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PREFACIO El perfodo estudiado en esta segunda parte es muy exten- 80: quince siglos. Su amplitud geogrdfica también lo es, puesto que trata tanto de Avicena, que vivié en Bujara, como de Al- cuino, que nacié y cursé estudios en Inglaterra. Ademas, nos ha parecido necesario —aun a riesgo de forzar la cronologia— afiadir un articulo dedicado al pensamiento chino antiguo. Si figura al final de esta segunda parte, en realidad remite a ambas; pretende poner de relieve la profunda diferencia existente entre el papel que el pensamiento grecocristiano confiere al lenguaje y el que le asigna la cultura extremo- oriental; y ello inicamente a titulo de indicacién. Con esto queda suficientemente claro que en este conjunto de textos habré disparidad. Con todo, dicha disparidad no es mas que aparente: es facil descubrir, ante todo, una pro- blematica de formacién. Como hacen notar tanto Jean Pépin como Abdurraman Badawi, la tradicién medieval, ya sea cristiana, ya arabois- lémica, se elabora lentamente a través de vicisitudes, esfor- z&ndose a la vez por que brote su propia originalidad, por clarificar su funcién en la difusién del texto sagrado y por utilizar lo utilizable en la cultura grecolatina. Se trata, pues, de ahondar en la Revelacién, subrayando su caracter y fuerza especificos, aunque también de definir el tipo de razonamiento que pueda convencer a los «gentiles». Ahora bien, tal opera- cién no es inicamente de compromiso. Es cierto que seme- jante periodo histérico emplea una técnica que el pensamien- to denominado moderno utilizaré mucho mds profusamente todavia, el de las alianzas: la filosofia sabe bien que no puede mantener el sentido de su empresa si no incorpora a su saber fuerzas nuevas (en el presente caso es la religién; mas tarde ser4 la ciencia y sus consecuencias técnicas; més tarde ain, el Estado). Sin embargo, esta técnica integradora plantea 228 LA FILOSOF{A MEDIEVAL ‘elaramente por vez primera, sin lugar a dudas, cuestiones que reapareceran sin cesar como mas complejas en la futura historia de las ideologias: cuestiones de la relacién conti- nuidad-discontinuidad, hostilidad-complacencia, reanudacién- ruptura, y entre el orden intelectual establecido y el orden nuevo. Lo que Jean Pépin demuestra a propésito de San Pa- blo: la doble voluntad de convencer a los atenienses empleando su mismo lenguaje y de «provocarlos» reduciéndolos a la ignorancia de los verdaderos problemas, lo hallamos cons- tantemente de nuevo en la mayor parte de los analisis que forman el presente volumen. Ya se trate de la patristica y de su elaboracion, ya del agustinismo o ya de la filosoffia en sus relaciones con la teologia en la época del Islam clasico, el bbjetivo esencial es responder sistematicamente a problema- ticas ideolégicas precisas elaborando los argumentos legados por las tradiciones platénica, aristotélica y estoica, pero tam- bién acentuando las profundas diferencias que constituyen Ja originalidad de esta modernidad pretérita. Asimismo, se manifiestan sorprendentes intuiciones: los articulos de Anuar Abdel-Malek consagrados a Ibn Jaldin, asf como el de Patrick Hochart, que estudia la teoria de la significacion segtin Guillermo de Occam, establecen que las conjeturas, tanto intelectuales como sociales, suscitan inter- venciones tedricas cuya anticipacién causa asombro. Del mis- mo modo, las observaciones de Jean Pépin concernientes al Maestro Eckhart subrayan el hecho de que la tradicién me- dieval se ve penetrada de claridades, que brutalmente ponen en tela de juicio la idea demasiado simple que solemos for- jarnos de las «edades» del pensamiento filoséfico. Asi, tal vez en esta parte se dé con mayor’ evidencia la arbitrariedad a la que hemos tenido que conformarnos: la cronologia. Entre la «edad antigua», tan admirablemen- te diversificada, pero que se apoya en idéntica base, y Ja «edad clasica», que unifica su problematica, hay quince siglos de profuso pensamiento e historia dram%tica. Frente a este fendémeno hemos de intentar sacar y comunicar datos Utiles: tiles para entender que el Medievo no es medio ni en el sentido de la mediacién, ni menos atin en el de la medio- cridad. Ahf esté como enigma que plantea la cuestién de lo serio de la «periodizacién». Francois CHATELET 1 HELENISMO Y CRISTIANISMO Por JEAN PEPIN Datos del problema Cualquiera que se proponga describir las relaciones entre dos universos, sean cuales fueren, se topa de buenas a pri- meras con un problema prejudicial sobre el cual ha de for- Marse una opinién antes de dar un paso: decidir en qué sentido podemos considerar la hipdtesis de una influencia ejercida de un campo a otro. La cuestién, ya apremiante en todos los casos, se hace m4s apremiante todavia cuando uno de los términos en confrontacién resulta ser no s6lo una filo- sofia, sino una creencia religiosa que veinte siglos después afecta tan intimamente a tantos hombres. ;Cémo concebir que el paganismo griego haya marcado con su accidén el pen- samiento cristiano de los primeros siglos sin exponerse a sacrificar lo que fuere de la originalidad imprescriptible del cristianismo? Tenemos que confesar que los historiadores no siempre abordaron la dificultad con toda la delicadeza que habria de- bido esperarse de ellos. Durante mucho tiempo quisieron es- tablecer una simple relacién de dependencia de sentido unico entre ciertos aspectos de la filosofia helena y el pensamiento cristiano primitivo; tal fue Ia tendencia de muchos sabios de principio de siglo, como Reitzenstein, Bousset, Angus y Loisy. Empero, ya Clemen protestaba en 1918 contra esta orientacién; esta misma advertencia la reiteraron y comple- taron més cercanos a nosotros, Rahner y Wifstrand; de esta 230 LA FILOSOFI1A MEDIEVAL forma se atrajo la atencién sobre ciertos puntos de método, sobre los que hemos de decir unas palabras. Lo primero que aparece es que no siempre se ha tenido cui- dado de no confundir, en el pensamiento helénico tanto como en el cristianismo, un estadio primitivo y otro evolucionado; las intuiciones globales de los presocraticos, por fulgurantes que sean para los lectores de hoy, no han de situarse en un mis- mo plano de igualdad que las elaboraciones sutiles y complica- das de los neoplaténicos, tan ricas en aportaciones orientales; del mismo modo, no se pueden aplicar idénticos criterios al pensamiento filoséfico elemental que se abre paso en los escri- tos del Nuevo Testamento y a las especulaciones refinadas, que agudizaron siglos de reflexién, de un Seudo Dionisio el Areo- pagita o de un Maximo el Confesor. Los defensores de la historia comparada no siempre han evitado el escollo con- sistente en confrontar el estado plenamente diferenciado de la filosofia griega con el estado incoativo y somero del pen- samiento cristiano; con todo, esta claro que son dos estadios de desarrollo tan desproporcionados, que no resisten la com- paracién. Esta es una primera regla de método que no debe perderse de vista. He aqui otra. Sabido es que la dependencia a cuya con- clusién Ilegé rapidamente la escuela comparatista se ejerce siempre en el mismo sentido, del campo heleno al campo cristiano. Pero la evolucién de la filosofia helénica no quedé acabada, ni con mucho, en la época del nacimiento del cris- tianismo; los siglos MI, IV y V de nuestra era constituyen, tanto en Roma como en Atenas, un perfodo en extremo bri- lante. En tales condiciones no es ilfcito considerar también la posibilidad de una dependencia inversa, segin la cual ciertos aspectos de la filosofia griega, ya agotados al final de una larga historia, habrian podido ser influidos por el pen- samiento cristiano; y siendo el cristianismo esencialmente una concepcién de las relaciones entre el hombre y Dios, era pre- visible que su accién hubiese de ejercerse principalmente sobre la filosofia religiosa del paganismo expirante. Se podrian aducir muchos ejemplos de esta influencia, en la que no se piensa lo suficiente de ordinario. Ya se sabe que el emperador Juliano, en su intento de revigorizar el culto pagano en su ocaso, traté de calcar en provecho propio la organizacién jerarquica y el servicio de asistencia social de HELENISMO Y CRISTIANISMO 281 la Iglesia cristiana; este calco, en el orden de Jas estructuras sociolégicas, es la imagen de una imitacién paralela en el orden del pensamiento. Esto es lo que aparece claramente en la bio- grafia novelesca de Apolonio de Tiana, compuesta a principios del siglo m1 por el griego Filéstrato; este Apolonio era un taumaturgo neopitagérico a quien intentaron ensalzar como al rival pagano de Jesis; a este fin, Fildstrato refiere de él Tasgos que con toda verosimilitud estén copiados de los Evan- gelios. Por ejemplo, el relato de la resurreccién que Apolonio efectia de una joven noble romana reproduce puntualmente el milagro con que fue agraciado el hijo de la viuda de Nain, segun Lucas, 7, 11-17; e igualmente el modo como el tauma- turgo, que se ve libre milagrosamente de ser interrogado ante el tribunal-del emperador Domiciano, se aparece otra vez a sus discfpulos incrédulos y les manda tocar su cuerpo, tiene to- . das las apariencias de un remedo de los acontecimientos que si- guieron a la resurreccién de Jestis. Por la misma época ‘vemos a paganos cultos abrirse a las Escrituras judias y cris- tianas; el filésofo platénico Numenio incorpora algunos de estos elementos a su sistema; es el autor de la célebre fér- mula segin la cual Platén no seria otro que «un Moisés que hablaba Atico», cita el Génesis y las profecias del Antiguo Testamento, utiliza documentos sobre Jestis, de los que da una interpretacién alegérica. Eusebio y Teodoreto han conservado un fragmento de Amelio, neoplaténico de finales del siglo 11 y discipulo de Plotino en Roma; en ellos se ve que este filésofo habia acep- tado una doctrina de Logos como Verbo subsistente de Dios, en favor de la cual invoca a Herdclito al mismo tiempo que confiesa su dependencia respecto al prélogo del Cuarto Evan- gelio, a cuyo autor califica de «barbaro» (es decir, de no grie- go). Mas fue en Alejandria, sede de una escuela de teologia cristiana, especialmente abierta al helenismo, donde los fil6é- sofos paganos se mostraron, por su parte, los mas acogedores del modo de vivir y pensar de los cristianos; alli vemos asi- mismo al pagano Alejandro de Licépolis, que compone un tratado de polémica antimaniquea, en el que se muestra sen- sible a la preocupacién que tienen los cristianos por la pe- dagogia popular; alli también se formé el filésofo Sinesio de Cirene, quien abandoné e) platonismo para convertirse al cristianismo y ser pronto obispo, sin por ello renunciar to- 232 LA FILOSOFiA MEDIEVAL talmente a sus ideas primitivas, que le colocan un tanto al margen de la ortodoxia. Mientras que el neoplatonismo ate- niense, con Jamblico y Proclo, sigue solidario del politeismo popular y, por esta razon, cerrado a la influencia cristiana, los neoplaténicos alejandrinos se muestran menos dependien- tes de la religién tradicional y, por consiguiente, mas disponibles; el mejor ejemplo de esta apertura nos lo pro- porciona, en el siglo V, el filsofo Hierocles, comentarista de los Versos de oro seudopitagéricos y autor de un tratado So- bre la providencia y el destino; habida cuenta de su perte- nencia a la escuela neoplaténica, la metafisica de este alejan- drino es sorprendente: no reconoce Dios superior al creador del mundo; rechazando la concepcién de una materia primera, independiente de Dios, el cual se habria limitado a ordenarla, profesa la creacién ex nihilo o de la nada. Esta ultima teoria, sobre todo, es singular, pues si coincide perfectamente con la de los Padres de la Iglesia, representa, dentro de la tra- dicién judeo-cristiana, una conquista; uno de los libros del Antiguo Testamento, muy influido —es verdad— por el he- lenismo, la Sabidurfa de Salomén (11, 17), seguia sosteniendo que «la mano omnipotente de Dios cre6 el mundo partiendo de una materia informe», de suerte que el pagano Hierocles japarece mas concorde en este punto con el cristianismo que un texto de la Biblia canénica! La explicacién mas razonable estriba en que él llegaria a esta doctrina por sus contactos con los tedlogos cristianos de Alejandria, ya que cristianos y paganos llegaron a hacer causa comin para oponerse mejor a los avances inquietantes del maniqueismo, el cual afirmaba justamente el caracter increado de la materia. Tales son algunos ejemplos indiscutibles de una influencia cristiana que se ejercié sobre filésofos paganos; han sido reunidos inteligentemente por Wifstrand; aunque se podrian hallar muchos otros mas. Demuestran a las claras que la idea que nos hacemos habitualmente de las relaciones entre el helenismo y el cristianismo, de una dependencia de sentido unico, del primero al segundo, no es del todo fundada, y ha de tener en cuenta, en una minima proporcién, una depen- dencia de sentido contrario. No hay que creer como articulo de fe las exageraciones de la historia comparada. Con todo, no deja de ser cierto HELENISMO Y CRISTIANISMO 233 que en la filosofia de la Antigiiedad clasica y en el cristia- nismo hay gran nimero de expresiones cuya analogia impre- siona, sin que podamos explicar por los calcos del paga- nismo a las Escrituras y a la teologia de los cristianos; mas adelante veremos cierto nimero de ejemplos caracteristicos; es mas prudente tratar de comprenderlos correctamente que fingir no percatarse de ellos. Antes de hacer el balance del verdadero alcance de las in- fluencias paganas, hay que sefialar que otra escuela de histo- riadores elimina toda dificultad en este punto a costa de un presupuesto de orden religioso: parten del principio de que la filosofia griega y el pensamiento cristiano son dos manifesta- ciones sucesivas de la accién del mismo Espiritu divino ope- rante entre los hombres; la similitud que se observa entre am- bas tradiciones deja ya de ser un problema, puesto que una y otra provienen de una misma fuente trascendente; lo extrafio seria, por el contrario, que no presentase ningtn punto en co- mun. Con otras palabras, los adeptos de este tipo de expli- cacién cristianizan secretamente la naturaleza del paganismo antiguo, viendo en él una prefiguracién providencial del mis- terio cristiano. De esta tendencia son, por ejemplo, los tra- bajos, a menudo excelentes, por otra parte, de Casel y del grupo de Maria Laach, asi como, en otro aspecto, los ensayos en los que Simona Weil, tal vez con més fervor que sentido critico, se aplica a mostrar, después de Pascal, como Platon pudo «disponer al cristianismo». Sin duda, esta visién de las cosas elimina e] problema, pero es a costa de un postulado de otro orden distinto al de la historia. Aceptar como una evidencia el hecho de cierta influencia de la filosofia helénica en la teologia cristiana —hay que entenderlo bien— no incluye la aceptacién de los excesos del comparatismo. Por un lado, nada impide salvaguardar lo es- pecifico del cristianismo si consideramos que esta influencia concierne no tanto a lo que Schleiermacher y Harnack han denominado la «esencia del cristianismo», como a una vasta zona periférica que constituye como su revestimiento expre- sivo; cuando San Pablo y sus sucesores recurren a formas filosdficas griegas es ante todo para expresar cémoda y efi- cazmente un mensaje cuyo corazon no queda alterado por el mero hecho. ;Cémo habrian podido hacerse comprender por griegos, a quienes querian conmover, sino hablando su len- HISTORIA DE LA FILOSOFIA. T. 1.16 234 LA FILOSOF1A MEDIEVAL guaje y manejando los esquemas mentales que les eran fa- miliares? Tal es el procedimiento habitual, sobre todo, de Clemente de Alejandria, condensado en esta férmula del Protréptico (XII, 119, 1), a la que suele referirse con harta frecuencia Rahner: «Te mostraré al Logos y los misterios del Logos —dice a su interlocutor griego— recurriendo a tu propia imagineria.» Pudo ocurrir, con todo, que posterior- mente los cristianos Ilegasen a olvidar que esos calcos del paganismo se limitaron en un principio al nivel de las ne- cesidades de la expresién; a ignorar incluso su calidad de imitaciones, integrandolos progresivamente en la esencia mis- ma de su creencia, en una época en que sus interlocutores habrian exigido otro lenguaje. Analogo fendmeno se observa en muchas otras épocas; sabemos, por ejemplo, que el recurso a la gnoseologia aristotélica presté un inmenso servicio a la teologia cristiana del siglo x11, la cual debe a esta conjuncién el haber realizado progresos decisivos; ante semejante éxito no se ha resistido a la tentacién de considerar al aristotelis- mo como inseparable del mensaje cristiano, y ello no ha dejado de frenar lamentablemente la difusién del segundo en Areas culturales en los que la filosofia aristotélico-tomista ya no constitufa el mejor vehiculo. En segundo lugar, hay que observar que la dependencia con relacién al pensamiento heleno no es la tnica explicacién de las semejanzas que el cristianismo presenta con él. Dichas similitudes pueden provenir de un recurso paralelo de cris- tianos y griegos a un tercer dominio, por ejemplo, al de la vida social y politica de su medio comin; asi es como el earacter secreto y esotérico con el que en ciertas épocas y en ciertos campos se protege la teologia cristiana tanto como la filosofia helénica, se explicaria probabiemente por las mis- mas necesidades sociolégicas; de igual forma, se sabe desde la eélebre obra de Peterson, que una doctrina filoséfico-teo- légica, como la adhesién al monoteismo, se presenta en cier- tos aspectos con las caracteristicas de un problema politico. Por ultimo, se impone una tercera observacién tocante a la parte considerable de expresién simbdlica a la que recurren igualmente el cristianismo y el helenismo para hacer mas asimilables a la mayoria sus mas sublimes creencias. Pues la elecci6n de estos simbolos y la significacién que se les asigna no fueron adoptadas arbitrariamente; se dan de an- HELENISMO Y CRISTIANISMO 235 temano, exigidas por «arquetipos» que constituyen la misma estructura del espfritu humano. Ha sido muy meritorio por parte de Jung haber atraido la atencién sobre la existencia y el contenido de tales arquetipos comunes a toda realidad de pensamiento. En cualquier civilizacion, la reflexion filoséfica y teolégica se formula y desarrolla, recurriendo a un nimero restringido de simbolos primitivos, casi siempre idénticos, que toma de la naturaleza, tales como el sol, la luz, la vegeta- cién, las relaciones de padre a hijo, etc.; la significacién que presta a estos simbolos no depende de la inventiva individual, sino de esquemas que trascienden e) espiritu de cada uno, de suerte que la relacién entre el signo y lo significado sigue siendo sensiblemente la misma en los mas diversos contextos culturales. De aqui resulta que la observacién de un simbo- lismo andlogo en estructuras mentales tan diferentes no auto- riza a concluir sistematicamente sobre la influencia de una sobre otra, sino simplemente sobre su fidelidad comin e in- consciente a un arquetipo constitutivo del espiritu humano. Podemos pensar que esta tr’ iple explicacién (influencia di- recta en el dominio de la expresién, imitaciones ‘paralelas de realidades sociolégicas comunes, idéntica sumisién a los es- quemas mentales constituyentes) que se afiade al hecho de- clarado de cierta imitacién del pensamiento cristiano por el paganismo heleno, permite resolver la mayor parte de las analogias que nos vemos obligados a comprobar, entre los dos universos culturales, sin por ello llegar a una nivelacion abusiva y conservando en uno y otro su cardcter especifico que hemos de mantener con razén ante todo. Dos actitudes cristianas Aun cuando se reduzca a sus exactas proporciones, como acabamos de hacerlo, no podemos hacer el balance en unas cuantas paginas de la inmensa deuda que contrajo el cristia- nismo de los primeros siglos con la filosofia griega, El con- tenido de ambos Testamentos casi no era filoséfico, sino pro- piamente kerigmdtico y soteriolégico; por eso, los Padres de la Iglesia quisieron pertrecharse especulativamente para ela- borar su teologia; se orientaron con la mayor naturalidad al material conceptual y doctrinal elaborado por la tradicién 236 LA FILOSOF{A MEDIEVAL helena, Ja platénica particularmente (mientras que la Edad Media —como se sabe— se encaminaria hacia el aristote- lismo); sin embargo, todas esas imitaciones considerables solfan ir acompaiiadas, y a veces en los mismos autores, de una gran desconfianza hacia la filosofia profana. Pues bien: hay una obra cristiana que encarna magnificamente esta do- ble disposicién de apertura y hermetismo y que por su pres- tigio como por su antigiiedad tiene valor ejemplar para toda la tradicién cristiana posterior: la obra de San Pablo. En el relato de los Hechos de los Apéstoles comproba- mos que en su predicacidn, Pablo se esfuerza de buena gana por vincular el mensaje cristiano con las supuestas creen- cias del auditorio pagano. La mejor ilustracién de este pro- cedimiento nos la suministra el célebre sermén de Atenas (Hechos, 17, 16-34) que merece citarse ampliamente en su inmediato contexto: «Mientras Pablo los esperaba en Atenas, se consumia su espiritu viendo la ciudad lena de idolos. Disputaba en la sinagoga con los judios y los prosélitos, y cada dia en el Agora con los que le salian al paso. Ciertos fildsofos, tanto epictireos como estoicos, conferenciaban con él, y unos de- cian: “,Qué es lo que propala este charlatan?” Otros con- testaban: “Parece ser predicador de divinidades extranjeras”; porque anunciaba a Jestis y la resurreccién. Y tomandole, le Hevaron al Aredpago, diciendo: ‘; Podemos saber qué nueva doctrina es ésta que ensefias? Pues eso es muy extraiio a nuestros ofdos; queremos saber qué quieres decir con esas cosas.” Todos los atenienses y los forasteros alli domiciliados no se ocupan en otra cosa que en decir y oir novedades. »Puesto en pie Pablo en medio del Aredpago, dijo: “Ate- nienses, veo que sois sobremanera religiosos; porque al pasar y contemplar los objetos de vuestro culto, he hallado un altar en el cual esta escrito: ‘Al Dios desconocido.’ Pues a ese a quien sin conocerle venerais es al que yo os anuncio: el Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, ése, siendo Sefior del cielo y de !a tierra, no habita en templos hechos por mano del hombre, ni por manos humanas es servido, como si necesitase de algo, siendo £] mismo quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. £! hizo de uno todo el linaje humano, para poblar toda la haz de la ticrra. El fijé las HELENISMO Y CRISTIANISMO 237 estaciones y todos los confines de los pueblos, para que bus- quen a Dios y siquiera a tientas le hallen, que no esta lejos de nosotros, porque en £1 vivimos y nos movemos y existimos, como algunos de vuestros poetas han dicho: porque somos linaje suyo »”Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad es semejante al oro 0 a Ja plata o a Ja piedra, obra del arte y del pensamiento humano. Dios, disimulando los tiempos de la ignorancia, intima ahora en todas partes a los hombres que todos se arrepientan, por cuanto tiene fijado el dia en que juzgaré a la tierra con justicia, por medio de un Hombre, a quien ha constituido juez, acreditandole ante to- dos por su resurreccién de entre los muertos.” »Cuando oyeron lo de la resurreccién de los muertos, unos se echaron a reir, otros dijeron: “Te oiremos sobre esto otra vez.” Asi salié Pablo de en medio de ellos. Algunos se adhi- rieron a él y creyeron, entre los cuales estaban Dionisio Areopagita y una mujer de nombre Damaris y otros més.» (Sagrada Biblia, BAC, Madrid, 1949.) Cada palabra de este sermén exigiria un comentario. La impresién general que se desprende es que Pablo, tras haber conversado con los filésofos estoicos y epictiireos, fuera de la barahinda del Agora, presenta la Buena Noticia, no como una ruptura, sino como un complemento y perfeccién de la teolo- gia helena. Un filésofo profesional habria podido casi firmar este discurso, puesto que los temas abordados son en su ma- yor parte lugares comunes de la filosofia de la época: que el Dios verdadero, que da a todos la vida y el aliento, no habite en los templos hechos por la mano del hombre, sino en el inico templo digno de 1, que es el universo, ya lo habian afirmado los fundadores del estoicismo; que carezca de toda necesidad, en cierto modo incognoscible y con todo cercano a nosotros y accesible a quien procura buscarle, era una tesis de Platén, sostenida y aceptada por las escuelas platénicas de los alrede- dores de la era cristiana; platonismo y estoicismo, por otra parte, se habian mezclado y alterado reciprocamente en el eclecticismo de la época. La cita del poeta estoico Arato (si es que no pertenece al mismo Cleantes) confirma el caracter es- colar de esas diferentes ideas. La unica nota discordante apa- rece ‘en la mencién final, velada por lo demds, de Cristo como 238 LA FILOSOF{A MEDIEVAL el hombre designado para juzgar al universo el difa fijado; en cuanto a la afirmacion de su resurrecci6n, ésta puso fin a la conversacién, provocando la burla de los oyentes que habian tomado en un principio a Jestis y la ‘Resurreccién por una pareja de divinidades exdticas tales como incluia en gran ni- mero el panteén helénico. Empero, semejante método, que intenta disimular las di- vergencias del cristianismo y de la filosoffa para destacar las convergencias, no impresioné a los atenienses; el redactor de los Hechos subraya el fracaso por el nimero tan exiguo de los conversos (entre los cuales se notara la presencia del célebre Dionisio el Areopagita, del que tanto se hablaria posteriormente, por haberse encubierto bajo ese seudénimo famoso un ingenuo falsario del siglo v). Tal vez haya sido este fracaso lo que determinase a San Pablo a cambiar ra- dicalmente de actitud. El texto mas caracteristico de esta segunda manera lo leemos en la Primera Epistola a los Co- rintios, 1, 17-25; 2, 1-5; 12-14, de la que nos vemos obligados una vez mas a reproducir por lo menos algunos extractos significativos. «Que no me envié Cristo a bautizar, sino a evangelizar, y no con artificiosas palabras, para que no se desvirtie la cruz de Cristo; porque la doctrina de la cruz de Cristo es necedad para los que se pierden, pero es poder de Dios para los que se salvan. Segun que esta escrito (Isaias, 29, 14): »“Perderé la sabiduria de los sabios y reprobaré la pru- dencia de los prudentes.” »4 Dénde esta el sabio? , Donde el letrado? { Donde el dispu- tador de las cosas de este mundo? {No ha hecho Dios necedad la sabiduria de este mundo? Pues por no haber conocido el mundo-a Dios, en la sabiduria de Dios por la humana sabi- durfa, plugo a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicacién. Porque los judios piden sefiales, los griegos bus- can sabiduria, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado, escAndalo para los judios, locura para los gen- tiles, mas poder y sabiduria de Dios para los llamados, ya judios, ya griegos. Porque Ia locura de Dios es mas sabia que los hombres, y la flaqueza de Dios mas poderosa que los hombres (...). HELENISMO Y CRISTIANISMO ~ 239 »Yo, hermanos, llegué a anunciaros e] testimonio de Dios no con sublimidad de elocuencia o de sabiduria, que nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesu- eristo, y éste crucificado. Y me presenté a vosotros en debili- dad, temor y mucho temblor; mi palabra y mi predicacién no- fue en persuasivos discursos de humana sabiduria, sino en la manifestacién y el poder del Espiritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduria de los hombres, sino en el poder de Dios (...). »Y nosotros no hemos recibido el espiritu del mundo, sino el Espiritu de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido. De éstos os hemos hablado, y no con es- tudiadas palabras de humana sabiduria, sino con palabras aprendidas del Espfritu, adaptando a los espirituales las en- sefianzas espirituales, pues el hombre animal no percibe las cosas del Espiritu de Dios; son para él locura y no puede entenderlas, porque hay que juzgarlas espiritualmente (...).» (Sagrada Biblia, BAC, cit.) La filosofia profana seria posteriormente blanco de mu- chas acometidas: ninguna superara en violencia a esta en que la impetuosidad del estilo refleja la vehemencia indignada del pensamiento. El ataque de San Pablo se asesta evidentemente contra los métodos docentes propios del pensamiento pagano, contra los «artificios verbales», los «discursos de la elocuen- cia», los «discursos de una sabiduria persuasiva», los «métodos aprendidos de la sabiduria humana»; esos procedimientos de la retérica tradicional que se dirigen a la raz6n son sustituidos por «medios de predicacién» desatinados a los ojos del mundo y unicamente sometidos al impulso del Espiritu divino; Pablo resume la dualidad de los métodos por oposicién, frecuente en su representacién antropoldgica, entre el hombre «simple- mente razonable» (literalmente: «psiquico»), al que se des- tina e] arte oratoria, que proscribe, y el hombre en el espiritu del hombre (Epistola a los Romanos, 8, 14-16). Si consult4semos los textos griegos, comprobariamos, ade- mas, una diferencia en el vocabuiario. En los lugares donde San Pablo habla de es relativamente reciente en la lengua griega; uno de los autores mds antiguos en conocerla es Cicerén (Cartas a Atico, Il, 20, 8; Del orador, III, 166), en el siglo I antes de nuestra era. Mas la idea es mucho mas antigua y se expresé primeramente con el vocablo hyponoia, etimolégicamente; «sentido sobrentendido»; Pla- ton, por ejemplo, rechaza las ficciones de los poetas, «impli- quen 0 no sentidos sobrentendidos» (La Repiblica, Il, 378 d). La interpretacién alegérica fue aplicada desde muy pronto a la obra de Hesiodo, y especialmente a la de Homero. En el siglo vI antes de Cristo surgié una vehemente oposicién con- tra la teologia homérica, acusada de dar de los dioses una representacién inmoral; asf es como una tradicién, de la que se hace eco Didgenes Laercio en sus Vidas de los filéso- fos (VIII, 21), referia cémo «Pitagoras, que bajé al Hades, vio el alma de Hesiodo atada —ululante— a una columna de bronce, y la de Homero colgada de un drbol con serpientes alrededor, en castigo por lo que habian dicho de los dioses, junto a los castigados que no se habian preocupado de su mujer»; por la misma época, Jenéfanes reprocha a Homero y a Hesiodo crimenes que imputaron a los dioses, y entre los cuales los menores son el adulterio y el infanticidio; su critica se expresa en dos fragmentos conservados por Sexto Empirico (fragmentos 11 y 12, Diels-Kranz): «Homero y Hesfodo atribuyeron a los dioses todas las acciones que los hombres tienen por vergonzosas y censurables: el robo, el adulterio y e] mutuo engafio»; «Homero y Hesiodo —segin testimonio de Jendfanes— refirieron de los dioses el mayor numero de acciones inicuas: robos, adulterios y mutuos en- 256 LA FILOSOF{A MEDIEVAL gafios. En efecto, Cronos, a quien otorgan la vida bienaven- turada, castré a su padre y devoré a sus hijos; su hijo Zeus le despojé de la soberania e “hizo que se sentase bajo la tie- rra” (Iliada, XIV, 204)». En defensa de Homero, se imagind que sus relatos sdlo eran una apariencia y encubrian, en realidad, una ensefianza teérica (fisica, moral, psicolégica, mistica, etc.) perfectamen- te honesta y veridica. De esta suerte, la alegoria aparecié como el] medio de salvar los poemas homéricos del descrédito; como escribe el autor del Tratado de lo sublime (IX, 7, 2), «si no soh entendidos segtin la alegoria, son totalmente ateos»; la formula del comentarista de Heraclito —mas conocida— est4 en la misma linea: «Todo en Homero es impio si nada es alegérico» (Cuestiones homéricas, I, 1). El fundador de este método exegético pasa por ser el presocratico Tedgenes de Regio, contemporaneo de Cambises, rey de Persia (de 529 a 522 a, de C.). Esto es al menos lo que atestigua un escolio de Porfirio en la Iliada, XX, 67, que merece citarse aqui, pues condensa atinadamente las moti- vaciones de la interpretacién alegérica, sus principales pro- cedimientos y sus variedades mds corrientes con indicacién de algunos de los temas homéricos que tendran la predileccién de esos exegetas: «La doctrina de Homero sobre los dioses se aplica gene- ralmente a lo inutil, incluso a lo inconveniente, pues los mitos que refiere sobre los dioses son inconvenientes. Para con- trarrestar tamajfia acusacién, hay quienes invocan la manera de hablar; estiman que todo se ha dicho en alegoria y con- cierne a la naturaleza de los elementos, como, por ejemplo, en el caso de los desacuerdos entre los dioses. Asi es como —se~ gtin ellos— lo seco se opone a lo himedo, lo caliente a lo frio y lo leve a lo pesado; el agua apaga el fuego, pero el fuego seca el aire; lo mismo acontece con todos los elementos de que se compone e] universo: existe entre ellos una oposicién fundamental; implican una vez por todas la corrupcién a nivel de seres particulares, pero en conjunto subsisten eter- namente. Homero habria instituido tales luchas, dando al. fuego el nombre de Apolo, de Helio y de Hefesto; al agua, el de Posidén y Escamandra; a la Luna, el de Artemisa; al aire, el de Hera, etc. Del mismo modo, resultarfa que presta HELENISMO Y CRISTIANISMO 257 nombres de dioses a disposiciones del alma: a la reflexién, el de Atenea; al desatino, el de Ares; al deseo, el de Afrodita; a la perfecta elocucién, el] de Hermes; poderes todos ellos afines a esos dioses, Esta forma de defensa es -muy antigua y se remonta a Teagenes de Regio, que fue el primero en es- cribir sobre Homero; su naturaleza estriba, pues, en tomar en consideracién la manera de hablar.» No se podria garantizar que Porfirio no deje de dar, hasta cierto punto, en la tergiversacién trivial consistente en prestar a un autor tan antiguo —en este caso Teagenes— un pensamiento (concretamente, en el empleo de la alegoria ho- mérica) mas desarrollado de lo que podia estarlo probable- mente en una época tan lejana. Porque, a partir de ese mo- mento, la exégesis alegérica de los poetas sera objeto de una tradicién casi ininterrumpida en el mundo heleno, Se desa- rrolla entre los intimos de AnaxAgoras, puesto que los dis- cipulos de este filésofo «someten a la interpretacién los dioses tales como los presentan los mitos: Zeus es para ellos el intelecto, Atenea la habilidad» (Metrodoro de Lampsaco, testim. 6, Diels-Kranz). El cinico Antistenes, contemporaneo de Platén, tiene por héroes favoritos a Heracles y Ulises, de los que hace modelos de moralidad, transponiendo sus aventu- ras por medio de la interpretacidén alegérica; asimismo se sefiala por justificar ésta, gracias a una distincién que se repe- tira y explotara a menudo y conforme a la cual Homero'habria hablado «unas veces segtin Ja opinién y otras segun la ver- dad», o dicho de otro modo: unas veces para ser entendido alegéricamente y otras para ser tomado a la letra. En este punto —como en varios otros— los estoicos fueron los he- rederos de Antistenes; Zenén, Cleantes y Crisipo, fundadores de la escuela, se sirvieron profusamente de la lectura ale- gorica de los poetas, y de este movimiento dependen todos los que, en la época helenistica y romana, irfan mas lejos por este camino: Crates de Malo, Apolodoro, Cornuto y Heraclito, autor desconocido (un seudo Plutarco) de un tratadito Sobre la vida y la poesia de Homero. Desde el dia en que los fildsofos se dieron a descifrar asi a Homero y Hesfodo, la exégesis alegérica devino un modo de la expresién filosdfica. En ninguna época como en la An- tigiiedad se sintieron tan preocupados interiormente los pen- 258 LA FILOSOFI{A MEDIEVAL sadores por vincular su sistema a una fuente mas antigua todavia; una de las garantias a las que atribuyen mayor valor es el prestigio de la Antigiiedad, la autoritas vetustatis; esta disposicién es dificil de comprender hoy, cuando la moder- nidad se ha convertido en el principal aliciente literario; explica que la Antigiiedad haya acumulado tanta falsedad, obras apécrifas y seudoepigrafes, autores recientes que se hacen pasar por autores antiguos; permite igualmente com- prender la pasién que animé las polémicas cronolégicas, en las que los defensores de una tradicién se dedicaban a de- mostrar que habia precedido e inspirado a todas las otras. Imaginese la importancia que revestiria en semejante men- talidad el recurso a los poetas antiguos (Homero, Hesiodo) o miticos (Museo, Orfeo, etc); no se trata en modo alguno de copiar de ellos festivas ilustraciones, capaces de moderar la austeridad de los desarrollos filosdficos; la ambicién de todo autor relativamente tardio es demostrar que sus ideas ya eran compartidas por esos prestigiosos poetas que fueron —como se decfa— «institutores de Grecia». Sin embargo, habia que convenir en que éstos, pese a sus méritos, no ha- blaron como fildsofos profesionales; quedaba por prestarles una filosofia subyacente, por suponer bajo la trivialidad de sus narraciones una ensefianza especulativa oculta, que la interpretacién alegérica tenia precisamente por misién sacar a luz. De aqui que para muchos filésofos fuese una manera de expresarse, destacar las ideas que se supone que Homero y Hesfodo disimularon en sus versos. Ya se adivina a cudntos peligros exponia semejante pro- cedimiento. Y resultando que los adeptos del método alegérico pertenecian a escuelas diversas, el mismo poeta se ve movi- lizado para garantizar las doctrinas mas opuestas; mas atin: el mismo episodio de la Iliada o de la Teogonia se pliega- a cualquier fin. Esta paradoja ni siquiera escapé a los que le dieron cuerpo; asi Séneca (Carta a Lucilio, 88, 5) denuncia festivamente el defecto consistente en hacer de Homers el paladin de todas las filosofias clasicas: «Unas veces hacen de él un estoico que sdlo estima la fuerza del alma, aborrece el placer y no se aparta de lo honrado, incluso a costa de la inmortalidad; otras se hace de él un epictireo que alaba el estado de una ciudad tranquila donde la vida transcurre en- tre festines y cantos festivos; otra es un peripatético que HELENISMO Y CRISTIANISMO 259 presenta una divisién tripartita de los bienes; finalmente, es un académico que afirma que todo no es mas que incertidum- bre. La prueba de que no es nada de todo eso es que lo es todo, ya que esos sistemas resultan incompatibles.» Se ha solido aseverar que Homero y Hesfodo desempe- fiaron en la cultura helena un papel comparable al de la Biblia en la cultura cristiana. Ni que decir tiene que no po- demos tachar a los cristianos en el uso de los textos biblicos de la misma ligereza que fustiga Séneca, pero suele ocurrirles —y es un hecho— que descubren en la Biblia, en conformidad con sus propias ideas, Sentidos que dejan estupefacto al lector de hoy. También ellos lo hacen por medio de la exégesis alegérica que se aplica a sacar de los textos biblicos —mas all4 del sentido literal aparente— un sentido simbdlico mas profundo. Se dan en los filésofos griegos y en los Padres de la Iglesia dos actitudes cuya afinidad es innegable. ~Hemos de explicar esta coincidencia por una influencia ejercida por los primeros sobre los segundos? A esta pregunta los pole- mistas anticristianos del final de la Antigiiedad respondian por su parte afirmativamente: la interpretacién alegérica de la Biblia habria nacido del deseo de justificar su mediocridad; como inicio de este método estaria Origenes, que pasaba por haberlo tomado de la cultura helena y transferido a la lectura de} Antiguo Testamento. Tal es la visidn de las cosas que-el filésofo Porfirio —quien tuvo la oportunidad de acercarse a Origenes— se esforzé por acreditar en su gran tratado Con- tra los cristianos; se ha perdido la obra, pero la pagina que nos interesa afortunadamente, se ha conservado en la Histo- ria, eclesidstica (V1, 19, 2-8) de Eusebio, a quien por un mo- mento vale la pena ceder la palabra: «... En nuestros dias, Porfirio se establecié en Sicilia, compuso escritos contra nosotros y se esforz6 en calumniar las divinas Escrituras; menciona en dichos escritos a los que las comentaron sin poder invocar el menor reproche contra las doctrinas, y, a falta de razones, llega hasta injuriar y calumniar a los exegetas, y entre éstos sobre todo a Orige- nes (...). Escuchad lo que dice con sus propias palabras: “Algunos, deseosos de hallar una explicacién a la protervia de las Escrituras judias, aunque sin romper con ellas, recu- 260 LA FILOSOF{A MEDIEVAL rren a interpretaciones incompatibles y desacordes con lo que esta escrito; de esta forma, no facilitan tanto una apologia de lo inexplicable cuanto una complacencia y alabanza de sus propias lucubraciones. En efecto, lo que se afirma clara- mente de Moisés lo exaltan como enigmas y lo proclaman como ordaculos Henos de misterios ocultos, y tras haber hechi- zado el sentido critico del alma por el orgullo, introducen sus comentarios.” »Luego asevera, aparte otras cosas: “Esta especie de ab- surdo proviene de un hombre que yo también encontré en mi primera juventud, muy célebre y que sigue siéndglo por los escritos que ha dejado: Origenes, cuya gloria se ha difundido sobremanera entre los maestros de tales doctrinas (...). En lo concerniente a las opiniones sobre las cosas y la divinidad, heleniz6 y transfirié las opiniones de los griegos a las fabulas extrafias. Efectivamente, vivid siempre con Platén; estudié asiduamente los escritos de Numenio, Cronio, Apoléfanes, Longino, Moderato y Nicémaco, y de los hombres célebres entre los pitagéricos; igualmente se sirvid de los libros del estoico Queremén y de Cornuto; con ellos aprendié la inter- pretacién alegérica de los misterios helenos que aplicé a las Escrituras judias.”» No todo se ha de tomar como oro de buena ley en esta pa- gina de Porfirio, que se resiente de su pasién anticristiana. En particular, es dificil dar crédito a su afirmacién segin la cual Origenes serfa el iniciador de la exégesis alegérica de la Biblia. En efecto, seria olvidar que, mAs de un siglo y me- dio antes que él, San Pablo habia propuesto sobre las dos mujeres de Abrahan y de sus hijos respectivos (Génesis, XXI) una exégesis alegérica sin ninguna duda y, por afiadidura, calificada con esta denominacién por él mismo: la mujer es- clava, Agar, la presenta como figura de la antigua alianza y de la Jerusalén carnal, mientras que Sara, la mujer libre, de la nueva y de la Jerusalén celestial (Epistola a los Gala- tas, 4, 22-31). M4s aun: si ahora consideramos no ya tnica- mente al cristianismo, sino al conjunto judeo-cristiano, resulta que el mismo San Pablo tuvo predecesores en la interpreta- cién alegérica del Antiguo Testamento. Ya hemos sefialado antes el sincretismo judeo-helenistico que se operd especial- mente en Alejandria, en el transcurso de los tres primeros: HELENISMO Y CRISTIANISMO 261 siglos antes de nuestra era, y manifestado sobre todo por la traduccién griega de la Biblia hebraica y la redaccién, directamente en griego, del libro de la Sabiduria, Ahora bien, hay que saber que este judaismo alejandrino ya practicaba en gran medida la exégesis alegérica de la Escritura. Asf es como un documento procedente de ese ambiente, la Carta de Aristeo a Filécrates contiene una interpretacién alegérica de la legislacién de Moisés sobre los animales impuros, enten- dida como una serie de admoniciones simbélicas que invitan 8 los fieles a la vida perfecta. Por su parte, de los esenios, miembros de una célebre comunidad ascética de Judea, dice Filén (Todo hombre de bien es libre, 12, 82) que se reunian en la sinagoga el dia del sébado,

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