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Brujas, Comadronas y Enfermeras - Ehrenreich, Barbara and English, Deirde. Monthly Review, Oct.

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BRUJAS, COMADRONAS Y ENFERMERAS*


Traducido por: Angélica Gil G. y Alberto Vasco U.

Las mujeres han sido siempre curanderas. Ellas fueron médicos sin licencia y anatomistas de la
historia occidental. Ellas provocaron abortos, fueron enfermeras y sirvieron de consuelo. Fueron
farmaceutas, cultivaron hierbas de carácter curativo e intercambiaron los secretos de sus usos.
Fueron comadronas, viajaron de casa en casa y de villa en villa. Por siglos las mujeres fueron
doctores sin grado, aisladas de libros y lecturas, aprendiendo de cada una y pasando experiencia
de vecina a vecina y de madre a hija. Fueron llamadas “mujeres sabias” por la gente, brujas o
charlatanas por las autoridades. La medicina es parte de nuestra herencia como mujeres, nuestra
historia.

Hoy, no obstante, el cuidado de la salud en Estado Unidos es propiedad de los profesionales


hombres. 93% de los médicos americanos son hombres como lo son, los directores principales de
las administraciones de las instituciones de salud. Las mujeres son todavía mayoría – 70% de los
trabajadores de salud son mujeres – pero hemos sido incorporadas como trabajadoras en una
industria donde los jefes son hombres. No somos ya practicantes independientes, sino que en la
mayor parte de los programas institucionales ejecutamos los trabajos de menor responsabilidad:
oficial de secretaría, ayudante de dietética, técnico, criada. Cuando se nos permite participar en
los procesos de salud, podemos hacerlo tan sólo como enfermeras. Y las enfermeras de todos los
rangos, son de ayuda, son justamente trabajadores auxiliares en relación a los médicos (en inglés
“ancillary workers” que viene del latín Ancilla que significa criada.)

¿Cómo llegamos a nuestra posición actual de subordinación, desde nuestra posición anterior de
liderato? En este artículo observamos brevemente dos fases importantes separadas, en la
apropiación masculina del cuidado de la salud; la supresión de “las brujas” en Europa Medieval y
el crecimiento de la profesión médica en el hombre en el siglo XIX en América. Ambas muestran
claramente que la supresión de las mujeres trabajadoras de salud y el surgimiento del dominio de
los profesionales hombres, no fueron procesos “naturales”, resultantes automáticamente de los
cambios en ciencia médica. En efecto las luchas decisivas tuvieron lugar mucho antes del
desarrollo de la medicina científica moderna.

La supresión de las curanderas fue parte de un conflicto político, unido a conflictos más generales
de clase y de sexo de las fases históricas que hemos estudiado.

Brujería y medicina en las Edades Medias.


La edad de la cacería de brujas abarcó más de cuatro siglos (del siglo XIV al siglo XVII) y en su
recorrido abarcó desde Alemania hasta Francia e Inglaterra. Nació en el feudalismo, al cual
sobrevivió, aumentando su virulencia en la “Edad de La Razón”. El número de casos es difícil de
estimar, pero la evidencia fragmentaría que existe sugiere que la campaña en estos tiempos
alcanzó proporciones que pueden sólo ser descritas como exterminio de sexo. Muchos escritores
estiman que el número de muertos, generalmente quemados vivos en la hoguera, han sido de
millones. Alrededor del 85% de aquellas ejecuciones fueron sobre mujeres, ancianas, jóvenes, y
niñas. Hay informes de aldeas de campesinos en las cuales la población femenina completa, fue
destruida.

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Tomado de: Ehrenreich, Barbara and English, Deirde. Monthly Review, Oct. 73

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Brujas, Comadronas y Enfermeras - Ehrenreich, Barbara and English, Deirde. Monthly Review, Oct. 73

La interpretación mas común en el siglo XX acerca de las Brujas Locas, es que representaban un
brote de histeria colectiva entre el campesinado. En la versión de esta interpretación las brujas
eran “Mujeres Histéricas”; en otra sus perseguidores fueron una multitud histérica. Pero los
informes escritos han sobrevivido (La mayoría de ellos, documentos de la Iglesia) contradicen
totalmente tales interpretaciones siquiátricas. La cacería de brujas no fue espontánea. Fueron
campañas organizadas –iniciadas, financiadas, y ejecutadas por la Iglesia y el Estado --. Nada
hace esto más claro que la guía autorizada de las propias persecuciones, The Malleficarum, o
Martillo de Brujas, escrito en 1484 con las bendiciones del Papa Inocencio VII. Por tres siglos este
libro sadista permaneció en el banco de todo tribunal de justicia, todo perseguidor católico o
protestante.

Describe con detalle como una persecución se iniciaba por el Vicario o Magistrado de un condado,
cómo las acusaciones fueron producidas bajo amenazas de excomunión y cómo las confesiones
fueron producidas bajo tortura. Si hubo un elemento de “Histeria” en una población seleccionada
por una persecución, tuvo una base real de terror: las persecuciones fueron una campaña de
terror de una clase dominante dirigida contra la población campesina femenina.

¿Qué motivó a los cazadores de brujas? ¿Fue la misoginia viciosa de la Iglesia, el temor al
levantamiento de los campesinos o (como la Iglesia misma clamó) un defensa rígida contra la
herejía?

¿Fueron las brujas, mujeres inocentes o partidarias de religiones pre-cristianas? ¿O fueron ellas
miembros de organizaciones subversivas campesinas? ¿Cuáles desarrollos históricos específicos
fueron la base de la aparición de las brujas y perseguidores – plagas, guerras, conflictos sociales
propios del paso del feudalismo al capitalismo? No tenemos respuestas completas o
satisfactorias. Pero hay un aspecto específico y también universal de la locura de las brujas que
aquí nos concierne. El historiador francés Jules Michelet anota que una de las mayores
acusaciones contra las brujas fue delito de curar. Como líder inglés de esta cacería lo señaló:
“Esto debe siempre recordado, como una conclusión, que por Brujas entendemos, no solamente
aquellas que mataron y atormentaron, sino todas las adivinas, charlatanas, impostoras, todas las
hechiceras comúnmente llamadas Sabios y Sabias… y en el mismo género consideramos todas
las brujas buenas, que no mataron sino que hicieron el bien, que no hicieron daño y destruyeron,
sino que salvaron y libertaron… fuera mil veces mejor para la tierra sino todas las brujas, pero en
especial las brujas “benditas” sufrieran la muerte”.

El “Malleus Maleficarum” expresó “Nadie hace mas daños a la Iglesia católica que mas
comadronas”. El historiador siquiatra Thomas F. SAS ha planteado la hipótesis de que la mayoría
de las mujeres asesinadas como brujas no fueron “locas” o criminales – ellas fueron curanderas y
comadronas que servían a la población campesina -- ¿Qué hizo ser la curación un crimen? La
iglesia misma ha tenido poco interés en la medicina, contenta sólo en ofrecer oraciones por los
muertos. Básicamente la iglesia vio sus ataques a las curanderas campesinas como un ataque a
la magia, y no a la medicina, de todas formas. Los encantos mágicos se pensaron tan efectivos
como las oraciones en la curación del enfermo, pero las oraciones fueron sancionadas y
controladas por la iglesia mientas los encantos y hechizos no lo fueron. Estas curas mágicas aún
exitosas, fueron una interferencia con el deseo de Dios, y la cura misma fue un mal. No había
problemas en distinguir entre la cura de Dios de la del Diablo pero obviamente el señor trabajaría
a través de (la alta clase) sacerdotes y doctores más que a través de mujeres campesinas.

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La mujer sabía o bruja tenía un arsenal de remedios los cuales habían sido probados en años de
uso. Muchos de los remedios de hierbas desarrollados por las brujas todavía tienen su lugar en la
farmacología moderna. Ellas tenían analgésicos, ayudas digestivas y agentes antiinflamatorios.
Ellas usaron ergotamina para los dolores del parto, al tiempo que la iglesia sostenía que la pena
en el parte era un castigo de Dios por el pecado original de Eva. (La ergotamina y sus derivados
son hoy las principales drogas usadas para el trabajo de parto y en la recuperación de post-parto).

La belladona – aún usada hoy en día como un antiespasmódico – fue usada por las curanderas
brujas para limitar las contracciones uterinas del postparto. La digital, hoy una droga importante en
el tratamiento de dolencias cardiacas se dice que fue descubierta por una bruja inglesa.
Indudablemente muchos de los otros remedios dados por las brujas fueron puramente mágicas y
su efectividad se debe si es que la tuvieron, a su reputación.

Los métodos de las curanderas brujas y sus resultados fueron una gran amenaza (a la iglesia
católica y a la protestante), pues ellas fueron empiricistas: confiaban en su sentido más bien que
la fe o en la doctrina; creyeron en la prueba y el error, en la causa y en efecto, confiaron su
habilidad en encontrar formas de tratar enfermedades, embarazos y partos – ya sea a través de
meditaciones o de hechizos --. En breve su “magia” fue la ciencia de su tiempo. La iglesia por
contraste fue fuertemente antiempírica. Ella no le dio crédito al valor del mundo material y
desconfió de los sentidos profundamente. Los sentidos son el fundamento del demonio, el terreno
en el cual, él trata de seducir a los hombres fuera de la fe y dentro del ámbito de lo intelectual o
las delicias carnales.

En la persecución de las brujas, el misoginismo antiempiricista de la iglesia y las obsesiones anti -


sexuales coinciden. Empiricismo y sexualidad ambas representan una sumisión a los sentidos,
una traición a la fe. Las brujas fueron una triple amenaza a la iglesia: fueron mujeres y no se
avergonzaron de ello: aparecieron, al menos ante los cazadores de brujas, como parte de una
organización clandestina de mujeres campesinas: y ellas fueron unas curanderas cuyas prácticas
estaban basadas en estudios empíricos. En medio de la represión fatalista de la cristiandad ellas
sostuvieron la esperanza de cambio en el mundo.

Mientras las brujas practicaron entre el pueblo, las clases dirigentes estaban cultivando sus
propias cámaras de curanderas seculares: los médicos entrenados en la universidad. No había
nada en el entrenamiento de la medicina medieval que estuviera en conflicto con las doctrinas de
la iglesia, y muy poco de lo que hoy reconoceríamos como “ciencia”. Los estudiantes de medicina
como los demás jóvenes caballeros estudiantes, gastaban años estudiando a Platón, Aristóteles y
la teología cristiana. Su teoría médica esta casi totalmente restringida a los trabajos de Galeno, los
antiguos médicos griegos quienes afirmaron la teoría de “complexiones” o “temperamentos” del
nombre, “de donde los coléricos eran irascibles, los sanguíneos amables, los melancólicos
envidiosos”, y así sucesivamente: ellos raramente vieron algún paciente. Confrontando una
perdona enferma, el médico entrenado en la universidad tenía poco que aportar excepto su
superstición. La sangría fue una práctica común especialmente en el caso de las heridas. Las
sanguijuelas se aplicaron de acuerdo con el tiempo, la hora, el aire y otras consideraciones
similares. Las teorías médicas fueron a menudo fundamentadas más en “la lógica” que en la
observación. “Algunos alimentos traían buenos humores y otros humores malignos. Por ejemplo:
Berros, mostaza y ajos producían bilis rojiza; lentejas, lechuga y la carne de cabra y del ganado
daban bilis negra”. Los encantamientos y los rituales cuasirreligiosos se pensaba que eran muy
efectivos: el médico de Eduardo II quien poseía un pregrado en teoría y un doctorado en medicina
de Oxford, prescribió para el dolor de muela, es escribir sobre las quijadas del paciente “en el

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nombre del padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén” o tocar con una aguja una larva de
mariposa y después al diente.

Este era el estado de la “ciencia médica” en el tiempo en el que las curanderas brujas fueron
perseguidas por haber sido practicantes de “magia”. Fueron las brujas quienes desarrollaron una
gran compresión de los huesos y músculos, hierbas y drogas, mientras los médicos aún estaban
derivando sus diagnósticos de la astrología y los alquimistas estaban tratando de volver el plomo
en oro. Tan grande fue su conocimiento de las drogas que en 1527 Paracelso considerado el
“Padre de la Medicina Moderna”, quemó su texto de Farmacología, confesando que él “había
aprendido todo lo que sabía de las brujas”.

Aunque los médicos de clase alta entrenados en la universidad no eran mejores (probablemente
eran peores) en la curación de las enfermedades de la población, el establecimiento de la
medicina como una profesión en la que se requería un entrenamiento universitario, hizo fácil
eliminar legalmente a la mujer de la práctica. Con pocas excepciones las universidades estaban
cerradas para las mujeres (aún las mujeres de clase alta quienes podían costeársela). Se
establecieron leyes para prohibir toda práctica médica excepto la de los doctores entrenados en la
universidad. Fue imposible mantener efectivamente las licencias legales, ya que había solamente
un puñado de doctores entrenados en la universidad, comparado con la gran masa de los
curanderos. Pero las leyes fueron usadas selectivamente. Su primera meta no fue la de las
curanderas campesinas, sino las mejores, económicamente; curanderas instruidas quienes
competían con los doctores entrenados en la universidad, por la misma clientela urbana.

Tomemos por ejemplo el caso de la parisiense Jacoba Felicie, tríada a juicio en 1322 por la
Facultad de Medicina de la universidad de París, con cargos de que curaba sus pacientes de
enfermedades internas y de heridas o de abscesos externos. Visitaba a los enfermos asiduamente
y hacía el examen de orina a la manera de los médicos, y como ellos tomaba el pulso y palpaba el
cuerpo y los miembros. Seis testigos afirmaron que Jacoba los había curado aún después de que
numerosos doctores se habían dado por vencidos y un paciente declaró que ella era más hábil en
el arte de la cirugía y la medicina que cualquier médico profesor o especialista en cirugía de París.
Pero estos testimonios fueron usados en contra de ella ya que el cargo no fue de que ella era
incompetente sino de que “como mujer ella se había atrevido a curar”.

Siguiendo las mismas lineras los médicos ingleses enviaron una petición al parlamento solicitando
la imposición de multa y “larga prisión” para cualquier mujer que intentara “use the practycse of
Fisyk”. Hacia el siglo XIV la campaña hecha por los profesionales médicos en contra de los
curanderos urbanos se había extendido a través de toda Europa. Los médicos habían logrado un
monopolio claro sobre la practica de la medicina en las clases altas, (excepto en obstetricia que
permanecía en manos de las parteras por otros siglos). Ellos aún no estaban listos para tomar la
iniciativa de eliminar la gran masa de curanderas –las brujas--.

La alianza entre la iglesia, el estado y la profesión médica. Recayó abiertamente sobre la brujería.
Los médicos fueron elevados a la categoría de expertos, dándoles una aureola científica que los
precedía. El era llamado para juzgar cuando una mujer era bruja o cuando una enfermera era
producida por la brujería. El Malleus dice: y si se pregunta cómo es posible distinguir entre una
enfermera producida por la brujería o por alguna causa física natural nosotros respondemos…por
el juicio de los médicos… (Subrayado de las autoras). En la cacería de brujas la iglesia
explícitamente legitimaba el profesionalismo de los medico denunciando la cura no

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profesionalizada como un equivalente de la herejía; si una mujer se atreve a curar sin haber
estudiado, es una bruja y debe morir (por supuesto no se permitía que ninguna mujer estudiará).

La cacería de brujas no elimino a las curanderas de la clase baja, pero sí las marco para siempre
como supersticiosas y posiblemente malévolas. Fueron tan profundamente desacreditadas entre
las clases medias nacientes que en los siglos XVII y XVIII les fue posible a los practicantes
hombres hacer serías incursiones dentro de la actividad curandera reservada a la mujer –ser
comadrona--.

Los hombres practicantes no profesionales “los barberos cirujanos”, dirigieron la lucha en


Inglaterra, reclamando superioridad técnica en base a su conocimiento de los fórceps obstétricos.
(Los fórceps fueron legalmente clasificados como un instrumento quirúrgico y las mujeres estaban
legalmente excluidas de la práctica quirúrgica). En manos de los barberos cirujanos la practica
obstétrica entre la clase media, fue rápidamente negocio lucrativo, en el cual los médicos
propiamente dichos se impusieron en el siglo XVIII. Las comadronas en Inglaterra, se organizaron
y acusaron a los intrusos de mercantilistas y del uso equivocado y peligroso de los fórceps. Pero
fue demasiado tarde –las mujeres fueron fácilmente reprimidas y tratadas como ignorantes “viejas
esposas” aferradas a supersticiones del pasado.

Las mujeres y el surgimiento de la profesión médica americana.


En los Estados Unidos, la toma del rol de curandero por los hombres, empezó más tarde que en
Inglaterra o en Francia, pero en definitiva llego más lejos. En Europa Occidental para 1.800 los
médicos entrenados en universidades tenían ya, siglos de monopolios sobre el derecho de curar.
Pero en América la práctica médica estaba tradicionalmente abierta a cualquiera que pudiera
demostrar habilidades para curar, independientemente de su entrenamiento formal, raza o sexo.
Ann Hutchinson, la líder religiosa disidente de los anos 1600, practicaba la “General Physica”
como lo hicieron muchos otros ministros y sus esposas. El historiador médico Joseph Kett afirma
que “uno de los más respetados médicos a finales del siglo XVIII en Windsor, Connecticut, por
ejemplo fue un negro liberto llamado “Dr. Primus”. En New Jersey, la práctica médica, excepto en
casos extraordinarios, estuvo principalmente en manos de mujeres hasta después de 1818…”

A principios de 1800 había también un gran número de médicos, entrenados formalmente,


quienes tuvieron grandes dificultades en distinguirse de la multitud de practicantes empíricos. La
distinción real más importante era de la de que, los entrenados formales, o médicos “regulares”
como se llamaban a si mismos, eran hombres generalmente de clase media y casi siempre mas
careros que la competencia empírica. La práctica de los “reguladores” estaba significativamente
restringida a la gente de clase media y alta, quienes podían costear el prestigio de ser tratados por
un “caballero” de su propia clase. En términos de habilidades médicas y de la teoría, los llamados
“regulares” no tenían nada que enseñar a los practicantes empíricos. Estaban acostumbrados a
tratar la mayoría de las enfermedades con sangrías “heroicas” masivas, grandes dosis de
laxantes, calomel (un laxante que contiene mercurio); y más tarde, opio.

Los empíricos preferían medicamentos suaves a base de hierbas, cambios dietéticos y la espera
en lugar de la intervención heroica. Quizás no sabían más que los “regulares” pero al menos
tenían menos posibilidad de hacerle daño al paciente. Sin embargo no tenían los contactos claves.
Los “regulares” con sus contactos con la clase alta tenían el poder legislativo. Para 1830, trece
estados habían aprobado por ley las licencias médicas proscribiendo la práctica y establecimiento
a los “regulares” como los únicos curanderos legales.

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Fue un movimiento prematuro. La profesionalización médica no tenía apoyo popular ni mucho


menos, el grupo particular de curanderos que la reclamaba. Esta temprana presión por el
monopolio médico inspiro la indignación de las masas en forma de un movimiento popular radical,
que estuvo a punto de destruir el elitismo médico de una vez por todas.

El Movimiento Popular de Salud en los años 1930 y 40 ha sido generalmente desacreditado en la


historia médica convencional, como una corriente de alta charlatanería de sectarismo. En realidad
fue el frente médico de un levantamiento social muchos más amplio estimulado por los
movimientos feministas y de las clases trabajadoras. Los “regulares”, con licencia, fueron
atacados como miembros de “las clases parasitas no productivas”, que sobrevivían solo por la
“fantástica moda” de la clase alta por el calomel y la sangría. Las universidades donde se
preparaba la elite de los “regulares”, fueron censuradas como lugares donde los estudiantes
“aprendían a considerar el trabajo manual como algo servil y degradante” y a identificarse con la
clase alta. Los radicales de la clase trabajadora se unieron a la causa, asociando al “gremio de
los Reyes, al gremio de los sacerdotes, al gremio de los Abogado, y al gremio de los Médicos”
como los cuatro grandes males de la época.

El clímax del Movimiento Popular de Salud coincidió con los comienzos de un movimiento
feminista organizado, y los dos estuvieron tan estrechamente unidos que es difícil decir dónde
empezó uno y dónde terminó el otro.

“Esta cruzada por la salud para las mujeres (el Movimiento Popular de Salud) estuvo relacionado
tanto en causa como en efecto con la demanda de los derechos de las mujeres en general y los
movimiento de salud feministas llegan a ser indistinguibles en este punto”, según Richard Shryock,
el famosos historiador médico. El Movimiento de Salud estuvo relacionado con los derechos de las
mujeres en general, y el movimiento de las mujeres estuvo particularmente relacionado con la
salud y con el acceso de las mujeres a la educación médica.

Los sectores “irregulares” fundaron sus propias escuelas medicas y abrieron sus puertas a las
muges en la época en que la educación medica “regular” estaba cerrada casi por completo para
ellas. Los médicos “regulares” pudieron tener el mérito de haber preparado a Elizabeth Blackwell,
la primera mujer “regular” americana, pero su alma mater (una pequeña escuela en el estado de
New York) rápidamente pasó una resolución eliminado el ingreso a otras estudiantes mujeres. La
primer escuela médica definitivamente mixta fue le “irregular” Facultad Medica Central Ecléctica de
New Cork, en Siracusa. Finalmente las dos primeras universidades médicas completamente
femeninas, una en Boston y otra en Filadelphia, fueron así mismo “irregulares”.

En su cumbre en los años 1830 y 1840, el Movimiento Popular de Salud tenía a los “regulares” –
los antepasados profesionales de los médicos de hoy—huyendo atemorizados. El Movimiento fue
lo suficientemente poderoso para conseguir leyes para derogar licencias médicas en casi todos
los estados. Más tarde en el siglo XIX, cuando la energía popular disminuyó el movimiento
degeneró en un conjunto de competencia entre sectores, los “regulares” salieron a la ofensiva. En
1848, sacaron su primera Asociación Médica Americana (AMA). Durante toda esta parte del siglo
XIX, los “regulares” implacablemente atacaron los practicantes empíricos, médicos de sectas, y
mujeres practicantes en general. Los argumentos contra las mujeres doctores varían desde los
paternalistas (¿una mujer respetable puede salir de noche a una emergencia médica?) hasta los
mas duros. En su discurso presidencial a la AMA en 1871, el Dr. Alfred Stille dijo:

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“Ciertas mujeres buscan rivalizar con los hombres principalmente en deportes… y las mas osadas
en todas las cosas, aun en el vestido. Al hacerlo inspiran cierto tipo de admiración como la que
inspiran todas las producciones monstruosas especialmente cuando las dirigen hacía un punto
mas alto que el propio”.

Las pocas mujeres que se convirtieron en médicos “regulares” recibieron una presión por el sexo,
tan grande como el resto. Primero fue la continua persecución –a menudo lasciva—por los
estudiantes hombres. Hubo profesores que no discutían anatomía en presencia de una dama.
Hubo textos como el famoso texto obstétrico en 1848 que afirmaba “Ella (la mujer) tiene una
cabeza casi demasiado pequeña para lo intelectual pero lo suficientemente grande para el amor”.
Habiendo completado su trabajo académico, la doctora encontraba que los hospitales estaban
generalmente cerrados para ella y si no lo estaban los internados sí. Si finalmente lograban
terminar su carrera encontraban sus colegas “regulare” renuentes a remitirle pacientes y
totalmente opuestos a su aceptación como miembros de sus sociedades médicas.

No obstante el dominio del sexo masculino en la medicina “regular”, lo que podríamos llamar el
“movimiento de salud de las mujeres” empezó, a finales del siglo XIX a disociarse por sí mismo del
Movimiento Popular de la Salud del pasado y luchar por su respetabilidad. Los miembros de los
sectores “irregulares” fueron expulsados de facultades pertenecientes a universidades femeninas.
Las lideres médicas femeninas tales como Elizabeth Blackwell se unieron a los “regulares” con el
fin de establecer la “educación médica completa” para todos los practicantes –todo esto en un
momento en que los “regulares” todavía tenían poco o nada de ventaja “científica” sobre ele sector
de los doctores o curanderos empíricos--. En efecto, las líderes femeninas habían renunciado al
ataque esencial sobre la medicina exclusiva de los hombres y habían aceptado los términos
establecidos por la naciente profesión médica para hombres.

Incluso aunque no constituían ninguna oposición organizada, a finales de los años 1800, los
“regulares” no estaban todavía en condiciones de hacer otra propuesta de monopolio médico. Por
una parte, ellos no podían declarar la posesión de métodos efectivos únicos o un cúmulo especial
de conocimientos. Además un grupo ocupacional no gana un monopolio profesional en base a
superioridad técnica únicamente. Una profesión aceptada no es propiamente un grupo
proclamado así mismo como expertos, es un grupo que tiene autoridad por ley de seleccionar sus
propios miembros y regular su práctica, por ejemplo: monopolizar un cierto campo sin interferencia
externa. Así para llegar a ser un profesional, los médicos necesitaban tanto titulo científico como
poder político, o al menos el apoyo de los poderosos.

Por una coincidencia afortunada para los “regulares”, ambos, la ciencia y el respaldo de la clase
dominante a finales del siglo, se encontraban unidos.

Los científicos franceses y alemanes defendieron la teoría germana de la enfermedad que


proporcionó, por primera vez en la historia de la humanidad, una base racional para la prevención
y terapia de la enfermedad. Al mismo tiempo, los Estados Unidos estaban surgiendo como líderes
de la industria en el mundo. Por primera vez en la historia de América, hubo concentraciones
suficientes de riqueza para permitir filantropía organizada de la clase dominante en la vida social,
cultural y política de la nación. Las fundaciones se crearon como instrumentos para perpetuar esta
intervención –las fundaciones Rockefeller y Carnegie aparecieron en la primera década del siglo
XX---. Unos de los primeros y más importantes puntos en su agenda fue la “reforma” médica, la
creación de una profesión médica americana respetable y científica.

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El grupo de practicantes médicos americanos que las fundaciones escogieron para darle su
respaldo monetario, fue naturalmente la élite científica de los doctores “regulares” (muchos de
estos hombres fueron ellos mismos de clase dominante y todos eran de la ciudad, caballeros
entrenados en la universidad). A principios de 1903 el dinero de las fundaciones empezó a
gastarse por millones en las escuelas de medicina regular. Las condiciones para recibir fondos de
las fundaciones fueron establecidas por el famoso Informe Flexner de la Corporación Carnegie
publicado en 1910. Poco a poco se exigió a las escuelas cumplir los estándares de las mejores
escuelas de medicina tipo Universidad Alemana, cuatro años de trabajo práctico y académico
específico y un título de bachiller se exigía como requisito de admisión.

A raíz del Informe Flexner se cerraron varias escuelas de medicina. Por este motivo, inclusive seis
de las ocho escuelas médicas negras, la mayoría de las escuelas “irregulares” que habían sido un
refugio para las mujeres estudiantes, y las escuelas regulares de bajo costo que habían servido a
la juventud blanca de la clase media y baja. La medicina se estableció de una vez por todas como
un sector de aprendizaje “superior” accesible únicamente a través de un entrenamiento
universitario demasiado largo y costoso.

Es cierto sin duda que a medida que el conocimiento médico creció, se hizo necesario un
entrenamiento largo. Pero Flexner y las fundaciones no tenían intenciones de hacer dicha
preparación accesible a la gran masa de curanderos empíricos y a los “irregulares”. En cambio las
puertas fueron cerradas de golpe a los negros, a las mayoría de las mujeres, y a los hombres
blancos de escasos recursos (Flexner en su informe lamentó el hecho de que cualquier
“muchacho rudo o empleado acosado” fuera capaz de buscar la preparación médica). La medicina
había logrado ser una ocupación de la clase media, masculina blanca. En efecto había llegado a
ser finalmente una profesión. Para ser mas exacto, un grupo particular de curanderos, “regulares”,
eran ahora la profesión médica. El médico había llegado a ser, gracias a algunos científicos
extranjeros a las fundaciones del Este, el “hombre de ciencia” –lejos de la competencia, lejos de la
regulación, y mucho más lejos de la crítica--.

En uno y otro estado, nuevas y difíciles leyes de licencia médica, sellaron el monopolio de la
práctica médica. Lo único que quedó, la ultima resistencia de la destruida medicina popular fueron
las comadronas. En 1910, cerca del 50% de los bebés fueron atendidos por comadronas –la
mayoría negras, o de la clase trabajadora inmigrante. Los obstetras dirigieron sus ataques a las
comadronas en nombre de la Ciencia y la reforma. Las comadronas fueron ridiculizadas como
“Sucias, incapaces, ignorantes e incompetentes”. Especialmente fueron tildadas como
responsables de la prevalecía de la sepsis puerperal (Infección Uterina) y Oftálmica neonatal
(ceguera producida por infección gonococcica en los padres) ambas condiciones eran fácilmente
previsibles con técnicas bien al alcance de la comadrona más ignorante (Lavado de las manos
para la Sepsis puerperal, y gotas en los ojos para la oftálmica).

Así, la solución obvia en un real espíritu de profesionalización en obstetricia, hubiera sido difundir
la técnica preventiva apropiada, a la masa de comadronas. Esto fue lo que sucedió en Inglaterra,
Alemania y la mayoría de los países europeos. Pero los obstetras norteamericanos no tenían un
compromiso real de mejorar el cuidado obstétrico. De hecho, un estudio del profesor John
Hopkins en 1912 demostró como la mayoría de los médicos americanos eran menos competentes
que las comadronas. No sólo eran ellos mismo incapaces de prevenir la Sepsis y la Oftalmia sino
que además, tendían a usar con ligereza las técnicas quirúrgicas que ponían en peligro a la madre
y al niño, pero los doctores tenían el poder las comadronas no.

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Bajo la fuerte presión de la profesión médica uno y otro Estado pasó leyes castigando a las
comadronas y restringiendo la práctica obstétrica a los médicos. Para la mujer pobre de la clase
trabajadora, esto significó, ralamente, peor cuidado obstétrico o ninguno.

Para la nueva profesión médica masculina, la denuncia sobre las comadronas significó una
competencia menos. Las mujeres habían sido dispersadas en derrota de su última posición
segura como practicantes independientes.

La única ocupación restante para la mujer en la salud fue la enfermería. La enfermería no ha


existido siempre como una ocupación pagada –tuvo que inventarse--. Los méritos por la invención
de la enfermería se remontan a un puñado de mujeres reformistas de la clase alta cuyo principal
interés no fue mejorar las oportunidades para la mujer sino mejorar las condiciones de los
hospitales. A los ojos de las enfermeras líderes como Florence Nighingale, los sucios y arcaicos
hospitales de la época necesitaban un toque femenino“. La “enfermera Nighingale”, conformó el
patrón de la ecuación en enfermería en este país como en Inglaterra, fue concebida como el
revestimiento de “feminidad” tal como se definió en la Sociedad Victoriana.

Cuando un grupo de enfermeras inglesas propuso el mismo modelo de enfermera tras el de la


profesión médica, con exámenes y licencias, Nighingale respondió que “las enfermeras no pueden
ser registradas y examinas así como no los son las madres” (énfasis añadido). Si las mujeres eran
enfermeras por instinto, ellas no eran a ojos de Nighingale, médicos por instinto. Escribió sobre las
pocas médicas de su tiempo: “Ellas sólo han intentado ser hombres, y han tenido éxito solamente
en ser hombres de tercera categoría”. Así como el número de estudiantes de enfermería aumentó
a fines del siglo XIX, el número de mujeres estudiantes de medicina empezó a disminuir. Las
mujeres habían encintrado su lugar en el Sistema de se Salud.

Para todos, la imagen glamorosa de “La mujer de la lámpara”, las enfermeras en esos tiempos,
desempeñaban poco más que el duro y no interesante trabajo de ama de casa, con el esposo
patriarcal reemplazado por el insolente doctor. Pero así como el movimiento feminista a fines del
siglo XIX no se opuso al resurgimiento del profesionalismo médico, no desafió la enfermería como
un rol opresivo para la mujer. De hecho feministas de fines del siglo XIX empezaron, ellos mismos,
a celebrar a la enfermera como el modelo materno de la feminidad. “La mujer es la madre de la
raza”, decía la entusiasta feminista de Boston Julia Ward Howe, “la guardiana de la infancia
desampara, su maestra temprana, su mas celosa campeona. La mujer es también ama de casa,
sobre ella recaen los detalles que bendicen y embellecen la vida familiar” y así, en cántico de
adulación demasiado dolorosos para citarse.

Por supuesto el movimiento feminista no estaba en posición de decidir sobre el futuro de la


enfermería de cualquier forma. Solo la profesión médica lo estaba. En principio los médicos
estaban un poco escépticos sobre las nuevas enfermeras de Nighingale –sospechando quizás
que este no fuera a ser otro intento femenino de infiltrarse en la medicina--. Pero pronto fueron
ganados por la incondicional obediencia de las enfermeras. Para los tradicionales médicos del
siglo XIX las enfermeras fueron un reglado de Dios. Por fin había un trabajador de Salud quien no
deseaba competir con los “regulares”, no tenía una doctrina médica que sustentar, y parecía no
tener otra misión en la vida que servir.

Mientras que el médico regular promedio daba a las enfermeras la bienvenida, el nuevo
practicante científico de principios del siglo XX está haciendo de ellas una necesidad. El nuevo
médico Post-Flexner, estaba aún en menor posibilidad que sus antecesores para permanecer

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Brujas, Comadronas y Enfermeras - Ehrenreich, Barbara and English, Deirde. Monthly Review, Oct. 73

cerca y observar el progreso de sus “pacientes curados”. El diagnosticaba, prescribía, se movía.


No podía perder sus talentos o su costoso entrenamiento académico en los detalles del paciente
hospitalizado. Para esto, él necesitaba una paciente y obediente ayudante, alguien que no
descuidara el más mínimo detalle, en resumen una enfermera. Curar en un sentido mas completo
consiste en curar y atender, médicos y enfermeras. La vieja curandera empírica de los tiempos
anteriores había desempeñado ambas funciones, y en ambas fueron valoradas (por ejemplo, las
comadronas no sólo presidían el nacimiento sino que vivían allí hasta que la nueva madre era
capaz de iniciar la atención del niño). Pero con el desarrollo de la medicina científica, y la moderna
profesión médica, las dos funciones se partieron irrevocablemente. Curar llego a ser providencia
exclusiva del médico; atender fue relegado a la enfermera. Todos los créditos de la mejoría del
paciente se dieron a los médicos y su “cura rápida” quienes eran los únicos que participaban de la
mística de la Ciencia. Las actividades de las enfermeras, por otra parte, fueron
imperceptiblemente asimiladas a aquellas desarrolladas por los sirvientes. Ellas no tenían, poder,
ni magia, y ningún reclamo sobre los méritos.

Algunas conclusiones
La mujer no ha sido una circunstancia pasiva en la historia de la medicina. El presente sistema
nació y se formó en la competencia desigual entre el hombre y la mujer curandera, la profesión
médica en particular no es simplemente otra de las instituciones que “accidentalmente nos
discrimina”. Es una fortaleza diseñada y establecida para excluir a las mujeres. Nuestros
enemigos no son simplemente los médicos o su machismo individual: es todo el sistema de clase,
el cual permite al hombre, curandero de clase alta, ganarnos y forzarnos a la subordinación. El
“homosexualismo” institucional es mantenido por un sistema de clase, en cual apoya el poder de
los hombres.

El profesionalismo médico no es otra cosa que la institucionalización del monopolio de la clase


alta masculina. No debemos confundir profesionalismo con destreza. Destreza es algo por luchar,
por alcanzar y compartir; profesionalismo es –por definición—elitista y exclusivista, sexista, racista
y de clase. En el pasado americano, las mujeres que buscaron entrenamiento médico formal,
estuvieron dispuestas a aceptar el profesionalismo que estaba incluido. Mejoraron su estatus—
pero sólo a expensas de sus hermanos menos privilegiados—comadronas, enfermeras y
curanderos empíricos. Nuestra meta actual no debe dirigirse a abrir la profesión médica
exclusivamente a la mejer, sino de abrir la medicina a toda mujer.

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