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Dos paradojas de la iglesia de Éfeso:

(Apoc 2:1-7)

Conozco tus obras,

tu duro trabajo y tu perseverancia.

Sé que no puedes soportar a los malvados,

y que has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles

pero no lo son,

y has descubierto que son falsos.

Has perseverado y sufrido por mi nombre,

sin desanimarte.

Sin embargo, tengo en tu contra

que has abandonado tu primer amor...

Pero tienes a tu favor que aborreces las prácticas de los


nicolaítas,

las cuales yo también aborrezco.

Entre los muchos detalles fascinantes del mensaje de Jesús a la iglesia de Éfeso, y las
muchas lecciones que nos enseña, dos paradojas sorprendentes me llaman
poderosamente la atención.

(1) El diagnóstico de esta congregación es impresionante: trabajo arduo, rigor doctrinal


y perseverancia bajo persecución. Pero si ellos habían perdido el primer amor, ¿cómo
podía ser una iglesia tan ejemplar? ¿Qué les movía a tanto sacrificio y tanto servicio al
Señor?
No sabemos cuál fue el amor que perdieron los efesios (¿amor a Dios, al prójimo u
otro? ¿Sentimientos de afecto o la praxis, amor en acción?) pero la descripción de la
congregación efesia nos permite suponer que seguían con sus cultos, leían la Palabra,
cantaban himnos y evangelizaban. Tal vez habían caído en un activismo de rutinas
religiosas.

De las siete congregaciones de Asia Menor, la de Éfeso era la única que fue fundada
por Pablo mismo (Hch 19). Con gran celo y amor (Hch 20) ellos evangelizaron la
provincia asiática y fundaron las otras iglesias. Pero ya habían pasado varias décadas
y ese "primer amor" ya era "amor de segunda generación". No era igual, pero sí era
suficiente para motivar los méritos que Cristo les reconoce.

Podría ser un caso de "complejo de iglesia madre", celosa de su control y orgullosa del
éxito de su proyecto. Cuentan que cuando alguien preguntó a un pastor bautista cómo
iba su iglesia, contestó "no muy bien, pero gracias a Dios la iglesia metodista está
peor". La rivalidad y la competencia pueden engendrar una idolatría del éxito
(exitolatría) que podría haber motivado las virtudes de la congregación efesia.

Unos veinte años después San Ignacio, en su carta a la iglesia de Éfeso, les felicita
por su amor sincero. Parece que aceptaron la exhortación y se arrepintieron.

(2) Si Cristo la declara una iglesia caída y los exhorta a arrepentirse, so pena de
perder su candelabro, todo por haber perdido el primer amor (2:5), ¿cómo es posible
que a continuación les felicita no por algo relacionado con el amor que les hubiera
quedado, sino que les felicita más bien por aborrecer algo, concretamente la doctrina y
las obras de los nicolaítas (2:6,14-15)? ¿Cómo pudo Jesús reprenderlos por su falta
de amor y en seguida felicitarlos por su "odio" (gr. miseô)? A fin de cuentas, ¿qué
significan "amar" y "aborrecer"?

Es evidente -- y muy sorprendente -- que Jesús no ve este odio[1] contra el


nicolaitismo como una prueba más de que los efesios habían perdido el primer amor;
al contrario, lo ve como algo bueno que no perdieron cuando abandonaron el primer
amor. Con agregar "las que yo también aborrezco", Jesús aprueba y endosa ese
odio. Se trata de odiar con Cristo, lo que él odia, como él odia. Como actitud y acción,
no puede ser una rabia odiosa ni una cólera desenfrenada o un resentimiento
amargado, pero tampoco es un simple desacuerdo pasivo. Creo que puede
entenderse como un repudio vehemente, expresado en palabras y acciones.
Corresponde a la función de denuncia de la vocación profética.
Los evangelios nos muestran cómo sería "odiar como Jesús". San Marcos cuenta dos
veces que Jesús se enojó, una vez con los fariseos (Mr 3:5) y otra vez con los mismos
discípulos (Mr 10:14). A menudo sus acciones y palabras eran fuertes y hasta
ofensivas e hirientes.[2] Con los fariseos agotó el vocabulario de insultos (Mat 23;
16:3-4), a Pedro lo llamó Satanás (Mt 16.23) y a los discípulos "torpes" (NVI;
"insensatos" RVR). Pero ante las acusaciones falsas en su propio juicio, cuando tenía
todo el derecho de defenderse, no abrió la boca (Mt 26:62-63; Mr 14:61). Encendido
por el celo de la casa de su Padre (Jn 2:17), actuó con energía profética, pero a la
hora de defenderse ante sus acusadores, calló. Jesús supo enojarse, pero también
supo callarse y supo perdonar.

Nuestro concepto moderno de "amor" como ausencia de conflicto y confrontación,


difiere marcadamente de la dialéctica bíblica de amor y odio (ira, enojo) divinos,
humanos y cristianos. En el pensamiento bíblico, el odio de Dios es otra expresión de
su amor, como el Dios del amor que aborrece y el Dios del odio que ama. Según las
escrituras, Dios ama la justicia y el bien, y precisamente por eso odia la injusticia y el
mal. Veamos:

Textos sobre el odio y el enojo de Dios:

Dt 7:25-26 Dios aborrece la idolatría y nos manda aborrecerla también

Sal 5:5 Dios aborrece a todos los que hacen maldad (cf. Sal 11:5,7)

Prv 6:16 Seis cosas que Dios odia (la altivez, derramamiento de sangre, etc.)

Zac 8:17 Aborrezco [dice Dios] la mentira, malicia, maldad, trampas, falso testimonio

Sal 97:10 Dios ama a los que aborrecen el mal

Dios nos manda odiar lo que él odia:

Am 5:15 ¡Odien el mal y amen el bien! Hagan que impere la justicia en los tribunales...

Prv 8:13 Quien teme a Yahvé aborrece lo malo (orgullo, arrogancia, mala conducta,
lenguaje perverso)

Prv 13:5 el justo aborrece la palabra de mentira.

Rom 12:9 Aborrezcan el mal, aférrense al bien.

Miq 3:2 Ustedes odian el bien y aman el mal.


David como ejemplo del amor que odia:

Sal 45:7 Tú (David) amas la justicia y odias la maldad; por eso Dios te escogió.

Sal 119:113 Aborrezco a los hipócritas, pero amo tu ley.

Sal 119:162-3 Aborrezco y repudio la falsedad, pero amo tu ley.

Sal 139:21 ¿Acaso no aborrezco, Yahvé, a los que te odian, y abomino a los que te
rechazan?

Estos desafiantes textos bíblicos de ninguna manera justifican el "odio" en el sentido


moderno, pero sí cuestionan la fuerza del amor que profesamos y la integridad de
nuestro compromiso con el reino de Dios y con el evangelio. Es cuestión de un amor
integral, lo que Camilo Torres llamaba "amor eficaz". Entonces estaremos en primera
fila entre "los indignados" al lado de nuestro Dios y nuestro Salvador Jesús, los
primeros indignados.

En gran parte de las iglesias evangélicas de América Latina, especialmente las mega-
iglesias, está prohibido cuestionar lo que diga el pastor, y aún peor si éste se cree
"apóstol" o "profeta". Es una especie de mordaza, de censura del derecho de
"examinarlo todo". Eso permite nacer y crecer como cizaña toda clase de especulación
y hasta herejías disfrazadas de profundas "verdades" nunca antes sospechadas. Esta
acriticidad, especialmente en asuntos de exégesis bíblica e interpretación teológica, es
una verdadera plaga en la iglesia contemporánea.

Por otro lado, y también en parte por esa misma situación que prohíbe la sana crítica,
brota por algún otro lado la crítica malsana e irresponsable que ha arruinado muchas
congregaciones y el ministerio de muchos pastores y pastoras. La iglesia está entre
dos plagas, la acriticidad sumisa y la criticonería mal intencionada. Ambas son
peligrosas. ¡Qué Dios nos agarre confesados!

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