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VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES

Estos datos, por primera vez extraídos de las propias víctimas y no de las estadísticas de las
autoridades judiciales, son parte de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (Ends
2015), presentada esta semana por el Ministerio de Salud y Profamilia, y la cual analizó
44.614 hogares y más de 80.000 personas en el territorio nacional.
La Ends, que, en armonía con la Ley 1257 del 2008, estudió los niveles de presencia de los
cuatro tipos de agresiones (física, psicológica, económica y sexual) que configuran
conceptualmente la violencia de género, permite inferir que este fenómeno tiene una
dispersión estadística muy baja, por lo que se presenta con igual intensidad en todas las
regiones y estratos de la sociedad; condición que, en opinión de los expertos, lo erige
como un problema de salud pública.

Es de anotar que si bien la violencia psicológica es la menos reconocida en el imaginario


general, en el informe es la más reportada tanto por hombres como por mujeres, seguida
por la violencia física, la económica y, por último, la sexual.

De hecho, las descalificaciones permanentes, la subvaloración, las amenazas de


abandono, los celos y hasta la intimidación con armas de fuego, entre otras, son quejas
casi permanentes en las dos terceras partes de la población, sin que se desencadenen
acciones proporcionales orientadas a atenuarlas. En otras palabras, la violencia psicológica
es algo que, al parecer, la gente acepta y tolera en silencio.
(También: ¿En qué temas se lograron avances en los últimos cinco años?)
Ellas, las más golpeadas
Una mirada a los reportes de violencia física en la Ends ratifica que las mujeres son las más
afectadas; tanto que una de cada tres ha sido víctima de golpes por parte de su pareja o
expareja, tendencia que aumenta con la edad y con la baja escolaridad, y que en el 4 por
ciento de los casos llega a configurar el franco intento de homicidio.

Llama la atención que, al lado de estos reportes de golpes en su contra, las mujeres
reconocen que utilizan la violencia física para castigar a sus hijos e hijastros. El informe dice
que una de cada cuatro los golpea con objetos y el 14 por ciento recurre a las palmadas, a
lo que hay que sumar que en el ámbito familiar, sus parejas (hombres) también les pegan a
los niños con objetos y les dan palmadas (un 18 por ciento y un 10 por ciento,
respectivamente), con lo que se cierra un peligroso círculo de violencia intrafamiliar.
Al detenerse en los hallazgos, en los que 3 de cada 10 hombres manifiestan haber vivido
algún tipo de violencia física, el psiquiatra Luis Jaramillo, profesor de la Universidad
Nacional y experto en el tema, indica que aunque esta conducta dentro de la familia podría
reproducirse por imitación de lo visto en casa (modelamiento), este mecanismo no es tan
simple y directo.

“Los factores que modulan este modelo violento son múltiples y complejos. Van desde el
tipo de autoridad que se ejerce entre los miembros de la familia, la escuela, el trabajo, los
vecinos y la misma calle; son conflictos que se pueden trasladar a las casas”, explica
Jaramillo.
(Además: 'Este sigue siendo un grave problema de salud pública')
Dependencia económica

En este contexto de múltiples causas de la violencia de género, Rodrigo Córdoba,


presidente de la Asociación de Siquiatras de América Latina, señala que “la dependencia o
independencia económica en una relación de pareja puede generar tensiones que
desembocan en agresiones de todo tipo”. Y agrega que, al analizar los datos de la Ends,
encuentra que la tercera parte de las mujeres y la cuarta de los hombres se quejan de
recibir maltratos por esta causa.

“Para muchos hombres, la independencia económica de las mujeres es una amenaza a su


autoridad; de ahí que tiendan a oponerse a que ellas trabajen, estudien y que de paso se
relacionen con otras personas”, insiste Jaramillo.

Sin embargo, sostiene el especialista, cuando las mujeres dependen completamente de sus
parejas son subvaloradas y humilladas en permanente sumisión y silencio, sobre todo en los
estratos bajos, una estadística que coincide plenamente con lo hallado en la Ends.

En ese capítulo se encontró que tanto mujeres como hombres reportaron haber sido
víctimas de violencia económica, expresada en agresiones como vigilar el dinero que gasta
la pareja, amenazar con quitarle apoyo, prohibirle trabajar, aprovecharse de la plata o
adueñarse de los bienes y propiedades ajenas.
Pero donde se aprecia el mayor desequilibrio en el ejercicio del poder entre hombres y
mujeres es en la violencia sexual. Aunque ha disminuido un poco con respecto a los
hallazgos de la encuesta del 2010, sus efectos fatales hacen que el 7,6 por ciento de
mujeres víctimas de este tipo de constreñimientos y el 20 por ciento que han sufrido algún
tipo de acoso sexual registrados por la Ends sean vistos con preocupación.
Para Córdoba, estas actuaciones son una muestra lamentable de ese machismo que cosifica
a la mujer, con unos peligrosos visos de tolerancia. Este argumento se confirma al
comprobarse que el 80 por ciento de este y los otros tipos de violencia de género no se
denuncian y que cuando se hace, solo uno de cada cinco agresores es sancionado y el 30
por ciento de los victimarios ni siquiera se presentan a responder las denuncias.
Creencias que reproducen violencia
El preocupante panorama se refuerza con imaginarios que legitiman y perpetúan la
violencia contra las mujeres. En la Ends se encontró que el 39,4 por ciento de las mujeres y
el 41,3 por ciento de los hombres están de acuerdo con que “los hombres de verdad son
capaces de controlar a sus parejas” y que el 36,5 por ciento de ellas y más de la mitad de
los hombres piensan que “una buena esposa obedece a su esposo siempre”.

Eso se confirma cuando la mitad de los hombres y la tercera parte de las mujeres coinciden
en que ellos deben ser siempre la cabeza del hogar; y cuando las dos terceras partes de
hombres y mujeres en la muestra manifiestan que ellos necesitan una mujer en casa
porque así garantizan que en los núcleos familiares se reduzcan los problemas.

El apoyo mayoritario a frases como que los hombres siempre están listos para tener sexo y
que ellos necesitan más sexo que ellas refuerza los imaginarios de subvaloración de las
mujeres, según la Ends.

Pero quizás lo más dramático es que el 60 por ciento de hombres y mujeres creen que “las
mujeres que siguen con sus parejas después de ser golpeadas es porque les gusta”.

En ese sentido, dice Córdoba, es hora de que la sociedad en general tome en serio estos
resultados y los analice como causa y consecuencia de muchos problemas que enfrenta el
país, para que de manera urgente se empiecen a proyectar procesos de intervención bajo
una visión de futuro. “Solamente ahí empieza la verdadera paz del país”, remata.

‘El conflicto ha enmascarado esta violencia’


El antropólogo e investigador Carlos Alberto Uribe, profesor titular de la Universidad de los
Andes, dice que el conflicto armado, la violencia política y el terrorismo de todos los
pelambres, entre otros tipos de violencia, han ocultado estas formas de antagonismo
contra el tejido social, entre las que la violencia de género se presenta como un problema
grave.

Asegura que las familias con ejes verticales y unidireccionales de autoridad paterna o
materna –que promueven la subvaloración de sus integrantes, principalmente de la mujer,
y en donde los golpes, el chantaje y las agresiones sexuales son frecuentes– se convierten
en núcleos de aprobación velada de todos los tipos de violencia.

El problema, dice Uribe, es que estas características son las que se presentan, muchas
veces, en las familias que la sociedad proyecta como ideales y amparadas en valores de
corte moral y religioso; a lo que se suma una sociedad con precarios vínculos de
solidaridad, con afianzados conceptos sobre “valores” como hombría, honor y orgullo, que
en ocasiones son reforzados por los sistemas formales de educación.

Como experto considera necesario proveer de elementos a toda la comunidad en un


proceso de transformación de valores (transvaloración) en el que desde las familias se
promueva la no tolerancia a todas las formas de agresión, y que en la calle se eliminen las
formas de discriminación y se diluyan del imaginario colectivo las “víctimas propiciatorias”.

Insiste en que hay que entender que la rabia, el resentimiento, la inequidad social y los
abusos del poder se expresan de manera violenta, por lo que hay que ir a sus
determinantes y atenuarlos.

“Urge moderar el lenguaje del debate político y valorar que la sociedad está cambiando,
para procurar atenuar estos tipos de violencia, sin desconocer que esto puede tardar varias
generaciones”, dice, mientras asegura que “no todo está perdido”.

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