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Jeremías, un profeta apasionado

1. Una vida en proceso

El primer rasgo de su personalidad está expresado en


pasiva: conocido, consagrado, enviado... Lo que recordamos
de él no es tanto lo que hizo, sino lo que consintió que Dios
hiciera con él: «El Señor me dirigió la palabra: Antes de
formarte en el vientre te conocí, antes de salir del seno
materno te consagré y te nombré profeta de los paganos. Yo
repuse: ¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un
muchacho. El Señor me contestó: No digas que eres un
muchacho: que a donde yo te envíe, irás; lo que yo te
mande, lo dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo
para librarte.» (Jer 1, 4-8)

Dios ha declarado que lo conocía y eso supone un dominio total del ser
conocido y un cierto aviso de que va a llevar a su Profeta mucho más allá de los
límites que él mismo hubiera podido franquear. Supone también una relación de
fuerte intimidad, a un continuo diálogo entre Jeremías y Dios. Lo ’propio’ de
Jeremías según eso es escuchar, reconocerse formado por Dios, conocido y
consagrado, constituido, liberado, enviado...

Jeremías vivió contagiado de los sentimientos de Dios. Un Profeta es alguien


que llega a vivir en solidaridad emocional con Dios, en simpatía profunda con los
sentimientos divinos. Por eso su lenguaje es predominantemente afectivo: decepción,
dolor, aflicción, llanto, reproches, quejas, preguntas... Jeremías descubre en el
corazón de Dios la misma condición del corazón humano: el dolor. Un dolor que es
distinto de su amor y que refleja su amor hacia todos los que se revuelven contra Él.
Se trata de un amor absolutamente afirmativo, capaz de derramarse gratuitamente
sobre los que le han rechazado, de envolverlos y, por decirlo así ’capturarlos’.

2. Sombras, luchas y resistencias

Toda la existencia de Jeremías está marcada por el envío a una misión


conflictiva: «¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de pleitos y
contiendas con todo el mundo!» (Jer 15, 10). Así se autodefine el Profeta en una de
sus confesiones. La misión recibida en el momento de su vocación está expresada con
seis verbos: arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar (Jer 1, 10) y
cuatro de ellos tienen un sentido negativo: extirpar, desenraizar, derribar, destruir...
Las resistencias del Profeta ante su misión (soy un niño), indican más que una edad
cronológica, una convicción de incapacidad para ser portador de la Palabra. Pero
queda también claro que no son las cualidades humanas las que importan y que Dios
puede escoger libremente su instrumento.
Una propuesta:
 Leer estos textos en los que Jeremías aparece perseguido, ‘excomulgado’, odiado,
maldecido, obligado a esconderse, juzgado como colaborador del enemigo: 15, 17;
16, 1-2; 17, 16; 20, 10; 26, 11; 36, 26...
 Leer también en el capítulo 8 la escena de la tortura de Jeremías arrojado en la
cisterna. Observar cómo se cumple en el último momento la promesa recibida en
el momento de su vocación: Yo estoy contigo para librarte (Jer 1, 19) pero eso no le
ahorró todo el sufrimiento anterior.

3. La fe de un hombre nuevo

En la vida del hombre de Dios que fue Jeremías, prendió el fuego de su


Palabra y su existencia no tuvo más sentido que el de intentar abrasar a otros. Fue
llamado a ser un portador de una Palabra que resonaba en el secreto de su corazón y
de ahí surgieron sus invectivas, sus gritos, sus conflictos y lamentos, sus amenazas,
sus súplicas y sus promesas de gozo y reconstrucción. En los peores momentos de
decepción y desesperación pudo optar por la dimisión o por la fidelidad, y escogió lo
segundo. La Palabra fue más fuerte que su propia frustración y consintió que Dios se
apoderara absolutamente de su vida a cualquier precio.

Lo misterioso del itinerario de Jeremías reside en la fuerza inquebrantable de


una personalidad cuyo oficio se había vuelto problemático y que vivió envuelto en
una confusión que le destrozaba, pero lo aceptó todo en una obediencia que parecía
sobrehumana, y que recorrió su camino hasta el fin en el abandono de Dios.

Su personalidad creyente podría ser definida en estos dos rasgos:

Fue conducido de la discusión al consentimiento. Su historia podría ser


descrita como un arco que une dos extremos: el del NO y el del AMÉN y su
trayectoria humana y espiritual está marcada por ambas posturas. Siguiendo la vieja
tradición de Israel de una total carencia de ’autocensura’ a la hora de hablar con Dios,
Jeremías no duda en enfrentarse con Dios, entrar en clara confrontación con sus
planes, hablar de Él con imágenes que hoy consideraríamos casi blasfemas al
llamarle arroyo engañoso (Jer 15, 18), forastero en el país, hombre aturdido, soldado
incapaz de vencer… (Jer 14, 8-9). Le acusa, le increpa, le pregunta por qué y hasta
cuándo, le reprocha que sea causante de ignominia, vergüenza, deshonor, oprobio…

A pesar de sus protestas, la desesperanza no fue la última palabra de Jeremías:


un Dios silencioso y enigmático le condujo a través de ’cañadas oscuras’ a la tierra de
la fidelidad, de la obediencia y del AMÉN. A partir de un determinado momento, da
la sensación de que Jeremías deja de rebelarse y de hacer reproches a Dios y son
entonces su vida misma y su fidelidad a la misión que le había sido confiada las que
se convierten en su forma de respuesta. Como alguien que, después de preguntar
tantas veces a Dios ¿de qué parte estás?, hubiera escuchado una vez más la respuesta
recibida en el momento de su vocación, aunque ahora en medio de la noche: Contigo
(cf 1, 8.19).
Llegó a afianzarse en una indestructible esperanza. La destrucción no es la
última palabra de Dios. Él la cumple plantando, edificando y construyendo sobre
otras bases la relación con su pueblo. La Palabra fue siempre el fundamento de la
indestructible esperanza de Jeremías y de ella nacieron las bellísimas palabras de
consuelo que encontramos en los capítulos 30-33.

A la sombra de la fe de Jeremías

 Comparar la existencia de Jeremías con


la nuestra y darle la palabra para que nos
señale caminos a seguir…

 Leer los capítulos 31 a 33 llamados ’Libro


de la Consolación’ y dejar que nuestra
esperanza se ensanche con la riqueza de
imágenes que aparecen en ellos en torno
a la reconstrucción, sanación, retorno,
fecundidad, alegría...

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