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PROBLEMAS y PERSPECTIVAS
El cardenal Bea hizo notar que estaban cayendo de nuevo en los esquemas de los tratados
de propedéutica bíblica, Era necesario un punto de partida distinto. Liberado de las viejas
ataduras académicas y de la terminología filosófica, el documento conciliar tiende nuevos
puentes: la inspiración se comprende a la luz de una teología de la Palabra de Dios; su ámbito
natural es el de la revelación; se recupera el lugar central del Espíritu
Santo y se subraya el carácter de verdaderos autores, en sentido escrito, de los hagiógrafos.
En segundo lugar, porque el problema de la "inerrancia", que tanto había condicionado a los
teólogos entre los dos concilios vaticanos, se planteó de forma autónoma. Su nueva
comprensión supone un doble desplazamiento, tanto lingüístico como teológico. Por una
parte, ya no se habla de "inerrancia bíblica", sino de "verdad salvífica"; por otra, la verdad
de las Escritura es una cuestión que afecta al canon de la Biblia y a su interpretación. Como
texto normativo y referente de una comunidad de fe, la Biblia presenta la lista de los libros
en los que se encuentra ese "canon de la verdad".
No podemos obviar que el problema de la verdad de los textos sagrados interfiere
directamente en la hermenéutica, pues no sólo nos ocupa el sentido de un texto en su
contexto original, sino en su sentido para el creyente de hoy. La preocupación de la
apologética por la inspiración concebida como un "carisma para evitar el error" perdía
todo su interés. La verdad en la Biblia es una consecuencia de la inspiración bíblica y no la
forma de explicar la inerrancia de la Escritura.
Diez años más tarde plantea su tesis con un título provocador: El fin de la inspiración (1974).
Es la obra más radical del postconcilio en este tema. Tampoco esta vez emplea el método
teológico, sino el histórico, tratando de descubrir cómo se llegó al concepto moderno de
inspiración y llegando a la conclusión de que la trama "inspiración-inerrancia-autoridad-
infalibilidad" se ha venido abajo con el Vaticano II. El libro parte de un concepto de
inspiración ('carisma que evita el error de la Escritura") que no es el de la Dei Verbum. Su
tesis tiene razón si entendemos "el fin de la inspiración" como fin de la concepción del
Vaticano 1, pero no si entendemos que es el fin de la autoridad de la Escritura, Esta autoridad
le viene por su misma constitución y es condición ineludible de la Palabra de Dios, antes que
una conceptualización teológica con base en distintas filosofías.
Como salida propone dos caminos: por una parte, trabajar la analogía de la inspiración
bíblica con la inspiración artística; por otra, propone el concepto de "presencialización de
Dios": Dios entra en contacto con su pueblo, dentro del marco de la historia salvífica. La
Escritura no sólo "informa", sino que, por la inspiración, Dios se hace "presente" en su
palabra; existe una conexión entre la presencia de Dios en la Escritura y su prolongación en
la actualidad por la acción del Espíritu Santo.
La autoridad de la Biblia nace de ella misma, en cuanto que es Palabra de Dios en lenguaje
humano. La Biblia no es sólo un texto relevante para un grupo humano, sino que encierra lo
que podemos llamar el "misterio de la Escritura". Por ser "misterio" nos lleva a Dios, nos
abre a la trascendencia de los textos que contiene; por ser "escritura" tiene una ineludible
dimensión inmanente, está sujeta a las normas literarias, a las tradiciones culturales y a las
leyes de la historia. Si contemplamos la Biblia como Palabra de salvación del Dios que se
nos comunica, que sale a nuestro encuentro (revelación), nos acercamos al misterio de su
naturaleza y de su autoridad (inspiración) y de su normatividad para una comunidad (canon).