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Esta historia habla acerca de un hombre que prácticamente entrego su vida a las
letras, y por medio de ellas dio su oficio como el describe “al servicio de la
república”. Con esto no solo me refiero de forma militar, sino que además de tener
una afición a escribir poemas y novelas, y de varios intentos a ser periodista,
fungió como evangelista (“…en la capital aprendí a ser lo que llaman evangelista,
que son los que escribían las cartas de los que no saben escribir”), llegando a
escribir declaraciones, decretos y edictos (“yo nunca he pronunciado un
discurso... ni firmado un edicto o un decreto: pero los he escrito”).Su afición a las
letras fue gracias a su padre, quien guardaba letras en un cofre hechas de plata, y
le dijo; “con las letras se da vida a las causas y los hombres, con ellas se les da la
muerte”. Desde muy pequeño le enseñó y le fomentó el “…inmarcesible amor a las
letras.”, y lo educó de tal manera que a muy temprana edad y a lo largo de su
crecimiento, se ganaba letra por letra (“para ganarte las otras (sic) tendrás primero
que aprender que la letra con sangre entra”).