convierte en uno de sus mayores alicientes.
El ICAP, en nuestra práctica, se ha convertido en el eje
central de la recogida de datos, y alrededor de él pivotan los
demás.
El ICAP recoge cuatro grandes bloques de datos que son
complementarios:
1. Datos de identificación, información descriptiva, categoría
diagnostica, limitaciones funcionales y asistencia necesaria
(secciones A, B y C).
2. Conducta adaptativa y problemas de conducta (secciones D y
E).
3. Juicio sobre la ubicación actual y transición o ubicación
futura (secciones F, G, H e l).
4. Información general y recomendaciones (sección J).
El ICAP no es un test más, o al menos su uso no tiene por
qué limitarse a las aplicaciones típicas de un test. Una vez que
conocemos datos básicos del individuo (A, B. y C), se valora su
conducta adaptativa y problemas de conducta (D y E). Hasta ahí
se han tomado casi cien datos de al menos quinientos puntos.
Con dicha información, el instrumento exige al profesional que
ubique o determine dónde se encuentra una persona en estos
momentos: alternativa residencial, servicio de día, qué otros
servicios de apoyo recibe y sus actividades sociales y de ocio. Si
el objetivo es ubicar a una persona en un servicio o centro, hasta
aquí ya se ha conseguido bastante. Dependerá de la misión de la
asociación, centro o servicio el continuar dándole utilidad a los
datos recogidos y a las decisiones tomadas. No es lo mismo
centrarse en el usuario-cliente y sus necesidades de apoyo, que
en las necesidades de la organización, esto es, de los medios y
recursos.
Hasta este momento el ICAP va funcionando como un
instrumento de propósito general y abierto, pero estándar,
reduciendo lo arbitrario y delimitando lo subjetivo.
Pero no se detiene aquí. Una vez que se ha especificado la
ubicación actual, el ICAP solicita que se realice otro juicio de
valor acerca de la idoneidad de tales ubicaciones, y que se opte,
a dos años vista, sobre dónde debe ubicarse o qué servicios debe
recibir la persona valorada. Esta es una opción de valor clara que
rápidamente cuestiona al profesional con la siguiente pregunta:
¿para quién se trabaja? Dependiendo de cuál sea la respuesta, los
esfuerzos se dirigirán en uno u otro sentido.
El ICAP, por tanto, además de racionalidad, énfasis en
información de relieve, estandarización y reducción de lo
arbitrario, está claramente comprometido con la transición,
considerando ésta, tanto como principio para trabajar con
personas con discapacidad (opción de valor) como en cuanto a
procedimientos eficaces para alcanzar la misión, explícita o
implícita, de la asociación, centro o servicio. Pero, además,
exige que esta decisión se tome cuando hay datos en tiempo real
sobre aspectos relevantes de la persona y del entorno. Es a este
el sentido al que nos referimos, cuando afirmábamos que el
ICAP delimita lo subjetivo y reduce en -gran medida lo
arbitrario. Las decisiones han de ser motivadas y dicha
responsabilidad es ineludible. Desde esta perspectiva, el ICAP
incorpora una visión de sistemas de servicios muy centrados en
la persona y basados en la comunidad. Estos son aspectos que la
literatura considera como ejes centrales de la preparación y la
asistencia a las personas con severas discapacidades a la hora de
llevar a cabo, por ejemplo, la transición de la escuela a la
comunidad, al empleo o para dar el soporte adecuado a la
familia (Halloran, 1993; Wehman, 1992).
Así, cuando se llega a la sección J, sobre información
general y recomendaciones, tanto de la persona como del
servicio, se completa un círculo de recogida de datos orientado
para la toma de decisiones, dirigidos a su vez según la opción de
valor y el objetivo desde el que y para el que se trabaje.

Protocolo de recogida y actualización de datos

La sencillez y rapidez que el ICAP muestra en la recogida


de datos relevantes se ve potenciada por el programa de
ordenador (COMPUSCORE, Hill y otros, 1993). Desde nuestra
experiencia, y máxime cuando se manejan datos de varias
personas, por ejemplo: más de diez, para que el sistema no se
quede en una "foto fija", es necesario aplicar un protocolo de
revisión y actualización de datos. La idea es que no se quede una
decisión importante sin tomar porque primero haya que pasar el
ICAP. El instrumento no puede ser una restricción al trabajo
directo con las personas con discapacidad aunque, al mismo
tiempo, es deseable que pueda funcionar, lo más rigurosamente
posible, como una especie de "termómetro", tanto de la persona
y su entorno como de la organización.
El protocolo que se presenta en la Figura 2, y que
describiremos a continuación, no tiene por qué ser el mismo
para cada centro, servicio o profesional. Como ejemplo,
aportamos el que estamos utilizando en ASPANDEM, con la
única pretensión de mantener actualizada toda la base de datos
que permite el COMPUSCORE, así como las decisiones que se
tomen con su ayuda.
Puede verse en la parte superior de la Figura 2, cómo a
través de criterios de tipo médico, familiar, educativo, social,
psicológico u otros, o bien en un proceso de detección más
sistemático, se identifica a un usuario o cliente potencial En el
caso de centros o servicios de atención a personas con
discapacidad, el cliente ya está identificado.
De ahí se pasa a la primera valoración de la persona mediante el
ICAP, se obtiene el informe individual y se archiva en el
expediente. A partir de este momento, se debe responder a la
siguiente pregunta: ¿presenta déficits y/o excesos?, teniendo en
cuenta la puntuación en conducta adaptativa, problemas de
conducta y el Nivel de Servicio (Puntuación de Servicio).
Si la respuesta es NO, la cuestión deriva hacia otro lugar
por ejemplo: pudo haber una identificación errónea, la
"visibilidad" de la alteración pudo estar en quien lo remitió, son
necesarias más pruebas, etc. Por consiguiente, la línea de flujo
asociada al NO, que parte de: ¿presenta déficits y/p excesos?,
teniendo en cuenta conductas adaptativas, repertorios
desadaptativos y Puntuación de Servicio, en la parte superior de
la Figura 2, no conecta con ningún recuadro.
Si al completar el ICAP la respuesta es SI, teniendo en
cuenta datos resultantes del Perfil de Implicaciones Instructivas,
el análisis del entorno actual y el de futuro, otras informaciones
y pruebas, al experiencia del profesional o personas que
intervienen, el análisis del contexto socio-familiar de la persona,
y cuanta otra información se considere de interés, se procede a
realizar las recomendaciones individuales, que han de llevar a
una programación individual.

Protocolo de recogida y actualización de datos ICAP

Hay que cerciorarse que no exista discrepancia entre el


nivel de observación y el de medición, y que la programación
esté encaminada a la determinación de las necesidades de apoyo
y de acceso a oportunidades, según la edad y entorno familiar,
social y cultural.
El siguiente paso es la puesta en práctica de las
recomendaciones y el programa, articulando las medidas
oportunas de supervisión y control (en la parte central de la
Figura 2). Durante su desarrollo, y en orden a actualizar la
información según las necesidades de la persona, hay que tener
presentes dos interrogantes.
El primero de ellos: ¿hay cambios notorios según el
personal de atención directa, familia, amigos u otros? Si la
respuesta es NO hay que resolver la siguientes cuestión: ¿Ha
pasado el criterio temporal? El período para considerar que ha
pasado o no el criterio temporal depende del centro o servicio.
Nosotros, hemos establecido un año a partir del momento en el
que la persona está incluida en la base de datos del ICAP, pero
muy bien pudiera adoptarse cualquier otro. Si la respuesta a la
última pregunta continúa siendo NO, sólo resta esperar a que el
criterio temporal se cumpla.
El segundo interrogante debe responderse cuando Si hay
cambios notorios, o cuando ya se ha sobrepasado el criterio
temporal (transcurrido un año, por ejemplo). La cuestión ahora
es: ¿el cambio afecta a las secciones de conducta adaptativa y/o
de problemas de conducta? Si la respuesta es NO, quiere decir
que ha habido cambios en otras secciones del ICAP, como son
las limitaciones funcionales, datos de identificación o
ubicaciones distintas a las recogidas en el primer ICAP. En este
caso, se entra en la opción EDITAR del menú del programa
COMPUSCORE (que mantiene los datos de conducta adaptativa
y de problemas de conducta), se imprime un nuevo informe
individual y se archiva en el expediente, continuándose a la
espera de que se cumpla el criterio temporal.
Si a la pregunta anterior la respuesta es SI, quiere decir
que ha habido cambios notorios en conducta adaptativa y/o
problemas de conducta. En este caso se completan de nuevo
estas secciones, que luego se utilizan para actualizar la base de
datos, mediante la opción AÑADIR del menú del programa
(COMPUSCORE). Este proceso debe llevar a un
replanteamiento de las recomendaciones y la programación
individual.
La opción AÑADIR requiere, por tanto, una segunda
evaluación en conducta adaptativa y problemas de conducta que
debe llevarse a cabo, igualmente, una vez cumplido el criterio
temporal. En el momento en el que se imprima este segundo
informe individual, el programa acumulará datos de gran interés
para hacer análisis comparativo individual y por áreas. O lo que
es lo mismo, permite conocer si ha habido retroceso,
mantenimiento o avance, así como su cuantificación.
La pretensión del protocolo es transformar una valoración
estática -de foto fija- en datos lo más cercanos posibles al
tiempo real, a través de sucesivas evaluaciones, tanto del grado
de competencia social alcanzado como de la necesidad de
servicios si a ello añadimos la posibilidad de explotar los datos a
través de la salida en código ASCII, la potencia del sistema se
multiplica, pudiendo ser adaptado acorde con las necesidades de
planificación u objetivos de la instancia que lo utilice.
Actualmente el ICAP es el principal elemento de referencia en
ASPANDEM en la valoración y evaluación de usuarios. En
nuestra base de datos hay 235 usuarios, pero existen referencias
de 500, y el universo global es de 900. Además de la valoración
inicial y el seguimiento longitudinal de cada individuo, se usa
para comparar secciones de grupos de usuarios dentro de
servicios (por ejemplo, dentro del centro de día o de los centros
ocupacionales, o servicios entre sí, como puedan ser los usuarios
de CAMP y de pisos, o centros entre sí.). También es un
elemento de vital importancia en el Proyecto de Empleo con
Soporte, en la fase de selección de la población real, según la
Puntuación de Servicio, como control concurrente a la
habilitación en situación de trabajo en entornos ordinarios, y
para el seguimiento.
Cabe resaltar una aplicación del ICAP, que con un
adecuado sistema para indexar, puede ayudar a responder a
preguntas del tipo: ¿qué sucedería si agrupáramos a X grupo de
personas con discapacidad? Esto es, permite un uso como
instrumento para la simulación de situaciones. A la hora de
planificar nuevas experiencias normalizadoras (servicios
sustitutivos, pisos de respiro o tutelados, etc.), o de realizar
agrupaciones de usuarios, posibilita la simulación del peso
específico de los repertorios adaptativos, desadaptativos y de la
intensidad de atención requerida (Nivel de Servicio). Esto puede
combinarse con los recursos humanos y económicos disponibles.
Por último, decir que estamos intentando extender el
empleo del ICAP en el ámbito de la Unión Europea a través de
las visitas de estudio dentro del Programa HELIOS II
(Transición) y la iniciativa comunitaria HORIZON. El objetivo
es el de crear un lenguaje común, con la consecuente facilitación
de la comunicación entre participantes y el contraste de
experiencias entre instituciones de diferentes países.

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