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La evaluación es una actividad que está presente toda la vida, ya sea de manera directa o

indirecta, consciente o inconsciente. Cuando somos pequeños, justo antes de dar los primeros
pasos, nuestros padres comienzan a mover nuestro cuerpo y nos muestran la manera de
sincronizar las piernas para caminar mientras nos toman de los brazos; poco a poco nos
sueltan hasta que, para lograr comprobar nuestras habilidades, nos dejan libres por completo
y con ello verifican qué tanto hemos progresado. Así, nuestro éxito dependerá de qué tan
largo ha sido el tramo recorrido; si fallamos, es casi seguro que nos estimulen para volver a
hacerlo hasta que consigamos caminar de manera independiente. Por tanto, desarrollamos
habilidades psicomotrices que nos permiten entender y comprender lo que sucede a nuestro
alrededor y lo interiorizamos para, posteriormente, ejecutarlo. El producto final de todos
nuestros aprendizajes nos consolidan como un ser aprendiente e independiente, con
capacidad para replicar todo aquello que vemos y que nos ayudará a incorporarnos a la
sociedad a la cual pertenecemos.
La evaluación en el ámbito educativo no dista mucho de lo que ya conocíamos, la diferencia
es que ésta se vuelve un requisito indispensable para conocer nuestros progresos en un cierto
periodo de tiempo. Por supuesto la ansiedad crece cuando comprendemos que seremos
comparados con más personas o clasificados con base en una tabla de valores. Sin embargo,
lo que muchos no sabemos es que existe una sutil diferencia entre calificación y evaluación.
La primera solo nos otorga un número; la segunda nos ayuda a mejorar mientras estudiamos,
es decir, es paralela a nuestros aprendizajes.
A partir de este análisis ahora surge una pregunta: ¿Necesitamos tener una calificación? Es
indispensable comprender que la calificación es indispensable para nuestro aprendizaje y de
ninguna manera podemos suprimirla. Tener una calificación nos da la oportunidad de
estandarizar nuestros conocimientos y tener una idea general de lo que nos falta para alcanzar
lo que se nos pide. Asimismo, la evaluación ayuda a reconocer las áreas de oportunidad que
se tienen y con ello buscar planes de acción que mejoren nuestra eficiencia académica.
Contrario a lo que se piensa, la evaluación no solamente se centra en los conocimientos que
el alumno pueda poseer, sino también da cuenta de la eficiencia de los materiales, de los
métodos empleados, de las técnicas que el docente utiliza, el propio papel de la entidad
educativa, y hasta los modelos educativos propuestos por el gobierno. Para que exista un
buen desempeño y un aprendizaje de significativo, es necesario que todos conozcan los
objetivos, las formas de evaluación, los recursos que están al alcance, así como las
ponderaciones y requisitos que se necesitan para aprobar el curso.
En la enseñanza de lenguas suele ser muy recurrente que el estudiante entre en pánico al
momento de ser evaluado, sobre todo en los niveles básicos, pues debido a la falta de
habilidad con la lengua meta puede llegar a invadir un sentimiento de insuficiencia cognitiva.
Sin embargo, es ineludible dejarle en claro que la evaluación no solamente ocurre al final de
un curso, sino que se desarrolla mediante la observación junto con los contenidos, por lo que
un examen final únicamente busca recopilar lo que ya se había estado trabajando. La manera
de evaluar los diversos tipos de actividad discursiva es diferente, de forma que debe existir
una estimulación previa a la evaluación final, es decir, estar familiarizado con el tipo de
actividades a realizar en la valoración para disminuir la ansiedad que se pueda producir. Por
consiguiente, la evaluación pretende corroborar que el discente sepa trabajar tanto individual
como grupalmente, asuma cierta responsabilidad en su aprendizaje, tome conciencia de la
importancia de los contenidos, incorpore sus conocimientos previos para el desarrollo de los
nuevos, desarrolle estrategias que le permitan sortear dificultades mediante tomas de
decisiones correctas y encaminadas a una mejora cognitiva, desarrolle habilidades de análisis
e investigación y una serie de factores específicos que pueden ayudar a alcanzar los objetivos
tanto generales como específicos del curso en cuestión. Si se tienen en cuenta estos
elementos, la evaluación no solo arrojará un valor numérico con base en lo que el alumno
sabe, sino que le habrá dado herramientas para poder desempeñarse de manera integral toda
su vida. Que el estudiante aprenda a tomar ventaja de la evaluación será sin duda un elemento
clave para el mejoramiento de su educación.
Con todo, muchas veces puede resultar difícil saber qué tan eficiente serán los métodos de
evaluación que un docente o institución desea aplicar. De acuerdo con el Marco Común
Europeo de Referencia para las Lenguas (MCER) (Instituto Cervantes, 2002), existen tres
conceptos clave a considerar al realizar un análisis evaluativo: la validez, la fiabilidad y la
viabilidad. El primero de ellos considera que “un procedimiento de evaluación tiene validez
en la medida en que pueda demostrarse que lo que se evalúa realmente […] es lo que […] se
debería evaluar” (p.177). Por otro lado, la fiabilidad es el resultado arrojado por dos pruebas
diferentes; mientras que la viabilidad considera qué tan factible es en sí la evaluación
considerando todos sus elementos. Así, es preciso que existan estándares de evaluación, pues
“se necesita comparar ese puntaje con elementos de referencia que se establecen previamente
para conocer el desempeño de los alumnos” (SEP, 2012, p.21). Que el docente aprenda a
analizar su propio rendimiento con base en los datos obtenidos de los discentes es invaluable,
pues solo así podrá conocer los aciertos o desaciertos que existen en el o los procedimientos
elegidos y con ello tomar decisiones que mejoren el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Recapitulando. No existe un modelo único que nos ayude a evaluar a todos por igual, pues
entran muchos factores en juego tanto sociales como personales, así como culturales o
propios de la entidad educativa, empero existen diversas escalas o tablas que pueden
ayudarnos a tener una idea general de lo que se busca que el alumno aprenda. El desempeño
del profesor desde luego está incluido en esas evaluaciones por lo que buscar una mejora
propia en los estudiantes es importante para alcanzar los objetivos deseados. Por supuesto,
es menester dejar de lado la idea de que la evaluación solo toma lugar el final del curso, pues
ésta debe de estar presente a lo largo del curso mezclada con los contenidos regulares para
poder dar una retroalimentación oportuna y así brindar al alumno la oportunidad de corregir
y mejorar sus estrategias a tiempo. Tener consciencia de qué, por qué, con qué, a quién, para
quién y cómo se evalúa puede ahorrar tiempo al momento de comprender lo que educandos
y educadores pueden extraer de los contenidos y enfocarse en lo que realmente se necesita
aprender.

Giovanni Ponce.
Bibliografía.

Baños, J., & Pérez, M. (2011). Curso Básico de Formación Continua para Maestros en
Servicio. Relevancia de la profesión, docente en la escuela del nuevo milenio, México:
Secretaría de Educación Pública.

Consejo de Europa. (2002). Marco común europeo de referencia para las lenguas:
enseñanza, aprendizaje y evaluación, Madrid: Anaya.

El enfoque formativo de la evaluación (2012). Ciudad de México: Secretaría de Educación


Pública.

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