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LA REBELIÓN DE ESPARTACO

LA REBELIÓN DE ESPARTACO
Juan Luis Posadas
© Juan Luis Posadas, 2012

© Imagen de cubierta: Escultura de Espartaco, gladiador y líder de la revuelta


de esclavos del 73-71 a.C., Denis Foyatier, Museo del Louvre, París, Photoaisa
© De la cubierta: Ramiro Domínguez Hernanz, 2012

© Sílex® ediciones S.L., 2012


C/ Alcalá, n.º 202. 1º C. 28028 Madrid
www.silexediciones.com
silex@silexediciones.com

ISBN: 978-84-7737-586-9
e-ISBN: 978-84-7737-587-6
Depósito Legal: M- -2012

Colección: Serie Historia Antigua


Dirección editorial: Ramiro Domínguez Hernán
Coordinación editorial: Cristina Pineda y Ángela Gutiérrez
Fotomecánica: Preyfot S.L.
Impreso en España por: Elece, Industria Gráfica, S.L.
(Printed in Spain)

“Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación


pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con
la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la Ley.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,
www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento
de esta obra”.
5
CoNTENiDo

INTRoDuccióN........................................................
11
CApíTuLo pRiMERo

EL coNTEXTo .......................................................
15
LAs pRopuEsTAs DE ciuDADANíA DE Los GRAcos .....................
18
LAs REBELioNEs DE EscLAvos EN SiciLiA E ITALiA DEL suR ...
21
LA guERRA DE Los ALiADos ..........................................................
26
LA guERRA civiL y LA DicTADuRA DE SiLA ................................
33
LA épocA posTsiLANA......................................................................
39
CApíTuLo sEguNDo

LAs FuENTEs y Los pRoTAgoNisTAs ....................


43
LAs FuENTEs EscRiTAs.....................................................................
44
LAs FuENTEs ARQuEoLógicAs ......................................................
58
Los pRoTAgoNisTAs: EspARTAco y CRAso..................................
62
CApíTuLo TERcERo

EL coMiENzo DE LA REBELióN ............................


81
LA HuiDA DE CApuA .....................................................................
81
EL V Es uBio ......................................................................................
85
LA LucHA coNTRA Los pREToREs ................................................
93
CApíTuLo cuARTo

LA LARgA MARcHA poR ITALiA ............................


111
LA LucHA coNTRA Los cóNsuLEs ..............................................
111

6
EpíLoGo ....................................................................

181
ReperTorio De TeXTos
(por orDeN croNoLóGico)........................................

187
SiGLo i a.C.........................................................................................
187
SiGLo i D.C. ......................................................................................
194
SiGLo ii D.C. .....................................................................................
196
SiGLo iv D.C. ....................................................................................
208
SiGLo v D.C. ......................................................................................
209
BibLioGrafía ...........................................................
213

7
8
Abreviaturas, ediciones y traducciones utilizadas

App. BC: Apiano de Alejandría, Guerras civiles.


Traducción de A. Sánchez Royo, Apiano: Historia
romana, Madrid, Editorial Gredos, vol. II, 1985.
Caes. BG: Gayo Julio César, Guerra de las
Galias. Traducción de J. Calonge-H. Escolar-V.
García Yebra, Julio César: La guerra de las Galias,
Madrid, Gredos, 2010.
Cic. Verr.:, Marco Tulio Cicerón, Verrinas.
Traducción de J. M. Requejo Prieto, M. Tulio
Cicerón: Discursos, Verrinas, 2 vols., Madrid,
Gredos, 2000.
Eut.:, Eutropio, Breviario. Traducción de E.
Falque, Eutropio: Breviario, Madrid, Gredos, 2008.
Flor. Ep.:, Lucio Anneo Floro, Epítome de la
Historia de Tito Livio. Traducción de G. Hinojo
Andrés-I. Moreno Ferrero, Floro: Epítome de la
Historia de Tito Livio, Madrid, Gredos, 2000.
Front. Strat:, Sexto Julio Frontino, Estratagemas.
Traducción propia a partir de la edición de Ch.
Bennet, Loeb Classical Library, 1925.
Liv. Per.:, Tito Livio, Períocas. Traducción de J. A. Vidal Villar,
Tito
9
Juan Luis Posadas
Livio: Períocas-Períocas de Oxirrinco-Fragmentos, Madrid,
Gredos, 1995.
Oros. Hist, Paulo Orosio, Historias. Traducción de
E. Sánchez Sálor, Orosio: Historias, Madrid,
editorial Gredos, 1982.
Plut. Cat. Min: Plutarco de Queronea, Vida de
Catón el menor. Traducción de A. Ranz Romanillos,
Plutarco: Vidas paralelas, Madrid, Iberia, vol. 4,
1979.
Plut. Cras.:, Plutarco de Queronea, Vida de Craso.
Traducción de A. Ledesma, Plutarco: Vidas
paralelas, vol. V, Madrid, Editorial Gredos, 2007.
Plut. Pomp.:, Plutarco de Queronea, Vida de
Pompeyo. Traducción de S. Bueno Morillo, Plutarco:
Vidas paralelas, Madrid, Gredos, vol. 6, 2007.
Sal. Hist.:, Gayo Salustio Crispo, Historias. Edición
y traducción de J. L. Posadas, Gayo Salustio Crispo:
Fragmentos de las Historias, Madrid, Ediciones
Clásicas, 2006.
Suet. Aug.:, Gayo Suetonio Tranquilo, Augusto.
Traducción de R. M.ª Agudo, Suetonio: Vidas de los
doce Césares, vol. I, Madrid, Gredos, 1992.
Vel. Pat.:, Veleyo Patérculo, Historia romana.
Traducción de M. A. Sánchez Manzano, Veleyo
Patérculo: Historia romana, Madrid, Gredos, 2001.

Se han utilizado fugaces referencias a otras obras


de Cicerón, Horacio, Juvenal y otros autores, cuyas
traducciones se citarán en notas a pie de página.

11
12
Introducción

Ad memoriam seruorum
seruarumque

Espartaco La sola mención de este nombre


.

provoca en muchos la idea de libertad, de


arrogancia, de vigor. Los que nos iniciamos en la
Historia Antigua influidos por películas como
Spartacus (Stanley Kubrick, 1960) no podemos
separar la imagen de Espartaco de la de Kirk
Douglas1. El guión de la película, debido a Dalton
Trumbo, un comunista americano represaliado por
McCarthy, y basado en el libro de Howard Fast,
incide en los aspectos “socialistas” del líder de los gla-
diadores. También enfatiza los aspectos militaristas,
casi fascistas, del líder romano Craso (interpretado
por Laurence Olivier),
contrapuesto al líder demócrata “Graco” (Charles
Laughton). Otras aproximaciones actuales en
televisión (Spartacus: blood and sand, 2010), con
Espartaco interpretado por el malogrado actor
Andy Whitfield2, han incidido más en el aspecto romántico de
13
Juan Luis Posadas
la relación de Espartaco con su esposa tracia, en la venganza
contra el lanista Batiato, y en una estética sangrienta y sexual,
discutible pero no del todo inapropiada. A este interés del cine
sobre Espartaco cabría sumar el de la música, con el ballet de
Aram Kachaturian (Espartaco, 1956) y la pintura.

Sobre la película y su utilización didáctica, véase a F. Lillo Redonet, El


1

cine de romanos y su aplicación didáctica, Madrid, Ediciones Clásicas,


1994, pp. 57-65. Lillo critica, sobre todo, las carencias del guión en la
parte de la rebelión, y alaba la reconstrucción de la vida en el Ludus
de Batiato.
Muerto de cáncer en septiembre de 2011, con 39 años. Le sustituye en
2

la segunda temporada de la serie (2012) el actor australiano Liam


McIntyre.

14
También la literatura y la historia se han ocupado de
Espartaco con mayor o menor fortuna: ya hemos
mencionado el libro de Howard Fast, al que habría que
añadir otros como el anterior de Arthur Koestler, y el muy
actual de Max Gallo3. Ahora bien, si las reconstrucciones
históricas pueden ser adecuadas para la pantalla o para la
novela, a la hora de estudiar el “fenómeno Espartaco” es preciso
acudir solo a las fuentes disponibles, que son casi todas textuales
(hay poquísimos restos arqueológicos achacables a esta
rebelión), y casi todas fragmentarias o muy breves (y tardías).
Precisamente, el hecho de haber editado y traducido los
fragmentos de las Historias de Salustio, la fuente histórica más
antigua existente sobre Espartaco4, fue el primer paso para
decidirme a escribir sobre el tracio para Sílex Ediciones.
Desde mi punto de vista, hay que analizar a fondo las fuentes,
sus intencionalidades y puntos de vista sobre Espartaco y
también sobre sus oponentes, los líderes de los optimates de los
años 70 a.C., para obtener de ellas la mayor cantidad de
información coherente posible. Solo así podremos hacernos una
idea real de lo que significó Espartaco para la historia de la
república romana de entonces y para el mito de la lucha por la
libertad de ahora.
La visión protagónica de Espartaco que nos ofrecen las
fuentes, el cine, la literatura o la televisión no es real. Espartaco
no estuvo solo; de haber estado solo, no sabríamos nada de él.
Incluso al principio de la rebelión, a Espartaco le acompañaban,
además de su mujer tracia, más de setenta gladiadores, de los
que conocemos algunos nombres: Crixo, Enomao, Casto y Gánico.
El hecho de que poco tiempo después llegaran a acompañarle
muchos miles de personas, indica tanto su éxito en reunir un
ejército suficiente para derrotar a varios generales romanos,
como su fracaso porque dicho ejército fue insuficiente para
lograr la victoria final. Este libro, pues, no solo versa sobre el
líder de la rebelión, sino también sobre su ejército de
gladiadores, esclavos fugitivos, campesinos pobres, pastores y

15
Juan Luis Posadas
desertores, incluidos los hombres, las
3
H. Fast, Spartacus, Berlín, Dietz, 1956; A.
Koestler, Spartacus, París, Editions d’hier et d’aujourd’hui, 1946; M.
Gallo, Espartaco, la rebelión de los esclavos, Madrid, Alianza
Editorial, 2008.
4
J.L. Posadas, Gayo Salustio Crispo: fragmentos de las Historias,
Madrid, Ediciones Clásicas, 2006.

16
Título

mujeres (combatientes o no), los ancianos y los


niños. Y sobre sus idas y venidas por la bota italiana,
sobre sus victorias, sobre sus saqueos y violencias, y
sobre sus derrotas y supuesto destino final en la
cruz.
En el capítulo de los agradecimientos, quiero
mencionar en primer lugar a Ramiro Domínguez,
director de Sílex Ediciones, y a su equipo de editoras
(Ángela Gutiérrez y Cristina Pineda), por su apoyo, por
sus correcciones y sugerencias. Mi familia (Isabel,
Daniel, Paloma, Paco, Javier y todos los demás) es lo
más importante para mí, y agradezco enormemente
su apoyo en esta aventura de escribir y publicar
libros, tanto por excusar mis ausencias como por
sobrellevar mis presencias.
Deseo agradecer especialmente al investigador
postdoctoral en la Universidad de Trieste, doctor
Miguel Ángel Novillo, experto en la República tardía
y autor de un libro sobre César y Pompeyo en esta
misma editorial5, su lectura del manuscrito
completo y su sugerencia de muchas mejoras que he
incorporado en la medida de lo posible, sin declinar por ello
ninguna responsabilidad en el resultado final, que es toda mía.
En último lugar, pero no menos importante, mi enorme
agradecimiento a los lectores y lectoras de mis libros de esta
editorial y de mis artículos en Historia National Geographic y
otras revistas, tanto por su número creciente como por su
fidelidad.

Juan Luis
Posadas Madrid,
diciembre de MMXI

17
Juan Luis Posadas
5
M.Á. Novillo López, César y Pompeyo en
Hispania, Madrid, Sílex ediciones, 2012. También publicará en breve
una biografía sobre Pompeyo en Alderabán. Sobre César, M.A. Novillo
López, Breve historia de Julio César, Madrid, Nowtilus, 2011.
Capítulo primero
EL contexto

El conflicto político, social y económico en la Roma


republicana, centrado en las luchas de poder entre las diferentes
familias aristocráticas, los llamados patricios, y entre estas y los
grupos desposeídos de todo poder real, los denominados
plebeyos, había llegado a su clímax durante el siglo iii a.C. La
sucesión de conquistas en la península itálica, Sicilia, Cerdeña
y Córcega había traído la riqueza y la prosperidad a no pocos
aristócratas, pero nada más que sufrimiento a los más pobres.
Estos cargaban a la vez con el pesado equipo militar y las duras
campañas y con el alza de precios y la insolencia de los aristócra-
tas. Como recompensa a las conquistas, los aristócratas
acaparaban las tierras conquistadas y, además, arrebataban las
suyas a los campesinos arruinados por la guerra o empobrecidos
por la competencia desleal de la producción agrícola a gran
escala. El pueblo llano no solo no conseguía hacerse con los lotes
de tierras del ager publicus, sino que perdía lo poco que tenía y
pasaba a engrosar las filas de la plebe urbana.
El siglo ii a.C. vio surgir diferentes facciones, denominadas
optimates y populares, que con diferencias de matiz pretendían
igualmente seguir sangrando al pueblo romano y a sus vecinos
itálicos y sicilianos. Durante décadas, las disputas entre estos
dos grupos o facciones del Senado desgarraron la antigua
estructura social basada en la lucha entre patricios y plebeyos y
dividieron a la aristocracia en dos bandos irreconciliables. Tras
cien años de disensión entre estos dos bandos, disensión de la
que ciertas instituciones más o menos democráticas habían
salido fortalecidas, los romanos habían hallado, sorprenden-

19
temente, el modo de acabar a la vez con la libertad y con la
tiranía: encumbrar a uno sobre todos los demás para derribarlo
después de manera inmisericorde. De esa manera se obtenía por
un tiempo una dirección firme para la nave romana, hasta que
tal dirección resultaba
Juan Luis Posadas

incómoda o peligrosa, y se sustituía por


otra más acomodaticia a los intereses
generales (o particulares) de las élites
dirigentes. En todos estos tejemanejes, ni
que decir tiene, el pueblo romano cada vez
decidía menos y sufría más.
Así fueron encumbrados los Gracos,
Mario o Cina. Todos ellos prometieron
mucho bueno, hicieron bastante malo y
cayeron con estrépito ante la general
indiferencia de la plebe, que ya tenía
suficiente con proveer de hombres a los
ejércitos que dirimían en civil combate el
auge de unos y la caída de otros. En todos
estos casos se fueron ensayando las
fórmulas institucionales que cubrieron las
formas del gobierno unipersonal de una
supuesta República en la que todo
recuerdo de la monarquía sobraba porque,
juntamente con los reyes Tarquinios del
siglo vi a.C., se había desterrado de Roma
el concepto de realeza.
Pero ni los tribunos de la plebe lograron
más que la muerte tras su año de gloria,
ni los consulados sucesivos de Mario le
sirvieron para algo más que para ser
arrebatado del poder por generales más
ambiciosos o más hábiles que él. Tampoco
la guerra de los aliados, ni la de Mitrídates,
ni la civil, ni la dictadura y el asesinato de
tantos romanos merecieron que Sila se
mantuviese en el poder más de tres años.
Su renuncia y retiro solo sirvió para que
la aristocracia mostrara su cara más
desagradable manteniendo las
proscripciones, las persecuciones y las
21
Juan Luis Posadas
medidas contrarias a los tribunos de la
plebe.
Tras el retiro de Sila en el año 79 a.C.,
Roma se preparó para salir del marasmo
de guerras civiles, dictaduras y
proscripciones políticas. Pero la crisis
social no admitía más demoras, y los
generales y partidarios de Sila tuvieron
que enfrentarse a sediciones políticas en la
propia Roma (Emilio Lépido), a rebeliones
militares en las provincias (Sertorio), y a
las invasiones de ejércitos extranjeros en
Oriente (Mitrídates). En todas estas
guerras se entrenaron dos de los líderes
políticos que acabaron con la República:
Craso y Pompeyo. Los dos adquirieron
fama militar en estos años y los dos
solicitaron del pueblo y del Senado los
laureles y las prebendas políticas que les
permitieran perpetuarse en el ejercicio del
poder.
Fue en esta época cuando estalló, en el
año 73 a.C., la rebelión de unos
gladiadores en Capua, ciudad situada a
unos 26 kilómetros al
EL contexto

norte de Nápoles. Durante más de dos años, esos


gladiadores consiguieron reunir un ejército y
recorrieron de norte a sur la península itálica al
menos en dos ocasiones, derrotando a cuantos
ejércitos romanos se interpusieron en su camino, y
saqueando a placer las villas, propiedades y
pequeñas localidades que encontraron a su paso. Con
el tesoro que reunieron intentaron sobornar a una
flota de piratas cilicios para pasar a Sicilia, con la
probable intención de reavivar las cenizas de la
última guerra servil, ocurrida en la isla treinta años
atrás. El fracaso de los rebeldes tanto en salir de
Italia por el norte como en pasar a Sicilia supuso
finalmente la derrota de la rebelión por parte de un
ejército de diez legiones comandado por Marco
Licinio Craso.
Hasta aquí los hechos, resumidos como podrían
haberlo hecho dos historiadores romanos muy
posteriores, Eutropio y Orosio (en los siglos iy y y
d.C.). Poco más se sabe de esta rebelión: unos pocos
nombres de esos gladiadores, los nombres de
algunos pretores, cuestores, cónsules y procónsules
que se les enfrentaron, algunas ciudades y pueblos
que saquearon, ciertamente muy poco. Intentemos
primero esbozar un contexto para explicar esta
rebelión y su éxito inicial, antes de describir las
fuentes disponibles, los protagonistas, los hechos y
las consecuencias. Quizá así podamos explicar por
qué surgió dicha rebelión, por qué se compuso no
solo de esclavos y por qué se extinguió dejando el
murmullo de un mito, de un nombre reverenciado
por unos y denigrado por otros: Espartaco.
El siglo que media entre el tribunado de Tiberio
Sempronio Graco y el final de la República romana en la
batalla de Accio (133-31 a.C.) ha sido calificado de

23
Juan Luis Posadas
revolucionario o de crisis aguda. Un gran historiador de Roma,
Geza Alföldi, recientemente fallecido, ha considerado que
cuatro grandes luchas caracterizaron este periodo: las guerras
serviles, la resistencia de los provinciales contra el dominio
romano, las luchas de los itálicos por la plena integración en
Roma o por su independencia, y la pugna en la oligarquía
gobernante entre las facciones optimate y popular por hacerse
con el gobierno autocrático de la declinante República
romana1. El mismo autor considera que entre
1
G. Alföldy, Storia sociale dell’ antica Roma, Bolonia, Il Mulino, 1987
(traducción italiana del original Römische Sozialgeschichte de
1984), pp. 100-101.

24
EL contexto

los años 80 y 70 a.C. se puso fin a tres de esos cuatro


conflictos (guerra de los aliados, guerra contra
Sertorio, guerra de Espartaco), quedando irresoluta
solo la lucha interna por el poder, con las figuras
emergentes de Pompeyo, Craso y César.
Precisamente porque entre el 133 y el 70 a.C. se
resolvieron por las armas las tres grandes amenazas
de la República, es tan importante repasar cómo
ocurrió esto y cómo las secuelas de estas guerras
conformaron una Italia dispuesta a seguir a
cualquiera que intentara mejorar la
situación.

Las propuestas de ciudadanía de los Gracos

En el año 133 a.C., la reforma agraria de Tiberio


Sempronio Graco había vuelto a poner sobre la
mesa el problema que representaba que una sola
ciudad, Roma, imperase sobre centenares de
poblaciones, grandes y pequeñas, esparcidas por
toda la península itálica. Los itálicos, aliados o no de
Roma en el pasado, habían aportado miles de
soldados auxiliares a las legiones romanas, y en
muchos casos habían derramado su sangre más aún
que los propios ciudadanos de Roma en la
adquisición de su Imperio2. La concesión de la
ciudadanía romana a las élites de estas ciudades
itálicas, o a sus soldados más distinguidos, había
sido una práctica habitual, aunque muy limitada,
como forma de agradecer los servicios prestados. Sin
embargo, millones de personas esperaban a las
puertas de Roma que se les integrase en esa comunidad de
derechos y deberes que significaba ser ciues romanus
[ciudadano romano].
Los romanos habían hecho ley el proverbio de “divide y

25
Juan Luis Posadas
vencerás”. Instituyeron tres tipos de derecho para diferenciar a
unos habitantes de Italia de otros. Por supuesto, los ciudadanos
romanos eran el primer tipo y único realmente importante. El
segundo tipo era el de los habitantes del Lacio (la región en la
que se situaba Roma), llamados latinos. Estos, junto con otros
muchos habitantes de otras regiones

2
Muertes que no se solían reconocer en las
Actas oficiales. Solo así se explica que muchas de las victorias de la
época costasen muy pocas bajas romanas: porque los generales
usaban primero de las tropas auxiliares aliadas antes que de las
legionarias, y porque aquellas no se contabilizaban a la hora de
reclamar un triunfo.

26
EL contexto

y provincias, disfrutaban del ius Latii o ciudadanía


latina: derecho a comprar y vender propiedades a
ciudadanos romanos, derecho a contraer
matrimonios legales con ciudadanos romanos y a
que los hijos habidos de esos matrimonios fueran
legítimos, y derecho a conseguir la ciudadanía
romana si se instalaban en territorio de la ciudad
de Roma (ager Romanus). Incluso podían votar en
los comicios por tribus en Roma, aunque
integrándose todos en una de las treinta y cinco
tribus existentes, con lo que su peso político era
mínimo. En tercer lugar, y frente a esta especie de
“ciudadanía atenuada”, el tercer tipo, los itálicos,
que eran a todos los efectos extranjeros
(peregrini), aunque la mayoría, como aliados de
Roma (socii), tenían la obligación de prestar un
servicio militar en alguna de las muchas unidades de
soldados auxiliares del ejército romano.
Por supuesto, el Senado se opuso con todos los
medios, incluido el asesinato de Tiberio Graco, a su
reforma. Este fracaso legislativo abrió paso, en el
año 125 a.C., a la propuesta de plena ciudadanía
para los latinos e itálicos del cónsul Marco Fulvio
Flaco, o, para los que no deseasen dicha
ciudadanía, el derecho de apelación. Aunque el
Senado obvió el debate sobre esta propuesta
enviando al cónsul a luchar contra los distantes
pueblos saluvios, los habitantes de la ciudad latina
de Fregelas se rebelaron contra Roma por el
rechazo de la propuesta de Fulvio Flaco. Roma no
se dejó amedrentar y, temerosa de que la rebelión
se propagase a toda Italia, destruyó la ciudad hasta
sus cimientos3, dejando sin resolver el verdadero problema
evidenciado por la propuesta de Flaco: la aspiración itálica de la
integración en Roma. Desde este momento, los aliados itálicos

27
Juan Luis Posadas
enarbolaron la bandera de la ciudadanía como principal
reivindicación en su relación con el conservador Senado
romano. Una relación difícil que el Senado no hizo sino
envenenar con una contramedida tomada en esta misma época:
por una ley de fecha desconocida, se concedió de manera
automática la ciudadanía romana a los latinos que hubieran
desempeñado una magistratura en su ciudad, permitiéndoles,
además, mantener la
Algo que pude comprobar personalmente
3

durante mi participación en una temporada de las excavaciones de


Fregelas (Ceprano, Italia), dirigidas por Filippo Coarelli, en el verano
de 1991.

28
Juan Luis Posadas

ciudadanía latina en su municipio (para no coartar


sus carreras políticas locales). Esta ley,
probablemente aprobada por el Senado para dividir
a sus oponentes latinos y reforzar la fidelidad de estos
a Roma, realmente sirvió para provocar un mayor
encono entre los aliados itálicos, a cuyos
magistrados se les había dejado expresamente al
margen de esta ciudadanía per magistratum.
Poco después, en el año 122 a.C., Gayo Graco,
hermano de Tiberio, propuso una medida de
compromiso que acabara con esta disensión entre
los latinos y los romanos: se otorgaría la ciudadanía
romana a todos los latinos y la ciudadanía latina (o
al menos el derecho de sufragio en las asambleas
romanas) a los aliados itálicos. Si esta medida de
Graco se hubiera llegado a poner en marcha, habría
supuesto un considerable aumento del número de
ciudadanos romanos, y una simplificación en el
esquema del derecho en Italia, al dividir a todos los
habitantes en solo dos tipos: los ciudadanos romanos
y los ciudadanos latinos (o aliados pero con derecho
de voto en Roma). Pero los senadores, vigilantes,
vieron la trampa: la masiva incorporación de latinos
a la ciudadanía romana, sumada al sufragio de los
aliados en las asambleas de Roma, le hubieran
significado un apoyo masivo a quien había hecho la
propuesta: Graco. Por eso, todo el empeño de los
optimates y, probablemente, también de muchos
populares, fue que esta propuesta no fuera aprobada
por la asamblea. El cónsul Fanio, que también fue
un analista de cuya obra han quedado algunos
fragmentos, se opuso con tal ardor a la medida,
apelando a los peores instintos xenófobos de los
romanos, amedrentándoles con que los latinos iban a
dominar las asambleas populares, que la propuesta

29
Juan Luis Posadas
de Graco quizá no se llegara ni a presentar a su convalidación
en la asamblea.
Estos intentos, que acabaron mal, iban por el buen camino:
intentaban reformar las estructuras anquilosadas de una
ciudad-estado como Roma, incapaz de gobernar por sí solo un
Imperio que se extendía por toda Italia, las islas del
Mediterráneo occidental y central, tres cuartas partes de la
península ibérica, el sur de Francia, la costa dálmata, las
actuales Albania, Grecia, Macedonia y Kosovo, y otras zonas
más o menos aisladas en África (Tunicia) y Asia (oeste de Ana-
tolia, partes de Siria). La fallida reforma agraria, la cada vez
mayor
El coNTexTo

participación de los aliados en los ejércitos romanos


y su cada vez menor posibilidad de obtener la
ciudadanía romana, hizo que se instalara en Italia un
encono soterrado hacia Roma, una olla a presión
presta a estallar en cuanto alguien intentara una
nueva salida legal a la situación y esa salida fuera
denegada por tercera vez por el Senado.
LAs ReBelioNes De esclAvos eN SiciliA e ITAliA Del suR

En esa misma época de los tribunados de los


Gracos, comenzaron una serie de levantamientos de
esclavos en Sicilia y otros lugares que duraron más
de treinta años. La razón de estos levantamientos es
variada: reacción contra un maltrato generalizado,
superpoblación de esclavos agrícolas en grandes
plantaciones y de esclavos pastores en las
montañas, ausencia de tropas legionarias
estacionadas en las proximidades, inercia de los
terratenientes e inacción de los gobernadores
provinciales durante su año escaso en el cargo,
invasiones y guerras exteriores que impedían el
envío de ejércitos para resolver los levantamientos, y
una extraña ideología en el Senado que impedía ver
en estas revueltas algo serio o algo digno de ser
aplastado por las legiones de Roma.
Una de las causas de estos levantamientos, como
he señalado, fue la superpoblación de esclavos
agrícolas en grandes plantaciones. Las guerras
exteriores que había librado Roma en el siglo ii a.C.
contra estados ricos del este y del oeste habían traído
una riqueza y una prosperidad tales a los romanos
que hicieron crecer la demanda interna de productos
agrícolas de alta calidad. Los pocos que recibieron la
mayor parte del pastel de las riquezas provinciales
invirtieron sus ganancias en comprar a bajo precio

31
las tierras a los pequeños propietarios de zonas como de Italia y
Sicilia, para concentrar dichas parcelas en grandes propiedades
que dedicaron al monocultivo cerealístico para satisfacer dicha
demanda interna. Una vez hecho lo más difícil, concentrar las
parcelas y poner en práctica una nueva filosofía empresarial, los
nuevos terratenientes dejaron sus plantaciones en las manos de
eficientes administradores (esclavos o libertos) y en las de
centenares o miles de esclavos, vigilados por unos pocos
guardias y capataces. Sin embargo,
Juan Luis Posadas

estas plantaciones de esclavos no se dieron en todas


las provincias romanas ni con la misma intensidad
que en las llanuras de Sicilia o en regiones de la
Italia meridional y central como Campania. No se
puede hablar, pues, de un modo de producción
esclavista, por mucho que a algunos les siga
gustando esta categoría de análisis.
Los esclavos que estos terratenientes necesitaban
para sus plantaciones se capturaron en guerras
exteriores como las que Roma desarrollaba en
aquellos momentos en las fronteras de Hispania,
Galia, Macedonia, África o Asia menor. Pero también
se adquirieron a bajo coste en los puertos esclavistas
de todas estas zonas, comprados o raptados por
tribus bárbaras fronterizas (o por piratas) que se
enriquecieron con este mercado de carne humana. Las
zonas de donde provenían principalmente estas
personas esclavizadas en vida eran Asia menor (los
romanos tendían a llamar a todos estos esclavos
“sirios”, fuera cual fuera su origen), las zonas
fluviales de los ríos Rín y Danubio en el noroeste, y
el bajo Danubio y el sur de Ucrania en el noreste,
llevados todos a los puertos esclavistas del mar
Negro. Otros puertos enriquecidos con el comercio
de esclavos, mayoritariamente galos y germanos,
fueron Arlés, Marsella o Aquilia (cerca de Venecia).
Aunque en el relato de los acontecimientos de la
rebelión de Espartaco nos interesarán mucho estos
esclavos galos y germanos, para lo que nos ocupa
ahora, las guerras serviles de Sicilia, es importante
saber que la mayor parte de los esclavos adquiridos
por los terratenientes “esclavistas” de dicha isla
provenían de Asia menor o de Siria. Las guerras de
Roma contra los Seléucidas durante el siglo ii a.C.
habían desestabilizado todo el Mediterráneo

33
Juan Luis Posadas
oriental. La decadencia de los Estados helenísticos en aquella
parte del mundo supuso la independencia de pequeñas
comunidades marítimas en Cilicia y Chipre que se dedicaron a
la piratería como principal medio de vida. Los piratas cilicios, de
hecho, fueron los mayores traficantes de esclavos de esta
época, raptándolos en razzias en las costas asiáticas y
vendiéndolos a los mercaderes de esclavos en todos los puertos
de la región. Estos esclavos así capturados y vendidos a los
propietarios de plantaciones
enCampaniaySiciliacompartíannosolosuorigenasiáticoy quizárudimentosdealguna linguafranca

comoelgriegooelsiríaco,sino
EL contexto

también un universo de creencias común en dioses


y adivinaciones y, lo más importante, el recuerdo
vivo de su perdida libertad.
Así estaba la situación en Sicilia a mediados del
siglo II a.C, centenares de miles de esclavos
provenientes sobre todo de Oriente dedicados en su
mayoría a labores agrícolas en grandes plantaciones,
pero también al pastoreo seminómada en las
montañas centrales de la isla, mal tratados y mal
vigilados, sin mayor control por parte de sus pro-
pietarios, en su mayoría ausentes de sus tierras,
viviendo el dolce far niente en las ciudades de la
isla o en la propia Roma. Los levantamientos que
protagonizaron estos esclavos, debido a su
magnitud y a la necesidad de enviar ejércitos
consulares para reprimirlos, recibieron el nombre de
guerras serviles. Los romanos dieron este nombre a
estas rebeliones porque fueron realmente guerras,
pero no contra enemigos exteriores ni tampoco
interiores, sino contra esclavos fugitivos. De esa
manera las distinguieron de otras revueltas de
menor importancia, a las que llamaban tumultos.
La razón de dichas diferencias terminológicas era
que a los tumultos enviaban tropas milicianas
reclutadas al efecto deprisa y corriendo, y que a las
guerras serviles podían enviar tropas legionarias,
aunque sin esperar sus generales más
reconocimiento que la ovación, una especie de
triunfo de menor categoría.
La llamada primera guerra servil tuvo lugar en
Sicilia entre los años 135 y 132 a.C., y surgió de un
grupo de esclavos maltratados, entre los cuales había
también pastores armados, que formaron bandas incontroladas
de bandidos. Tras un golpe de fortuna, consiguieron apoderarse
de la localidad de Enna y proclamaron rey a su jefe, un sirio con

35
Juan Luis Posadas
aficiones adivinatorias y taumatúrgicas llamado Euno, quien se
re-nombró como Antíoco (el nombre de los reyes Seléucidas de
su Siria natal). Tras unírsele otros grupos de esclavos rebeldes
bajo la dirección de un cilicio de nombre Cleón, Euno-Antíoco
llegó a contar con unos doscientos mil hombres y a emitir
monedas con su efigie y nombre4. Tras sucesivas derrotas de las
milicias enviadas contra el “rey”, fue un cónsul, Rupilio, quien,
en el año 132 a.C. ,se encargó de la guerra de
4
DS 34-35.2, 18. Véase al respecto a P. Green,
“The First Sicilian Slave War”, P&P 20, 1961, pp. 10-29; Cf. con la
contestación de W.G.G. Forrest-T.C.W. Stinton, “The First Sicilian Slave
War”, P&P 21, 1962, pp. 87-93.

36
EL contexto

Sicilia, consiguiendo derrotar a los esclavos en la


batalla de Enna, tras lo cual reconquistó la ciudad
de Tauromenio y crucificó a más de veinte mil
esclavos5.
Es interesante señalar que esta primera guerra
servil se extendió a otros grupos de esclavos
maltratados en varias partes de Italia (Roma,
Minturno y Sinuesa), e incluso en las minas del
Laurio cerca de Atenas y en la lejana isla de Delos6,
lo cual indica que el maltrato era generalizado, no
solo en los latifundios cerealistas, sino en las minas y
otras explotaciones. También se puede conectar esta
primera rebelión de los esclavos en Sicilia7 con la
guerra que suscitó un tal Aristónico en el entorno de
Pérgamo entre los años 133 y 129 a.C. Este
Aristónico era, al parecer, hijo ilegítimo del último
rey pergameno. Aristónico reivindicó el trono de su
padre, pero la ciudad de Pérgamo permaneció leal
a Roma. A Aristónico solo se le adhirieron
campesinos pobres y miles de esclavos, con los
cuales consiguió también ciertas victorias hasta su
derrota final en la batalla de Estratonicea por el
cónsul Perperna8 (murió meses después ahorcado
en su prisión por mandato del Senado).
Entre los años 129 y 104 a.C., hubo otros conatos
de rebelión de esclavos en la Italia del sur, pero no tan
importantes como la llamada segunda guerra servil de Sicilia
(104-101 a.C.). Esta guerra comenzó porque la República,
necesitada de tropas auxiliares en su lucha contra la invasión
de cimbrios y teutones en Galia y norte de Italia, decretó que
todos los ciudadanos de Estados aliados de Roma, sobre todo
minorasiáticos, que hubieran sido esclavizados de manera
ilegal fueran liberados9. Sin embargo, los terratenientes
sicilianos se negaron
5
Liv. Per. 59.2, DS 34-35.2.1-25-3.11. K.R. Bradley, Slavery and

37
Juan Luis Posadas
rebellion in the Roman world, 149-70 B.C., Bloomington, Indiana
University Press, 1989, pp. 47-63. Curiosamente, esta guerra, que fue
más importante que la de Espartaco en cuanto a su magnitud y al número
de crucificados, no ha merecido ni una sola novela ni una sola película
de cine.
Obs. 27, Oros. Hist. 5.9.4-5. Este último da las cifras de 450
6

crucificados en Minturno y de 4.000 ejecutados en Sinuesa.


Pues no está claro de si se trató de una simple revuelta o de si los
7

esclavos querían realmente rebelarse contra Roma e independizarse


de la República estableciendo una especie de estado de esclavos (y
campesinos pobres) bajo la dirección del rey Euno-Antíoco. Véase al
respecto a G.P. Verbrugghe, “Slave rebellion or Sicily in revolt?”,
Kokalos 20, 1974, pp. 46-60.
Tras la derrota y muerte del procónsul de Asia. Véase a Liv. Per. 59.3-5,
8

Eutr. 4.20.2, Floro Ep. 1.35, Oros. Hist. 5.10.4-5.


Según DS 36.3.1, el propio rey de Bitinia rehusó ayudar a los romanos
9

en el año 104 a.C. contra la invasión cimbro-teutona porque gran


parte de sus súbditos habían sido esclavizados por los mercaderes de
esclavos.

38
EL contexto

a manumitir a sus muchos esclavos en esa


situación, lo cual provocó una doble rebelión. La
primera fue liderada por otro adivino, un sirio
llamado Salvio; y la segunda por un cilicio, de
nombre Atenión. Ambos lograron reunir un gran
ejército, y Salvio se proclamó rey con el nombre
seleúcida de Trifón. La rebelión se concentró en la
parte central de la isla, entre las ciudades de
Lilibeo y Leontinos, sin conseguir en ningún
momento controlar el norte de Sicilia. En el año
101 a.C., el cónsul Aquilio venció a los rebeldes,
ejecutó a Atenión (Trifón había muerto un año antes),
y crucificó a miles de esclavos como medio de
ganarse una ovación en Roma.
Estas revueltas del último tercio del siglo II a.C.,
aunque diferentes en muchos aspectos, guardan
también varias similitudes: todas ellas prendieron
en grupos de esclavos muy concretos que, como los
pastores o los gladiadores, tenían acceso a armas y
eran difícilmente controlables. Otra similitud es que
todas, tras un éxito inicial debido tanto al factor
sorpresa como a la lentitud de la respuesta
romana, se convirtieron rápidamente en
fenómenos de masas. Estas masas, o “ejércitos”
(más bien eran muchedumbres semiarmadas e
indisciplinadas), se compusieron de esclavos
fugitivos, pastores, y campesinos empobrecidos,
tanto pequeños propietarios como jornaleros. Su
principal medio fue, por tanto, el rural, sus
principales problemas los derivados de la
explotación cruel por parte de sus amos en las
grandes propiedades agrarias. Estos rebeldes nunca
consiguieron grandes éxitos en las poblaciones
medianas o en las ciudades, cuyos habitantes pobres
y esclavos no se solidarizaron con sus iguales,

39
Juan Luis Posadas
porque en el fondo estos no pretendían acabar con la esclavitud
en general, sino solo acabar con su esclavitud en particular,
quizá construyendo un Estado a la medida de su servidumbre,
quizá con una ideología más o menos esotérica venida de
Oriente. La última similitud fue que ambas rebeliones
consiguieron acabar con los ejércitos milicianos de la isla y que
solo sucumbieron ante el envío de un ejército dirigido por un
cónsul.
El “éxito” de estas guerras fue otro: desestabilizaron la
situación social y económica de Sicilia hasta tal punto que la
propia estructura de la propiedad quedó dañada. Es difícil de
creer que, si Espartaco hubiera desembarcado en la isla treinta
años después, habría prendido

40
EL contexto

la mecha de la insurrección entre los esclavos,


dado que estos eran aún pocos en relación con su
número anterior, y porque quizá las condiciones de
su vida hubieran mejorado debido a que los romanos
habían aprendido la importancia de bien tratarlos.
Algo muy diferente de lo que, quizá, sucedió en las
partes centrales y meridionales de Italia, donde las
revueltas habían sido mucho menos importantes, y
también menores la represión y el mejoramiento
subsiguiente de las condiciones de vida de los
esclavos. El hecho de que encontremos esclavos en
casi todos los ejércitos que lucharon en Italia entre
los años 90 y los años 30 a.C. (guerra de los aliados,
rebelión de Lépido, rebelión de Espartaco,
conjuración de Catilina, bandas de Milón y Clodio,
guerras del triunvirato y guerra siciliana contra
Sexto Pompeyo), demuestra que los esclavos de Italia
vivían en condiciones miserables, y que los
propietarios y el Estado habían hecho poco para
acabar con sus sufrimientos. Es probable, además,
que durante los años 100-80 a.C., también estas
zonas estuvieran superpobladas de esclavos, en este
caso provenientes de las guerras contra los germanos de finales
del siglo ii a.C., y también de otras guerras fronterizas en la
Galia y Tracia10. Cicerón nos cuenta que, tras las guerras de
Sicilia, se aprobaron leyes para prohibir a los esclavos tener o
portar armas. La única salida de estos esclavos de la época
tardorrepublicana era la huida o la rebelión.

La guerra de los aliados

Si la situación de los esclavos era desesperada


cuando empezaba el siglo i a.C., con varias revueltas
en Italia y dos guerras a gran escala en Sicilia,
saldadas con la crucifixión de miles de personas, la

41
Juan Luis Posadas
de los latinos y aliados itálicos era casi insoportable.
La arbitrariedad con que el Senado y el pueblo de
Roma (por medio de sus asambleas) había des-
estimado las propuestas de ciudadanía romana o
latina para muchos
10
Al parecer, Mario vendió como esclavos al menos a 150.000 cimbrios
y teutones, muchos de los cuales probablemente acabaron en los
latifundios de Campania y Sicilia (Oros. Hist. 5.16.21). ¿Fueron estos
los que secundaron a Espartaco o, al menos, los padres de los
espartaquíadas germanos que siguieron a Crixo durante su secesión
del grupo principal liderado por Espartaco?

42
EL contexto

de estos habitantes de Italia había enconado, y


mucho, la situación. A ello había que sumar el
proceso, similar al descrito en lo referente a
Sicilia, de concentración parcelaria en grandes
latifundios, que dejó sin tierras a muchos
campesinos, los cuales solo tuvieron como salida el
trabajo como jornaleros, la emigración a Roma para
vivir como proletarios urbanos, o la venta de sus
personas como esclavos (una salida vital que cada
vez se hizo más habitual).
Desgraciadamente para nuestros propósitos, no
tenemos suficientes fuentes escritas sobre los
primeros años del siglo i a.C. Sabemos, pues, bien
poco de cómo el conflicto de la ciudadanía se fue
desarrollando tras las propuestas desechadas de
Flaco o Graco. Es curioso, en este sentido, que
otro de los políticos que usaron el tribunado de la
plebe para promover un intenso programa de
reformas dirigido a minar el poder de la facción
optimate, Saturnino (entre los años 103 y 99 a.C.),
no incluyera en dicho programa, en lo que sabemos,
la ciudadanía de los latinos e itálicos. Sus
propuestas iban más encaminadas a asentar a los
veteranos de Mario en las guerras de África y
contra cimbrios y teutones en territorios
extraitálicos, quizá para evitar problemas con los
aliados y latinos, quizá para repoblar regiones de
África y, sobre todo, Sicilia. Es significativa esta
omisión de la ciudadanía para los itálicos en el
programa de un tribuno popular porque, como ya
vimos anteriormente, muchos plebeyos romanos
no querían que los latinos e itálicos irrumpieran en
las asambleas, influyendo de manera desconocida
en el sentido del voto.

43
Juan Luis Posadas
Durante los primeros años del siglo i a.C., Gayo Mario, que
había desempeñado el consulado en varias ocasiones, era el
árbitro de la situación política en Roma. Mario, aunque muy
popular entre la plebe, no era un político de la facción popular:
iba un poco por libre, nadando y guardando la ropa, solo atento
a sus propios intereses. Lo mismo apoyó a Saturnino que se
encargó de acabar con él por medio de un senadoconsulto
último y de una tropa reclutada al efecto. En relación con la
cuestión de la ciudadanía para los latinos y los itálicos, su
postura había sido más la integración selectiva de algunos de
estos

44
EL contexto

aliados en la ciudadanía romana como premio a su


paso por el ejército11, o como parte de su
integración en las colonias que, finalmente, no se
llegaron a fundar en África o en Sicilia. El Senado,
entre tanto, no se oponía abiertamente a esta
concesión selectiva de la ciudadanía, pero sí a
cualquier propuesta que incluyera masivamente a
los latinos e itálicos en Roma.
Quizá bajo la influencia de Mario se encontraban
dos políticos de esta época, Marco Antonio y Lucio
Valerio Flaco, quienes, durante su censura del año 97
a.C., incluyeron en el censo de ciudadanos romanos
a muchos itálicos a quienes no se les había
otorgado legalmente la ciudadanía. Es posible que
los censores hicieran suya la política de Mario de
integración selectiva o incluso “por la puerta de
atrás” de cuantos itálicos fuera posible, como
forma de rebajar la presión social. En todo caso, el
Senado no estaba dispuesto a pasar por alto esta
concesión de ciudadanía ilegal, por lo que los
cónsules optimates del año 95 a.C., Lucio Licinio
Craso y Quinto Mucio Escévola, hicieron aprobar
una ley, la Ley Licinia-Mucia, por la que se excluyó
del censo a todos los itálicos inscritos ilegamente en
él. Además, se instituyeron tribunales especiales para
juzgar todos aquellos casos de concesión de
ciudadanía ilegal o fraudulenta. Los juicios
subsiguientes privaron de su ciudadanía no solo a
los censitarios del año 97 a.C., sino también a
muchos veteranos a los que Mario o Saturnino
habían favorecido con la ciudadanía. La Ley Licinia-
Mucia tuvo un efecto devastador entre los latinos y
los itálicos, pues dejaba muy claro quién gobernaba
la nave romana y hacia dónde, y también en qué lugar
quedaban las aspiraciones de integración en Roma de los

45
Juan Luis Posadas
habitantes de Italia. A partir de este momento, los líderes de
las comunidades aliadas de Roma en Italia empezaron a
aspirar, no ya a la integración en la República romana, sino a su
independencia de ella.
La ocasión para que este estado de cosas estallara en una
rebelión en toda regla no se hizo esperar. En el año 91 a.C.,
un nuevo tribuno de la plebe, Marco Livio Druso, hijo del
tribuno del mismo nombre que se había opuesto a Gayo Graco,
lanzó un programa de
Dio la ciudadanía romana a dos cohortes enteras de ciudadanos de la
11

localidad itálica de Camerino.

46
EL contexto

reformas legislativas de corte popular, pero con


importantes apoyos en el Senado, como su líder
Emilio Escauro. Se trataba, a todas luces, de
reformar la constitución política de la República
para ampliar su base social. Los beneficiados de sus
propuestas fueron, sobre todo, los miembros del
orden ecuestre, el segundo estamento en
importancia en la sociedad romana, compuesto
fundamentalmente por romanos enriquecidos en el
comercio, la banca, el cobro de impuestos, la indus-
tria y otros negocios de los sectores terciarios.
Además, para garantizar el voto de la plebe en la
asamblea, introdujo algunas mejoras en las leyes
agrarias existentes.
Pero Livio Druso añadió otra propuesta a su
programa. En su reforma agraria, Livio planteó la
confiscación del terreno público romano que estaba
siendo explotado por agricultores itálicos, con el fin
de mejorar el abastecimiento de grano de la capital.
Quizá para compensar a los aliados itálicos, Livio
presentó una propuesta para conceder la ciudadanía
romana a todos los aliados, lo cual fue muy bien
visto por estos, pero muy mal por el Senado. Con la
oposición del cónsul Lucio Marcio Filipo y de gran
parte del Senado, la plebe se decantó por dar la
espalda a la propuesta de Livio, temerosa de
perder sus privilegios de ciudadanos. Al año
siguiente, Livio retiró su propuesta y murió
asesinado por un desconocido.
Pero, antes de morir, Livio ya había prevenido a los
cónsules de una conjuración contra ellos. Uno de los
líderes itálicos, el marso Quinto Popedio Silón, llegó
a reunir un ejército para marchar contra Roma,
aunque finalmente fue disuadido de hacerlo. Pero la
mecha de la rebelión ya había sido encendida. Un

47
Juan Luis Posadas
incidente menor con una delegación romana en la ciudad de
Ásculo, en el Piceno, sirvió de excusa para un alzamiento de sus
habitantes, que masacraron a todos los ciudadanos romanos de
la localidad. La guerra de los aliados había comenzado.
En Roma, este estallido de violencia dio paso a un ajuste de
cuentas en la élite: el tribuno de la plebe Quinto Vario hizo
aprobar una ley ilegal (porque pasó por encima del veto de sus
colegas) por la que instituyó tribunales que juzgaron y
condenaron a todos los políticos que hubieran alentado la
rebelión con sus propuestas o actitudes. Marco Antonio y Emilio
Escauro fueron ejecutados.

48
EL contexto

La guerra de los aliados duró tres años (90-88


a.C.), aunque la resistencia continuó aislada por lo
menos hasta el año 82 a.C. Durante estos años, al
menos la mitad de las comunidades itálicas del
centro y sur de la Península se rebelaron contra
Roma y fueron tanto víctimas como verdugos de
matanzas sin cuento, violaciones y devastaciones
que dejaron una Italia central sumida en la
desolación. De las cenizas de esta guerra surgirían
unos años después muchos partidarios de Lépido o
Catilina.
Desde el principio de la guerra, las comunidades de
derecho latino permanecieron fieles a Roma. Los
líderes de estas comunidades eran todos ciudadanos
romanos, por haber desempeñado las magistraturas
locales (la ciudadanía per magistratum ya
comentada). Los principales pueblos en guerra,
además de la ciudad picena de Ásculo, fueron las
tribus de los marsos, vestinos, pelignos, marrucinos,
frentanos, samnitas e hirpinos, pero otros muchos
pueblos siguieron fieles a Roma. Los rebeldes se
concentraban en el centro de Italia, a ambos lados
de

lacadenadelosApeninosyenlacostadelAdriático.NosorprenderáqueEspartaco,

quinceañosdespuésdeacabadalaguerra,encontrara
a tantos campesinos que se le unieran
espontáneamente en estas regiones, y que él mismo
con su ejército las recorriera de sur a norte y de
norte a sur en dos ocasiones.
La guerra se concentró en el centro de Italia, en
torno a los marsos y a su líder Popedio Silón, y en el
sur, en torno a los samnitas y a su líder Papio
Mutilo. La capital del Estado que crearon (llamado
Italia, con un toro como emblema) se fijó en la
ciudad peligna de Corfinio, en el centro de la

49
Juan Luis Posadas
Península, a la que dieron el nombre de Itálica. Los italianos
reunieron un ejército de cien mil hombres, mientras que los
romanos, privados de muchos auxiliares itálicos, lograron
reunir catorce legiones, guarnecidas con auxiliares galos,
sicilianos, hispanos y africanos.
En el año 90 a.C., los “italianos” lograron algunas victorias
contra los ejércitos consulares romanos. En una de ellas,
consiguieron incluso matar al cónsul Rutilio. La principal
consecuencia de estas victorias fue que casi toda Campania,
Lucania y Apulia se unieron a la rebelión. Sin embargo, los
romanos consiguieron mantener la lealtad de

50
EL contexto

Etruria y de Umbría. Además, fueron hábiles


aprobando la Ley Julia de Ciudadanía, por la que
se concedió la ciudadanía romana a todas las
comunidades latinas e itálicas que hubieran
permanecido leales a Roma, y que así lo solicitaran
formalmente. Esto fue decisivo porque mantuvo en el
campo romano a más de la mitad de la península.
Otras dos leyes, en este caso tribunicias,
completaron esta acción política cuyo objetivo
último era dividir a los rebeldes: por la Ley
Calpurnia se concedía la ciudadanía romana a
todos aquellos latinos o itálicos que hubieran
luchado en el ejército a favor de Roma; y por la Ley
Plaucia Papiria, se concedía dicha ciudadanía a
todos aquellos que la solicitaran individualmente al
pretor urbano; es decir, a todos aquellos itálicos de
las comunidades en pugna con Roma que se
rindieran.
Durante el año 89 a.C., estas leyes supusieron una
importante merma de los efectivos “italianos”.
Además, el cónsul Pompeyo Estrabón consiguió
vencer a todas las tribus del centro de Italia,
llegando a tomar la ciudad picena de Ásculo, origen
de la rebelión, tras un largo asedio. Como
consecuencia, los “italianos” tuvieron que trasladar
su capital más al sur, a la ciudad samnita de Boviano.
El propio Pompeyo Estrabón (padre del Magno),
reforzó sus clientelas en el Piceno y en la Galia
Cisalpina (situada entre el río Po y los Alpes),
concediendo a estos galo-italianos la ciudadanía
latina en masa. Esto, además, incluía la ciudadanía
per magistratum a sus líderes locales.
También en el sur, los romanos, por medio del
legado Lucio Cornelio Sila, consiguieron derrotar a
todas las tribus rebeldes, tomando la capital de

51
Juan Luis Posadas
Boviano. Sila fue recompensado con su elección como cónsul
para el año 88 a.C. Los samnitas, últimos en rendir la espada,
crearon entonces un Estado independiente con capital en
Esernia, hasta su derrota final en el año 88 a.C. y la muerte de su
líder Popedio Silón. Aún hubo rebeldes samnitas en los
ejércitos de la guerra civil entre Sila y los marianistas, y en los
montes del sur de Italia por lo menos hasta el año 82 a.C., si no
hasta la época del propio Espartaco.
Interesa saber que esta guerra no tuvo como objetivo una
revolución social, tanto porque en ella participaron parte de las
aristocracias locales, que como toda aristocracia veía la
revolución con aprensión, cuanto po que lo que pretendían
muchos de sus contendientes era

52
Juan Luis Posadas

solo integrarse en la ciudadanía romana. Pero la


masa de los itálicos pobres, incluso los esclavos,
lucharon contra Roma porque veían en ella la clave
de todos sus problemas sociales y económicos. Solo
ese odio indisimulado explica la violencia que se
desató en las localidades tomadas a los romanos, con
la matanza indiscriminada de todos los ciudadanos
eminentes. El origen social y económico de la
rebelión también explica que, en muchas de esas
localidades romanas, los pobres e incluso los
esclavos se unieron en masa a los rebeldes itálicos12.
Del final de la guerra de los aliados no derivó
ningún cambio significativo en el ordenamiento
social romano, más bien al contrario: la ciudadanía
romana de las élites de los nuevos municipios
itálicos reforzó el sistema de dominio al engrosar
sus filas y acercar físicamente los dominadores a los
dominados. Tampoco se resolvieron todos los
problemas políticos que esta integración itálica en
Roma hacían prever: los nuevos ciudadanos fueron
inscritos, al principio, en ocho de las treinta y cinco
tribus, con lo que su influencia en las votaciones no
era significativa. Además, la resolución de la
siguiente guerra civil entre Sila y los marianistas
trajo consigo la persecución de muchos ciudadanos
de origen itálico por parte de los silanos, y la
proscripción de centenares de ellos.
Por otra parte, la guerra arruinó la economía
agrícola de las zonas implicadas, porque muchos
propietarios perdieron sus tierras en las
devastaciones de la guerra, y porque otros muchos se
arruinaron con la incautación de sus cosechas y
rebaños por parte de ambos ejércitos en lucha. Como
consecuencia, los terratenientes arruinados no pudieron devolver
las deudas que contrajeron, y los prestamistas, sobre todo
53
Juan Luis Posadas
miembros del orden ecuestre, también vieron cómo sus
economías mermaban. La moneda romana sufrió una
importante devaluación en el año 89 a.C., y el tema de la deuda
y la usura continuó siendo objeto de debate hasta cuarenta
años después, cuando la dictadura de César.
Otra consecuencia importante fue la conversión de todas las
ciudades itálicas y latinas en municipios de ciudadanos
romanos (municipia ciuium Romanorum), con lo que empezó
un imparable proceso
12
App. BC 1.186, 190.
El conTexTo

de romanización de la península itálica que duró


gran parte del siglo i a.C. y que significó el
abandono de los particularismos locales (incluidas
las lenguas autóctonas) en favor de la cultura romana
y de su lengua, el latín.
Finalmente, la guerra convirtió a todos los itálicos
en ciudadanos romanos, con lo que el ejército
legionario incrementó en muchos efectivos su recluta,
que ya había incluido a muchos proletarios (ciuda-
danos sin recursos) por la necesidad de soldados
durante la guerra. A partir de este momento, los
auxiliares del ejército romano fueron reclutados
fuera de la península itálica, entre las comunidades
de derecho latino y los aliados de Galia, Hispania,
África y otras regiones bajo el control de la
República.

LA GueRRA civil y lA DicTADuRA De SilA

La guerra de los aliados tuvo consecuencias


inmediatas en la política interna romana. Ya he
comentado que las leyes que pusieron fin a la
guerra abrieron las puertas a la ciudadanía romana a
los itálicos y latinos, pero inscribiéndoles a todos en
unas pocas tribus, con lo que su influencia real en
las votaciones de las asambleas populares quedó
diluida.
En el año 88 a.C., la facción popular, que había
recuperado al viejo Gayo Mario como líder, volvió a
la carga contra la facción optimate por medio de
un nuevo tribuno de la plebe, Publio Sulpicio Rufo.
Este tribuno, probablemente de acuerdo con Mario,
quien quería que se le encomendase el ejército de la
guerra contra Mitrídates en Asia, ya adjudicado a
Cornelio Sila, consintió en apoyar la ilegítima

55
aspiración de Mario, a cambio del apoyo de sus veteranos y de los
ecuestres a sus reformas políticas. La rogatio que planeaba
Sulpicio consistía en inscribir a los nuevos ciudadanos en todas
las tribus sin distinción, tanto las urbanas como las rurales, e
incluir en la medida, probablemente, también a los libertos que,
en número creciente, atiborraban las calles de Roma. Es decir,
Sulpicio planteaba, con el apoyo de Mario y la facción popular,
la plena ciudadanía política para los latinos, itálicos y, quizá,
incluso para los libertos. Esta propuesta habría desequilibrado
Juan Luis Posadas

la relación de fuerzas en las asambleas populares, por


lo que la facción optimate, mayoritaria en el Senado,
se opuso rotundamente. Los cónsules, Pompeyo Rufo
y Cornelio Sila, intentaron retrasar la votación
mediante el recurso a proclamar festivos los días que
debía realizarse. Sulpicio, previsoramente, visto lo
ocurrido con los Gracos o con Saturnino, se rodeó de
una especie de ejército privado, y con él ocupó el
Foro y proclamó ilegal el decreto consular. Hubo
derramamiento de sangre, y murió el hijo del cónsul
Pompeyo Rufo. Sila, uno de los que se habían
opuesto a la ley, abandonó la ciudad para refugiarse
en Nola, en Campania. Y Sulpicio consiguió que la
rogatio se aprobase en la asamblea popular. Como
demostración de que Mario apoyaba a Sulpicio desde
un comienzo, la misma asamblea le quitó el mando
del ejército de Asia a Sila, un cónsul en ejercicio,
para otorgárselo a Mario, un ciudadano privado con
imperio (es decir, un ex cónsul con mando militar en
la guerra de los aliados). Esta decisión de la
asamblea no era ilegal, pues contaba con
precedentes no muy lejanos, pero sí polémica y
discutible.
Inmediatamente, Gayo Mario envió legados a
Nola para hacerse cargo del ejército de Sila, pero
este fomentó la idea de que Mario iba a
desmovilizar a sus soldados para reclutar otros
nuevos más leales a él. Así que, como consecuencia
de estas intrigas, los legados de Mario, al fin y al
cabo en misión oficial y legal porque actuaban a las
órdenes de un procónsul designado por la asamblea
popular, fueron asesinados por la soldadesca de Sila.
A este no le quedaba más remedio (probablemente ya
lo había decidido así desde el momento en que la

57
Juan Luis Posadas
rogatio fue votada) que marchar hacia Roma para anular la
legislación de Sulpicio. La medida, extraordinaria y sin
precedentes, ni siquiera contó con el apoyo de sus oficiales,
todos los cuales, salvo uno, le abandonaron. El mismo Senado,
que no era favorable a Sulpicio y que estaba dominado por la
facción optimate, intentó disuadir a Sila de su avance enviándole
emisarios. Pero Sila no quiso seguir salvo a su fortuna y entró
en Roma sin oposición armada por parte de Mario o Sulpicio,
quienes no contaban con un ejército regular. Los plebeyos que
se le opusieron a pedradas desde los tejados fueron quemados
vivos en sus casas. Esta
Juan Luis Posadas

fue la primera ocupación armada de la ciudad desde


la invasión de los galos trescientos años antes.
Sila proclamó enemigos públicos a los líderes
populares, entre ellos a Mario, seis veces cónsul y
reconocido como refundador de Roma, y a un
tribuno de la plebe en ejercicio, Sulpicio. Mario y
su hijo Mario Gratidiano pudieron escapar a África,
pero Sulpicio fue asesinado. Además, la legislación
sulpiciana fue abolida con la excusa de que había
sido aprobada mediante el uso de la fuerza, lo cual
no dejaba de ser irónico, ya que Sila pudo hacerlo
con un ejército de partidarios rodeando el Foro.
Además, Sila y su colega Pompeyo Rufo aprobaron
una serie de medidas que, en la práctica, reducían
a la nada el papel de los tribunos de la plebe y
quitaban todas las competencias a la asamblea
popular (concilium plebis) para dárselas a la
asamblea por centurias, una especie de concilio
censitario fácilmente manipulable por la
aristocracia. El gran beneficiado fue el Senado, que
tenía que aprobar todas las decisiones de las
asambleas populares, y cuyo número de miembros
se incrementó hasta formar un cuerpo de seiscientos
senadores.
Una vez realizada esta reforma mediante el
recurso del golpe de Estado ilegal, Sila volvió a
partir con su ejército hacia Campania, creyendo
dejar todo atado y bien atado en Roma, para
dirigirse hacia Asia a batallar contra Mitrídates
invasor. La guerra contra este pugnaz adversario de
Roma duró varios años, hasta el 84 a.C. Se desarrolló
íntegramente en el Ática, con la toma de Atenas tras
un duro asedio, en Tracia, donde los romanos
tuvieron que vencer la resistencia de tribus aliadas a
Mitrídates (entre ellas la tribu natal de Espartaco), y

59
Juan Luis Posadas
en Asia, donde la destrucción generalizada de la provincia y el
empobrecimiento de sus habitantes crearon las condiciones
idóneas para el surgimiento de la piratería a gran escala en la
zona; piratería que tendrá una gran importancia, como se verá,
en el desarrollo de la rebelión de Espartaco y, en general, en
toda la crisis que acabó con la República.
En Roma, mientras tanto, y aun antes de que Sila
abandonara la ciudad para su guerra en Asia, las cosas ya se le
habían torcido. Las asambleas que eligieron tribunos de la plebe
le fueron desfavorables, aunque todavía pudo evitar que
saliera elegido su enemigo Quinto

60
EL contexto

Sertorio. En cuanto a las elecciones consulares, los


candidatos silanos fueron derrotados ante el
senatorial Gneo Octavio y el popular Lucio Cornelio
Cina. Sila, antes de marchar contra Mitrídates,
pudo sin embargo (quizá porque había varios miles
de sus soldados en la ciudad) transferir el mando
del ejército proconsular que había en Italia
acabando la guerra de los aliados a su colega en el
consulado Pompeyo Rufo, a la vez que hacer jurar a
los dos nuevos cónsules que respetarían la
legislación aprobada por él para reforzar el papel
del Senado.
Pero las promesas hechas a punta de espada valen
poco, y antes incluso de que Sila hubiera
abandonado Italia, su títere Pompeyo Rufo fue
asesinado por sus tropas en un oscuro motín, y un
tribuno de la plebe, Marco Vergilio, acusó al propio
Sila de alta traición y le intentó privar de su imperio
militar y, en definitiva, trató de invalidar su
legislación por haberla aprobado a la fuerza. En esa
situación, Cina se sintió libre de su juramento y
volvió a presentar la misma legislación en favor de
los ciudadanos itálicos que había hecho aprobar
Sulpicio, con otra ley para favorecer la vuelta de los
exiliados políticos del golpe de Sila, con Gayo Mario
a la cabeza. Sin embargo, el cónsul de Cina, Octavio,
y una parte del Senado, se opusieron a estas
medidas, y uno o dos tribunos de la plebe afectos a
Octavio pusieron su veto. Hubo un enfrentamiento
armado en el Foro y Cina tuvo que abandonar la
ciudad. Octavio consiguió que el Senado depusiera a
Cina de su consulado, nombrándose como sustituto
a Lucio Cornelio Mérula.
Esta vez, Cina encontró seguidores entre los
soldados acantonados en Campania, los mismos que
habían apoyado a Sila, y también entre los

61
Juan Luis Posadas
ciudadanos itálicos, que querían defender ahora con las armas
sus derechos de plena ciudadanía. A ellos se les unió Mario,
quien desembarcó en Etruria y levantó un ejército privado con
sus veteranos. La ciudad, esta vez, sí estaba presta a defenderse
de este golpe de Estado, pues Pompeyo Estrabón, el procónsul
del ejército de Italia depuesto por Sila, recuperó el control de
sus tropas y acudió al llamado del Senado de Roma.
Tras un asedio en el que se propagó una grave epidemia en la
ciudad, epidemia en la que murió el propio Pompeyo Estrabón,
el Senado tuvo que rendir Roma a Cina a finales del año 87 a.C.
Los soldados

62
EL contexto

vencedores cometieron pillajes en la ciudad, y el


propio cónsul en ejercicio, Octavio, fue asesinado,
junto con varios de los senadores prominentes de la
facción optimate. Otra vez, la violencia partidaria
se hacía sentir dentro del pomerio de la ciudad,
creando nuevas querellas personales que se añadían
a las ya muchas existentes tras cincuenta años de
violencia institucionalizada desde el asesinato de
los Gracos. Por supuesto, Cina recuperó su
consulado, la legislación silana fue abolida, y el
propio Sila fue declarado enemigo público sin
imperio, algo que Sila ignoró en su lejana Asia.
En las elecciones del año 86 a.C., Mario y Cina
fueron (cómo no) elegidos cónsules, aunque la
temprana muerte del viejo Mario dejó a Cina como
amo indiscutido de Roma hasta el año 84 a.C. Su
gobierno casi degeneró en una tiranía, debido a la
iteración consecutiva de consulados (que tenían, sin
embargo, el precedente de los de Mario), y muchas
de sus medidas legislativas solo pretendían su
mantenimiento en el poder. En todo caso, intentó
reformar la sociedad romano-itálica y conciliarse
con el Senado, en una política de compromiso que
difícilmente podía tener éxito ante el
derramamiento de sangre de los últimos años. Por
otra parte, esta política de conciliación imposible
con el Senado se construyó sacrificando, una vez más,
a los ciudadanos romano-itálicos, ya que la negativa
de los censores de incluir a muchos de estos nuevos
ciudadanos en el censo no fue vetada por Cina en su
intento de no enfrentarse directamente con el
Senado.
La política más exitosa del trieno de Cina (86-84
a.C.) fue la económica. Cina logró la aprobación de
una Ley que condonaba las tres cuartas partes de

63
Juan Luis Posadas
las deudas vivas de los ciudadanos, algo que alivió mucho la
desastrosa situación de muchos pequeños propietarios, que iban
a perder sus tierras o incluso su libertad por no poder pagar sus
empréstitos. Además, el hijo adoptivo de Mario, el pretor Mario
Gratidiano, emitió un edicto para frenar la devaluación
galopante de la moneda romana, lo cual benefició grandemente a
los sectores más desfavorecidos de la plebe urbana, que
dependían del valor de las pocas monedas en que basaban su
subsistencia.
Pero, claro está, la legislación cinana estaría en peligro
mientras Sila anduviera por Asia con un ejército a sus órdenes
(ilegales). En el

64
EL contexto

año 85 a.C., ante la inminente victoria de Sila contra


Mitrídates, los cónsules Cina y Gneo Papirio Carbón
empezaron a reclutar un ejército para luchar contra
Sila, si a este se le ocurría reanudar la guerra civil.
El Senado, mientras tanto, intentó mediar en el
conflicto en ciernes mandando emisarios a Sila, ante
lo cual este anunció magnanimidad con los nuevos
ciudadanos romano-itálicos, pero también represalias
contra sus enemigos. En esto, en el año 84 a.C., los
soldados reclutados por Cina y Carbón se amotinaron
y asesinaron al primero, quedando el segundo como
jefe del gobierno legal y líder único de la facción
popular. Aunque el Senado intentó mediar en el
conflicto aprobando una Ley por la que, finalmente,
se incluía a los ciudadanos romano-itálicos en todas
las tribus (la propuesta de Sulpicio de hacía unos
años), el camino de la guerra estaba servido: el hijo de
Pompeyo Estrabón, Gneo Pompeyo (más tarde
llamado Magno), Marco Licinio Craso y Metelo Pío
levantaron ejércitos propios en Piceno, Hispania y
África y arribaron a Italia invocando el nombre de
Sila. La llegada de este a Italia en la primavera del
año 83 a.C. con su ejército experimentado en Asia
hizo que gran parte del Senado viera en él la
salvación ante el caos político y social que se estaba
viviendo en la propia Roma.
La guerra civil subsiguiente duró todavía un año y
medio. Desde el principio, los acontecimientos se
inclinaron del lado de Sila. El sur de Italia se pasó en
bloque al bando silano, los ciudadanos romano-itáli-
cos se abstuvieron de la guerra porque Sila prometió
respetar su plena ciudadanía, y solo los samnitas (a
quienes Sila excluyó expresamente de dicha
promesa, probablemente por su irreductible papel

65
Juan Luis Posadas
en la guerra de los aliados, recientemente sofocada) opusieron
alguna resistencia a Sila. En noviembre del año 82 a.C., tras la
sangrienta batalla de Puerta Colina, en la que murieron
decenas de miles de samnitas, Sila entró en Roma triunfador. El
cónsul Mario Gratidiano, hijo adoptivo del gran Gayo Mario,
murió desangrado debido a las torturas de los silanos, que le
fueron desmembrando poco a poco. El otro cónsul, Carbón,
logró huir a África. El gobierno despótico y sangriento de Sila
había comenzado con dicha muerte y la proscripción de casi dos
mil senadores y ecuestres.

66
EL contexto

Sila hizo ajusticiar en masa a sus adversarios


samnitas y a los habitantes de Preneste (más de
veinte mil ejecutados entre ambos colectivos) y
asumió plenos poderes como dictador del año 82 al
79 a.C., para asegurar el régimen oligárquico con
drásticas medidas de reforma. Sus leyes buscaron la
restauración del dominio senatorial: el Senado fue
ampliado con la admisión de cerca de trescientos
nuevos senadores procedentes del orden ecuestre;
los cargos senatoriales y la carrera administrativa
senatorial tuvieron una nueva reglamentación; la
legislación fue ligada a la aprobación del Senado;
los poderes de los tribunos de la plebe fueron
fuertemente limitados; las decisiones en materia
criminal fueron sustraídas de los ecuestres y
restituidas al Senado; y, para evitar el surgimiento de
un poder militar en Italia, este poder no fue asignado
a los cónsules ni a los pretores en ejercicio, sino solo
a los procónsules y a los propretores, que debían
ejercitar dicho poder militar por un año como gobernadores en
sus provincias. Pero estas reformas minaron la base de la
República aristocrática, y el poder absoluto de Sila representó en
realidad el primer paso decisivo del Estado romano en el
camino hacia la monarquía.

LA épocA postsilAnA

La dictadura de Sila acabó cuando este abdicó (ya


que su poder era casi el de un rey) en el 79 a.C. para
escribir sus memorias y morir de una enfermedad
muy dolorosa al año siguiente. La desaparición del
sátrapa trajo consigo, como siempre que un sátrapa ha
desaparecido y desaparecerá en la Historia, el
afloramiento de las tensiones internas entre sus
segundones. El primero que se significó en esta lucha

67
Juan Luis Posadas
por el poder fue el cónsul Marco Emilio Lépido,
quien había sido elegido cónsul con la oposición de
Sila pero con el apoyo de silanos destacados como el
emergente Gneo Pompeyo. Su colega Quinto Lutacio
Catulo, este sí había contado con el apoyo de Sila,
propuso un funeral público para glorificar al tirano,
algo a lo que se opuso sin éxito Lépido. El cónsul,
lejos de desanimarse por este revés, propuso
inmediatamente después un programa de reformas
que incluía la reanudación del reparto gratuito de
trigo a los plebeyos, la vuelta de todos los exiliados

68
EL contexto

y la devolución de sus bienes expropiados (de los


que el propio Lépido se había beneficiado), así
como la restitución de los poderes a los tribunos de
la plebe (una demanda de los sectores populares que
empezaron a apoyarle). Es decir, salvo el ataque a las
prerrogativas del Senado, las propuestas de Lépido
significaban, esta vez sí, un verdadero y más justo
funeral público de la obra política de Sila. Aunque las
propuestas de Lépido no fueron aprobadas por el
Senado, celoso de sus competencias y avaro de las
riquezas expropiadas a los marianistas, sí pueden
interpretarse como un intento de paliar algunas
consecuencias injustas de la obra silana.
En ese momento estalló en Etruria una rebelión
de los antiguos propietarios de tierras expropiadas
por Sila por el apoyo de la región al difunto Mario.
Las tierras expropiadas habían sido otorgadas a los
veteranos silanos, no sin el comprensible enfado de
los expropiados. Durante la rebelión en la localidad
de Fiésole, algunos colonos silanos fueron asesinados
y otros muchos expulsados de sus tierras. Los colo-
nos acudieron a Roma a pedir ayuda, por lo que el
Senado encargó a los dos cónsules, todavía
enfrentados por el intento de reforma de Lépido, que
sofocaran la rebelión. Pero Lépido, de modo algo
incomprensible, no solo no se enfrentó a los
etruscos rebeldes, sino que se puso a la cabeza de la
rebelión, dirigiéndose a Roma para presentarse a la
reelección como cónsul para el año siguiente, el 77
a.C. Por supuesto, ni Lépido contaba en Roma con
apoyos ni siquiera entre la plebe, ni el Senado se
privó de hacer piña en torno a sus intereses de
clase. Como no se habían celebrado las elecciones,
se nombró a un interrex, Apio Claudio, quien
decretó el senadoconsulto último contra Lépido y

69
Juan Luis Posadas
encargó a su excolega Catulo la represión de la rebelión.
La guerra civil, que es lo que realmente fue, se desarrolló
durante escasos meses de ese año. En Mutina (Módena), el
legado de Lépido, Bruto, que había sido mandado a la Galia
cisalpina para reclutar tropas para la causa, fue sitiado por el
omnipresente Gneo Pompeyo, otra vez al mando de tropas como
ciudadano privado por orden del Senado. El sitio acabó con la
toma de la ciudad y la ejecución de Bruto por parte de Pompeyo
(“adolescente carnicero” fue el apelativo que le dio Cicerón).
Por su lado, Catulo logró evitar la llegada de Lépido a

70
EL contexto

Roma. Este, entonces, se desvió por Etruria hacia el


norte, quizá para enlazar con las tropas de Bruto,
pero fue copado por las fuerzas de Catulo y de
Pompeyo en Cosa, en Etruria. Su derrota no fue
definitiva, pues Lépido pudo embarcar con gran
parte de su ejército hacia Cerdeña, donde él murió
poco después. Su lugarteniente Perperna se hizo
cargo de los restos de sus tropas y se trasladó a
Hispania para unirse a Quinto Sertorio, quien
había conseguido resucitar la llama de la guerra
civil como heredero de Cina. Pompeyo mismo se
negó a licenciar sus tropas y se dirigió también a
Hispania para combatir de manera inmisericorde a
Sertorio y a Perperna.
Los años inmediatamente anteriores a la rebelión
de Espartaco (77- 74 a.C) se dedicaron
exclusivamente al debate sobre la restauración de
los poderes tribunicios, piedra clave de todo el
edificio legislativo silano, ya que la restauración del
poder del Senado descansaba básicamente en el
menoscabo del poder de las asambleas y de los
tribunos. Este debate nos interesa poco en este libro,
porque no aporta nada a entender el caldo de
cultivo en Italia central y meridional que explican el
éxito inicial de los espartaquíadas. Sí es importante
resaltar que la época postsilana vio resurgir dos
guerras que parecían ya acabadas y consumidas por
sus propios fuegos: la guerra civil entre los
populares y los optimates (liderada por Sertorio en
Hispania) y la guerra en Asia entre Mitrídates del
Ponto y Roma. La primera guerra fue confiada a
Gneo Pompeyo, y la segunda al cónsul del año 74

71
a.C. Lucio Licinio Lúculo. Ambos terminaron con dichas guerras
justo cuando Espartaco se desangraba en la batalla final
contra Craso. Aún pudo, no obstante, el “adolescente
carnicero” (Pompeyo) acabar con cinco mil fugitivos de la
guerra de Espartaco y atribuirse, como se verá, el éxito de
finalizar la guerra. Lúculo intentó también sacar tajada de la
rebelión de Espartaco desembarcando con su ejército en
Brindisi, sin conseguir pasar del papel de convidado de piedra a
las matanzas protagonizadas por Pompeyo y Craso, que les
sirvieron para lograr el consulado para el año 70 a.C.
CApíTulo sEGuNDo
LAs FuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

En el capítulo anterior he intentado describir los


hechos sociopolíticos y económicos que
contextualizan el escenario donde la rebelión de
Espartaco tuvo lugar: el sur y el centro de Italia.
Espartaco se movió entre la ciudad de Mutina
(Módena), en el valle del Po, y los Abruzzos, en la
punta de la bota italiana. Justo las regiones donde las
guerras civiles de finales del siglo ii y comienzos
del i a.C. (rebelión de Fregelas, disturbios
tribunicios, guerra de los aliados, guerra entre
Mario y Sila, proscripciones, rebelión de Lépido)
habían tenido lugar, provocando destrucciones y no
poco encono.
Hemos visto también que las dos guerras serviles
de finales del siglo ii a.C. en Sicilia habían
comenzado por la superpoblación esclava de la isla
y por las malas condiciones de vida de los siervos, y
habían acabado con la muerte de decenas de miles
de estos esclavos y con el probable mejoramiento del
trato hacia ellos. Pero esto no había ocurrido en el
centro y sur de Italia. Las revueltas que también se
dieron en esta zona durante el último tercio del
siglo ii a.C. (en Nola, Nuceria, Capua, etc.) no
produjeron sino escaramuzas aisladas y, probable-
mente, un empeoramiento de las condiciones de
vida servil, debido al temor de los propietarios a
nuevos conatos de rebelión. Junto a una masa de

73
esclavos trabajando en los nuevos latifundios cerealistas, muchos
de ellos procedentes de Germania y la Galia tras la victoria de
Mario sobre cimbrios y teutones, había también una
muchedumbre desocupada, compuesta por pequeños
propietarios desposeídos por los veteranos vencedores en las
guerras civiles, por desertores de los bandos perdedores de las
mismas, por itálicos y latinos supervivientes de la guerra de los
aliados y que no habían podido recuperar sus propiedades, y por
proletarios romanos sin saber a quién encomendarse para
sobrevivir. Este era el caldo de cultivo de la revolución. Solo
hacía

74
JuAN Luis PosAdAs

falta una excusa para que esta marea de perdedores


se uniera con la esperanza de subvertir la República
o, al menos, de saquearla.

LAs FuENTEs EscRiTAs

Antes de ceder la palabra a las fuentes escritas


que nos dicen una cosa u otra sobre esta rebelión,
sobre la “guerra de los fugitivos” como se la llamó en
la época, habrá que ver qué fuentes son esas, qué
criterios siguieron, y qué persiguieron con sus
narraciones. Para hacerlo, es imprescindible
repasar una a una dichas fuentes, conocer a esos
autores y criticar las narraciones que nos
transmitieron para separar la paja del grano en esta
historia de Espartaco y sus setenta mil seguidores.
También es importante resumir qué acontecimientos
narra cada fuente y qué aportan de nuevo a los
principales relatos disponibles (los de Salustio,
Plutarco y Apiano) otros autores como Veleyo
Patérculo, Tito Livio, Frontino o Floro. Los textos
principales de estos autores se hallan al final de este
libro.
Finalmente, será interesante repasar las fuentes no
escritas sobre la rebelión, que son muy pocas: algunos
tesorillos de la época escondidos deprisa y corriendo,
alguna destrucción provocada por los rebeldes, e
incluso un graffito pompeyano que alude a un
gladiador tracio llamado Espartaco justo de la época de la
rebelión.
En primer lugar, hay que decir que no tenemos ninguna
fuente escrita por simpatizantes de Espartaco, sean estos
esclavos o no esclavos1. Todos los autores que nos han
transmitido su visión sobre esta guerra fueron ricos

75
propietarios, políticos en activo o en retiro, griegos ilustrados,
profesores de retórica o incluso un miembro del clero católico
muy posterior2. Casi todos ellos poseyeron esclavos, al-
En esto coinciden dos de los autores
1

contemporáneos que más he utilizado en este libro: B. D. Shaw,


Spartacus and the slave wars. A brief history with documents,
Boston-Nueva York, Bedford St. Martin’s, 2001, pp. 25-27; y N.
Fields, Spartacus and the slave war 73-71 BC, Nueva York, Osprey
Publishing, 2009, p. 89. Hay que remarcar el hecho de que, en casi
todo, Fields sigue demasiado al pie de la letra lo escrito por Shaw, un
reconocido especialista en la materia.
De hecho, según F. Millar, A study of Cassius Dio, Oxford, Oxford
2

University Press, 1964, p. 5, el denominador común de todos los


historiadores romanos, desde Fabio Píctor a Dión

76
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

guno quizá centenares. La historia de un esclavo


rebelde que liberaba a esclavos de las plantaciones,
y a quien se le unieron campesinos y “chusma”,
como dice uno de los autores3, con el objetivo de
saquear a los ricos para repartirlo entre los pobres,
no podía gustarles lo más mínimo. Por eso, es
imposible que encontremos en estas narraciones
simpatía alguna por la rebelión; aunque sí por la
figura personal de Espartaco, quien desde los
comienzos de la tradición historiográfica suscitó
comentarios favorables entre los historiadores4.
Porque todos los autores que escribieron sobre la
rebelión se situaron al otro lado de la trinchera,
mostrando simpatía por los romanos y repulsa por los
rebeldes, casi sin matices. Incluso en el siglo iy y y,
los autores cristianos manifestaron repulsa por
Espartaco, porque, al parecer, el antiguo metus
seruilis (miedo a los esclavos) les traía a la mente el
nuevo metus barbari (miedo al bárbaro), propio de
su tiempo5.
Hay que decir, antes de empezar a hablar de
cada autor, que las más antiguas historias de
Espartaco que conocemos (las de Salustio y Tito
Livio) aparecen en obras de época triunviral o
augústea, es decir, cuarenta o más años después. Si
bien casi todos los autores posteriores siguen a
Salustio o a Livio indistintamente, hay muchos casos
en que parece que hubo una tercera fuente desconocida, hoy
perdida, quizá anterior a estos. Es lo que ocurre,
fundamentalmente, con el número de gladiadores fugados de
Capua, con el número de legionarios ejecutados por Craso o con
la descripción de las batallas que aparece en Frontino 6. Esta
fuente intermedia entre Salustio y Livio ha sido identificada con
varios analistas tardíos como Licinio Macro o Tanusio Gémino,
pero es más probable que se trate del historiador y político

77
itálico de época triunviral Asinio Polión7. En definitiva, como
veremos
Casio, fue su pertenencia (o vinculación) a los
más altos estamentos de la sociedad romana. App. BC 1.117.
3

G. Stampacchia, La tradizione della guerra di Spartaco da Sallustio


4

a Orosio, Pisa, Giardini, 1976. Veremos a lo largo del capítulo en


qué consiste esa tradición historiográfica de “simpatía” por
Espartaco. Entre los autores que no mencionaré en este libro y que
citan a Espartaco por su bravura están Cicerón, Frontón, Amiano
Marcelino, la Historia Augusta, Claudiano y Sidonio Apolinar.
G. Stampacchia, La tradizione, p. 160.
5

Ibídem, p. 153-155.
6

E. Gabba, Appiani Bellorum Civilium liber primus, Florencia, La


7

Nuova Italia, 1958, pp. 103-108.


LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

a lo largo de este libro, las divergencias entre las


fuentes en cada uno de los acontecimientos de la
guerra de Espartaco, forman parte de esta historia
casi tanto como ella misma.
La fuente más antigua de que disponemos
sobre las guerras de Sicilia y la rebelión de
Espartaco es la colección de discursos
pronunciados por Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.)
hacia el año 70 a.C. contra el gobernador de
Sicilia, Gayo Verres, durante el juicio que se siguió
contra él por corrupción. Aunque las alusiones a la
rebelión de Espartaco no son muchas, son muy
significativas, tanto por la proximidad cronológica de
los hechos, como por la proximidad geográfica del
acusado (Sicilia) al protagonista de la rebelión (sur
de Italia). Cicerón había nacido en Aquino, a mitad
de camino entre Roma y Nápoles, y tenía unos
treinta y tres años cuando comenzó la rebelión de
Espartaco. Ya era senador y quería ser cónsul. Su
postura política y moralista le situaba dentro de la
corriente optimate, pero su condición de homo
nouus, es decir, el primer hombre de su familia que
conseguía ser senador, y su ambición ilimitada de
llegar a cónsul, le hacía jugar a todas las bandas
posibles. Por eso, él, un rico terrateniente optimate,
se atrevió a actuar de fiscal contra Verres, un
miembro de la aristocracia de su propia facción,
para congraciarse con los nuevos amos de Roma,
Craso y Pompeyo. La rebelión de Espartaco, cuyo
nombre no menciona en las Verrinas8, solo aparece para
desarticular la defensa del acusado, quien clamaba que gracias
a él los rebeldes no habían podido desembarcar en Sicilia. Para
Cicerón, los rebeldes no eran sino esclavos fugitivos que habían
comenzado una guerra violenta y peligrosa para Roma y que no
habían pasado a Sicilia gracias a la acción de Craso, no a las

79
Juan Luis Posadas
medidas tomadas por Verres, que según él no fueron de mucha
utilidad9. Hay que resaltar el hecho de que Cicerón y sus
parientes poseían tierras en su región natal de Aquino y en el
sur
Según M. Doi, “Spartacus’
8

uprising in Cicero’s works”, Index 17, 1989, pp. 191-203, Cicerón fue
el primero en utilizar como nombre común el nombre de Espartaco
para calificar a un hombre que amenazó el orden social romano, sobre
todo en las Filípicas 3.21, 4.15 y 13.22. Cic. Verr. 2.5.5-6. Según L.P.
9

Wilkinson, “Cicero and the relationship of oratory to literature”, en E. J.


Kenney (Ed.), The Cambridge History of Classical Literature,
Cambridge, Cambridge University Press, vol. II, 1982, pp. 56-93,
Verres fue gobernador de la isla en el año 73 a.C., pero su mando fue
prorrogado hasta el año 70 a.C. precisamente por el peligro de
contagio de la rebelión de Espartaco.

80
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

de Italia, justo las zonas por donde pasaron las


bandas de Espartaco. Es más que posible que sus
propiedades sufrieran destrozos por el paso de los
rebeldes y por el de las tropas legionarias que les
persiguieron, por lo que la postura de Cicerón quizá
estaba condicionada por una experiencia personal
y por sus propios intereses de terrateniente sur-
italiano.
Es interesante, en este análisis por necesidad
breve de Cicerón, el nombre con el que aludió a la
rebelión de Espartaco: guerra de esclavos fugitivos. El
calificativo de guerra servil lo pone en boca de
Verres, quien, al parecer, consideraba la de
Espartaco la tercera guerra servil de Roma, tras las
dos acaecidas en Sicilia. No hay ninguna alusión en
Cicerón a la composición social del ejército de
Espartaco, a si en él había solo esclavos o también
campesinos, desertores y otros elementos no
serviles. Para Cicerón eran esclavos fugitivos que
merecían la muerte por su osadía y sus desmanes. Y,
finalmente, solo se debía a Craso y, curioso que lo
mencionara, a Pompeyo, el final de dicha guerra.
Hay que señalar que Cicerón solo menciona a
Espartaco (y es importante que así lo haga porque
es el autor más antiguo que lo utiliza) como
sinónimo de asesino y de bandido para aludir a su
enemigo acérrimo Marco Antonio, el que había de
ordenar su asesinato poco después10.
Marco Terencio Varrón (116-27 a.C.), un autor algo
mayor que Cicerón, nació en Reate, en la Sabina,
justo la región por la que Espartaco y sus rebeldes
pasaron probablemente en dos ocasiones. Varrón fue
un pompeyano ilustre que escribió una extensa obra
enciclopédica, cuyo máximo exponente fueron sus Antiquitates
en cuarenta y un libros11. De Varrón se conserva una cita de una

81
Juan Luis Posadas
obra suya desaparecida, en la que afirma que Espartaco había
sido condenado ad gladiatorium, es decir, que había sido
vendido como esclavo a un lanista propietario de gladiadores, o
que había sido condenado a ser gladiador, por algún crimen
cometido, pese a ser inocente de dicho crimen. El fragmento,
transmitido por el gramático del siglo iv Flavio Carisio, no se
conserva íntegramente, y las palabras ad gladiatorium son
una inferencia de los
10
Cic. Phil. 3.21, 4.15 y 13.22.
J.L. Posadas, “La República, días dorados de los Anales”, Historia 16, 266, 1998, pp. 28-
11

33.

82
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

eruditos expertos en dicho gramático12. Pero, fuera


cual fuera la condena, sí que aparece claramente en
Varrón la inocencia de Espartaco. Estamos aquí con
la primera fuente positiva de la figura de Espartaco,
una fuente cercana a los hechos que quizá tuvo
influencia en otros autores, y que comenzó una
tradición mitificadora de la figura del líder de los
esclavos. Es posible que la filiación pompeyana de
Varrón, al fin y al cabo el máximo rival de Craso en
la época de la guerra de Espartaco, influyera en la
mitificación del rebelde, para contraponer su figura
mítica a la denostada de Craso.
Gayo Julio César (100-44 a.C.) no necesita
presentación. Fue el último dictador romano y, para
muchos incluido yo mismo, el primer “emperador” de
Roma, aunque sin ostentar dicho título más que en su
sentido de “general” cum imperium13. César fue
contemporáneo a los hechos de la rebelión de
Espartaco. Consta que fue elegido en el año 72 a.C.
(con veintiocho años) uno de los veinticuatro
tribunos militares. Como tribuno militar, es posible
que César participara, bien en alguno de los ejércitos
dirigidos por los pretores, bien en los consulares que
aquel año intentaron vencer a Espartaco14. No
sabemos a ciencia cierta si esto fue así, pero es
posible, porque en su obra sobre la guerra de las
Galias, César menciona la rebelión de los esclavos y
parece conocer cómo se desarrolló. En esa obra, en
medio de una arenga a los soldados antes de una
batalla contra Ariovisto y sus germanos, César se
enfrenta al miedo de sus subordinados. Su argumento fue
preciso: ya se había vencido a los germanos, primero en la
guerra contra cimbrios y teutones, y segundo en la rebelión de
los esclavos, rebelión que él llama seruili tumultu, es decir, un
levantamiento armado y servil improvisado. También es de

83
Juan Luis Posadas
reseñar que coloque como ejemplo de victoria de los romanos
sobre los germanos y galos a la rebelión de Espartaco. Quizá se
viera contemporáneamente a esta como una guerra
protagonizada mayoritariamente por galos y germanos. De ahí,
quizá,
12
Char. 1.133 Keil. Inferencia de Niebuhr.
J.L. Posadas, Los emperadores romanos y el sexo, Madrid, Sílex
13

ediciones, 2011, p. 35 y nota 1. J.M. Roldán, Césares, Madrid, La


14

esfera de los libros, 2008, p. 42. Por ahora, es imposible saberlo de


cierto, aunque, según una certera anotación a este libro del doctor
Miguel Ángel Novillo, “conociendo como era, César habría dejado
testimonio de su participación en el conflicto”.

84
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

la insistencia de las fuentes posteriores en los


contingentes galos de Criso o germanos, derrotados
por separado por varios generales romanos, entre
ellos Craso.
El político romano Gayo Salustio Crispo (hacia
86-hacia 35 a.C.) nació en Amiterno (Sabina), en el
centro de Italia. Aunque es probable que en la época
de la rebelión de Espartaco, cuando tenía entre 13 y
16 años, es decir, en su mayoría de edad, Salustio
residiera ya en Roma, donde había comenzado sus
estudios, quizá su familia y amigos continuaran
viviendo en Amiterno. El paso de los ejércitos de
Espartaco, los cónsules y Craso pudieron dejar
huella en las propiedades familiares o en las aldeas
y pueblos de su región natal, cosa que le pudo
marcar e influir a la hora de escribir sobre la
rebelión.
Salustio fue un político de poca fortuna. Militó
siempre en la facción popular, pero primero fue
simpatizante de Craso, y luego de César, en cuyas
filas sirvió durante la guerra civil. Salustio
consideraba que la literatura estaba al servicio de
la política, y sus primeras obras, dos cartas a
César, están trufadas de consejos políticos dirigidos
a su líder. Sin embargo, tanto la actuación de
Salustio durante la guerra, con más reveses que
victorias en su haber, y su nefasto gobierno pro-
vincial del África Nova, la nueva provincia creada
por César en la zona de Túnez occidental, hizo que
se viera obligado a dejar la política activa para
refugiarse en su villa y jardines de Roma, y en la
escritura de libros de historia.
Sus primeras obras, monografías dedicadas a la
guerra de Jugurta, en la que descolló Mario, el tío

85
Juan Luis Posadas
de César, y a la conspiración de Catilina, en la que su líder
aparece limpio de culpa y de implicación en dicha
conspiración, no fueron sino intentos de seguir influyendo en
la política de la época prestando servicios ideológicos a la
facción cesariana. Porque dichas monografías aparecieron
durante los convulsos años que siguieron a la muerte de Julio
César, época en que la facción cesariana se disputaba el poder
espada en mano. Salustio sobrevivió a estos años y a las crueles
proscripciones del triunvirato porque pasó a formar parte,
probablemente, del bando liderado por

86
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

Marco Antonio15. Fue tras el reparto de las provincias


de la República entre Octavio, Lépido y Antonio,
durante los primeros años 30 a.C., cuando Salustio
comenzó a escribir una ambiciosa obra histórica en
varios volúmenes: las Historias. Esta obra, que al
parecer narraba los hechos de la historia reciente
romana, entre la guerra de los aliados y,
probablemente, la guerra civil de César y Pompeyo,
quedó inacabada debido a la muerte del historiador
hacia el año 35 a.C.16, poco después del final de la
última gran “guerra servil” de la República romana
en Sicilia: la guerra contra Sexto Pompeyo y sus
treinta mil esclavos. Es posible que los hechos de
esta guerra le inspiraran para escribir sobre
Espartaco. Sin embargo, son muy pocos los
fragmentos de esta obra que han llegado hasta
nosotros, y una ínfima parte la que habla de la
rebelión de Espartaco, aunque algunos muy
significativos.
Salustio había sido simpatizante de Craso, por lo
que sus simpatías estaban quizá más del lado de este
que del de Espartaco. Además, pese a la admiración
que el líder de la rebelión le suscitaba por sus
dotes de mando y su ecuanimidad, Salustio no evita
detalles sangrientos en sus descripciones de los
saqueos protagonizados por los esclavos. Su postura,
pues, es contraria a la rebelión, quizá por motivos
personales derivados de estas destrucciones en los
campos y villas del sur y centro de Italia,
destrucciones que quizá afectaron a sus intereses
como terrateniente sabino.
En los fragmentos de las Historias que se han conservado y
que hablan de la rebelión de Espartaco, Salustio menciona al
líder rebelde como princeps gladiatorum17, es decir como
primero entre iguales de ellos (término de la época referido al

87
Juan Luis Posadas
princeps Senatus, al primero en hablar en el Senado). Salustio,
pues, sostenía que Espartaco no era el líder absoluto de los
gladiadores, sino el primero de ellos. La fortuna ha querido que
se conservaran algunos fragmentos extensos del relato
salustiano, sobre todo de la parte referida al comienzo de la
rebelión. En ellos aparecen los rebeldes como bandidos
bastante sanguinarios
15
J.L. Posadas, “Las Historias de Salustio como documento antoniano”,
en Arx. World Journal of Prehistoric and Ancient Studies 1, 1995, pp.
47-51.
16
B. Segura Ramos, Salustio: Conjuración de Catilina, Guerra de
Jugurta, fragmentos de las Historias, Madrid, Gredos, 1997, pp. 30-
31; J.L. Posadas, Gayo Salustio Crispo, p. 21.
17
Sal. Hist. 3.90.

88
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

a los que Espartaco, moderado, intentaba refrenar


en sus excesos. El resto de fragmentos ofrecen
algunos detalles interesantes, como que Verres, el
gobernador de Sicilia acusado por Cicerón, sí que
tomó medidas para fortificar la isla y prevenir el
desembarco de los rebeldes, o que Craso estaba
impaciente por terminar la guerra para atribuirse
el mérito.
Tito Livio (hacia 60 a.C.-12 d.C.) provenía de
Padua, en el norte de Italia. Es el primer autor que
no fue contemporáneo de Espartaco. Además, Padua
no llegó a sufrir el paso de los ejércitos de esta
guerra, por lo que Livio también es el primer autor
que no vio su tierra devastada por los esclavos. Tito
Livio probablemente tenía recursos financieros
basados en la explotación de tierras, pero no fue un
político como Cicerón o Salustio, ni desempeñó cargo
alguno18. En este sentido, podemos suponer que
Livio fue lo más cercano a la clase media que había
en la República de entonces, con una ideología algo
conservadora y provinciana. En los años 30 a.C.,
Tito Livio se trasladó a vivir a Roma para escribir
su monumental Historia de Roma desde su
fundación (ab Urbe condita libri), aunque es más
que probable que volviera a su Padua natal y
muriera allí, alejado de la Urbe a la que había
dedicado la más extensa Historia escrita hasta la
fecha.
De la obra de Tito Livio se conserva sobre todo
la parte referente a los orígenes míticos de Roma y
a la monarquía, desgraciadamente para el
propósito de este libro. Del resto de su obra, hay
algunos libros enteros que llegan hasta las guerras púnicas, y
de otros muchos solo quedan breves resúmenes muy posteriores,
llamados períocas, que transmiten los hechos narrados por Livio

89
Juan Luis Posadas
de manera sumaria. Sobre la guerra de Espartaco quedan
precisamente estas períocas en las que se nos informa de
algunos hechos que no aparecen en los otros historiadores. De
esos resúmenes no se infiere la postura de Livio frente a Es-
partaco o a sus seguidores. Livio solo se refiere a los esclavos
fugitivos, pero nos dice también que a estos esclavos se unieron
muchos prisioneros de los ergástulos19, lugares angostos donde
permanecían enca-
A. Sierra-J.A. Villar Vidal, Tito Livio: Historia de Roma desde su
18

fundación, Madrid, Gredos, 1990, vol. I, pp. 20-22.


Liv. Per. 95.2.
19

90
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

denados muchos esclavos por las noches, pero


también prisioneros de guerra que todavía no
habían sido vendidos e incluso hombres libres que
cumplían así penas por delitos cometidos. Había,
además, algunos ergástulos donde terratenientes sin
escrúpulos mantenían prisioneros a hombres libres e
inocentes de toda culpa, simplemente para pedir
rescate por ellos o para vengarse por alguna ofensa
real o ficticia. Por tanto, Livio nos ofrece en esta
períoca un dato fundamental que quizá explique la
popularidad de Espartaco: que liberaba a los presos
que se encontraba.
Veleyo Patérculo nació en Campania el año 19
a.C. y murió después del año 30 d.C. Aunque por
edad está ya alejado de la época de Espartaco en
casi un siglo, su lugar de nacimiento fue muy
castigado en esa guerra, por lo que es posible que
tuviera información de primera mano de los
estragos causados por los esclavos fugitivos. Veleyo
fue un oficial de caballería y después legado en las
guerras augústeas y, sobre todo, bajo Tiberio. Llegó
a ser senador de rango pretorio, es decir, un
miembro de la alta administración del Imperio,
aunque no alcanzó el deseado cargo de cónsul.
Probablemente murió tras la caída del prefecto del
Pretorio Sejano, el privado de Tiberio, a quien aduló
en su Compendio de Historia romana, la única
obra de Veleyo que nos ha llegado. La ideología de
Veleyo, que alaba la virtud personal de los
protagonistas de la Historia, con independencia de su
origen social, es propia de un miembro de la clase
media (los Veleyos eran ecuestres)20, y es posible
que haya influido en la visión no muy negativa de personajes
como Espartaco (quien aparece como único líder de la rebelión).
En su libro en dos volúmenes, con numerosas lagunas y

91
Juan Luis Posadas
errores de la transmisión manuscrita, Veleyo trata desde la caída
de Troya hasta la muerte de la emperatriz Livia en el año 29
d.C., aunque dedicándole mucha más atención a los años
anteriores a esta, sobre todo desde la guerra civil entre César y
Pompeyo. Por tanto, la alusión a la guerra de Espartaco es
breve, pero interesante, porque da la cifra exacta de los
rebeldes en la batalla final contra Craso: cuarenta mil
ochocientos.

M.A. Sánchez Manzano, Veleyo Patérculo:


20

Historia romana, Madrid, Gredos, 2001, pp. 14 y 18-19.

92
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

Sexto Julio Frontino (hacia 40-103 d.C.) vivió más


de siglo y medio después de finalizada la guerra de
Espartaco. Senador de alto rango, por lo menos
pretorio, Frontino fue gobernador de Britania
durante el Imperio de Vespasiano, al menos entre
los años 75 y 78 d.C. Después fue encargado por
Nerva de los acueductos de Roma; es decir, de
cuidarse del suministro de agua de la capital. Un
cargo importante que desempeñó con tanto interés
que llegó a escribir un tratado sobre el tema que se
ha conservado. Aparte de esa obra, Frontino
escribió un libro sobre estrategia militar que
también se ha conservado en gran parte. Como el
libro analiza diversas estrategias, no estudia la
guerra de Espartaco en sí, sino solo algunos
aspectos de dicha guerra. Nos lega así
importantísimos relatos de cómo Espartaco engañó
a los romanos durante el episodio del Vesubio o
cuando se zafó de la trampa que construyó contra él
Craso en el Bruccio. También nos ha legado una
narración de la batalla final en Lucania en la que
murieron Espartaco y treinta y cinco mil fugitivos.
Ya analizaremos la disensión entre estas cifras y las
de otros autores como Veleyo.
Gayo Suetonio Tranquilo (hacia 70-hacia 126
d.C.) fue un ciudadano romano nacido en Hipona,
África. Como ecuestre distinguido, hizo una carrera
literaria en la capital. Gracias a la protección de
Septicio Claro, llegó a ser secretario de la
correspondencia del emperador Adriano hacia el año
120 d.C., hasta que fue despedido de dicho cargo
por tener demasiada familiaridad con la emperatriz
Sabina. Suetonio escribió varios libros, el más
conocido de todos fue su colección de biografías de
los doce primeros emperadores, de César a

93
Juan Luis Posadas
Domiciano. En la de Augusto transmite una noticia interesante
sobre Octavio, el padre del emperador, quien al parecer, en el
año 60 a.C., exterminó a los últimos supervivientes de la guerra
de Espartaco, quienes sobrevivían como bandidos en los
montes de Turios, en el sur de Italia.
Plutarco de Queronea (hacia 50-hacia 120 d.C.) fue un
filósofo moralista griego nacido en Queronea de Beocia. Viajó
por todo el mundo mediterráneo y fue un intelectual protegido
por varios emperadores. Fue sacerdote de Delfos, magistrado de
Queronea y, probablemente, procurador de Acaya, un cargo de
rango consular. Plutarco vivió ciento cincuenta años después de
la rebelión de Espartaco, pero

94
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

debido a sus viajes y a su conocimiento del griego,


pudo consultar fuentes diferentes a las de Livio o
Salustio, que, en todo caso, fueron las fuentes
principales de todos los que historiaron sobre
Espartaco.
El relato de Plutarco en sus Vidas paralelas es
muy importante porque es el primero que se
conserva íntegramente sobre la rebelión de
Espartaco, y además con una cantidad importante
de detalles (tomados seguramente de Tito Livio más
que de Salustio). Lo primero que sorprende es la
simpatía que el líder gladiador provoca en
Plutarco: “no solo poseía gran valor y fuerza, sino
que incluso, por su inteligencia y buen carácter,
merecía mejor suerte que la que corrió y era más
griego que de su propia estirpe”21. Este comentario,
que era más griego que tracio, es clave para
entender la simpatía plutarquiana por Espartaco.
Para Plutarco, Espartaco era un casi griego que se
enfrentó a los romanos y que les venció en varias
ocasiones para terminar siendo derrotado: Pirro. Si
tenemos en cuenta, además, que la narración de la
rebelión de Espartaco aparece en la Vida de Craso,
un personaje que Plutarco critica abiertamente
porque ve en sus carencias morales la causa de su
desastroso final22, podemos comprender que
claramente Plutarco prefiere a Espartaco frente a
Craso. Y eso, pese a los desmanes y tropelías que un
ejército de esclavos realizó en Italia, que, a un
hombre de la clase superior griega, no podían sino
suscitarle horror y repulsa. Hay que resaltar, en
todo caso, que también en la Vida de Pompeyo hay un texto
sobre su papel en la rebelión de Espartaco, importante porque
nos da la cifra de espartaquíadas muertos por el romano: cinco
mil23; y también en la Vida de Catón el Menor se nos informa de

95
Juan Luis Posadas
su papel en la represión de la rebelión.
La simpatía de Plutarco por Espartaco en parte se extendía a
sus seguidores. De ellos dice que la mayoría fue esclavizada a la
fuerza sin tener culpa alguna, y que se sublevaron por lo
inhumano e injusto de su tratamiento. Es, además, el único
autor que habla de “guerra de Espartaco”24. En definitiva,
Plutarco, nacido relativamente cerca de la
Plut. Cras. 8.
21

J. Cano Cuenca et alii, Plutarco: Vidas paralelas, Madrid, Gredos,


22

vol. V, 2007, p. 274. Plut. Pomp. 21.


23

Plut. Cras. 8 y 36. En Plut. Cat. Min. 8 incluso habla de “guerra civil,
24

llamada de Espartaco”, lo cual sería una prueba indirecta de la


participación de romanos libres en el bando de

96
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

patria de Espartaco, puede considerarse cercano a la


figura del rebelde, aunque por supuesto fue un
acérrimo partidario de Roma.
Apiano de Alejandría (hacia 95-hacia 165 d.C.) fue
un abogado y funcionario grecorromano de Egipto,
que llegó a ser procurador de dicha provincia bajo
el emperador Antonino Pío. Escribió una mo-
numental Historia de Roma en griego en
veinticuatro volúmenes, de la cual se ha
conservado más o menos la mitad. Por fortuna, la
parte de las guerras civiles, donde se encuentra la
historia de Espartaco, ha llegado hasta nosotros
íntegramente.
Apiano no es un historiador propiamente dicho,
aunque bebe de fuentes históricas como Livio,
Salustio y otros historiadores. Es un compilador de
hechos y datos que quiso explicar las guerras que
habían protagonizado los romanos, por lo que su
escrito es una narración de cómo estos se habían
hecho con el control de casi todo el mundo
conocido25. En una obra de estas características,
pese a haber sido escrita por alguien que consiguió
puestos en la administración romana de su tierra,
es bastante probable que se deslizaran simpatías
por quienes pugnaron con Roma en su ascenso al
poder imperial. No es el caso de Espartaco y sus
esclavos. Aunque Apiano sí concede a estos hechos
la categoría de guerra, con una interesante
reflexión sobre cómo los romanos se negaban a
darle esta categoría y trataron la rebelión como una
incursión de bandidos26, por algunos de los datos que
proporciona sobre la crueldad de los rebeldes y el sacrificio de los
prisioneros, no cabe considerarle como muy afín al bando de los
esclavos. Aún así, como en otros historiadores ya vistos (Varrón,
Salustio, Plutarco), Apiano manifiesta cierta simpatía por la

97
Juan Luis Posadas
figura individual de Espartaco, tanto por sus cualidades
personales cuanto por su valentía y arrojo como soldado. En
definitiva, el relato de Apiano aporta bastante a lo ya conocido,
probablemente porque se nutre de alguna fuente desconocida
por los otros autores como Livio o Plutarco.
Espartaco.
25
A. Sánchez Royo, Apiano: Historia romana, Madrid, Gredos, vol. I, 1980, p. 17.
26
App. BC 1.116. Y eso que se han interpretado sus palabras como que a
Espartaco se unieron campesinos asalariados libres, que trabajaban
para los propietarios itálicos desposeídos por las guerras de los
aliados y las guerras civiles. Véase al respecto a J. Burian, “Eléutheroi
ek tón agrón und der Aufstand des Spartacus”, LF 5, 1957, pp. 197-
203.

98
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

Lucio Anneo Floro (hacia 70-hacia 145 d.C.)


tampoco fue un historiador, sino un retórico, es decir,
un profesor de escuela secundaria. Nació,
probablemente, en África y, tras una estancia en
Tarragona, de la cual muchos infirieron que Floro
era hispano27, vivió el resto de su vida en Roma,
ocupándose de sus clases y, sobre todo, de escribir un
compendio de Historia romana resumen de la
monumental obra de Tito Livio. Sus intentos de
beneficiarse de la munificencia imperial, de obtener
incluso algún cargo académico del emperador
Adriano, no tuvieron éxito, por lo que la situación
económica de Floro no fue nunca boyante28. Floro es,
probablemente, la fuente más cercana socialmente a
los rebeldes, ya que solo con benevolencia se le
puede considerar perteneciente a la exigua “clase
media” romana.
Floro narra en su estilo recargado la rebelión de
Espartaco entre la postura oficial de repugnancia
por los esclavos y de desdén por su rebelión, y una
postura más favorable a ellos. En efecto, sorprende
de su texto la reflexión sobre la condición “humana” de
los esclavos como “hombres de segunda categoría”, y
sus dudas sobre el nombre a dar a la guerra de
Espartaco: “la guerra promovida por Espartaco no sé
con qué nombre designarla”29. Además, la figura del
líder rebelde le suscita, como a otros muchos, cierta
simpatía, y su muerte en batalla incluso admiración.
Además de estas consideraciones sobre la opinión de Floro de
la rebelión de Espartaco, el texto que nos transmite contiene
muchos detalles interesantes que no aparecen en otros autores
y que, al parecer, sí lo hacía en la obra de Tito Livio (de la que
recordemos es deudora principal la de Floro), como, por
ejemplo, los posibles objetivos de Espartaco o su intento de
negociar con Craso3°. Ya los iremos comentando detalladamente

99
Juan Luis Posadas
en los siguientes capítulos.

27
J.L. Posadas, “Floro, Lucio Anneo”, en
Diccionario Biográfico Español, Madrid, Real Academia de la
Historia, vol. XX, 2009, pp. 304-305. El DBE incluyó a Floro en su
catálogo de personajes por su vinculación con Hispania, pese a no ser
hispano.
G. Hinojo Andrés-Isabel Moreno Ferrero, Floro: Epítome de la Historia
28

de Tito Livio, Madrid, Editorial Gredos, 2000, p. 18.


Flor. Ep. 2.8.
29

3° H.T. Wallinga, “Bellum Spartacium: Florus’ text and Spartacus’


objective”, Athenaeum 80, 1992, pp. 25-43.

100
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

Ateneo nació en la ciudad greco-egipcia de Náucratis y


vivió du-
rante el siglo ii d.C. Como sofista y retórico, escribió muchas
obras,

Figura i. Graffito encontrado en la entrada de la casa de M. Fabio Aman-


dio (Región, I, ínsula 7. Reproducido del libro de B.D. Shaw, Spartacus
and the slave wars, p. 15. Según mi hipótesis, Espartaco sería el primer
jinete de la izquierda, y aparecería persiguiendo a Cosinio, el oficial ro-
mano que escapó milagrosamente de ser apresado en el año 73 a.C.

pero solo ha llegado hasta nosotros una en quince


libros titulada Banquete de los eruditos. Esta obra
realmente es un compendio de materias
relacionadas con el buen vivir, y también con la
cultura. Dado que la mayoría de los temas que trata
Ateneo proceden de fuentes secundarias, es difícil
que pueda aportar algo sobre Espartaco que no
conozcamos. Sin embargo, Ateneo es el único que
relaciona a Espartaco con Euno de Sicilia, el líder
esclavo que se proclamó rey durante la Primera
Guerra Servil, por lo que, al menos en esto, es de
cierta importancia para la historia de esta rebelión.
Eutropio (hacia 320-hacia 390) es ya un autor
muy alejado cronológicamente de Espartaco. Su
Breviario, o compendio de historia romana, no
aporta mucho más a lo que ya sabemos de
Espartaco, aunque confirma algunos extremos.
Lo mismo ocurre con la obra del diácono cristiano

101
Paulo Orosio (hacia 375-hacia 418), Historia contra los
paganos, el cual da el nombre de “guerra de los fugitivos” a la
rebelión de Espartaco. Orosio, pese a ser el autor más alejado
cronológicamente de los acontecimientos, o quizá por ello, nos
da el relato más coherente de todos, además con cierta
extensión. Por ejemplo, comenta que la mayor parte del ejército
JuAN Luis PosAdAs

rebelde (liderado por los galos Crixo y Enomao y el


tracio Espartaco, según sus palabras y en ese orden)
estaba compuesto por desertores. Que Crixo
lideraba a unos diez mil galos y Espartaco a unos
treinta mil combatientes. Y que también había unos
treinta mil germanos con sus propios jefes. Iremos
viendo lo que aporta Orosio a la historia de la
rebelión, que es bastante habida cuenta la longitud
de su relato (aproximadamente un tercio o menos del
de Plutarco o del de Apiano).

LAs FuENTEs ARQuEolóGicAs

La rebelión de Espartaco ha dejado pocas,


poquísimas huellas materiales que podamos
identificar sin dudar a esta guerra. En el caso de
las dos guerras serviles de Sicilia, sí hay más fuentes
arqueológicas, como monedas emitidas por los
“reyes” esclavos o balas de proyectil romano
utilizadas en la represión de las rebeliones31.
El primer tipo de fuentes de la rebelión de
Espartaco son las referidas a las destrucciones
provocadas por los rebeldes, o al temor que su paso
provocaba en las poblaciones locales. En el primer
caso tenemos la destrucción del templo de Apolo
Aleo de la localidad calabresa de Crimisa, asignada
en una primera fase a la guerra púnica y en una
segunda fase y definitiva al paso de los espartaquíadas 32. La
segunda fuente arqueológica, interesante porque sitúa a los
rebeldes justo en el empeine de la bota italiana, entre Turios y
Metaponte, es el tesorillo enterrado en la localidad de Policoro,
en la Basilicata33. Este tesorillo, de más de quinientas monedas,
está datado en el año 72 a.C. (año de la última emisión de las
mismas), y parece que fue enterrado deprisa

103
31
B.D. Shaw, Spartacus, pp. 105-106, menciona
una bala de proyectil aparecida en Enna (Sicilia) con la inscripción
“Lucio Pisón, hijo de Lucio, cónsul” (CIL 1.847); p. 116, la moneda
del año 70 a.C. conmemorando la victoria de Manio Aquilio en la
segunda guerra servil; y pp. 128-129, las varias balas de proyectil
encontradas en diversos lugares de Sicilia con textos en griego y latín
referentes a las divinidades a las que se encomendaron los esclavos en la
segunda guerra civil: Zeus Keraunos, Athena, Artemis, Heraklés, Koré
y Athenion, así como otras balas con textos en griego de los soldados
de esa lengua que lucharon en el bando romano, con la mención de las
tribus ciudadanas de dichos soldados.
P. Orsi, “Templum Apollinis Alaei ad Crimisa-Promontorium”, ASMG 1932, pp. 7-182.
32

A. Siciliano, “Ripostiglio di monete repubblicane da Policoro”, AIIN 21-


33

22, 1974-1975, pp. 103-154


LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

y corriendo por algún rico propietario ante la


inminente llegada de rebeldes, que sabemos que
por esas fechas saquearon la región. Estas dos son
muestras del miedo que inspiraban los rebeldes en
los ricos del lugar, y de la impiedad mostrada por
estos a la hora de saquear incluso los templos y
santuarios.
Sin embargo, la fuente arqueológica más
importante sobre la rebelión de Espartaco es la
pintura parietal encontrada en una casa pom-
peyana, la casa atribuida a M. Fabio Amandio. Esta
pintura, en muy mal estado y bajo varias capas de
pintura posterior, fue descubierta en los años
treinta del siglo pasado. En ella se ve a dos
hombres a caballo con escudo redondo grande y
pesado, cabalgando uno detrás de otro, y portando
una larga lanza el segundo de ellos. Frente a
ambos, un trompetero con una indumentaria que
podría parecer una piel de animal (en cuyo caso
representaría a un músico del ejército romano).
También aparecen, algo distanciados, dos hombres
luchando que podrían ser gladiadores o soldados, e
incluso podrían pertenecer a una pintura distinta.
La pintura presenta, además, dos textos en
lengua osca, propia del sur de Italia. La figura
ecuestre central presenta encima de ella el texto
SPARTAKS (Espartaco en osco). La segunda figura
presenta el texto PHILI(CS) ... NS
(afortunado ...ns). El hecho de haber encontrado
una pintura con un jinete con el nombre Espartaco
inscrito arriba seguido (o perseguido) por otro al
que se denomina afortunado, en lengua osca
(hablada por oscos y samnitas y desaparecida a
mediados del siglo i a.C.), y en un contexto
arqueológico de la primera mitad de dicho siglo,

105
ha llevado a la conclusión lógica de que dicho graffito
representa al líder de la rebelión de los gladiadores de Capua.
Hay que añadir, además, que Capua y los primeros momentos
de la rebelión (la huida al Vesubio, la derrota romana, el saqueo
de Nocera y otras localidades) están muy cerca de Pompeya,
por lo que los hechos no solo eran muy conocidos en la
localidad, sino que probablemente inspiraron a los esclavos y
habitantes oprimidos de la misma. Quizá lo suficiente para que
un admirador de Espartaco que hablara y escribiera la lengua
osca (probablemente la de los peones agrícolas de la ciudad)
decidiera homenajearle en la pared de una casa.

106
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs
Juan Luis Posadas

Esta identificación con el Espartaco de la


rebelión ha sido apoyada por algunos autores,
entre ellos B.D. Shaw, de cuyo libro tomo la
imagen34. Otros, sin embargo, refutan esta
identificación creyendo que se trata de una
representación de “algún tipo de combate de
gladiadores”35. La lucha de gladiadores a caballo
existía, y en el siglo i a.C. había por lo menos dos
tipos de gladiadores a caballo, los andabatae y los
equites36, por lo que es posible que en este graffito,
Espartaco fuera un andabata a caballo. En cuanto
al trompetista, hay en la misma Pompeya varios
ejemplos de graffiti con combates de gladiadores
donde aparecen músicos37. Pero los músicos de dichos
graffiti parecen flautistas, no trompetistas.
Otros estudiosos han convenido en que el tal
Spartaks (nombre tracio) era tracio, sí, y gladiador,
también, pero desconocido, no el gladiador tracio
Espartaco que todos conocemos38. Siguiendo el argu-
mento de la navaja de Ockham, que la explicación
más sencilla es la más probable, aunque no
necesariamente la verdadera, parece lógico suponer
que una pintura de la primera mitad del siglo i
a.C. sobre un gladiador tracio de nombre Espartaco
sin duda ha de referirse al Espartaco de la rebelión.
Pero hay un argumento definitivo que podría
suponer la final adscripción de dicha representación
a “nuestro” Espartaco.
El alfabeto osco se lee al revés que el alfabeto
latino: de derecha a izquierda. Es posible, pues, suponer que la
lectura del texto no debe hacerse en relación con las figuras
inmediatamente inferiores a cada grupo de letras. Quizá deba
leerse: “Espartaco [...] afortunado [...] ns”. Si ese es el orden
de la frase leyendo en osco, el orden de las imágenes tiene que

107
ser al revés, siguiendo el sentido de la marcha de los caballos.
En este caso, el primer jinete lleva una lanza y persigue al
segundo jinete, que parece desarmado. Mi hipótesis es que la
pintura
34
B.D. Shaw, Spartacus and the slave wars, p.
15. Siguiéndole de cerca, N. Fields, Spartacus, p. 28.
M. Beard, Pompeya. Historia y leyenda de una ciudad romana,
35

Barcelona, Editorial Crítica, 2009, p. 67.


M. Grant, Gladiators, Nueva York, Barnes & Noble, 1995, pp. 61-62.
36

CIL 4.1071.
37

J. Kolendo, “Uno Spartaco sconosciuto nella Pompei osca. Le pitture


38

della casa di Amando”, Index 9, 1980, pp. 33-40.

108
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

pompeyana representa un famoso episodio de la


guerra de Espartaco. Este episodio lo relata Plutarco:

“Después, cuando Cosinio fue enviado con un


gran ejército como consejero y colega de Publio,
Espartaco estuvo espiándolo y, mientras Cosinio
se estaba bañando cerca de Salinas, estuvo a
punto de capturarlo. Cosinio logró escapar a
duras penas y con dificultad; pero Espartaco se
apoderó inmediatamente de su bagaje, lo siguió
de cerca y lo persiguió; se adueñó de su campa-
mento y mató a muchos de sus hombres. Cosinio
también cayó.” (Plut. Cras. 9.5-6)

En efecto, la pintura pompeyana muestra a un


hombre a caballo con una gran lanza persiguiendo
de cerca a otro hombre desarmado, en presencia de
un trompetista que podría ser romano. Y el texto dice:
Spartaks phili [...] ns. Sin ser un experto en lengua
osca, ¿podríamos reconstruir el texto que falta
como philics Cosins? (“afortunado Cosinius” en
osco)? Si es así, la pintura representaría el más
famoso episodio de la rebelión para muchos, porque
no había mayor hazaña bélica que un general
apresase a otro en el campo de batalla o le arrebatase
el escudo o el caballo39. Si Cosinio se escapó a duras
penas de Espartaco (de ahí lo de “afortunado”), la
gloria para este último sería extrema, dado que
pocas semanas antes el gladiador penaba en una
escuela de Capua y el romano disfrutaba de su
posición en la ciudad de Roma. ¿No merecería dicho episodio
un dibujo garabateado en Pompeya?
Como argumento final, y casi definitivo, hay que recordar
que el lugar donde sucedió la persecución de Espartaco a
Cosinio, Salinas, está entre Pompeya y Herculano40. De hecho,

109
en Pompeya hay una Puerta Salina (Veru Sarinu en osco)41 que
da precisamente al camino que se dirigía a esa localidad. Por
tanto, en mi opinión, la pintura pa-
39
El propio Espartaco fue alabado por capturar
el caballo de otro general romano, Varinio Glabro: App. BC 1.116. La
escena ha sido bien relatada por B. Strauss, La guerra de Espartaco,
Barcelona, Edhasa, 2010, pp. 19-20.
En concreto, Plutarco habla de que se estaba dando un baño cerca de
40

Salinas. Salustio, Hist. 3.94, comenta que el episodio ocurrió en la


fuente de una villa cercana.
R. Etienne, La vida cotidiana en Pompeya, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1996, p.
41

118.

110
JuAN Luis PosAdAs

rietal de Pompeya no solo representa a Espartaco


(desgraciadamente no se le aprecia el rostro), sino a
Cosinio, el oficial romano que escapó
“afortunadamente” de su captor, aunque después
fuera muerto en combate con los gladiadores. Y lo
que aporta históricamente, aparte de la
representación de las armas de Espartaco y de su
caballo, es que los samnitas y oscos, que en aquella
época eran ya minoría en Pompeya, y minoría
oprimida por los romanos42, encontraron tan estimu-
lante el episodio que decidieron inmortalizarlo en la
entrada a la casa de sus señores.

Los pRoTAGoNisTAs: EspARTAco y CRAso

Una vez repasadas las fuentes escritas y las


arqueológicas, conviene trazar una breve semblanza
sobre la vida anterior a la guerra de los protagonistas
de esta historia de rebeldía y represión: el propio
Espartaco y su verdugo Marco Licinio Craso.
Espartaco fue, como sabemos, el líder de la
rebelión o de la guerra que lleva su nombre. Y digo
líder porque Salustio, como hemos visto, le llama
princeps gladiatorum [príncipe de los gladiadores]:
príncipe en el sentido de primus inter pares, el
primero entre iguales; o bien en el de princeps
Senatus, el primero en hablar en el Senado43. Del
Espartaco anterior a la rebelión sabemos bien poco, y
lo que sabemos bien puede ser un conjunto de
inferencias, suposiciones, leyendas, rumores y todo lo que
acompaña a un mito.
El mismo nombre, Espartaco, puede ser falso, aunque eso
casi ningún estudioso lo ha afirmado categóricamente. La
mayoría de los que han investigado sobre el tema aluden al
carácter tracio de dicho nombre debido a oscuros personajes

111
tracios del siglo y a.C. de nombres Spartokos y Sparodokos44.
La etimología de Spartokos es escita,
Hay que recordar, además, que Pompeya se
42

sumó a la rebelión samnita contra Roma en el año 90 a.C. y que fue


sitiada y tomada por el propio Sila en el año 89 a.C., con gran
mortandad y destrucción en la ciudad. Tras lo cual se estableció en la
misma una colonia de romanos, que desplazaron del poder económico,
social y político a la población samnita de lengua osca. Cf. con M.
Beard, Pompeya, pp. 61-65. Sobre los oscos, N. Fields, Spartacus and
the slave war, pp. 25-26.
43
Este es el más seguro. Sal. Hist. 3.90.
44
DS 12.31.1 y 12.36.1; Tuc. 2.101.5. Por ejemplo, N. Fields, Spartacus, p. 27.
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

del Bósforo, y puede significar “aquel que ataca con


fuerza”45, algo al parecer común a dichos personajes
y a nuestro gladiador. El que Espartaco fuera tracio
podría llevar a la conclusión de que ese nombre, de
procedencia tracia o al menos escita, es auténtico.
No olvidemos, además, la “prueba” de la pintura en
osco de Pompeya, que alude al líder rebelde con el
nombre de Spartaks... Pero, ¿era este su nombre
de nacimiento o se lo pusieron más tarde los
romanos? ¿Pudo, incluso, intitularse como
Espartaco?
Analicemos primero la posibilidad de que los
romanos impusieran ese nombre al rebelde. Esto lo
pudieron hacer cuando entregaron a Espartaco al
lanista, quien le impondría ese nombre por alguna
razón, o después, cuando los primeros analistas
decidieron imponerle ese nombre al hasta entonces
anónimo rebelde esclavo que había puesto en jaque
a los romanos durante dos años. Pero, si alguna de
estas posibilidades fuera la cierta, ¿cómo y por
qué escogieron el nombre de un rey tracio del siglo
y a.C. para ponérselo a un esclavo rebelde?
Personalmente, no creo que los romanos del siglo i
a.C., Salustio el primero, conocieran a los reyes
tracios de cuatrocientos años antes. En primer lugar,
por su desprecio de la historia ajena, y más de la
historia de los pueblos considerados “bárbaros”
(como los tracios). En cuanto a que el lanista
Léntulo Batiato impusiera dicho nombre al
gladiador, la posibilidad de que aquel conociera a
los reyes Espartácidas es mínima. Tampoco era corriente en
época republicana que los lanistas cambiaran sus nombres a los
gladiadores. Esa costumbre se impuso posteriormente, en
época imperial, y generalmente se hizo para dotar a los
gladiadores de nombres con significados eróticos o viriles, cir-

113
cunstancia que no concurre en este nombre de Espartaco46.

Sinembargo,comoveremosmásadelante,elhechodeque quizáEspartacofueraunlíder
tracioquelucharacontraoafavordelosro-
manos en Tracia pudo hacer que él mismo se impusiera dicho
nombre,
45
J.M. Des’atikov, “L’origine de la dynastie des Spartocides”, KSIA 182, 1985, pp. 15-18.
46 A menos que se considere Spartacus una forma corrupta o mal
transcrita de Spartanus, “Espartano”, natural de Esparta. Si fuera así,
“Espartaco” sí podría hacer referencia a las virtudes militares de
luchadores heroicos de los habitantes de Esparta, como Leónidas. En
este sentido, es admirable el destino similar de ambos líderes,
muerto uno en Lucania, y el otro en las Termópilas.
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

vinculado a una dinastía, la de los Espartácidas,


conocida por su vigor militar. Con esa acción, quizá
quisiera reinvindicarse como heredero de los reyes
tracios, o como descendiente de ellos, para justificar
así su liderazgo sobre sus hombres47. Una vez
capturado y llevado a Roma, seguiría usando el
nombre de Espartaco, que es con el que la historia
le conoce.
Otra posibilidad es que el rebelde se
autonombrara Espartaco, como un rey de su patria,
tras erigirse en líder de los esclavos, de la misma
manera que el líder de la primera guerra servil
siciliana, Euno, se autonombró Antíoco, el nombre de
un rey de su Siria natal48. También el líder de la
rebelión en Pérgamo contra los romanos decía ser
Aristónico, el hijo bastardo del último rey de dicho
Estado, Átalo III. Contra esta posibilidad se erige el
hecho de que Euno o Aristónico escogieron sus
nombres o sus reivindicaciones dinásticas porque
quisieron instaurar Estados propios, lo cual no
ocurrió en el caso de Espartaco, quien nunca quiso
ser rey de un Estado de esclavos, sino liderar un
ejército que huyera de Italia por el norte o por el
sur.
Como conclusión, mi hipótesis es que el tracio
conocido como Espartaco nació con otro nombre y
se autotituló él mismo Espartaco, bien en Tracia,
durante su lucha contra o a favor de los romanos, bien en Italia,
después de rebelarse y como forma de reforzamiento de su
autoridad sobre los rebeldes, fundamentalmente sobre el
contingente tracio de los mismos.
Espartaco era tracio, de eso cabe poca duda 49. A no ser que
creamos, siguiendo el estilo de Floro, que le llama “mirmillón”
(un apelativo probablemente genérico equiparable a

115
Juan Luis Posadas
“gladiador”)50, que “tracio” fuera una alusión a que Espartaco
luchaba como un thraex (“tracio”),
Una variante a este argumento la ofrece K.
47

Ziegler, “Die Herkunft des Spartacus”, Hermes 83, (1955), pp. 248-
250, quien cree que el nombre de Espartaco se lo impusieron los
romanos tras capturarle, por considerar que un líder militarmente tan
hábil solo podría proceder de la dinastía de los Espartácidas.
El paralelismo con Espartaco lo establece, además, una fuente antigua,
48

Ateneo de Náucratis 6.273.


En ello coinciden tres fuentes del siglo ii d.C, Plutarco, Apiano y Floro.
49

Flor. Ep. 2.8.12. Véase la nota 60 de G. Hinojo Andrés-Isabel Moreno


50

Ferrero, Floro: Epítome, p. 269, sobre el carácter genérico del


apelativo “mirmillón”. Cf. con B. Strauss, La guerra, p. 31, quien
acepta sin discusión el carácter de murmillo de Espartaco citando,
sin entenderlo, a Floro.

116
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

un tipo de gladiador con escudo pequeño y sica o


espada curva. Ambas posibilidades no son
excluyentes, quizá el lanista colocó a Espartaco entre
los “tracios” por provenir de Tracia.
Podemos, incluso, saber de qué tribu tracia
provenía Espartaco gracias a Plutarco, que fue
cronológicamente el primero que aporta algo más al
origen de Espartaco, siglo y medio después de los
hechos:

“Espartaco, un tracio de la tribu meda que no


solo poseía gran valor y fuerza, sino que incluso,
por su inteligencia y buen carácter, merecía
mejor suerte que la que corría y era más griego
que de su propia estirpe.” (Plut. Cras. 8.3)

El texto de Plutarco, que ha sido corregido


recientemente en este aspecto, pues antes los
exégetas leían nomadikou [nómada], y ahora leen
madikou [medo]51, establece la adscripción de
Espartaco a esta tribu iliria-tracia, localizada en el
suroeste de la actual Bulgaria52. Ahora bien, no se
sabe nada de en qué lugar nació Espartaco o en qué
fecha, si bien puede colegirse que, si Espartaco
participó en esas luchas contra Mitrídates del lado
romano, como veremos (hacia el año 86 a.C.), debía
de haber nacido por lo menos en el 110 a.C. 53
Tendría, pues, cerca de cuarenta años en el comienzo de su
rebelión.
Tras pasar su primera juventud en su Tracia natal, Espartaco,
al parecer, sirvió como soldado auxiliar en alguna unidad
destacada en la zona durante la guerra contra Mitrídates54. Pero
algo pasó y Espartaco dejó el ejército romano, quizá por las
buenas, quizá por las malas. Un retórico sin mayor credibilidad
que la de sus fuentes (¿Tito Livio?) escribió:

117
Juan Luis Posadas
51
K. Ziegler, “Die Herkunft”, p. 248. No aparece
así en otra traducción, muy utilizada antes de la aparición de la de la
Editorial Gredos, la de A. Ranz Romanillos, Plutarco: Vidas paralelas,
Barcelona, Iberia, vol. 3, 1979, p. 111: “natural de un pueblo nómada
de Tracia”.
J. Boardmann e. a. (eds.), The Prehistory of the Balkans, and the
52

Middle East and the Aegean world, tenth to eighth centuries B.C,
Cambridge Ancient History, vol. 3, parte 1, 1982, p. 601. I. Azmanov,
53

“Sklave: the birthplace of Spartacus”, Kodai 8-9, 1997-98, pp. 57-63.


App. BC 1.116: “Espartaco, un hombre de Tracia que había servido en
54

cierta ocasión con los romanos como soldado”.

118
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

“Él, convertido de mercenario tracio en


soldado, de soldado en desertor, después en
bandolero, luego por gracia de la fuerza física, en
gladiador”. (Flor. Ep. 2.8.9)

Si esto es cierto, y hay dudas de que lo sea porque


Floro utilizó una frase similar para caracterizar a
otro general de origen humilde, Viriato55, Espartaco
fue primero un mercenario tracio, bien a las
órdenes de los romanos, bien a la de Mitrídates.
Después se convirtió en ese soldado auxiliar que
menciona Apiano. De lo que no hay duda es de que,
en algún momento, desertó del ejército romano.
Quizá no quiso acompañar a Sila a Italia para su
guerra civil. Quizá vio que los romanos eran incluso
peores que los pontinos de Mitrídates para su propio
pueblo, sobre todo cuando se anexionaron parte de
su Tracia natal en el año 76 a.C. El caso es que
Espartaco, bien o mal, dejó el ejército romano y se
convirtió en bandolero: se “echó al monte”. Este
episodio es claramente un paralelismo con lo que
ocurrió tras su rebelión en el Ludus de Batiato en
Capua: se escapó al “monte” Vesubio en compañía
de otros gladiadores. Un ejemplo más de
“cimarronismo”, como el de otros muchos de la Antigüedad y de
la Edad Moderna56. Una vez hecho bandolero, su lucha contra los
romanos debió de ser de cierta intensidad, pues no a todos los
rebeldes se les prendía y llevaba como prisioneros a Roma57. La
suerte de estos prisioneros de una guerra no
declaradaerasiemprelamisma:servendidoscomoesclavos.De ahílaafirmacióndelsofistaAteneode

NáucratisdequeEspartacoeraun

55
Flor. Ep. 1.33.15: “Viriato, hombre de sutilísima

119
Juan Luis Posadas
sagacidad que, tras convertirse de cazador en bandolero y luego de
bandolero en caudillo y general y, si la Fortuna lo hubiese permitido,
en un Rómulo para Hispania”. Si Floro utilizaba estas frases para
caracterizar a los rebeldes contra Roma que habían tenido cierto
éxito en su lucha, pese a su extracción humilde o servil, podemos
dudar de los datos que nos proporciona sobre Espartaco. Hay que
resaltar que solo Floro dice que Espartaco fue mercenario, soldado,
desertor y bandolero.
56
Véase al respecto a O. Lapeña Marchena, “Espartaco y el fenómeno del
bandolerismo social”, Habis 35, 2005, pp. 145-158.
57
Según Ziegler, “Die Herkunft des Spartacus”, p. 250, Espartaco habría
sido hecho prisionero por los romanos en el valle central del río
Strymon, en el suroeste de Bulgaria, bien en las campañas del año 85 o
en las del 76 a.C. (más cercanas a los acontecimientos). Quien más ha
estudiado esta fase vital de Espartaco es la historiadora japonesa
marxista M. Doi, “La rivolta di Spartaco e l’antica Tracia”, AIGC 17,
1980-1981, pp. 7-20; Ídem, “The origins of Spartacus and the anti-
roman struggle in Thracia”, Index 20, 1992, pp. 31-40.

120
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

esclavo de origen tracio: porque lo era cuando llegó


a Roma, no porque hubiera nacido en tal condición58.
Una vez en Roma, se produjo el célebre episodio del
sueño de Espartaco. Al parecer, “cuando fue llevado a
Roma por primera vez para ser vendido, se le apareció
mientras dormía una serpiente y se enroscó alrededor
de su cara” (Plut. Cras. 8.4). Este tipo de relaciones
con una serpiente entroncan con las de otros famosos
personajes de la Antigüedad, como Hércules o
Alejandro Magno, por lo que podría ser simplemente
una forma de amenizar el relato introducida por
Plutarco. El pasaje aporta, por otro lado, un
elemento significativo: Espartaco fue llevado a
Roma para ser vendido como esclavo. Lo cual, unido
a lo dicho anteriormente sobre el pasaje de Floro,
indica claramente que Espartaco llegó desde Tracia
prisionero para alimentar el mercado de
esclavos en la capital.
Al parecer, Espartaco no llegó a Roma solo.
Con él debían de ir otros miembros de su
comunidad tracia, pues Plutarco, acto seguido,
nos dice lo siguiente:

“Una mujer que era de su misma estirpe, profetisa e inspirada en


los misterios dionisíacos, anunció que (ese sueño) era presagio de
que en torno a él surgiría un poder grande y terrible que tendría un
fin desgraciado. Esta mujer también estaba con él en aquel
momento y lo acompañaba en la huida”, (Plut. Cras. 8.4).

El texto en griego r) yuvr) 5' ópó(puAol ouaa roü IrrapráKou significa real-
mente que era de su familia, lo cual puede indicar
que esa mujer era su esposa. Este dato es realmente
interesante. Además, Plutarco indica que “Espartaca”
(llamémosla así) era una mujer con dotes videntes e
iniciada en los misterios de Dionisos, y que su visión

121
Juan Luis Posadas
fue más bien pesimista. Sabemos que en los
ambientes esclavos había una cierta predilección por
los misterios dionisíacos y que la religión esotérica
tenía gran predicamento. Ya hemos comentado,
además, que los líderes de las dos guerras serviles
en Sicilia también eran videntes, lo cual parece
58
Algo que, sin embargo, en la película de Kubrick se nos dice
casi al comienzo de la misma.

122
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

cuadrar con este dato de Plutarco 59. Que Espartaco


estuviera casado o fuera familiar de una adivina
podría, junto con sus al parecer evidentes
cualidades guerreras y su vinculación “nominal” con
una dinastía reinante en su Tracia natal, haberle
dotado de un aureola mística y casi mesiánica, al
menos entre los suyos. Porque, al parecer, Dionisos
era adorado en Tracia bajo el nombre de Sabacio, y
el episodio de la serpiente se relaciona con un rito de
iniciación en el culto de dicho dios60. No hay que
olvidar, además, que el culto a Dionisos estaba
prohibido en la República romana salvo para
mujeres, extranjeros y esclavos; y que las dos
rebeliones de Sicilia y también la guerra de
Aristónico en Pérgamo habían invocado como dios
tutelar a Dionisos, por lo que la asociación de
Espartaco con dicho dios a través de su mujer y de la
famosa serpiente, le convertía en todo un Mesías
para los marginados del sur de Italia.
Como vemos, a partir de unos pocos textos
aislados se puede reconstruir, con algo de
imaginación, una imagen del Espartaco prerre-
volucionario: un ex soldado tracio bajo las órdenes
romanas (donde pudo adquirir conocimientos
tácticos y militares de las legiones), desertor y
bandido (o mejor dicho, guerrillero) después contra
los propios romanos invasores de su tierra, que
adoptó el nombre de un rey tracio para reivindicar
su liderazgo sobre sus hombres, casado o familiar de
una adivina dionisíaca de su misma tribu, prendido y
llevado a Roma junto con dicha mujer para ser
vendidos como esclavos, y con una aureola mística
proporcionada por las visiones más bien interesadas de su
parentela. ¿Es de extrañar que dicho personaje tuviera, ya antes
de ser gladiador, un gran carisma y un liderazgo nato?

123
Juan Luis Posadas
En este sentido, casi todas las fuentes aluden al carácter de
Espartaco. Salustio, por ejemplo, contemporáneo suyo, dice de
él que tenía un ánimo y una fuerza ingentes; Plutarco, que tenía
gran valor, fuerza, inteligencia y buen carácter, y que era
fuerte, temible, prudente y razonable; y Diodoro Sículo, que
sabía ser agradecido y devolver
P. Masiello, “L’ideologia messianica e le rivolte servili”, AFLB 11, 1966,
59

pp. 179-196. Según este autor, los líderes serviles de Sicilia (y


Espartaco) se apoyaron en los cultos de la diosa madre Siria y de
Dionisos, junto con sus títulos de reyes, para dirigir a los rebeldes.
A. Fol-I. Marazov, Thrace and the thracians, Nueva York, St. Martin’s,
60

1997, pp. 28-29. Cf. P. Masiello, “L’ideologia messianica”, pp. 190-193.

124
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

los favores recibidos61. Los demás autores confirman


su valentía en la batalla y en el momento de su
muerte, su intento de mediar para evitar las
violencias y saqueos, su prudencia y templanza. En
definitiva, todas las cualidades para ser un líder.
Hay otro detalle que nos cuenta Plutarco en el
párrafo citado anteriormente: Plutarco fue llevado a
Roma “por primera vez” para ser vendido como
esclavo. ¿Significa eso que fue llevado por segunda
vez para lo mismo? Quizá fuera un esclavo
corriente, al servicio de algún señor, y cometiera
alguna torpeza que le llevara a ser vendido de
nuevo; quizá fuera juzgado por algún crimen. En
ese sentido, cobra importancia la única fuente
contemporánea a Espartaco, aparte de Salustio,
Marco Terencio Varrón. Varrón nos cuenta que
Espartaco fue condenado a ser gladiador (ad
gladiatorium, según la inferencia ya comentada en
el apartado de fuentes), o bien a la escuela de
gladiadores pese a ser inocente62. Sabemos que los
gladiadores podían ser esclavos entrenados para ello,
personas libres que se “vendían” temporalmente
para librarse de deudas, o bien condenados por
delitos de sangre que redimían su condena luchando
como gladiadores. Es bastante posible que
Espartaco, quizá por su carisma mesiánico y su
liderazgo nato, quizá porque asustaba a su señor
debido a su pasado rebelde, fuera condenado a ser
gladiador en la propia Roma de manera injusta. Por
tanto, Espartaco fue vendido al lanista Léntulo
Batiato, de Capua, pese a ser inocente del crimen
que se le acusaba. Esto explicaría una de las causas de su
rebelión. Porque no solo Varrón dice que Espartaco era
inocente, sino también Plutarco. Y Plutarco dice más: los
gladiadores del Ludus de Capua, “en su mayoría galos y tracios”

125
eran inocentes y habían sido reunidos allí a la fuerza para
combatir como gladiadores63. Buena razón para rebelarse y
escapar de aquel destino.
Léntulo Batiato (o Vatia), lanista del Ludus de Capua, vivía en
una ciudad a 200 kilómetros al sur de Roma por la famosa Vía
Apia. Capua era la capital del negocio de los gladiadores, ya
que se consideraba

61
Sal. Hist.
3.93, Plut. Cras. 8.3 y 9.7, DS 38-39.21.
Varro Char. 1.133 Keil.
62

Plut. Cras. 8.1.


63
más seguro que estos se entrenaran y vivieran lejos
de la capital64. Su anfiteatro, el primero del mundo
romano, sigue en pie65, testigo mudo del sangriento
espectáculo que tenía su origen en las luchas de los
condenados a muerte y en un recuerdo de los
sacrificios humanos practicados de antiguo en
Etruria. En realidad, los condenados a luchar en la
arena por algún delito grave, generalmente de
sangre, tenían una mínima oportunidad de salvarse
luchando contra los gladiadores, personas
entrenadas al efecto. Mínima, pero alguna había, y
eso otorgaba cierta dignidad al espectáculo
gladiatorio, ya que en otras culturas los penados a
muerte son simplemente asesinados a tiros o en la
horca, amarrados a una silla eléctrica o a una
camilla con una sonda letal66.
La vida en un Ludus o escuela de gladiadores se
nos escapa. Algo podemos inferir gracias a ciudades
como Pompeya que conservan uno (o quizá dos) de
estos establecimientos. En Pompeya, ciudad desapa-
recida el año 79 d.C. por la erupción del Vesubio,
hubo por lo menos dos Ludi. El primero era una
mansión al norte de la ciudad que se transformó
para albergar a una familia gladiatoria (una
comunidad de gladiadores) en habitaciones en torno
a un peristilo. En las paredes de las habitaciones
hay más de cien grafitti de o sobre gladiadores.
Pero a mediados del siglo i d.C. este Ludus cerró.
Es posible que entonces los gladiadores se
trasladaran al segundo edificio. Este otro tenía también
habitaciones en torno al peristilo. Algunas de esas habitaciones,
demasiado estrechas para albergar a más de un gladiador,
tenían una galería interna de madera, por lo que
probablemente tuvieran dos pisos. Como no se han encontrado
camas, los gladiadores dormían en el suelo, quizá sobre
colchonetas o jergones de paja. Además, había unas estancias
más amplias, quizá la zona común o la vivienda del lanista y
sus guardias. Y, lo que más nos interesa, unos calabozos es-
trechos con grilletes donde aparecieron algunos esqueletos,
aunque no
64
B. Strauss, La guerra, p. 39.
Si bien el que se puede ver en la actualidad es una reconstrucción de época antonina.
65

Aprovecho para manifestar mi total oposición a la pena de muerte, en


66

todas las circunstancias (guerra, terrorismo, asesinato múltiple,


violación, genocidio). La vida para mí es un bien que el Estado debe
proteger a toda costa, sin excepciones, porque no procede del Estado
sino que es consustancial al individuo, base de dicho Estado y, por
tanto, anterior a él.
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

encadenados67. Es posible que el Ludus de Batiato


fuera, además de una escuela de gladiadores, un
gimnasio o palestra donde ciudadanos libre se
entrenaban en juegos o luchando. Eso también se
ha propuesto para la palestra anexa al anfiteatro de
Pompeya: campo de entrenamiento gladiatorio y
lugar de esparcimiento gimnástico ciudadano68.
En todo caso, la arqueología pompeyana no
ofrece una imagen acogedora de los Ludi: en ellos
la vida debía de ser bastante miserable, y es dudoso
que ni siquiera las damas de la alta sociedad más
incontenibles (como llegó a afirmar Juvenal de la
esposa de un senador69) visitaran a los gladiadores
pompeyanos (o capuanos) de más fama en esas
estancias. En efecto, el hallazgo de una dama rica
en una habitación pompeyana con un gladiador, que
siempre se supuso ejemplo de estas aventuras
arriesgadas, se ha demostrado algo fortuito. Quizá
la dama se refugiara allí de la caída de ceniza y
piedra pómez incandescente, porque con ella y su
supuesto amante se encontraron ¡diecisiete personas
más y dos perros!70
Una vez satisfecha nuestra curiosidad de cómo
podía ser el Ludus de Batiato (al fin y al cabo,
Pompeya estaba cerca de Capua), parece ser que
Espartaco tuvo que compartir su destino con más de doscientos
gladiadores, muchos de ellos galos y tracios, como él, muchos
de ellos inocentes y retenidos allí a la fuerza, también como él.
Esta expresión de Plutarco quizá implicara que se les
mantuviera encerrados en habitaciones exiguas, quizá incluso
con cepos o grilletes (al menos por la noche). Y eso lo podemos
intuir de una expresión que utiliza Floro: “Espartaco, Criso y
Enomao, tras descerrajar el gimnasio de
67
M. Beard, Pompeya, pp. 376-381; Cf. con R.
Etienne, La vida cotidiana en Pompeya, p. 434, quien sí afirma que
había un esqueleto sujeto con un cepo. Esto no es extraño, ya que la

129
erupción del Vesubio se produjo por la mañana, y a los esclavos se les
solía encadenar solo por la noche. En otras ciudades bien excavadas,
como Ostia, no se ha encontrado todavía un Ludus, aunque es
evidente que había luchas gladiatorias por los graffiti encontrados
en la ciudad. Véase a C. Pavolini, La vita quotidiana a Ostia, Roma-
Bari, Editori Laterza, 2.ª edición, 2005, p. 241.
M. Beard, Pompeya, pp. 369-370.
68

Juv. Sat. 6.82-114 narra el caso de Epia, la esposa del senador Veyento,
69

que abandonó a su marido e hijos para seguir al gladiador Sergio a


Alejandría a vivir con él entre incomodidades. La explicación de
Juvenal a la pasión de Epia por un gladiador ya viejo y con
deformidades y heridas bien visibles: “Pero era gladiador; esta
profesión les convierte en Jacintos”. Traducción de M. Balasch,
Juvenal-Persio: Sátiras, Madrid, Editorial Gredos, 1991, p. 207.
J.L. Posadas, “El fin de dos ciudades. Pompeya y Herculano”, HNG 91,
70

2011, pp. 60-71, esp. p. 70.


Juan Luis Posadas

Léntulo” (Flor. Ep. 2.8.3); es decir, tras romper los


cerrojos tras los cuales, sin duda, vivían los
gladiadores.
Que Espartaco sufrió en aquel encierro no hay
duda; que su carisma pronto hizo de él, junto con
otros gladiadores galos como Crixo o Enomao71, uno
de los líderes de los condenados, tampoco. Ni
siquiera la presencia de “Espartaca”, su mujer o
pariente, le serviría de mucho72, pues rara vez le era
permitida la visita femenina a un gladiador. La vida
miserable en aquellos muros, encerrado con sus
compañeros bajo siete llaves, penando por morir
rápido en vez de vivir lento, y con la conciencia
medio impuesta a sí mismo de su alto destino como
“Espartácida” y como protegido de Dionisos, hicieron
el resto. En el siguiente capítulo veremos la sucesión
de acontecimientos conocida como “rebelión de
Espartaco”.
Marco Licinio Craso nació en una fecha
indeterminada, pero que puede fijarse hacia el año
115 o comienzos del 114 a.C. Algunos escritores, ya
en la Antigüedad, le apellidaron Dives (“rico”),
debido a su riqueza, y le asignaron a la rama familiar
de los Licinios Crasos Dives (como el cónsul del año
131 a.C.), pero erróneamente, pues no pertenecía a
esa rama, sino a otra menos ilustre73. El padre de
Craso fue Publio Licinio Craso, cónsul del año 97
a.C., un noble de extracción plebeya74 que había
seguido la senda trillada de mezclar su altiva sangre
con la nobleza que da el dinero. La madre de Craso, Vinuleya, al
parecer procedía de Etruria75. Uno de los hermanos de Craso se
casó con otra rica italiana, Tértula, con la que, tras la muerte
del hermano, se casó nuestro Craso.
Durante su juventud, Craso recibió cierta educación en
historia y filosofía, y también un buen entrenamiento en

131
Juan Luis Posadas
retórica76, pero sin mayor interés que el que se esperaba de un
joven que quería hacer política. Su principal aprendizaje fue
el militar, ya que acompañó a
71
Oros. Hist. 5.24.1.
72
Pues ya hemos citado el texto de Plutarco (Cras. 8.4) en el que afirma
que esta mujer estaba con él en el momento de su huida y después.
73
B.A. Marshall, “Crassus and the cognomen Dives”, Historia 22, 1973, pp. 459-467.
74
A.M. Ward, Marcus Crassus and the late roman Republic, Columbia-
Londres, University of Missouri Press, 1977, pp. 49-50.
75
Cic. Ad Att. 12.24.2.
76
Cic. Brut. 233, 308.

132
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

su padre durante su proconsulado en Hispania


entre los años 96 y 93 a.C., luchando contra los
lusitanos. En esta época, los Crasos establecieron
una red de relaciones clientelares en Hispania, con
la posibilidad incluso de que uno de sus
campamentos militares albergara luego una colonia
o municipio romano, pues Ptolomeo cita una ciudad
a unos sesenta y cuatro kilómetros al norte de
Mérida llamada Castra Liciania77.
Esta “inmersión” de Craso en la milicia se
completó cuando el comando de su padre en la
guerra de los aliados en el año 90 a.C78. Durante la
guerra, el padre de Craso sufrió una derrota
mientras actuaba como legado de Lucio César,
aunque sin consecuencias en su carrera senatorial,
pues al año siguiente alcanzó la máxima
magistratura, la censura. Craso padre ya destacaba
como miembro fundamental del partido optimate,
dado que su colega en la censura fue el mismo Lu-
cio César que le comandó un año anterior. Sin
embargo, el censo que ambos hicieron de los nuevos
ciudadanos romanos (los itálicos que depusieran las
armas o que no las hubieran tomado contra Roma),
fue inútil pues su intento de adscripción a unas
pocas tribus, para devaluar su influencia en las
votaciones, fue contestado por el partido popular.
El padre de Craso y su hijo mayor cayeron en el
año 87 a.C. cuando la toma de la ciudad por Cina y
los miembros de la facción popular. A Craso le
cercenaron la cabeza, que colocaron en los Rostra
del Foro79. ¿Cómo escapó nuestro Craso a esta matanza? No lo
sabemos, pero quizá su juventud (no tenía más de 27 años) y,
sobre todo, su mínima carrera política (no había ni siquiera
entrado en el Senado), le salvaron. Quizá Craso, que después fue
lo bastante listo para estar en buenas relaciones con ambas

133
Juan Luis Posadas
facciones, ya tenía amigos poderosos en el bando popular. O
quizá, como Ward recalca, Craso tenía uno o dos hijos de su
matrimonio con su antigua cuñada, Tértula, y no quería someter
a su joven familia a los rigores del exilio80.

77
Ptolom. 2.56. ¿Sería
más bien Castra Licinia o Liciniana? Cic.
78

Font. 43, App. BC 1.40-41, Front. Strat.


2.4.16. Cic. Tusc. Disp. 5.55.
79

A.M. Ward, Marcus Crassus, p. 55.


80

134
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

Craso permaneció en Roma por lo menos dos años.


Es posible que, tras las primeras ejecuciones de dos
años antes, el gobierno popular de Cina en la capital
tolerara la presencia de algunos optimates de poca
importancia como nuestro Craso. Pero, en el año 85
a.C, Sila tomó el mando del ejército de Asia,
amenazando a la propia Roma con una nueva guerra
civil. En este escenario, los pocos optimates que
permanecían en la ciudad debieron optar entre el
exilio y las represalias de la facción popular. Craso,
pues, tuvo que dejar a su mujer y dos hijos pequeños
en Roma y partir a un exilio inseguro en Hispania.
Durante ocho meses, Craso permaneció escondido
en nuestra tierra, protegido por uno de sus clientes
hispanos, un tal Vibio Pacieco (o Pacciano según
Ward). El relato de Plutarco (Cras. 4.4-5.6) sobre la
vida de Craso en una cueva cerca del mar,
alimentado por un esclavo del tal Pacieco, es más que
sospechosa por su dramatismo ficticio81. Es curioso,
sin embargo, resaltar este periodo de la vida de Craso,
no muy alejado del “cimarronismo”, del echarse al
monte, de Espartaco y sus setenta y cuatro
gladiadores.
En todo caso, en cuanto Cina murió, Craso salió
de su escondrijo para organizar un ejército privado
de clientes y amigos formado por unos dos mil
quinientos hombres. Hay que resaltar que Craso era
un ciudadano romano privado, sin ninguna
magistratura, y que ni siquiera había entrado en el
Senado. Su acto, pues, fue de pura usurpación ilegal
(como el de Espartaco diez años después). Con su
“ejército” comenzó a tomar algunas poblaciones
hispanas hasta llegar a Málaga, donde obtuvo por las
buenas o por las malas (se dice que saqueó la ciudad) barcos
con los que cruzó el estrecho para juntar sus tropas con las de

135
Juan Luis Posadas
Metelo Pío, el procónsul de África perteneciente a la facción
optimate. Pero Craso, un joven sin casi experiencia militar y
que no era ni siquiera senador, fue despreciado por Metelo, un
noble bastante altivo, por lo que nuestro protagonista decidió
embarcarse con su ejército para sumarse directamente a las
tropas de Sila en Grecia.
Con Sila, Craso obtuvo reconocimientos y distinciones. Una
vez desembarcados ambos en Bríndisi, en Italia, Craso fue
enviado por
81
Parece ser que Plutarco utilizó como fuente la obra del analista
Fenestela, de la misma época que Tito Livio, y algo dado a dichas
“reconstrucciones” históricas.

136
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

Sila a reclutar tropas leales entre los marsos, una


tribu itálica enemiga de los samnitas, que
apoyaban a la facción popular. En el año 82 a.C.,
Craso, junto con otros destacados silanos como
Pompeyo y Metelo, fue enviado a combatir a los
populares en Umbría y la Galia Cispadana, con
éxito. El propio Craso sitió la ciudad umbra de
Tuder y la capturó. Después derrotó al
lugarteniente del cónsul Carbón, Carrinas, cerca
de Spotelium. Tras unirse al ejército de Sila en el
sitio de Preneste, Craso dirigió el ala derecha del
ejército optimate en la batalla de Puerta Colina, a
las afueras de Roma, donde su decidida acción
contra el ala izquierda de los samnitas decidió la
victoria de su facción. Sin duda, Puerta Colina fue la
cima de su carrera militar, una victoria mucho más
decisiva que la que obtuvo contra Espartaco. Una
victoria, además, que le abrió las puertas al
gobierno optimate durante los siguientes diez años.
En efecto, en el año 81 a.C., con Sila ya en el
poder, Craso pudo por fin entrar en el Senado,
quizá como cuestor82. Pero hacerlo con treinta y
cuatro años y en un Senado que había quedado
reducido a la mitad por las muertes en la guerra civil
y por las crueles proscripciones silanas, no tenía
mucho mérito. Es posible que Craso, por su
avanzada edad para dicho cargo y, sobre todo, por lo
ocurrido durante años de guerras, exilio y matanzas,
no estuviera tampoco muy interesado en la carrera
senatorial, pues no se conoce que ejerciera luego la
edilidad, el paso siguiente en la carrera senatorial,
aunque no necesario para ejercer el consulado. Es
posible, por otra parte, que la historia que cuenta
Plutarco (Cras. 6.7) sobre la actuación de Craso durante las
proscripciones, cuando incluyó a un rico propietario en las listas

137
Juan Luis Posadas
solo para quedarse con sus bienes, con el desagrado de Sila, que
le apartó de su lado, fuera cierto. Por ello, quizá Craso no obtuvo
la edilidad, simplemente porque el nuevo amo de Roma, Sila, no
le avaló. De hecho, hasta el año 73 a.C., Craso no accedió a un
nuevo cargo senatorial, la pretura.
Así que Craso, que al parecer había perdido el favor de Sila,
se dedicó a los negocios (quizá como paso previo para retomar
con más fuerza su carrera política). Su fortuna, que no era
pequeña cuando se
82
H. Hill, “Sulla’s new senators”, CQ 26, 1932, pp. 170-177.

138
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

fue al exilio (Plutarco habla de más de siete millones


de sestercios), probablemente se vio incrementada
durante la guerra civil con el botín obtenido del
saqueo de Málaga y el de Tuder, así como con las
primeras proscripciones. A partir de su posición en el
nuevo régimen, del apoyo de personas próximas a
Sila y, sobre todo, de su habilidad innata para los
negocios, construyó Craso la más fabulosa fortuna
de la historia de Roma, cercana en algún momento a
los doscientos millones de sestercios83. Claro que el
deseo de dinero en Craso está más relacionado, según
Cicerón, con su ambición política,
que el orador considera más que
justa:

“Se desea la riqueza o bien para satisfacer las


necesidades de la vida o bien para gozar de los
placeres. Pero aquellos que poseen un ánimo
elevado y alientan nobles designios la desean para
adquirir crédito y aumentar el número de sus partidarios. Así,
Marco Craso decía que ninguna riqueza es suficiente para quien
aspira a ser el primero en el Estado, si con las rentas que aquella
produce no puede mantener un ejército.” (Cic. Off. 1.25)84

Pero, ¿qué quería decir Craso con esta frase? En


primer lugar, es evidente que Craso ya había
demostrado lo que se podía hacer con dinero
durante su exilio, pagando un ejército de dos mil
quinientos hombres (media legión) en Hispania,
construyendo así la base de su carrera político-
militar en el bando de Sila. En segundo lugar, en
aquellos turbulentos años, muchos hombres sin un
gran bagaje político como Craso o Pompeyo pudieron
erigirse en líderes del régimen como ciudadanos
privados levantando ejércitos con sus clientes, ami-

139
Juan Luis Posadas
gos y, probablemente, incluso sus esclavos. Lo que
no está tan claro es que esta frase que Cicerón pone
en boca de Craso sea una medida de la riqueza de
dicho personaje. Al parecer, Cicerón no quería seña-
lar cuán rico era Craso, sino comentar
irónicamente que él no pudo

Plin. NH 33.134.
83

84
Traducción de J. Santa Cruz Teijeiro, Marco Tulio Cicerón: Tratado
de los deberes, Madrid, Editora Nacional, 1975, p. 47.

140
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

pagar de su bolsillo las seis legiones que utilizó


contra Espartaco85. Es interesante en este sentido
señalar que Plinio el Viejo (NH 33.134) sustituyó la
palabra “ejército” de Cicerón por “legión”. Según
esta apreciación de Plinio, uno sería rico si
pudiera pagar, con las rentas de sus propiedades,
el sustento de una legión durante todo un año. El
coste de mantener una legión romana durante un
año se ha calculado en cuatro millones de
sestercios86, por lo que, por muy rico que fuera Craso
en el año 73 a.C., es difícil que sus rentas anuales le
produjeran los veinticuatro millones de sestercios
para pagar por sí solo las seis legiones que utilizó
en la guerra contra Espartaco.
Lógicamente, por muy turbulentos que fueran los
tiempos, los políticos optimates no necesitaban el
dinero solo para pagar ejércitos privados con los
que “salvar” a la República de supuestos enemigos
externos o, sobre todo, internos. La necesidad de
ganarse a la plebe para obtener cargos en las
votaciones hacía deseable poseer dinero en efectivo
para sufragar juegos, obras públicas, larguezas: en
definitiva, para comprar los votos necesarios para
obtener dichos cargos. También había que comprar
a los jurados en los juicios que los rivales
comenzaban contra ellos, armar bandas de
guardaespaldas y sicarios para atemorizar a los
contrarios, y otras argucias de semejante tenor.
Como he dicho, la base de la fortuna de Craso
había sido la herencia de su padre87 y el botín
obtenido en la guerra civil. Con ello comenzó su carrera
“empresarial”. Craso no invirtió solo en propiedades agrícolas,
como otros aristócratas romanos del momento. Su principal
negocio fue adquirir a bajísimo precio propiedades urbanas en
la propia Roma, la mayor parte de ellas sacadas a subasta de los

141
Juan Luis Posadas
bienes confiscados de los miles de personas ejecutadas durante
las proscripciones silanas. Con un batallón de quinientos esclavos
altamente cualificados (arquitectos y obreros), compraba las
propiedades derruidas o incendiadas a bajo precio para luego
construir mansiones que vendía, pro-
85
D. Whitehead, “The measure of a millionaire.
What Crassus really said”, LCM 11, 1986, pp. 71-74. Cf. Cic. Paradox.
6.45.
86
El cálculo, basado en el coste de las seis legiones de Pompeyo en el
año 52 a.C., según Plut. Pomp. 55.7), es de N. Fields, Spartacus, pp.
31-32.
87
Estimada, como dije, en más de siete millones de sestercios,
probablemente casi todo en propiedades rurales, según A.M. Ward,
Marcus Crassus, p. 71.

142
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

bablemente, a los nuevos senadores de Sila, venidos


de Italia pero sin casa en la ciudad. También puso en
marcha un servicio privado de bomberos con los
que apagaba los incendios de muchas viviendas,
una vez llegado a un acuerdo con los propietarios
para comprarles el edificio a un precio irrisorio.
Al parecer, Craso poseía otros muchos esclavos
especializados, que podrían servirle a él o a quienes
él podría “alquilar” para realizar sus trabajos. Si es
así, podemos ver en Craso un germen de
capitalista, pues fue de los primeros en valorar la
fuerza del trabajo, el valor añadido diríamos hoy,
como una propiedad en sí misma. Como otras
fuentes de recursos conocidos, Craso invirtió en
minas de plata, probablemente en Hispania,
también explotadas por esclavos. Como vemos, la
base del poderío económico de Craso fue su
colección de esclavos especializados. No es de
extrañar que combatiera con tanta saña a Espartaco,
el liberador de los esclavos: su riqueza descansaba en
estos y no podía permitir que la rebelión se
extendiera a Roma y que sus esclavos se unieran a
ella.
Con su riqueza, Craso pudo adquirir nuevas
amistades, crear una red de relaciones clientelares
en Roma, y reforzar las antiguas amistades de su
padre y de su gens. Con esos apoyos, no es de
extrañar que en el año 73 a.C., Craso fuera elegido
pretor88, el paso previo para poder optar al
consulado. Aunque Craso tenía ya casi la edad
mínima para ser elegido cónsul, necesitaba pasar
primero por la pretura para poder tener opciones. Claro que no
contaba con Pompeyo, quien obtendría su consulado
directamente desde su condición de ciudadano privado (no era
ni siquiera senador).

143
Juan Luis Posadas
Y durante su pretura estalló lo impensable: una rebelión de
gladiadores en Capua que pronto se extendería por todo el sur,
liberando a su paso a todos los esclavos que se encontraban a
mano. Sus colegas pretores se hicieron con el mando de la
guerra: de los ocho pretores ordinarios, cuatro lucharon contra
Espartaco (Publio Varinio, Lucio

I.
88
Shatzman, “Four notes on Roman
Magistrates”, Athenaeum 46, 1968, p. 349; Cf. con la discusión de E.
Badian, “Additional notes on Roman Magistrates”, Athenaeum 48,
1970, pp. 6-7.

144
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

Cosinio, Gayo Clodio Pulcro, Marco Claudio


Marcelo)89, de los que murió por lo menos uno
(Cosinio, quizá el Cosins del graffito de Pompeya).
Craso no participó en la guerra en este año, pero lo
tenía claro: había que aniquilar esa amenaza a su
fortuna.

145
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

146
LAs fuENTEs y los pRoTAGoNisTAs

89
C. López Delgado, Annales ab Urbe condita usque ad
Augustinum mortem. Apuntes de cronología romana, Madrid,
Ediciones Clásicas, 2006, pp. 188-189. Este autor también otorga a
Craso el rango de pretor en el año 73 a.C.

147
CApíTulo TeRceRo
El coMieNzo De lA ReBelióN

LA HuiDA De CApuA

Durante la primavera del año 73 a.C., los


gladiadores del Ludus de Léntulo Batiato, en
Capua, se entrenaban duramente, quizá para
participar en los Grandes Juegos anuales de Roma,
que empezaban el 5 de septiembre1. Las
condiciones del entrenamiento, unidas a la dureza
de Batiato y al hecho de que muchos de ellos
estuvieran allí a la fuerza, condenados injustamente,
debieron de hacer mella en la moral de la familia
gladiatoria (compañía de gladiadores). Sabemos
que los gladiadores podían ser muy competitivos, y
que no tenían amigos en vida, aunque en la muerte
de un compañero, toda la familia se unía como una
piña para pagar su entierro e, incluso, para dar
dinero a su viuda (si la había). Pero un grupo
humano encerrado, sometido a una presión
intolerable, sin esperanzas ni de una vida larga ni de
una muerte rápida, puede unirse en una reacción
natural de supervivencia.
Algo debió de ocurrir, algo grave. Las novelas y
Hollywood han señalado que quizá hubo una lucha
a muerte entre ellos y que el deceso de algún
gladiador especialmente respetado por la familia
afectó a la moral de los luchadores. Las fuentes no
dicen nada de eso, pero Apiano que, recordemos, no
era un historiador sino un abogado, comenta que fue

148
el propio Espartaco el que “convenció a unos setenta
de sus compañeros a arriesgarse por la libertad más
que por la gala de un

S.I. Kovalev, “Sur la date du début de la révolte


1

de Spartacus”, VDI 56, 1956, pp. 12-17, propone la primavera o el


verano del año 73 a.C. En la misma fecha coincide A.A. Motus, “Sur la
date du commencement de la révolte de Spartacus”, VDI 57, 1957, pp.
158-167. La hipótesis de F.E. Adcock, Marcus Crassus, Millonaire,
Cambridge, Heffer, 1966, p. 21, basada en Eutr. 6.7, de que la
rebelión comenzó a finales del año 74 a.C., está ya definitivamente
abandonada.
Juan Luis Posadas

espectáculo” (App. BC 1.116). Lo cual podría


confirmar que los gladiadores estaban entrenándose
para unos juegos en concreto.
Plutarco es el que proporciona la narración de la
huida más completa, aunque autores como Salustio,
Apiano, Floro u Orosio también aportan datos
complementarios, o confirman o refutan los de
Plutarco:

“Un cierto Léntulo Batiato adiestraba en


Capua gladiadores, en su mayoría galos y tracios,
que no eran culpables de delito alguno, sino que
por la injusticia de quien los había comprado se
hallaban allí reunidos a la fuerza para pelear en la
arena. Doscientos de estos gladiadores decidieron
escaparse, pero se produjo una delación y hubo
setenta y ocho que se enteraron de ello a tiempo,
cogieron de una cocina cuchillos y pinchos y
lograron huir.” (Plut. Cras. 8.1-2)

Analicemos este párrafo de Plutarco. Ya he


comentado la primera parte, sobre el número de
gladiadores que podía haber en el Ludus, más de
doscientos, y sobre la injusticia de su condición y sus
condiciones de vida. De todos los gladiadores de
Batiato, doscientos (quizá esos eran todos)
decidieron escaparse, “descerrajar” el Ludus según
Floro, “romper las puertas” según Eutropio2. Y no
todos eran hombres. Sabemos por Plutarco que al
menos una mujer les acompañaba: “Espartaca”, la
esposa o pariente tracia de Espartaco3. Pero lo
siguiente es confuso.
Según Plutarco, “se produjo una delación y hubo setenta y
ocho que se enteraron de ello a tiempo”. Esto puede significar
que el primer plan de los gladiadores era escaparse

150
simplemente escalando los muros, o mediante un túnel o
rompiendo las puertas sin mayor violencia. Pero los guardias
fueron avisados de que iba a haber una fuga en masa, y
pudieron encerrar o evitar la huida de la mayoría de los
gladiadores (ciento veintidós, concretamente). El resto de los
doscientos, setenta
2
Flor. Ep. 2.8.3, Eutr. 6.7.2.
3
Plut. Cras. 2.8.4: “Esta mujer también estaba con él en aquel
momento y lo acompañaba en la huida”.
Juan Luis Posadas

y ocho, consiguieron zafarse de la reacción


preventiva de la guardia y cambiaron el plan: ahí
entra el dato que proporciona Plutarco de los
pinchos y cuchillos de la cocina. La huida fue
violenta, hubo lucha. Pero el número de los
gladiadores fugados, setenta y ocho, es contro-
vertido, pues las fuentes difieren en la cantidad de
rebeldes. Setenta y cuatro es el número de
gladiadores que dan las fuentes más antiguas, como
Salustio y Tito Livio, y las más recientes, Eutropio y
Orosio (quienes probablemente utilizaron a Livio).
Las fuentes del siglo ii d.C. dan otras cifras: Floro
habla de treinta o más, Veleyo Patérculo dice que
fueron sesenta y cuatro (puede ser un error del
copista, no haber copiado una X del número LXXIV),
y otros dos se acercan a las cifras de Salustio: Apiano
con “setenta y pico”, y Plutarco con los ya citados
setenta y ocho4. Es probable que las fuentes más
cercanas a los acontecimientos fueran las mejor
informadas a este respecto, y que el número de los
fugados fuera setenta y cuatro. También es posible
que los setenta y ocho de Plutarco fuera el número
de los que intentaron fugarse, dejando por el camino
a cuatro que murieron en la lucha con los guardias.
Y los “treinta o más” de Floro son claramente
erróneos.
Lógicamente, los gladiadores fugados, más de
setenta, eran una fuerza importante... si hubieran
tenido armas. Afortunadamente para ellos, los
gladiadores armados tan solo con pinchos y cuchillos
de cocina, bien se encontraron con un carro con
armas de gladiadores que se dirigía a otra ciudad (según
Plutarco), bien saquearon el almacén de armas del Ludus
(según Veleyo Patérculo), o cogieron las porras y espadas de
todos los viandantes que se encontraron a su paso (según

152
El coMieNzo De lA ReBelióN

Apiano). Es posible que Espartaco escogiera entonces para él


una sica, la espada curva de los gladiadores “tracios”, pues una
fuente de finales del siglo y d.C., Sidonio Apolinar, nos lo
muestra blandiendo ese tipo de arma en la batalla5.
Con esas armas, los gladiadores huyeron a un lugar seguro,
según Plutarco. No se sabe si ese lugar seguro era el Vesubio, o
si el episodio
Sal. Hist. 3.90; Liv. Per. 95.2, Eutr. 6.7.2, Oros.
4

Hist. 5.24.1, Floro Ep. 2.8.3, Vel. Pat. 2.30.4, App. BC 1.116, Plut. Cras
8.2.
Sid. Ap. 9.253. De dónde pudo sacar ese dato Sidonio Apolinar, que vivió
5

en la segunda mitad del siglo y d.C., es un misterio.

153
Juan Luis Posadas

de su ascenso al volcán es algo posterior. En todo


caso, según el relato de Plutarco, en ese “lugar
seguro” eligieron a tres jefes, de los que el “primero
de ellos” (πρ&roç según Plutarco), o el “príncipe”
(princeps según Salustio)6, fue Espartaco. Los otros
dos, casi sin ninguna duda, fueron los galos Crixo y
Enomao7, dos gladiadores como Espartaco que
desempeñarían importantes papeles en la rebelión,
sobre todo el primero de ellos.
Hasta después de ese momento no hubo ningún
enfrentamiento armado con tropas, salvo la breve
lucha con los guardias del Ludus. Pero, entonces,
los magistrados de Capua decidieron enviar a la mi-
licia contra los fugados. Estos, al menos en el primer
momento, no constituían una guerra seria. Era un
brote repentino de violencia, lo que los romanos
conocían como un tumultus8, y además uno prota-
gonizado por gladiadores fugitivos. Aunque los
capuanos ya se habían enfrentado a una rebelión
similar en el año 104 a.C., y fueron necesarios
cuatro mil cuatrocientos hombres para reducirla,
parece ser que no aprendieron la lección. Para
enfrentarla, convocaron a la milicia ciudadana
mediante una llamada ad tumultum (para
enfrentarse al tumultus). Esta milicia,
probablemente menos de doscientos hombres, fue
enviada a interceptar a los gladiadores fugados. El
caso es que los setenta y cuatro gladiadores que
habían escapado con vida del Ludus pudieron con los
soldados de la milicia capuana que tuvieron la mala
suerte de encontrárselos. El envío de esta tropa
reclutada deprisa y corriendo fue un error, porque los
gladiadores, según Plutarco, cogieron las armas de los
soldados, sus escudos, cascos y corazas, y sobre todo sus lanzas
(armas que no figuran en el arsenal de un gladiador), y con

154
El coMieNzo De lA ReBelióN

ellas reforzaron su armamento, desechando aquellas armas


propias del gremio de gladiadores (salvo quizá la sica de
Espartaco). Veremos cómo el desprecio de los romanos por los
esclavos y los rebeldes les llevaría a cometer este error varias
veces, enviando tropas sin ton ni son simplemente a ser
destruidas por Espartaco y sus seguidores.

6
Plut. Cras. 8.3, Sal. Hist. 3.90.
7
Liv. Per. 95.2, Flor. Ep. 2.8.1, Eutr. 6.7.2, Oros. Hist. 5.24.1.
8
César llamó seuili tumultu a la rebelión de Espartaco: Caes. BG 1.40.6.

155
Juan Luis Posadas

EL VesuBio

Tras la victoria de Espartaco, Crixo y Enomao contra la


milicia
capuana, los gladiadores decidieron huir y refugiarse de otras
tropas

156
Juan Luis Posadas

157
Juan Luis Posadas
Figura 3. Baco vestido con racimos de uvas frente al Vesubio. Pintura pompeyana
de la llamada “Casa del Centenario”. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
Obsérvese el contenido “dionisíaco” de dicha pintura, quizá relacionada con es-
clavos o extranjeros, a los que el culto a Dionisos estaba permitido: aparecen Baco
y las serpientes, junto con el Vesubio. ¿Estamos ante un caso de evocación de una
temática “espartaquíada”?

que pudieran ser enviadas en su búsqueda. Las rutas


de escape de los fugitivos desde Capua podían
llevarles al sur, por la Vía Apia, hacia Nola y Nuceria,
y al norte, hacia el valle del Volturno y Roma9.
Lógicamente, los rebeldes decidieron dirigirse al
sur, no a Puteoli, puerto marítimo con una
importante guarnición. Lo que ellos buscaban era
“echarse al monte”, convertirse en asaltadores o
bandidos. El “monte” más alto que había cerca,
siguiendo la Vía Ania, era el Vesubio. Los romanos
de la época todavía no sabían que aquel no era un
monte, sino un volcán. De esto se enteraron una
mañana de agosto del año 79 d.C.
9
B. Strauss, La guerra, pp. 62-63.

158
El coMieNzo De lA ReBelióN

Pero en aquella jornada de ciento cincuenta años


antes, el monte era una altura considerable a
menos de cuarenta kilómetros de Capua, y su
aspecto era del todo diferente al que presenta hoy:
cubierto de vegetación, arboleda y con viñedos
salvajes en su cima. Un vergel que podría
proporcionar protección, frutos y raíces, caza,
madera, agua, y todo lo necesario para sustentar a
un contingente importante de fugitivos. Así, al
menos, aparece en una pintura pompeyana que lo
representa verde y fructífero.
Espartaco, Crixo y Enomao, una vez llegados al
Vesubio, probablemente discutieron qué hacer. Es
posible que en aquel momento se contentaran con
repartir las armas y el botín conseguido de las tropas
capuanas. Quizá decidieron realizar incursiones por
el territorio circundante para conseguir comida,
armas, dinero. Pero una cosa estaba clara: con
setenta hombres no iban a aguantar mucho el asedio
de las tropas que, seguramente, enviaría Capua o la
misma Roma a las faldas del Vesubio. Así que en
aquellas jornadas históricas de la primavera o el
verano del año 73 a.C., tomaron una importante
decisión: liberarían a todos los esclavos y presos
que encontraran por los alrededores, y llamarían a
la rebelión a los pobres, a los campesinos
arruinados, a los pastores que malvivían de sus
cabras, a los peones agrícolas y a cualquiera cuya
vida presente le importara menos que la promesa
de una mejor vida futura.
Tito Livio dice que Espartaco reunió a una
multitud de esclavos y presos de los ergástulos (prisiones
privadas)10. La región donde se produjo la rebelión, Campania,
estaba llena, como he dicho en el capítulo primero, de grandes
propiedades cerealísticas explotadas por mano de obra esclava.

159
Juan Luis Posadas
Es posible que en el camino de Capua al Vesubio, y en los
alrededores de dicho “monte”, hubiera miles de esclavos agrícolas
que malvivían encerrados en barracones por las noches y
esparcidos por los campos por el día, poco y mal vigilados 11. Los
más rebeldes, junto con ciudadanos libres secuestrados y
también criminales menores, solían
Liv. Per. 95.2.
10

Como ocurría en Sicilia en la época de las dos guerras serviles, según


11

E. Maróti, “De suppliciis. Zur Frage der sizilianischen Zusammenhänge


des Spartacus-Aufstandes”, AAntHung 9, 1961, pp. 41-70. Maróti se
basó en el estudio de las menciones a los esclavos agrícolas en el De
suppliciis de Cicerón.

160
El coMieNzo De lA ReBelióN

ser encerrados en esos ergástulos, prisiones que podían ser desde un


barracón de madera a una estructura en piedra abovedada (como el

Figura 4. Vista de las excavaciones en el bajo de un Palacio


en Rione Terra, con una calle de la antigua Puteoli, actual
Pozzuoli

ergástulo de Astorga, en León), pasando por simples


pozos excavados en la roca de tufo volcánico de
Campania (como el de Pozzuoli).
Lógicamente, los esclavos y presos que se unieron a
Espartaco y sus gladiadores serían cientos, si no
miles. Tito Livio habla de una multitud, Veleyo
Patérculo de una gran muchedumbre, Ateneo de un
gran número. Pero Floro, otra vez, es el que
desentona: según él se reunió una muchedumbre de
diez mil hombres12. Puede que, en este caso, Floro
no fuera el equivocado, pues es factible que hubiera
esa cantidad de desesperados en el entorno del
Vesubio. La razón del éxito de Espartaco en reunir tal
cantidad de esclavos pudo ser su carácter mesiánico,
su vinculación con los ritos dionisíacos tan en boga
entre los esclavos13. Un esclavo no se arriesgaba a
ser crucificado, pena reservada a los esclavos
fugitivos, o a ser ejecutado en la arena, solo porque un grupo de
setenta gladiadores pasara por las tierras donde servía. Tenía
que haber alguna otra razón. Lo mismo pasaba con los

161
Juan Luis Posadas
encerrados en los ergástulos. A no ser que librarse de la pena
impuesta compensara el riesgo de seguir a los fugitivos,
tampoco seguirían muchos libremente
Liv. Per. 95.2, Vel. Pat. 2.30.4, Athen. 6.273,
12

Flor. Ep. 2.8.3. P. Masiello, “L’ideologia


13

messianica”, pp. 190-192.

162
El coMieNzo De lA ReBelióN

a Espartaco. Es posible que, ya en estos primeros


momentos, una aureola mística, mesiánica,
acompañara a Espartaco y a su mujer iniciada en los
ritos de Dionisos.
Los esclavos así reunidos pertenecían,
fundamentalmente, a tres grupos étnicos: galos,
germanos y tracios. Eso lo sabemos por varias
alusiones a ellos en las fuentes. Como hemos visto en
el capítulo 1, el comercio de esclavos se basaba sobre
todo en el rapto de campesinos y pescadores por parte
de piratas en las costas del Mediterráneo oriental, o
de tribus del norte de Europa que se dedicaban a
dicho negocio. Fundamentalmente, los esclavos de
Sicilia e Italia provenían de Marsella (galos y
germanos), del norte de Grecia (galos, tracios e
ilirios) y de Cilicia (sirios y anatolios). A estas
fuentes de “aprovisionamiento” de mano de obra
esclava se unían los capturados en las guerras fron-
terizas de la época, como el propio Espartaco y su
mujer, y también los apresados tras las invasiones de
cimbrios y teutones de finales del siglo ii a.C.,
muchos de los cuales podían vivir todavía en época de
la rebelión, y, con toda probabilidad, sus hijos y sus
nietos . Podemos ir más lejos: el contingente
'4

germano podía ser mayoritario durante la rebelión.


Contamos como argumento para ello un texto de
Julio César, el dictador romano que en el año 72 a.C.
fue tribuno militar y que, posiblemente, participara
en la represión de la rebelión en alguno de los
ejércitos de aquel año:
“Y si, movido por un furor demente, hacía la guerra, ¿por qué
habían de temer?, o, ¿ por qué desconfiaban de su propio valor
o de la vigilancia de César? Ya se había probado a este enemigo
en tiempo de nuestros padres, cuando, derrotados por Gayo Mario
los cimbrios y teutones, había cosechado el ejército laureles no

163
Juan Luis Posadas
inferiores a los de su general; y recientemente en Italia, en la
sublevación de los esclavos, los cuales, sin embargo, tenían a su
favor la pericia y disciplina que habían aprendido de nosotros.”
(Caes. BG 1.40.4-5)

Si César está arengando a sus soldados antes de una batalla


con-
tra los germanos, y les dice que por qué temen a estos, si ya
los han
' 4
B. Strauss, La guerra, pp. 40-42; N. Fields, Spartacus, p. 35.

164
El coMieNzo De lA ReBelióN

derrotado en dos ocasiones; y si las dos ocasiones que


cita César son la invasión de cimbrios y teutones y la
rebelión de los esclavos... ¿no significará esto que la
mayoría de dichos esclavos rebelados con Espartaco
eran germanos, o germanos y galos (si atendemos al
contexto “gálico” de la obra de César)? Desde mi
punto de vista, la alusión de César, un
contemporáneo de la rebelión y quizá uno de sus
contendientes, es significativa de la composición
étnica del ejército de Espartaco, por lo menos en el
año 72 a.C., año de su tribunado militar.
En el ejército de Espartaco no había solo
hombres. También estaban las mujeres de los galos,
germanos y tracios. Ya he mencionado que
“Espartaca”, la mujer o pariente tracia de
Espartaco, les acompañó en la huida del Ludus. Con
ella pudieron escapar también otras mujeres
empleadas por Batiato para limpiar, cocinar o servir
de “diversión” a los gladiadores. Aunque más
adelante ya comentaré ampliamente el hecho, tanto
Salustio como Plutarco mencionan a dos mujeres
galas que, antes de la batalla final, subieron a un
monte cercano a efectuar un ritual preparatorio
para la lucha. Esto indica no solo que las mujeres
del contingente galo acompañaron a sus hombres en
el periplo por Italia, sino incluso que muchas de ellas
formaban parte de la fuerza de combate. Si esto
ocurrió con las parientes de los gladiadores del
Ludus, ¿no pasaría lo mismo con las esclavas
liberadas por Espartaco y los suyos, fuera cual fuera su
nacionalidad de origen? Cabe suponer, pues, que en el ejército
de Espartaco había un número considerable de mujeres, tanto
esclavas como pastoras y campesinas de especial rudeza15.
Pero el ejército de Espartaco, Crixo y Enomao no se
componía solo de esclavos y presos liberados de ambos sexos.

165
Juan Luis Posadas
Había también ciudadanos libres16. ¿Pero quiénes y por qué?
Las fuentes mencionan que en este primer momento del Vesubio
se unieron a Espartaco, bien antes de la primera batalla contra
los romanos, bien inmediatamente
15
M. Doi, “Female slaves in the Spartacus
army”, en M. Mactoux-É. Geny (eds.), Mélanges Pierre Lévêque,
Anthropologie et société, París, Les Belles Lettres, vol. ii, 1989, pp.
161-172.
16
Según P. Oliva, “Die charakteristischen Züge der grossen
Sklavenaufstände zur Zeit der römischen Republik”, en H.J. Diesner
et alii (eds.), Neue Beiträge zur Geschichte der alten Welt. Zweite
Internationale Tagung der Fachgruppe Alte Geschichte der
Deutschen HistorikerGesellschaft vom 4. bis 8, Berlin, Akad-Verl.,
1964, pp. 75-88, la participación de campesinos y otros grupos sociales
legalmente libres pero oprimidos, como los esclavos en la práctica, fue
concluyente.

166
El coMieNzo De lA ReBelióN

después, dos grupos de personas que no eran esclavos


ni presos liberados: “[...] algunos campesinos libres” (App.
BC 1.116), y “muchos vaqueros y pastores del lugar”. (Plut.
Cras. 9.4).

Vayamos en primer lugar con los campesinos. En


el primer capítulo he comentado que la expansión de
la agricultura extensiva, del latifundio explotado por
esclavos, dejó sin tierras y sin trabajo a muchos
campesinos pequeños propietarios. La salida de
algunos de ellos había sido marchar a Roma como
plebe urbana ociosa y dispuesta a venderse al mejor
postor. Otros se habían enrolado en el ejército que,
tras la reforma de Mario de treinta años antes,
acogía también a los ciudadanos libres sin recursos y
les proporcionaba una paga. Pero muchos otros
habían optado por quedarse en su región de origen,
como pequeños labriegos en fincas de subsistencia
situadas en las lindes de los bosques, en las laderas
de los montes, o en zonas pantanosas que nadie
quería . Sus actividades en sus huertos podían
'7

combinarse, además, con su participación en


vendimias, en la recogida de la uva , como '8

aparceros o peones agrícolas que cobraban por día


trabajado (por “peonada”). Magra ganancia podrían
obtener por ello, habida cuenta la super abundancia
de mano de obra esclava procedente de las guerras de
la República o del comercio esclavista. Se ha llegado
a decir que la mayoría de los rebeldes de Espartaco eran
pequeños agricultores, peones y jornaleros italianos hartos de
malvivir de la roca desnuda y del pantano . '9

En cuanto a los vaqueros y pastores, es posible que muchos de


ellos fueran esclavos que, por su trabajo en los montes,
sometidos a los peligros de bandidos y lobos, estuvieran
armados con bastones, arcos y espadas20. Parece ser, según el

167
Juan Luis Posadas
gran historiador británico Arnold J.

' 7
En los alrededores de Pompeya se ha constatado
la existencia de numerosas huertas y finquitas casi de subsistencia,
una parte importante del total de 150 fincas localizadas. Estas
huertas eran probablemente cultivadas por los habitantes de la
ciudad, quizá incluso en su tiempo libre, como un suplemento a sus
ingresos por otras actividades. Cf. M. Beard, Pompeya, pp. 224-228.
'8 Así lo señalan dos tratadistas en agricultura, Varro Rr. 1.17.2, y Cato Agr. 144.3.
'9 A. Bodor, “Contribution to the history of the slave revolt led by
Spartacus”, StudClas 8, 1966, pp. 131-141.
20
DS 35.2.1.

168
El coMieNzo De lA ReBelióN

Toynbee, que estos vaqueros y pastores libres o


esclavos, constituyeron, tras la segunda guerra
púnica y el paso de Aníbal por Italia con efectos
devastadores en la economía campesina, la base del
bandidaje en Sicilia y la Italia peninsular durante
decenios, si no siglos21.
Fueran esclavos o libres, ¿por qué se unieron todos
esos campesinos, vaqueros y pastores a Espartaco?
La respuesta está clara: por la esperanza de un botín
suculento. En esta primera fase, y quizá durante toda
la rebelión, muchos espartaquíadas (término con el
que se suele aludir a los seguidores de Espartaco)
perseguían única y exclusivamente el objetivo de
saquear, violar, devastar y exprimir las pequeñas
aldeas, villas agrícolas y ciudades que se les rindieran
a su paso. Apiano nos ha dejado la clave del éxito de
Espartaco en reclutar campesinos pobres, vaqueros y
pastores:

“Puesto que él repartía el botín en partes


iguales, tuvo pronto una gran cantidad de
hombres”. (App. BC 1.116)

Es decir, que a él afluyeron no solo esclavos de


las propiedades circundantes, sino también
campesinos y pastores, porque oyeron que Espartaco
repartía de manera justa el botín, y que este, sin
duda, era abundante. La justicia en el reparto del
botín fue, sin duda, la clave del éxito de Espartaco
en esta primera fase de la rebelión.
La historiografía antigua, sobre todo Salustio22, ha
querido presentar a Espartaco como un líder que se
oponía a dichos saqueos. Quizá esta oposición fue la clave de las
continuas desavenencias entre el grupo de Espartaco y los
contingentes galos y germanos, más proclives al saqueo. O

169
Juan Luis Posadas
quizá esta oposición, que solo comenta Salustio, forme parte de
una tradición historiográfica que denostaba a los fugitivos
como bandidos y criminales, pero salvaba a la figura individual
de Espartaco, un hombre noble, valiente y “de estirpe casi griega”
(según Plutarco). Porque, a pesar de que la fama de los rebeldes
de acabar con todo a su paso se estableció firmemente, todavía
en época de Horacio,
21
A. J. Toynbee, Hannibal’s Legacy: the
Hannibalic War’s Effects on Roman Life, Londres, Oxford University
Press, vol. 2, 1965, pp. 296-312.
22
Sal. Hist. 3.98.3: “Espartaco, imposibilitado para evitar estos excesos”.

170
El coMieNzo De lA ReBelióN

cincuenta años después de la muerte de Espartaco,


el poeta aludía a él de forma no especialmente
acerba:

“Busca, niño, perfumes y coronas


y un jarro que recuerde pugnas
marsas si es que alguno escapar a
los saqueos pudo de Espartaco.”
(Hor. Od. 3.14.17-20)23

A ello hay que añadir otra alusión a Espartaco de


Horacio en la que le llama “Espartaco el Bravo” (Hor.
Ep. 16.4). Estas alusiones con simpatía a Espartaco
formarían parte de un imaginario popular que no
solo se reflejó en la tradición historiográfica, sino
en la mente de los campesinos italianos. Horacio,
como se sabe, nacido en Venusia, en Lucania (sur de
Italia) en el año 65 a.C., poco después de muerto
Espartaco, era hijo de un esclavo liberado, un liberto.
Su bajo origen social y su nacimiento en la zona
donde la rebelión fue desbaratada por Craso pudo
influir también en su visión de Espartaco como un
bribón, un ladrón por lo demás simpático y valiente,
que repartía el botín a partes iguales24: un Robin Hood. Pero un
Robin Hood puede provocar simpatía en los pobres del lugar
como Horacio, y una antipatía mortal en los ricos de la zona,
como se observa en el siguiente pasaje de Cicerón en el que
alude a su enemigo Marco Antonio justo antes del triunvirato:

“Por consiguiente, ciudadanos, el pueblo


romano, vencedor de todos los pueblos, lucha solo
con un asesino, con un bandido, con un Espartaco.
Pues en cuanto al hecho de que suele gloriarse de
ser semejante a Catilina, es igual a aquel en lo
criminal, inferior en lo diligente. Aquel, aunque

171
Juan Luis Posadas
no tenía ningún ejército, de

23
Traducción de M. Fernández-Galiano,
Horacio: Odas y epodos, Barcelona, Círculo de Lectores, 1997, p.
182.
G. Stampacchia, “Spartacus acer. A proposito di Hor. epod. 16,5 e carm.
24

3,14,19-20”, Klio 63, 1981, pp. 331-346.

172
El coMieNzo De lA ReBelióN

repente lo organizó; este perdió el ejército que


recibió.” (Cic. Phil. 4.15)25

LA lucHA coNTRA los pReToRes

De las dos visiones (la de Horacio y la de


Cicerón), el Senado del año 73 a.C. compartía, sin
duda, solo la segunda: para ellos, Espartaco era tan
solo un bandido y un asesino, había que acabar con
su banda de criminales y exterminarlos. Por eso,
alarmado por las noticias de esta nueva
insurrección de esclavos fugitivos en Capua, como
la del año 104 a.C., el Senado decidió mandar un
verdadero ejército reclutado ad tumultum, pero
esta vez dirigido por un pretor: Gayo Claudio
Glabro26. Ha habido cierta confusión con respecto al
nombre de este general, pues Tito Livio le llama
Claudio Pulcro, Frontino y Plutarco le citan como
Clodio, y Apiano fue más lejos juntando el nomen
de un pretor posterior, Varinio, con el cognomen
de Glabro27. El único que dio el nombre correcto, y
otra vez en esto Floro no se equivocó, pues fue Floro
quien le llama Clodio Glabro28. Y, aparte de su
nombre, poco más se sabe de él.
Los rebeldes, en número indeterminado pero
todavía no muy alto (más que nada porque el
Vesubio no podía alimentar a muchos), se
encontraban acampados probablemente en el cráter
apagado del volcán. En la época anterior a la gran
erupción del año 79 d.C., en que una explosión destruyó el
cráter formando la actual configuración en dos cumbres, el
Vesubio solo tenía una cumbre y un cráter. Ya he comentado
antes que la inactividad volcánica de siglos había conformado
un paisaje verde, con arboledas y un tipo particular de vides

173
silvestres, Vitis vinifera sylvestris, originaria del sur de Italia, y
conocida por los lugareños por la naturaleza fibrosa de sus
vástagos, utilizados
25
Traducción de M.J. Muñoz Jiménez, Cicerón:
Discursos, Madrid, Gredos, vol. vi, 2006, p. 215.
26
T.R.S. Broughton, The Magistrates of the Roman Republic, Cleveland,
American Philological Association, vol. ii, 1952, p. 109 (a partir de
ahora MRR ii.109, etc.).
27
Liv. Per. 95.2, Front. Strat. 1.5.21, Plut. Cras. 9.2, App. BC 1.116.
28
Flor. Ep. 2.8.4.
Juan Luis Posadas

por ellos para deshilacharlos formando fibras que


podían tejerse. Una banda de algunos cientos de
hombres y mujeres podían vivir temporalmente
refugiados en el volcán, cazando, recolectando
frutos y raíces..., pero no indefinidamente.
Recordemos que era ya verano, que el Vesubio,
aunque dormido, era un volcán (por tanto, no había
muchos manantiales de agua que no fuese
sulfurosa), y que el calor debía de ser asfixiante. Las
fuentes insisten en que el número de los rebeldes
aumentaba día a día, atraídos por el botín y por el
reparto igualitario del mismo. Así que la clave de la
potencia de la rebelión, el número de sus
componentes, podía ser también la causa de su
debilidad, ya que Espartaco no era capaz de
alimentar ni de saciar a tantas personas refugiadas en
el Vesubio.
Mientras tanto, el pretor Claudio Glabro, al mando
de una milicia reclutada en Roma y por el camino
(“fuerzas reunidas con precipitación y al azar”,
según Apiano)29, avanzaba al frente de unos tres mil
hombres (según Plutarco) o “varias cohortes”
(según Frontino) hacia el Vesubio30. Es posible que
Glabro emitiese un decreto ordenando la leva
tumultuosa; también es posible que en su avance
hacia el sur incorporase soldados veteranos de las
guerras civiles, sobre todo a los colonos de Sila que
tenían tierras asignadas en el territorio samnita e,
incluso, en la misma Campania. Estos silanos no
podían estar muy conformes con luchar contra un
esclavo, pero las correrías de Espartaco y sus primeros saqueos
debieron de inquietarles lo suficiente para que algunos
decidieran enrolarse en el ejército de Glabro.
El plan del pretor, poco atrevido pero sin duda eficaz con otro
jefe que no fuera él mismo, era “asediar” a los rebeldes en dicho
monte, colocando a su ejército en la base del mismo, justo en el
175
lugar donde desembocaba el único camino que, al parecer,
subía a la cumbre. Demos la palabra a Plutarco, quien otra vez
es el que da más detalles de lo sucedido:

29
App. BC 1.116.
30
Plut. Cras . 9.2, Front. Strat. 1.5.21.
EL coMieNzo De LA ReBeLióN

177
EL coMieNzo De LA ReBeLióN
EL coMieNzo De LA ReBeLióN
Mapa 1. Región donde se produjo la rebelión de Espartaco durante las campañas
pretorianas del año 73 a.C. Tomado de B. Strauss, La guerra de Espartaco, op. cit.,
p. 14.

“Después, el pretor Clodio fue enviado desde


Roma con tres mil hombres y los sitió en un
monte que tenía un único acceso, difícil y
estrecho, que Clodio sometió a vigilancia. De
todas partes había precipicios escarpados y lisos;
pero en la cima crecían muchas vides silvestres”.
(Plut. Cras. 9.2)

La idea de Glabro era conseguir la rendición de


Espartaco y sus hombres por hambre, o al menos la
escisión de la banda de rebeldes y que algunos
desertaran de ella. Pero es sabido cuán difícil es
asediar una montaña. Harían falta más de tres mil
hombres para evitar que los asediados encontraran
un camino de bajada y sorprendieran a los

180
Juan Luis Posadas

asediantes por la noche. Además, los rebeldes no


estaban dispuestos a dejarse morir de hambre. Se ha
supuesto que Espartaco profirió la siguiente frase, en
el caso de que los romanos les asediaran en el
Vesubio y no pudieran mantenerse allí por falta de
alimento:

“Si encontraran resistencia, sería preferible


morir por el hierro que por hambre”. (Sal. Hist.
3.93)31

El problema, claro está, era cómo salir del encierro


en el Vesubio, habida cuenta lo escarpado de las
laderas del monte y la vigilancia del único camino
practicable de bajada. La respuesta, como en el
dicho latino in uino ueritas, estaba en las vides que
crecían asilvestradas en el Vesubio. Es posible que los
esclavos y campesinos pobres que se habían unido a
Espartaco en estos primeros momentos
conocieran la costumbre de tejer cestos y otros
aperos rústicos con las trenzas sacadas de los
sarmientos tiernos de estas vides silvestres. La idea
que le dieron a Espartaco, Crixo y Enomao fue tejer
cuerdas con los sarmientos para descolgarse de la
cima del Vesubio y sorprender a las tropas de Glabro
en su propio campamento, por la noche. Las
fuentes cuentan prácticamente la misma historia:
según Plutarco, “los gladiadores cortaron la parte
útil de los sarmientos y trenzaron con ellos unas
escalas tan fuertes y largas, que se podían suspender
desde la cima a lo largo del precipicio y llegaban
hasta la llanura” (Plut. Cras. 9.2); según Frontino, “el mismo
Espartaco, sitiado en las cuestas de Vesubio en el punto donde la
montaña es más escarpada y que por eso no estaba custodiado,
trenzó cuerdas de los mimbres de los bosques” (Front. Strat.

181
Juan Luis Posadas
1.5.21); y según Floro, “cuando allí se vieron asediados por Clodio
Glabrón, descolgándose con cuerdas formadas por sarmientos a
través de las gargantas de la hueca montaña, descendieron
hasta su misma falda” (Flor. Ep. 2.8.4). Esta historia, sin duda,
procede de una fuente común, quizá Tito Livio, aunque el
interés por lo anecdótico y los

31
Frase asignada a Espartaco por B. Strauss, La guerra, op.
cit., p. 72.

182
EL coMieNzo De LA ReBeLióN

etnográfico de las trenzas y los mimbres recuerda,


y mucho, a otro relato de Salustio referente a la
guerra de Espartaco32.
Pero las fuentes, que más o menos cuentan que los
rebeldes se descolgaron con cuerdas por los
precipicios del Vesubio, justo en los lugares donde
no había vigilancia, hasta llegar a las faldas del
monte o a la llanura, sí difieren en el material de las
cuerdas: Plutarco y Floro, siguiendo a la fuente
común, coinciden en la historia de los sarmientos
de vid; pero Frontino, quizá desconocedor de este
detalle o quizá queriendo resumir el relato, alude
solo a “mimbres de los bosques”. Otra cuestión es
la continuación de la historia, pues al parecer,
según el pasaje de Plutarco antes citado, mediante
las cuerdas bajaron todos los rebeldes salvo uno,
que se hizo cargo de las armas y que, luego de
arrojarlas precipicio abajo, descendió igualmente
por dichas cuerdas. Ello podría ser factible si
habláramos solo de los setenta y pico gladiadores
escapados de Capua, pero no si contamos con los
varios cientos, quizá miles, de esclavos liberados,
campesinos y pastores que ya habían afluido al
Vesubio atraídos por la esperanza de botín. La
única explicación posible es que el episodio de las
cuerdas fuera protagonizado tan solo por los
gladiadores. Estos, una vez en la falda de la montaña,
podrían haber acabado con los guardias de Glabro,
momento en el que el resto del ejército rebelde
descendería por el camino, ya sin impedimento,
para tomar al asalto el mal guarnecido campamento
de Glabro. Así parecen confirmarlo las fuentes, que hablan de
que el descenso de los gladiadores les llevó a unas gargantas
que conducían a un camino oculto, con lo que los rebeldes
pudieron rodear el campamento y asaltarlo por sorpresa y en

183
Juan Luis Posadas
mitad de la noche, consiguiendo un gran botín33. Solo así se
explica que varias cohortes, tres mil hombres romanos, fueran
derrotadas por un manojo de rebeldes.
Esta victoria, además, supuso para el ejército de Espartaco un
aporte inmediato de armas, corazas, escudos y cascos, en
cantidades suficientes para rearmar a los rebeldes34. Además,
consiguieron, sin duda,
32
Sal. Hist. 3.102: “Estos, habituadísimos a la práctica de aquellos lugares
y a trenzar recipientes rústicos con mimbres, en aquella circunstancia –
dada la carencia de escudos– recurrieron a aquel artificio y se fabricaron
escudos similares a los de los jinetes”.
33
Flor. Ep. 2.8.4, Oros. Hist. 5.24.1.
34
Sal. Hist. 3.101.

184
EL coMieNzo De LA ReBeLióN

caballos, víveres y las insignias y estandartes, las


fasces, del pretor. Con estas armas e impedimenta, la
banda de Espartaco comenzó a parecerse a un
ejército romano. Además de estas ventajas
importantísimas, la batalla del Vesubio supondría una
gran victoria propagandística. Los desesperados de la
zona, que debían de ser muchos habida cuenta las
expropiaciones de tierras realizadas unos siete u
ocho años antes por Sila para dárselas a sus
veteranos, acudieron en masa a Espartaco. Plutarco,
otra vez, nos comenta:

“Se les unieron, además, muchos vaqueros y


pastores del lugar, hombres belicosos y ágiles,
que, o bien recibieron el armamento pesado, o
bien fueron usados como tropas de vanguardia y
de infantería ligera”. (Plut. Cras. 9.4)

Fue, pues, en este momento cuando los pastores y


vaqueros se unieron a Espartaco. Muchos de ellos
recibieron armas pesadas (coraza y escudo
legionario, casco, pilum o lanza, y espada). Pero
otros fueron utilizados como exploradores y como
infantería ligera, experta en el manejo de la honda,
el arco y todo tipo de armas arrojadizas.
Eso en cuanto a los rebeldes. En cuanto a los
romanos, algunos de ellos escaparon, sin duda, y se
sabe que en aquel mismo otoño, quizá el 15 de
octubre del año 73 a.C., el mismo Claudio Glabro
compareció ante el Senado, quizá para informar de
su deshonroso comando y de su derrota ante un
ejército de esclavos35.
Pero el Senado, solo atento a que la majestad del pueblo
romano (y a sus intereses particulares como terratenientes
dueños de latifundios en Campania), no tomó nota y volvió a

185
Juan Luis Posadas
mandar otro ejército pretoriano. En efecto, el Senado eligió en
otoño del año 73 a.C. a otro de los veinticuatro pretores de aquel
año: Publio Varinio36. Sabemos algo más de su campaña, incluso
conocemos el nombre de dos de sus oficiales (el legado Lucio
Furio y el cuestor Gayo Toranio), porque
A.M. Ward, Marcus Crassus, p. 83, nota 1.
35

MRR ii.119. Es curioso que Fast y Kubrik usaran el nombre de Varinio


36

para llamar así a la mujer de Espartaco: Varinia. Quizá para empatizar


más con los espectadores anglosajones con la esclava, en la película
Varinia es britana, lo cual añade aún más confusión, pues Varinia es
un nombre totalmente romano. ¡Y eso que la mujer de Espartaco o su
pariente era tracia!

186
EL coMieNzo De LA ReBeLióN

se conservan dos fragmentos manuscritos de las


Historias de Salustio (los llamados Fragmentos
Vaticanos) con parte del relato de este episodio. A
pesar de lo impresionante que resultaba que una
rebelión de gladiadores, una guerra de bandidos, un
“tumulto servil” (como lo llamó César), provocara el
envío de dos ejércitos pretorianos sucesivos (los de
Claudio Glabro y Publio Varinio), Apiano asegura
que este ejército tampoco estaba formado por
tropas regulares, sino que fue reclutado ad
tumultum mediante un edicto del pretor. Este tipo
de edictos obligaban al alistamiento a los
ciudadanos romanos que se encontrasen en el
camino, así como a los aliados y unidades auxiliares
próximas.
Pero, ¿de cuántos hombres se podía componer el
ejército de Varinio? Tenemos dos testimonios:
Salustio habla de que las tropas directamente a las
órdenes de Varinio eran cuatro mil soldados
“voluntarios” (uolentibus, “los que quisieron”), y
Plutarco, que su legado Furio tenía bajo su mando a
tres mil soldados37: es decir, a más de dos veces las
tropas del pretor anterior que, como ya dije, eran
tres mil hombres. Varinio probablemente reclutó a
gran parte de sus tropas, pero también distribuyó
entre las mismas a los reclutas que pudieron volver
de la derrota de Glabro en el Vesubio. Las tropas
convocadas ad tumultum se organizaban también
en cohortes, como las legiones38. Estas, desde la
época en que Mario reorganizó el ejército romano
legionario, se componían de un máximo de cuatrocientos ochenta
hombres39. Por lo tanto, el ejército de Varinio incluía casi quince
cohortes, es decir, legión y media. El envío de más de una
legión a combatir a una banda de esclavos ya da cierta idea de
cuán seriamente se empezaba a tomar el Senado la rebelión. Es

187
posible, incluso, que las tropas de Varinio pudiesen llegar a las
dos legiones, unos diez mil hombres, porque, como veremos, su
cuestor Toranio fue enviado a Roma y volvió de ella con
refuerzos.

37
Sal. Hist. 3.96.1, Plut. Cras. 9.5.
Front. Strat. 1.5.21, llamó cohortes a las tropas del pretor anterior
38

contra Espartaco, Claudio Glabro.


Ph. Matyszak, Legionario. El manual del soldado romano, Madrid, Akal, 2010, p.
39

20.
Juan Luis Posadas

Mientras Varinio se ponía en marcha desde Roma


por la Vía Apia hacia el sur, Espartaco, Crixo y
Enomao continuaban saqueando Campania. El
ejército rebelde podía ya contar con los diez mil
efectivos que, para esta fase inicial de la rebelión, le
dio Floro. La principal preocupación de Espartaco y
sus comandantes era alimentar a dicha multitud. Dos
o tres meses de saqueos en las villas, latifundios y
aldeas de la región podían haberles proporcionado
víveres, sobre todo en aquella época del año en que
la siega y las primeras vendimias proporcionaban
abundante alimento. Pero diez mil hombres, mujeres
y niños eran la población de una pequeña ciudad,
por lo que se hacía necesario, perentorio, buscar
nuevas fuentes de aprovisionamiento. El otro gran
problema de dicho ejército era el de las armas. Ya he
comentado que en su primera fase, durante la huida,
los setenta y cuatro gladiadores y sus seguidores
pudieron armarse con el contenido de un carro o más
de pertrechos capturados en Capua, y con las armas
de cuantos viandantes se encontrasen por el camino
(y también las de los capataces y guardias de las
plantaciones). La derrota de la milicia de Capua,
unos pocos cientos de hombres no muy bien armados,
y, sobre todo, la del ejército de Claudio Glabro, les
pudo suministrar armas, corazas y escudos para
unos dos o tres mil hombres como máximo. Además,
los campesinos y, sobre todo, los pastores y vaqueros
probablemente llevaban sus propias armas ligeras:
arcos y flechas, hondas, pértigas, venablos,
pequeñas espadas, azadones y otras por el estilo.
Pero aún quedaban varios cientos, quizá miles de
combatientes, hombres y mujeres, sin armar. Así que
Espartaco y sus secuaces decidieron fabricarse sus propias
armas.

189
Juan Luis Posadas
Hay varios testimonios de ello: Salustio nos dice que los
rebeldes fabricaron lanzas con pértigas de madera,
endureciendo sus puntas al fuego (una práctica conocida desde
la Prehistoria: la madera quemada es más dura que la madera
seca)40; también nos relata cómo aquellos campesinos,
“habituadísimos a la práctica de aquellos lugares y a trenzar
recipientes rústicos con mimbres, en aquella circunstancia –dada
la carencia de escudos– recurrieron a aquel artificio y se
fabricaron escudos
40
Sal. Hist. 3.96.1.
Juan Luis Posadas

similares a los de los jinetes” (Sal. Hist. 3.102). Pero el


relato más completo de esta actividad armera lo
tenemos en Floro:

“Al haberse reunido el número adecuado para


un ejército regular, toda vez que sus tropas se
habían acrecido día a día, fabricaron unos toscos
escudos de mimbres y pieles de animales, y del
hierro de sus cadenas fundido, espadas y dardos
y para que no faltara ornato alguno a un ejército
regular, tras domar, incluso, las manadas que
encontraban en su camino, se organiza una
caballería, y las insignias y las fasces arrebatadas a
los pretores las entregaron a su jefe”. (Flor. Ep.
2.8.6-7)

El tema de las pieles de animales que encolaban a


los escudos de mimbre para hacerlos más fuertes
también está atestiguado por Salustio41. Lo que es
curioso es que utilizaran el hierro de las cadenas, lo
cual indica que muchos de los evadidos todavía
llevaban sus grilletes, con los que probablemente
permanecían encadenados durante la noche en los
ergástulos; o quizá sea una inferencia retórica de
Floro, al considerar inherente a la condición de los
esclavos llevar cadenas y grilletes de hierro.
También es interesante que Espartaco organizara
sus tropas al modo romano, con hombres armados a la manera
romana, con caballería auxiliar, y con las insignias y fasces
arrebatadas al pretor Glabro. César, contemporáneo a los hechos
y posible participante en los mismos como tribuno militar de
alguno de los ejércitos pretorianos o consulares, insistió en que
los espartaquíadas luchaban con pericia aprendida de los
romanos y que empezaron sin tener armas, pero luego se
hicieron con ellas:

191
Juan Luis Posadas
“Y recientemente en Italia, en la sublevación de
los esclavos, los cuales, sin embargo, tenían a su
favor la pericia y disciplina que habían aprendido
de nosotros. De lo cual podía deducirse cuán
grandes eran las ventajas que la constancia
llevaba consigo, pues a los mismo que al
principio habían temido, a pesar de estar sin

41
Sal. Hist. 3.103.

192
EL coMieNzo De LA ReBeLióN

armas, habíanlos vencido más tarde armados y


victoriosos”. (Caes. BG 1.40.5-6)

La campaña del pretor en otoño del 73 a.C. es algo


confusa. Los detalles que aportan Plutarco, Frontino,
Floro y Apiano al relato general de Salustio a veces
son contradictorios. Intentemos la reconstrucción de
los hechos. Publio Varinio partió de Roma y fue
alistando por el camino hasta a siete mil hombres,
con los que llegó a Campania. Una vez en la zona, y
con un ejército de Espartaco de varios miles de
hombres armados pobremente y organizados al
modo romano, Varinio, quizá intentando cubrir más
terreno o perseguir a algunas bandas dispersas del
ejército rebelde, dividió imprudentemente sus
tropas, y envió a su legado Furio con dos mil hombres
en pos de los fugitivos42. Según Plutarco, Espartaco
atacó a este Furio y puso en fuga a sus hombres
(Plut. Cras. 9.5): lo cual sin duda indica que muchos
escaparon de la derrota y se unieron a Varinio en su
campamento.
Salustio (Hist. 3.96.1) dice que las tropas de
Varinio estaban enfermas, bien por lo malsano del
lugar elegido por el pretor para acampar, bien
porque el otoño avanzado (¿quizá era ya
noviembre?) provocara una epidemia de gripe o
alguna enfermedad pulmonar parecida. Las bajas de
dicha epidemia, el hecho de que ningún otro
ciudadano se había alistado al ejército romano “a
pesar de la dureza del edicto del pretor”, y el
relajamiento de la disciplina militar, incitaron a
Varinio a mandar a Roma a su cuestor, Gayo Toranio,
es decir, a un senador con mando militar pero con funciones más
administrativas y económicas, para solicitar el envío de
refuerzos. Aunque no sabemos el resultado de las gestiones de

193
Juan Luis Posadas
Toranio, Floro comenta de pasada que Espartaco derrotó a este
Toranio y tomó su campamento43, por lo que es posible que el
cuestor recibiera una tropa para enviarla como refuerzo a Vari-
nio, pero que fuera cogido por sorpresa por Espartaco y
derrotado por él. Las armas del ejército de Toranio vendrían
muy bien para reforzar las fabricadas por los rebeldes con
mimbres, pértigas, pieles y cadenas.
AiaχiAíouç orpαridiraç : dos mil soldados. Es un error,
42

pues, la traducción “tres mil” que da A. Ledesma, Plutarco, p. 355.


Flor. Ep. 2.8.5.
43

194
EL coMieNzo De LA ReBeLióN

Mientras esperaba la llegada de los refuerzos a sus


cuatro mil hombres, Varinio decidió hacer lo que
Glabro unas semanas antes: sitiar a Espartaco en
algún lugar de Campania, bien elegido porque, al pa-
recer, los rebeldes no podían escapar del sitio del
pretor. Varinio hizo otra cosa bien, además de elegir
el sitio adecuado para su acción: fortificó su
campamento por medio de una trinchera, un foso y
robustas fortificaciones. Espartaco, bien conocido en
la Antigüedad por sus estratagemas y sus
acciones audaces, decidió escapar por la noche
del asedio de Varinio. Dejemos a Salustio el
relato de lo acontecido:

“Los rebeldes, agotados ya todos sus víveres,


para no dejarse sorprender por un ataque
sorpresa de parte de un enemigo tan cercano, y
dado que estaba este ocupado en montar la
guardia y en llevar a cabo todo lo
acostumbrado en la milicia, tras la medianoche
salieron todos con un gran silencio, dejando
solo a un bocinero. Antes de todo ello, habían
plantado delante de la puerta, izados sobre
palos, los cadáveres de los últimos caídos, de tal
forma que parecieran centinelas a la vista de
cualquier observador lejano, y habían encendido
muchas hogueras, para asustar y alejar a los
soldados de Varinio [...] Luego se alejaron por lugares
impracticables. Pero Varinio, cuando había ya amanecido,
advirtiendo que habían cesado los gritos de la parte de los fugitivos y,
con ellos, el lanzamiento de piedras a su campamento, así como que
el alboroto, la agitación y el estrépito del enemigo venían ahora de
todas partes, envió unos jinetes a una colina cercana para que

195
Juan Luis Posadas
explorasen y siguiesen cualquier pista”. (Sal. Hist. 3.96.2-3)

Este relato de cómo Espartaco consiguió zafarse


del asedio de Varinio y de cómo este decidió levantar
su campamento para perseguirle, está atestiguado
también por Frontino, quien, en su obra Estratage-
mas, precisamente para ilustrar este tipo de
desplantes, nos transmite otro relato interesante:

196
EL coMieNzo De LA ReBeLióN

“Este mismo Espartaco, estando acorralado por


las tropas del procónsul Publio Varinio, colocó
estacas a intervalos cortos antes de la entrada al
campamento; luego colocó cadáveres, vestidos
con ropa y armados, y los ató a las estacas para
dar el aspecto de centinelas, vistos a la distancia.
También encendió fuegos en todas partes del
campamento. Engañando al enemigo con este
espectáculo vacío, Espartaco al finalizar la noche
condujo silenciosamente a salvo a sus tropas”.
(Front. Strat. 1.5.22)

Por lo que puede deducirse de los dos textos de


Salustio y Frontino, sumado al episodio de las
cuerdas del Vesubio, Espartaco empezaba a ser
conocido por sus tretas estratégicas, una manera de
luchar poco ortodoxa en quien había sido entrenado
en el ejército romano, pero efectiva. Estas tretas
recuerdan un poco las del Ulises homérico, y quizá
fuera eso lo que los autores romanos intentaran:
comparar el periplo de Espartaco por Italia con el de
Ulises por el Mediterráneo.
Fuera como fuera lo que Espartaco hiciera,
consiguió zafarse del cerco de Varinio y alejarse del
lugar. Quizá entonces Espartaco se encontró con
Toranio y sus tropas de refuerzo que iban camino de
reunirse con Varinio. Según el texto brevísimo de
Floro ya comentado, Espartaco no solo derrotó a
Toranio sino que tomó su campamento, reforzando así
a su ejército con armas nuevas y sin gastar.
Mientras esto sucedía, Varinio se replegó un poco
al norte, a la ciudad griega de Cumas, protegida por
una muralla. Como vemos, toda la campaña del
otoño del 73 a.C. se desarrolló entre el sur del
territorio samnita y el norte de Campania. Una vez

197
Juan Luis Posadas
en Cumas, Varinio, que había perdido el ejército de su legado
Furio, y también los refuerzos de Toranio, se dio cuenta de que
le quedaban solo cuatro mil de los más de nueve mil hombres
que el Senado le había encomendado. Sus hombres, en la
seguridad de Cumas, comenzaron a rebelarse contra la disciplina
militar y a sentirse confiados en derrotar ellos solos a Espartaco.
Así que Varinio tomó la decisión de enfrentarse a los rebeldes en
campo abierto.
Una escena similar se desarrolló en el campamento de
Espartaco. Los rebeldes estaban divididos entre los que
apoyaban a Crixo,

198
EL coMieNzo De LA ReBeLióN

fundamentalmente los galos y germanos, que


querían enfrentarse a Varinio en batalla campal, y
los que apoyaban a Espartaco, la minoría, que
preferían seguir con sus tretas y atacar por sorpresa
o nocturnamente a los romanos. Se conserva un
texto fragmentario de Salustio interesante porque
resume las tres posibles opciones de los
espartaquíadas:

“En el temor de que, dedicándose a las correrías


que estaban haciendo [...] fueran rodeados y
exterminados [...] por lo que debían partir
apresuradamente. Unos pocos hombres prudentes,
de ánimo liberal y noble, pensaban que era preciso
retirarse en el modo que Espartaco aconsejaba, por
lo que aprobaban su parecer. Otros, en cambio,
confiaban estúpidamente en los refuerzos que
llegaban y en su propio carácter belicoso; y los
últimos y más numerosos, olvidados
vergonzosamente de su patria, nada alejados de su
mentalidad servil, no querían sino robos y sangre
[...] parecía el mejor partido.” (Sal. Hist. 3.98.1)

Según este texto, había tres partidos: los que


deseaban retirarse, guiados por Espartaco y unos
pocos hombres “de ánimo liberal y noble”; los que
esperaban que los refuerzos que se les unían día a día
les hicieran más fuertes y, por tanto, confiaban en
vencer a Varinio; y los que no querían nada más que
seguir saqueando. Al parecer, los segundos y los
terceros convencieron a los restantes. Había que
derrotar a Varinio en Campania y saquear la región.
Mientras tanto, el Senado, preocupado por la
huida de los rebeldes del cerco de Varinio, decidió enviar otro
ejército pretoriano, dirigido por Lucio Cosinio44, con tropas
reclutadas también urgentemente, hacia el sur. La orden de
199
Juan Luis Posadas
Cosinio era unirse a Varinio como comandante del ejército,
“consejero y colega” de Varinio según Plutarco 45. Pero los
acontecimientos son confusos. Es posible que Cosinio se
uniera a Varinio, pero que este, olvidando lo ocurrido con su
legado Furio, decidiera dividir sus fuerzas para cubrir más
territorio. El caso es que
44
MRR ii.110.
45
Plut. Cras .
9.5.

200
EL coMieNzo De LA ReBeLióN

Cosinio, avanzando hacia el sur con cierta


despreocupación, fue seguido secretamente por
Espartaco, quien cayó sobre él, desprevenido
dándose un baño en Salinas, cerca de Pompeya. Es el
famoso episodio de la persecución del pretor por
Espartaco plasmado en el graffito de Pompeya. En
un primer momento, Cosinio escapó de su
perseguidor (de ahí el “afortunado” del graffito),
pero este tomó su bagaje (más armas y provisiones
para los rebeldes). Finalmente, Espartaco asaltó el
campamento de Cosinio, derrotando a sus tropas y
matando al propio pretor. Toda una hazaña para un
gladiador.
Poco después, al parecer, Espartaco se enfrentó al
propio Varinio. Los romanos, lejos ya del ardor
guerrero que les había hecho rebelarse contra el
pretor y obligarle a marchar hacia el sur contra
Espartaco, estaban desmoralizados46. No sabemos
dónde fue la batalla, pero el rebelde consiguió
derrotar al pretor, tomar su campamento y a sus
lictores (los que portaban las fasces, símbolo del
estatus del magistrado romano), e incluso el propio
caballo de Varinio. Este, al parecer, escapó con vida
para volver a Roma a reportar su derrota. Espartaco
tenía ya un ejército probablemente de veinte o
treinta mil hombres, con armas y bagajes
suficientes, incluso con fasces y una incipiente
caballería47.
Los rebeldes, una vez derrotados los ejércitos
pretorianos y ante la inminencia del invierno,
decidieron seguir otro plan, audaz porque suponía
abandonar la región que les había visto nacer como grupo y
crecer como ejército. El plan consistía en marchar hacia el sur,
atravesando Campania, y llegar a Lucania, la región que hoy
conocemos como Basilicata, de donde era natural el poeta

201
Juan Luis Posadas
Horacio, nacido poco después de la rebelión. Por el camino, el
ejército de Espartaco consiguió saquear las poblaciones de
Nola, Nuceria y Abella (las tres, en la Vía Ania).
Nuceria y, sobre todo, Abella, estaban en manos de colonos,
veteranos del ejército de Sila que habían despojado de sus
tierras a los
46
Sal. Hist. 3.95: “En ese momento, como sucede en los más graves, sobre
todo, cada uno recordaba a sus seres más queridos, a los que
aguardaban en casa, y todos, cada cual en su fila, hacían los últimos
preparativos”.
Cf. Sal. Hist. 3.101. Sobre el ejército de Espartaco en esta época, véase a A. Kunisz, “De
47

servorum seditione anno 73 a. Chr. n. facta eiusque ducibus”, Meander 13, 1958, pp. 3-14.

202
EL coMieNzo De LA ReBeLióN

agricultores campanos y lucanos, y por tanto


fueron saqueadas por los campesinos desposeidos
que iban en el ejército de Espartaco con cierta
lógica. En cuanto a Nola, al norte de Pompeya, se
hizo famosa bastante después por ser el lugar
donde murió el emperador Augusto en el año 14
d.C. Al parecer, Augusto fue a morir a una casa que
había pertenecido a su padre Octavio, quien murió
en la misma habitación que él en el año 59 a.C. 48,
catorce años después del saqueo de Espartaco. Esto
indica bien que los romanos pudientes habían
reconstruido sus villas después del paso de los
rebeldes y las habitaban con toda normalidad, o bien
que las destrucciones provocadas por Espartaco no
fueron graves, dada la prisa que tenían en llegar a
Lucania.
En Lucania, tierra rica en trigo y ganado,
explotados por esclavos49, el ejército rebelde debía
reabastecerse y liberar más esclavos con los que
reforzar el ejército para poder enfrentarse a los
romanos. Para lograrlo, sin embargo, hacía falta un
guía que les enseñara el camino, alejándose de la
Vía Ania, peligrosa porque por ella podían venir más
ejércitos romanos. Para internarse por los montes
Eburinos, los rebeldes consiguieron la ayuda de un
misterioso guía. Salustio dice que era un prisionero
de los montes Picentinos, al norte de Eburum. El
que fuera prisionero puede indicar que fuera un
hombre al servicio de alguno de los ejércitos
romanos derrotados anteriormente, o bien que fuera
un esclavo liberado de un ergástulo. En otro fragmento, Salustio
habla de que solo había un hombre que conociera bien Lucania,
un cierto Publípor50. Este nombre significa “chico de Publio”, y
se utilizaba cariñosamente para nombrar a los esclavos de
confianza51. Por tanto, con la ayuda de este Publípor, los rebeldes

203
Juan Luis Posadas
marcharon hacia el sur, cruzaron el río Silarus, y llegaron a
Nares de Lucania, una población famosa quizá por sus aguas
termales. Poco después se produjo el saqueo de la localidad de
Foranio (Foro de Annio), descrito con detalles escalofriantes por
Salustio:

48
Suet. Aug. 100.1.
49
B. Strauss, La guerra, p. 99.
50
Sal. Hist. 3.99. Es posible, no obstante, que ambos guías no fueran
el mismo, y que el picentino del fragmento 3.98.2 no fuera el Publípor
del fragmento 3.99.
51
B. Strauss, La guerra, p. 106.

204
EL coMieNzo De LA ReBeLióN

“Y, enseguida, los fugitivos, en contra de las


órdenes de sus jefes, comenzaron a violar a las
jóvenes y a las viejas y otros hacían burla de los
que aún vivían, les hurgaban en sus heridas de un
modo atroz, sin cuidarse tampoco de los que
agonizaban con el cuerpo mutilado. Otros aplicaban
fuego a las casas, y muchos esclavos de aquel lugar,
aliados de los invasores en virtud de su índole
servil, sacaban fuera de sus escondrijos los tesoros
de sus señores, y a los señores mismos: nada, en
suma, parecía inviolable o sacrílego al furor y a la
bajeza servil de aquellos bárbaros. Espartaco,
imposibilitado para evitar esos excesos, aún les
rogaba de todas las formas posibles para que se
dispusieran a la fuga”. (Sal. Hist. 3.98.2-3)

Este texto es sospechoso por muchos motivos. En


primer lugar, Espartaco con sus seguidores “de
ánimo liberal y noble”, quiso evitar el saqueo y el
exceso de los rebeldes. En segundo lugar, los
rebeldes galos y germanos partidarios de la violencia
aparecen como asesinos, violadores, torturadores...
“en virtud de su índole servil”. Es decir, un bando de
los rebeldes era noble, el otro era servil. El uno
quería evitar los excesos y daba órdenes en ese
sentido, el otro no quería más que robar, violar y
asesinar... Demasiado blanco o negro, lo cual, como
siempre, siembra la duda y la sospecha sobre las
simpatías y antipatías de la fuente sobre Espartaco
como figura individual y sobre sus esclavos fugitivos
como ejército. Sin duda, la historia del saqueo y
destrucción de Foranio y de otras aldeas saqueadas
por los rebeldes es bastante cierta. Pero si estos
actuaron con tanta crueldad contra simples campesinos, tampoco
es creíble que muchos de estos se les unieran. Finalmente, es
posible que Foranio, como Abella52, fuera un pueblo habitado por
205
Juan Luis Posadas
los odiados colonos romanos de Sila o gentes similares que
habían desposeído a los habitantes lucanos del lugar, de donde
se entiende el odio y la saña con la que se condujeron en el
saqueo.
Los rebeldes, tras estos actos de barbarie, se asentaron en el
territorio lucano, probablemente reforzados con muchos
campesinos desposeídos de la zona y esclavos liberados. Una vez
alejados los colonos
52
Sal. Hist. 3.97.

206
EL coMieNzo De LA ReBeLióN

y los propietarios de sus tierras, muchos de los


cuales se refugiaron en los montes cercanos53, los
rebeldes se ocuparon de recolectar la cosecha de la
zona y de aprovisionarse de alimentos en la región
de Campus Atinas.
Así terminó el otoño del año 73 a.C. En unos pocos
meses, Espartaco y sus hombres habían derrotado a
la milicia de Capua, a los ejércitos pretorianos de
Claudio Glabro, Lucio Cosinio y Publio Varinio, y a
las tropas de refuerzo comandadas por el legado
Furio y el cuestor Gayo Toranio. En alguna de estas
batallas, quizá en la de Glabro, uno de los
comandantes rebeldes, Enomao, había muerto54.
Desde ese momento, el ejército rebelde tenía dos
jefes: Espartaco y Crixo. Espartaco tenía el apoyo de
unos cuantos jefes más o menos prudentes, y Crixo
el de los galos y germanos, que ya entonces no eran
mayoría, pero que sabían imponer su criterio a la
hora de saquear o de enfrentarse a los romanos en
campo abierto.
La disyuntiva planteada en el campamento
rebelde, en Lucania, era qué hacer durante el
invierno que se avecinaba. Claramente, había que
reforzar el ejército con varios miles de hombres
más, y controlar un territorio en el que pudieran
abastecerse de armas (o materiales para
fabricarlas), de alimentos (trigo, pasto, ganado), y
de más hombres (esclavos, campesinos, pastores).
La opción estaba clara: dirigirse al sur de Lucania
(el “arco” de la bota italiana), de clima más
templado, y zona muy poblada y algo alejada de las
vías romanas por donde podían llegar ejércitos
enemigos. Así que los rebeldes se dirigieron a Metaponte,
Turios y Cosentia, ciudades que sí lograron tomar y que, tras
saquearlas, fueron la base donde se asentaron para entrenar a

207
Juan Luis Posadas
su ejército y pasar el invierno55. Es posible que fuera en este
momento (diciembre del 73 o enero del 72 a.C.) cuando algún
habitante medianamente rico de Polícoro, aldea situada en el
golfo de Tarento entre Metaponte, primera ciudad saqueada de
la zona, y Turios, segunda ciudad tomada al asalto por los
rebeldes, enterrara el jarroncito con las monedas, hecho ya
comentado en el capítulo 2 sobre las fuentes arqueológicas.
53
Sal. Hist. 3.98.4.
54
Oros. Hist. 5.24.2.
55
J. Scarborough, “Reflections on Spartacus”, AncW 1, 1978, pp. 75-81.

208
Juan Luis Posadas

Parece que la furia asesina de los espartaquíadas se


había calmado, y los habitantes del lugar no temían
tanto por sus vidas como por sus posesiones. Si
hubiera sido al revés, los ricos habrían huido a las
montañas con sus monedas, no las habrían enterrado
sin más a la espera de que el ejército rebelde pasara
de largo.

209
Juan Luis Posadas

210
CApíTulo cuARTo
LA lARGA MARcHA poR ITAliA

LA lucHA coNTRA los cóNsulEs

A comienzos del año 72 a.C., Espartaco, Crixo y


sus rebeldes fugitivos se hallaban asentados en la
zona de Turios, en el golfo de Ta-rento,
probablemente entrenando a sus tropas. Ya he
citado el texto de Floro en el que se habla de la
organización de un “ejército regular” con fasces,
insignias, caballería. Las fuentes hablan de que los
diez mil hombres y mujeres de la época del Vesubio se
habían multiplicado por cuatro:

“Se dice, en efecto, que bajo el mando de


Criso había una multitud de diez mil hombres y
bajo el de Espártaco el triple número de ellos.”
(Oros. Hist. 5.24.2)

Es decir, cuarenta mil hombres, pero divididos en


dos contingentes. Probablemente, Crixo acaudillaba
a los esclavos galos y germanos y Espartaco a los
tracios, a los esclavos de otros orígenes (muchos de
ellos italianos de varias generaciones), a los
campesinos itálicos, a los desertores romanos y a los
pastores y vaqueros. Esta disparidad de las cifras, y
el hecho de que todas las fuentes indiquen que
Crixo era el líder de los galos y germanos (una
minoría), han llevado a pensar a algunos estudiosos
que el principal contingente de la rebelión de

211
Espartaco fueran los campesinos pobres itálicos o
italiotas, hasta el punto de considerar la rebelión
una especie de alzamiento “italiano” o, incluso, una
revolución agraria1. Es posible, además, que el asen-
tamiento de Espartaco en Turios en el invierno del
72 a.C. y después en el invierno del 71 a.C. tuviera
como objetivo incitar a la población
P. Oliva, “Die charakteristischen”, pp. 78-80.
1
Juan Luis Posadas

local, vinculada a cultos órficos y dionisíacos, a


unirse a su ejército, invocando precisamente su
carácter mesiánico2. En este sentido, el carácter
“dionisíaco” de Espartaco y de su mujer o pariente
pudieron haber provocado un cierto culto a su
personalidad que explicaría tanto su importancia en
la historiografía como líder de la rebelión (hasta el
punto de que muchos se refirieran a ella como “la
guerra de Espartaco”), cuanto su distanciamiento de
Crixo y el choque de sus dos, sin duda, poderosas
personalidades.
Pero, ¿cuántos eran los rebeldes en este
momento? Si Orosio dice que eran cuarenta mil,
otras fuentes hablan incluso de más: Apiano, por
ejemplo, dice que los rebeldes eran ya setenta mil y
hacían acopio
dematerialdeguerra(App. BC 1.116).Encuantoalacifra,es quizámásfactiblequese

refieraalfinaldelperiodoenelgolfodeTarento,

cuando el ejército se dirigió hacia el norte, que al


comienzo. Y eso porque sabemos que Crixo
acaudillaba a veinte o treinta mil hombres cuando
se desgajó del ejército de Espartaco y fue derrotado
en la batalla del monte Gargano3, por lo que pasó de
diez mil al comienzo del invierno del año 72 a.C. a
veinte o treinta mil a comienzos de la primavera. Es
posible que Espartaco, a su vez, pasara de los
treinta mil que dice Orosio a cincuenta mil justo
cuando comenzó la larga marcha hacia el norte.
Y, en cuanto al material de guerra... ¿se refiere
Apiano a maquinaria bélica de asedio? Hasta el
momento, el ejército de Espartaco se había equipado
ligeramente con armas fabricadas por ellos mismos (pértigas
de punta de madera endurecida al fuego, escudos de mimbre

213
Juan Luis Posadas
con pieles, espadas hechas de las cadenas de los esclavos), o
bien con las armas de los soldados romanos de tres ejércitos
pretorianos muertos en sus emboscadas y asaltos a los
campamentos. Es difícil que estos ejércitos llevaran maquinaria
de asedio, pues habían sido reclutados ad tumultum y no
constaba que Espartaco se hubiera refugiado en ninguna
ciudad amurallada. Por tanto, es posible que durante el
invierno del año 73 a.C., Espartaco se hiciera con algunas
máquinas de asedio
2
Es lo que defiende P. Piccinin, “Les Italiens
dans le Bellum Spartacium”, Historia 53, 2004, pp. 173-199.
3
Liv. Per. 96.1. O treinta mil hombres según App. BC 1.117.
Juan Luis Posadas

ligeras, o incluso con artillería de la época.


Sabemos, por ejemplo, que cerca de Metaponte
había una factoría de balas de proyectil4. ¿Usaron
los espartaquíadas estas balas con catapultas y
escorpiones requisados en las ciudades del golfo de
Tarento? Solo así se explicaría la toma de la ciudad
de Turios, la única con murallas conquistada por
Espartaco.
En todo caso, tanto las cifras del ejército de
Espartaco, multiplicadas por cuatro al comienzo del
invierno y por siete al comienzo de la primavera del
año 72 a.C., como el entrenamiento de aquel
“ejército regular” y su rearme solo pueden
significar una cosa: la rebelión había triunfado al
atraer a ingentes cantidades de hombres y mujeres
al campamento de Espartaco, y al conseguir también
armas, o materiales para fabricarlas, y poder
suministrárselas al equivalente a ¡catorce legiones!
De la magnitud de este ejército se hicieron eco ya en
la Antigüedad quienes compararon a Espartaco con
Aníbal5, y eso que Aníbal solo contaba con unos
cuarenta mil hombres cuando invadió Italia.
Pero, en Roma, ¿qué hacía el Senado? Al parecer,
estaba sobrecogido, en un mar de dudas y
temores, oscilando sus sentimientos entre “la
indignidad y la vergüenza”6 porque unos esclavos
hubieran derrotado a tres de sus ejércitos dirigidos
por pretores. Esta turbación del Senado no parecía,
sin embargo, incitarles a hacer nada. Es cierto que
los meses del invierno no eran propicios para
enviar ejércitos, ni siquiera al sur de Italia, región
templada. Lo más posible es que la inminencia de
la toma de posesión de los nuevos magistrados en enero hiciera
aconsejable dejar la solución de la rebelión a los nuevos cónsules
y pretores.
En efecto, los cónsules del año 73 a.C., Marco Terencio
215
Juan Luis Posadas
Varrón Lúculo y Gayo Casio Longino, más preocupados de la
guerra contra Mitrídates en Asia, dirigida por Lucio Licinio
Lúculo, habían sido incapaces de dar una respuesta definitiva
a la rebelión. Ni siquiera la primera derrota de Claudio
Glabro les llevó a tomar el mando de un ejército legionario
para acabar con Espartaco. Los nuevos cónsules del año 72
a.C., Lucio Gelio Poplícola y Gneo Cornelio Léntulo

B. Strauss, La guerra,
4

p. 109. Oros. Hist.


5

5.24.5.
Plut. Cras . 9.8
6

216
LA LAR GA MA RC HA PO R I TALIA

Clodiano7, iban a tomar otro rumbo, encargándose


ellos mismos de la rebelión. Pero esto no ocurrió
hasta los meses de primavera, cuando Espartaco y su
ejército se dirigieron hacia el norte. Parece que la
política del Senado durante diciembre del 73-
febrero del 72 a.C. consistió en dejar a Espartaco y
los suyos que se adueñaran del golfo de Tarento, del
Bruzzio y de Lucania. Su dominio de la zona era
absoluto, aunque sin llegar a fundar un reino, como
los rebeldes de las dos guerras serviles anteriores
habían hecho en Sicilia.
Los romanos también necesitaban formar un
ejército regular con el que combatir a Espartaco.
Las levas ad tumultum no habían dado resultado.
Para acometer una guerra en toda regla, por más
que les costase admitir que aquello era una guerra,
hacían falta legiones. Y cada cónsul debía llevar
consigo al menos dos legiones: por lo que hablamos
de cuatro legiones, unos veinte mil hombres. Pero
todas las legiones romanas estaban combatiendo en
Ultramar: en Hispania con Pompeyo y en Asia con
Lúculo. Así que las cuatro legiones necesarias había
que reclutarlas en la propia Roma, súper poblada en
la época con muchos proletarios recién convertidos
en ciudadanos tras la guerra de los aliados, y en las
zonas circundantes de Etruria, Piceno y Samnio,
regiones muy amenazadas por Espartaco. El ejército
estaría, seguramente, reforzado por veteranos de
Sila y por hombres venidos de la guerra sertoriana
en Hispania (83-72 a.C.) y de la guerra contra el
rey Mitrídates en Grecia (74-65 a.C.). Así que los
meses de aquel invierno también fueron de
actividad febril en Roma y sus cercanías.
Ambos bandos se preparaban para un enfrentamiento
inevitable, pero nadie sabía dónde tendría lugar. Si los

217
Juan Luis Posadas
espartaquíadas se quedaban sine die en el golfo de Tarento, los
romanos tendrían que bajar por la vía Ania hasta Turios, o bien
por la Vía Apia hasta Brindisi, para girar allí a la derecha y
dirigirse a Metaponte. Los rebeldes tendrían, entonces, dos
opciones: intentar pasar a Sicilia por el golfo de Mesina, intentar
ir a Brindisi y pasar a Grecia cruzando el mar Adriático, o
dirigirse al norte para escapar de Italia por los Alpes, hacia la
Galia a la izquierda, o por Aquilea, hacia la costa iliria por la
derecha. Sin
7
Sobre estos cónsules y sus nombres completos, véase el útil libro de
C. López Delgado, Annales, pp. 188-189.

218
LA LAR GA MA RC HA PO R I TALIA

embargo, los dos primeros planes eran difíciles al no


disponer los rebeldes de una flota con la que cruzar
cualquiera de esos estrechos. Solo quedaba la ruta
terrestre hacia el norte.
En el bando de Espartaco, conforme avanzaba el
invierno y se veía claro que los romanos enviarían uno
o más ejércitos hacia el sur para atacarlos, había
disensiones. Es posible, incluso, que estas se vieran
favorecidas porque en el ejército rebelde no había
una lengua común: los tracios, galos y germanos
hablaban cada grupo en su propia lengua, y los
itálicos, quizá, en osco, lucano y un sinfín de
dialectos. Solo el latín, mal hablado por muchos de
ellos, podía unirles. En todo caso, hablaran la lengua
que hablasen, los esclavos galos y germanos, diri-
gidos por Crixo, seguían con su idea de saquear
Italia, mientras que Espartaco y sus
incondicionales preferían ir hacia el norte para
escapar de los ejércitos romanos, y dirigirse
hacia Galia y Tracia. Plutarco lo explica bien:

“Ya para entonces Espartaco se había hecho


fuerte y temible, pero se mantenía prudente y
razonable. Como no esperaba poder sobrepasar el
poder de los romanos, trataba de llevar a su ejército hacia los Alpes
porque pensaba que debían cruzarlos y regresar a casa, unos a
Tracia y otros a Galia. Pero sus hombres, que se creían fuertes por
ser muchos y se habían llenado de soberbia, no lo obedecieron, sino
que se dedicaron a saquear Italia mientras la recorrían.” (Plut. Cras.
9.7-8)

Por supuesto, el texto se refiere al comienzo de la


marcha de los rebeldes hacia el norte. A comienzos
de la primavera, Espartaco y los suyos se pusieron
otra vez en marcha. Es posible que Espartaco qui-

219
Juan Luis Posadas
siera regresar a Tracia dando un rodeo por Iliria. Pero
es dudoso que muchos de sus compañeros quisieran
volver a sus supuestos hogares en Galia o Germania.
La mayoría de ellos habían nacido en Italia, de pa-
dres o abuelos cautivos. Su interés, según el texto de
Plutarco anterior, residía en saquear y desvalijar
Italia, incluso en marchar contra Roma y hacerse
con un fabuloso botín. La larga marcha hacia el
norte, el cruce de los Alpes, y enfrentarse a un más
que frío recibimiento en la

220
Juan Luis Posadas

Galia o en Germania, se les hacía insufrible. Era


preferible, para Crixo y los suyos, refugiarse en las
montañas y vivir de la rapiña, lo cual no deja de
tener su propia lógica. Pero, entonces, ¿por qué se
dirigieron finalmente al norte?
Mi hipótesis es la siguiente: Espartaco podría
querer volver a Tracia, pero sus compañeros, la
mayoría itálicos o esclavos nacidos en Italia y, por
tanto, “italianos” de varias generaciones, no8. La zona
del Bruzzio, ya saqueada, ofrecía poco. Además, no
era conveniente arruinar aquella región que les
había proporcionado tantos soldados, armas y
provisiones. Si el partido de Crixo había triunfado en
el debate, era perentorio reclutar más hombres y
saquear regiones alejadas de su base de
operaciones. El norte, sin duda, con la zona costera
del Adriático, el Samnio, el Piceno, estaban pobladas
de itálicos descontentos con el régimen de Sila, de
refugiados populares que odiaban al Senado, de
campesinos empobrecidos por las confiscaciones de
tierras para los veteranos de Sila, y, por supuesto,
de esclavos y prisioneros deseosos de ser
liberados9. La marcha al norte de la primavera del
año 72 a.C. no fue un intento de huir de Italia, sino
un intento de sublevar la Península contra Roma. Al
fin y al cabo, Aristónico había intentado lo mismo en
Pérgamo (rebelar una provincia entera contra Roma)
sesenta años antes. Y algo similar estaba haciendo
Sertorio en las Hispanias.
Si Espartaco buscaba la huida de Italia o la
rebelión de la península contra Roma poco importa, porque sus
compañeros solo querían saquearla. Por eso, es posible que
también la autoridad personal de Espartaco se resintiera. Aún
así, durante la marcha, llena de saqueos y violaciones, Espartaco
pudo imponerse a sus compañeros en algunos momentos. Las

221
Juan Luis Posadas
fuentes cuentan que una matrona romana, avergonzada de la
violación a la que fue sometida, se suicidó. Espartaco, que se
había convertido de gladiador en organizador de juegos según
un texto de Floro ya visto, decidió organizar un funeral
magnífico por la
8
Es más, según M. Willing,
“Spartacus und der Heimkehrplan der Sklaven”, Altertum 38, 1992, pp.
29-38, el supuesto plan de Espartaco de regresar a sus patrias de
origen es un mito actual. Es la misma hipótesis de P. Piccinin, “Les
9

Alpes, l’Étrurie et le Picenum dans le Bellum Spartacium”, REA 108,


2006, pp. 559-580, quien aporta, además, como prueba, que estas
regiones tenían una larga tradición de cultos dionisíacos que le sería de
gran ayuda a Espartaco para reclutar seguidores, dadas sus
vinculaciones con dicho culto.
LA lARGA MARcHA poR ITAliA

matrona. Así es como lo cuenta, cinco siglos después


de los hechos, Paulo Orosio:

“Pues bien, tras haberlo arrasado todo con


matanzas, incendios, robos y violaciones, con
ocasión de las exequias de una matrona prisionera
que se había suicidado ante el dolor de la pérdida
de su pudor, organizaron, como entrenadores de
gladiadores que eran más que jefes militares, un
espectáculo de gladiadores con cuatrocientos
prisioneros, disponiéndose a ser espectadores
los que antes habían sido el objeto del
espectáculo.” (Oros. Hist. 5.24.3)

Es decir, convirtieron a sus prisioneros (¿los


rebeldes tomaban prisioneros?) en gladiadores y les
hicieron combatir hasta la muerte en honor a la
matrona muerta. Este hecho, que puede parecer
cruel para los parámetros del siglo xxi, era
frecuente en la sociedad romana arcaica, siendo las
luchas gladiatorias un sustitutivo de los primitivos
sacrificios humanos. Pero el hecho de que se
ofrecieran por una prisionera, encima una mujer, es
significativo. Espartaco tenía que estar detrás de
ello. Quizá intentara con este acto hacer que sus
hombres dejaran de lado su ansia asesina y
violadora, que su marcha hacia el norte fuera lo
menos violenta posible. Su intención, además, era
política: hacerse pasar por hombre respetuoso con la
población local, para atraerse a más soldados, y a la
vez asemejarse a sus enemigos romanos
organizando sus propios juegos gladiatorios y sus
propios funerales públicos. Esto, como veremos más
adelante, se repitió cuando la muerte de Crixo.
En Roma, mientras tanto, el Senado decidió

223
encomendar el ejército reclutado, cuatro legiones, a los dos
cónsules del año, los ya mencionados Gelio y Léntulo. Sabemos
poco de estos ejércitos y de los mandos intermedios. Junto con
los cónsules iban algunos pretores, como el Quinto Arrio
lugarteniente de Gelio que derrotó a Crixo, o el Gneo Manlio
lugarteniente del procónsul Gayo Casio Longino, ambos
mencionados por Tito Livio10. Quinto Arrio había sido designado

Liv. Per. 96.1 y 96.6.


10
Juan Luis Posadas

gobernador de Sicilia en ese año, pero se le cambió el


destino para ser lugarteniente de Gelio, debido a su
carácter fiero, a su constitución corpulenta11 y a su
experiencia militar. Con Gelio iba, además, el tri-
buno militar Quinto Servilio Cepión, medio
hermano de Catón el joven, quien se alistó para
servir con su pariente como agregado. Otro tribuno
militar del año 72 a.C., Gayo Julio César 12, pudo
participar en alguna de las expediciones de este año,
como miembro de las fuerzas de alguno de los dos
cónsules, aunque de esto no dicen nada las fuentes.
Sin embargo, el texto de la Guerra de las Galias ya
comentado en el capítulo de las fuentes parece
indicar que César conocía la pericia militar de
Espartaco, y eso probablemente indica que vio
maniobrar a su ejército en alguna ocasión.
En todo caso, las fuerzas romanas, más de veinte
mil hombres si sumamos los efectivos de cuatro
legiones más los auxiliares y la caballería, se
dividieron en dos partes, de dos legiones cada una,
dirigida cada parte por uno de los cónsules. Ya
hemos visto durante la fase de los ejércitos
pretorianos, en el año 73 a.C., que Varinio tuvo que
dividir sus fuerzas para abarcar más territorio. Es
posible que esto se debiera a que los romanos no podían
encontrar desertores del ejército de Espartaco que informaran
de sus movimientos, por lo que tenían que cubrir todas las vías
posibles del avance enemigo. Al contrario, Espartaco conocía
bien los movimientos de los romanos porque, según Orosio,
muchos desertores de los ejércitos de Roma acudían al
campamento rebelde y le ayudaban13.

225
Juan Luis Posadas
Cic. Verr. 2.4.42, Ad Brut. 242-243.
11

12
M.Á. Novillo López, Breve historia de Julio César, Madrid, Nowtilus,
2011, p. 53, da como seguro que César había sido elegido el año 73
a.C. como miembro del colegio de Pontífices, y en el año 72 a.C. como
tribuno militar.
13
Oros. Hist. 24.1. Apiano, sin embargo, dice que Espartaco “no admitió
a ninguno de los muchos desertores que trataron de unirse a él” (App.
BC 1.117). Es posible que Apiano, siguiendo la tradición historiográfica
favorable a Espartaco, quisiera mostrarle como desdeñoso de la ayuda
de los desertores, considerada indigna entonces y ahora. Orosio, mucho
después, y desconocedor de esta tradición, porque poco importaba ya
en el siglo V, pudo utilizar fuentes como Tito Livio o el propio Salustio,
contemporáneas y no sospechosas de simpatía por Espartaco.
Juan Luis Posadas

227
Juan Luis Posadas

Mapa 2. Las campañas del año 72 a.C.

228
Juan Luis Posadas
En suma, Espartaco y Crixo, seguidos por setenta
mil rebeldes (o quizá por menos, alcanzándose esa
cifra a lo largo del camino), muchos de ellos galos y
germanos, también tracios y orientales, esclavos
nacidos en Italia, campesinos itálicos, pastores y
vaqueros libres o esclavos, gentes pobres y
desposeídas, se dirigió hacia el norte, desde
Metaponto hasta alcanzar la Vía Apia, cerca de la
costa Adriática. Al parecer, las disensiones que
habían surgido entre Espartaco y Crixo ya en la época
del Vesubio y, sobre todo, cuando el enfrentamiento por
la violencia de los saqueos en Campania y Lucania,
habían ido creciendo con el tiempo. Espartaco quería
dirigirse al norte para dispersar a sus fuerzas en
Galia, Germania y Tracia (o para sublevar a toda Italia
contra Roma). Pero muchos galos y germanos, y
otros más que no conocemos, querían saquear Italia
y, quizá, vengarse de los romanos en su propia
capital. Salustio, en un fragmento que podría aludir a
esta

229
Juan Luis Posadas

marcha incómoda por la rivalidad entre los jefes, dice


que ambos “comenzaron a discutir entre ellos y a no
consultarse nada”14. El caso es que Crixo comenzó a
liderar el contingente galo y germano, muy numeroso
por una doble razón: porque Galia era una región que
suministraba tradicionalmente esclavos a los
latifundios italianos, y porque los germanos eran muy
habituales en los campos del sur de Italia desde que
Mario apresara a decenas de miles de ellos tras su
victoria sobre cimbrios y teutones. Las fuentes dicen
que Crixo llegó a acaudillar una fuerza de entre veinte
y treinta mil hombres15, lo cual significaría que su
contingente era entre un tercio y la mitad del ejército
rebelde. Queda sin explicar, de todas formas, por qué
las fuentes indican que los rebeldes no secundaban en
los debates la postura prudente de Espartaco, y sin
embargo el mayor número de hombres seguía a este
en la marcha y no a Crixo.
Con el ejército rebelde dividido, Espartaco se
dirigió al norte con más de cuarenta mil hombres y
mujeres, siguiendo un camino difícil por las montañas
del interior para evitar la Vía Apia, pero Crixo y sus
entre veinte y treinta mil seguidores se dirigió desde
el golfo de Tarento a la región de Apulia y el Samnio
para saquear la costa del Adriático. En cuanto a los
romanos, el ejército del cónsul Gelio Poplícola, con
su lugarteniente el pretor Quinto Arrio, el primero de
la gens Arria en conseguir la pretura, y con un
ejército en el que iba como agregado militar el
mismísimo Catón, intentó interceptar a los rebeldes siguiendo la
Vía Apia hacia el sur. Al parecer, el ejército de Gelio no marchaba
con toda la marcialidad debida, ya que Catón censuró el lujo y
cobardía de sus conmilitones16. En todo caso, con Espartaco
seguramente a su espalda, Gelio decidió atacar, quizá
sorpresivamente, a las bandas rebeldes de Crixo cerca de la costa

230
LA LAR GA MA RC HA PO R I TALIA

del Adriático. La zona elegida fue el monte Gargano, una crestería


rocosa fácilmente defendible contra un enemigo que cargara
desde el llano17. Según el relato de Plutarco:

14
Sal. Hist. 4.37.
Veinte mil: Liv. Per. 96.1; treinta mil: App.
15

BC 1.117. Plut. Cat. Min. 8.


16

Véase la fotografía del lugar en N. Fields, Spartacus, p. 63.


17

231
Juan Luis Posadas

“Gelio, uno de los cónsules, cayó por sorpresa


sobre el ejército germánico, que por soberbia y
presunción se había separado de las tropas de
Espartaco, y lo aniquiló totalmente.” (Plut. Cras.
9.9)

Este relato es poco creíble en varios aspectos. El


primero de ellos es que fuera Gelio el que dirigiera
el ejército, pues Tito Livio, autor mucho más
cercano a los hechos, deja muy claro que fue el
lugarteniente de Gelio, Quinto Arrio, al parecer un
general de más fuste que el cónsul, quien dirigió a
los romanos en aquella jornada18. Otro aspecto poco
creíble es que el ataque romano fuera por sorpresa,
dada la evidente superioridad en este campo de los
rebeldes, quienes conocían de antemano los
movimientos enemigos por la afluencia de
desertores a su lado. Aparte del hecho de que
Plutarco solo mencione al ejército “germánico”, sin
citar a los galos, el aspecto que menos creíble
resulta es que Gelio (o Arrio) aniquilara totalmente a
los rebeldes. Y ello porque Espartaco sin duda
acogió a los supervivientes del ejército de Crixo,
entre otras cosas porque volveremos a tener noticia
del contingente galo y germánico más adelante, y
porque fue por los supervivientes por quienes se
enteró de esta derrota y de la muerte de Crixo.
En este sentido, hay que confrontar varias
fuentes. Tito Livio, el primero en darnos noticia de la
batalla del monte Gargano, dice claramente que “el
pretor Quinto Arrio aplastó a Crixo, jefe de los esclavos
fugitivos, y a veinte mil hombres”. Plutarco, que los
aniquiló totalmente. Y Apiano, el más interesante,
dice que “Crixo, al frente de treinta mil hombres, fue derrotado
por uno de los cónsules cerca del monte Gargano, y perecieron él

232
LA LAR GA MA RC HA PO R I TALIA

en persona y los dos tercios de su ejército”19. Si se comparan


estos datos, parece que Crixo, al frente de treinta mil rebeldes,
se enfrentó a las dos legiones de Gelio y Arrio, en el monte
Gargano, y fue derrotado. De sus treinta mil hombres y mujeres
(el dato de Apiano), pudieron perecer veinte mil (el dato de
Livio), pero el resto escaparon y, o bien se dispersaron por los
montes en bandas pequeñas, convirtiéndose en bandidos, o
bien se unieron al ejército
18
Liv. Per. 96.1.
19
Liv. Per . 96.1, Plut. Cras. 9.9, App. BC 1.117.

233
Juan Luis Posadas

de Espartaco (lo más probable). También es posible


que, como dice un autor actual, los treinta mil
seguidores de Crixo no fueran todos combatientes, y
esa cifra incluyera a mujeres, niños y ancianos20, por
lo que el dato del aniquilamiento total se refiera
solo a los combatientes.
Antes he comentado que Crixo, el galo que
acompañó a Espartaco desde el primer momento de
la huida del Ludus de Batiato, pereció en esta
batalla. Ya sabemos que Crixo, probablemente un
galo apresado cuando era libre y vendido al Ludus
poco antes de la rebelión, fue elegido el segundo en
el mando ya antes de que los gladiadores rebeldes
se dirigieran al Vesubio en la primavera del año 73
a.C. Sus actos desde entonces habían estado
encaminados a promover el saqueo de las aldeas y
villas cercanas. También había defendido la
estrategia del ataque directo a los romanos, sin las
precauciones que la prudencia de Espartaco
aconsejaba. A partir de la estancia en Turios, Crixo
comenzó a distanciarse de Espartaco hasta su
separación definitiva en la primavera del año 72 a.C.,
cuando comenzó la marcha hacia el norte. Crixo
decidió dirigirse a la costa adriática, en cuyas
cercanías se produjo la mencionada batalla del
monte Gargano, donde él y otros veinte mil rebeldes
sucumbieron a la metódica carnicería de las
legiones romanas. Al parecer, Crixo combatió con gran dureza,
de tal manera que su nombre llegó a ser considerado sinónimo
de galo irreductible21.
Una vez conocida la muerte de Crixo y de sus veinte mil
seguidores, y reabastecido su propio contingente con los
supervivientes del ejército derrotado, Espartaco decidió repetir
los funerales que había celebrado por la matrona romana que se
suicidó por la pérdida de su honor. Pero esta vez, el funeral fue

234
LA LAR GA MA RC HA PO R I TALIA

por la muerte de Crixo. Floro es el que transmite el hecho con


mayor claridad:

20
N. Fields, Spartacus, p. 55. Es curioso que
Fields, acto seguido, asigne el fragmento 3.106 de las Historias de
Salustio a esta acción cuando, como veremos más adelante, en dicho
fragmento se menciona expresamente a Léntulo, por lo que debe
asignarse a la batalla que tuvo este contra Espartaco.
21
Según G. Lucas, “Crixus le Gaulois”, en G. Lachenaud-D. Longrée
(Dirs.), Grecs et Romains aux prises avec l’histoire: représentations,
récits et idéologie, Rennes, Pr. Universitaires de Rennes, 2003, vol. 2,
pp. 447-458, el cónsul y poeta Silio Itálico, del siglo i d.C., Punica
4.148-156, utilizó el nombre de Crixo como referente galo de un
general irreductible, descendiente de Brenno, el galo que tomó el
Capitolio en el siglo iv a.C.

235
Juan Luis Posadas

“Incluso llegó a celebrar con la pompa propia


de las exequias de los generales los funerales de
sus jefes caídos en la batalla y ordenó que los
soldados prisioneros lucharan a muerte
alrededor de la pira, como si quisiera expiar por
completo toda su infamia anterior, si de gladiador
se convertía en organizador de juegos de
gladiadores.” (Flor. Ep. 2.8.9)

Si despojamos al relato de Floro de la hojarasca


retórica habitual en dicho autor, parece ser que no
fueron estos los únicos funerales celebrados en honor
de los jefes del ejército rebelde. Quizá, al de Crixo y
la matrona romana haya que sumar otro por
Enomao, caído el año anterior en una batalla sin
determinar. En todo caso, Floro afirma que
Espartaco se convirtió en organizador de juegos de
gladiadores, como un medio de quitarse la
“infamia” de haber sido gladiador. Y que los
prisioneros lucharon a muerte alrededor de la pira
de Crixo, sin especificar su número. Este dato nos lo
da Apiano, pero en forma algo ambigua. Según él,
“Espartaco sacrificó a trescientos prisioneros
romanos en represalia por la muerte de Crixo” 22.
Apiano, en representación de una corriente bastante
contraria a Espartaco, al menos en este párrafo, nos
presenta al líder rebelde como ejecutor de trescientos
prisioneros, como si los hubiera mandado sacrificar
(sacrificios humanos), y no les hubiera dado la
posibilidad de luchar entre ellos para salvar sus
vidas. Uno de los autores que han estudiado este hecho ha
considerado que tanto el sacrificio humano como los juegos
fúnebres a muerte formaban parte del ritual funerario tracio, por
lo que fueron organizados por Espartaco a la manera de su nación
de origen23. Otro, sin embargo, los pone en relación con

236
LA LAR GA MA RC HA PO R I TALIA

sacrificios rituales célticos, de la patria del propio Crixo24. Sea


como fuere, parece evidente que Espartaco se inspiró en
costumbres funerarias no romanas, al menos en esta época,
porque ya se ha dicho que en siglos precedentes, también
Aunque Apiano, BC 1.117, sitúe este juego fúnebre después de la
22

derrota de los dos cónsules en la batalla del Piceno.


R. Kamienik, “Gladiatorial games during the funeral of Crixus.
23

Contribution to the revolt of Spartacus”, Eos 64, (1976), pp. 83-90; Ídem,
“Beiträge zur Geschichte des Spartacusaufstandes”, ACD 23, (1987), pp.
31-41.
24
E. Maroti, “Zur Problematik des Gladiatorenkampfes zur Ehrung des
Andenkens des Crixus”, ACD 28, (1992), pp. 41-44.

237
Juan Luis Posadas

los romanos organizaban juegos fúnebres cuando


moría algún líder de su propio pueblo. En todo caso,
el hecho de que un gladiador tracio organizara un
combate gladiatorio con trescientos romanos no solo
le provocaba rechazo a Floro dos siglos después. En
la propia época de los hechos, Cicerón,
contemporáneo a los mismos, se lamentó de los
acontecimientos con todo su aparato retórico25.
Apagados los últimos humos del funeral por
Crixo, con docenas de cadáveres romanos, por no
decir algún centenar, esparcidos cerca de la pira
durante aquella jornada sacrificial, el ejército de
Espartaco volvió a ponerse en marcha hacia el
norte. A los cuarenta mil hombres y mujeres que
acompañaban al líder rebelde se sumaron ahora los
supervivientes del ejército de Crixo, quizá unos diez
mil. El plan de Espartaco era seguir por el interior
de la Península hacia el norte, con el doble objetivo
de sublevar a los campesinos pobres y a los esclavos
del centro de Italia, y de alcanzar el río Po para que,
los que quisieran, pudieran dirigirse por los Alpes
hacia la Galia y Germania, o por Iliria hacia Tracia.
Pero los romanos, animados por la victoria de Gelio
y Arrio sobre Crixo, decidieron intentar una pinza
sobre Espartaco. El plan romano consistía en que el
cónsul Léntulo, con sus dos legiones intactas, cerrara
el paso de Espartaco en algún lugar del Lacio o de la
región del Piceno, en el centro de Italia, mientras
que Gelio, con sus tropas (algo menores que las de
Léntulo por las pérdidas sufridas en la batalla del
monte Gargano), le atacara por detrás. Pero las
fuentes son unánimes en decir que Espartaco, otra
vez, pudo zafarse del cerco romano.
Al parecer, Espartaco atacó sorpresivamente a Léntulo en
algún lugar de los Apeninos. Es posible que el cónsul intentara
cerrar el paso a los rebeldes, esperando que Gelio llegara a su
238
LA LAR GA MA RC HA PO R I TALIA

vez y pudiera rematar el trabajo. Pero algo salió mal. Léntulo,


que defendía el paso por los Apeninos para cortarle el camino a
Espartaco, dispuso a sus tropas en formación de doble acies: es
decir, con las cohortes formadas de dos en dos, y no en triple
fila como era lo habitual. Con ello, sin duda, pretendía cubrir
más terreno. Sin embargo, esto hacía que las líneas
25
Cic. Har. resp. 25-26.

239
Juan Luis Posadas

romanas, estiradas, no tuvieran una resistencia en


profundidad suficiente para aguantar las cargas de
cincuenta mil rebeldes. Salustio dice que Léntulo
defendía este paso elevado con grandes pérdidas, y
que confundió a sus propios bagajes con las tropas de
vanguardia, quizá de Gelio26. El caso es que,
finalmente, Espartaco pudo superar al cónsul
Léntulo, aunque sin derrotarle totalmente27. Según
Plutarco, Espartaco derrotó a los lugartenientes de
Léntulo: quizá se refiera a una de sus alas, y tomó
su campamento, apoderándose del bagaje al que se
refiere Salustio28.
Retirado Léntulo con grandes pérdidas, pero no
derrotado del todo, las fuentes no son unánimes
sobre qué ocurrió después. Al parecer, Espartaco se
volvió contra Gelio y Arrio y los derrotó también
parcialmente29. Hay que comprender que un
ejército irregular como el de Espartaco, que quizá
era superior en caballería al romano, no estaba en
disposición de derrotar a un ejército legionario
romano, que era muy superior en táctica y
disciplina. Las armas de los rebeldes, muchas de
ellas improvisadas, no podían con el muro de acero
que presentaban al frente unas legiones bien
adiestradas. Las lanzas y flechazos de los romanos
supondrían una sangría para las filas rebeldes. Sus
estocadas entre el muro de escudos eran mortales
para aquellos campesinos y esclavos liberados. Por
eso, es comprensible que, aunque derrotados, los
romanos pudieran retirarse en formación con parte
de sus fuerzas intactas, y que los rebeldes no se
atrevieran a perseguirlos.
Después de esto, ya en el Lacio, cerca de Roma, los cónsules
decidieron unir sus tropas en un desesperado intento de frenar el
ataque de Espartaco sobre la ciudad. No cabe duda de que el
recuerdo de Aníbal (Hannibal ad portas!, les decían a los niños
240
LA LAR GA MA RC HA PO R I TALIA

romanos para asustarlos) estaba aún presente en muchos


romanos. O quizá el recuerdo mucho más cercano de los sitios
sufridos por la ciudad en los años 80 a.C. durante la guerra civil.
Apiano, que es el único que nos transmite esta supuesta marcha
de Espartaco contra Roma, dice lo siguiente:
Sal. Hist. 3.106.
26

27
Liv. Per . 96.2.
28
Plut. Cras . 9.9.
29
Liv. Per. 96.3, App. BC 1.117.

241
Juan Luis Posadas

“Después se apresuró a marchar hacia Roma con


veinte mil soldados de infantería, tras quemar los
enseres inútiles, matar a todos los prisioneros y
degollar a los animales de carga para que el
ejército tuviera libertad de movimiento. No
admitió a ninguno de los muchos desertores que
trataron de unirse a él”. (App. BC 1.117)

Por supuesto, este texto de Apiano, el único que


habla de ello, es inverosímil. Por muchas bajas que las
dos batallas anteriores hubieran supuesto a los
romanos, es probable que estos tuvieran por lo
menos dos legiones en total, más las tropas que se
pudieran convocar ad tumultum para la defensa de la
ciudad. El ejército de Espartaco, con solo veinte mil
soldados de infantería, y sin el impedimento del
bagaje ni armas de artillería o ingenios de asedio,
no podría haber tomado Roma al asalto. No sabría
decir si, en este pasaje, Apiano es contrario a
Espartaco o favorable. Suponerle a un gladiador la
capacidad de poner sitio a Roma en su época de
mayor auge, con los grandes líderes romanos César,
Pompeyo, Craso y Cicerón en su juventud, es sin duda
suponerle mucho. Por otra parte, los detalles del
asesinato de los prisioneros (un rasgo negativo) y de la
no admisión de los “muchos desertores” (rasgo
positivo) son ambiguos y denotan tanto una
admiración por el liderazgo de Espartaco como una
repugnancia por sus métodos.
El caso es que los dos cónsules, en algún lugar
indeterminado del Lacio o de la Sabina, quizá cerca
de Amiterno, la patria de Salustio, se enfrentaron
sin esperanzas de éxito a Espartaco y su ejército. Es posible que
los rebeldes, a pesar de sus pérdidas, vieran su ejército renovado
por la afluencia de esclavos y campesinos pobres, de resentidos
242
LA LARGA MAR CH A P OR ITA LIA

de la guerra de los aliados, y de desertores (a pesar del


testimonio de Apiano). Espartaco ayudado por todos estos
elementos, pudo derrotar a los cónsules, que huyeron con sus
tropas en desbandada3°. En este momento es cuando el texto de
Apiano se muestra como es: poco fundamentado. Pues Apiano
dice que Espartaco, tras esta batalla, desistió

Oros. Hist. 5.24.4.

243
LA LAR GA MA RC HA PO R I TALIA

de atacar Roma y se retiró al sur. Y nos consta por


Livio, Plutarco, Floro y Orosio, que Espartaco no se
dirigió al sur, sino al norte, en su plan de abandonar
Italia o de sublevarla contra Roma.
En aquella época, Italia limitaba al norte con el
río Rubicón, y la primera provincia era la llamada
Galia Cisalpina (actual norte de Italia), gobernada
por el procónsul Gayo Casio Longino31, el que había
sido cónsul el año anterior y no había hecho nada
más que mandar pretores contra Espartaco. En
Mutina, la actual Módena, controlando el puente
sobre el río Po, verdadera frontera natural que
separaba el norte cisalpino de Italia del centro y
sur de la Península, Casio congregó a todo su
ejército proconsular, dos legiones, unos diez mil
hombres. En la misión le ayudaba un pretor, Gneo
Manlio32. Espartaco, al frente de sus tropas, y no
sabemos ya cuántas podrían quedarle en este
momento, tras la derrota de Crixo y tras haber
librado tres batallas contra un total de veinte mil
romanos (si no más), se movió hacia el norte. Es
posible que liberara a todos los esclavos que se
encontrara, y que lograra sublevar a cuantos
descontentos se cruzaran en su camino. La
superioridad numérica de Espartaco sobre Casio
parecía suficiente en este momento para una
derrota sin paliativos, pero no sabemos si esta
realmente ocurrió. Porque, en este aspecto, también
las fuentes disienten.
En efecto, según Plutarco, Casio, con diez mil
hombres, “resultó vencido, perdió a muchos
hombres y a duras penas logró salvarse él mismo”
(Plut. Cras. 9.10). Esta derrota sin paliativos resulta en Orosio
mucho peor, porque “el mismo Espártaco quitó la vida al
procónsul Gayo Casio tras derrotarle en el campo de batalla”

244
LA LAR GA MA RC HA PO R I TALIA

(Oros. Hist. 5.24.4). Esta disensión en las fuentes debe resolverse


a favor de Plutarco, pues sabemos que este Casio no murió. Pero
en este momento es oportuno mencionar a la tercera fuente,
Floro, quien dice claramente que Espartaco “junto a Módena,
destruyó el campamento de Gayo Casio” (Flor. Ep. 2.8.10).
Fuera lo que fuera lo que pasara en Módena, Espartaco tomó el
campamento de Gayo Casio, derrotó a este y a su pretor Gneo
31
MRR 2.109 y 117.
32
Liv. Per . 96.6, Plut. Cras . 9.10.
JuAn Luis PosAdAs

Manlio, casi mató al procónsul y tomó su


campamento33. Es decir, rearmó a su ejército y lo
reabasteció. Es interesante añadir que, a partir de la
derrota de Crixo en la batalla del monte Gargano, las
fuentes no vuelven a citar los saqueos y matanzas al
paso del ejército rebelde. Esto quizá porque los
propios campesinos alimentaban al ejército de Espar-
taco, o porque los saqueos de los diferentes
campamentos consulares y de Casio Longino hacían
innecesario el saqueo de la campiña italiana.
Este fue el momento crucial de la rebelión de
Espartaco. Tras derrotar a varios ejércitos romanos
durante el último año y pico, el ejército rebelde había
saqueado Campania y se había establecido en el
golfo de Tarento. Las disensiones en el ejército se
habían acabado con la derrota y muerte de Crixo. Pero
no parece que los rebeldes quisieran seguir el consejo
de Espartaco de dirigirse a los Alpes y dispersarse en
territorio bárbaro. Las hipótesis que se han barajado
sobre este momento y por qué Espartaco no siguió
hacia los Alpes para perderse en la bruma de la
Historia son múltiples34. Hay autores que opinan que
Espartaco no tenía el respaldo de su ejército para
embarcarse en tal aventura35. Otros, apoyándose en el
testimonio de Floro, sostienen que se sintió lo
suficientemente fuerte como para volver al sur a saquear Roma.
En mi opinión, el otoño se le había echado encima y Espartaco no
podía afrontar el paso de los Alpes en invierno. Además, su
objetivo principal era reclutar tropas, y eso lo había conseguido.
Cabe, incluso, la posibilidad de que los romanos, pese a haber sido
derrotados, conservaran los puentes sobre el Po y Espartaco no
pudiera cruzarlos sin graves pérdidas.

LA vuElTA Al suR

246
El caso es que Espartaco, sin una razón aparente, se volvió
ha-
cia el sur. Floro escribió que “engreído por tales victorias
proyectó
33
K. Bradley, Slavery and Rebellion, p. 96.
34
Véase al respecto a A. Deman-M. Th. Raepsaet-Charlier, “Notes sur la
révolte de Spartacus (73-71 av. J.-Chr.): Les problèmes d’itinéraires”,
en G. Viré, Grec et latin en 1982: études et documents dédiés à la
mémoire de Guy Cambier, Bruselas, Univ. Libre de Bruxelles, 1982,
pp. 59-103.
35
B. Strauss, La guerra, p. 136.
LA LAR GA MA RC HA PO R I TALIA

–suficiente es esto para nuestra deshonra–, invadir la


ciudad de Roma” (Flor. Ep. 2.8.11). Aunque en este
caso, Floro y Apiano estén de acuerdo con la
intención de Espartaco de tomar Roma es poco
creíble, dada la incapacidad del ejército de
Espartaco de tomar ninguna ciudad, incluida la
propia Módena. Además, tampoco Plutarco u Orosio
dicen nada al respecto. Apiano proporciona una
posible razón para este cambio de planes de
Espartaco:

“Espartaco cambió su plan de marchar contra


Roma, pues pensaba que no estaba aún en
condiciones de luchar y que no tenía todo su
ejército con armamento adecuado –pues no se le
había unido ninguna ciudad–, sino esclavos,
desertores y chusma”. (App. BC 1.117)

Es decir, que ni su ejército estaba lo


suficientemente instruido, ni tenían las armas
necesarias para tomar una ciudad amurallada como
Roma, ni sus hombres eran más que “esclavos,
desertores y chusma”. Es decir, una banda más que
un ejército. Apiano vierte aquí sus evidentes
prejuicios contra los esclavos y la gente de baja
extracción, pues olvida que ese ejército de
“chusma” había derrotado a tres pretores, dos
cónsules y un procónsul en casi diez batallas.
Sin rechazar que el ejército de Espartaco no se
viera con fuerzas para tomar al asalto una ciudad
como Roma, rodeada por murallas de cuatro
metros de grosor y nueve de altura, es más factible
que, ante la inminencia del mal tiempo, Espartaco
decidiera volver sobre sus pasos. Su plan consistía,
otra vez, en arrasar la campiña cercana a Roma,

248
LA LAR GA MA RC HA PO R I TALIA

reclutar más tropas de camino a las familiares ondulaciones de


Campania y a los montes de Lucania y volver a pasar su
invierno en el sur, en la zona amiga del golfo de Tarento, en la
propia ciudad de Turios donde ya había pasado el invierno
anterior.
En Roma, sin embargo, se avecinaban cambios, pues el
Senado, irritado con los cónsules por sus fracasos ante
Espartaco, decidió, a finales del año 72 a.C., encomendar la
guerra a otro pretor; pero no a uno cualquiera: a la anterior
mano derecha de Sila, a Marco Licinio Craso. Al parecer, este
había maniobrado tanto con el Senado como

249
Juan Luis Posadas

con el pueblo para obtener este comando militar36,


en parte porque otros generales rehusaron aceptarlo:

“Se prolongaba ya por tres años, y de manera


temible para los romanos, esta guerra que había
sido ridiculizada en sus comienzos y
menospreciada como cosa de unos gladiadores.
Cuando se propuso la elección de otros generales,
les entró miedo a todos y nadie se presentó como
candidato hasta que Licinio Craso, hombre
destacado por su alcurnia y riqueza entre los
romanos, asumió el generalato”. (App. BC 1.118).

Es decir, Craso, que era un hombre


experimentado en la milicia, y que poseía
suficientes recursos militares para suplir las
carencias del Senado en este momento de necesidad,
consiguió el apoyo de los senadores más
recalcitrantes, como los optimates que no confiaban
en él37, y consiguió el comando contra Espartaco.
Craso había sido pretor en el año 72 a.C., aunque
hay quienes piensan que lo había sido el año
anterior. Al parecer, Craso, que ya era inmensamente
rico, había descartado tener un gobierno provincial
(cargo que muchos aprovechaban para enriquecerse
ilícitamente), y había preferido quedarse en Roma.
Esto vale tanto para el caso de que Craso fuera
pretor en el 73 a.C. y en el 72 estuviera en Roma
como ciudadano privado, como para el caso de que
ya fuera pretor en el 72 a.C. y decidiera no irse a provincias
en el 71 a.C. En definitiva, Craso pudo pensar que un comando
militar extraordinario contra Espartaco en el año 71 a.C. le
valdría para contrapesar a la figura emergente de Pompeyo,
vencedor de la guerra contra Sertorio en España y también
ciudadano privado38.

250
LA LAR GA MA RC HA PO R I TALIA

Otra vez, durante aquel invierno de hace veintiún siglos, se


repitieron las mismas escenas: en Turios y sus alrededores, los
rebeldes
E. Badian, “Additional notes on roman
36

magistrates”, Athenaeum 48, 1970, pp. 7-8, cree que el pueblo fue
inducido a apoyar la elección de Craso. Z. Rubinsohn, “A note on
Plutarch Crassus X.1”, Historia 19, 1970, pp. 625-626, cree que Craso
llegó a un acuerdo transaccional con el Senado para que este
recomendara el comando militar de Craso frente a la posible
reivindicación legal de los cónsules de seguir luchando contra
Espartaco.
37
A.M. Ward, Marcus Crassus, p. 84.
38
B.A. Marshall, “Crassus and the command against Spartacus”,
Athenaeum 51, (1973), pp. 109-121.

251
acampaban, se entrenaban, se rearmaban y acogían
a los fugitivos y a los desposeídos de todo el sur de
Italia; en Roma, el Senado allegaba recursos, los
reclutadores llamaban a filas a los ciudadanos, y
Craso se preparaba física, anímica y financieramente
para la campaña que comenzaría en la primavera
del año 71 a.C. contra aquel grupo de “esclavos,
desertores y chusma”.

252
LA LARGA MAR CH A P OR ITA LIA

253
JuAn Luis
PosADAs

254
CApíTulo QuiNTo
CRAso coNTRA EspARTAco

LA NuevA MARcHA HAciA el NoRTe

Marco Licinio Craso, un hombre de la nobleza


romana curtido en la lucha civil contra los populares,
pero heterodoxo en sus propias filas optimates, estaba
enfrentado por el poder en la República con el joven
Pompeyo, otro heterodoxo. El Senado, consciente
de esta rivalidad, no quería ni podía dejar a
Espartaco en el sur sin enfrentarse a él, por lo que
no dudó en acudir a Craso1. Pero este quería un
comando extraordinario en su lucha contra
Espartaco, porque ello le proporcionaría una
superioridad legal sobre Pompeyo. Plutarco, en su
comparación entre Nicias y Craso, es muy
esclarecedor:

“En cambio, Craso, que todo el tiempo deseó


conseguir el mando militar, no lo obtuvo más que
en el caso de la guerra de los esclavos y por
necesidad, ya que Pompeyo, Metelo y los dos
Lúculos estaban ausentes, y eso que entonces
disfrutaba del máximo prestigio y del poder más
amplio. Lo cierto es, según parece, que incluso
sus partidarios lo consideraban un hombre, según
dice el poeta cómico, “excelente en todo menos
en el escudo”. (Plut. Cras. 36.7)

Según Plutarco, pues, Craso solo obtuvo este


comando por la ausencia de los mejores jefes
255
militares de la República de aquellos años: Pompeyo,
Metelo y los Lúculos. Y ello a pesar de su pésima
reputación como militar según los optimates. Ya he
comentado que esa mala reputación era inmerecida,
dado que la victoria de la batalla de Puerta
1
En efecto, y tal y como señala
B. Baldwin, “Two aspects of the Spartacus slave revolt”, CJ 62, (1967),
pp. 289-294, durante toda la crisis de Espartaco, y a pesar de lo mal
que le salieran las campañas pretorianas y consulares, el Senado
romano nunca cejó en sus funciones y obligaciones con respecto a su
misión de garantizar el orden y la paz en Italia frente a los rebeldes.

256
Juan Luis Posadas

Colina se debió a su exitoso comando del ala


derecha del ejército silano, a pesar de que Sila
después le escamoteó la victoria.
En cuanto al cargo que obtuvo Craso del Senado,
es posible que fuera el de propretor con imperio
proconsular, es decir alguien que sustituía a un
pretor pero con el poder de un excónsul2, o bien el de
propretor procónsul (que es como le llama
Eutropio)3. Su Estado mayor se llenó de jóvenes
oficiales debido a su nobleza y a su amistad, según
detalla Plutarco4. Conocemos por lo menos el nombre
de cinco de estos jóvenes oficiales: Quinto Marcio
Rufo, Mummio, Gayo Pomptino o Pomptinio, Lucio
Quincio y Gneo Tremelio Escrofa. Otra cuestión es
su ejército. Por varios testimonios, sabemos que
Craso reclutó a seis legiones y las equipó a sus
expensas, aunque ya he explicado en el capítulo 2
que los mismos romanos (como Cicerón o Plinio el
viejo) dudaban de que pudiera haberlo hecho con las
rentas de su fortuna. Es más plausible, si se me
permite la hipótesis, que Craso hubiera pagado
personalmente el equipo de esas tropas (unos
treinta mil hombres), y no sus pagas de un año. O
bien que hubiera pagado a ese ejército la campaña
del año 71 a.C., que no duró un año completo, y no
con sus rentas, sino con su capital, que era muy
superior a los veinticuatro millones de sestercios
necesarios para pagar a seis legiones.
El ejército de Craso, seis legiones según Apiano5,
no pudo ser reclutado totalmente ex novo. Pudo
contar con el apoyo de los veteranos de Sila, al menos de
aquellos que no eran ya demasiado viejos6. Según escribió
Salustio, de “todos a los que su cuerpo anciano no contribuía a
disminuir su ánimo militar” (Sal. Hist. 4.21). Además de estos
treinta mil hombres aproximadamente, pagados o equipados a

257
Juan Luis Posadas
sus expensas, Craso se hizo cargo de los restos de los ejércitos
consulares de Gelio y Léntulo, unas dos legiones, con lo que
contaba con unos cuarenta mil legionarios bajo su mando frente a
Espartaco y sus rebeldes. Durante el resto del invierno de aquel
año, Craso se ocupó de adiestrar a sus legionarios y

2
A.M. Ward, Marcus Crassus, p. 85.
Eutr. 6.7. Cf. Z. Rubinsohn, “A note”, p. 625.
3

Plut. Cras. 10.1.


4

App. BC 1.118.
5

F.E. Adcock, Marcus Crassus: Millionaire, Cambridge, Heffer & Sons, 1966, pp. 22-
6

23.
Juan Luis Posadas

de cohesionar a sus tropas, compuestas, como ya he


dicho, por reclutas, veteranos y los hombres de Gelio y
Léntulo.
En cuanto a los rebeldes, se habían vuelto a
asentar en Turios, en el golfo de Tarento. Apiano es el
único que alude a este momento del invierno del año
72 al 71 a.C.:

“Se apoderó de las montañas que rodeaban


Turios y de la misma ciudad, e impidió que los
mercaderes introdujeran oro o plata y que sus
hombres los adquirieran, pero compró gran
cantidad de hierro y bronce y no puso obstáculo a
los que llevaban estos artículos. Por lo cual, como
disponían en abundancia de madera, se
pertrecharon bien e hicieron frecuentes
correrías. Habiendo trabado combate, de nuevo,
con los romanos, los vencieron también en esta
ocasión y regresaron cargados de botín”. (App.
BC 1.117)

Este texto es muy interesante porque induce a


pensar que Espartaco, que tenía a su ejército
acampado a las afueras de Turios (pues
recordemos que su ejército se componía de varias
decenas de miles de personas, y Turios era una
ciudad pequeña que no podría albergar a muchas
más de veinte mil personas), controlaba no solo el
adiestramiento de sus hombres, sino el comercio de
la zona. El texto de Apiano, además, indica que
Espartaco se opuso a la economía monetaria o a los
productos de lujo, solo atento a rearmar a su ejército
con puntas de lanza y espadas de hierro y con
escudos, corazas y cascos de bronce. Con las astas
de madera de los bosques cercanos y estas puntas

259
Juan Luis Posadas
de hierro pudo fabricar miles de lanzas y flechas, con las que se
lanzaron a realizar correrías, fundamentalmente para requisar
cereales y otros alimentos para su ejército. Incluso es posible
que Espartaco construyera, por primera vez, máquinas de
asedio aprovechando los conocimientos de los desertores
romanos y la experiencia local (recordemos el taller de balas de
proyectil cercano a Metaponte).
El texto de Apiano es, además, el único que alude a que en
estas primeras semanas del año 71 a.C., Espartaco venció
nuevamente a los romanos. Pero, ¿a qué ejército? ¿Quizá a
alguna milicia organizada

260
Craso contra Espartaco

por las ciudades de los alrededores? ¿A un ejército


levantado por los ricos terratenientes de la zona?
Son preguntas interesantes, pero que quedan, como
tantas otras suscitadas por esta rebelión, sin
respuesta por el momento.
En algún momento de finales del invierno,
Espartaco decidió volver sobre sus pasos y
enfrentarse directamente a los romanos, quizá
incluso atacar la misma Roma, como ya apuntaron
las fuentes con respecto al año 72 a.C. La misma
posibilidad de que los esclavos saquearan Roma
había hecho temblar a la población de la capital y
había obligado al Senado a mandar a los cónsules
contra él. Ahora, las derrotas de las seis legiones
romanas de los dos cónsules del 72 a.C. y del
procónsul de la Galia Cisalpina, habían hecho
aconsejable concentrar un ejército similar, seis
legiones, reforzado por otras dos, bajo el mando de
un solo general, con el objetivo de defender Roma del
ataque de Espartaco y, después, darle caza.
El plan de Espartaco, probablemente, consistía en
volver hacia el norte, reclutando hombres por el
camino, y enfrentarse a Craso para tomar,
posteriormente, Roma y liberar a cuantos esclavos
hubiera en ella para hacerse con un ejército de más
de cien mil hombres. El tamaño de su ejército, en
todo caso, era de unos sesenta mil hombres y
mujeres, aunque no sabemos la proporción de
combatientes y no combatientes. Un ejército
impresionante, pero quizá no suficiente para
derrotar a ocho legiones romanas bien
pertrechadas y dirigidas por un mando único. La
magnitud del ejército romano hacía, por lo demás, aconsejable
que se mantuviera apostado en algún lugar, esperando cortar el
paso del ejército de Espartaco. Eso fue exactamente lo que hizo

261
Juan Luis Posadas
Craso: situarse en el “Piceno”, como declara Plutarco 7. Ac-
tualmente, sin embargo, se considera más probable que Plutarco
confundiera el Piceno, una región que no está situada en el
camino entre Turios y Roma, con la localidad campana de
Picentia, en la Vía Ania, entre Salerno y Eburum, situada en
plenos montes Picentinos, por donde Espartaco ya había
pasado en el año 73 a.C. camino del sur8.

7
Plut. Cras. 10.1. También le sitúa en el Piceno,
equivocadamente, N. Fields, Spartacus, p. 63. A.M. Ward, Marcus
8

Crassus, p. 86; B. Strauss, La guerra, p. 157.

262
Craso contra Espartaco

A comienzos del año 71 a.C., en pleno invierno,


Espartaco y su ejército se puso en marcha otra vez
por la Vía Popilia o la Vía Ania, hacia Roma.
¿Cuántos eran los efectivos rebeldes en esta época?
Las cifras que dan las fuentes no se refieren al
ejército en marcha hacia el norte, sino a los muertos
de las diversas batallas de aquella campaña. Según
Tito Livio, el autor más cercano a los
acontecimientos y cuyo relato siguieron otros
historiadores posteriores, en la derrota de los galos
y germanos dirigidos por Casto y Gánico murieron
treinta y cinco mil rebeldes, y en la batalla final
donde murió Espartaco otros sesenta o setenta
mil9. Si sumamos los supervivientes de la última
batalla (seis mil que fueron crucificados y cinco mil
muertos por Pompeyo), los muertos en otras
acciones como la primera batalla contra Mummio,
los que se ahogaron intentando pasar a Sicilia o los
que cayeron cruzando el muro que Craso construyó
en el Bruzzio, el tamaño del ejército de Espartaco
durante el año 71 a.C. pudo superar ampliamente
los ciento veinte mil hombres y mujeres (no todos
ellos combatientes). Los más de cien mil seguidores
de Espartaco son citados también por Paulo Orosio10.
Otros autores, sin embargo, fueron más prudentes
con las cifras. Así, Veleyo Patérculo cifra en menos
de cincuenta mil los caídos en la última batalla de la
guerra11. Es más probable que el ejército de
Espartaco partiera de Turios con más de cien mil
seguidores, reclutados de entre los esclavos,
pastores, vaqueros y campesinos pobres del
Bruzzio, Calabria y Lucania. En todo este relato, la localidad
de Turios parece ser la clave de la rebelión, la capital de
Espartaco. No olvidemos, como se verá más adelante, que los
últimos rebeldes supervivientes fueron capturados o muertos en

263
Juan Luis Posadas
los montes cercanos a Turios en el año 60 a.C., más de una
década después de la rebelión12.
Mientras Craso y sus cuarenta mil hombres cortaban el paso a
Espartaco en el límite de Campania con Lucania, en las
cercanías de Picentia, los rebeldes subían por la Vía Ania con
unos cien mil hombres y mujeres, ancianos y niños, arrasando
las propiedades agrícolas y
9
Liv. Per. 97.1-2.
Oros. Hist. 5.24.19, en total. En otro pasaje, Hist. 5.24.6-7, divide esos
10

cien mil muertos entre los treinta mil del contingente galo-germano y
los setenta mil del contingente de Espartaco. Vel. Pat. 2.30.4.
11

12
Por parte de Gayo Octavio, padre del posterior emperador Augusto: Suet. Aug. 3.1.

264
Craso contra Espartaco

libertando esclavos y presos de los ergástulos. Es


posible, incluso, que algunos desertores de Craso se
les unieran, informando a Espartaco de su posición y
planes. Porque Craso tenía un plan: rodear a
Espartaco por la espalda mientras él se mantenía
quieto con el grueso de sus fuerzas. Era la típica
estrategia del yunque: un ejército en posición
defensiva, el ejército enemigo golpeándole con fuerza,
y un tercer ejército que actuaría como el martillo
contra el enemigo. Pero algo salió mal. Con Craso se
encontraba un tal Mummio, descendiente del cónsul
del 146 a.C. saqueador de Corinto. Este Mummio
era, quizá, uno de los legados del año 72 a.C.13. Es
curioso que Plutarco, en su comparación de Craso
con Nicias, saque a colación que Mummio Acaico
arrebatase el mérito de la conquista de Corinto a
Metelo14: quizá quería insinuar que parecía que
nuevamente un Mummio quería arrebatarle el
mérito de la victoria a su jefe.
Mientras Espartaco avanzaba hacia el norte por
la Vía Ania, Craso encomendó a Mummio que diera
un rodeo por las montañas del interior y emboscase
a Espartaco por detrás. El plan, como he dicho, era
el del yunque y el martillo. A Mummio le dio, con tal
fin, dos legiones, quizá las dos consulares. Las órdenes de
Mummio eran rodear a Espartaco pero no entablar combate con
él, sino atacarle por detrás mientras este entablaba batalla con
Craso en Picentia. Pero Mummio, al parecer, quería catar las
mieles del triunfo, por lo que no esperó y cargó contra
Espartaco. El relato de los acontecimientos lo encontramos en
Plutarco:

“Envió a su lugarteniente Mummio con dos


legiones, en un movimiento envolvente,
ordenándole que siguiera a los enemigos, pero que
no entablara batalla ni provocara ninguna
265
Juan Luis Posadas
escaramuza. Sin embargo, tan pronto como cobró
esperanzas, Mummio entabló batalla y resultó
vencido. Cayeron muchos hombres y muchos
otros lograron salvarse huyendo sin sus armas”.
(Plut. Cras. 10.2-3)

13
MRR ii.118.
Plut. Cras .
14

36.2.

266
Craso contra Espartaco

Este texto de Plutarco aclara varios puntos.


Mummio era lugarteniente de Craso, pero no como
el legado Lucio Furio y el cuestor Gayo Toranio del
ejército pretoriano de Varinio del año 73 a.C. En un
ejército de ocho legiones, y al frente de dos de
ellas como nos cuenta Plutarco, solo podía ser
lugarteniente de Craso un pretor. Por eso Mummio
fue probablemente pretor en el 71 a.C. o lo había
sido el año anterior15. Pues bien, este legado o pretor,
con diez mil hombres bajo su mando, se creyó en
posición de derrotar él solo a Espartaco. Quizá sus
guías, de manera interesada o directamente al
servicio de los rebeldes, le indujeron a pensar que
con un ejército de las mismas proporciones que el de
Gelio en la batalla del monte Gargano, derrotaría a
una multitud de cien mil rebeldes. El caso es que
Mummio, ni siquiera contando con su “movimiento
envolvente”, pudo vencer a Espartaco. La última
frase de Plutrarco es siniestra: huir abandonando las
armas era un crimen de traición, un delito de cobardía, un
equivalente a la deserción. Luego veremos en qué acabó ese acto.
Pero antes comentaré qué dicen otras fuentes sobre esta
primera batalla de Picentia. Ninguna más la menciona, ni
siquiera a Mummio. Pero Apiano dice algo que da que pensar:

“Algunos piensan que no fue así, sino que atacó


con todo el ejército y, al ser también derrotado,
echó las suertes entre todos y dio muerte a la
décima parte, unos cuatro mil hombres, sin ceder
por causa de tan elevado número”. (App. BC
1.118)

Según este texto de Apiano, esta primera derrota


del ejército de Craso no se debió a la incompetencia
o a la impaciencia de su lugarteniente, sino al mismo

267
Juan Luis Posadas
Craso, que atacó a Espartaco con sus ocho legiones
(que son cuarenta mil hombres, de ahí el dato de los
cuatro mil como la décima parte), y fue derrotado por
él. Porque lo que queda sin determinar es grave:
¿esconden las divergencias sobre la dirección del
ejército romano en esta batalla (Mummio según
Plutarco, Craso según Apiano) un intento del propio
Craso de declinar la responsabilidad de
15
Según MRR ii.119, Mummio era legado de Craso, no pretor.

268
Craso contra Espartaco

esta primera derrota asignándola a un lugarteniente?


Y las divergencias sobre la entidad del ejército
romano derrotado (dos legiones según Plutarco,
ocho según Apiano), ¿no esconderán un intento del
propio Craso de ocultar su propia incompetencia?
Porque ya hemos comentado lo que algunos decían
de Craso como militar, que era “excelente en todo
menos en el escudo”16.
Vayamos ahora al espinoso asunto del castigo a los
cobardes. Algunos estudiosos de la guerra de
Espartaco han considerado que Craso castigó a las
dos legiones de Mummio por haber
huido aplicando la decimatio, es
decir, ejecutando a la décima parte
de los supervivientes17. El texto más
explícito es el de Plutarco:

“Craso recibió con dureza al propio Mummio y,


en el momento de armar de nuevo a sus
soldados, les exigió una garantía de que
protegerían sus armas: dividió en cincuenta
grupos de diez a los quinientos que habían sido los primeros y los
que habían sentido más pánico, y, echándolo a suertes, mató a un
hombre de cada grupo. Después de mucho tiempo, recuperaba así
para sus soldados este castigo tradicional. A este tipo de muerte se
añade la vergüenza, pues en torno al castigo se realizan actos
siniestros y terribles a la vista de todos los hombres”. (Plut. Cras.
10.4)

Según Plutarco, de los diez mil hombres de


Mummio, Craso escogió a los quinientos más
cobardes y mató a la décima parte de ellos, es decir, a
cincuenta. La decimatio consistía en que, en
presencia de todo el ejército, los elegidos eran
ejecutados a palos por sus compañeros. Salustio

269
Juan Luis Posadas
mismo alude a este castigo cruel en un fragmento de
las Historias18. Pero el texto de Apiano, que ha sido
ignorado frecuentemente porque no cita a Mummio y
se salta la supuesta derrota de sus dos legiones
desafiando las órdenes de Craso de no atacar a
Espartaco, aporta datos creíbles. Según Apiano, fue
Craso con todo su ejército (ocho

Plut. Cras. 37.7.


16

A.M. Ward, Marcus Crassus, p. 88; B. Strauss, La guerra, pp. 158-


17

159; N. Fields, Spartacus, p. 63, ni siquiera menciona el hecho.


Sal. Hist. 4.22: “Hizo matar a bastonazos a los que designó la suerte”.
18

270
Craso contra Espartaco

legiones, cuarenta mil hombres), quien fue


derrotado por Espartaco en la primera batalla de
Picentia. Por eso, Craso aplicó la decimatio
(ejecución de la décima parte de un ejército), a todo
su contingente legionario: de ahí la cifra de cuatro
mil ejecutados.
Personalmente, creo que Plutarco, pese a no ser
muy partidario de su biografiado Craso, se dejó
llevar por algún testimonio de que el castigo contra
sus hombres no fue tan acerbo, y de que los
muertos por decimatio fueron solo cincuenta; y que
Apiano, que no tenía ni simpatía ni antipatía por
Craso, transmitió la realidad de que Craso hizo
ejecutar a muchos más. Quizá no a los cuatro mil
legionarios que menciona, sino a la décima parte de
estos cuatro mil, es decir, cuatrocientos (casi una
cohorte entera). Fueran cuatrocientos o cuatro mil,
ambas cifras son creíbles: Craso se había
distinguido por las matanzas de la guerra civil, por
la ejecución de los supervivientes samnitas de la
batalla de Puerta Colina y el saqueo y degüello de los
habitantes de Preneste. ¿Qué más le daba a él matar
a cuatrocientos o a cuatro mil soldados, si al fin y al
cabo los pagaba él de su propio peculio? La con-
troversia ya en la Antigüedad sobre la crueldad de
Craso en este caso cuadra más, por otra parte, con la
cifra de los cuatro mil ejecutados de Apiano que con
la de los cincuenta de Plutarco.
Los acontecimientos posteriores son también mal
conocidos. Al parecer, el correctivo aplicado a las
legiones por su cobardía en la batalla de Picentia
dio resultado. La prueba evidente es que Espartaco
desistió de su avance hacia Roma y se volvió al sur. Pero, antes
de eso, hay algunos testimonios confusos de una segunda
batalla de Picentia, en la que Craso habría derrotado, si bien
no definitivamente, como es lógico, a Espartaco. Plutarco no
271
menciona ninguna batalla, solo dice que Craso, “tras aplicar
este correctivo al comportamiento de sus hombres, los condujo
contra los enemigos. Pero Espartaco se retiró hacia el mar a
través de Lucania”19. Plutarco, pues, no habla de ninguna
batalla, aunque sí alude a que Craso se dirigió contra
Espartaco y este huyó. Pero Apiano, en un texto algo ambiguo,
comenta:

19
Plut. Cras . 10.6.
Juan Luis Posadas

“Sea cual fuera su proceder, apareció más


terrible para los soldados que una derrota ante los
enemigos, y venció de inmediato a diez mil
hombres de Espartaco que estaban acampados en
una posición avanzada, mató a las dos terceras
partes y avanzó con desprecio contra el mismo
Espartaco. Y, venciendo también a este con
brillantez, lo persiguió cuando huía en dirección
al mar con la intención de navegar a Sicilia”.
(App. BC 1.118)

Es decir, según Apiano, Craso derrotó primero a la


vanguardia de Espartaco, unos diez mil hombres, de
los que mató a las dos terceras partes. Y después
volvió a vencer al mismo Espartaco en otra batalla,
antes de que este se retirara hacia el sur. Según
Floro, los rebeldes de Espartaco, “derrotados y
puestos en fuga por él, los enemigos – avergüenza
concederles este nombre– se refugiaron en los
confines de Italia”20. Es decir, que sí que hubo al
menos una batalla en la que Espartaco fue derrotado y
puesto en fuga (expresión que es similar a la de Apiano
de la “huida” de Espartaco en dirección al mar). Y,
finalmente, Orosio remata la cuestión diciendo que
Craso, “luego que entró en combate con los
desertores, aniquiló a seis mil de estos y capturó a
novecientos”21. Lo cual casa muy bien con el dato de los
dos tercios del ejército muerto por Craso,
proporcionado por Apiano. Porque, como es
evidente, los seis mil novecientos caídos de Orosio
(entre muertos y prisioneros) equivalen, casi
exactamente, a las dos terceras partes de los diez
mil de Apiano.
Tras esta derrota parcial (o derrotas) de Espartaco, en la que
perdió al menos los siete mil hombres que mencionan las fuentes,
y probablemente más si la segunda derrota de los rebeldes fue
273
con tanta brillantez como menciona Apiano, el ejército de
Espartaco se dirigió hacia el sur. Sus efectivos eran ya de menos
de cien mil hombres y mujeres, algunos de ellos incluso no
combatientes. Esta tercera marcha hacia Lucania y el Bruzzio
no fue, ni mucho menos, como la primera, tras derrotar a los
ejércitos pretorianos, ni como la segunda, tras derrotar a los
cónsules y a un procónsul. Ahora eran ellos los derrotados
20
Flor. Ep. 2.8.12.
21
Oros. Hist. 5.24.6.
Craso contra Espartaco

y llevaban a sus espaldas a más de treinta mil


legionarios romanos dirigidos con mano de hierro
por un propretor procónsul con gran experiencia
militar.

El intento de pasar a Sicilia

El plan de Espartaco no está muy claro. El sur les


llamaba, eso sí parece confirmado; quizá tuvieran allí
una base permanente de aprovisionamiento de
alimentos, hombres y armas. Turios vuelve a
aparecer como la posible capital rebelde. El plan
de escapar por mar, que ya se intuía en la segunda
marcha al sur del año 72 a.C., volvía a cobrar
fuerza, toda vez ahora que les perseguía un
ejército romano potente y victorioso. Craso, por su
parte, solo quería dar caza a los rebeldes, vencerlos
definitivamente, devolver los supervivientes que se
pudieran identificar a sus legítimos dueños, y
vender como esclavos al resto. La crucifixión solo
se reservaba a los rebeldes más conspicuos y a los
líderes de la rebelión.
Mientras tanto, en el Mediterráneo, la piratería
cilicia se había convertido en un lucrativo negocio,
debido a que la desaparición de muchos Estados
helenísticos había provocado una inseguridad
creciente en los mares. En el año 74 a.C., el Senado
había mandado a Marco Antonio Crético, padre del
triunviro, a Creta con un comando especial sobre
los mares y costas para acabar con los piratas.
Antonio, sin embargo, fracasó debido a su incompetencia y
murió en Creta. Pero los piratas cilicios no solo actuaban en el
Mediterráneo oriental, pues su audacia no tenía límites. Poco
más o menos por estas fechas, un pirata llamado Heraclión hizo

275
encallar a la flota romana del gobernador Verres en Sicilia y
entró en la rada de Siracusa con una flotilla de cuatro barcos,
amenazando a sus habitantes con el saqueo, y marchándose
después impunemente22.

22
Cic. Verr. 6.97. Sobre la actividad de los
piratas en Sicilia en época de Verres, véase a E. Maróti, “Das
Piratenunwesen um Sizilien zur Zeit des Proprätors C. Verres”,
AAntHung 4, (1956), pp. 197-210.
Juan Luis Posadas

Es posible que el tal Heraclión citado por Cicerón,


o el Pirganión que poco después tomara la propia
Siracusa y saqueara la isla venciendo incluso al
nuevo gobernador23, enviaran emisarios a Espartaco
para aliarse con él. Al fin y al cabo, Roma estaba en
guerra con los piratas desde el año 74 a.C., y en una
guerra es habitual buscarse aliados. Lo mismo, al
parecer, había intentado Mitrídates con Sertorio y,
quizá, con el propio Espartaco. Los rebeldes pudieron,
pues, reunirse con los emisarios de los piratas cilicios
una vez llegados al Bruzzio, con Craso pisándoles los
talones. Pero no está claro de lo que hablaron.
Espartaco quizá seguía con su vieja idea de volver a
Tracia, por el norte, algo que había intentado y que,
por la oposición armada de los romanos y por la
oposición de sus propios compañeros, no había
conseguido el año anterior. Pero la opción de volver a
Tracia por mar se abría ahora, poderosa, mediante la
alianza con los piratas. Quizá se habló de eso con
ellos , pero lo más probable es que, por el momento, las conver-
24

saciones fueran acerca de facilitar el paso del estrecho de Mesina


a una pequeña fuerza expedicionaria rebelde que encendiera los
fuegos, casi extintos, de la segunda guerra servil en la isla. Los
hechos aparecen bien resumidos en Plutarco:

“Pero Espartaco se retiró hacia el mar a través


de Lucania; se encontró en el estrecho con las
naves de unos piratas cilicios y se propuso
atacar Sicilia. Pretendía desembarcar en la isla
con dos mil hombres y reavivar allí la guerra de
los esclavos, apagada no hacía mucho tiempo
todavía, por lo que se necesitaba solo una
pequeña llama para inflamarse de nuevo. Sin
embargo, después de ponerse de acuerdo con él
y de aceptar sus regalos, los cilicios lo engañaron

277
y se marcharon. Así que Espartaco se alejó de
nuevo del mar y estableció su ejército en la
península de Regio”. (Plut. Cras. 10.6-7)

Oros. Hist. 6.3.5.


23

Es lo que opina E. Maróti, “Zum Scheitern des ersten Übersetzversuches


24

des Spartacus nach Sizilien”, Klio 71, 1989, pp. 442-445.


Craso contra Espartaco

Plutarco es el único autor que menciona el intento


de acuerdo de Espartaco con los piratas. Según esta
fuente, la idea de atacar Sicilia partió de Espartaco
tras encontrarse con los piratas en el estrecho de
Mesina. Su plan consistía en desembarcar en la isla
con un pequeño contingente rebelde que consiguiera
sublevar a los esclavos de la zona, como dice
Plutarco, para “reavivar la guerra de los esclavos”,
terminada hacía treinta años justos. Pero, al parecer,
los piratas cogieron el dinero y se marcharon con él,
dejando a Espartaco sin su apoyo logístico y sin sus
barcos. Esta actitud podría esconder una traición, y
sin duda lo fue. Pero, al fin y al cabo, Heracleo y sus
piratas eran eso: piratas.
Esto, sin embargo, no desanimó a los rebeldes.
Porque las fuentes que no mencionan a los piratas, sí
dicen algo de un intento de desembarco de
Espartaco en Sicilia utilizando balsas, cuya
descripción aparece fugazmente en un fragmento
de Salustio:

“Bajo los maderos colocaron barriles, atándolos


con cordajes hechos con sarmientos o tiras de
piel”. (Sal. Hist. 4.30)

Es decir, los rebeldes, haciendo gala de su


habilidad como carpinteros e improvisadores de todo
(les hemos visto construyendo escudos, trenzando
escalas y fabricando lanzas, utilizando para ello
simples sarmientos, palos, mimbres y cueros),
fabricaron unas toscas balsas con barriles vacíos,
atados entre sí, para sostener una plataforma de
madera sobre la que irían los soldados. Esta
manufactura de las balsas está, además, atestiguada por otro
autor, Floro, quien pudo haber utilizado a Salustio como fuente.
Según Floro, las balsas estaban “hechas de maderos y toneles
279
unidos con juncos”25. Según Cicerón, que cita el hecho en uno de
sus discursos contra el gobernador de Sicilia Gayo Verres,
Espartaco utilizó “barcas unidas”26, es decir, pequeños botes
unidos con cuerdas y con una plataforma encima para albergar
más hombres.
Fuera con barcas unidas según Cicerón, o con las toscas
balsas hechas con barriles y maderos según Floro y Salustio,
Espartaco intentó cruzar el estrecho de Mesina, un paso
marítimo de tres kilómetros de
25 Flor. Ep. 2.8.13.
26
Cic. Verr. 5.2.5.
Juan Luis Posadas

anchura, pero muy peligroso por las corrientes


marinas. Desde la Antigüedad se había identificado el
lugar como la morada de dos monstruos, Caribdis y
Escila, que se tragaban los barcos sin dejar casi rastro.
Salustio mismo nos ilustra, en dos fragmentos de sus
Historias, sobre estos fenómenos seminaturales y
semimíticos:

“Los indígenas llaman Escila a un escollo que se


eleva sobre el mar, el cual presenta a distancia una
forma similar a la de aquella legendaria criatura,
encontrándose en ella las características del ser
mítico, cuerpo humano con cabezas de perro, las
cuales emiten una especie de ladrido, dada la
acción de las olas. Caribdis es un vórtice marino
que engulle a las naves que pasan cerca y las
traslada, por medio de corrientes submarinas, a
más de sesenta millas de distancia, hasta la
playa de Tauromenio, en donde emergen del
fondo del mar sus restos”. (Sal. Hist. 4.27-28)

Entre esos dos escollos tenían que cruzar dos mil


hombres armados, sobre el Mediterráneo en torno a
enero o febrero del año 71 a.C. Los que hemos
nacido y crecido a orillas de este mar sabemos cuán
fuertes son sus corrientes, y más en los días grises y
fríos del invierno. Unos tablones sujetos con cuerdas
improvisadas sobre barriles, llevando cada uno de ellos dos
docenas de hombres, con un total de casi doscientas balsas,
aun en un día de buena mar, habrían requerido de una pericia
marinera de la que, sin duda, carecían los esclavos, gladiadores
y campesinos del ejército de Espartaco. Cicerón deja muy claro
este extremo:

“Todo acceso resultaba a los hombres, no ya

281
dificultoso, sino impracticable sin contar con
naves, de forma que a aquellos a quienes dices que
Sicilia estaba próxima les era más fácil llegar al
océano que acercarse a Peloro”. (Cic. Verr. 5.2.6)

Con un estrecho de corrientes muy rápidas, como


dice Floro, y cuya travesía no era ya dificultosa, sino
impracticable sin contar con naves, como dice
Cicerón, no es de extrañar que el paso del estrecho
Craso contra Espartaco

de Mesina fuera un fracaso y muchos hombres


murieran27. La impericia de los rebeldes también
tuvo su parte en el fracaso de la invasión siciliana ya
que, al parecer, “las balsas, chocando unas con otras,
obstaculizaban la maniobra”28. El caso es que, fuera
por la inestabilidad de las balsas, fuera por la
impericia de los marineros, fuera por lo peligroso de
las aguas que había que cruzar, la expedición a Sicilia
se fue al traste. ¿O hubo alguna otra razón?
Ya en aquella época se suscitó una fuerte
controversia sobre el papel desempeñado por el
gobernador de Sicilia, Gayo Verres, en el fracaso de
la expedición de Espartaco a la isla. Verres había
sido pretor el año 74 a.C. Como propretor, consiguió
bajo sobornos el gobierno de la rica provincia de
Sicilia, donde esperaba enriquecerse a base de
exprimir a los propietarios agrícolas de la isla. Debido
a la rebelión de Espartaco, los gobernadores que
debían sucederle en los años 72 y 71 a.C. no llegaron,
por lo que su gobierno fue prorrogado por el Senado
durante tres años. Tras su vuelta a Roma en el año
70 a.C., los sicilianos le denunciaron por latrocinio
en la isla y fue juzgado. El abogado de los sicilianos
fue Cicerón, y el de Verres, Hortensio Hórtalo, ambos
reputados como los mejores oradores de la época29. El
juicio subsiguiente nos ha dejado dos volúmenes de
discursos de Cicerón contra Verres que son preciosos
para reconstruir la fase “siciliana” de la rebelión de
Espartaco.
Al parecer, Verres tomó –o pretendía haber tomado–
varias medidas para evitar la propagación de la
rebelión a la isla. Según él, crucificó a algunos esclavos de Sicilia
que pretendían unirse a la misma (e incluso a un ciudadano
romano, un tal Publio Gavio)30 y encerró a los propietarios que
podían estar enterados del asunto. Verres también alegó que había

283
fortificado los accesos a Mesina y los principales puertos del
área para evitar un desembarco de Espartaco. Es posible,
incluso, que Verres lograra que los piratas desistieran en su
intento de pasar a los rebeldes a Sicilia. O que les pagara para
que no lo hicieran31, siendo así el responsable de la “deserción”
de los piratas cilicios que había contactado con
A.M. Ward, Marcus Crassus, p. 90.
27

Sal. Hist. 4.31.


28

L. Havas, “Verrès et les cités de Sicile”, ACD 5, 1969, pp. 63-


29

75, esp. pp. 63-66. Cic. Verr. 6.164-166.


30

Según Cicerón, Verr. 6.5.64-76, Verres estaba en buenas relaciones con los piratas.
31
Juan Luis Posadas

Espartaco. Contamos con un fragmento muy


significativo de Salustio al respecto, en el que relata de
forma explícita que “G. Verres fortificó las costas
cercanas a Italia”32. Cicerón negó tal extremo con su
acostumbrada vehemencia:

“¿Qué dices? ¿Que Sicilia se libró de la


guerra de los esclavos fugitivos por tu valentía?
Gloria insigne y honrosas palabras, pero, ¿qué
guerra, al cabo?, pues nosotros tenemos noticia de
que, después de aquella guerra que liquidó
Manio Aquilio, no hubo en Sicilia ninguna
guerra de esclavos fugitivos. Pero la hubo en
Italia. De acuerdo, y grave por cierto, y violenta.
¿Conque pretendes obtener alguna porción de
gloria de aquella guerra? ¿Acaso crees que la
aureola de aquella victoria está compartida por ti
con Marco Craso o Gneo Pompeyo? No creo que
le falte a tu descaro el que te atrevas a decir algo
semejante. Impediste, sin duda, que los
contingentes de fugitivos pudieran pasar de
Italia a Sicilia. ¿Dónde, cuándo, de qué parte?
¿Cuándo intentaban acercarse con balsas o con
naves? Nosotros, desde luego, no hemos oído
nada en absoluto, excepto aquello de que gracias
al valor y a la estrategia de un hombre esforzadísimo, Marco Craso,
se logró que los esclavos fugitivos no pudieran pasar a Mesina por
el estrecho con barcas unidas, intento del que aquellos no
hubieran tenido por qué ser rechazados con tanto esfuerzo si se
hubiera creído que se había colocado en Sicilia alguna guarnición
para oponerse a su llegada”. (Cic. Verr. 5.2.5)

Este texto es muy sustancioso. En primer lugar,


porque Cicerón reconoce que la rebelión de
Espartaco fue una guerra, y grave y violenta. Ya
hemos visto que esto no estaba tan claro y que
285
Juan Luis Posadas
muchos romanos se negaban a llamar “guerra” a
una acción violenta de una banda de esclavos
fugitivos. Según Cicerón, Verres no tuvo ninguna
parte en evitar el desembarco de los rebeldes, que
solo debe atribuirse a la acción de Marco Craso. Y,
finalmente, Cicerón llega a decir que la falta

Sal. Hist. 4.32.


32

286
CrAso contrA EspArtAco

de guarniciones en la isla debida a Verres tuvo una


especie de “efecto llamada” para que Espartaco
intentara el desembarco en la misma.
Se pueden decir las cosas más altas pero no más
claras. Por algo Cicerón fue un maestro de la
elocuencia entonces y ahora. Pero es muy posible
que la elocuencia de Cicerón no estuviera a la altura
de la verdad. La cita de Salustio sobre la fortificación
de la isla por Verres, a pesar de que proviene de un
enemigo acérrimo de Cicerón como Salustio (quien
podía estar atacando al orador por la fama de sus
discursos contra Verres), no puede ser pasada por
alto. Es posible, incluso, que Verres tomara
disposiciones adicionales a la fortificación de los
puertos cercanos al estrecho. Una pequeña flotilla de
barcos romanos pudo hostigar a las balsas y
separarlas. Las tropas del gobernador, que
recordemos consistían en dos legiones completas,
pudieron perseguir y aniquilar a los hombres que
consiguieron desembarcar en la isla, fueran estos muchos o
pocos de los dos mil que lo intentaron. Así que es posible que
fuera en parte cierta la alegación de Verres de que tuvo algo
que ver en el fracaso de la travesía del estrecho de Mesina por
parte de los rebeldes de Espartaco, y, sobre todo, en la prevención
de la insurrección esclava en la isla mediante diversas medidas
preventivas33.

EL BLoQueo y LA HuiDA

Antes de que los piratas engañaran a Espartaco y


antes de la intentona de cruzar el estrecho de
Mesina, o durante, o incluso después de todo ello,
Craso y su ejército de más de treinta mil hombres
habían llegado a la punta de la bota italiana.
Frente a ellos se encontraban los rebeldes, y

287
Juan Luis Posadas
detrás de los rebeldes, el mar. No había
escapatoria por allí, porque no había flota en el
Mediterráneo que pudiese trasladar a casi cien mil
personas. Si el gobernador de Sicilia, Gayo Verres,
quien quizá pertenecía a la familia , y por tanto un
posible pariente de Craso, cumplía con su papel e
impedía el embarque de las tropas de Espartaco
hacia la isla, los rebeldes tendrían, por fuerza, que
volver hacia el norte. Y ello porque la punta de la
bota italiana, aquella
33
B. Strauss, La guerra, pp. 168-169 y 175.

288
península de Reggio di Calabria donde Espartaco se
había refugiado34, de no más de cincuenta
kilómetros de ancho por ochenta de largo, no podía
alimentar a una multitud de cien mil personas por
mucho tiempo. Así que Craso se encontraba en una
disyuntiva. Si se jugaba el todo por el todo y
presentaba batalla a las tropas de Espartaco, podía
ser derrotado y su carrera caería tan rápido como lo
habían hecho las de Claudio Glabro, Cosinio, Varinio,
Gelio, Léntulo y Casio. Pero si Espartaco era obligado
a quedarse en aquella minúscula región, se le podría
doblegar por hambre, y quizá una parte de su
ejército desertara y se entregara a los romanos.
Como todos los generales romanos, Craso estaba
acostumbrado a planificar obras de ingeniería, a
levantar campamentos, a construir puentes y
carreteras, a abrir zanjas y excavar trincheras.
Cualquiera que haya leído los Comentarios de
César a sus campañas militares podrá atestiguar
que, la mitad del tiempo disponible, los legionarios
se dedicaban a estos trabajos, más que a batallar o a
desfilar35. Así que Craso decidió sitiar a los rebeldes
en aquella esquina olvidada de Italia para que
murieran de hambre o se rindieran. Y, para evitar que toda
aquella muchedumbre abandonara su encierro, ordenó
construir un muro y una trinchera de parte a parte de la zona
más estrecha de la península. La naturaleza de esta obra
titánica fue bien descrita por Plutarco:

“Cuando Craso llegó y vio que la naturaleza


del terreno indicaba lo que había que hacer, se
dispuso a cerrar el istmo con un muro, con lo
que impedía al mismo tiempo la ociosidad de
sus soldados y el libre paso de los enemigos.
Pues bien, lo cierto es que la obra era grande y
difícil, pero la realizó y la terminó,
sorprendentemente, en poco tiempo. De mar a

289
Juan Luis Posadas
mar, a través del istmo, abrió un foso de
trescientos estadios de largo, y de quince pies
por igual de anchura y profundidad. Por encima
del foso
levantó un muro extraordinario tanto por su
altura como por su solidez”. (Plut. Cras. 10.7-8)
34
Plut. Cras . 10.7.
35
Véase al respecto a Ph. Matyszak, Legionario, pp. 151-153.

290
Craso contra Espartaco

Mapa 3. El bloqueo de Espartaco por Craso y la llegada de


las tropas de Pompe-
yo y Lúculo, según la interpretacion de que el muro estaba
situado entre Pizzo y
Soverato

En esta ocasión, tenemos la confirmación del hecho


por otras fuentes: Frontino, que habla de una “zanja”
y Apiano, que se refiere a un “foso, un muro y una
empalizada”36. La mención de Apiano a la empalizada,
que no aparece en Plutarco, puede ser tan solo una
referencia a los palos puntiagudos que solían
colocarse frente al enemigo, entre el foso y el muro,
para que, en caso de ataque, estorbaran el asalto a la
muralla, y sirvieran para que algunos asaltantes
quedaran ensartados en los palos o, al menos,
heridos por ellos. O, quizá, a que en puntos
escarpados con una defensa natural, se consideró
suficiente construir una empalizada en vez de un
terraplén y un muro de obra.
291
Curiosamente, las fuentes antiguas no se asombraron tanto
de tal
obra de ingeniería como lo hacen los autores modernos. Solo
Plutarco
36
Front. Strat. 1.5.20, App. BC 1.118.
Juan Luis Posadas

dice que, a pesar de que la obra era grande y difícil,


Craso la terminó en poco tiempo. Estamos hablando
de un foso y muralla de casi cincuenta y cinco
kilómetros. Pero no hay que olvidar que Craso
disponía de una fuerza de trabajo de más de treinta
mil hombres, a los que habría que sumar las gentes
de la zona, reclutadas al efecto. Podemos pensar que,
para abrir una zanja de unos cuatro metros y medio
de anchura por cuatro y medio de profundidad
(quince pies romanos37) y un muro o terraplén de
entre cuatro y siete metros de altura tras la zanja,
Craso podía disponer de cuadrillas de más de
quinientos legionarios y algunas docenas de
lugareños por kilómetro. No parece trabajo
imposible que casi seiscientos romanos excavaran
mil metros de zanja y levantaran mil metros de
murallas de palos y barro en pocos días, sobre todo
si, como dice Salustio quizá refiriéndose a este
momento, los romanos “trabajaban noche y día sin
tregua”38. Lo que no quedaba claro entonces, y
mucho menos ahora, es dónde se realizó dicha
proeza ingenieril.
Plutarco dice que Craso hizo el muro “a través del
istmo”. Las dos líneas más estrechas que pueden
delimitar dicho istmo son la línea Pizzo-Soverato, la
más estrecha, tanto que sus treinta y cinco kilóme-
tros se quedan cortos para los trescientos estadios
de Plutarco (aunque, si sumamos las curvas del
terreno, podrían aumentar hasta los cincuenta
kilómetros), y la línea, más al norte, que va de MarateaRoseto
Capo Spulico, con sesenta y cinco kilómetros de anchura 39. La
primera línea, sin embargo, recibió en su día el respaldo de
Emilio Gabba40. La segunda línea, siguiendo las crestas de
Melìa, a cincuenta y cinco kilómetros al noroeste de Reggio, ha
recibido el apoyo reciente de Strauss41. Hay autores, sin

293
Juan Luis Posadas
embargo, que dudan de este trabajo porque hubiera supuesto
desplazar más de un millón de metros cúbicos de tierra y
rocas, algo impensable para un ejército que debía estar en

Un pie romano medía 29,7 centímetros. De


37

donde 15 pies romanos correspondían a 4,45 metros.


Sal. Hist. 4.34.
38

N. Fields, Spartacus, pp. 66-67, aporta una experiencia personal


39

buscando restos del muro y fotografías de las localidades apuntadas


como terminales de la obra.
E. Gabba, Appiani, p. 318.
40

B. Strauss, La guerra, pp. 183-186.


41
Juan Luis Posadas

guardia ante el posible ataque de cien mil


enemigos42. Estos autores se preguntan si la obra
de Craso no fue algo mucho más sencillo: una
zanja que rodearía a Espartaco en su localización de
Reggio, o incluso en los montes Aspromonte,
cercanos a esa ciudad. La idea de “sitiar” un monte
nos resulta ya familiar, pues es lo que hicieron otros
pretores dos años antes: Claudio Glabro ante el
Vesubio, y Varinio en un lugar montañoso
indeterminado de Campania. Sin embargo, esta
idea más factible de sitiar a Espartaco en un monte
por medio de una zanja es tan parecida a los dos
ejemplos anteriores citados que produce sospecha.
Como conclusión, podemos suponer que Craso,
efectivamente, cerró el istmo en algún lugar, por
medio de una zanja continua de unos cincuenta
kilómetros de largo y unos cuatro metros de anchura
y profundidad, reforzada por un terraplén y una
empalizada, construidos con la tierra y las rocas
sacadas de la zanja, y con un muro más sólido y alto
cerrando los caminos, calzadas y lugares no
defendidos por las montañas o los barrancos. La
obra podría haberse realizado en pocos días con el
concurso de los treinta mil legionarios y los
lugareños, trabajando obligados o de grado.
Espartaco y su ejército se encontraban
acampados entre la ciudad de Reggio, que al estar
amurallada es difícil que hubieran podido tomar salvo al asalto
o por la traición de alguno de los numerosos esclavos que allí
habitaban, los montes Aspromontes de las cercanías, y un
bosque denso y salvaje que cubría casi toda aquella península
del Bruzzio, llamado bosque Sila. Al menos eso parece
atestiguar un oscuro fragmento de Salustio: “[...] se ocultaron
en el bosque Sila” (Sal. Hist. 4.33).

295
Juan Luis Posadas
El crudo invierno del año 71 a.C. (era ya enero o
febrero) y la pobreza de la zona hacía difícil
mantener a cien mil hombres y mujeres en aquellas
soledades boscosas y aquellos páramos montañosos.
El
42
A.M. Ward, Marcus Crassus , p. 90, nota 20.

296
Craso contra Espartaco

bloqueo de Craso con su muralla y su zanja impedía


la comunicación de Espartaco con su base en Turios
y las zonas de las que se abastecía. Al principio,
Espartaco no se había preocupado de las obras de los
romanos, tomándolas por una locura, pero ahora se
daba cuenta de que aquella zanja podía ser el final
de su rebelión. Era imperioso romper el bloqueo y
marchar hacia el norte otra vez, quizá hacia Roma,
para acabar lo que había empezado dos años atrás.
Entre tanto, Craso proseguía con las obras de
fortificación del istmo. No quería, bajo ningún
concepto, que Espartaco saliera de aquel rincón de
Italia y volviese a saquear Lucania, Campania o el
Lacio. Su comando se lo había confiado el Senado
para acabar con la rebelión de raíz y crucificar a
sus líderes. Así que había que resistir cualquier
ataque de los rebeldes contra el muro y evitar que
pudieran escapar del sitio, como ya habían hecho en
el pasado en el Vesubio y en Campania. Para ello
disponía de treinta mil o más legionarios, una zanja
de unos metros de profundidad y un terraplén y
muro. No es gran cosa si tenemos en cuenta que su
enemigo era una multitud de cien mil desesperados.
Así que Espartaco, “cuando el botín escaseaba”, tomó la única
decisión posible en aquel caso: atacar el muro en sus puntos
más débiles cargando contra él, sin más protección que los
escudos de mimbre y pieles y las armaduras que pudieran haber
arrebatado a los romanos muertos durante la guerra. Apiano es
el que da más detalles de los primeros combates para salir del
cerco:

“Al tratar Espartaco de romper el cerco en


dirección al territorio samnita, Craso mató a otros
seis mil hombres al amanecer, y por la tarde a
otros tantos, sufriendo el ejército romano tan solo

297
Juan Luis Posadas
tres bajas y siete heridos. Tan grande fue el cambio
en su moral de victoria a causa del castigo”. (App.
BC 1.119)

Lógicamente, no es creíble que Espartaco perdiera


doce mil hombres, su mayor derrota hasta el
momento (si excluimos la de su lugarteniente Crixo),
y que los romanos solo sufrieran diez bajas, entre
muertos y heridos. Y eso aun teniendo en cuenta que
en un asalto a cuerpo descubierto contra una zanja
erizada de púas, un terraplén y

298
Craso contra Espartaco

un muro, los asaltantes tendrían que asumir un


alto precio, debido a las lanzas y flechas de los
defensores, a las trampas escondidas en las zanjas
(los romanos solían enterrar púas, ganchos y picas
en sus trincheras), y a las espadas de los soldados
apostados en el muro. Pero que los romanos no
sufrieran también por las lanzas y flechas de los
atacantes y sus espadas mientras subían al muro
parece cosa de la propaganda. A no ser, como a
veces se piensa, que los generales romanos solo
consignaran en sus victorias las muertes de los
soldados romanos, y no la de los auxiliares no
ciudadanos, a quienes solían colocar en primera fila,
sobre todo en los asedios y asaltos, porque eran
quienes manejaban los arcos, las hondas y los
ingenios de artillería. En todo caso, murieran los que
murieran del bando de Craso, podemos estimar sus
bajas en al menos un diez por ciento de las de
Espartaco: en aquellos asaltos al muro de Craso
pudieron morir doce mil combatientes rebeldes de los cien mil de
su ejército, y unos mil hombres de los treinta mil romanos. Fue
una gran victoria de Craso.
A partir de ese momento, Espartaco decidió esperar su
momento. Apiano nos da algunos detalles más de cómo continuó
el sitio en el Bruzzio:

“Entretanto, Espartaco, que estaba a la espera


de que le llegasen de algún lugar jinetes de
refuerzo, ya no entabló combate con todo el
ejército, sino que incordiaba a los sitiadores, en
numerosas ocasiones, aquí y allá. Caía sobre ellos
de improviso continuamente y, arrojando en el foso
haces de leña, les prendía fuego dificultando el
trabajo. Crucificó a un prisionero romano en el
espacio que mediaba entre los dos ejércitos,

299
Juan Luis Posadas
mostrando a los suyos la suerte que iban a correr
en el caso de que no vencieran”. (App. BC 1.119)

Es decir, se desarrolló una guerra de posiciones en la


que Espartaco, esperando unos refuerzos de
caballería ¿de su base en Turios?, atacaba por
doquier, intentando obstaculizar las obras y
reparaciones del muro y rellenando el foso con leña
y otros materiales. Apiano menciona, además, la
crueldad de Espartaco en esta guerra psicológica,
con el

300
Craso contra Espartaco

detalle macabro de la crucifixión de un romano ante


el muro para mostrar a su ejército cuál sería su
suerte si Craso se salía con la suya. Lógicamente,
este espectáculo exacerbaría también a los romanos y
al propio Craso, quien decidiría, quizá en este
momento, la suerte de los rebeldes en caso de
vencerles. Sin embargo, el hecho de que sea Apiano
el que transmite esta historia de la crucifixión y que
mencione que ese sería el destino que les esperaba a
los rebeldes si eran vencidos, y el hecho de que solo
fuera Apiano el que transmitiera esta historia hace
que me asalte una duda: ¿realmente se produjo esta
crucifixión? ¿No estaría Apiano preparando el
camino de su historia posterior de los seis mil
crucificados por Craso? Desde luego, la coincidencia
en el mismo autor de ambos sucesos, y el hecho de
que no aparezcan en ningún otro, induce a pensar
que la crucifixión, tanto la del prisionero romano
como la de los rebeldes después, es un añadido
literario posterior.
Fuera lo que fuera que pasara, finalmente llegaron
los refuerzos de caballería de Espartaco. Este es el
único momento en que las fuentes mencionan el
modo en que le llegaban suplementos y nuevas
tropas a los rebeldes. Al parecer, Espartaco tenía en
la zona reclutadores y gentes que le procuraban
nuevos efectivos y, como este caso indica, también
caballos de refresco en cantidades suficientes como
para organizar unidades de caballería. Con estos
refuerzos solo tuvo Espartaco que esperar una
oportunidad para volver al asalto contra el foso y el
muro, quizá en la parte más débil del mismo. Esta
parte débil del muro de Craso, por fuerza, no podía
ser la zona llana del istmo, donde habría mayor vigilancia y el
muro sería más alto, sino los montes centrales, donde lo abrupto
del terreno y lo denso del bosque podrían facilitar el paso de un
301
Juan Luis Posadas
contingente decidido a todo.
Mientras Espartaco esperaba ese momento oportuno para
volver a la carga, en Roma se vivía una gran agitación. Las
noticias de que Craso no presentaba batalla para acabar
definitivamente con aquella “banda de fugitivos” exasperaba a
los senadores y provocaba el miedo en los ciudadanos43. Estos
todavía temían una marcha de los rebeldes contra Roma;
aquellos temían aún más que Craso quisiera aprovechar
43
App. BC 1.119.

302
Craso contra Espartaco

el comando especial contra Espartaco para hacerse


con el poder en la República. Así que el Senado
mandó recado a sus generales en Hispania y Asia,
Pompeyo y Lúculo, para que, una vez acabadas las
guerras contra Sertorio y Mitrídates, volvieran a
Italia a exterminar a los rebeldes. Al parecer,
Pompeyo estaba a punto de llegar a la península desde
Hispania, si no había llegado ya, por lo que fue el
primero en acudir a la llamada del Senado44. En
cuanto a Lúculo, se embarcó con destino a Brindisi, el
gran puerto romano situado en el tacón de la bota
italiana, cerca por tanto del escenario del sitio de
Craso a Espartaco45. En esta tesitura, Craso se dio
prisa en acabar él solo con la guerra para que otros
no le hurtaran el mérito y, sobre todo, la victoria, la
cual abriría para él la posibilidad de optar al
consulado del año siguiente, el año 70 a.C. En
este momento fue cuando se produjeron unas
oscuras conversaciones de paz entre Espartaco
y Craso, de las que solo conocemos lo poco que
nos dice Apiano:

“A causa de esta votación, Craso, para que la gloria de la guerra


no fuera de Pompeyo, se dio prisa y trató de atacar a Espartaco a
cualquier precio. Y Espartaco, a su vez, juzgando conveniente
anticiparse a Pompeyo, invitó a Craso a llegar a un acuerdo. Mas, al
ser rechazada por este su propuesta con desprecio, decidió
arriesgarse”. (App. BC 1.120)

Según Apiano, Craso quería atacar, pero Espartaco,


temiendo la llegada de Pompeyo, de la que, al
parecer, tuvo noticia, intentó negociar una rendición
o una amnistía o el paso del ejército para escapar
por el norte. Son varias las hipótesis posibles. Quizá
Espartaco intentara que Craso le facilitara el paso

303
Juan Luis Posadas
de su ejército a Sicilia o a África; quizá el acuerdo
consistiera en que, con la aquiescencia de Craso,
Espartaco marchara al norte y derrotara y matara a
su enemigo Pompeyo, para
44
E. Gabba, Appiani, p. 330, piensa que el
Senado debió de otorgar a Pompeyo un acta legal para que no
disolviera su ejército al cruzar los Alpes con el fin de que ayudaran a
destruir a Espartaco.
Según A.M. Ward, Marcus Crassus, p. 91, los populares habrían votado
45

a favor del comando especial para Pompeyo, a cambio del cual los
optimates habrían impuesto también la presencia de Lúculo en Italia
por la misma razón.

304
Craso contra Espartaco

escapar después hacia los Alpes. Quizá la petición de


acuerdo salió de Espartaco, pero fue rechazada por el
Senado. A este respecto tenemos el valioso
testimonio de Tácito, el gran historiador de Roma,
que dice lo siguiente:

“Ni siquiera a Espartaco, que tras derrotar a


tantos ejércitos consulares ponía fuego
impunemente a Italia, y a pesar de que el Estado
se hallaba resquebrajado por las tremendas
guerras de Ser-torio y Mitrídates, se le había
concedido un armisticio pactado.” (Tac. Ann.
3.73.2)46

Este texto es importante porque Tácito documenta


el grave peligro que corría Italia en ese momento por
la confluencia de la rebelión de Espartaco con las
guerras de Sertorio y Mitrídates, y por confirmar
que no se le había concedido un pacto in fidem:
una paz y una alianza. Pero también conllevaba
una rendición, un tratado que confería una dignidad
como enemigo a Espartaco y sus rebeldes que el
Senado nunca aceptaría47.
Es posible, finalmente, que fuera Craso el que
propusiera a Espartaco la disolución de su banda, la
entrega de las armas, a cambio de un castigo menor a
los esclavos fugitivos y la amnistía a los campesinos y
ciudadanos libres que estuvieran con los rebeldes. Es
factible, también, que Craso intentara llegar a un
acuerdo con Espartaco para ponerse al mando de
los rebeldes y avanzar con ellos hasta Roma a imponerse como
cónsul, sino como dictador48. ¿Por qué no? Pocos años antes, en el
77 a.C., Lépido había sido enviado a Etruria a sofocar una
rebelión de los campesinos expropiados por Sila, y no solo no
acabó con ellos, sino que se puso al frente de los rebeldes y

305
Juan Luis Posadas
avanzó contra Roma para conseguir sus objetivos políticos. Esta
posibilidad de que Craso y Espartaco unieran sus ejércitos para
marchar contra Roma y acabar con
46
Traducción de J.L. Moralejo, Cornelio Tácito:
Anales, Madrid, Gredos, vol. I, 1984, pp. 258-259.
B. Strauss, La guerra, p. 190.
47

La posibilidad de que las negociaciones partieran de los romanos y no


48

de Espartaco, o incluso del Senado romano y no de Craso, fue


apuntada ya por M. Doi, “On the negotiations between the Roman
state and the Spartacus army”, Klio 66, (1984), pp. 170-174.

306
Craso contra Espartaco

Pompeyo y con el Senado optimate es factible según


los precedentes de Lépido, y políticamente hubiera
sido un golpe terminal contra el gobierno tiránico de
la facción optimate. Según Apiano, Craso rechazó
indignado la proposición de Espartaco. Así que a los
rebeldes solo les quedaba atacar y romper el
bloqueo.

307
Craso contra Espartaco

308
Craso contra Espartaco
Mapa 4. El avance de Espartaco hacia el norte yla batalla del río Silaro. Tomado e
N. Fields, Spartacus, p. 64

El segundo ataque al muro por parte de Espartaco


está narrado por Apiano, pero también por otros
autores como Plutarco y Frontino. El relato de
Apiano insiste en la versión del primer ataque: fue
una carga frontal del ejército rebelde contra las
fortificaciones romanas, pero en esta ocasión
apoyada por la caballería que acababa de reforzar
sus filas49, probablemente llegada de Turios. Si esto
fue así, cabría imaginar a la infantería de Espartaco
cargando contra la parte más débil del foso, donde
quizá solo hubiera una empalizada, mientras su
caballería de refuerzo hostigaba a los defensores por
detrás con sus lanzas o espadas. Sin embargo,
Plutarco y Frontino dicen que la ruptura del bloqueo
de Craso por Espartaco fue más sutil, más en la
línea ya conocida de sus artimañas como las del
Vesubio o las del asedio
49
App. BC 1.120.

309
Juan Luis Posadas

de Varinio en Campania: Espartaco esperó a una


noche de ventisca y nieve50 para colmatar el foso y
hacer pasar a su ejército, o a parte de él, por
encima y acabar con los defensores del muro, tras
lo cual se escabulliría con todos sus hombres,
mujeres y niños, en dirección al golfo de Tarento51.
La única diferencia en este relato de huida entre
Plutarco y Frontino estriba en el “material” que utilizó
Espartaco para rellenar el foso y hacer pasar a su
ejército. Plutarco, quien representa la tradición más
favorable a la humanidad de Espartaco y a sus
condiciones de líder generoso y valiente, dice que
lo hizo con “tierra, madera y ramas de árboles”52.
Frontino, interesado más en las estratagemas
bélicas inusuales, detalla que fue con “los cuerpos
de los prisioneros y del ganado que él había
matado”53. No podemos saber, por supuesto, cómo se
desarrolló la escena, puesto que en otro momento las
fuentes atestiguan que Espartaco mató a los
prisioneros romanos para avanzar más
rápidamente, o que crucificó a uno ante el muro,
por lo que los rebeldes no parecían tener escrúpulos
a la hora de ejecutar a sus presos. En todo caso,
parece más práctico que utilizaran materiales
convencionales para rellenar el foso, como madera,
tierra, los haces de leña que en otra ocasión citara
Apiano, sin perjuicio de que también se arrojaran al
foso cuerpos de muertos en el asedio y carcasas de
ganado ya consumido.
Con todo ello, Espartaco y su ejército, que podría haber
quedado reducido a unos ochenta mil hombres debido a las
derrotas en el estrecho de Mesina, en los dos asaltos fallidos al
muro, y a los caídos en las escaramuzas anteriores y en este
tercer asalto, se dirigió hacia el golfo de Tarento, con ánimo de
alcanzar Brindisi, quizá para apoderarse de los barcos allí

310
anclados y cruzar con ellos a Grecia. Y todo ello con el ejército
de Craso recuperándose de la sorpresa y reuniéndose desde

Plut. Cras. 10.9. Cf. Sal. Hist. 4.35.


50

51A pesar de que Plutarco, Cras. 10.9, dice que solo cruzó un tercio del
ejército de Espartaco, lo lógico es que solo utilizara ese contingente
para la carga, pero que después escaparan todos sus hombres por la
brecha. Es la opinión también de E. Maróti, “Bemerkungen zur späten
Periode des Aufstandes des Spartacus: zur Problematik des
Durchbruchs der Festungslinie von Crassus”, Helikon 28, (1988), pp.
311-314.
52
Plut. Cras. 10.9.
Front. Strat. 1.5.20.
53
Craso contra Espartaco

todas partes de aquel muro de cincuenta kilómetros


para perseguirles con rabia.
Los acontecimientos posteriores a la ruptura del
cerco no están muy claros. Según Apiano,
Espartaco se dirigió hacia Apulia, hacia la ciudad
de Brindisi, quizá para hacerse con las naves allí
atracadas y cruzar a Grecia. Es la única indicación
que tenemos de su ruta. Plutarco, que es quien da
más datos de los acontecimientos finales de la
rebelión, sitúa las batallas siguientes en Lucania, es
decir, un poco al norte del Bruzzio, antes de llegar a
Campania, la región donde había comenzado la
guerra. A todos los efectos, el relato de Plutarco es
el más fiable, dado que, por desgracia, las fuentes
“primarias”, Salustio y Tito Livio, se han perdido
con respecto al lugar de los hechos. Habrá que
imaginarse, pues, con Apiano y Plutarco, que
Espartaco y sus rebeldes se dirigieron primero
hacia el este, para alcanzar Brindisi. Pero, ante la
llegada de Lúculo a dicho puerto, y para evitar
quedar atrapados en una pinza entre las legiones de Craso por
el oeste y las de Lúculo por el este, decidieron dirigirse al norte
por la Vía Popilia, quizá en dirección a Roma, como temía
Craso54. Y digo “decidieron” porque, en aquel momento, había
una nueva disensión en el mando del ejército rebelde.

Derrota y ¿crucifixión?

Hay que tener en cuenta que la rebelión del año


73 a.C. había estallado en un Ludus de gladiadores,
una escuela en la que las individualidades, como en
toda escuela, quedaban diluidas ante la disciplina de
grupo. Por muy carismática que fuera la
personalidad de Espartaco, y a pesar de la aureola
mística que se había formado en torno suyo por las
historias que se contaban sobre la serpiente de
312
Craso contra Espartaco
Dionisos y por su mujer o pariente tracia iniciada
en dichos ritos, junto a Espartaco había otros
gladiadores de fuerte personalidad. Desde el
comienzo mismo de la rebelión, los fugados habían
elegido a Espartaco, a Crixo y a Enomao como sus
líderes. En toda esta historia, el contingente
54
Plut. Cras. 11.1.
Juan Luis Posadas

galo-germánico, pese a ser inferior en número al


resto de los rebeldes (como demuestra el menor
número de efectivos de los ejércitos galo-
germánicos liderados por Crixo en el 72 a.C.), había
tenido un importante papel en la rebelión: el hecho
de que dos de los tres jefes tuvieran esos orígenes
así lo prueba.
Las fuentes, otra vez, difieren en el relato de esta
nueva disensión, porque Plutarco solo habla de que
una parte del ejército de Espartaco se separó de él,
sin especificar quiénes fueron estos disidentes.
Salustio, Apiano, Floro o Veleyo no dicen nada de
esta división del ejército de Espartaco. Y otros
autores, comenzando por Livio y siguiendo por
quienes lo utilizaron como fuente, sobre todo
Frontino y Orosio, especifican que los disidentes
eran galos y germanos dirigidos por unos tales Casto
y Gánico. Que hubo una disensión es bastante
posible, ya que el mando del ejército rebelde había
sido siempre compartido entre Espartaco y, al menos,
otro líder. Tras la muerte de Crixo, sin embargo,
Espartaco había asumido un mando supremo que la
heterogeneidad del movimiento rebelde no aceptaría
fácilmente (aunque ninguna fuente habla de que en
ningún momento se cuestionara el liderazgo de
Espartaco). Por eso es muy posible que, tras la huida
del cerco de Craso en el Bruzzio, y ante el peligro
supremo de quedar atrapados entre el ejército de
Craso al suroeste y el de Lúculo al este, las tensiones
en el bando rebelde estallaran y una parte del ejército
se separara del cuerpo principal. Pero, estos
disidentes ¿eran, otra vez, los galos y germanos?

314
Craso contra Espartaco
Ya hemos visto cómo los galos y germanos habían provocado
las primeras discusiones entre los rebeldes tras las derrotas de los
ejércitos pretorianos en el año 73 a.C., pues estos querían
dedicarse a saquear, robar, violar y asesinar, mientras
Espartaco y los demás solo querían huir al sur. Al año
siguiente, el ejército rebelde se dirigió al norte y, otra vez, los
galos y germanos, capitaneados por Crixo, se opusieron a los
planes de huir hacia los Alpes, y se separaron del ejército
principal, solo para ser derrotados y aniquilados por Gelio en la
batalla del monte Gargano. Aunque algunos

315
Juan Luis Posadas

Mapa 4. El avance de Espartaco hacia el norte y la batalla del río


Silaro. Tomado de
N. Fields, Spartacus, p. 64. Traducciones: Mar Tirreno, Nares de
Lucania, Cape =
Cabo, Regio, Brindisi, Silaro, Casuento, Bradano, Nápoles, Vía
Apia
supervivientes se unieron a Espartaco, ¿de dónde
salían estos nuevos galos y germanos que volvían a
separarse del ejército rebelde?
Hay varias hipótesis al respecto. La más radical
es que Tito Livio pudo identificar este contingente
con los galos y germanos solo porque ya había
habido una disensión similar un año antes bajo el
mando de Crixo, o simplemente por confusión. Tras
Tito Livio, los autores que le siguieron como fuente
repitieron esa composición étnica del ejército de
Gánico y Casto. Otra posibilidad es que en el
ejército disidente, el contingente galo y
germánico, compuesto por los supervivientes de la
derrota de Crixo más otros que se unieron a la
rebelión durante los meses siguientes, fuera el
grupo étnico más numeroso, pero no el mayoritario.
Esta posibilidad es la más factible, en mi opinión.
Sabemos que el ejército de Espartaco se nutría de
esclavos fugitivos de las zonas por donde pasaba, así
como de campesinos empobrecidos que preferían la
vida salvaje del saqueador a la vida paupérrima del
jornalero. Ya vimos en su momento que Apiano
escribió que en la batalla del monte Gargano
murieron dos tercios del ejército de Crixo, cifrado
por este autor en treinta mil hombres55, por lo que
es posible que los diez mil supervivientes se
reunieran con Espartaco. A estos diez mil galo-
germánicos habría que sumar los que se unieron a
la rebelión durante el resto del año 72 y comienzos
del año 71 a.C. El ejército así resultante, formado por entre
veinte y treinta y cinco mil hombres, mujeres, niños y ancianos,
fue puesto bajo el mando de Gayo Gánico y de Casto.
316
Craso contra Espartaco
Los acontecimientos se sucedieron vertiginosamente. El
ejército disidente, aproximadamente un tercio del total de los
rebeldes, se dirigió hacia Lucania, y estableció su campamento
a los pies de un lago cuyas aguas tenían la extraña
característica de cambiar de dulces a saladas según la época
del año (probablemente por influjo del agua marina en el
acuífero subterráneo). Este lago ha sido identificado como el
antiguo lago di Palo, cerca de Volcei, al este de la Vía Popilia,
un lago
55
App. BC 1.117.

317
Juan Luis Posadas

que, hasta su desecación en 1881, cambiaba de


tamaño y de contenido en sal según las estaciones56.
También se ha intentado identificar dicho lago con las
marismas que había entre Paestum y la
desembocadura del río Silaro hasta su desecación en
la década de 193057.
Según Plutarco, Craso se dirigió contra este
ejército disidente y logró apartarlo del lago. Quizá
hizo esto por evitar el suministro de agua potable a
los rebeldes (en el caso de que en aquella época del
año el agua del lago fuera dulce), o
por evitar que estos tuvieran una
protección para un ataque
envolvente a la caballería romana. El
relato de Plutarco de lo que siguió
después es el siguiente:

“Así pues, decidió atacar en primer lugar a los


que habían abandonado a Espartaco y luchaban
por su cuenta, guiados por Gayo Gánico y Casto.
Envió a seis mil hombres para que se apoderaran
de una colina y les dio orden de que pasaran
desapercibidos. Ellos trataron de ocultarse a la
vista tapando sus cascos, pero dos mujeres que estaban haciendo un
sacrificio para los enemigos los vieron; y habrían corrido peligro, si
no llega a ser porque Craso apareció repentinamente y entabló una
batalla, la más encarnizada de todas, en la que abatió a doce mil
trescientos hombres, de los cuales solo se encontró a dos que
hubieran sido heridos por la espalda. Todos los demás murieron en
su posición de batalla luchando contra los romanos”. (Plut. Cras.
11.4-5)

Según Plutarco, pues, Craso intentó sorprender a


los rebeldes en marcha desde el lago tomando
posiciones en una colina, pero unas mujeres que
estaban en dicho monte realizando un sacrificio
318
Craso contra Espartaco
dieron la voz de alarma a Gánico y Casto, quienes se
dirigieron contra los seiscientos romanos que
ocupaban dicha colina. Ante esa situación, Craso
avanzó con el grueso de sus hombres y se produjo
una batalla encarnizada en la que murieron doce mil
trescientos rebeldes, todos ellos muertos de frente,
sin huir.

A.M.
56

Ward, Marcus Crassus, p. 93, nota


28. B. Strauss, La guerra, p. 199.
57

319
Juan Luis Posadas

Hay varios aspectos que comentar. Está claro, por


ejemplo, que el contingente dirigido por Casto y
Gánico, según Plutarco, no podía ser mucho mayor de
quince o veinte mil hombres si al parecer murieron
poco más de doce mil, y no se dice nada de los que
huyeron, o de si alguno lo consiguió. En segundo
lugar, para el episodio de las dos mujeres realizando
sacrificios Plutarco utilizó claramente a Salustio
como fuente para su relato, pues de lo poco que
queda de las Historias de Salustio, hay un fragmento
que alude a estas mujeres:

“Mientras, entre que amanecía, dos mujeres


galas salieron al monte para recorrerlo pidiendo
que no les viniese su menstruación”. (Sal. Hist.
4.40)

Este fragmento clarifica algunos aspectos. En


primer lugar, las mujeres eran galas, lo cual verifica
el componente étnico mayoritario del grupo
disidente. Y en segundo lugar, el sacrificio que dice
Plutarco era, según Salustio, referente a retrasar la
menstruación58, una función corporal propiamente
femenina que Salustio utilizó en otros textos para
conformar una imagen heroica de estas mujeres
bárbaras frente a los ejemplos degradados de mujeres
romanas59. Fuera cual fuera la intención historiográfica
de Salustio, este pasaje es el único en el que se citan
mujeres en el ejército rebelde y ha sido,
generalmente, interpretado como que las mujeres
luchaban como soldados en dicho ejército, ya que intentar
retrasar la menstruación podría haberles conferido mayor vigor
físico en el combate60.
En todo caso, el relato de Plutarco presenta algunos problemas
si se compara con otras fuentes. En primer lugar, sobre el sitio

320
Craso contra Espartaco
de la batalla, ya que no sabemos exactamente dónde se ubicaba
dicho lago. Plutarco dice que estaba en Lucania, pero no
sabemos si al este o al oeste de la Vía Apia, o si realmente los
galos y germanos se habían separado
58
Cf. B. Strauss, La guerra, pp. 197-198, quien cita también la
posibilidad de que dicho sacrificio fuera por un culto lunar de carácter
céltico.
59
J.L. Posadas, “Las mujeres en la acción y la narración de César, los
cesarianos y Salustio”, SHHA 29, 2011, 249-274, esp. pp. 272-273. El
otro texto donde aparece la renuncia de mujeres bárbaras a las
funciones de su sexo (en este caso eran hispanas, y las funciones,
amamantar y parir) es en Hist. 2.92.
60
J.L. Posadas, Gayo Salustio Crispo, p. 187. Cf. M. Doi, “Female slaves”, pp. 163-164.

321
Juan Luis Posadas

totalmente del ejército de Espartaco o si solo eran


una columna que guardaba el flanco derecho del
avance del ejército rebelde hacia el norte. En
segundo lugar, la cifra que da Plutarco de los
muertos de esta primera batalla que marca el final
de la rebelión, doce mil trescientos caídos, no tiene
nada que ver con otra cifra que aparece en Tito
Livio y también en Frontino y en Orosio, treinta y
cinco mil muertos61.
Desde mi punto de vista, esta controversia sobre
la batalla del Lago, como podríamos llamarla, se
resolvería si entendemos que hubo un primer
combate contra la facción galo-germánica, en la que
Casto y Gánico perdieron los doce mil trescientos
hombres que menciona Plutarco. Las demás fuentes
no mencionan dicho combate porque no fue nada en
relación con el ejército de Espartaco, que contaba
con más de cien mil efectivos. Tras esta batalla, Casto
y Gánico y sus supervivientes se reunieron con
Espartaco, formando un ejército de unos ciento veinte mil
hombres (esto lo sabemos por las cifras de los muertos, huidos y
crucificados, que veremos más adelante). En este sentido,
Frontino aporta algunos datos preciosos, que casan bien con
esta batalla del Lago:

“Cerca de la ciudad de Camalatrum, durante


la guerra contra los esclavos fugitivos, Licinio
Craso planeó conducir sus tropas contra Casto y
Gánico, los líderes de los galos. Envió doce co-
hortes bajo el mando de sus legados Gayo
Pomptinio y Quinto Marcio Rufo para rodear por
detrás la montaña. Cuando la batalla ya había
comenzado, esos hombres aparecieron de
repente a espaldas del enemigo con tal
estruendo aterrorizador que los fugitivos se

322
Craso contra Espartaco
escaparon en todas direcciones del campo de
batalla y no pudieron terminar la lucha”. (Front.
Strat. 2.4.7)

Frontino sitúa esta batalla en una ciudad,


Camalatrum, de ubicación desconocida, pero
probablemente situada al norte de Lucania62. Como
también habla de una montaña, es posible que
Camalatrum sea
61
Liv. Per. 97.1 y Per. Fr. 97.25, Front. Strat.
2.5.34, Oros. Hist. 5.24.6. Orosio dice exactamente que fueron treinta
mil los muertos de esta primera batalla.
62
B. Strauss, La guerra, p. 211.

323
Juan Luis Posadas

solo el nombre de la localidad más cercana, y por


tanto se pueda identificar este paraje con el del
lago plutarquiano. En un relato parecido al de
Plutarco, Frontino narra cómo Craso intentó rodear
a Espartaco con una parte de sus tropas. En el de
Plutarco eran seiscientos hombres, es decir, una
cohorte con sus auxiliares; en este texto de Frontino
eran doce cohortes, es decir, más de una legión.
Frontino menciona a dos legados, de los cuales
sabemos que uno, al menos, sobrevivió a la guerra,
pues fue pretor en el año 63 a.C. 63 El dato más
importante es que los soldados enviados por Craso
para rodear a los rebeldes aparecieron en el
momento de mayor fragor de la batalla, provocando
una huida generalizada de los galo-germánicos que,
sin duda, se reunieron con el grueso del ejército de
Espartaco. Este es el dato que más duda suscita,
pues en el relato de Plutarco, todos los
espartaquíadas murieron sin huir.
El resto de la campaña contra Espartaco puede
ser reconstruido también utilizando las fuentes con
cierta imaginación. En primer lugar, Plutarco dice
que, tras la derrota en la batalla del Lago,
Espartaco se retiró a las montañas de Petelia con
su ejército. Petelia está situada un poco al suroeste
de Lucania, cerca del lugar donde estalló la rebelión de
Espartaco dos años antes. Es posible que el movimiento de
Espartaco fuera un intento de replegar sus fuerzas para
reorganizarse y para integrar a los supervivientes de la
escisión de Casto y Gánico. En este sentido, los dos generales
disidentes parece que volvieron a estar bajo el mando de
Espartaco, aunque no dejaron de ser díscolos. Plutarco relata los
acontecimientos siguientes de esta manera:

“Quinto, uno de los oficiales de Craso, y el


cuestor Escrofa iban siguiéndolo muy de cerca.
324
Craso contra Espartaco
Pero Espartaco se dio la vuelta y provocó la
huida masiva entre los romanos, que a duras
penas lograron salvar al cuestor, al que recogieron
herido. Esta victoria destruyó a Espartaco, porque
los fugitivos se colmaron de soberbia. Los
hombres ya no estaban de acuerdo en rehuir el
combate ni obedecían a los jefes. Por el
contrario, una vez comenzada la

63
Gayo Pomptino o Pomptinio ( MRR ii.125).

325
Juan Luis Posadas

marcha, rodearon a los jefes mostrándoles las


armas y los obligaron a conducirlos de nuevo al
encuentro de los romanos a través de Lucania, de
modo que se apresuraron a hacer exactamente lo
que Craso deseaba”. (Plut. Cras. 11.6-7)

Es decir, los romanos, bajo el mando del legado


Quinto (quizá el ya conocido Marcio Rufo, quizá un
error de cita y se refiera al legado Lucio Quincio que
aparecerá más adelante), y del cuestor Escrofa64,
envalentonados tras su victoria parcial en la batalla
de Camalatrum/ Lago, siguieron demasiado de cerca
a Espartaco, quien se volvió contra ellos y los
derrotó, aunque sin provocar una matanza, sino
solo la huida de las cohortes y la herida del cuestor.
Según Plutarco, las disensiones en el bando de los
rebeldes volvieron a salir a la luz, como un año
antes, pero esta vez con cierta violencia contra
Espartaco. Al parecer, sus hombres querían acabar
con Craso en una sola batalla campal y no estaban
de acuerdo con la estrategia disuasoria de su jefe. El
resultado de dicho motín, pues de un motín se trató
por las amenazas con las armas a los jefes, fue que
Espartaco condujo a su ejército contra Craso “a
través de Lucania”, es decir, hacia el norte.
Claramente, la rebelión iba a decidirse en el mismo
lugar donde había estallado: en las campiñas de Campania.
En este momento se mostró la prisa de Craso por acabar con
la guerra. Si al principio había escrito al Senado para que le
enviara como ayuda a Pompeyo y a Lúculo65, en estos
momentos quería atribuirse la victoria solo a él. Varias fuentes
son muy claras al respecto. La más evidente la encontramos en
Plutarco:

“En efecto, se anunciaba ya la llegada de

326
Craso contra Espartaco
Pompeyo y en las asambleas electorales no eran
pocos los que decían que la victoria de esta
guerra le correspondía, pues en cuanto llegara,
presentaría

64
Gneo Tremelio Escrofa (MRR ii. 122).
65
Plut. Cras. 11.3: “Con anterioridad, Craso había escrito al Senado
que era necesario hacer venir a Lúculo de Tracia y a Pompeyo de
Hispania; pero ya se había arrepentido y se esforzaba en terminar la
guerra antes de que ellos llegaran, porque sabía que no se atribuiría a
él la victoria, sino a quien acudiera en su ayuda”.

327
Juan Luis Posadas

batalla y le pondría fin. Por ello, Craso tenía prisa


por combatir”. (Plut. Cras. 11.7)

Otros autores confirman esta necesidad de Craso


de vencer él solo a Espartaco, con una finalidad
electoral clara: presentarse al consulado del año 70
a.C. y conseguir el ansiado cargo. Así, por ejemplo,
Salustio dice que Craso “se volvió luego un poco
maniático en su avidez por ponerle fin (a la guerra)”
(Sal. Hist. 4.39); y el mismo Plutarco, que fue por la
llegada de Pompeyo a Italia “por lo que el general
Craso se apresuró temerariamente a combatir” (Plut.
Pomp. 21). Es posible que fuera esta prisa de Craso
por derrotar definitivamente a Espartaco la que le
llevó a cometer estos avances estratégicos
apresurados.
Derrotada y puesta en fuga la vanguardia de Craso,
Espartaco avanzó algo más hacia el norte, quizá
apartándose de la Vía Popilia, y por el valle del
Tanagro, hasta llegar a la ribera de un río, el Silaro,
que desemboca a unos 7 km al norte de Paestum, en
pleno golfo de Salerno, río que servía de frontera
entre Campania y Lucania66. Es posible que Espartaco
quisiera alcanzar la Vía Apia, para dirigirse hacia
Roma. Pero Craso se interpuso en su camino. La
batalla final entre Espartaco y Craso debió de
llevarles algunos días, si no semanas. Hay que
reconstruirla con varias fuentes, pues Plutarco habla
de una sola batalla, otras fuentes solo reportan la
última de estas, pero Frontino y Orosio se refieren
claramente a una primera batalla contra el contingente dirigido
por Casto y Gánico, en la que murieron treinta y cinco mil
hombres, y una segunda, contra el grueso del ejército de
Espartaco, en la que murieron unos setenta mil. Incluso podríamos
utilizar como fuente arqueológica de esta batalla de trincheras el

328
Craso contra Espartaco
hallazgo de miles de proyectiles de barro cocido, utilizados por
los honderos, en las proximidades de Paestum 67, lo cual indicaría
una lluvia de proyectiles que duró días. Esta guerra de posiciones
es mencionada brevemente por Plutarco y por Frontino:
66
E. Sánchez Sálor, Orosio:
Historias, Madrid, Gredos, vol ii, 1982, p. 82, nota 166. El rio Silaro
nace en los montes Paflagone, justo encima de Calabritto, y fluye
hacia el golfo de Salerno para desembocar al norte de Paestum. Según
N. Fields, Spartacus, p. 74, la batalla entre Craso y Espartaco debió de
producirse más cerca del nacimiento del río que de la desembocadura.
B. Strauss, La guerra, p. 199; N. Fields, Spartacus, p. 74, reproduce
67

en una fotografía algunos de estos proyectiles de honda localizados


bajo la basílica de Paestum, y conservados en el Museo Arqueológico
de dicha localidad.

329
Juan Luis Posadas

“Por ello, Craso tenía prisa por combatir; de


modo que acampó cerca de los enemigos y excavó
un foso contra el que se lanzaron los esclavos,
atacando a los hombres que estaban trabajando
allí. Cada vez acudían más refuerzos de ambos
bandos, hasta que Espartaco comprendió la
necesidad en que se encontraba y puso en línea
de batalla a todo su ejército”. (Plut. Cras. 11.8)

“En la guerra contra los esclavos fugitivos, Craso


construyó estacadas defensivas alrededor de sus
dos campamentos que estaban localizados cerca
del del enemigo, muy próximo al monte Cantenna.”
(Front. Strat. 2.5.34)
En estos textos, los únicos que mencionan esta
guerra de posiciones en la que, por enésima vez, los
romanos intentaron cercar a los rebeldes con una
maraña de trincheras, fosos y estacadas, se ve cómo
Craso intentaba minar la resistencia de Espartaco e
incitarle a la lucha frontal, la única en la que los
romanos tenían ventaja. Como un dato
complementario, Frontino sitúa la escena de los
fosos y los campamentos en el monte Cantena,
cerca del pueblo actual de Giungano. En definitiva,
la impaciencia de los hombres de Espartaco, y la
propia necesidad de salir de un cerco en el que sus más de cien
mil hombres podían quedarse sin víveres, hizo que Espartaco
reaccionara y sacara a sus hombres a campo abierto para
intentar batir a los romanos y seguir su marcha hacia el norte.
El único que relata esta batalla del monte Cantena con detalle
es Frontino, pues Plutarco o Apiano no la mencionan:

“Entonces, una noche, (Craso) avanzó con sus


tropas para situarlas en la base de la montaña

330
Craso contra Espartaco
mencionada, dejando su tienda de general en el
campamento más grande, para engañar al enemi-
go. Entonces, dividiendo su caballería en dos
secciones, ordenó a Lucio Quincio que atacara a
Espartaco con una parte de sus tropas, para
confundirle con un ataque frontal. Con la otra
parte atrajo al combate a los galos y a los
germanos, liderados estos por Casto y Gánico. Se
trataba de fingir una retirada para atraerlos

331
Juan Luis Posadas

a todos al lugar donde Craso había colocado a


sus tropas en orden de batalla. Cuando los
bárbaros persiguieron a las fuerzas de Quincio,
la caballería romana atacó sus flancos. Entonces,
la línea romana de infantería cargó contra los
enemigos con furia y con un terrible griterío.
Livio reporta que treinta y cinco mil hombres,
entre ellos sus líderes, murieron en aquella
batalla. Cinco águilas romanas y veintiséis
estandartes fueron recuperados, junto con
muchísimo botín, incluyendo cinco fasces con sus
hachas”. (Front. Strat. 2.5.34)

El relato de Frontino es detallado y precioso. En


él, se asigna la iniciativa del combate, no a
Espartaco, sino a Craso, quien engañó a los
rebeldes dejando su tienda en el campamento más
grande. Lo que pretendía Craso era atraer a una
parte del ejército de Espartaco para derrotarlo por
separado. Por eso, ordenó a su caballería, es decir, a
sus tropas con más movilidad, atacar frontalmente
a los galo-germanos de Casto y Gánico. En época
romana, la caballería no cargaba frontalmente, solo
se utilizaba en movimientos envolventes para atacar
los flancos o para desbaratar a las vanguardias y a
los rezagados. Por eso, es creíble que los rebeldes
cayeran en el engaño y persiguieran a esas fuerzas
de caballería... hasta encontrarse con el frente
impenetrable de la infantería legionaria. En esta
ocasión, el resto de la caballería romana sí hizo lo
que solía: atacar los flancos del contingente rebelde,
mientras el frente legionario avanzaba para
destruir al ejército enemigo. En esta primera batalla cayeron
treinta y cinco mil rebeldes, incluidos Casto y Gánico y, algo
muy importante para los romanos, se recuperaron cinco

332
Craso contra Espartaco
águilas romanas (las enseñas de cinco legiones, quizá las de los
ejércitos consulares y proconsulares) y las insignias de cinco
magistrados romanos, quizá los pretores y el procónsul. Esta
cifra la toma Frontino de Tito Livio, como él mismo dice. Un
relato parecido de esta primera batalla y una cifra similar,
aunque algo más baja, lo proporciona Orosio:

“Luego, antes de atacar con sus tropas a Espartaco, que se


disponía a colocar su campamento junto al nacimiento del río

333
Juan Luis Posadas

Silaro, derrotó a los galos, que habían ayudado a


este, y a los germanos, de los cuales perdieron la
vida treinta mil hombres con sus propios jefes”.
(Oros. Hist. 5.24.6)

Orosio especifica que el teatro de operaciones


había sido el nacimiento del río Silaro, que
probablemente fuera el ya citado monte Cantena, en
todo caso al sur de Campania68. No parece
importante la disensión entre los treinta y cinco mil
muertos de Livio y Frontino y los treinta mil de
Orosio. Algo menos de la tercera parte, en todo
caso, de las fuerzas de Espartaco había sido
aniquilada. El desenlace definitivo estaba cerca.
Espartaco comprendió que no podía seguir
arriesgándose a perder batallas parciales, porque la
sangría que había comenzado unos meses antes con
las derrotas en Picentia, y con las bajas sufridas en
la intentona de pasar a Sicilia o en la rota del cerco
de Craso en el Bruzzio, no podía continuar. En todas
esas derrotas parciales, Espartaco había perdido
más de sesenta mil hombres. Le quedaban, no
obstante, unos ochenta mil hombres desesperados,
lo cual equivalía a más de doce legiones. Frente a él,
Craso solo contaba con un máximo de ocho legiones,
pero perfectamente entrenadas y sometidas a la
dura y rígida disciplina establecida por este general.
No hay relatos detallados de la batalla final en ninguna fuente,
o al menos no tan detallados como los de Frontino. A los
historiadores antiguos no les importaba tanto relatar el final de
los rebeldes como relatar el final de Espartaco, pues fue
decepcionante que no se le pudiera coger vivo, ni siquiera
exhibir su cuerpo. La narración más completa del final de
Espartaco y de su rebelión está en Plutarco:

334
Craso contra Espartaco
“En primer lugar, cuando le llevaron su
caballo, desenvainó su espada, dijo que como
vencedor obtendría de los enemigos muchos
hermosos caballos; y que, de ser vencido, no lo
necesitaría. Entonces lo degolló. Luego trató de
abrirse paso hasta el propio Craso entre la
multitud de armas y heridos, pero no lo encontró.
Mató, no obstante, a dos de sus centuriones que
se habían
Solo hay una fuente que no sitúa la batalla
68

final en Lucania o en el Silaro: Eutr. 6.7.2, quien la sitúa en Apulia.

335
Juan Luis Posadas

lanzado contra él. Finalmente, los que estaban


con él huyeron; pero él resistió frente a los muchos
enemigos que lo rodearon y se defendió hasta la
muerte”. (Plut. Cras. 11.9-10)

Más adelante hablaremos del mito de que


Espartaco no murió en la batalla, porque todos los
autores confirman este dato. El relato de Apiano, no
obstante, arroja cierta indeterminación al
mencionar que no se halló el cadáver de Espartaco,
quizá un recurso retórico o literario del abogado
alejandrino. Este relato es también bastante
minucioso:

“En el curso de la batalla, que fue larga y


sangrienta como cabía esperar de tantos miles de
hombres desesperados, Espartaco resultó herido
en el muslo por una lanza y, doblando la rodilla en
tierra y cubriéndose con el escudo, se defendió
de sus atacantes hasta que él y una gran masa de partidarios suyos
fueron cercados y perecieron. Entonces el resto de su ejército huyó
en desbandada y cayó en masa, hasta el punto de ser imposible
contar el número de muertos. Los romanos perdieron mil hombres, y
no se encontró el cadáver de Espartaco”. (App. BC 120)

El último relato, mucho más reducido y menos


creíble en general, de la batalla del rio Silaro, es el
de Floro:

“Lanzándose finalmente al ataque, se arrojaron


a una muerte digna de hombres valientes y, cual
convenía con un gladiador por jefe, se luchó sin
cuartel. El propio Espartaco, luchando en primera
fila con gran valor, cayó como un general”. (Flor.
Ep. 2.8.13-14)

336
Craso contra Espartaco
Vamos a comentar estos tres textos. Los rasgos
comunes son la valentía de los rebeldes, su muerte en
masa, y cómo Espartaco luchó en primera fila en el
relato de Floro, intentando acercarse a Craso en el
texto de Plutarco, o luchando a la desesperada hasta
ser despedazado por los romanos en el de Apiano.
Pero hay algunas diferencias que conviene
esclarecer.

337
Juan Luis Posadas

En Plutarco, Espartaco mata a su caballo antes de


comenzar la batalla. Esto ha sido interpretado de dos
maneras. Según Plutarco, quería mostrar ante sus
hombres que no necesitaría su caballo en la batalla.
Lo más probable es que quisiera combatir como un
infante para morir si la batalla se torcía, y para no
utilizar el caballo en la huida del campo del honor. Si
un general combatía pie en tierra, sus hombres se
sentirían enardecidos por el ejemplo y difícilmente le
abandonarían. Sin embargo, algunos autores han
señalado que el degüello del caballo de Espartaco
podría tener un significado ritual, pues el sacrificio
de caballos está documentado como un rito
indoeuropeo presente también en la cultura tracia
de la que provenía el propio Espartaco69.
Otra diferencia es que Plutarco y Apiano señalan
que, tras la muerte de Espartaco, su ejército huyó a
la desbandada. Floro, sin embargo, nada dice al
respecto. Es más probable que la huida de los restos
del ejército de Espartaco, pues huida hubo, se
iniciase antes de la muerte de su general, y no
tuviera nada que ver con ella. Entre una multitud
de más de ciento veinte mil hombres combatiendo
(entre romanos y rebeldes), en un frente de miles de
metros cuadrados, es difícil saber si un hombre en
particular, y más si no estaba claramente
identificado por estar montado a caballo, había
caído o no.
Porque la otra conclusión que se puede obtener
de los tres relatos es que Espartaco murió en la
batalla. Aunque la mención de Apiano a que no se
encontró su cadáver alimentara el mito de Espartaco
mucho después, casi todas las fuentes confirman el hecho de que
el líder tracio cayó en la batalla del río Silaro. Así, por ejemplo,
Salustio dice que Espartaco “fue muerto mientras se defendía

338
Craso contra Espartaco
encarnizadamente, vendiendo cara su vida” (Sal. Hist. 4.41);
Livio confirma el mismo hecho con las palabras “después
terminó la guerra contra Espartaco, siendo muertos sesenta mil
hombres y el propio Espartaco” (Liv. Per. 97.2). Ateneo reflexiona
sobre que “si no hubiera sido muerto en la batalla en la que
luchó contra Licinio Craso, hubiera supuesto un serio peligro
para mis conciudadanos” (Aten. Deiph. 6.273). Y Orosio, que
“por último,
69
R. Kamienik, “Über das angebliche Rossopfer
des Spartakus”, Eos 57, (1967-1968), pp. 282- 287. En Flor. Ep.
2.26.13-16 aparece un líder tracio, hacia el año 29 a.C., sacrificando
su caballo antes de la batalla.

339
Juan Luis Posadas

(Craso) abatió a Espartaco enfrentándose a él en


combate abierto y, juntamente con él, a la mayor
parte de las tropas de los desertores” (Oros. Hist.
5.24.7). Si tan seguros se muestran todos estos
autores, con la autoridad además de que las
primeras noticias de la muerte de Espartaco están
en las fuentes primarias, Salustio y Livio, es
porque el cadáver apareció y se pudo comprobar
fehacientemente que Espartaco estaba muerto. Ni
su cadáver desapareció ni, como aparece en la
novela de Fast y en la película de Kubrick,
Espartaco fue crucificado a las puertas de Roma.
Queda claro, pues, que Espartaco murió en la
batalla. Pero, ¿cuántos murieron con él? Las cifras
en este caso también son confusas. La mayoría de
las fuentes hablan de una enorme cantidad de
muertos, por lo menos setenta mil70. También hay
referencias a unos seis mil prisioneros71 y a más de
cinco mil que consiguieron escapar72. Pero otras
fuentes hablan de menos muertos. Plutarco, por
ejemplo, en su relato de la vida de Craso, no
menciona la cifra de rebeldes muertos. Pero en la
vida de Pompeyo dice que fueron doce mil
trescientos, lo cual claramente es una confusión
con los caídos en una batalla anterior, ya
mencionada. Hay fuentes que hablan incluso de
cifras sin referencias anteriores, como los cuarenta
mil ochocientos que cita Veleyo Patérculo73. Lo más
probable es que la cifra de muertos fuera imposible
de contabilizar, que es lo que dice Apiano, pero que
se acercara a los setenta mil de Livio, el autor más próximo a
los acontecimientos de los que han dejado escrito algo sobre el
tema.
Sin embargo, la rebelión no acabó totalmente aquí.
Además de los seis mil prisioneros tomados en el campo de
batalla citados por dos fuentes tan diferentes como Apiano y
340
Craso contra Espartaco
Orosio, hemos visto en los textos que una parte de los rebeldes
logró escapar. La cifra de los fugados también es motivo de
controversia. Plutarco, en los pasajes citados anteriormente, se
refiere solo a los cinco mil que logró aniquilar

70
Liv.
Per. 97.2, Oros. Hist. 5.24.7.
App. BC 2.120, Oros. Hist.
71

5.24.7. Plut. Cras . 11.11,


72

Plut. Pomp. 21. Vel. Pat.


73

2.30.4.

341
Juan Luis Posadas

Pompeyo cuando llegó al teatro de operaciones.


Apiano dice algo más interesante:

“Sin embargo, todavía quedaba en las montañas


un gran número de sus hombres que había huido
de la batalla, contra los cuales se dirigió Craso.
Estos se dividieron en cuatro partes y continuaron
luchando hasta que perecieron todos a excepción
de seis mil”. (App. BC 2.120)

Es decir, los fugados debieron de ser muchos


más, pues Apiano dice que a todos los aniquiló
Craso, y que estos se habían dividido en cuatro
partes. También Apiano refiere que los seis mil
prisioneros procedían de estos fugados, y no de los
del campo de batalla. Sin duda, Apiano no cita a los
rebeldes muertos por Pompeyo de
manera consciente, pues esta acción
del joven general fue muy famosa en
su tiempo, ya que le quitó parte del
mérito a Craso. La clave de todo esto
está en Orosio:

“Los restantes gladiadores que, escapados en esta guerra andaban


errantes, fueron eliminados en persistentes persecuciones por distintos
generales”. (Oros. Hist. 5.24.8)

Es decir, que los grupos de fugados fueron varios, y


algunos de ellos no fueron eliminados ni por Craso ni
por Pompeyo después. Hubo rebeldes de Espartaco
que sobrevivieron convirtiéndose en bandoleros
montaraces y cimarrones, hasta el año 60 a.C. por lo
menos. El último grupo, al parecer, fue eliminado por
Octavio, el padre del posterior emperador Augusto,

342
Craso contra Espartaco
en ese año:

“(Octavio) al término de su pretura, obtuvo por


sorteo Macedonia y, en su viaje de camino a esta
provincia, aniquiló a los esclavos fugitivos restos de
las tropas de Espartaco y Catilina, que ocupaban el
territorio de Turio, misión que se le había
confiado en el Senado con carácter
extraordinario”. (Suet. Aug. 3.1)

343
Juan Luis Posadas

Por ese triunfo, Octavio recibió el sobrenombre de


Toranio, lo que está atestiguado por la epigrafía74,
sobrenombre que heredó su famoso hijo, al menos
durante su infancia75. Llamo la atención,
finalmente, sobre Turios, que no solo fue,
posiblemente, la capital de los rebeldes, sino su
último refugio.
En conclusión, si sumamos los fugados eliminados
por Craso a los seis mil prisioneros, más los cinco
mil aniquilados por Pompeyo y a los que pudieron
eliminar los diferentes oficiales romanos a lo largo
de los once años siguientes, hasta la época de
Octavio (quien tuvo que acabar con bastantes para
recibir un sobrenombre derivado de tal victoria),
podemos suponer que casi veinte mil rebeldes
escaparon de la batalla con vida.
La rebelión iniciada en Capua dos años antes, en
la primavera del año 73 a.C. (o en el verano), había
acabado a menos de cien kilómetros de allí. Los
rebeldes llegaron a movilizar cientos de miles de
hombres, mujeres y niños. Muchos de ellos cayeron
en la docena de batallas acontecidas en la guerra.
El resto fue aniquilado en la última y más
sangrienta de todas, la del río Silaro. Y algunos
acabaron siendo “cazados” en los montes, o hechos
prisioneros. Ahora bien, ¿qué fue de estos?
Lo normal tras una guerra servil, había pasado
en la primera y en la segunda, y, en general, tras
“cazar” a los grupos de esclavos fugitivos que se
escapaban de sus haciendas, era devolverlos a sus
propietarios para que ellos hicieran justicia. Hay
innumerables ejemplos de ello en la epigrafía de los papiros de
Oxirrinco, en Egipto76. Otro ejemplo es el de un pretor romano
en Sicilia en el año 130 a.C., quien no solo dejó grabado en piedra
las millas de vías que construyó, sino cómo “cazó” a
novecientos fugitivos y los devolvió a sus propietarios77. Los que

344
Craso contra Espartaco
no pudiesen ser identificados o sus propietarios no
apareciesen, podían ser vendidos o, en caso de haber
participado en acciones violentas
74
GIL 6.41026: “C[aio] Toranio”.
Suet. Aug. 7.1: “Le pusieron en su infancia el sobrenombre de Turino
75

(Thurinus) en memoria del origen de sus antepasados, o bien porque


fue en la región de Turio donde su padre Octavio, a poco de nacer él,
llevó a cabo felizmente su empresa contra los esclavos fugitivos”. Véase
76

los que documenta B.D. Shaw, Spartacus, pp. 55-60.


GIL 10.6950: “Cuando fui pretor en Sicilia di caza a esclavos fugitidos
77

que pertenecían a itálicos y devolví novecientos diecisiete hombres a


sus propietarios”.

345
Juan Luis Posadas

contra Roma, ser crucificados78. Que es lo que ocurrió


en las guerras serviles de Sicilia.
La crucifixión de los seis mil rebeldes en la Vía
Apia desde Capua hasta Roma es, sin duda, la
imagen más potente que muchos tienen de la
rebelión de Espartaco. Las novelas y la película de
Kubrick insistieron mucho en esto79. Curiosamente, si
volvemos la mirada a las fuentes, ni Plutarco, ni
Livio, ni Orosio ni Floro aluden a este episodio. Solo
Apiano:

“Continuaron luchando hasta que perecieron


todos a excepción de seis mil, que fueron
capturados y crucificados a lo largo de todo el
camino que va desde Capua a Roma.” (App. BC
2.120)

No dudo de que hubo crucificados entre los


supervivientes, pero el hecho de que solo sea
Apiano, un abogado muy posterior a los hechos,
quien transmite el dato, y de que Apiano no
mencione para nada los fugitivos derrotados por
Pompeyo, o los supervivientes que siguieron en la
zona, incluso que no mencione que hubo rebeldes que
escaparon, hace que este testimonio de las seis mil
cruces de Capua a Roma sea bastante inverosímil. Es
más factible que los supervivientes que no fueron
reclamados por sus dueños fueran sometidos al
suplicio de la cruz, pero en el campo de operaciones,
no a lo largo de un camino tan transitado como el
que discurría entre Capua y Roma, un camino de más
de doscientos kilómetros en el que crucificar a seis mil prisioneros
supondría instalar una cruz cada treinta y tres metros. Un
espectáculo así tendría que haber dejado algún testimonio
literario, como el que hemos visto en Horacio referente a la

346
Craso contra Espartaco
reputación como ladrón de Espartaco.
La rebelión de los setenta y cuatro gladiadores de Capua,
liderados por Espartaco, Crixo y Enomao, había acabado.
Durante dos años, entre la primavera-verano del 73 a.C. y la
primavera del 71 a.C., más

78
S.R. Llewelyn, “The Government’s Pursuit of
Runaway Slaves”, en S.R. Llewelyn, New documents illustrating
early Christianity, Grand Rapids, 1998, pp. 9-46.
En general, la historiografía contemporánea no pone en duda la historia:
79

A.M. Ward, Marcus Crassus, p. 97; N. Fields, Spartacus, pp. 79-81; B.


Strauss, La guerra, pp. 231-237.

347
Craso contra Espartaco

de doscientos mil rebeldes (esclavos, pastores,


vaqueros, campesinos) se habían sumado a
Espartaco y habían cruzado Italia de sur a norte y
de norte a sur en dos viajes de ida y vuelta. Habían
devastado aldeas y pueblos, aunque solo pudieron
tomar dos o tres ciudades de tamaño medio. Los
rebeldes llegaron a amenazar la propia Roma. En el
camino habían quedado ciento cincuenta mil
hombres, mujeres y niños, y varios miles de
romanos80. Los rebeldes habían derrotado a tres pre-
tores, dos cónsules, un procónsul, para ser vencidos
a su vez por un promagistrado semiprivado, Marco
Licinio Craso. Los supervivientes, que los hubo, a
pesar de la cruel persecución contra los huidos de la
batalla, se dedicaron al bandidaje en el sur de Italia
durante al menos otros diez años. Algunos otros, los
que pudieron, quizá escaparon a Roma para unirse
al proletariado urbano. Otros líderes se pondrían a
la cabeza de su desesperación en los años
siguientes: Catilina y, sobre todo, Julio César.

348
Craso contra Espartaco

349
Craso contra Espartaco

80
N. Fields, Spartacus, p. 75.

350
JuAn Luis
PosADAs

351
EpíLoGo

Como ha ocurrido en tantas ocasiones a lo largo


de la historia, la muerte del hombre solo fue el final
de su historia, pero también el comienzo de su
leyenda. Si ese hombre había tenido una significa-
ción mística o política especial, la leyenda podía
llegar a convertirse en mito. Sin duda, los
vencedores de Espartaco, Craso y Pompeyo (lo
veremos más adelante) obtuvieron un importante
rédito de su victoria, transformándola en votos para
las elecciones al consulado del año siguiente, y en
prestigio personal, en auctoritas, una fuente
inagotable de clientelas políticas y de amistades
personales que constituía la base del poder en la
Roma republicana. Pero Craso y Pompeyo no
llegaron, ni mucho menos, a serleyendas o mitos.
Como he mencionado, Craso y Pompeyo
utilizaron su victoria sobre Espartaco
inmediatamente después de su victoria frente a los
rebeldes. En primer lugar, al triunfo de Pompeyo
sobre Sertorio (y también por haber acabado de
raíz con Espartaco, como él mismo se jactó ante el
Senado1), solo pudo oponer Craso una ovación. Este
“triunfo menor” consistía en lo siguiente:

“En este el que triunfa no va en carroza de


cuatro caballos, ni se le corona de laurel, ni se le
tañen trompas sino que marcha a pie con calzado
llano acompañado de flautistas en gran número y
coronado de mirto, como para mostrarse pacífico y
352
benigno, más bien que formidable”. (Plut.
Marcel. 22.2) 2

El insulto a la dignidad de Craso era evidente: Pompeyo,


que ni
siquiera era senador ni había ostentado cargo alguno en la
República
Plut. Cras. 11.8; Plut. Pomp. 21.3. Apiano no dice nada de esto.
1

Traducción de A. Ranz Romanillos, Plutarco: Vidas paralelas,


2

Barcelona, Iberia, vol. 2, 1979, p. 118.


Juan Luis Posadas

más que el que él se había otorgado a sí mismo con


la fuerza de las armas, desfilaría en triunfo por
Roma; y él, un propretor con imperio proconsular,
solo obtendría una ovación. Aún así, parece que a
Craso le repugnaba incluso eso, pues consideraba
poco digno triunfar en una guerra contra esclavos.
Eso dice Plutarco, pero sabemos por otras fuentes
que Craso intentó adornar su ovación para hacerla
pareja al triunfo de su rival Pompeyo: solo consiguió
del Senado que la corona de mirto fuese sustituida
por una de olivo, igual a la corona triunfal de
Pompeyo3.
Tras el triunfo y la ovación, ambos presentaron su
candidatura al consulado del año 70 a.C., y ambos
obtuvieron dicho cargo, pese a que solo Craso
cumplía con los requisitos constitucionales para ello.
Craso no sobrevivió más que dieciocho años a
Espartaco. Murió en Carras (Harran, Turquía),
combatiendo a los partos, y su cadáver fue profanado
y vilipendiado por sus ejecutores. Pompeyo vivió un
poco más, hasta el año 48 a.C., pero también murió
malamente en Oriente, decapitado por un romano al
servicio de un rey egipcio. Curiosamente, los
asesinos de Pompeyo y de Craso cortaron la cabeza a
estos generales y la utilizaron para fines edificantes
(para sus enemigos). Espartaco compartió, pues, el
carácter moralizador de su muerte con sus
matadores.
Pero Espartaco murió solo como ser vivo, como
hombre. Su muerte dio paso a varias tradiciones
historiográficas, por un lado, de las que los relatos
de Salustio y de Tito Livio son herederos; y a otros
relatos populares, de los que, quizá, el graffito de
Pompeya y los poemas de Horacio son ecos.
En esta construcción de la leyenda de Espartaco, Cicerón
parece ser una buena muestra. Sus discursos contra Verres,

354
pronunciados un año después de la muerte de Espartaco, no
mencionan a este por su nombre en ninguna ocasión. La
rebelión por él protagonizada solo
recibeenestas Verrinas elnombrede“guerradelosfugitivos”. SerámásadelantecuandoCicerónutilice
elnombredeEspartaco,pero
solo como sinónimo de bandido, de asesino, de perturbador de la paz,
3
Pomp. Cras. 11.8 no dice nada al respecto. Sí lo
hacen Cic. Pis. 58, Plin. NH 15.125 y Gel. NA 5.6.23.
EpíLoGo

para lanzárselo, como insulto, a su enemigo Marco


Antonio durante los meses posteriores a la muerte
de César. Entre el año 70 a.C. de las Verrinas y los
años 44-43 a.C. de las Filípicas, es decir, entre no
mencionar a Espartaco y hacerlo como sinónimo
de bandido, pasaron veintiséis años. Fue en esa
época, sin duda, en que la leyenda de Espartaco, la
representada por la tradición popular, se fue
haciendo realidad. Porque es a esa leyenda de
Espartaco como ladrón, la misma a la que hizo
alusión Horacio en el texto ya comentado en su mo-
mento, a la que se refiere, sin duda, Cicerón. Otro
autor que puede considerarse heredero de esta
tradición popular favorable a Espartaco es Varrón,
quizá ya en los años 60 o 50 a.C. Varrón se refiere
a él con simpatía, mostrándole como injustamente
condenado ad gladiatorium. Es posible, pues, que
de esta época daten los aspectos positivos de la
personalidad de Espartaco, su valentía, su
generosidad, su vida azarosa, su muerte ejemplar.
Una tradición de la que, como veremos, también
bebieron historiadores posteriores como Plutarco o
Apiano.
A la vez que los desposeídos de Italia, de los que
Horacio y el anónimo dibujante de paredes en
Pompeya eran buenos ejemplos, construían su mito
del buen ladrón, del Robin Hood, los analistas y los
cronistas de la Roma republicana comenzaban a
escribir sus historias sobre Espartaco. El hecho de
que el primero cronológicamente que se nos ha
conservado parcialmente sea Salustio, quien escribió unos
treinta y tres años después de la muerte de Espartaco, no
significa que no hubiera textos anteriores sobre la rebelión.
Gayo Licinio Macro, un analista contemporáneo de la rebelión y
que escribió unas Historias que llegaban hasta su muerte en el

356
EpíLoGo

año 66 a.C., tuvo que referirse ampliamente en su obra perdida a


esta rebelión4. Licinio Macro fue un tribuno de la plebe
precisamente en los años de la rebelión de Espartaco (o un
poco antes), y sus intereses estaban con la facción popular. Su
vinculación, pues, estaba más con Pompeyo que con su
enemigo
4
Sobre Licinio Macro, véase a H. Peter,
Historicorum romanorum Reliquiae, Leipzig, Teubner, 1914, vol. I,
pp. 350-365. Sus fragmentos están recogidos en la misma obra, vol. II,
pp. 298- 307. Hay un fragmento no recogido por Stampacchia en su
recopilación de textos sobre Espartaco, el 23 Peter, del libro XXI de
Licinio Macro, que puede hacer referencia a la crucifixión de los
espartaquíadas: Deligata ad patibulos deligantur et circumferuntur,
crucidefiguntur.

357
Juan Luis Posadas

Espartaco. No esperemos, pues, de los analistas


tardíos simpatía por el rebelde tracio o por su causa.
De estas fuentes hostiles a la rebelión bebieron los
historiadores posteriores, como Salustio o Tito Livio.
A esta doble tradición sobre Espartaco, la popular
y la analística, podríamos añadir la circunstancia
coincidente de que casi todos los autores que han
llegado a nosotros con relatos sobre Espartaco proce-
dían geográficamente de zonas afectadas por la
rebelión, o cercanas a los lugares por donde los
rebeldes pasaron en algún momento en sus viajes de
saqueo y destrucción y, por tanto, no podían
compartir con estos ni sus fines ni sus métodos.
Cicerón era de Arpino, Salustio de Amiterno,
Horacio de Venusia, Livio de Padua (adonde no
llegaron los rebeldes, ya que se quedaron en la
cercana Módena), Veleyo de Campania... Esta
característica biográfica de las fuentes influyó, sin
duda, en su animosidad contra Espartaco, de la que
también beberían autores posteriores a los
acontecimientos como Plutarco, Apiano, Floro u
Orosio. Es curioso, por otra parte, que Horacio o
Veleyo, hombres procedentes de las clases bajas o
medias de la población de Lucania y Campania,
transmitan una imagen no muy negativa de Es-
partaco: ¿fue porque este perjudicó más a los ricos
que a los pobres, muchos de los cuales se le
unieron?
El caso, pues, es que se conformó una doble
tradición: una favorable a Espartaco formada por
relatos populares, mitos y leyendas, y quizá también
por algunos autores e historiadores; y una
desfavorable a los rebeldes, aunque no tanto a su
líder, formada por los propietarios afectados por las
destrucciones, de los que Cicerón sería un ejemplo

358
EpíLoGo

inmejorable, y por historiadores y escritores procedentes de las


zonas que sufrieron el paso destructivo de los rebeldes.
Durante los siglos siguientes, ambas tradiciones se
desarrollaron en paralelo. Los autores del siglo ii d.C.,
Plutarco, Apiano y Floro, compartían, en general, su repulsa a la
rebelión, pero mezclaron esta posición historiográfica con su
admiración por la personalidad de Espartaco y por la
ejemplaridad de su muerte. Apiano, en este caso, es
fundamental. Su relato de la crucifixión de los supervivientes en
el camino de Capua a Roma calaría en el imaginario popular. El
hecho de que las siguientes fuentes sobre Espartaco, sobre
todo Paulo Orosio,

359
EpíLoGo

sean del siglo y d.C., y de carácter cristiano, indica


que la posibilidad de que Espartaco compartiera la
misma muerte en la cruz con el propio Jesús hizo de
él una especie de precedente: a la vez que estos
autores deploraban las muertes y sufrimientos
provocados por la rebelión, transmitieron una
imagen heroica de Espartaco. Esta, a la postre, ha
llegado hasta nosotros gracias a la novelística
interesada de Fast y a la filmografía de Kubrick5.
Pero la verdad sobre Espartaco no se sabrá
nunca, por más que nos esforcemos los
historiadores en desvelarla. La verdad fue en esta
guerra, como en todas, la primera víctima de la
misma. Ni sabemos el origen de Espartaco, ni su
edad, ni sus peripecias vitales antes de la rebelión, ni
por qué se convirtió en su líder, ni si tuvo mujer o
descendencia, ni siquiera si realmente murió en la
batalla o si fue crucificado o incluso si escapó con
vida a la masacre. Poco más sabemos de sus
compañeros en la guerra: los esclavos, los pobres
campesinos y los que se les unieron. Ni siquiera hay
rastros arqueológicos claros de la existencia de la
rebelión. Si los historiadores no la hubieran
recogido, podría incluso dudarse de ella Lo que sí
sabemos es que la rebelión de los esclavos y los pobres de Italia
del sur no se repitió durante el resto de historia de la
República. Y también que la región tardó años, si no siglos, en
reponerse de esta guerra. El Estado romano había vencido y
sus victoriosos generales obtuvieron en premio un año de
gobierno como cónsules. Pero ellos pasaron simplemente a la
historia. Espartaco y sus rebeldes pasaron a ser leyenda y,
todavía más, mito.

360
EpíLoGo
5
Precisamente, el comienzo de Espartaco hace
referencia al inicio de la rebelión años antes de la muerte en la cruz de
Jesús como medio de salvación de los oprimidos.
REpErTorio DE TEXTos
(por orDEN croNoLóGico)

La lista de menciones a Espartaco en los autores


clásicos es enorme. En este repertorio solo vamos a
transcribir las más importantes pero a ellas habría
que añadir varias más de Cicerón, Diodoro, Horacio,
Ce-cilio, Lucano, Plinio el Viejo, Tácito, Floro, Ampelio,
Frontón, Gelio, Porfirio, Julio Capitolino, Juliano el
apóstata, Temistio, san Jerónimo, Pacato, Amiano
Marcelino, Símaco, Sinesio de Cirene, Claudiano,
san Agustín y Sidonio Apolinar1. Algunos de estos
textos han sido citados en los capítulos precedentes
con sus traducciones.

SiGLo i a.C.
CicEróN: Verrinas 5 2 5 6 (traducción de J.M.
. . -

Requejo Prieto, M. Tulio Cicerón: Discursos,


Verrinas, Madrid, Ediciones Clásicas, vol. ii, 1990,
p. 225).
¿Qué dices? ¿Que Sicilia se libró de la guerra de
los esclavos fugitivos por tu valentía? Gloria insigne
y honrosas palabras, pero, ¿qué guerra, al cabo?,
pues nosotros tenemos noticia de que, después de
aquella guerra que liquidó Manio Aquilio, no hubo en
Sicilia ninguna guerra de esclavos fugitivos. Pero la
hubo en Italia. De acuerdo, y grave por cierto, y
violenta. ¿Conque pretendes obtener alguna
porción de gloria de aquella guerra? ¿Acaso crees
que la aureola de aquella victoria está compartida
por ti con Marco Craso o Gneo Pompeyo? No creo

362
que le falte a tu descaro el que te atrevas a decir algo semejante.
Impediste, sin duda, que los contingentes de fugitivos pudieran
pasar de Italia a Sicilia. ¿Dónde, cuándo, de qué parte? ¿Cuándo
intentaban acercarse con balsas o con naves? Nosotros, desde
luego, no hemos oído nada en absoluto, excepto aquello de que
gracias al valor y a la estrategia de un hombre esforzadísimo,
Marco Craso, se logró que
1
La relación exhaustiva de todos estos testimonios en sus lenguas
originales puede consultarse en G. Stampacchia, La tradizione, pp.
163-199.
Juan Luis Posadas

los esclavos fugitivos no pudieran pasar a Mesina por


el estrecho con barcas unidas, intento del que
aquellos no hubieran tenido por qué ser rechazados
con tanto esfuerzo si se hubiera creído que se había
colocado en Sicilia alguna guarnición para oponerse
a su llegada.
Pero, aunque había guerra en Italia tan cerca de
Sicilia, en Sicilia, en cambio, no hubo. ¿Qué tiene
de extraño? Ni siquiera cuando la hubo en Sicilia,
con la misma distancia, ningún chispazo de esa
guerra pasó a Italia. En efecto, ¿en qué sentido se
aduce en esta ocasión la proximidad geográfica?
¿En que el acceso era fácil para los enemigos o
peligroso el contagio de una guerra susceptible de
imitación? Todo acceso resultaba a los hombres, no
ya dificultoso, sino impracticable sin contar con
naves, de forma que a aquellos a quienes dices que
Sicilia estaba próxima les era más fácil llegar al
Océano que acercarse a Peloro.
Por otra parte, el contagio ese de una guerra de
esclavos, ¿por qué se pregona por tu parte más que
por la de todos aquellos a quienes correspondió el
gobierno de las demás provincias? ¿Tal vez porque en Sicilia ya
hubo antes guerra de esclavos fugitivos? Pero esta es precisa-
mente una causa por la que esa provincia está y ha estado en el
menor peligro, pues, tras marcharse de allí Manio Aquilio, las
disposiciones y edictos de todos los pretores fueron del tenor
de que no hubiera ningún esclavo con armas.

Varrón: Obra desconocida, citado por Carisio


1 133 ed. Keil (traducción propia).
.

Aunque era inocente, Espartaco fue condenado a ser gladiador.

César: Guerra de las Galias 1 40 4 6 (traducción de


. . -

364
J. Calonge-H. Escolar-V. García Yebra, Julio César: La
guerra de las Galias, Madrid, Gredos, 2010, pp. 60-
61).

Y si, movido por un furor demente, hacía la guerra,


¿por qué habían de temer?, ¿o por qué desconfiaban
de su propio valor o de la vigilancia de César? Ya se
había probado a este enemigo en tiempo de nuestros
Juan Luis Posadas

padres, cuando, derrotados por Gayo Mario los


cimbrios y teutones, había cosechado el ejército
laureles no inferiores a los de su general; y
recientemente en Italia, en la sublevación de los
esclavos, los cuales, sin embargo, tenían a su favor la
pericia y disciplina que habían aprendido de nosotros.
De lo cual podía deducirse cuán grandes eran las
ventajas que la constancia llevaba consigo, pues a los
mismo que al principio habían temido, a pesar de estar
sin armas, habíanlos vencido más tarde armados y
victoriosos.

Salustio: Historias 3.90-106, 4.20-41 y 5.1-2


(traducción de J.L. Posadas, Gayo Salustio Crispo:
Fragmentos de las Historias, Madrid, Ediciones
Clásicas, 2006, pp. 168-175, 183-187 y 207).

3.90: Espartaco, príncipe de los gladiadores


escapados de los juegos, en número de setenta y
cuatro.
3.91: Estaba dotado de una fuerza y un ánimo
ingentes.
3.92: Alcanzó los pies del monte.
3.93: Si encontraran resistencia, sería preferible
morir por el hierro que por hambre.
3.94: Cosinio se lavaba en la fuente de una villa
cercana.
3.95: En ese momento, como sucede en los más
graves, sobre todo, cada uno recordaba a sus seres
más queridos, a los que aguardaban en casa, y todos,
cada cual en su fila, hacían los últimos preparativos.
3.96: Afilaban y endurecían al fuego las pértigas
que, además de presentar una forma adecuada para
el combate, podían herir igual que las armas de

366
Repertorio de textos
hierro. Mientras los fugitivos se ocupaban de tales cosas, una
parte de los soldados romanos estaban enfermos por aquel otoño
malsano, y no se había alistado nadie más, a pesar de la dureza
del edicto del pretor, tras las recientes deserciones. Dado que los
que aún quedaban se rebelaban ya de forma criminal contra la
disciplina, Varinio mandó a su cuestor G. Toranio a Roma para que
expusiera la situación real de la campaña. Mientras tanto, instaló
su campamento con cuatro mil voluntarios muy cerca de los
enemigos, protegiéndolo con una trinchera y un foso, y con
robustas fortificaciones.

367
Juan Luis Posadas

Los rebeldes, agotados ya todos sus víveres, para


no dejarse sorprender por un ataque sorpresa de
parte de un enemigo tan cercano, y dado que estaba
este ocupado en montar la guardia y en llevar a cabo
todo lo acostumbrado en la milicia, tras la
medianoche salieron todos con un gran silencio,
dejando solo a un bocinero. Antes de todo ello,
habían plantado delante de la puerta, izados sobre
palos, los cadáveres de los últimos caídos, de tal
forma que parecieran centinelas a la vista de
cualquier observador lejano, y habían encendido
muchas hogueras, para asustar y alejar a los
soldados de Varinio [...] Luego se alejaron por
lugares impracticables. Pero Varinio, cuando había ya
amanecido, advirtiendo que habían cesado los gritos
de la parte de los fugitivos y, con ellos, el lanzamiento
de piedras a su campamento, así como que el
alboroto, la agitación y el estrépito del enemigo
venían ahora de todas partes, envió unos jinetes a
una colina cercana para que explorasen y
siguiesen cualquier pista. Sin embargo, creyendo
que los fugitivos se habían alejado, y temiendo
cualquier emboscada, se retira en formación
cerrada para reforzar su ejército con nuevos
reclutas. Pero, en Cumas [...] algunos días, los
nuestros, en contra de la tradición, comenzaron a
volverse atrevidos y a soltar la lengua. Y Varinio,
contra todo lo esperado, se dejó arrastrar
incautamente por esa actitud y condujo en marcha
silenciosa contra los campamentos de los fugitivos a
aquellos soldados recién enrolados, inexpertos y
desmoralizados por los males de sus compañeros: en
efecto, ahora estaban callados y no parecían desear
el combate que habían solicitado de forma tan entu-
siasta. De su parte, los gladiadores estaban en un

368
Repertorio de textos
tris de la discordia a causa de ciertas diferencias sobre qué
consejo seguir, ya que Crixo, con sus paisanos galos y con los
germanos, quería descender a campo abierto y tomar la
iniciativa del ataque, mientras que Espartaco (lo desaconsejaba
encendidamente).
3.97: Se encontraron con colonos de Abella, propietarios de
sus campos.
3.98: [...] En el temor de que, dedicándose a las correrías
que estaban haciendo [...] fueran rodeados y exterminados [...]
por lo que debían partir apresuradamente. Unos pocos hombres
prudentes, de ánimo liberal y noble, pensaban que era preciso
retirarse en el modo

369
Juan Luis Posadas

que Espartaco aconsejaba, por lo que aprobaban su


parecer. Otros, en cambio, confiaban estúpidamente
en los refuerzos que llegaban y en su propio
carácter belicoso; y los últimos y más numerosos,
olvidados vergonzosamente de su patria, nada
alejados de su mentalidad servil, no querían sino
robos y sangre [...] parecía el mejor partido.
Además, les exhorta a ir hacia tierras más
espaciosas y más ricas en ganados, donde pudieran
aumentar sus efectivos de combatientes antes de la
llegada de Varinio a la cabeza de un ejército
renovado; y consigue a toda prisa los servicios de
un buen guía, un prisionero picentino, atraviesa los
montes Eburinos y llega a Nares de Lucania,
entrando secretamente y al alba en Foranio, sin la
más mínima sospecha de los habitantes del lugar.
Y, enseguida, los fugitivos, en contra de las órdenes
de sus jefes, comenzaron a violar a las jóvenes y a
las viejas y otros hacían burla de los que aún vivían,
les hurgaban en sus heridas de un modo atroz, sin
cuidarse tampoco de los que agonizaban con el
cuerpo mutilado. Otros aplicaban fuego a las casas,
y muchos esclavos de aquel lugar, aliados de los
invasores en virtud de su índole servil, sacaban
fuera de sus escondrijos los tesoros de sus señores,
y a los señores mismos: nada, en suma, parecía
inviolable o sacrílego al furor y a la bajeza servil de
aquellos bárbaros. Espartaco, imposibilitado para
evitar esos excesos, aún les rogaba de todas las
formas posibles para que se dispusieran a la fuga
[...] los mensajeros [...] atraerse su odio.

Yellos,ocupadosencruelescarnicerías[...]Trashaberdescansado allíduranteundíay

unanoche,redobladossussecuaces,dejóelcampa-
mento al despuntar el alba y se instaló en una

370
Repertorio de textos

campiña bastante cercana, donde (puso en fuga) a los colonos


que habían salido fuera de sus casas, dándose todos a cultivar los
campos trigueros en aquellos meses otoñales. Los habitantes de
la zona, en pleno día, y viendo huir a sus vecinos, comprendieron
que los rebeldes se aproximaban y, con todos los suyos, se
refugiaron (en los montes cercanos).
3.99: En todo el territorio lucano, solo había un hombre que
conociera aquellos lugares, un cierto Publípor.
3.100: Estarían seguros solo en aquellos lugares en que se
encontrasen armados.
3.101: Despojaron (a los muertos) de sus armas y caballos.

371
Juan Luis Posadas

3.102: Estos, habituadísimos a la práctica de


aquellos lugares y a trenzar recipientes rústicos con
mimbres, en aquella circunstancia – dada la
carencia de escudos– recurrieron a aquel artificio y
se fabricaron escudos similares a los de los jinetes.
3.103: Las pieles apenas desgarradas se adherían
(al enrejado) casi como una cola de pegar.
3.104-105: Los germanos cubrieron sus cuerpos
desnudos con renones. [...] llaman renones a
vestimentas hechas con pieles.
3.106: En el mismo tiempo, Léntulo, que
defendía en doble fila con gran ardor un lugar
elevado al precio de graves pérdidas, cuando
comenzaron a llegar los bagajes y a ver los mantos
de los soldados, comprendió que se trataba de las
cohortes de vanguardia.
4.20: Tras haber reunido aquellos jumentos, se
dispusieron a volver a la ciudad.
4.21: [...] todos a los que su cuerpo anciano no
contribuía a disminuir su ánimo militar.
4.22: Hizo matar a bastonazos a los que designó la suerte.
4.23: Toda (aquella zona de) Italia, en resumen,
está dividida por dos alturas, el Bruttio y el
Salentino.
4.24: [...] de Italia planas o levemente onduladas.
4.25: Yendo hacia Sicilia, (Italia) tiene una
amplitud máxima de 35 millas.
4.26: Es sabido que, en cierta época, Sicilia
estuvo unida a Italia pero, sucesivamente, la zona
intermedia o bien quedó sumergida por la escasa
elevación del terreno o bien se hundió por su
excesiva debilidad. La curvatura del estrecho se
debe a la mayor suavidad de la costa itálica,
quebrada por los ásperos y altos precipicios de la
costa de Sicilia.
4.27: Los indígenas llaman Escila a un escollo

372
que se eleva sobre el mar, el cual presenta a distancia una
forma similar a la de aquella legendaria criatura,
encontrándose en ella las características del ser mítico, cuerpo
humano con cabezas de perro, las cuales emiten una especie de
ladrido, dada la acción de las olas.
4.28: Caribdis es un vórtice marino que engulle a las naves
que pasan cerca y las traslada, por medio de corrientes
submarinas, a más
REpErtorio DE tEXtos

de sesenta millas de distancia, hasta la playa de


Tauromenio, en donde emergen del fondo del mar
sus restos.
4.29: El promontorio Peloro, de Sicilia, recibió su
nombre del timonel de Aníbal, enterrado cerca de
aquel lugar.
4.30: Bajo los maderos colocaron barriles,
atándolos con cordajes hechos con sarmientos o tiras
de piel.
4.31: Las balsas, chocando unas con otras,
obstaculizaban la maniobra.
4.32: C. Verres fortificó las costas cercanas a Italia.
4.33: Se ocultaron en el bosque Sila.
4.34: Noche y día trabajaban sin tregua.
4.35: [...] en una noche gélida.
4.36: Un destacamento de los nuestros poco
numeroso y despreocupado, en aquel momento, de la
guerra.
4.37: Comenzaron a discutir entre ellos y a no
consultarse nada. 4.38: El sabor de aquel agua no
se diferenciaba en nada del de las fuentes más
dulces.
4.39: Se volvió luego un poco maniático en su
avidez por ponerle fin (a la guerra).
4.40: Mientras, entre que amanecía, dos mujeres
galas salieron al monte para recorrerlo pidiendo que
no les viniese su menstruación.
4.41: Fue muerto mientras se defendía encarnizadamente,
vendiendo cara su vida.
5.1: Invadió de repente aquellos campos indefensos.
5.2: Un número inmenso de hombres de muchos lugares se
juntó entonces contra la ciudad indefensa y llena de gente como
en época de paz2.

Tito Livio: Períocas 95 97 y Fragmento 97 25


- .

374
(traducción de J.A. Vidal Villar, Tito Livio: Períocas-
Períocas de Oxirrinco-Fragmentos, Madrid, Gredos,
1995, pp. 156-157 y 245).

Ubico aquí
2
este fragmento que Maurenbrecher creyó una alusión a la
guerra de Lúculo, pero
que G. Stampacchia, La tradizione, p. 174, sitúa en el contexto de la guerra de Espartaco.
Juan Luis Posadas

Per. 95.2: Setenta y cuatro gladiadores de la escuela


de Léntulo en Capua se escaparon y, después de reunir
una multitud de esclavos y de presos de los ergástulos,
capitaneados por Crixo y Espartaco, desencadenaron
una guerra y vencieron en una gran batalla al legado
Claudio Pulcro y al pretor Publio Vareno.
Per. 96.1: El pretor Quinto Arrio aplastó a Crixo,
jefe de los esclavos fugitivos, y a veinte mil hombres.
Per. 96.2: El cónsul Gneo Léntulo sufrió una
derrota frente a Espartaco.
Per. 96.3: Este mismo venció en una batalla campal
al cónsul Lucio Gelio y al pretor Quinto Arrio.
Per. 96.6: El procónsul Gayo Casio y el pretor Cneo
Manlio sufrieron reveses en su lucha contra
Espartaco, y esta guerra fue confiada al pretor Marco
Craso.
Per. 97.1: El pretor Marco Craso primero combatió
con éxito contra un sector de los esclavos fugitivos que
estaba integrado por galos y germanos, dando muerte
a treinta y cinco mil enemigos y a sus jefes Casto y
Gánico.
Per. 97.2: Después terminó la guerra contra
Espartaco, siendo muertos sesenta mil hombres y el
propio Espartaco.
Frag. 97.25: (De Frontino, Estratagemas 2.5.34)
Cuenta Livio que en aquel combate resultaron muertos, junto
con sus jefes, treinta y cinco mil hombres armados (esclavos
fugitivos derrotados por Craso), y que fueron recuperadas cinco
águilas romanas y veintiséis enseñas y muchos despojos, entre
ellos cinco fasces con sus hachas.

376
S i g l o i d . C.

Veleyo Patérculo: Historia romana 2 30 4


. .

(traducción de M.A. Sánchez Manzano, Veleyo


Patérculo: Historia romana, Madrid, Gredos, 2001,
pp. 129-130).
REPERToRIo DE TEXToS

En tanto que se libraba en Hispania la guerra


contra Sertorio, sesenta y cuatro fugitivos que
habían escapado de la escuela de gladiadores de
Capua, guiados por Espartaco, con las armas que
habían sacado de allí se dirigieron en primer lugar
hacia el monte Vesubio, y más tarde, al irse uniendo
con ellos una gran muchedumbre de día en día,
causaron grandes desgracias en Italia. El número de
ellos creció hasta el punto de que en la última batalla
se enfrentaron cuarenta mil ochocientos hombres al
ejército romano. La gloria de este episodio recayó en
Marco Craso, que después sería el primer ciudadano
en la república [por consenso] de todos.

FRoNTINo: Estratagemas (traducción propia a


partir de la edición de Ch. Bennet, Loeb Classical
Library, 1925).

1.5.20-22: Cuando Marco Craso construyó una


zanja alrededor de las fuerzas de Espartaco, este por
la noche la llenó de los cuerpos de los prisioneros y del
ganado que él había matado, y así marchó a través
de ella. El mismo Espartaco, sitiado en las cuestas de
Vesubio en el punto donde la montaña es más
escarpada y que por eso no estaba custodiado,
trenzó cuerdas de los mimbres de los bosques.
Deslizándose por estas, no solo escapó del asedio,
sino que apareciendo por otro lugar, golpeó con tal
terror sobre Clodio que varias cohortes cedieron el
paso ante una fuerza de solo setenta y cuatro
gladiadores. Este mismo Espartaco, estando
acorralado por las tropas del procónsul Publio Varinio,
colocó estacas a intervalos cortos antes de la entrada
al campamento; luego colocó cadáveres, vestidos

378
REPERToRIo DE TEXToS

con ropa y armados, y los ató a las estacas para dar el aspecto de
centinelas, vistos a la distancia. También encendió fuegos en
todas partes del campamento. Engañando al enemigo con este
espectáculo vacío, Espartaco al finalizar la noche condujo
silenciosamente a salvo a sus tropas.
2.4.7: Cerca de la ciudad de Camalatrum, durante la guerra
contra los esclavos fugitivos, Licinio Craso planeó conducir sus
tropas contra Casto y Gánico, los líderes de los galos. Envió doce
cohortes bajo el mando de sus legados Gayo Pomptinio y
Quinto Marcio Rufo para

379
JuAN Luis POsADAs

rodear por detrás la montaña. Cuando la batalla ya


había comenzado, esos hombres aparecieron de
repente a espaldas del enemigo con tal estruendo
aterrorizador que los fugitivos se escaparon en todas
direcciones del campo de batalla y no pudieron
terminar la lucha.
2.5.34: En la guerra contra los esclavos fugitivos,
Craso construyó estacadas defensivas alrededor de
sus dos campamentos que estaban localizados cerca
del enemigo, muy próximo al monte Cantena. En-
tonces, una noche, avanzó con sus tropas para
situarlas en la base de la montaña mencionada,
dejando su tienda de general en el campamento más
grande, para engañar al enemigo. Entonces,
dividiendo su caballería en dos secciones, ordenó a
Lucio Quintio que atacara a Espartaco con una parte
de sus tropas, para confundirle con un ataque frontal.
Con la otra parte atrajo al combate a los galos y a los
germanos, liderados estos por Casto y Gánico. Se
trataba de fingir una retirada para atraerlos a todos
al lugar donde Craso había colocado a sus tropas en
orden de batalla. Cuando los bárbaros persiguieron
a las fuerzas de Quintio, la caballería romana atacó sus flancos.
Entonces, la línea romana de infantería cargó contra los
enemigos con furia y con un terrible griterío. Livio reporta que
treinta y cinco mil hombres, entre ellos sus líderes, murieron en
aquella batalla. Cinco águilas romanas y veintiséis estandartes
fueron recuperados, junto con muchísimo botín, incluyendo cinco
fasces con sus hachas.

SiGLO ii D.C.

380
REPERToRIo DE TEXToS

SuETONiO: Augusto 3 1 (traducción de R.M.


.

Agudo, Suetonio: Vidas de los doce Césares, vol. I,


Madrid, Gredos, 1992, p. 178).

(El padre de Augusto, Octavio) al término de su


pretura, obtuvo por sorteo Macedonia y, en su viaje
de camino a esta provincia, aniquiló a los esclavos
fugitivos restos de las tropas de Espartaco y Catilina,
que ocupaban el territorio de Turio, misión que se le
había confiado en el Senado con carácter
extraordinario.

381
PLUTARCo: Vida de Craso 8 11 (traducción de A.
-

Ledesma, Plutarco: Vidas paralelas, vol. V, Madrid,


Gredos, 2007, pp. 353-361).

La sublevación de los gladiadores y el pillaje de


Italia que se conoce, en general, como guerra de
Espartaco comenzó por el motivo que voy a explicar
a continuación. Un cierto Léntulo Batiato
adiestraba en Capua gladiadores, en su mayoría
galos y tracios, que no eran culpables de delito
alguno, sino que por la injusticia de quien los había
comprado se hallaban allí reunidos a la fuerza para
pelear en la arena. Doscientos de estos gladiadores
decidieron escaparse, pero se produjo una delación y
hubo setenta y ocho que se enteraron de ello a
tiempo, cogieron de una cocina cuchillos y pinchos
y lograron huir. Por el camino se encontraron con
carros que transportaban armas de gladiadores a
otra ciudad, se apoderaron de ellas y se armaron.
Luego ocuparon un lugar más seguro y eligieron a
tres jefes. El primero de ellos era Espartaco, un
tracio de la tribu meda que no solo poseía gran
valor y fuerza, sino que incluso, por su inteligencia y
buen carácter, merecía mejor suerte que la que
corría y era más griego que de su propia estirpe.
Según se cuenta, cuando fue llevado a Roma por
primera vez para ser vendido, se le apareció
mientras dormía una serpiente y se enroscó
alrededor de su cara. Una mujer que era de su
misma estirpe, profetisa e inspirada en los
misterios dionisíacos, anunció que era presagio de
que en torno a él surgiría un poder grande y
terrible que tendría un fin desgraciado. Esta mujer
también estaba con él en aquel momento y lo
acompañaba en la huida.

382
REPERToRIo DE TEXToS

Primero rechazaron a las tropas procedentes de Capua, se


apoderaron de muchas armas de guerra y con estas
sustituyeron, satisfechos, las armas de gladiadores, de las que
se despojaron como de algo deshonroso y bárbaro.
Después, el pretor Clodio fue enviado desde Roma con tres
mil hombres y los sitió en un monte que tenía un único
acceso, difícil y estrecho, que Clodio sometió a vigilancia. En
todas partes había precipicios escarpados y lisos; pero en la
cima crecían muchas vides silvestres. Los gladiadores cortaron
la parte útil de los sarmientos y trenzaron con ellos unas
escalas tan fuertes y largar que se podían

383
Juan Luis Posadas

suspender desde la cima a lo largo del precipicio y


llegaban hasta la llanura. Con ellas bajaron de una
forma segura todos los fugitivos, excepto uno. Este,
que se había quedado a cargo de las armas, las
lanzó precipicio abajo, una vez que los demás
hubieran descendido, y, finalmente, cuando terminó
de arrojarlas todas, él mismo se salvó también. Los
romanos no se habían enterado de lo ocurrido; por
ello los fugitivos lograron rodearlos por sorpresa y
aterrorizarlos. Los romanos huyeron, y los
gladiadores se apoderaron del campamento. Se les
unieron, además, muchos vaqueros y pastores del
lugar, hombres belicosos y ágiles, que, o bien
recibieron el armamento pesado, o bien fueron
usados como tropas de vanguardia y de infantería
ligera.
En segundo lugar, los romanos enviaron contra
ellos al pretor Publio Varinio. En un primer
momento, los gladiadores atacaron y pusieron en
fuga a su lugarteniente, un cierto Furio que tenía dos
mil3 soldados. Después, cuando Cosinio fue enviado
con un gran ejército como consejero y colega de
Publio, Espartaco estuvo espiándolo y, mientras
Cosinio se estaba bañando cerca de Salinas, estuvo
a punto de capturarlo. Cosinio logró escapar a
duras penas y con dificultad; pero Espartaco se
apoderó inmediatamente de su bagaje, lo siguió de
cerca y lo persiguió; se adueñó de su campamento
y mató a muchos de sus hombres. Cosinio también
cayó. Espartaco venció al propio pretor en muchas
otras batallas y finalmente capturó a sus lictores y su
caballo. Ya para entonces Espartaco se había hecho
fuerte y temible, pero se mantenía prudente y
razonable. Como no esperaba poder sobrepasar el poder de los
romanos, trataba de llevar a su ejército hacia los Alpes porque

384
pensaba que debían cruzarlos y regresar a casa, unos a Tracia y
otros a Galia. Pero sus hombres, que se creían fuertes por ser
muchos y se habían llenado de soberbia, no lo obedecieron,
sino que se dedicaron a saquear Italia mientras la recorrían.
Pues bien, el Senado había dejado atrás la turbación ante la
indignidad y la vergüenza de la rebelión. Es más, a causa del
peligro y del temor enviaron ya a los dos cónsules, como si se
tratase de una de las guerras más difíciles y de mayor
envergadura. Gelio, uno de
3
Ya he señalado en el capítulo 3 que hay un error en la traducción, son
“dos mil soldados”, no “tres mil”.
Juan Luis Posadas

los cónsules, cayó por sorpresa sobre el ejército


germánico, que por soberbia y presunción se había
separado de las tropas de Espartaco, y lo aniquiló
totalmente. Léntulo, el otro cónsul, rodeó a
Espartaco con gran número de tropas; pero
Espartaco se lanzó contra ellos y, en la batalla que
entabló, venció a los lugartenientes de Léntulo y se
apoderó de todo el bagaje. Cuando se dirigía hacia
los Alpes, salió a su encuentro Casio, el procónsul
de la Galia próxima al Po, con diez mil hombres. En
la batalla que se libró, Casio resultó vencido,
perdió a muchos hombres y a duras penas logró
salvarse él mismo.
Cuando el Senado se enteró de estos hechos, en
su cólera contra los cónsules les ordenó que
permaneciesen inactivos y eligió a Craso como
comandante de la guerra. Muchos hombres ilustres
se unieron a su ejército gracias a su fama o a la
amistad que había entre ellos. Pues bien, él mismo
se situó delante del Piceno, pues esperaba que
Espartaco pasara por allí, y, además, envió a su
lugarteniente Mummio con dos legiones, en un
movimiento envolvente, ordenándole que siguiera a
los enemigos, pero que no entablara batalla ni
provocara ninguna escaramuza. Sin embargo, tan
pronto como cobró esperanzas, Mummio entabló
batalla y resultó vencido. Cayeron muchos hombres
y muchos otros lograron salvarse huyendo sin sus
armas. Craso recibió con dureza al propio Mummio
y, en el momento de armar de nuevo a sus
soldados, les exigió una garantía de que protegerían
sus armas: dividió en cincuenta grupos de diez a
los quinientos que habían sido los primeros y los
que habían sentido más pánico, y, echándolo a suer-
tes, mató a un hombre de cada grupo. Después de

386
Repertorio de textos
mucho tiempo, recuperaba así para sus soldados este castigo
tradicional. A este tipo de muerte se añade la vergüenza, pues en
torno al castigo se realizan actos siniestros y terribles a la vista
de todos los hombres.
Tras aplicar este correctivo al comportamiento de sus hombres,
los condujo contra los enemigos. Pero Espartaco se retiró hacia
el mar a través de Lucania; se encontró en el estrecho con las
naves de unos piratas cilicios y se propuso atacar Sicilia.
Pretendía desembarcar en la isla con dos mil hombres y
reavivar allí la guerra de los esclavos, apagada no hacía mucho
tiempo todavía, por lo que se necesitaba solo una pequeña
llama para inflamarse de nuevo. Sin embargo, después

387
Juan Luis Posadas

de ponerse de acuerdo con él y de aceptar sus


regalos, los cilicios lo engañaron y se marcharon.
Así que Espartaco se alejó de nuevo del mar y
estableció su ejército en la península de Regio.
Cuando Craso llegó y vio que la naturaleza del
terreno indicaba lo que había que hacer, se dispuso
a cerrar el istmo con un muro, con lo que impedía
al mismo tiempo la ociosidad de sus soldados y el
libre paso de los enemigos. Pues bien, lo cierto es
que la obra era grande y difícil, pero la realizó y la
terminó, sorprendentemente, en poco tiempo. De
mar a mar, a través del istmo, abrió un foso de
trescientos estadios de largo, y de quince pies por
igual de anchura y profundidad. Por encima del foso
levantó un muro extraordinario tanto por su altura
como por su solidez. Espartaco, al principio, no se
preocupaba de esta obra y la desdeñaba, pero
cuando el botín escaseaba y quiso salir, se dio
cuenta del bloqueo. Como no había nada que
rapiñar en la península, esperó a una noche de
nieve y de tormenta, llenó una parte no muy
grande del foso con tierra, madera y ramas de
árboles, y así abrió el paso a un tercio de su ejército.
En estas circunstancias, Craso temió que
Espartaco sintiera el impulso de marchar contra
Roma, pero lo tranquilizó el hecho de que por
desavenencias con él muchos hombres lo habían
abandonado y habían establecido un campamento
por su cuenta al pie del lago de Lucania, cuya agua,
según dicen, cambia con el paso del tiempo, ya que
se hace dulce y luego de nuevo salada y no potable.
Contra estas tropas se dirigió Craso y logró
apartarlas del lago, pero no pudo matar ni perseguir
a los hombres porque Espartaco apareció
súbitamente y detuvo la huida. Con anterioridad,

388
Repertorio de textos
Craso había escrito al Senado que era necesario hacer venir a
Lúculo de Tracia y a Pompeyo de Hispania; pero ya se había
arrepentido y se esforzaba en terminar la guerra antes de que
ellos llegaran, porque sabía que no se atribuiría a él la victoria,
sino a quien acudiera en su ayuda.
Así pues, decidió atacar en primer lugar a los que habían
abandonado a Espartaco y luchaban por su cuenta, guiados por
Cayo Gánico y Casto. Envió a seis mil hombres para que se
apoderaran de una colina y les dio orden de que pasaran
desapercibidos. Ellos trataron de ocultarse a la vista tapando
sus cascos, pero dos mujeres que estaban

389
Juan Luis Posadas

haciendo un sacrificio para los enemigos los


vieron; y habrían corrido peligro, si no llega a ser
porque Craso apareció repentinamente y entabló
una batalla, la más encarnizada de todas, en la que
abatió a doce mil trescientos hombres, de los cuales
solo se encontró a dos que hubieran sido heridos por
la espalda. Todos los demás murieron en su posición
de batalla luchando contra los romanos.
Tras la derrota de estos hombres, Espartaco se
retiró a las montañas de Petelia. Quinto, uno de los
oficiales de Craso, y el cuestor Escrifa iban
siguiéndolo muy de cerca. Pero Espartaco se dio la
vuelta y provocó la huida masiva entre los romanos,
que a duras penas lograron salvar al cuestor, al que
recogieron herido. Esta victoria destruyó a
Espartaco, porque los fugitivos se colmaron de
soberbia. Los hombres ya no estaban de acuerdo en
rehuir el combate ni obedecían a los jefes. Por el
contrario, una vez comenzada la marcha, rodearon a
los jefes mostrándoles las armas y los obligaron a
conducirlos de nuevo al encuentro de los romanos a
través de Lucania, de modo que se apresuraron a
hacer exactamente lo que Craso deseaba. En efecto,
se anunciaba ya la llegada de Pompeyo y en las
asambleas electorales no eran pocos los que decían
que la victoria de esta guerra le correspondía, pues
en cuanto llegara, presentaría batalla y le pondría
fin. Por ello, Craso tenía prisa por combatir; de
modo que acampó cerca de los enemigos y excavó
un foso contra el que se lanzaron los esclavos,
atacando a los hombres que estaban trabajando allí.
Cada vez acudían más refuerzos de ambos bandos,
hasta que Espartaco comprendió la necesidad en
que se encontraba y puso en línea de batalla a todo
su ejército. En primer lugar, cuando le llevaron su

390
Repertorio de textos
caballo, desenvainó su espada, dijo que como vencedor
obtendría de los enemigos muchos hermosos caballos; y que, de
ser vencido, no lo necesitaría. Entonces lo degolló. Luego trató
de abrirse paso hasta el propio Craso entre la multitud de
armas y heridos, pero no lo encontró. Mató, no obstante, a dos
de sus centuriones que se habían lanzado contra él. Finalmente,
los que estaban con él huyeron; pero él resistió frente a los
muchos enemigos que lo rodearon y se defendió hasta la
muerte. Craso se aprovechó de la suerte, dirigió la guerra de
forma excelente y arriesgó su propia vida; sin embargo, la
victoria contribuyó a la gloria de Pompeyo.

391
Juan Luis Posadas

Efectivamente, los cinco mil hombres que huyeron


de la batalla se toparon con Pompeyo y este los
aniquiló. De manera que escribió al Senado
diciéndole que era evidente que Craso había vencido
a los esclavos en la batalla; pero que había sido él
mismo, sin embargo, quien había arrancado la raíz de
la guerra. Lo cierto es que Pompeyo había triunfado
de forma visible sobre Sertorio también en Hispania.
Craso, en cambio, ni siquiera trató de reclamar el
gran triunfo, e incluso el triunfo llamado
ovación, parecía poco digno y cobarde
tratándose de una guerra contra esclavos.

Plutarco: Comparación de Nicias y Craso 3 4 -

(traducción de S. Bueno Morillo, Plutarco: Vidas


paralelas, Madrid, Gredos, vol. 6, 2007, pp. 400-
402).

Desde luego, yo no elogio a Craso por haberse


lanzado a luchar en la guerra de Espartaco con más
premura que seguridad. No obstante, el temor de
que llegase Pompeyo y le arrebatase la victoria, como
se la arrebató Mumio a Marcelo en Corinto, era un
temor propio de la ambición política. [...] En cambio,
Craso, que todo el tiempo deseó conseguir el mando
militar, no lo obtuvo más que en el caso de la guerra
de los esclavos y por necesidad, ya que Pompeyo,
Metelo y los dos Lúculos estaban ausentes, y eso que
entonces disfrutaba del máximo prestigio y del poder
más amplio. Lo cierto es, según parece, que incluso
sus partidarios lo consideraban un hombre, según
dice el poeta cómico, “excelente en todo menos en el
escudo”. Y esa situación no benefició en absoluto a los
romanos, ya que resultaron violentados por el afán de
poder y la ambición de Craso.

392
Repertorio de textos
Plutarco: Vida de Pompeyo 21 (traducción de S. Bueno
Morillo, Plutarco: Vidas paralelas, Madrid, Gredos, vol. 6, 2007,
pp. 315-316).

Tras estos acontecimientos, y después de permanecer en


Hispania el tiempo suficiente para apagar los desórdenes más
peligrosos, calmar y acabar con las dificultades más acuciantes,
condujo su ejército hacia Italia, donde por azar llegó cuando la
guerra de los esclavos estaba en su punto de máxima tensión.
Fue por esto por lo que el general Craso

393
Juan Luis Posadas

se apresuró temerariamente a combatir; la suerte le


sonrió y mató a doce mil trescientos enemigos. Sin
embargo, la fortuna, sea como sea, introdujo a
Pompeyo en esta acción, pues cinco mil fugitivos de
la guerra se toparon con él; tras matarlos a todos,
tomó la delantera y escribió al Senado diciendo que
Craso había vencido a los gladiadores en una batalla
campal, pero que él había atajado por completo la
guerra desde la raíz.

Plutarco: Vida de Catón el joven 8 (traducción de


A. Ranz Romanillos, Plutarco: Vidas paralelas,
Madrid, Iberia, vol. 4, 1979, pp. 37-38).

Sobrevino en esto la guerra civil, llamada de


Espartaco, en la que iba Gelio de general, y de la
que voluntariamente quiso participar Catón, a
causa de su hermano, que ejercía el cargo de
tribuno militar. Y aunque no le fue dado llenar sus
ideas en cuanto al ejercicio y decidida manifestación
de su valor, por no haberse hecho como convenía
aquella guerra, con todo, en las pruebas que, al
lado de la cobardía y lujo de los que con él militaban, dio de
disciplina y de osadía templada con prudencia, pudo conocerse
que no desdecía en nada del otro Catón, su antepasado, así es
que Gelio le asignó premios y distinciones honoríficas, pero él no
las admitió ni creyó le correspondían, diciendo que nada había
hecho digno de tales honras.

Apiano: Guerras civiles 1 116 121 (traducción de A.


. -

Sánchez Royo, Apiano: Historia romana, Madrid,


Gredos, vol. II, 1985, pp. 148-154).

Por este mismo tiempo, en Italia, entre los


gladiadores que se entrenaban para el espectáculo en

394
Repertorio de textos
Capua, Espartaco, un hombre de Tracia que había
servido en cierta ocasión con los romanos como
soldado y que, a causa de haber sido hecho prisionero
y vendido, se encontraba entre los gladiadores,
convenció a unos setenta de sus compañeros a
arriesgarse por la libertad más que por la gala de un
espectáculo y, después de violentar en compañía de
ellos a los guardias, escapó. Se armaron con las
porras y espadas de algunos viandantes y huyeron
al monte Vesubio. Allí dio acogida a muchos
esclavos fugitivos y a

395
Juan Luis Posadas

algunos campesinos libres y saqueó los alrededores


teniendo como lugartenientes a los gladiadores
Enómao y Crixo. Puesto que él repartía el botín en
partes iguales, tuvo pronto una gran cantidad de
hombres. En un primer momento, fue enviado contra
él Varinio Glabro, y después Publio Valerio, no con
ejércitos regulares sino con fuerzas reunidas con
precipitación y al azar –pues los romanos no la
consideraron jamás una guerra, sino una incursión y
una acción semejante a un acto de bandidos–, y al
atacar fueron derrotados. Espartaco incluso capturó
el caballo de Varinio. Tan gran peligro corrió el
general romano de ser capturado por un gladiador.
Después de este episodio se unieron todavía
muchos más a Espartaco. Su ejército contaba ya con
setenta mil hombres y fabricaba armas y hacía
acopio de material de guerra, entretanto los romanos
enviaron contra él a dos legiones bajo el mando de
los cónsules.
Crixo, al frente de treinta mil hombres, fue
derrotado por uno de los cónsules cerca del monte
Gargano, y perecieron él en persona y los dos
tercios de su ejército. Espartaco se apresuró a
través de los montes Apeninos hacia los Alpes y el
país de los galos, pero uno de los cónsules se le
anticipó y le impidió la huida, en tanto que el otro
le perseguía. Entonces se volvió contra cada de uno
de ellos y los derrotó sucesivamente. Ellos se
retiraron en medio de la confusión y Espartaco
sacrificó a trescientos prisioneros romanos en
represalia por la muerte de Crixo. Después se
apresuró a marchar hacia Roma con veinte mil
soldados de infantería, tras quemar los enseres
inútiles, matar a todos los prisioneros y degollar a
los animales de carga para que el ejército tuviera

396
Repertorio de textos
libertad de movimiento. No admitió a ninguno de los muchos
desertores que trataron de unirse a él. Los cónsules le hicieron
frente, de nuevo, cerca del territorio del Piceno y tuvo lugar
aquí otra gran batalla, y grande también entonces fue la
derrota de los romanos. Espartaco cambió su plan de marchar
contra Roma, pues pensaba que no estaba aún en condiciones
de luchar y que no tenía todo su ejército con armamento
adecuado –pues no se le había unido ninguna ciudad, sino
esclavos, desertores y chusma–. Sin embargo, se apoderó de las
montañas que rodeaban Turios y de la misma ciudad, e impidió
que los mercaderes introdujeran oro o plata y que

397
Juan Luis Posadas

sus hombres los adquirieran, pero compró gran


cantidad de hierro y bronce y no puso obstáculo a
los que llevaban estos artículos. Por lo cual, como
disponían en abundancia de madera, se
pertrecharon bien e hicieron frecuentes correrías.
Habiendo trabado combate, de nuevo, con los
romanos, los vencieron también en esta ocasión y
regresaron cargados de botín.
Se prolongaba ya por tres años, y de manera
temible para los romanos, esta guerra que había
sido ridiculizada en sus comienzos y menospreciada
como cosa de unos gladiadores. Cuando se propuso la
elección de otros generales, les entró miedo a todos y
nadie se presentó como candidato hasta que Licinio
Craso, hombre destacado por su alcurnia y riqueza
entre los romanos, asumió el generalato y marchó
con otras seis legiones contra Espartaco. Al llegar a
su destino se hizo cargo, además, de las dos de los
cónsules. De estas últimas hizo diez lotes y, tras
echar las suertes, dio muerte a una décima parte,
porque habían sido derrotadas muchas veces.
Algunos piensan que no fue así, sino que atacó con
todo el ejército y, al ser también derrotado, echó
las suertes entre todos y dio muerte a la décima
parte, unos cuatro mil hombres, sin ceder por causa
de tan elevado número. Sea cual fuera su proceder,
apareció más terrible para los soldados que una
derrota ante los enemigos, y venció de inmediato a
diez mil hombres de Espartaco que estaban
acampados en una posición avanzada, mató a las dos
terceras partes y avanzó con desprecio contra el
mismo Espartaco. Y, venciendo también a este con
brillantez, lo persiguió cuando huía en dirección al
mar con la intención de navegar a Sicilia, le cortó
el paso, y lo rodeó con un foso, un muro y una

398
Repertorio de textos
empalizada.
Al tratar Espartaco de romper el cerco en dirección al
territorio samnita, Craso mató a otros seis mil hombres al
amanecer, y por la tarde a otros tantos, sufriendo el ejército
romano tan solo tres bajas y siete heridos. Tan grande fue el
cambio en su moral de victoria a causa del castigo. Entretanto,
Espartaco, que estaba a la espera de que le llegasen de algún
lugar jinetes de refuerzo, ya no entabló combate con todo el
ejército, sino que incordiaba a los sitiadores, en numerosas
ocasiones, aquí y allá. Caía sobre ellos de improviso y
continuamente y, arrojando en el foso haces de leña, les
prendía fuego dificultando el

399
Juan Luis Posadas

trabajo. Crucificó a un prisionero romano en el


espacio que mediaba entre los dos ejércitos,
mostrando a los suyos la suerte que iban a correr en
el caso de que no vencieran. Pero, cuando los
romanos de la ciudad se enteraron del asedio, se
indignaron de que una guerra de gladiadores se
prolongase y encargaron también de la campaña a
Pompeyo, que acababa de regresar de España, pues
estaban convencidos ya de que la acción contra
Espartaco era difícil y de envergadura.
A causa de esta votación, Craso, para que la gloria
de la guerra no fuera de Pompeyo, se dio prisa y
trató de atacar a Espartaco a cualquier precio. Y
Espartaco, a su vez, juzgando conveniente
anticiparse a Pompeyo, invitó a Craso a llegar a un
acuerdo. Mas, al ser rechazada por este su
propuesta con desprecio, decidió arriesgarse y, como
estaban ya presentes los jinetes, cargó con todo el
ejército a través de la línea de cerco y huyó a
Brindisi, bajo la persecución de Craso. Sin embargo,
tan pronto como Espartaco supo que Lúculo estaba
en Brindisi de regreso de su victoria sobre
Mitrídates, perdió todas sus esperanzas y trabó
combate con Craso con sus fuerzas, a la sazón muy
numerosas. En el curso de la batalla, que fue larga y
sangrienta como cabía esperar de tantos miles de
hombres desesperados, Espartaco resultó herido en
el muslo por una lanza y, doblando la rodilla en
tierra y cubriéndose con el escudo, se defendió de
sus atacantes hasta que él y una gran masa de
partidarios suyos fueron cercados y perecieron.
Entonces el resto de su ejército huyó en desbandada
y cayó en masa, hasta el punto de ser imposible

400
contar el número de muertos. Los romanos perdieron mil
hombres, y no se encontró el cadáver de Espartaco. Sin embargo,
todavía quedaba en las montañas un gran número de sus
hombres que había huido de la batalla, contra los cuales se
dirigió Craso. Estos se dividieron en cuatro partes y continuaron
luchando hasta que perecieron todos a excepción de seis mil,
que fueron capturados y crucificados a lo largo de todo el
camino que va desde Capua a Roma.
Como quiera que Craso realizó esta empresa en seis meses,
entró de inmediato por este motivo en rivalidad con la fama de
Pompeyo, y no licenció a su ejército porque tampoco lo había
hecho aquel.
REPERToRIo DE TEXToS

FLoRo: Epítome de la Historia de Tito Livio 2 8 .

(traducción de G. Hinojo Andrés-I. Moreno Ferrero,


Floro: Epítome de la Historia de Tito Livio, Madrid,
Gredos, 2000, pp. 266-269).

Realmente, se puede tolerar incluso la deshonra de


la guerra de los esclavos, pues, pese a verse
sometidos a todo por su suerte, no obstante, son, por
así decirlo, una clase de hombres de segunda
categoría y llegan a ser admitidos en los privilegios
de nuestra libertad: la guerra promovida por
Espartaco no sé con qué nombre designarla, puesto
que los esclavos fueron soldados y los gladiadores
jefes; aquellos de ínfima condición, de pésima estos,
con sus ultrajes aumentaron la desgracia de Roma.
Espartaco, Criso y Enomao, tras descerrajar el
gimnasio de Léntulo, huyeron de Capua con treinta
o más hombres de su misma condición; y, después
de convocar a los esclavos para que se alistaran
bajo sus enseñas, congregándose rápidamente más
de diez mil, unos hombres hasta hace poco contentos
con haberse fugado querían ya incluso vengarse.
Decidieron asentarse en primer lugar en la cima del
Vesubio como sobre un altar de Venus. Cuando allí
se vieron asediados por Clodio Glabrón,
descolgándose con cuerdas formadas por
sarmientos a través de las gargantas de la hueca
montaña, descendieron hasta su misma falda y por
un camino oculto con un rápido ataque se apo-
deraron del campamento de nuestro general, que
no esperaba nada semejante; después, de otro
campamento, el de Varinio; luego, el de Toranio; y se
esparcen por toda la Campania; y, no contentos con
devastar villas y aldeas, saquean también con

402
terribles matanzas Nola y Nuceria, Turio y Metaponto. Al
haberse reunido el número adecuado para un ejército regular,
toda vez que sus tropas se habían acrecido día a día, fabricaron
unos toscos escudos de mimbres y pieles de animales, y del
hierro de sus cadenas fundido, espadas y dardos y para que no
faltara ornato alguno a un ejército regular, tras domar, incluso,
las manadas que encontraban en su camino, se organiza una
caballería, y las insignias y las fasces arrebatadas a los pretores
las entregaron a su jefe. Él, convertido de mercenario tracio en
soldado, de soldado en desertor, después en bandolero, luego
por gracia de la fuerza física, en
gladiador, no las rehusó. Incluso llegó a celebrar con
la pompa propia de las exequias de los generales los
funerales de sus jefes caídos en la batalla y ordenó
que los soldados prisioneros lucharan a muerte alre-
dedor de la pira, como si quisiera expiar por completo
toda su infamia anterior, si de gladiador se convertía
en organizador de juegos de gladiadores. A
continuación, lanzando su ataque hasta ya contra
consulares, aplastó en el Apenino el ejército de
Léntulo y, junto a Módena, destruyó el campamento
de Gayo Casio. Engreído por tales victorias proyectó –
suficiente es esto para nuestra deshonra–, invadir la
ciudad de Roma. Finalmente, se alza con todas las
fuerzas del Imperio contra el mirmilón, y Licinio
Craso defendió el honor romano; derrotados y
puestos en fuga por él, los enemigos –avergüenza
concederles este nombre– se refugiaron en los
confines de Italia. Allí, encerrados en el rincón del
Brucio, tras preparar la huida a Sicilia y, por no
tener barcos a su alcance, intentarlo sin éxito en un
estrecho de corrientes muy rápidas con balsas hechas de
maderos y toneles unidos con juncos, lanzándose finalmente al
ataque, se arrojaron a una muerte digna de hombres valientes y,
cual convenía con un gladiador por jefe, se luchó sin cuartel. El
propio Espartaco, luchando en primera fila con gran valor, cayó
como un general.

ATENEo: Banquete de los eruditos 6 272 273 . -

(traducción de L. Rodríguez-Noriega, Ateneo de


Náucratis: Banquete de los eruditos, Madrid, Gredos,
vol. III, 2006).

El gladiador Espartaco, fugitivo de la ciudad


italiana de Capua en la época de las guerras contra
Mitrídates, incitó a la rebelión a un gran número de
esclavos. Él mismo era un esclavo de origen tracio. Los
404
esclavos recorrieron toda Italia durante un largo
tiempo. Gran número de esclavos se apresuraban a
unirse a él cada día. Si no hubiera sido muerto en la
batalla en la que luchó contra Licinio Craso, hubiera
supuesto un serio peligro para mis conciudadanos,
tal y como Euno hizo en Sicilia.

SiGlo iv d.C.

405
Juan Luis Posadas
ReperTorio De TeXTos

EuTropio: Breviario 6.7 (traducción de E. Falque,


Eutropio: Breviario, Madrid, Gredos, 2008, p. 91).

En el año 678 desde la fundación de la ciudad,


Marco Licinio Lúculo, el primo de Luculo, que
luchaba contra Mitridates, tomó la provincia de
Macedonia. Y en Italia de repente surgió una nueva
guerra, pues setenta y cuatro gladiadores, bajo el
mando de Espartaco, Crixo y Enómao, después de
romper las puertas de su escuela de Capua, se
escaparon y recorriendo Italia organizaron una
guerra casi tan importante como la que Aníbal
había promovido. Pues después de vencer a
muchos generales y a dos cónsules romanos al
mismo tiempo, reunieron un ejército de casi sesenta
mil hombres armados; pero fueron vencidos en
Apulia por el procónsul Marco Licinio Craso y,
después de haber causado muchos desastres en
Italia, se puso fin a esta guerra al tercer año.

406
407
SiGLo Y D.C.

Orosio: Historias 5.24.1-8 y 18-19 (traducción de


E. Sánchez Sálor, Orosio: Historias, Madrid, Gredos,
1982, pp. 81-82 y 84).

De la rebelión de los gladiadores que escaparon


de Capua, los cuales, dirigidos por Criso y Espártaco
y ayudados por desertores, se enfrentaron al ejército
romano, y de cómo fueron finalmente reprimidos no
sin gran esfuerzo por los cónsules, aunque fue Craso
el que con mayor esfuerzo y mejor suerte derrotó,
sobre todo, a Espártaco, aniquilando al ejército de
seguidores de este.
En el año 679 de la fundación de la ciudad,
durante el consulado de Lúculo y Casio, setenta y
cuatro gladiadores huyeron en Capua de la escuela
de gladiadores de Gneo Léntulo; bajo el liderazgo
(de los

408
galos)4 Criso y Enomao y del tracio Espártaco,
ocuparon inmediatamente el monte Vesubio;
lanzándose desde allí, tomaron al asalto el
campamento del pretor Clodio, que los había
asediado y, poniéndole en fuga, lo convirtieron todo
en botín. Dando después la vuelta por Consentia y
Metaponto, reunieron en breve tiempo enormes
bandas. Se dice, en efecto, que bajo el mando de
Criso había una multitud de diez mil hombres y
bajo el de Espártaco el triple número de ellos; y es
que Enomao había ya perdido la vida en la batalla
anterior. Pues bien, tras haberlo arrasado todo con
matanzas, incendios, robos y violaciones, con ocasión
de las exequias de una matrona prisionera que se
había suicidado ante el dolor de la pérdida de su
pudor, organizaron, como entrenadores de
gladiadores que eran más que jefes militares, un
espectáculo de gladiadores con cuatrocientos
prisioneros, disponiéndose a ser espectadores los
que antes habían sido el objeto del espectáculo.
Posteriormente fueron enviados contra ellos los
cónsules Gelio y Léntulo con el ejército; de ellos,
Gelio derrotó en un combate a Criso, que resistió
con gran dureza; Léntulo, derrotado por Espártaco,
tuvo que escapar. Unidas después, aunque en vano,
todas las tropas, ambos cónsules tuvieron que huir
tras sufrir una gran derrota. A continuación el
mismo Espártaco quitó la vida al procónsul Gayo
Casio tras derrotarle en el campo de batalla.
Aterrorizada, pues, la ciudad con un miedo casi igual
que el que conoció temblorosa cuando Aníbal bra-
maba a las propias puertas de Roma, el senado envió
a Craso con los ejércitos consulares más un nuevo
suplemento de tropas. Este, luego que entró en combate con los
desertores, aniquiló a seis mil de estos y capturó a novecientos.

409
Juan Luis Posadas
Luego, antes de atacar con sus tropas a Espártaco, que se
disponía a colocar su campamento junto al nacimiento del río
Silaro, derrotó a los galos, que habían ayudado a este, y a los
germanos, de los cuales perdieron la vida treinta mil hombres
con sus propios jefes.
Por último, abatió a Espártaco enfrentándose a él en
combate abierto y, juntamente con él, a la mayor parte de las
tropas de los
4
Incomprensiblemente, el Crixo et Oenomao Gallis del original latino no
ha sido traducido en esta edición por “los galos Crixo y Enomao”.

410
Repertorio de textos

desertores. Se dice en efecto que murieron setenta


mil gladiadores y fueron hechos prisioneros seis mil.
Los restantes gladiadores que, escapados en esta
guerra andaban errantes, fueron eliminados en
persistentes persecuciones por distintos generales.
Posteriormente, cuando todavía no había
terminado la guerra en Hispania con Sertorio, es
más, cuando todavía estaba vivo Sertorio, estalló
con horror la sublevación de los desertores o, por
hablar con propiedad, de los gladiadores,
sublevación que fue, no como las que solían hacer
como espectáculo para unos pocos, sino terrible para
todo el mundo. Y que nadie, por el nombre que se le
da, es decir, porque se llame guerra de fugitivos,
piense que fue insignificante; muchas veces fueron
derrotados en ella los cónsules, uno por uno e
incluso algunas veces juntos tras haber reunido en
vano sus tropas, y desaparecieron muchos personajes
importantes. Y los propios fugitivos que murieron
fueron más de cien mil.

411
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