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REVISTA MENSUAL
Número 187, septiembre de 2004
Este año cumplimos diez de que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América
del Norte (TLCAN), de manera que explícita o implícitamente, con visiones optimistas o
con recuentos sombríos, dentro y fuera de México encontramos los balances de resultados .
En la visión oficialmente optimista, los resultados positivos son superiores a los costos, por
eso siempre se insiste en ella que con el TLCAN todo ha crecido: el comercio regional y
extrarregional, las inversiones, la productividad, las cadenas de valor, la institucionalidad
de las relaciones comerciales. Sin entrar en matices, no podemos tener ninguna reticencia a
admitir que eso es básicamente cierto.
Para nuestro recuento, arrancamos de una verdad histórica elemental: que el TLCAN
explícitamente buscaba “encadenar” las reformas estructurales (“locking-in” decían sus
creadores), esto es, hacerlas irreversibles. El TLCAN es entonces parte de un mismo
proceso de avasallamiento económico, político, social y cultural que comenzó en México
con la implantación forzada de un nuevo modelo neoliberal de acumulación, una
industrialización orientada hacia el mercado externo, especialmente a la región de América
del Norte en donde hoy participamos con poco más del 40 por ciento del comercio total.
En términos del modelo económico neoliberal, explícito e implícito en la lógica de la
integración económica de México con Estados Unidos, puede probarse que ha habido un
continuum doctrinal-económico que afectó estructuralmente a México, de ahí la futilidad
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teórica de querer separar muchos acontecimientos económicos como si fueran ajenos al
TLCAN.
Como el título de nuestro ensayo lo sugiere sin pretender escandalizar, en el diseño político
de un estatus neocolonial (es obvio que evocamos a Lenin señalando que la posesión de
colonias era, hacia 1880, la única garantía de éxito en la lucha intermonopólica) hay tres
roles estratégicos para Estados Unidos que el TLCAN ha buscado afianzar en el país: el
doble papel de abastecedor de energía y de mano de obra abundante y barata por un lado;
por el otro, el doble papel de una economía exportadora de manufacturas, fuertemente
adicta a las importaciones agrícolas y manufactureras.
En el proceso, hemos ido perdiendo capacidad de autonomía sobre la política económica
nacional, cuyas orientaciones centrales se deciden unilateralmente desde aquel vecino país,
un auténtico Hegemón en la región y la economía mundial .
Entre los hechos recientes que ayudan a pintar un cuadro impresionista de los saldos más
destacables del TLCAN (y hasta por encima de lo dispuesto en él), queremos recurrir al
auxilio de tres pinceladas: la primera, recordando que con Raúl Muñoz Leos como director
general, un empresario llegado directamente de la cúpula corporativa de una trasnacional
estadounidense, en el primer trimestre de 2004, PEMEX enviaba a Estados Unidos el 90
por ciento de su plataforma total de exportación de petróleo crudo.
En el mismo lapso, la empresa había bajado los precios de todos los crudos que exporta a la
“región” de América del Norte, lo que daba una reducción real de entre 15 y 30 centavos de
dólar por barril (el crudo tipo Istmo con la menor baja y el tipo Maya con la más alta). En
sintonía y como la otra cara de la misma moneda, a principios de junio de este año,
PEMEX anunció que subía en 2 centavos el precio de la gasolina Magna y en 21 centavos
el de la gasolina Premium, que representan respectivamente el 82 por ciento y el 18 por
ciento del consumo diario nacional.
Para entender cabalmente lo que ocurre al respecto, recordemos también que PEMEX
importará en este año productos petrolíferos por valor de más de 4 mil millones de dólares.
Somos, pues, exportadores de crudo e importadores de gasolinas, esto es, de productos
refinados . Es difícil argumentar que ésa no es una relación de carácter típicamente
colonial: exportador de materias primas, importador de productos procesados.
Eso no es todo, pues hay que considerar los alcances de esas realidades a la luz de un
contexto públicamente admitido de reservas probadas de crudo “sólo para los próximos 11
años”, aunque para atenuarlo PEMEX haya venido insistiendo en una “recuperación de
reservas” porque durante 2003 se descubrieron 41 yacimientos de crudo y gas, lo que
permitió elevar la tasa de reposición de reservas a 45 por ciento de la producción . Sin
embargo, las estadísticas de la empresa muestran claramente que las reservas totales
(compuestas por las probadas, probables y posibles) han caído en 13.4 por ciento, entre
1999 y 2003, y tan sólo las probadas descendieron 41.3 por ciento; aunque en conjunto el
porcentaje es menor debido al aumento en las categorías de probables (+40.2 por ciento) y
posibles (+13.4 por ciento) .
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La producción petrolera de PEMEX ya tiene como prioridad, abastecer de crudo a Estados
Unidos y comprar desde ahí la gasolina que consumimos; y, por si ello reafirmara poco el
carácter colonial de la relación, digamos que PEMEX soporta además una deuda externa
“tradicional” de 7 mil 753 millones de dólares, a la que ahora debemos añadir el fardo de
una deuda “novedosa” por estar fuera de presupuesto mediante el mecanismo de
PIDIREGAS (Proyectos de Infraestructura con Impacto Diferido sobre el Registro del
Gasto), deuda que ascendía en este año a 28 mmdd.
Como vemos, el parasitismo financiero del capital privado nacional e internacional es el
factor básico que hoy decide las prioridades productivas, las políticas de precios y las
opciones financieras de la empresa pública más importante de México; otro rasgo
neocolonial.
Eso significa que en México hay ahora centenares de pueblos semiabandonados, con miles
de hogares y de familias separados, centenares de miles de jóvenes llenos de miedo a la
deportación, aunque cargados de sueños sobre un futuro que nuestra economía no ha
podido darles. Ese complejo fenómeno no se frena con acciones limitadas a la creación de
empleos en las zonas más deprimidas de México; de ahí la falla intrínseca del pomposo
“Acuerdo para la Prosperidad” firmado por George Bush y Vicente Fox en 2003.
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La reserva de mano de obra joven, abundante y barata que es México tiende a cumplir su
“rol complementario” como fuente abastecedora de mano de obra para actividades en
reestructuración dentro de Estados Unidos, en cuyo patrón demográfico predomina la
población de mayor edad y en donde la segmentación extrema del mercado laboral asigna a
otras nacionalidades las ocupaciones más calificadas y mejor remuneradas .
Así lo indica la propuesta de George Bush presentada el 7 de enero de 2004, que muestra
con claridad las estrategias que hoy se debaten en aquel país, para administrar
manipuladamente un flujo de trabajadores altamente vulnerables en sus derechos.
Los mexicanos representan poco menos del 60 por ciento de los 9 millones de migrantes
indocumentados que hay en Estados Unidos y de los cuales trabajan 6 millones, lo que
indica que hay una masa de mano de obra joven (el grueso son menores de 30 años) y
barata (la mayor parte de los indocumentados ganan menos de la mitad del salario mínimo),
altamente expuesta al riesgo de la deportación; por eso, no es raro que Bush la maneje
binacionalmente bajo un “acuerdo de trabajo temporal”.
La tercera pincelada del cuadro impresionista que queríamos pintar se obtiene con datos del
Banco de México que dicen que, en los primeros cinco meses del año en curso, los
migrantes mexicanos en Estados Unidos enviaron al país remesas por 6 mil 325 millones de
dólares, lo que al final de año hará un total superior a 14 mmdd, esto es, un ingreso mayor
que el recibido por las exportaciones de manufacturas y ligeramente debajo de las
petroleras, reforzando la fuerte dependencia colonial respecto al Imperio.
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Nuestros productores no pueden competir en la producción de granos básicos porque no
cuentan con subsidios como en Estados Unidos, porque carecen de créditos, de tecnología y
hasta de riqueza natural en sus suelos; de ahí que las importaciones los hayan empobrecido
y si se mantienen en la siembra y cosecha de maíz es por razones históricas y culturales y
porque dependen de ella alrededor de 18 millones de personas .
Ello explica por qué a principios de 2003 presionaron a las organizaciones corporativas
priistas a protestar en la Ciudad de México. Con la bandera de “el campo no aguanta más”,
exigieron una moratoria al apartado agropecuario del TLCAN y su renegociación
inmediata, sacar el maíz y el frijol de los tratados comerciales, reestructurar la agricultura
con participación de los campesinos, contar con calidad y sanidad en los alimentos para los
consumidores y el reconocimiento a los derechos y cultura de los pueblos indios conforme
a los Acuerdos de San Andrés .
II. Del PRI al PAN, cambio de nombre pero no de proyecto: avanza la asimilación
neocolonial con Estados Unidos
Aunque Carlos Salinas de Gortari insiste en sus libros y artículos que el TLCAN se le
ocurrió a él después de un viaje a Europa, hay evidencias pasadas y presentes suficientes
que prueban que el proyecto no sólo no estuvo nunca en sus discursos como candidato ni
como parte de su estrategia en los planes de desarrollo como gobernante, sino que, además,
desde principios de los ochenta, la regionalización sí era una estrategia de Estados Unidos
para enfrentar la pérdida de competitividad de sus empresas en la economía global y en su
propio mercado interno.
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Hoy estamos más bien a punto de que las asimetrías cobren a Estados Unidos su
prepotencia, su soberbia y su ambición neocolonial, pues con el mediocre crecimiento
económico de México (menos de 1 por ciento promedio anual en los ochenta, poco más de
3 por ciento en los noventa y alrededor de 1.5 por ciento de 2001 a la fecha), el deterioro
social por el desempleo (aunque la tasa abierta sea baja por la forma que tiene el gobierno
de medirla), los bajos salarios y la miseria creciente (casi 60 por ciento de los mexicanos en
nivel de pobreza), se ha generado un descrédito político del modelo neoliberal, de las
reformas estructurales, del TLCAN y hasta de la imagen sobre una supuesta “buena
voluntad del vecino”.
Es real la amenaza de que el proceso integrador regional se revierta como pesado lastre
desestabilizador de todo el Hemisferio y ya no sólo como un sentimiento
antinorteamericano, sino más concretamente como una actitud profundamente
antineoliberal y clasista por los despidos de trabajadores, los ajustes fiscales, el deterioro de
los salarios y la ausencia de los beneficios prometidos . Ya en noviembre de 2003, los
trabajadores electricistas organizaron una enorme manifestación en repudio a la
privatización dentro del sector eléctrico, lo que indica que el descontento en México hoy
tiene amplias bases urbanas y rurales.
Para superar la falacia de que con el TLCAN todo sería maravilloso si no hubiera sido por
el “error de diciembre”, queremos destacar que, desde el principio hasta el final, en la
negociación del TLCAN el gobierno priista de Carlos Salinas de Gortari y su gabinete
económico dejaron que se impusiera a México el peor de los caminos para la integración
económica con Estados Unidos, pues ni pelearon por que se reconociera la necesidad de
dotar de “fondos financieros” para amortiguar los efectos del ajuste estructural que
implicaba –como fue el caso europeo con las ayudas a las economías y regiones más
débiles– ni se exigió ligar los cambios económicos a esquemas financieros de ayuda
internacional, como ha sido el caso en las economías de Asia-Pacífico.
En realidad, las ideas pragmáticas del PRI en los tiempos del salinismo, de que “no
queremos ayuda, queremos comercio” y de que podemos negociar al tú por tú porque “ya
somos una economía de primer mundo”, sirvieron a Estados Unidos como anillo al dedo
para negar la evidencia abrumadora de las asimetrías, negar la necesidad de negociar
recursos de apoyo y esconder el hecho de que de los tres socios del TLCAN, la de México
sería la economía que sufriría los impactos más severos, incluyendo el hecho no reconocido
ni valorado de que nuestros socios también pretenden especializarnos como basurero de
desechos tóxicos de la región. Todo se sacrificó en aras de ganar la legitimidad que el PRI y
Salinas habían perdido en las elecciones de 1988.
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Ahora bien, aún hoy, algunos sostienen que el balance del TLCAN debe hacerse a más
largo plazo porque “diez años son muy pocos”. Aún hoy, no atribuyen al TLCAN ninguna
responsabilidad en la crisis financiera de 1994, pero sí en la rápida recuperación de ella .
La realidad, para decirlo coloquialmente, es que con diez años de experiencia es más que
suficiente y hay conciencia masiva de que “el gozo se fue al pozo”. Por eso y para
profundizar en sus negocios con un mínimo de legitimidad, tienen que vendernos como
promesa lo que hace mucho no tenemos ni nos dio el TLCAN: una sociedad próspera.
Fox ha sido el encargado de dar continuidad a las reformas estructurales neoliberales. Por
eso, aunque a la postre ha resultado vendedor de promesas vanas y optimista incurable
hasta frente a sus propios fracasos personales, el verborreico y desconcertante empresario
panista Vicente Fox ha mantenido una coherencia estratégica: desde principios de su
gobierno, anunció que, en el marco de la Organización Mundial de Comercio (OMC), iría
con Estados Unidos tras la consecución de un TLCAN-plus, esto es, de una profundización
del acuerdo inicial.
A cuatro años de su gobierno, constatamos que en eso sí no quita el dedo del renglón, pues
en un taller empresarial para que debutara en sociedad el sucesor del TLCAN, “La sociedad
para la prosperidad”, realizado a fines de junio de 2004 en Guadalajara, destacó que como
parte del “futuro común que todos debemos construir está la integración con Estados
Unidos de los sistemas financiero, energético, aduanal, de telecomunicaciones, así como la
alineación de instituciones y leyes como parte de la conformación de un bloque
económico”.
En el mismo evento citado, el otro vocero oficial del gobierno panista, el secretario de
Relaciones Exteriores, Luis Ernesto Derbez, puso en circulación los elementos que
fundamentaban su balance y las líneas de desarrollo futuro: el TLCAN debe iniciar una
nueva fase para integrar a los tres países en “un solo bloque estratégico que permita
enfrentar la creciente competencia de Asia y otras regiones”.
Pareciera, pues, que ésas son las áreas de una nueva “negociación”, pero, si nos fijamos con
cuidado, corresponden fielmente a la agenda de las llamadas “reformas estructurales de
segunda generación” enarboladas como imprescindibles e inevitables por el gobierno
foxista.
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podríamos argumentar que está detrás de la más reciente promoción televisiva de la
necesidad de implantar la pena de muerte contra los secuestradores, pues es otro elemento
clave para completar en América del Norte el clima de endurecimiento contra el terrorismo
y, en nuestro país, de endurecimiento “contra la delincuencia organizada”.
De esas medidas adoptadas desde el 11 de septiembre de 2001, emergen también con fuerza
las políticas estadounidenses de criminalización creciente de los migrantes, que dentro de
nuestro país se expresan mediante la aceptación operativa de un perímetro de seguridad
básica que ya se extiende desde Estados Unidos hasta la frontera de México con
Centroamérica .
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privado del fondo de ahorro de los trabajadores. La privatización de la seguridad social, no
lo olvidemos, es ingrediente clave de las ahora llamadas “reformas estructurales de segunda
generación”, que coinciden puntualmente con las pretensiones globales de liberación del
sector de los servicios y de destrucción del Estado de Bienestar que se negocia
solapadamente en el GATS y la OMC.
El panismo confía en que la integración profunda nos hará olvidar al TLCAN porque en
adelante se llamará “Sociedad para la Prosperidad”. Como ya hemos probado con Vicente
Fox, las reformas de segunda generación, si no se legitiman en el Congreso, se imponen por
la vía de los hechos: neoliberalismo a fuerzas.
El periodista y fotógrafo estadounidense David Bacon nos recuerda que, dentro de EU, el
TLCAN fue ofrecido bajo la promesa de que aliviaría en México las presiones a emigrar y
que disminuiría el flujo de migrantes. Fue precisamente el entonces presidente Carlos
Salinas quien antes de la firma del acuerdo hizo un recorrido por varias ciudades de Estados
Unidos advirtiendo que, si el TLCAN no se aprobaba, una avalancha de mexicanos se vería
forzada a emigrar hacia el Norte. “Sólo el TLCAN, aseguraba Salinas ante sus audiencias,
podría crear los empleos y elevar los salarios en México y, por lo tanto, aliviar la presión a
migrar” .
Veamos entonces lo que pasó con el empleo y los salarios desde los tiempos de Miguel de
la Madrid (1982), pasando por los de Salinas de Gortari (1988) y Ernesto Zedillo (1994),
hasta bien entrados los tiempos de Fox (2004), remarcando que es el largo periodo de
operación real del modelo neoliberal el que cubre y sobrepone la puesta en marcha del
TLCAN.
Dijimos que el TLCAN tenía como objetivo amarrar las reformas estructurales aplicadas en
los ochenta y aunque en el caso de la política salarial ningún documento oficial reconoce la
contracción salarial como meta, sería ridículo sostener que el deterioro de los salarios ha
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sido un resultado “no esperado”, pues el discurso de la austeridad primero, de los pactos
económicos después y finalmente el de preservar la competitividad, ha insistido en eso, ya
fuera mediante la “concertación” entre los actores sociales y/o prometiendo el equilibrio
entre precios y salarios. Concertados o por la fuerza, los topes salariales se impusieron
como triste realidad de millones de trabajadores mexicanos.
En épocas de fuerte inflación, el rezago del poder adquisitivo fue tremendo y descarado
cuando hubo devaluaciones; en los tiempos de baja inflación, los aumentos de acuerdo no
con el deterioro acumulado por los salarios, sino según la “inflación esperada”, han jugado
como mecanismo estelar.
De acuerdo con diversas fuentes mexicanas, el deterioro de los salarios reales, desde que el
TLCAN entró en vigor y hasta la fecha, indica una pérdida de 80 por ciento en el poder
adquisitivo de los salarios mínimos y, como es en la zona fronteriza donde es más alto el
nivel de dichos salarios, se explica que el primer impulso a la migración se haya vuelto
imparable aún en la frontera.
Veamos entonces el recuento por el lado del empleo, donde los expertos coinciden en
señalar que ha sido una de las grandes fallas del TLCAN, que prueba que, en nuestro caso,
el aumento exponencial del comercio no significa mejora automática en el bienestar debido
a varias tendencias: uno, a la insuficiente generación de empleos incluso para sólo enfrentar
el reto de una población que se incrementaba en un millón de personas a la edad de trabajar
durante los últimos catorce años.
Dos, debido a la precarización de los pocos empleos generados, esto es, a la creación de
empleos en microempresas de hasta 5 personas o en ocupaciones de tiempo parcial. Tres,
por la lenta e insuficiente generación e inclusive pérdida de empleos industriales (pasaron
de 1 millón 390 mil, en 1994, a 1 millón 80 mil, en 1996, a 1 millón 400 mil, en 2000 y a 1
millón 260 mil, en 2004). Y cuatro, por la destrucción masiva de empleos en la agricultura
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(ahí tuvimos una pérdida de casi millón y medio de empleos entre 1993 y 2004), así como
una ampliación relativa de las ocupaciones en el sector de los servicios .
Pero no sólo eso, pues del otro lado, esa presión expulsora ha coincidido con la fuerza
centrípeta de la reestructuración estadounidense en la industria, la agricultura y los
servicios, que aunada al cambio demográfico que alteró el peso de sus regiones dentro de
Estados Unidos, también se convirtió en un poderoso factor de atracción de una enorme
masa de trabajadores migrantes.
Sabemos que en los últimos años éstos ya no son campesinos en su mayoría, ni en su origen
ni en su destino, sino que ahora predominan entre los migrantes mexicanos los jóvenes
(hombres y una proporción creciente de mujeres), urbanos y aptos para el trabajo industrial
y los servicios, incluyendo un sector amplio de trabajadores con nivel de educación
universitaria, cuya formación previa representa un enorme ahorro para Estados Unidos y
para México una inaceptable transferencia y desperdicio de recursos humanos .
Recordemos, además, que el TLCAN fue ofrecido como un tratado que estaba pendiente de
la vigencia y respeto a los derechos laborales. La realidad es muy otra: en materia laboral,
como parte integral del TLCAN podemos contabilizar violaciones sistemáticas al derecho
de organización sindical, especialmente en la zona norte de México.
Cuando los trabajadores de las maquiladoras se han lanzado a la lucha, la respuesta ha sido
el cierre de plantas, el rompimiento de las huelgas, la represión física y la intimidación
sistemática. En diez años de vigencia del TLCAN, en la industria maquiladora no ha sido
legalmente reconocida ninguna organización sindical .
En otro orden, el TLCAN se presentó en su momento como un tratado “verde” por sus
preocupaciones ambientales, pero la realidad es que ha empujado a la especialización del
país como basurero de desechos tóxicos. En estos últimos diez años, se han multiplicado los
proyectos de construir basureros para desechos peligrosos en Baja California, Sonora,
Chihuahua, San Luis Potosí e Hidalgo, para sólo mencionar los casos más conocidos por la
opinión pública mexicana.
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En suma, bajo el esquema actual del TLCAN y el neoliberalismo, no hay margen de
maniobra para atender creativamente la magnitud y la complejidad de los intereses vitales
de la gran mayoría de los mexicanos. Hemos vivido un crecimiento económico errático, se
ha concentrado aún más el ingreso, el deterioro social abarca a decenas de millones de
mexicanos desempleados, la inestabilidad financiera está contenida pero sigue a la orden
del día y los esquemas de libre comercio sólo ahondan la ruina de los micro, pequeños y
medianos empresarios.
En un entorno que previsiblemente estará cada día más marcado por relaciones
intergubernamentales antagónicas, resistencias sociales más claras y aguerridas, crisis
política más profunda y estancamiento económico sin perspectiva, podemos augurar que la
“Sociedad para la prosperidad” perderá su atractivo con rapidez superior a como la perdió
Fox.
Deben, pues, replantearse a fondo, no profundizar, los esquemas de libre comercio, para
formular un acuerdo norteamericano primero y hemisférico después que asuma las
asimetrías, reconozca la realidad de las migraciones, reconozca la importancia de una
redefinición profunda de las políticas de desarrollo, reconozca las diferencias intra-
regionales y la necesidad de contar con políticas públicas activas para equilibrarlas y que
respete la diversidad cultural y la especificidad de las instituciones y las comunidades
nacionales e indígenas.
Es un camino largo y difícil, pero –como no hay marcha atrás en la integración– tenemos
que avanzar en las alianzas sociales a nivel continental, comenzando con las fuerzas
sociales que dentro de Estados Unidos y Canadá resisten al neoliberalismo y al
imperialismo.
El autor es socioeconomista.
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