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JOAQUÍN OLMEDILLA

GLORIAS

l)E

LA CIENCIA

MADRID
EDUARDO DE MEDINA , EDITOR
COLEGIATA , 6.
GLORIAS DE LA CIENCIA.
I m p r e s t s Central 4 c a r g o de Victor S a i l , Colcgiata niSm. 6 , M a d r i d .
GLORIAS

DE LA CIENCIA
APUNTES BIOGRÁFICOS

DE ALGUNAS CELEBRIDADES CIENTÍFICAS


POR EL DOCTOS

D. JOAQUÍN OLMEDILLA Y PUIG

LICENCIADO EN LAS FACULTADES


D E MEDICINA Y DE C I E N C I A S , Y DOCTOR E N L A D E F A R M A C I A ,
P R O F E S O R A U X I L I A R D E E S T A ÚLTIMA
EN LA UNIVERSIDAD C E N T R A L , INDIVIDUO CORRESPONSAL
D E L A R E A L ACADEMIA DE M E D I C I N A ,
Y SOCIO D E O T R A S V A R I A S C O R P O R A C I O N E S CIENTÍFICAS,
PREMIADO POR L A S MISMAS,
' A U T O R DE D I F E R E N T E S O B R A S , E T C .

MADRID
EDUARDO DE MEDINA, EDITOR
Cdlle de la C o l e g i a t a , n ú m . 6
Jil EXCMO. SEROR

DON RAMÓN CAMPOAMOR


DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, DIRECTOR GENERAL

DE BENEFICENCIA Y SANIDAD, E T C .

Joaquín. Qtmúiitíou.
AL LECTOR.

« H a y más poesía en el horno donde


Pallisy arrojaba s u s muebles cuando
no tenia lefia, para sacar e s o s vasos d i -
vinos llenos de e s m a l t e s encantadores
• y de figuras i n m o r t a l e s , que en la á u -
rea estancia pintada por R u b e n s , d o n -
de María de Médicis recibía la noticia
de haber sido asesinado el autor d*>l
edicto de N a n t e s . »

CASTBLAR.

Al lanzar, á la publicidad este modesto libro, de-


bemos al lector cariñoso saludo, al propio tiempo
que algunas explicaciones relativas á los motivos
que nos han impulsado á darle á luz.
Conocer las biografías de las eminencias de una
especialidad del saber humano, recorrer los episo-
dios de la vida de los genios, es enumerar la histo-
ria de una ciencia, y de aquí la-gran utilidad de los
estudios biográficos, que contribuyen á dar completa
idea de un orden determinado de conocimientos.
No es solamente la curiosidad lo que satisface el
que lee la biografía de un hombre célebre, sino que
estudia á la vez curiosos fragmentos de historia
científica, que son brillantes focos luminosos cu-
yos resplandores alumbran toda una época, ó van
unidos á descubrimientos sorprendentes que la hu-
manidad jamás podrá ensalzar cuanto merecieron,
aun cuando estuviera eternamente haciendo su pa-
negírico.
¿Qué puede haber más digno de nuestra atención
que rendir respetuoso homenaje á la memoria del
inventor del pararáyos, del descubridor de l a v a -
cuna, de los primeros naturalistas del mundo,
de los creadores de la química, ó del autor de nue-
vos procedimientos para encontrar venenos después
de consumado un crimen? En efecto, los nombres de
Franklin, Jenner, Linneo, Cuvier, Berzelius, Lavoi-
siery Orilla, vivirán mientras exista la humanidad,
atravesando las generaciones y viéndolas suceder- •
se para ser pronunciados por todas con sin igual
respeto.
Al tener la inmensa honra de reseñar sus vidas*
nos hemos propuesto, como principal objeto, popu-
larizar la ciencia, puesto que insensiblemente se.
bosqueja su historia al hablar de la existencia.de
tan preclaros varones. Pero no ha sido nuestro áni-
mo en modo alguno descender á detalles que hu-
bieran dado como consecuencia voluminoso libro,
pues sabido es que una biblioteca entera se escribi-
:

ría holgadamente si nos fuésemos á detener cuanto


merece cada uno de los personajes que aquí sólo,
reseñamos.
Él conocimiento de Gay-Lussac y Humboldt nos
llevaría á extensas consideraciones físicas, de igual
manera que á escribir una obra de química los tra-
bajos debidos á Lavoisier,Berzélius y Scheele, como
tampoco sería escaso el número de páginas de bo-
tánica que habrían de rodear el nombre del inmor-
tal Linneo. Sólo semblanzas aspiramos á formar;
bocetos exclusivamente queremos presentar, por
cuyo motivo son breves la mayor parte de los ar-
• tíeulós; redactados de tal suerte que su lectura sea
asequible á las personas no iniciadas en la ciencia,
con estilo sencillo y empleando el menor tecni-
cismo, con objeto de no retraer á los que no poseen
determinados estudios.
No hemos preferido especialidad determinada
para indicar sus héroes. Hemos querido formar un
verdadero ramillete de las más fragantes flores del
jardín de la ciencia, significándonos principalmente
en la química, la física y la historia natural, men-
cionando al propio tiempo alguna celebridad de
otros ramos confines con los ya referidos. Por eso,
XII

entre los grandes químicos Lavoisier y Scheele,


mencionamos á Newton, el titán de las ciencias
físico-matemáticas; después de Parmentier, el pro-
pagador del uso de la patata, sigue el nombre de
Franklin, del modesto impresor cuyo genio encade-
nó el rayo á su voluntad; y á continuación del gran
naturalista Cnvier, el ilustre químico üavy, perso-
nificación del laborioso carácter del pueblo inglés.
El nombre con que comenzamos esta colección
es el de Jerónimo Cardano, sabio del siglo XVI, que
sirve, digámoslo así, de prólogo á los que van á
continuación, pertenecientes á la última centuria y
primera parte de la presente. La razón que-hemos
tenido para proceder de esta suerte, es la de haber
sido esta época la que ha presenciado el portentoso
desarrollo de las ciencias en que han descollado los
personajes que se reseñan. Así es que el nombre de
Cardano se halla colocado en primer término, sólo
para demostrar el estado rudimentario de la ciencia
en ese período, y pasar acto continuo á dar á cono-
cer otros genios más cercanos á nosotros, pero
también de más poderoso influjo en la creación de
los estudios actuales.
Sin embargo, la ciencia de hoy ha recibido gran
impulso por algunos de sus sacerdotes, dignos he-
rederos de la gloria de los que vamos á mencionar;
pero todavía, por fortuna, viven, y pudiera tacharse
de parcialidad cuanto se dijera relativo á sus obras,
XIII

por lo cual sólo nos referimos á los que han des-


aparecido de entre nosotros, y para quienes ha co-
menzado algún tanto el juicio de la posteridad,
siempre más exacta en sus fallos que los contem-
poráneos, que no les es posible desprenderse de la
pasión para juzgar á los que á todas horas departen
con ellos.
No hemos elegido determinada nación para nom-
brar sus sabios. La ciencia no tiene patria, y po,r
eso se hallan indistintamente colocados los genios
de todos los países. Nada importa que el autor de
un descubrimiento haya visto la luz en determinado
país, para que deje de admirarle el universo entero,
no ya como la presea de una nación, sino como uno
de los seres privilegiados de la humanidad, como
una de las lumbreras de la historia, como diamante
de no extinguibles luces en la fulgurante corona que
eternamente brilla sobre la frente del genio.
Divulgar los merecimientos del conjunto de indi-
viduos comprendidos en este libro, ha sido nuestro
objeto; rendir una vez más el tributo de gratitud y
respeto que se merecen, ha sido el móvil que nos ha
guiado, diseñando al propio tiempo épocas flore-
cientes de la historia, porque las personalidades
coinciden necesariamente con los triunfos y ade-
lantos de la ciencia.
Hemos presentado las razones de haber dado á la
prensa un nuevo libro, que como los varios que He-
XIV

vamos publicados en el espacio de algunos años,


necesitan no escasa indulgencia del lector: el pre-
sente es también resultado de mis aficiones litera-
rias, que he deseado armonizar con la ciencia que
profeso, y que tantos hombres eminentes cuenta.
Lástima grande que en la ocasión presente no ha- .
yan tenido cantor más digno; pero donde no alcan-
za la inteligencia, llegan los -extensos límites del
deseo.
La ambición del autor queda satisfecha con solo
que su pensamiento merezca la aprobación de los
amantes del saber. :

JOAQUÍN OLMEDILLA Y P U I G .

1 d o Noviembre de 1 8 7 6 .
GLORIAS DE LA CIENCIA.
JERÓNIMO CARDANO.
RÀPIDA RESEÑA DE SU CIENCIA.

Guando recorremos con ávida mirada los dilata-


dos horizontes de la ciencia y contemplamos con
fruición sus vistosos jardines, siempre ricos de v e -
getación y lozanía, no podemos prescindir de salu-
dar con respeto á los que han colocado tan alto el
pedestal de su gloria. La vida es harto breve para
que las ideas lanzadas por el genio germirien,
crezcan y fructifiquen durante su_reinado; flor dé
un dia, cuyo aroma se marchita"apérias se exhala,
antorcha cuyos fulgores se extinguen cuando la visía
comienza á distinguirlgs, para tornar á la densa ti-
niebla donde yacen el completo quietismo y el des-
garrador olvido.
La posteridad, sin embargo, remedia el fugaz
paso de la existencia, consagrando do una en otra
edad la vida del recuerdo en forma de fantástica
leyenda ó de imperecedera creación del arte._
Nada más interesante que detenerse á meditar en
los maravillosos fenómenos que ocasiona el aire
2
•18
que nos rodea, ya le miremos en su conjunto ó en
sus detalles. A él somos deudores, lo mismo de la
vida que incesantemente anima con su potente influ-
jo, que de los recios huracanes que sepultan los edi -
flcios y del suave céfiro que riza las ondas del
tranquilo estanque. Multitud de sabios han dedicado
en todas épocas el fruto de sus investigaciones al
conocimiento del aire. Filósofos, médicos, quími-
cos, han escrito no escaso número de volúmenes
que forman escogida biblioteca, donde no en vano
se acude á buscar ricos tesoros de preciosa ciencia.

En este número se cuenta Jerónimo Cardano, que


vio la luz en los albores del décimoxesto siglo (1501),
en Pavía. Fecundísimo escritor de cuya brillante
pluma brotaron numerosos volúmenes donde se re-
velan sus multiplicados conocimientos en variadas
ciencias, en términos que ha pasado su nombre á la
posteridad, con los honrosos títulos de matemático
y médico, de físico y de filósofo. Sin embargo, ob-
servamos en sus obras algunos defectos, constitu-
yendo en el cielo de su fama nubes que oscurecen
el resplandor de su renombre.' Dentro de las más
exactas é irreprochables teorías científicas, pasa
insensiblemente al insostenible absurdo que pro-
duce en el lector amargo desengaño, cuando des-
pués de haber sido elevado á las altas regiones de
la ciencia, es lanzado súbitamente al profundo abis-
mo del error y el extravío.
Entre sus diversas obras no figura tratado alguno'
de alquimia, pero encierran sublimes ideas de las
ciencias físico-químicas los libros titulados De la
sutileza y De la variedad de las cosas, donde ya el
49-
autor, revelándose contra las ideas tradicionales
acerca de la naturaleza del fuego, establece diferen-
cias entre los cuerpos que hoy denominamos com-
bustibles é incombustibles. El fuego, considerado
como elemento por los antiguos filósofos, al lado del
agua, el aire y la tierra, fué ya combatida esa idea
por Cardano, siquiera se apartase del trillado cami-
no entonces seguido, no arredrándole arrostrar las
censuras que en torno de él habían de surgir.

Pero entre las ideas vertidas en sus escritos hay


una que ha recogido con avidez la historia y que
ha bastado por sí sola para que la ciencia química
le asigne inleresantepuesto en sus gloriosos anales
y olvide algún tanto los extravíos que Jerónimo
Garclano en otro concepto cometiera. Dejemos á un
lado los defectos y señalemos sólo las bellezas de
la obra ó de su autor. Refiere que existe un gas que
alimenta la llama é inflama los cuerpos cuando pre-
sentan un solo punto en ignición, advirtiendo,
repite, que este mismo cuerpo existe en el salitre
ó nitro.
¿Qué es, pues, lo que acabamos de referir, sino
los albores primeros del conocimiento de ese cuerpo
gaseoso denominado oxigeno? No es otra cosa que
la aurora del nuevo dia en que la química había
de nacer y lucir sus brillantes resplandores. Lás-
tima grande que lo aislado de sus experimentos, a!
paso que la poca facilidad de comprobarlos y la ne-
gligencia de otros autores en continuar la senda
nuevamente abierta, separase todavía más de dos
siglos el verdadero descubrimiento del oxigeno,
verificado por Priestley en 4774.
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El oxígeno, gas que alimenta la brillante llama.y
el modesto hogar, que sostiene incesantemente la
vida, desde el hombre al diminuto ser sólo visible
en el campo microscópico, que mantiene en ince-
sante movimiento la materia en su? descomposicio-
nes, quitando y dando vida á miles de organismos,
que figura, en fin, en el mayor número de combina-
ciones y descomposiciones de los cuerpos, fué ya
casi adivinado por Jerónimo Cardano. Si otro servi-
cio no tuviera, este sólo fuera suficiente para gra-
bar su nombre en indelebres caracteres, como pre-
cursor de un gran descubrimiento que había de
traer en pos de sí nada menos que la creación de
una ciencia que de dia en día incesantemente pro-
gresa, y á la que la humanidad jamás agradecerá
bastante los inmensos servicios que la presta.

El libro titulado De la variedad de las cosas con-


tiene curiosos hechos, tanto más notables por la
época á que se refieren: cítase que el,„color de la
llama se le puede hacer variar con sustancias metá-
licas; y el en capítulo que trata del vidrio, refiere
que mantenido este cuerpo en estado de fusión por
algún tiempo, pierde su trasparencia y aparece
opaco, sin variar por eso su composición. Esto no
es otra cosa que lo que denominan los modernos
químicos isomería, cuyo fenómeno, sin darle nom-
bre, no había pasado desapercibido al espíritu de
observación de Cardano.
Apreciaba también el estado de sequedad ó hume-
dad del aire por medio de Ja contracción ó dilata-
ción de membranas animales, cuya idea había de
conducir más tarde al descubrimiento del higróme-
21
tro, cuyo aparato todavía hoy se construye fundán-
dose precisamente en la propiedad que algunos
tejidos orgánicos poseen de disminuir ó aumentar
de volumen con la rapidez con que lo verifica el
ambiente que los rodea. La exactitud es verdad
que no suele ser en ocasiones lo que más les dis-
tingue, principalmente en aquellos higrómetros que
son más bien juguetes que verdaderos aparatos des-
tinados á investigar el grado de humedad atmosféri-
ca. No es raro, pues, observar que un capuchino (1)
se recubre la cabeza con su profunda capucha, lo
cual debe indicar tiempo lluvioso, cuando se obser-
va un clarísimo sol y un cielo sin nube alguna; pero
eso depende en ocasiones de la mala construcción
o de la excesiva antigüedad de los cuerpos que se
emplean como apreciadores.

En el libro titulado De la sutileza, donde recorre


con su mirada toda la ciencia entonces conocida,
habla de los fuegos de artificio y de la composición
de la pólvora de cañón poco distinta de la que hoy
conoce la ciencia balística.
Jerónimo Cardano nada refiere que tenga relación
con los venenos, empleando durísimas frases para
los envenenadores, esos seres cobardes que hieren
en la sombra, que no tienen el valor de arrostrar
frente á frente la mirada, y para quienes todo el
rigor de la ley será siempre escaso y nunca alcan-
zarán con él á expiar su crimen.

(1) A l o s h i g r ó m e t r o s s u e l e dárseles la forma de o n c a p u c h i n o , ó d e


u n n i g r o m á n t i c o , e t c . , e t c . , c u y o s objetos m á s s o n de a d o r n o que a p a -
rato c i e n t i ü c o .
n
Cardano dejó de existir en 1576, y estos hechos-
son los que tienen alguna importancia en su vida,
bajo el punto de vista d é l a s ciencias físicas, que
por lo enumerado puede deducirse la justicia c o n -
que su nombre ha pasado á la posteridad.
PARMENTIER.

En la numerosa pléyade de ¡lustres propagandis-


tas de los conocimientos científicos que aparecieron
en el último tercio de la pasada centuria, figura An-
tonio Agustín Parmentier, que al lado de Macquer,
Pelletier, Darcet y otros constituyen un conjunto de
brillantes astros que derraman sus fulgores en el
campo de la historia, juntamente con el sol deslum-
brador de Lavoisier, la figura más grandiosa de la
ciencia química.
El 17 de Agosto de 1737 fué el día que por vez
primera vio la luz Parmentier en el pueblo de Fran-
cia, denominado Mont-Didier. De modestísima fami-
lia, y huérfano de padre desde muy temprana edad,
se inició su virgen inteligencia en las primeras n o -
ciones del idioma del Lacio, saboreando las grandes
concepciones del ilustre poeta mantuano. Care-
ciendo de toda clase de recursos y con el deseo de
tender protectora mano á su anciana madre, entró
en casa de un farmacéutico en su ciudad natal, de-
seoso al propio tiempo de hallar en el ejercicio con-
tinuo de la ciencia adecuado gimnasio á su enten-
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dimiento, y honroso camino de allegar medios de
subsistencia.
Merece darse á conocer el singular motivo por
el cual Parmentier emprendió los estudios farma-
céuticos. Su madre cayó en el lecho del dolor, y
después de haberle suministrado la caridad los auxi-
lios médicos, faltaba solamente llenar la indicación
terapéutica con el uso de un medicamento que aca-
baba de prescribir el facultativo. Sólo quedaba dé-
bil esperanza de reanimar los casi apagados r e s -
plandores de aquella vida tan cara con la prepara-
ción farmacéutica prescrita; pero la pobreza que le
asediaba impedia de todo punto la adquisición del
remedio.—¡Morir por la miseria! exclamó Parmen-
tier; ¿conocéis algo más horrible?
En tan angustiosa situación, dirígese áxjasa de un
farmacéutico, le ofrece su inteligencia, sus servi-
cios, su vida entera, á cambio de la salvación de su
madre. Las lágrimas del joven y su ingenua manera
de expresarse movieron la compasión del hombre
de ciencia, quien le suministró el medicamento con
que la enferma recuperó su salud, y desde el si-
guiente dia fué asiduo asistente al laboratorio, c o -
menzando á formarse el germen de una lumbrera
científica, la crisálida de brillante mariposa, las pe-
queñas chispas del faro deslumbrador.
En 1756 fijé á Paris, y al año siguiente agregado
al ejército francés, que á la sazón ocupaba el Han-
nover, Uno de sus biógrafos ha dicho que su exal-
tado amor por el estudio era en él un poderoso
dique contra las pasiones que en tropel se amonto-
naban en torno suyo, propias de la edad y de las
especjalísimas circunstancias qué atravesaba. Fué
- 2b
empleado en los hospitales del ejército, donde no
tardó el célebre Bayen en conocer la precoz inteli-
gencia del joven Parmentier, que llegó á ser uno
de sus predilectos discípulos y más tarde su amigo.
No tardó en manifestarse asoladora epidemia, du-
rante la cual veíasele al lado del lecho del mori-
bundo prodigándole todo género de consuelos y
toda suerte de auxilios. En el deseo de ser útil á su
patria, no vaciló en acudir á los campos de batalla,
donde su valor alcanzó los límites de la temeridad,
hasta el punto de haber sido cinco veces hecho pri-
sionero y otras tantas completamente despojado de
sus ropas, lo cual le hizo manifestar con cierto gra-
cejo que no conocía mejores ayudas de cámara que
ios húsares prusianos.
Su cautiverio en Alemania le familiarizó con-el
idioma de aquel país, y en Francfort trabó amistad
con el célebre químico Meyer, en cuya casa tuvo
ocasión de alimentarse por primera vez con la pa-
tata, cuyo tubérculo comió con repugnancia por las
ideas erróneas, reminiscencias del decimosexto si-
glo, que todavía subsistían entonces, de ser la
causa de la producción de la lepra. Más tarde fué
Parmentier el que introdujo el uso del referido ali-
mento en Francia, en términos que su nombre va
indeleblemente unido al empleo de la patata.
También se dedicó en Alemania al estudio de l a s '
ciencias exactas y físicas, conocimientos á los que
tenía especial afición por las ideas que de ellas ad-
quiriera en sus juveniles años. Su amor patrio le
hizo rechazar los favores de Federico el Grande,
que le había designado como sucesor, de Marcgráff.
El tratado de paz de 1763 hizo que Parmentier pi-
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sara de nuevo el suelo de su patria, continuando sus
predilectos estudios, que le valieron la adquisición,
mediante público certamen en 1776, de la plaza de
farmacéutico del hospital de Inválidos. Sus obras
ofrecen un conjunto de nuevos experimentos, y se
observa en todas ellas un amor á la humanidad y
una filantropía jamás desmentidas.
Por entonces comenzó á estudiar detenidamente
las propiedades de la patata , luchando contra las
preocupaciones vulgares que ya hemos dicho que
se oponían tenazmente al empleo de tan útil ali-
mento. Meyer le remitió de Alemania unas cuantas
patatas, recomendándole que las sembrase en ter-
reno arenoso y estéril. Plantó, en efecto, las pata-
las en el jardín del hospital de Inválidos, y trascur-
ridos algunos años obtuvo por orden del rey la con-
cesión de unas cincuenta fanegas.de tierra estéril
con el referido objeto. A los pocos meses arrojaron
llores las plantas, y se apresuró á formar un rami-
llete que, respetuoso, ofreció á Luis XVI, al propio
tiempo que ostentaba Parmentier en su pecho la
flor de la Solanácea indicada.
A partir de este momento, el éxito de la patata
estaba decidido; el odio se convirtió en aprecio y
hasta en entusiasmo. Popularizó asimismo el uso
del maíz y la castaña, hasta entonces muy menos-
preciados. Se ocupó también en el perfecciona-
miento de la fabricación del pan, y propuso el mo-
lido económico, cuyo empleo aumenta en una sexta
parte el producto de la harina. Encargado durante
la época revolucionaria de vigilar los víveres desti-
nados á la marina, modificó la preparación del biz-
cocho de mar, y en 1803, cuando fué nombrado ins-
27
pector del servicio sanitario, mejoró el pan desti-
nado á las tropas, y redactó un código farmacéu-
tico que se adoptó en la mayoría de los hospitales,
é indicó el medio de hacer las sopas económicas tan
sanas como agradables al paladar.
Neufchateau' propuso que á la patata se le diese
el nombre de parmentiera, para inmortalizar el
nombre del modesto sabio, y la ciudad de Mont-
Didier ha erigido una estatua que mantenga siempre
vivo su recuerdo grato, su imperecedera memoria.
Las obras de Parmentier son: un Examen químico
de los vegetales alimenticios; una Disertación sobre
las aguas del Sena; en colaboración conDeyeux
dos Memorias sobre la naturaleza de la leche y
principios de la sangre. En los Aúnales de CMmie,
Dictionnaire d'Msioire natwrelle y otras publicacio-
nes científicas se ven multitud de artículos debidos
k la pluma de Parmentier.
El. 47 de Diciembre de 4813 falleció en Paris, le-
gando á la posteridad timbres imperecederos de
gloria y de grandeza con que se enorgullecen su
patria y su profesión.
FRANKLIN.

i.

Necesitamos detenemos algunos instantes para


rendir un justo tributo de admiración al que con.su
genio arrancó las centellas de las nubes. Las cien-
cias físicas, á las que debe el mundo moderno la
locomotora, que anula las distancias, y el hilo eléc-
trico, que ha dado alas al pensamiento, tienen asi-
mismo la sin par gloria de haber suministrado me-
dios de encadenar las tempestades.
La ciudad de Filadelfia, que tanto contribuye á
engrandecer el dilatado territorio de Pensilvania en
la hermosa región americana, y donde en la actuali-
dad acude el mundo entero con los resultados de
su inteligencia á terciar en la gloriosa y pacífica
lucha á que ha convocado,- ofrecía, en el primer
tercio del últimamente trascurrido siglo, modesto
asilo á un joven que, limitado al estrecho círculo
de aprendiz de impresor, revelaba en su aspecto el
inmenso horizonte que su mirada de águila había
de recorrer al andar de los tiempos. Aquel joven,
30
apenas salido de los límites de la niñez, era Benja-
mín Franklin, que en 1724 veíasele con asiduidad
entregado al material trabajo del obrero; pero en la
palidez de su rostro, en lo melancólico de su mira-
da, en la sobriedad excesiva de su alimentación y en
el extraordinario anhelo con que-dedicaba á la lec-
tura de obras instructivas las horas destinadas al
recreo ó al imprescindible descanso, hacían supo-
ner, con probadísimo fundamento, que no estaba su
porvenir cifrado en lo que había de alcanzar con la
posesión exclusivamente del arte que inmortalizó á
Guttenberg.
En efecto, lo variado del clima de la región que
habitaba, pues se observan en primavera las densas
nebulosidades clásicas del pueblo inglés, al paso
que en el estío se manifiestan los ardorosísimos ca-
lores del africano suelo, sin que por eso se vean
privados en algún dia de otoño de ese cielo azul
sin nube alguna que ha inspirado en España y en
Italia las liras de Calderón y Tasso, y los pinceles
de Murillo y Miguel Ángel, contribuye á que el filó-
sofo medite acerca de las grandezas que le rodean
y de las numerosas maravillas que le cercan.

II.

' Los años de la juventud, de esa hermosa prima-


vera de la vida, donde sólo se respira el embriaga^
dor perfume que exhalan las aromáticas flores que
el sol de la ilusión y esperanza alimentan, pasaron
para Franklin en medio de incesante laboriosidad y
apurando hasta las heces las amarguras de un amor
31
imposible y desgraciado. Al decir de alguno de sus
varios biógrafos, la pequeña fortuna que adquiriera
en fuerza de trabajo y el nombre que le conquista-
ron los varios artículos publicados en la Gaceta de
Füadelfla, no eran suficientes á satisfacer sus aspi-
raciones. Las diferencias de posición social le sepa-
raban un abismo del objeto amado, y las glorias á
su talento debidas DO bastaban á calmar su tenaz
melancolía.
Amar sin esperanza. Tal fué uno de los. móviles
que le impulsaron á trabajar sin descanso para aho-
gar con la material distracción el incendio latente
que su pecho devoraba. Durante cinco años con-
.quistó reputación envidiable, pues el almanaque del
buen Ricardo rodeó su nombre de una aureola de
popular gloria y asistió en vida á su apoteosis, y
más tarde la invención del pararayos aumentó,
con nuevas y siempre frescas flores, la corona que
rodea su inmortal frente, de la cual brotaron un dia
sublimes concepciones cuya brillantez no empa-
ñará el oleaje del tiempo.
Refiramos la invención del pararayos.

III.

La imaginación exaltada de los antiguos pueblos


atribuía al rayo procedencia extraordinaria, y fué
considerado como arma vengadora de la Divinidad.
Refiere Servio que se aumentó el fuego de los alta-
res con el rayo. El completo desconocimiento del
fluido eléctrico, en sus causas y en sus manifesta-
ciones, puede explicar perfectamente la ignorancia
32
en que se hallaban respecto á los motivos de la pro-
ducción de este fenómeno. Sabido es que en su apa-
rición influye poderosamente el país, la manera de
estar construidos los edificios, la proximidad de las
montañas, etc., todo lo cual satisfactoriamente se
razona acudiendo á la ciencia física, grandioso e s -
tudio que encierra los motivos del descenso de un
cuerpo en el espacio,~1a maravillosa,, descomposi-
ción de la luz que nos libra de la eterna noche, la
fijación de las imágenes por la misma luz en el fondo
de la cámara oscura, el vuelo del ave en el espacio,
la armonía de la música que encanta nuestros oidos,
y la causa de la nieve que corona la cima de la
montaña ó del ardoroso calor que abrasa nuestro
pecho en el estío.
Pero todavía se encuentra arraigada en el vulgo
la idea de atribuir el rayo á una causa maravillosa
y superior á la inteligencia del hombre. Hé aquí la
necesidad imperiosa de propagar á todo trance los
conocimientos físico-químicos, sin los cuales no es
otra cosa el individuo que huésped en el mundo,
ajeno por completo á la investigación de los hechos
que en torno suyo sin cesar se originan. Al descu-
brir la ciencia la naturaleza del rayo, debida á las
descargas eléctricas que en el seno de la atmósfera
tienen lugar entre las nubes y la tierra, no des-
prestigia á la Divinidad, antes por el contrario, la
ensalza y la sublima, enseñando á glorificar y ren-
dir adorador tributo al verdadero Autor de todo lo
creado, desde el invisible infusorio, sólo apreciable
al microscopio, hasta la roca gigantesca que desafia
á los mayores cataclismos.
La explicación que Descartes dio del rayo, con-
s;->
sistía en atribuirlo al calor resultante de la caida
de una nube que chocaba con otra colocada en infe-
rior región. Más tarde, el célebre médico Bo'erhaave
atribuía la causa del rayo á la inflamación product-
cida en el aire por los gases desprendidos de la
tierra.
La circunstancia de observarse en la parte alta
de los buques y la cima de los campanarios fenó-
menos de centelleo durante las tempestades, e x -
citó desde luego la curiosidad de los hombres
pensadores; pero todavía distaba mucho el conoci-
miento de la verdad, porque se ignoraba por com-
pleto la causa de las manifestaciones eléctricas y
se desconocía el fluido á que eran debidas. El fí-
sico inglés Wall lanzó la idea de la semejanza que
podía existir entre la chispa eléctrica y el relám-
pago, sin olvidar el parecido que presenta el ruido
de la chispa con el estampido del trueno.
En 1750 premió la Academia de Burdeos una Me-
moria de Barberet, donde se manifestaba la analo-
gía existente entre el rayo y la electricidad, pero
sin demostrarlo experimentalmente. Poco después
se presentó á la indicada corporación otra Memoria
de M. de Romas, donde se aseguraba que el rayo
era análogo á la electricidad. Pero Franklin, el
aprendiz de impresor, que más tarde fué director
de una gran imprenta en Filadelfia y diputado, era
á quien estaba reservada la gloria de descubrir en
1755 el pararayos, fundándose en el poder que tie-
nen respecto á la electricidad los cuerpos termina-
dos en punta.
Hé aquí las relaciones que establece entre la e l e c -
tricidad y el rayo.
34
Los relámpagos, decía, tienen relación con la
chispa eléctrica, pues son, como ella, ondulantes y
angulosos.
A la manera que el rayo sigue el camino de los
cuerpos más conductores, del mismo modo lo efec-
túa la electricidad en la descarga de la botella de
Leydeñ.
Se dirige el rayo á los objetos elevados y punti-
agudos, de igual suerte que los cuerpos puntiagu-
dos se cargan mejor de electricidad que los de re-
dondeada superficie.
Los efectos del rayo, de fundir metales, incen-
diar edificios, producir la muerte, no son otra cosa
más que elevados á mayor escala l o s - q u e tienen
ugar en un gabinete de física por las descargas
eléctricas.

IV.

" Tal fué la manera sintética de coordinar los he-


chos que tuvo Franklin para deducir de los mismos
la formación del pararayos, de cuyo descubrimiento
sólo ya distaba un paso.
Dedujo de aquí que una varilla de hierro termi-
nada en punta, puesta en comunicación con un con-
ductor metálico, podría destruir el efecto de una
nube tempestuosa, y consignó estas ideas en sus
Cartas sobre la electricidad, libro que vio la luz pú-
blica en Londres. La Sociedad Real de Londres in-
formó muy mal acerca de esta idea. Aquel cuerpo
científico creía un absurdo el pensamiento de ale-
jar el rayo, sólo por medio de unas cuantas varillas
35
metálicas elevadas en el aire. Dicha obra fué des-
pués traducida por Dalibard, el que comprobó ex-
perimentalmente las ideas sentadas por el físico
americano.
La comprobación tuvo lugar en unión con el gran
naturalista Buffon, el autor de la gran sentencia el
estilo es el hombre, en cuya brevísima y feliz frase
se halla condensado todo un libro de literatura.
Colocó en la torre de su palacio una larga barra de
hierro, terminada en punta en la extremidad supe-
rior y aislada por la parle inferior. De la misma ma-
nera dispuso Dalibard otro aparato en las inmedia-
ciones de Paris, donde estalló una tormenta, y pu-
dieron observar las chispas que salían de la barra, al
propio tiempo que la producción de pequeños ruidos
que asemejaban á golpes dados en la indicada barra
con un objeto metálico. Buffon, á su vez, pudo ob-
tener del aparato de su palacio gran número de
chispas.
Pronto cundieron estos experimentos por lodo el
mundo civilizado, y aumentó asimismo el deseo de
repetirlos, logrando algunos, como Lemonnier, ha-
cer interesantes adelantos en el estudio de la elec-
tricidad atmosférica, y otros más desgraciados, como
Richmann, hallar la muerto en su gabinete de física,
donde á la sazón se encontraba verificando estudios,
el 6 de Agosto de 1753, que sobre San Pelersburgo
rugía tempestuosa nube; un momento de inadver-
tencia produjo la demasiada proximidad del físico á
la barra, y una descarga eléctrica ocasionó su ins-
tantánea muerte.
En el mes de Setiembre de 1752 ianzó Frankliu
en Filadelfia una cometa en una tarde tempestuosa,
36
y de la cuerda de la misma, humedecida por la llu-
via, obtuvo chispas eléctricas; y en 1760 se colocó
el primer pararayos en el palacio de un opulento
banquero de la misma población, donde muy pronto
pudieron observarse sus provechosos resultados en
las tempestades que tan frecuentes son en aquel
país.
Pronto saludó América entusiasmada tan útil d e s -
cubrimiento. Ya no hay que temer la destrucción
de los edificios donde se encierran preciosos teso-
ros de arte, ni considerar amenazada de inminente
riesgo la existencia en momentos dados.-

V.

Ya se conocía el pararayos, ya existía ese me-


dio de libertar á las personas y á los objetos de la
descarga eléctrica, pero no por eso dejó de tener
impugnadores que consideraban peligroso ó ine-
ficaz e l nuevo descubrimiento, por cuyo motivo
tardó algún tanto en generalizarse en Europa. Nada
más sencillo que la construcción del aparato con
que Franklin dotó á la ciencia. Consiste en una bar-
ra de hierro rectilínea de seis á nueve metros de al-
tura, y la sección de la base es un cuadrado cuyo
lado es de seis centímetros, y además un conductor
que, según los últimos datos suministrados por la
Academia de Ciencias, debe estar construido de hi-
los de cobre, por la razón de ser este metal mejor
conductor que el hierro y llenar de un modo más
exacto la condición de llevar la electricidad al de-
37
pósito común. También aconséjala corporación refe-
rida que se termine la extremidad superior del para-
rayos por una punta de cobre, en vez de emplear el
platino; pero no ha respondido á los resultados que
se esperaban. La teoría del pararayos está fundada
en la electricidad de los cuerpos por influencia, y
se sabe que protege un espacio circular cuyo radio
es doble de su altura. Debe tener además el para-
rayos condiciones de suficiencia de diámetro, care-
cer absolutamente de solución alguna de continui-
dad y todos los demás requisitos que no es perti-
nente exponer aquí.

VI.

Franklin murió en 1790. Pero su patria y el mundo


entero han querido conservar indeleble la memoria
de tan eminente patricio. El que desde humildísima
condición pudo elevarse hasta presidente de la
Asamblea de los Estados de Pensilvania, tomando
activa parte en la declaración de independencia de
los Estados-Unidos, bien puede asegurarse que
reuniría especiales y nada vulgares dotes para
lograr atraer hacia sí las miradas de sus conciu- •
{ládanos.
En Inglaterra la pasión política puso mucho tiem-
po en duda su valer, y así se explica la tardanza en
dicho país en el uso de los pararayos.
Pero en su patria existen recuerdos de su nom-
bre doquiera la imaginación se dirija. Allí donde
terminó su vida de un modo más tranquilo que en
los primeros períodos de la misma, se encuentran
38
monumentos, poblaciones, Institutos científicos que
llevan el nombre de Franklin, como si desearan las
generaciones que fuese contemporáneo stiyo en la
memoria, ya que al poder humano le está ved.ada
la inmortalidad.
PRIESTLEY.

Poco tiempo ha trascurrido desde que se verificó


un centenar célebre, uno de esos aniversarios que
tienen gloriosísimos recuerdos para una ciencia y
que dejan en sus anales profunda é imperecedera
huella. El dia l.° de Agosto de 1774 se descubrió el
oxígeno, ese cuerpo á quien debe su vivificante po-
der el aire que respiramos, y por el que se alimenta
la brillante llama de un cuerpo en combustión. El
nombre de Priestley se encuentra unido á tan pre-
cioso descubrimiento, que contribuyó á cambiar por
completo la faz de la química y á reconstruir sobre
sólido ciniiento nuevo lo que se hallaba edificado en
arena leve y movediza.
Sepamos algunas particularidades ligeras de su
vida.
Una población inglesa, Fieldhead, fué su cuña el
30 de Marzo de 1733, y humildísima familia sus pro-
genitores. Educado en las severas prácticas de pres-
biteriano culto,-le fueron familiares las lenguas sa-
bias, para entregarse más tarde, lleno de fe, á los.
40
encantos de las ciencias naturales, y en especial á
la física, por la que tuvo decidida y singularísima
pasión. Después de haber lanzado á la publicidad
en Warrington diversidad de obras, en el viaje que
hizo á la capital de la Gran-Bretafla conoció á Fran-
klin, el cual le infundió ánimo para que diese á la
imprenta su obra titulada Historia de la electrici-
dad, que le abrió las puertas de la Sociedad Real de
Londres en 1767.
Se trasladó de Warrington á Leeds, y dividía su
tiempo, á la par que en interminables controversias
teológicas, practicando experimentos notabilísimos
acerca del aire fijo (ácido carbónico), gas.nitroso,
gas amoniaco, aire ácido vitriólico (ácido sulfuro-
so), aire inflamable (hidrógeno bicarbonado) y aire
deflogisticado, ó sea el oxígeno, cuyo cuerpo estaba
destinado á desempeñar el importantísimo papel de
fundador de una ciencia cuyas aplicaciones de dia
en dia son más trascendentales.
Publicó también por entonces una obra titulada
Historia de los descubrimientos relativos á la vi-
sión, á la Im y á los colores, cuyo libro tuvo, á de-
cir verdad, muy excasa acogida. Pero no sucedió lo
mismo con su Examen de, la doctrina del sentido co-
mún, la Defensa de la teoría de la necesidad, su His-
toria eclesiástica y otra multitud de producciones,
del dominio algunas de ellas de la filosofía y la
ciencia teológica Contrajo amistad sincera con el
uCéleBre naturalista Banks, que formó parte del pri-
mer viaje verificado por el capitán Cook, el intré-
pido navegante que menospreciaba los peligros más
inminentes, retando á las embravecidas olas con la
frente serena y la tranquila mirada, propia del que
41 "
está acostumbrado á menospreciar su existencia.
Fué también protegido por el marqués de Lans-
down, si bien más tarde les separaron las ideas po-
líticas, que por desgracia muchas veces llevan el
odio envenenado al mismo santuario del hogar do-
méstico.
La idea predominante de Priestley fué la del me-
joramiento del hombre, y do quiera se le ofrecía
ocasión, lanzaba el anatema contra los que v.eían el
horizonte solo á la distancia para ellos indispensa-
ble y tenían egoístas miras. Perseguido, sin embar-
go, por sus conciudadanos de una manera implaca-
ble, se vio precisado á buscar un asilo á través de
los mares, y en América todavía no se vio comple-
tamente libre de los acerados dardos que la envidia
y las malas pasiones le dirigían. Los disgustos de
familia que asimismo le asaltaron fueron causa de
que su carácter se tornase en áspero y melancólico,
y se retirara á solitaria quinta, donde terminó sus
dias. Allí, contemplando á la naturaleza, sin más
compañía que el murmullo producido poi* el suave
céfiro en las hojas de los frondosos árboles que
crecen en el ardoroso suelo americano, meditaba
sobre su pasado, y veía llegar tranquilamente el fin
de sus dias, que aconteció e l 4 de Febrero de 1804.
Las obras que publicó Priestley, de física, de filo-
sofía y de ciencias teológicas, han sido suficientes
para colocar su nombre en la Galería de las celebri-
dades, y que con justicia pase á la posteridad ador-
nado con la corona de la gloria.
El primer cuerpo sobre que practicó sus investi-
gaciones fué el ácido carbónico. Examinó el gas que
se desprende en la fermentación del zumo de la
42
uva y observó que la disolución de este gas en el
agua aumenta con la presión, por lo cual dedujo que
con el empleo de aparatos en que la presión aumen-
tase, pudiera llegarse á conseguir que -el agua co-
mún adquiriera las propiedades de la de Seltz. De
consiguiente, hay que atribuir á Priestley la primor-
dial idea de las aguas gaseosas obtenidas artificial-
mente.
También observó que los vegetales pueden vivir
perfectamente en el ácido carbónico, llamado por
él aire fijo, comunicándole las propiedades del aire
vital, cuyos fenómenos tienen lugar tan sólo du-
rante el dia, al paso que las sombras de la noche
cambian por completo la escena y sucede lo con-
trario.
Pero entre los trabajos de Priestley, merece el
preferente lugar el descubrimiento. del oxígeno.
Trascurría el año 1771. En las múltiple* investiga-
ciones que practicó Priestley se le ocurrió calentar
fuertemente el nitro en un cañón de fusil y recoger
con esmero, el gas que se desprendía, y cuál no.fué
su asombro al ver que lejos de apagar los encendi-
dos cuerpos, aumentaba rápida y prodigiosamente
su combustión, y denominó al punto á- este gas aire
del nitro, constituido por un oxígeno mezclado con
el cuerpo que los químicos denominan óxido nitro-
so. Calificó desde luego el hecho de extraordinario,
y profetizó que, colocado bajo la dirección de hábi-
les manos, llegaría á ser la base de grandes y fe-
cundos descubrimientos, profecía que vio cumplida
hasta cierto punto cuando sus trabajos ulteriores
acerca de los óxidos "metálicos (cales de aquel
tiempo), vinieron á derramar resplandor brillante
43
en el oscuro campo de aquella investigación primi-
tiva, si bien es de lamentar que sus encariñadas
ideas con la funesta teoría flogística no le permi-
tiesen recoger los opimos frutos que á sus suceso-
res les estaban reservados.
Así es que su bellísimo experimento de la des-
composición del minio por una serie de chispas
eléctricas fué completamente estéril, y el 1." de
Agosto de 1774, tratando de obtener el aire del pre-
cipitado per se, descomponiéndole concentrando los
rayos solares con el auxilio de una poderosa lente,
observó muy en breve la eliminación del referido
aire, que recogió con extraordinario esmero. Lo que
llamó su atención sobre manera, es el vigor y la in-
tensidad con que una luz se quemaba en el gas por
este medio producido. Repetido el experimento con
el precipitado rojo (óxido mercúrico obtenido des-
componiendo el nitrato), consiguió idéntico re-
sultado.
Practicó también Priestley experimentos compa-
rativos entre los dos cuerpos denominados óxido
mercúrico y minio (plumbato plúmbico), calentando
ambos en el foco de un espejo ustorio, y obtuvo el
mismo resultado, lo que le confirmó en la opinión
de la existencia en el aire de algo parecido á lo que
en el nitro había, recordando la opinión del célebre
doctor inglés del siglo XVII, Mayow.
Todavía permaneció Priestley cerca de un año
sin conocer la naturaleza del oxígeno, denomi-
nándole aire deílogisticado, hasta la aparición del
inmortal Lavoisier, faro brillante cuyos destellos
comenzaron á manifestarse derribando la caduca
teoría del flogisto, para crear la ciencia química que
44
tan alta y tan importante es su misión, .estudiando la
materia constituyente del átomo que invisible flota
el aire, dando á la medicina bien templadas armas
con que salir victoriosa en el combate con las do-
lencias, ó enseñándole al hombre de ley la existen-
cia de un crimen.
Pero si la química ha podido crearse y alcanzar
el grado de adelanto que hoy tiene, se debe sin gé-
nero alguno de duda al descubrimiento del oxigeno,
cuya gloria pertenece á Priestley, sin desconocer
los merecimientos de Eck de Sulzbach, Cardano,
Juan Rey, Roberto Hocke y Mayow, que con más
ó menos certeza entrevieron tan importante cuerpo,
según hemos dicho en anteriores artículos. El oxí-
geno ha sido la pequeña bola de nieve que, descen-
diendo por la montaña, ha llegado á convertirse en
formidable mole. Hoy la ciencia de la vida explica
la respiración, esa función que incesantemente nos
anima, por la importancia del oxígeno; la industria,
en multitud de aplicaciones, sigue científicos pre-
ceptos que la conducen á maravillosos resultados,
cuya realización hubiera sido imposible sin conocer
el indicado cuerpo; la serie interminable de compo-
siciones y descomposiciones que tienen lugar en los
cuerpos orgánicos desde que empieza hasta que
termina su vida, todo se encuentra subordinado al
importante papel que desempeña el oxígeno.
El dia 4 de Junio de 1772, Priestley descubrió un
gas, que él denominó aire nitroso, y cuya obtención
consiguió tratando el cobre por el agua fuerte, re-
cogiendo cuidadosamente el gas desprendido. Es el
cuerpo que denominan los químicos óxido nítrico,
puesto que hace notar la propiedad que tiene de
. 45
adquirir un color anaranjado en contacto del aire
atmosférico, no ser precipitable por el agua de cal
y comunicar hermoso matiz verde a l a llama del
hidrógeno. También propuso este gas como un me-
dio de análisis del aire, y asegura haber demostrado
una notable diferencia entre el aire de su laborato-
rio y el puro ambiente que se respira en el campo.
Descubrió Prestley asimismo el gas denominado
por los químicos óxido de carbono, que se produce,
entre otras circunstancias, en la combustión incom-
pleta del carbón, y se fijó mucho en la llama azul
con que se quemaba. También obtuvo, por vez pri-
mera, el hidrógeno carbonado, aunque lo confundió
con el gas hidrógeno, y señaló las más importantes
propiedades del nitrógeno, á cuyo cuerpo denominó
aire flogisticado.
Tales son, en ligerísimo resumen, los principales
trabajos de Prestley. A pesar del trascurso del
tiempo y de lo muchísimo que la faz de la ciencia
química ha cambiado desde su aparición, siempre
tendrá en su historia una de las páginas laureadas
con la inmarcesible corona de la inmortalidad, sola-
mente reservada al genio.
EDUARDO JENNER.

Hé aquí un nombre al que debe gratitud eterna,


la humanidad. La historia lo consignará en sus pá-
ginas con letras de oro; la poesía embellecerá con
fragantes flores su gloriosísimo recuerdo. No va
•unido á las guerras de conquista, no significa el
engrandecimiento por la destrucción; es, por el con-
trario, el suave aroma que embalsama y vivifica
cuanto alcanza.
Las tradicionales brumas del país de Inglaterra
fueron la cuna de Jenner; aquel pueblo en cuyos ha-
bitantes creó Naturaleza una constancia y tenacidad
para el trabajo y una resistencia á la adversidad á
toda prueba, al propio tiempo que sin igual valor
para emprender las más difíciles y arriesgadas em-
presas; todo lo cual parece compensar los vivísimos
colores de la rosada aurora de nuestro país, á cuyo
-resplandor han brotado tantos genios del arte.
El año 1749 nació Jenner en Berkeley (Glocester).
y se dedicó á los estudios médicos. Trató de estudiar
de un modo algún tanto profundo las causas de las
48
epidemias, y señaladamente la de la viruela, de c u -
yos trabajos resultó nada menos que el descubri-
miento del medio preventivo para librarse de tan
mortífera enfermedad, profiláctico el más eficaz que
conoce la higiene, y que ha bastado para colocar el
nombre de su descubridor en el pináculo de la in-
mortalidad. También se distinguió en el concepto
de naturalista; y buena prueba de ello son los in-
teresantes trabajos sobre las aves, ó sea ornitolo-
gía, que ha dejado escritos; pero todo palidece al
lado del descubrimiento de la vacuna.
Conocida es la gravedad de la viruela. Sabido es
que tan mortífera epidemia asoló en la antigüedad
pueblos enteros, y fué una de las causas conocida-
mente productoras del descenso de la población en
épocas determinadas. Diferentes habían sido los
medios empleados para librar á la humanidad de
tan terrible plaga, pero nada ha podida igualar á la
eficacia de la vacuna. La inoculación de la misma
viruela que en el Indostan practican desde una
época muy anterior al Cristianismo, se ha observado
que es del todo impotente como medio preventivo.
Por primera vez la practicaron en Europa en 1743
los médicos italianos Timoni y Pilarini, y después
lady Montagne importó la inoculación á Inglater-
ra; pero no impidió que en 1727 se viera esta na-
ción diezmada por una horrible epidemia variolosa,
en la cual los atacados sucumbían á millares, sin
respetar en modo alguno á los precavidos con la
referida inoculación de la viruela. A consecuencia
de esto se expidió un decreto prohibiendo que la
practicase todo aquel que no tuviera autorización
oficial. Más tarde volvió á resucitarse de una ma-
49
ñera más ú menos entusiasta, pero siempre sus re-
sultados poco felices vinieron á entibiar la fe de que
estaban poseídos aún sus mayones partidarios.
En España, al decir de la tradición y de la impar-
cial historia, se usábala inoculación de tiempo muy
remoto en algunas aldeas de Galicia, si bien es cierta
que no se propagó en el resto de España hasta el
año 4771. Su eficacia fué objeto de acalorada con-
troversia, á, la que vino á poner término el descu-
brimiento de la vacuna.
Presentósele á Jenner ocasión de observar en
Berkeley que los ordeñadores de vacas contraían un
contagio especial que les libertaba de padecer en la
futuro la viruela. Tal fué la idea que le inspiró in-
ocular una pequeña cantidad del virus existente en
las glándulas mamarias de las vacas, á fin de con-
seguir la indemnidad en el padecimiento de la refe-
rida enfermedad. En dichas glándulas se desarrolla
una erupción llamada coiv-pox, palabra cuya etimo-
logía inglesa es vaca viruela, y en las pústulas ofre-
ce un pus cuya introducción en el torrente circula-
torio produce tan maravillosos resultados. Publicó
Jenner su descubrimiento, no sin haber practicado
algunos ensayos previos; y aun cuando estos efectos
eran más ó menos empíricamente conocidos por los
labradores de los campos del Gloucestershire, nadie
puede arrebatar la gloria al autor que nos ocupa
de llevar su ilustre nombre á la cabeza de uno de
los más grandes descubrimientos de la ciencia.
No le faltaron á la vacuna, como á toda novedad,
grandes impugnadores y decididos adversarios de
su planteamiento; pero la innegable fuerza de los
hechos se abrió paso á través de las preocupacio-
4
so
ncs vulgares, á la manera que el impetuoso torrente
arrolla cuanto se opone a su imprescindible carrera.
Así es que los esfumaos ele los antagonistas que se
obstinaron en querer demostrar los imaginarios
riesgos de tan inocente operación, fueron victorio-
samente combatidos por la irresistible elocuencia
de los resultados, que á toda hora estaban en abierta
pugna con la opinión de los contrarios á la vacuna-
ción. Así es que Guillermo Woodrille publicó en
1799 una no escasa estadística, donde se consignan
los felices resultados, debidos á la vacuna, y, en su
consecuencia, se fundó un establecimiento de vacu-
nación en Inglaterra, y las principales poblaciones-
de Alemania no tardaron en imitar esta conducta,
para que después España y Francia las secundaran.
Tan felices resultados habían de colocar forzosa-
mente el nombre del autor "del descubrimiento á
grande altura. Los soberanos colmáronle de hono-
res; las sociedades científicas dé Europa se apresu-
raron á honrarse inscribiendo su nombre en el nú-
mero de sus individuos; los hombres doctos de In-
glaterra acuñan en su honor una medalla; el Parla-
mento le otorga cuantioso premio pecuniario, y la
emperatriz Catalina II de Rusia le regala uno de los
más preciosos diamantes que adornaban su cuello.
Nada parecerá exagerado de cuanto se tribute á uno
de los grandes bienhechores de la humanidad.
En nuestro país tardó algo más en generalizarse
el empleo de la vacuna; pero no bien se conocie-
ron sus grandes resultados, se propagó con rapi-
dez extraordinaria y de una manera que no ha te-
nido igual en país alguno. En España ha sido tam-
bién donde ha tenido la vacuna el más sublime de
51
sus cantores en uno de los primeros poetas de
nuestro Parnaso. El gran Quintana, el Tirteo espa-
ñol, el cantor de la imprenta, de la hermosura y del
mar, el biógrafo del Cid y de Guzman el Bueno, del
Gran Capitán, de Cervantes y de Melendez Váleles,
consagró su inspiración también á ensalzar la pro-
pagación de la vacuna en América, juzgando muy
digno de su lira un asunto que tanta trascendencia
ha traído á la vida de los pueblos.
Jenner murió en 4823. Ejerció la medicina con
•bastante aceptación en su patria, y publicó algunas
obras, además de las ya referidas, sobre ramos di-
versos de las ciencias naturales (1).
Todas las. objeciones que á la vacuna se han he-
cho son de escasísima importancia. La afirmación
de que existen otras clases de enfermedades tan
graves como la viruela desde la propagación de la
vacuna, es un aserto que está muy lejos de haberse
demostrado. La degeneración déla especie humana
es también otra de las falsas razones que han adu-
cido los oposicionistas de la vacuna. Con todas
nuestras fuerzas protestamos contra esa idea erró-
nea que sólo puede tener cabida en los cerebros de
los que ciegamente se oponen á todo espíritu de
reforma sin examinar sus ventajas.
La acción de la vacuna sólo se extiende á los
quince años próximamente después de haberse
practicado; pero la revacunación obvia de un modo
completo esta desventaja. Por eso los buenos Go-
biernos deben á todo trance propagar la vacuna.

(1) La obra que m a s se conbevva de Jenner lleva el s i g u i e n t e Ululo:


í-.qttiry into [he ctttses ffint effvcl;°s ••( theviirinim vrceina: (cnw-po:v).
52
facilitando su adquisición á todas las fortunas, s u -
ministrando medios de poseerla aun á las clases
indigentes y ordenando la revacunación de las tro-
pas. Debe sí cuidarse escrupulosamente de la per-
fecta salud de las vacas de que se extrae, pues de lo
contrario pudiera llevarse el germen de una terri-
ble enfermedad, como el carbunclo, en vez de-
proporcionar salud perfecta, á los que se aplique..
De todas suertes, el nombre de Jenner durará lo
que el mundo, y la nación inglesa puede contar
entre sus glorias el haber sido la patria de tan i l u s -
tre bienhechor.
C ¿IV ANILLES.

Vamos á consignar un tributo de justicia al nom-


bre de un español que supo honrar á su patria de
una manera suficiente á fijar la atención de los
sabios de todas las naciones. Su nombre puede co-
locarse al lado de los más eminentes naturalistas
del mundo, por cuya razón figura dignamente en la
colección de hombres célebres que bosquejamos.
D. Antonio José Cavanilles nació el año 1745 en
el jardín de España, la hermosísima ciudad perfu-
mada con las brisas del Turia, y cuya frondosa ve-
getación hacen de Valencia una de las ciudades que
merecen citarse como perfectos tipos de natural
belleza. Sus primeros estudios fueron muy ajenos á
la ciencia de las plantas, pues se consagraron á la
ciencia teológica y ala filosofía; pero las contro-
versias metafísicas y el conocimiento de la litera-
tura clásica, si bien le eran muy gratos, no llenaban
por completo todas las aspiraciones de su espíritu,
ávido de cernerse en las regiones de las ciencias
naturales. Sacerdote virtuosísimo, y por lo tanto de
las más ortodoxas creencias, no vio peligro alguno
54
en dedicarse de lleno al estudio de los autores de
botánica y demás ciencias naturales que á la sazón,
se conocían en el mundo literario.
En efecto, ¿qué medio más verdadero de admirar
el Sabio Autor de todo lo creado, que contemplando
sus obras? En la, corola de una flor, el ala pintada
de un insecto, en el árbol corpulento que nos libra
en el bosque de los ardores del sol, en la plateada
cinta del arroyo y en el profundo Océano, encontra-
mos motivos de respeto y veneración profunda ha-
cia el Artífice de tanta maravilla. Por eso no creyó in-
compatibles Cavanilles sus hábitos sacerdotales con
las ideas propias del naturalista,que no es, como al-
gunos erróneamente le suponen, ciego adorador del
materialismo grosero, antes por el contrario, con-
tribuye á demostrar la exactitud de las creencias
religiosas.
Dirigió su voz á la juventud estudiosa en un-co-
legio de Murcia, siendo profesor de Filosofía, y el
acierto con que desempeñaba su • cátedra hizo que
la fama publica le considerase de un modo extraor-
dinariamente ventajoso, y que uno de los primeros
títulos de España le encomendase la educación de
sus hijos. Con este motivo hizo un viaje á la capital
de Francia el año 4777, y cuatro años después em-
pezó de un modo algún tanto ordenado sus e s t u -
dios de ciencias naturales, oyendo con avidez suma
las lecciones de botánica que brotaban de los e l o -
cuentes labios de Antonio Lorenzo de Jussieu, en tér-
minos que comenzó á darse á conocer, y muy en
breve adquirió en Paris reputación de distinguido
botánico, cuya opinión supo dignamente justificar y
acrecentar más y más de dia en dia.
Los escritos de Cavanilles fueron bien pronto los
que se encargaron de dilatar los horizontes de su
gloriosa reputación científica, inaugurando su plu-
ma con un opúsculo ligero, que tiene entre otros
títulos á la pública consideración, el haberle ser-
vido de móvil para darle á luz un arranque del ge-
neroso amor patrio. Titúlase Observaciones sobre el
articulo España, de la nueva Enciclopedia, y hace'
calurosísima defensa de los españoles, tan injusta-
mente tratados por los autores extranjeros, que
desconocen por completo lo que nuestro país vale
y suelen negar á muchos de nuestros grandes hom-
bres el importante papel que les ha reservado la
historia. Podrá en España, ciertamente, no existir
generalizado el amor entusiasta al trabajo asiduo
que hay, á no dudarlo, en otras naciones, pero eso
no debe servir en modo alguno para en absoluto
afirmar que nuestro país haya sido totalmente esté-
ril en el concepto científico. Ciertamente, los hom-
bres de ciencia en España no han rayado á la altura
de los graneles poetas é inspiradísimos pintores,
verdaderas fuentes de inagotable belleza y de sin
igual encanto, pero tampoco se halla su nivel tan
bajo que merezca el profundo desdén con que se les
juzga.
Las Disertaciones de la clase monadelfia fué la
obra que inmediatamente después de los referidos
artículos publicó Cavanilles en París en 1785, en
donde existe la particularidad que la mayoría de
las 300 láminas de que consta están dibujadas por
el autor. Las descripciones que hace de las plantas
tienen la exactitud y extensión que puede exigirse
en tina monografía. Por eso osla obra se consulta
m
siempre con fruto, á pesar de los muchos años tras-
curridos desde su publicación. Tuvo, sin embargo,
esta obra grandes impugnadores; en el extranjero
L'Heritíer y Médicus, y en nuestro país Gómez Or-
tega y Ruiz la dirigieron rudos ataques que queda-
ron perfectamente desvanecidos ante las contesta-
ciones enérgieas~de Cavanilles. El año 1796 publicó
en Madrid un libro que titula Colección de papeles
sobre controversias botánicas, donde consigna los
cargos que se le dirigieron y las contestaciones que
dio, con lo cual demostró sinceridad y buena fe, cu-
yas cualidades le enaltecen tanto cómo su profun-
dísima ciencia.
La obra de Cavanilles, que lleva por título Obser-
vaciones sobre la Historia natural, geografía, agri-
cultura, población y frutos del reino de Valencia,
«s muy digna de figurar en una biblioteca botánica,
y responde perfectamente al objeto de su intere-
sante título. Los nombres de las plantas están ex-
presados en castellano, en valenciano y en francés,
y pueden con ventaja consultarse cuantas dudas
ocurran acerca del particular. Pero la obra más co-
nocida de Cavanilles es la denominada Icones et des-
criptionesplantarwm, que también publicó en Ma-
drid, y en cuya publicación tardó diez años. Allí
están primorosamente dibujadas multitud de plan-
tas, en lejanas regiones recogidas juntamente con
otras de la Península, con la particularidad de que
muchos de los dibujos de la obra son debidos al ta-
lento artístico del mismo Cavanilles, el cual poseía
también la destreza del dibujante, pudiendo así tras-,
ladar con más fidelidad sus impresiones al papel, sin
valerse de extrañas manos.
57
El año 1804 fué nombrado Cavanilles catedrático
y director del Jardín Botánico de Madrid, á cuyo
elevado puesto científico llegópor su incansable la-
boriosidad é indisputable mérito, si bien, por des-
gracia para la ciencia, estuvo muy poco tiempo des-
empeñando este cargo. Por entonces dejaron el pro-
fesorado algunos dignos botánicos, pero que no
llegaban en entusiasmo al nuevo Director, desde
cuyo nombramiento comenzó nueva era de prospe-
ridad para el Jardín Botánico de Madrid. Así es que
no defraudó las esperanzas de sus muchos admira-
dores, que ansiaban verle colocado en una posición
oficial digna de su categoría y de su mérito. Sensi-
ble es que mediaran contestaciones graves entre
Gómez Ortega y Cavanilles, pues siendo los dos per-
sonas de mérito reconocido,.no quisiéramos ofen-
der la memoria de ninguno.
Cavanilles aumentó el herbario del Jardín Botáni-
co hasta llegar á poseer doce mil especies, cons-
truyó una nueva estufa y mejoróla enseñanza de un
modo notable, en cuyos trabajos le auxilió no poco
su predilecto discípulo Lagasca y su ayudante Ro-
dríguez. Existen catálogos manuscritos de las siem-
bras generales que dirigió Cavanilles durante los
años 1802, 1803 y 1804, los cuales dan á conocer su -
incansable laboriosidad y el singular celo con- que
desempeñaba su cargo (1).
Uno de los trabajos teóricos de Cavanilles que
por su especial índole se conservan más indeleble-

(1) Véase la Bufarla del Jardín Botánico de Madrid ( 1 8 7 5 1 escrita


por U . Miguel C o l m c í r o . La c o n s u l t a (le las obras de este distinguido
profesor, c o n cuya amistad rae h o n r o , me lia sido de g r a n utilidad e n la -
redacción de este artículo
58
mente grabados, ha sido la modificación introduci-
da en la clasificación de las plantas que dio Linneo,
ó sea en el sistema sexual. Trató de simplificarle, y
redujo á quince las veinticuatro clases del sistema
linneano. Después dividió las clases en órdenes,
como lo había verificado Linneo, pero en los ór-
denes estableció secciones que -tenían su funda-
mento en la libertad del germen, adherencia del
mismo, desnudez de la flor, etc. El objeto que se
propuso con estas modificaciones, fué facilitar á los
alumnos, noveles en el estudio de la botánica, los
medios de llegar á la determinación de las plantas.
Cavanilles explicaba esta clasificación en su cáte-
dra, y la experiencia le enseñó los buenos resulta-
dos que le produjo.
Se conocen además como trabajos de Cavanilles:
los Materiales ¡para la historia- de la botánica, pu-
blicados en los Anales de historia natural en Junio
de 1800, dos discursos leidos'en el Jardín Botánico
de Madrid en los años 1802 y 1803, el primero de
los cuales trataba de los sexos y fecundación de
las plantas, y en el segundo de las reformas intro-
ducidas al sistema de Linneo. Uno de los últimos
trabajos de Cavanilles es un discurso sobre algu-
nos botánicos españoles del siglo XVI, que consti-
tuye un interesante folleto de 42 páginas.
Además escribió algunas obras, aunque en corto-
número, de lógica y geografía, que señalan los pri-
meros pasos en su carrera, ajena á los estudios b o -
tánicos.
Hemos dicho que Cavanilles estuvo muy poco
tiempo al frente del Jardín Botánico, pues murió
en el año 1804; pero bastó, sin embargo, para de-
S9
jar grato é inolvidable recuerdo en el estableci-
miento. Su-éstatua se halla colocada al lado de las
de Quer, de Clemente y de Lagasca, y España re-
gistrará en sus anales con la memoria de Cavani-
lles, el recuerdo.de una de sus celebridades, muy
digna de figurar*entre las más renombradas de la
culta Europa.
LINNEO.

No es posible que haya quien deje de experimen-


tar inclinación más ó menos decidida por el cono-
cimiento de las plantas. Desde aquel que de un
modo superficial fija solamente su mirada en las
vistosísimas y perfumadas flores que engalanan los
jardines y los campos, hasta el minucioso natura-
lista que sólo ve con los ojos de la ciencia, es uni-
versal el interés que inspira el reino vegetal. La
naturaleza nos ofrece á toda hora el libro del estu-
dio, donde sin cesar aprendemos cada dia nuevas y
más peregrinas ideas; pero los hombres sobre cuya
frente se cierne la aureola del genio encuentran en
la humildísima planta que huellan nuestros pies, y
en el insignificante insecto apenas visible á nues-
tros ojos, mundos de ciencia sobre los que constru-
yen sólidos é imperecederos monumentos.
Nada influye tanto en la formación de grandes
naturalistas como el país en que se vive, y la Es-
candinavia ofrece vastísimo campo ,á las investiga-
ciones de las ciencias naturales. La alfombra de
62
nieve que cubre su suelo, donde como en hermoso
espejo se reflejan los deslumbradores y purpurinos
rayos de la aurora boreal, contrastando con los ar-
dorosos calores de un estío más prolongado que el
que se experimenta en Italia y en España, convidan
á la meditación y al estudio, sobre todo á los que
por sus venas circula la sangre de la raza indo-
germana, fuertes en la adversidad y dotados.de sin
igual perseverancia para el trabajo. Bajo estas con-
diciones nació Carlos Linneo el 23 de Mayo de 1707
en Roeshult. Dedicado por su familia á la carrera
eclesiástica, es proverbial la escasa afición que á
los estudios mostraba, en términos que sus profe-
sores opinaban que era completamente incapaz para
el cultivo de las letras. ¡Error insigne! ¡Cuántas ve-
ces la falta de vocación para determinado linaje de
conocimientos hace perder las más grandes aptitu-
des, que acaso encaminadas por la senda á que son
verdaderamente llamadas, pudieran alcanzar la co-
rona del genio y pisar las gradas del templo de la
inmortalidad!
En vista del poquísimo aprovechamiento de Lin-
neo en los estudios teológicos, fué también dedi-
cado por su familia á un humilde oficio mecánico,
y el año 4724 se hallaba de aprendiz de zapatero,
hasta que el distinguido módico Rolhman, para el
que conservará siempre la historia un cariñoso re-
cuerdo, hizo que Linneo fuera escribiente de un
célebre profesor de la Universidad de Lund (Sto-
beo), el cual no tardó en adivinar que dentro de
aquella cabeza se estaba cerniendo el germen de
una de las lumbreras de la humanidad. Gracias á
esta protección, pudo disponer Linneo de todos los
63
libros de la curiosa y nada escasa biblioteca de su
maestro, y comenzó á recolectar plantas y á recor-
rer con fruición extraordinaria las instructivas pá-
ginas de las obras de Tournefort. La famosa uni-
versidad de Upsal recibióle después en su seno, y
aquel célebre establecimiento jamás se olvida de
contar entre sus muchas glorias la de haber sido la
madre científica dé una de las mayores Celebrida-
des que se miran en el claro cielo de los anales del
saber humano.
En el referido establecimiento estudió medicina,
pero tan escaso de materiales recursos y luchando
á brazo partido con la pobreza, que solamente con-
taba para su más que sobria subsistencia con los
exiguos honorarios de algunas lecciones que daba
del idioma del Lacio, al par que utilizaba los co-
nocimientos de su primitiva ocupación dedicán-
dose á restaurar el deteriorado calzado de sus com-
pañeros. ¿Por qué ocultar las espinas de que estuvo
sembrado el camino de la vida de Lin neo? ¿Le des-
honran por ventura? Lejos de eso, ensalzan y elevan
todavía más el pedestal de su gloria. Cuando se des-
cuella, rodeado de toda clase de comodidades, sin
escasear medio alguno, es indudablemente merito-
rio; pero lo es mil veces más cuando se llega á la
cúspide de la reputación en una ciencia, teniendo
que vencer los horrores de la miseria y entablar con
ella rudísimos combates. .
Más adelante, Olao Celsio llevó á su laclo al joven
Linneo, con objeto de que le auxiliase en los traba-
jos de una interesante obra, desde cuya época co-
mienza la carrera del naturalista sueco, que fué una
serie no interrumpida de servicios á la ciencia de
64
las plantas, en términos de poder asignársele el
honroso título de uno de los colosos de tan im-
portante conocimiento. No pasaron desapercibidos
para el profesor de botánica Rudbeck las dotes
de Linneo, y le encargó desde luego la sustitu-
ción de su cátedra, seguro de que había de ocupar
dignamente su honroso puesto, á pesar de los pocos
años del sustituto. Por entonces, ó sea hacia el
año 1730, comenzó á establecer los fundamentos de
su Filosofía Botánica, cuyo trabajo llamó justa-
mente la atención, y el año 1732 fué comisionado
por la Sociedad Real de Upsal para emprender un
viaje científico á la Laponia con objeto de descri-
bir las plantas de este país. En la referida excur-
sión experimentó no escaso número de penalidades
y estuvo en multitud de ocasiones muy en peligro
su existencia, como no podía menos de acontecer en
un país inculto, donde la inclemencia desoladora
del clima obliga á entablar con ella constante lu-
cha, que hacen doblemente meritorios los resulta-
dos científicos que de la misma obtuviera. La Flora
de la /aponía, que publicó Linneo en 1737, en Ams-
terdam, consta de dos tomos, donde, además de
hallarse consignadas cuantas noticias científicas
puedan ofrecer importancia á la curiosidad del lec-
tor, se encuentran multitud do interesantes episo-
dios de su atrevido viaje, del cual obtuvo solamente
honra científica, pues se halló muy distante de al-
canzar ventajas materiales.
Después de haber permanecido algún tiempo en
Fahlun, donde apuró con creces el cáliz de la amar-
gura, pasó á la ciudad de Hamburgo, en la que un
rico comerciante le confió la dirección de su jardín.
65
No podía existir á la verdad ocupación más de su
agrado: vivir rodeado por los encantos de las flo-
res, contemplando sus vivísimos matices y el suave
perfume que sus corolas exhalan, es grato á todo el
que sienta algún entusiasmo por lo b e l l o ; pero
cuando esos objetos se observan con el criterio de
la ciencia, entonces se los puede apreciar en toda
su grandeza y elevarse á las puras regiones de la
abstracción filosófica. Pudo en esta época Linneo
hacer un especial estudio de las plantas intertropi-
cales, y procurar la florescencia de algunas, á fin de
apreciar su organización de un modo exacto, y poco
después recibió el grado de doctor en Hardorwick.
Por entonces hizo Linneo un viaje á Inglaterra, de
cuya acogida científica no quedó muy satisfecho;
pero en cambio Bernardo De Jussieu le recibió en
Francia con toda la consideración que su talla cien-
tífica merecía, saliendo ambos botánicos á diferen-
tes excursiones herborizadoras, cuyos notables tra-
bajos, se consignan con gloria en la historia de la
botánica. Vuelto á Suecia, comenzó á ejercer la
medicina en Stocolmo, y no bien hubo nacido la
Academia de Ciencias de esta ciudad, cuando le
nombró su presidente, como si quisiera personificar
en Linneo toda la reputación y el nombre de aquella-
colectividad.
La envidia, sin embargo, atormentó con sus agu-
dos dardos en multitud de ocasiones la existencia
de Linneo. Es muy difícil levantarse sobre la gene-
ralidad sin que se mortifique á los que se hallan en
deredor del que rompe ei hielo de la glacial indife-
rencia con que son miradas las medianías, pero él
supo arrostrar todas las tempestades que se cernían
5
66
en torno suyo y aniquilar á sus enemigos en fuerza
de laboriosidad y de talento. Cuanto mayor era el
empeño de atormentarle, contestaba desde su cá-
tedra de botánica de Upsal derramando raudales de
ciencia y llevando á escuchar su palabra multitud
de discípulos de diferentes países, que durante
siete lustros acudieron á oir su respetable y elo-
cuente palabra. Sus obras fueron de grandísima im-
portancia, por llevar impreso un sello de originali-
dad, un mérito tan superior y tan indudable, que han
merecido ser traducidas en todos los idiomas y
mirarse como imperecederos monumentos cientí-
ficos.
Era de pequeña estatura, de franca -y expresiva
mirada, de genio vivo, en ocasiones violento, so-
brio para sí y pródigo para sus amigos, entusiasta
amante de los naturalistas, generoso para sus ofen-
sores, y en el vestir descuidado.
Linneo murió el 10 de Enero de 1778. Los deste-
llos de su inteligencia viven en sus libros, donde se
ve al naturalista y al filósofo, al hombre de genio
generalizador y de talento sintético. Dejó cuatro
hijas y un hijo, que llevó dignamente su nombre. El
Sistema de la Naturaleza es, á no dudarlo, la obra
que ha inmortalizado á su autor. La inmensidad de
objetos que forzosamente tiene que describir el na-
turalista, haría de todo punto imposible que el en-
tendimiento humano los abarcase si su estudio no
se metodizara. De aquí, por consiguiente, que el
método, tan necesario en toda ciencia, sea indis-
pensable en la Historia natural, y las clasificaciones
en la misma constituyen una parte interesantísima
de su estudio. A Linneo corresponde el adelanto en
67
el mismo de un modo extraordinario. Ya desde fines
del siglo XVI se conocía un sistema botánico inicia-
do por Cesalpino, fundado en algunos caracteres del
fruto y la semilla; pero la falta de claridad que en
el mismo se advierte fué la principal causa de no
popularizarse y que sólo baya pasado á la historia
de un modo fugaz. Más tarde, Magnolio, Morisson,
Cristóbal Knautio,'Federico Cessi, HermannoyRi-
vino, dieron á conocer otros diferentes sistemas
para distinguir las plantas,.pero al finalizar el si-
glo XVII, en 4694, Tournefort dotó á la ciencia de
un sistema que fué acogido con aplauso, y cuyo
éxito, justo es decir que fué merecido, por lo
cual dominó el primer tercio de la pasada centuria.
Linneo publicó en 4737 su sistema sexual, disipando
las confusas ideas.que en botánica existían, como
el sol hace desaparecer por completo las sombras
de la noche. La originalidad del importante papel
que hace desempeñar en sus clasificaciones á los
órganos sexuales de las plantas, le pertenece, si
bien hay otros autores., como Burckard, que antes
hicieron relativamente á este asunto algunas indi-
caciones, pero no .consta que tuviera Linneo cono-
cimiento de las mismas.
La nomenclatura botánica se fijó de un modo pre-
ciso desde la época del gran naturalista sueco,
con la claridad en el lenguaje, la exacta distinción
de las especies y variedades, la determinación de
algunos géneros, todo sometido á su sistema se-
xual, que vino á satisfacer exigencias cuando ya
eran insuficientes los anteriores trabajos, hasta Tas
Instituciones de Tournefort.
Sabido es que Linneo dividió todas las plantas en
- 68
24 clases, para cuya división atendió á las circuns-
tancias siguientes: perceptibilidad de los órganos
sexuales, reunión ó separación de los mismos en
cada una de las flores, libertad ó adherencia entre
los órganos masculinos (estambres)^ igualdad ó des-
igualdad de los mismos, determinación ó indetermi-
nación de su número y la inserción de los mismos.
Este sistema es digno de la mayor consideración y
respeto en la actualidad", á pesar de lo mucho que
la ciencia ha progresado y de los profundos cam-
bios que ha sufrido desde la época en que el sis-
tema sexual se dio á luz. No merece ciertamente
las censuras que algunos le han dirigido con más
pasión que conocimiento. Tiene defectos, como in-
dudablemente ha de tenerlos una clasificación arti-
ficial ó sistemática, pero el mismo Linneo los con-
fesó con ingenuidad, porque no podían ocultársele
á su claró ingenio. Conocidas son, en efecto, las
anomalías que muchas plantas nos ofrecen en el nú-
mero de sus estambres, y de aquí la confusión que
es natural ha de ocurrir cuando en un momento
dado se trate de clasificar un vegetal de los que se
encuentren en el caso indicado El examen de la
t

primera flor abierta, que recomendó el mismo Lin-


neo, no basta en ocasiones para vencer las dificul-
tades que al determinar las especies se presentan.
Así es que ya este mismo naturalista manifestólas
grandes ventajas que ofrecía el método natural, y
por eso á los que se empeñan en preferir á todo el
.sistema sexual, puede con razón sobrada calificár-
seles de más linneistas que Linneo. Por eso decía
este sabio botánico, que el método natural es y será
el último fin de la botánica, y que él trabajó ince-
69
santemente por encontrarlo, aun cuando no tuvo la
satisfacción de darle cima, sino de fundar sus bases.
También aseguraba que sólo los botánicos de pri-
mer orden son los que podrían alcanzar tamaña
ventura, cuyo logro estaba del todo vedado á las
medianías. Giscke, predilecto discípulo de Linneo,
publicó en 4792 los fragmentos del método natural
que el gran naturalista propusiera, siendo de admi-
rar en esta como en todas sus obras las huellas im-
perecederas del superior talento intuitivo de su
ilustre autor.
La Filosofía botánica se publicó en 4754, y e s
una fehaciente prueba de que las ciencias naturales
pueden inspirar las más altas concepciones de la in-
teligencia, elevándose á las más abstrusas ideas.
En-efecto, ¿sobre qué puede discurrir la humana
razón con más fundamento que acerca de la tierra
sobre la cual sus plantas huellan, de los vegetales
que esmaltan su superficie, de los seres animales
que la pueblan, de la atmósfera en que vivimos y de
todo lo que forma el planeta que habitamos? Pues
bien: la filosofía de las plantas fué el objeto de otro
de los libros legados á la posteridad por el gran
Linneo, que ha merecido ser calificado por Rousseau
de la obra más filosófica en su época conocida, que
ha servido de norma á botánicos de otros países y
vertido á nuestro idioma por autorizadísimas y doc-
tas plumas. El sistema de los vegetales y La Filo-
sofía botánica fueron traducidos por D. Antonio
Palau,. el cual prestó un verdadero servicio á la
ciencia al querer honrarse colocando su nombre al
lado-del gran botánico.
Los aforismos que brotaron de su ingenio los
70
conserva todavía la ciencia, y algunos son de gran-
dísima importancia en sus aplicaciones á la medici-
na y sus diversas ramas.
Como hizo tan profundo estudio sobre toda la
ciencia de las plantas, no puede dar un paso en la
misma sin tropezar en multitud de ocasiones con
trabajos debidos á la iniciativa de Linneo. En los
herbarios, ó sea colecciones de plantas desecadas
cuidadosamente para poder estudiarlas, y en las
herborizaciones, b sean las excursiones científicas
que se practican con el objeto de recolectar vege-
tales, Linneo consigna curiosos preceptos que son
sumamente útiles y que hará bien no dar al olvido
el que se dedique á este género de trabajos. Llamó
poéticamente sueño de las plantas á la diversa po-
sición que las hojas de algunas adquieren en deter-
minadas horas; y el nombre de la hija de Linneo
figura en los anales de la botánica á consecuencia
de haber observado por vez primera la fosforescen-
cia en ciertos vegetales, sobre todo en aquellos que
ofrecen un color amarillo ó anaranjado, cuya ob-
servación ha servido después de base para verificar
algunas interesantes ampliaciones en el mismo sen-
tido que han venido á ilustrar la fisiología botánica.
Por eso se sabe hoy que las noches del estío, sobre
todo cuando existe acumulada en la atmósfera mu-
cha electricidad, son las más propias para que algu-
nas flores de color más ó menos semejante al ama-
rillo aparezcan algún tanto luminosas.
Los olores de las plantas también los clasificó
Linneo, cuya clasificación ha sido aumentada por
otros autores, pero sin rechazar las ideas admitidas
por aquel.
71
Son muy dignos de atención los trabajos de Lin-
neo en la clasificación zoológica, y todavía hoy se
consignan en la ciencia con el respeto que se mere-
cen, sin embargo de que los inmensos progresos de
la anatomía y fisiología comparadas han cambiado
en su totalidad las ideas predominantes en la época
en que dio Linneo su clasificación de los animales,
por cuyo motivo tiene solamente cabida en la his-
toria zoológica.
Otros diversos resultados pudieran consignarse
del talento y laboriosidad del gran Linneo. Bastan;
sin embargo, á nuestro entender, los ya enuncia-
dos, para que pueda el lector formar aproximada
idea de una de las figuras más elevadas que puede
registrar en sus anales la historia de uno de los ra-
mos del trabajo intelectual. Su nombre se halla ro-
deado de una aureola cuyo fulgor jamás podrá apa-.
garse.
LAVOISIER.

i.

Hé aquí un nombre que simboliza toda una cien-


cia. Cualquiera que haya saludado, siquiera sea con
rapidez suma, las páginas de la importante rama del
humano saber llamada química, habrá ya erigido
seguramente en su conciencia el pedestal de gloria
donde ha de colocarse el nombre del creador de
esta ciencia, de aquel que iluminó con las centellas
de su genio el oscuro campo donde sólo el error
crecía á expensas de las sombras que pesaban como
eterna noche sobre las ideas y desaparecieron sú-
bitamente cuando los fulgores del sol vinieron en
pos del superior talento de un hombre que sólo muy
de tarde en tarde aparece para que la humanidad
avance todo lo que durante un período más ó me-
nos largo ha permanecido estacionaria.
¿Quién es el que ha tenido la singular fortuna de
enaltecer su nombre de un modo que no eclipsarán
futuros genios y que atravesará de generación en
generación difundiéndose, por grandes y profundas
que sean las trasformaciones que experimente la
74
química? Un hijo de la laboriosidad, un obrero de
la-ciencia, que para mayor gloria ha sido realzado
á los ojos de la posteridad con la corona del marti-
rio ocasionado por el crimen político y por las dis-
cordias de un país.
\ ' Nació Antonio Lorenzo Lavoisier en París el 26
de Agosto de 1743, recibiendo esmerada educación
de su padre, rico negociante, que hizo entrar al j o -
ven, casi niño todavía, en el colegio Mazarino, don-
de no tardó en adquirir distinciones honrosas de sus
profesores y el aprecio de sus compañeros.
Apenas iniciado en el conjunto de las ciencias que
constituyen los conocimientos elementales y dan
cierto carácter enciclopédico al alumno preparando
su vocación, antes no bien manifestada, prontamen-
te dedicó su preferencia al estudio de las matemá-
.ticas, profundizando suficientemente en ellas y ad-
quiriendo los conocimientos indispensables para es-
tudiar con fruto la astronomía, como lo hizo en el.
observatorio del sabio La Caille. No le fueron tam-
poco indiferentes las ciencias naturales, como lo
prueba el haber asistido d las lecciones de botánica
de Bernardo de Jussieu y acompañarle repetidas
veces en sus herborizaciones; así es que igualmen-
te se ocupaba en determinar la posición de un as-
tro lejano cuya luz centellea á través de-.muchos
millones de leguas, que en clasificar la humildísima
planta apenas perceptible y que una débil ráfaga de
viento arrastra. La inmensa pasión que por el estu-
dio tuvo, convirtió su carácter en taciturno y som-
brío, no encontrando solaz en las distracciones pro-
pias de la juventud, sino, por el contrario, amando
la soledad, los sitios donde el mundano bullicio no
75
alcanzaba, para entregarse de lleno á la meditación,
juzgando la superficialidad del trato de gentes
inferior acaso al gran alcance de su preclaro in-
genio.
Los estudios químicos fueron, sin embargo, los
que más llenaron sus aspiraciones, por cuyo mo-
tivo asistía con extraordinaria asiduidad al labora-
torio de los hermanos Rouelle, teniendo siempre
presente que la única manera de adquirir exacto co-
nocimiento de la química es la práctica no interrum-
pida de laboratorio, donde se observan multitud de
fenómenos y detalles que no es posible consignar
en las páginas de un libro. Por eso los químicos de
algún renombre han salido de los laboratorios, des-
pués de haber pasado muchas horas durante cada
dia apreciando los detalles de cada una de las ope-
raciones y de los aparatos que funcionan, donde
siempre hay algún hecho que consignar que ven-
ga á formar parte del estudio detallado de cada
cuerpo.
Con estas condiciones, á la temprana edad de
veintiún años alcanzó honrosísima recompensa en
un concurso público convocado por la Academia de
Ciencias de París para premiar al autor de la mejor
Memoria sobre el siguiente tema: «Hallar el medio
más adecuado de alumbrar las calles de una gran
ciudad, procurando que se encuentren reunidas la
brillantez de la luz, facilidad del servicio y la e c o -
nomía.» Sus biógrafos convienen unánimemente en
que para llevar á cabo este trabajo quiso Lavoisier
experimentar por sí mismo la acción de la diferente
intensidad lumínica, hizo que ennegrecieran total-
mente las paredes de su habitación y se encerró en
76
ella por espacio de seis semanas. El resultado no
pudo menos de satisfacer sus esperanzas, alcanzan-
do el apetecido lauro, lo cual estimuló, si cabe, su
entusiasmo por la ciencia, porque aún se hallaban
en su corazón muy lozanas las flores de su juventud
y no podía permanecer su alma impasible al ruido
del aplauso, á pesar de su carácter lleno de misan-
tropía y austeridad.
Este trabajo, juntamente con algunos otros, re-
sultado de una excursión geológica en cuyos estu-
dios fué iniciado por el sabio Guettard, así como
diversidad de artículos de física publicados' en las
Revistas científicas que á la sazón existían, le va-
lieron el ingreso en la Academia á la edad de vein-
ticinco años, ocupando la silla que la muerte de
Barón dejó vacía. Su elección ofreció también mo-
tivo á empeñada lucha, pues áu!S cuando el mérito
de Lavoisier era innegable, sin embargo, sus pocos
años eran un obstáculo para que muchos viesen con
gusto la elevación á una categoría de tal importan-
cia científica, que muchos suspiran por alcanzarla
toda una vida llena de laboriosidad. Pero es pre-
ciso conceder al genio, siquiera sea en sus albores,
lo que no se otorga al común de las gentes, reser-
vando solamente las prematuras distinciones para
los que remontan el vuelo de su inteligencia mucho
más alto que la generalidad, en la que se confun-
den oscuras las medianías.
Su contrincante Jars era calurosamente apoyado
por Buffon, y además por un personaje de gran im-
portancia en la política. Pero el matemático Lalan-
de fué el que tomó con singular empeño la elección
de Lavoisier, y tuvo la suficiente fuerza de razona-
77
miento para defenderla y que triunfase, con lo cual
dio aqueila corporación sabia una prueba de lo mu-
cho que apreciaba las eminentes dotes que adorna-
ban una inteligencia joven, apenas salida de la cri-
sálida, pero cuyos primeros destellos eran seguro
anuncio de que había de producir resultados que
fuesen admiración del orbe científico.

II.

Ya hemos visto penetrar á Lavoisier en la más


alta corporación que en el país existía, y cuyas de-
cisiones tanto pesaban y pesan hoy todavía en la
balanza científica europea. Este título no le enva-
neció, sino que fuépor el contrario motivo de nue-
vo estímulo para cWtinuar el honroso camino del
trabajo que abrazó en sus primeros años-, en el
cual le esperaban todavía muchos lauros que alcan-
zar y grandes servicios que prestar á la- ciencia.
Aun no había hecho otra cosa más que lanzar las
primeras llamaradas del incendió de su genio, ni se
podía medir el alcance inmenso que sus ideas abar-
carían, en términos que no han podido borrar sus
profundas huellas el incesante oleaje del tiempo, á
pesar de sufrir tan grandes Lrasformaciones los es-
tudios químicos.
A partir de esta época, dedicóse á ellos con e x -
traordinario afán, creyendo encontrar en su cultivo
el descubrimiento de importantes verdades que lle-
varan notables adelantos á varios ramos del saber,
todavía muy oscuramente conocidos. Lavoisier ha-
bía leido con detención los libros de la alquimia,
78
donde se hizo cargo de la multitud de hechos acu-
mulados por los soñadores alquimistas, qué en me-
dio de sus fantásticas ideas prestaron señaladísimos
servicios á la química. Dados los erróneos conoci-
mientos que se tenían entonces en todas las mani-
festaciones de la inteligencia, no es de extrañar
que dieran crédito á los mayores absurdos que hoy
sólo se citan como ejemplo del inmenso progreso
de las ideas.
Las condiciones de la humana felicidad, que se
hallaban sintetizadas en la sentencia de Goethe, al
decir «que el oro daba el poder, no había goce, po-
sible sin salud, y una prolongada existencia equi-
valía á la inmortalidad,» creyeron los alquimistas
hallarlas en la tierra y encontrar allí mismo la
solución á su problema en la denominada piedra
filosofal. De consiguiente, seáfclaba íntimamente
enlazada la alquimia con el arte de curar, porque
el oro, en pos del cual marchaban, además de ser
un metal que proporcionaba riquezas, también lo
empleaban como precioso medicamento, útilísimo
en el mayor número d$ enfermedades, al propio
tiempo que tomado en determinada edad rejuvene-
cía al individuo y prolongaba su vida. Lo maravi-
lloso figuraba en gran manera dentro de sus teorías,
y á la acción de invisibles espíritus se atribuían
muchos actos fisiológicos y los grandes fenómenos
naturales, como el trueno, el relámpago, el rayo,
el granizo, y durante algunos siglos supusiéron-
se alianzas con el demonio en aquellos profun-
dos pensadores que se atrevían á explicar lógica-
monte las causas de todos esos hechos, lo cual dio
motivo á multitud de condenas de los tribunales.
79
El genio de los árabes esparció por el mundo la
idea de que la piedra füosofal consistía en cambiar
todos los metales en oro, mediante operaciones es-
peciales que constituían un verdadero secreto en
el cual sólo estaban iniciados los que profesaban el
llamado arte sagrado. En los mismos cuentos y le-
yendas árabes se refleja el espíritu romancero, la
idea de lo fantástico al hablar de las hadas y sílfides
poseedoras de invencibles espadas, de copas que
jamás se vaciaban, de valles donde eternamente
vagaban las hechiceras, y otra porción de maravi-
llosos secretos, dignos de los cuentos de las Mil y
una noches.
Otras veces insensiblemente se pasaba de lo ve-
rídico a l o extraordinario; por ejemplo, en la cos-
tumbre que había de contar el tiempo conforme la
duración de los reaos, se llegó á hacer indispensa-
ble en el laboratorio dirigir fervientes plegarias
durante las operaciones, atribuyéndose después el
éxito de las mismas á la oración, siendo así que el
motivo era la mayor ó menor duración de los
rezos.
En la corte de los príncipes, en los salones aris-
tocráticos, hubo también época que fueron los al-
quimistas muy considerados, y la mayor parte de
las clases sociales se ocupaban en la alquimia, ávi-
dos de hallar.la piedra filosofal. Refiere Liebig en
sus cartas sobre la química, que la Facultad de de-
recho de Leipzig tuvo que intervenir en un céle-
bre y curiosísimo pleito ocasionado con motivo de
la alquimia. Parece ser que la condesa Ana Sofía de
Erbach dio asilo en su castillo á un cazador fugiti-
vo; este individuo aseguró estar iniciado en los s e -
80
cretos alquímicos, y para demostrarlo trasformó en
oro la vajilla de plata que la condesa poseía. En-
tonces el conde'reclamó la mitad de aquel valor,
fundándose en que aquella ganancia había tenido
lugar dentro de su casa; pero la Facultad desestimó
la demanda, en atención á que la referida vajilla era
propiedad de la condesa antes de la referida tras-
mutación, y por lo tanto no debía perder un dere-
cho con anterioridad adquirido. Citamos el hecho
para indicar la boga que tomó la alquimia, y tam-
bién como ejemplo de los extremos á que puede
llegar el fanatismo por una idea hasta el punto, á
veces, de servir de pretexto al crimen.
Sin embargo, los químicos no deben condenar á
los alquimistas, porque entre ellos hubo un número
no escaso de hombres científicos de buena fe, y
porque nos han dejado acopio inmenso de materia-
les que, recogidos cuidadosamente por el hombre
de ciencia moderno y aplicándoles las reglas in-
flexibles del método, han venido á formar el admi-
rable edificio que hoy se llama química.

III.

Tales fueron las ideas adquiridas por Lavoisier en


los. libros de la historia que con tanta frecuencia
manejaba, y se propuso desde luego fundar sobre
cimiento sólido todo lo que hasta entonces no podía
resistir al detenido análisis de la sana crítica. Em-
pezó por reunir semanalmente en su casa á todos
los sabios de Francia y á muchos del extranjero
81
para someter á su examen todos los resultados de
su incesante trabajo de laboratorio.
Desde el año 1 7 7 0 había adquirido sus conviccio-
nes, y tenía fundadísimos motivos para creer que el
aire no era un cuerpo simple, y que toda la teoría
del flogisto, de la cual fueron decididos campeones
Stahl y Becher, estaba fundada en el más completo
absurdo. El año 1 7 7 6 lo nombraron director de las
fábricas de pólvora y salitres, en cuyo sitio dio re-
petidas muestras de su laboriosidad no desmentida
y de su celo por los adelantos científicos, verifican-
do multitud de experimentos, en uno de los cuales
estuvo casi á punto de perecer.
La agricultura formó parte de sus estudios favo-
ritos; y elegido más tarde diputado, tomó asiento en
la Asamblea nacional, donde ilustró con su palabra
no escaso número de cuestiones, interviniendo de
una manera muy activa en la comisión del nuevo
sistema de pesos y medidas, cuya universal adop-
ción ha venido á resolver uno de los más impor-
tantes problemas sociales. Parece ser que mandó
construir en el jardín del Arsenal un aparato con
diferentes reglas metálicas sumergidas en agua, y
sometidas á diversos grados de temperatura, hacían
mover un anteojo que marcaba sobre un apartado
objeto las más pequeñas dilataciones; y cuando des-
pués en 1793 se trató de medir una base para la
nueva meridiana, fué Lavoisier quien dio los termó-
metros metálicos empleados en la triangulación ve-
rificada entre Lieusaint y Melun.
En el año 1788 padecía la Francia horrible penu-
ria de escasez de alimentos. Multitud de infelices-
murieron víctimas de los horrores del hambre, y e l
6
82
corazón generoso de Lavoisier no permaneció im-
pasible ante aquella calamidad, entregando cuantio-
sas sumas á la ciudad de Blois, que sirvieron para
aliviar en gran manera el terrible conflicto que
atravesaban, demostrando de ese modo que su
caridad rayaba á tan alto grado como su preclaro
talento.
En uno de sus últimos trabajos se ocupó de la
respiración y traspiración en los animales, distin-
guiendo de un modo exacto la traspiración cutánea
de la pulmonal. Empleaba para separar los produc-
tos de una y otra un traje de tafetán barnizado que
no dejaba penetrar el aire ni la humedad.
Entre los descubrimientos que hizo, merece muy
especial mención el que en unión de Laplace dio á
conocer con el nombre de calorímetro, tan intere-
sante en el estudio del calórico específico de los
cuerpos, cuyo asunto forma uno de los más impor-
tantes tratados del estudio del calor en la física, y
del que también se utiliza el químico para determi-
nar los equivalentes de los cuerpos aplicando la co-
nocida ley de Dulong y Petit.
En unión de Guyton de Morveau, de Berthollet y
Fourcroy, fundó Lavoisier las bases de una nomen-
clatura química, hecho de grandísima importancia,
porque á partir de esta época, que fué en 1787,
tuvo la ciencia un verdadero método para denomi-
nar las sustancias, separándose del empirismo que
hasta entonces había sido lo único que sirviera de
norma en los nombres de los cuerpos. Tuvo gran
oposición la nueva nomenclatura, pero la superiori-
dad del proyecto sé abrió paso á través de las opi-
niones conservadoras dé los antiguos defectos. Efec-
. 8 3
tivamente, la nomenclatura química puede citarse
como ejemplo de claridad, rigorismo científico y
severa lógica. Comparémosla, si no, con la de otras
ciencias, y veremos la gran diferencia en favor del
lenguaje químico en Cuanto á la exactitud y á las
reglas filológicas.
Como prueba de las inmensas ventajas que ha re-
portado á la ciencia, podemos desde luego citar la
opinión unánime de todos los que profesan estos
conocimientos en las diversas naciones, no habiendo
sido modificadas sus bases de un modo radical, á
pesar de los profundos cambios que ha experimen-
tado la química desde la época de Lavoisier, y muy
especialmente hoy, que dominan el unitarismo y la
atomicidad.

IV.

Pero aún esperaban á Lavoisier dias de prueba.


No le bastaron los inmensos títulos que poseía á la
admiración y orgullo de sus conciudadanos para
librarle del huracán revolucionario que en el último
periodo de la pasada Centuria conmovió haste los
cimientos sociales de la nación vecina. Durante el
reinado del terror, en que leve sospecha era sufi-
ciente para llevar á la guillotina á unciudadano,
tuvo la desgracia de sufrir infame y calumniosa de-
nuncia, por cuyo motivo compareció ante el tribu-
nal revolucionario el 19 de floreal del año segundo
de la república.
Se le acusó de cómplice de una conspiración con
84
tendencias favorables á los enemigos de Francia,
exigiendo sumas de alguna consideración por el ta-
baco, al cual adicionaban agua y varias sustancias
nocivas á la salud, al propio tiempo que retenían en
su poder fondos que debieran invertirse en el Te-
soro público, sustrayendo inmensas sumas á la na-
ción, necesarias para invertirlas en la guerra con-
tra la coalición de los déspotas.
Semejante acusación era á todas luces injustifica-
da. Pero ¿cómo defenderse cuando había caido
sobre su frente el anatema horrible do acusación,
lo cual equivalía entonces á ser condenado? Na
bastó, pues, que hiciera su defensor Hallé, heroicos
esfuerzos de oratoria elocuentísima para arrancar
al verdugo una víctima más del fanatismo y del
crimen políticos. Vanas fueron todas las pruebas de
su inocencia, y de ningún valor los inmensos ser-
vicios que á su patria y á la ciencia prestara. Apenas
se comprende tamaña ceguedad. El pueblo francés
fué su cuna, y de ello puede á la verdad mostrarse
ufano, pero tiene también la mancha de haber sido
su asesino. La historia jamás olvida las virtudes ni
los crímenes.
Por eso la sentencia de muerte del 20 de floreal
dictada contra Lavoisier y veintiocho compañeros
de infortunio, las horribles al par que repugnantes
palabras de Fouquier Tinville diciendo que no eran
necesarios en Francia lossabios, la resignada acti-
tud con que marchaba al suplicio, y la feroz indife-
rencia que veía pintada en los rostros de sus con-
ciudadanos que por la vez postrera miraban los
fulgores de aquella vida próxima á extinguirse, de
aquella vida, sí, que debiendo inmortalizar rodean-
85 .
-dola de imperecedera apoteosis, la extinguían con
infamante pena; todo esto Urna trascrito la historia
á sus indelebles páginas para entregarlo a l l n a p e - „
lable fallo de la posteridad. .
Lavoisier fué guillotinado el 8 de Mayo de 1794.
El descubridor de la composición del aire, el autor
de tantos inventos, el que había consagrado su
vida entera al mejoramiento de la agricultura, el
que produjera en la vida intelectual una revolución
más grande que la que se estaba verificando en
aquellos momentos en la vida social, era implaca-
blemente sacrificado por el verdugo y rodaba por
e l cadalso una cabeza que debiera estar adornada
de corona inmortal de gloria.
Culpan algunos historiadores á Fourcroy, amigo
constante de Lavoisier, dé no haber interpuesto en
favor de éste su poderosa influencia. Las circuns-
tancias de ser miembro de-la Convención nacional
y poseer amigos de importancia en la gestión de
los negocios públicos,' parece que le colocaban en
situación de hacer en pro de su desgraciado amigo
algo más que deplorar en el fondo de su conciencia
la situación angustiosa á que estaba reducido.
Fourcroy protestó de una manera enérgica, mani-
festando que siempre había sido el sincero y afec-
tuoso amigo de Lavoisier, su compañero de traba-
jos y su admirador entusiasta; pero, la verdad sea
dicha, no ha podido justificarse de un modo per-
fectamente claro de la poca energía empleada en
favor de la ilustre víctima, como los deberes de
amigo y compañero á todas luces exigían.
Análoga ingratitud se atribuye asimismo á Guy-
ton de Morveau, Laplace y Monge, pertenecientes
86
unos á la Coavencion nacional y otros ocupando-
puestos de confianza dentro de los cuales hubieran
podido sin faltar á su deber llamar la atención ha-
cia los especialísimos méritos de su sabio colega.

V.

Cuando se examina el conjunto de trabajos que la


ciencia debe á Lavoisier y se examina la importan-
cia de los mismos, se comprende la inmensa talla
de tan-gran figura.
La composición del aire fué de un modo exacto
por él determinada. Aun cuando yaconocía los e s -
tudios más ó menos acertados de sus predecesores,
el experimento en virtud del cual dedujo cuantita-
tivamente que el aire estaba compuesto de oxígeno
y ázoe, experimento brillante que siempre se citará
cuando se trate de hacer la historia del aire, de-
muestra que la pretendida transformación del agua
en tierra es completamente ilusoria y que la com-
posición química del agua no.se altera por la des-
tilación.
La malhadada teoría del flogisto, por tanto tiempo
reinante y que tanto contribuyó al retraso de los
conocimientos, fué derribada completamente por
Lavoisier para entrar en nuevo período de verda-
dero y fructífero provecho.
Demostró que el aire que para la respiración ha
servido tiene grandes analogías con aquel donde
los metales se han calcinado, y para devolverle sus
propiedades vivificantes se hacía preciso purificarle,
llevando á su composición el gas oxígeno consu-
87
mida y sustrayendo el gas ácido carbónico produ-
cido, valiéndose de un álcali con el cual tiene ex-
traordinaria tendencia á combinarse. Dedujo que la •
respiración era una lenta combustión, y aun cuando
las modernas ideas fisiológicas han modificado la
opinión de Lavoisier, no por eso, deja de ofrecer re-
levante mérito.
Su teoría de la combustión, de la cual no es más
que un determinado caso la respiración, es muy
digna de tenerse en cuenta, si bien es--cierto que la
idea de combustión abarca más espacio, que el que
la trazó Lavoisier.
El gobierno franees ordenó en 1843 la publica^
cion de las obras.de Lavoisier, colección clásica
que figura en la biblioteca de todos los que se de-
dican á este género de estudios. Allí se pueden con-
sultar el Tratado elemental de química, los Opúscu-
los, las Memorias sobre el fuego elemental, las
máquinas aerostáticas, el magnetismo animal, las
cárceles y hospitales de Paris; todo, en fin, cuanto
se refiere á la vida de publicista de Lavoisier, nota-
ble, no por el gran número de obras, sino por la im-
portancia de las mismas.
Baste sólo citar que en una ciencia como la quí-
mica, que incesantemente está produciendo nuevas
ideas y cambiando lo antes establecido, en términos
que hay precisión de no interrumpir su estudio un
solo dia consultando las publicaciones de los diarios
alemanes y franceses, no se extinguen, no, los re-
flejos que el sol de Lavoisier dejó esparcidos para
gloria de su nación, para bien de la ciencia, para
eterno reconocimiento del mundo civilizado.
NEWTON.

Apenas se había cerrado el sepulcro del inmor-


tal Galileo, cuando comenzaron los latidos en el co-
razón de un nuevo filósofo, de un insigne matemá-
tico, de un eminente físico. Todavía resonaban los
ecos de la voz del mártir de la ignorancia, c u j a s
palabras jamás se perderán en el olvido por la in-
mensa importancia que revelaban, cuando en tétri-
co y glacial dia de Diciembre de 4642 nació Isaac
Newton, en Woolstrop,-población del condado de
Lincoln, en Inglaterra.
Su complexión, en extremo débil, hizo concebir
á su familia serios temores respecto á las escasas
probabilidades que ofrecía su vida. Descendiente de
antigua y modesta familia escocesa, tuvo la desgra-
cia de perder al autor de sus dias en edad tempra-
na. Siendo su cariñosa madre la encargada de la
elección de sus maestros, envió al joven, casLniño,
á Grantham con el fin de instruirle en las lenguas
sabias, sin tener aspiraciones de que su hijo alcan-
zara el dictado de erudito, sino exclusivamente con
,90
el objeto de proporcionarle regular cultura "que le
permitiese no estar desairado en el trato con los
doctos, á la vez que dirigir en lo futuro con algún
acierto los asuntos de su casa.
Su principal afición se había manifestado por todo
lo relativo á la física y á la mecánica, viéndosele
con frecuencia manejar diversidad de utensilios
para la fabricación de objetos varios y dedicarse
con preferencia á la lectura de los libros de cien-
cia, descuidando las atenciones de su' familia. En
Woolstrop se enseña todavía un pequeño reloj de
sol construido por Newton en la pared de la casa
que habitaba, cerca de la parte del jardín, y todo
viajero no puede menos de mirar con profundísimo
respeto esa huella de la infancia de un grande
hombre. Por eso la consideran los poseedores cual
preciosa reliquia, tanto más venerada, cuanto ma-
yor vaya siendo su antigüedad.
Su extraordinaria pasión por el estudio obligó
por fin á su familia á no contrariar los deseos del
joven, que pasó á la Universidad de Cambridge el
año 1660, cuando á la sazón contaba diez y ocho
años. En esta Universidad s e daba entonces gran-
dísima importancia al estudio de las matemáticas,
y para mayor dicha del alumno, le correspondió ser
discípulo del doctor Barrow, que reunía las cir-
cunstancias de ser profundo matemático y de poseer
aptitud singular para la enseñanza. Las obras que
comenzó á manejar Newton entonces, fueron ía ló-
gica de Saunderson y el tratado de astronomía de
Keplero, para cuyo estudio tenía ya la suficiente
preparación previa.
Desde su entrada en Cambridge fué suvida cien-
94
tífica una carrera no interrumpida de rápidos pro-
gresos y visibles adelantos. Leyó y estudió con e x - <
traordinaria avidez las obras de Descartes, sin em-
bargo de que en sus escritos trata á este filósofo
con alguna dureza, para detenerse más tarde en los
libros de Vallis,principalmente en el titulado Ariih-
metica injimíorum, cuyas ideas después perfeccio-
nó y fueron el camino por donde le llevaron á más
de un interesante descubrimiento. A la edad, de
veintisiete años descubrió el cálculo infinitesimal,
lo cual bastaría por sí sólo para rodear su nombre
de imperecedera fama y adjudicarle el titulo de uno
de los primeros matemáticos de su época.
Durante el año 1666, hizo algunos experimentos
acerca de la refracción de la luz á través de los
prismas. Comenzó por trabajos de puro entreteni-
miento y recreo, observando que la blanca y purí-
sima luz del sol, al atravesar un prisma de incolo-
ro cristal, se descompone en siete matices distintos,
á cual más brillantes y do más intenso color, cuyos
matices pueden servir al pintor de preciosos mo-
delos, siempre con la certeza de que no han de po-
der exceder en intensidad los colores propios de la
mano del hombre á los que la pródiga naturaleza
nos suministra con.facilidad extrema. ¿Qué fué lo
primero que Newton dedujo de su experimento? Lo
que desde luego inmediatamente se deduce, y es,
que la luz es un compuesto de rayos diferentes, do-
tados asimismo de refrangibilidades desiguales y
de colores distintos.
El 11 de Enero de 1672 fué electo individuo déla
Sociedad Real de Londres, y presentó como mérito
una modificación á los telescopios, perfeccionando-
92
los y haciendo más cómodo su empleo, sin dismi-
nuir por eso su poder amplificador. Todavía se ven
telescopios que llevan el nombre de Newton, y
nadie puede disputarle la gloria de haber mejorado
de un modo notabilísimo estos instrumentos físi-
cos, prestando un servicio inmenso á la astrono-
-

mía, cuya ciencia no hubiera progresado sin el po-


deroso concurso del indicado aparato físico.
El 18 de Marzo de 1674 leyó ante la misma cor-
poración otra Memoria donde exponía los hechos
fundamentales de la difracción, anunciando el fenó-
meno de grandes aplicaciones ópticas y que tanta
importancia ha tenido después en la ciencia, co-
nocido con el nombre de interferencias. Tuvo pre-
cisión de sostener más de una discusión con otros
matemáticos y físicos, en alguna de las cuales le
dirigieron ataques demasiado rudos, sin respetar á
veces las conveniencias personales.
Pero todos los trabajos de Newton relativos á la
óptica, á pesar de ser interesantes, resultan muy
inferiores al conocido con el nombre de principio
d e la gravitación universal, que hubiera por sí solo
bastado á inmortalizarle. Semejante descubrimien-
to coloca á su autor en la cima más alta del renom-
bre y de la gloria, bastando enunciarle para formar
su más brillante apoteosis.
Desde la mayor antigüedad han existido filósofos
que han supuesto que la tierra poseía la necesaria
fuerza para retener los cuerpos alrededor de su
centro y toda la materia del Universo se hallaba
dotada de parecida tendencia hacia determinados
centros. Copérnico, en el siglo XV, atribuye á una
atracción general la forma redondeada de los cuer-
93 -
pos celestes. Ticho Brahé admite una fuerza cen-
tral en el sol, para retener sus órbitas en derre-
dor de éste. Keplero admite que esta atracción del
sol debe extenderse á la tierra, y á la luna, y que la
acción debía ser reciproca, ó lo que es lo mismo,
los cuerpos atraídos por el sol debían á su vez ser
atraídos por éste. -•
Pero estas ideas, en todo ó parte aceptadas por
Fermat, Bacon, Hévélius, Robervál y Hook, no fue-
ron formuladas de un modo claro para poder asig-
nárseles el título de autores de una ley fundamen-
tal. Asi es que, como dice Laplace, estaba reserva-
do á Newton el dar tan gigantesco paso. Después
del profundo cambio que las ideas de Descartes pro-
dujeron en las ciencias exactas con la aplicación
del álgebra á la teoría de las curvas; de poseer
Fermat los preciosos fundamentos de la geometría
del infinito; del descubrimiento de la ley del des-
censo de los graves, hecho por Galileo; de los nota-
bilísimos trabajos de Keplero y de Hook, sólo espe-
raba la mecánica celeste un genio que recogiese
estas observaciones, y con tendencias generaliza-
doras descubriese la ley que tanto había de contri-
buir al progreso de la ciencia y tanto había de in-
mortalizar su nombre.
Este genio fué Newton. Retirado y abstraído en
solitaria c a s a b e campo, dirigió sus investigaciones
hacia el sistema del mundo: la pesantez de los cuer-
pos en el vértice de las más altas montañas, igual
próximamente á la de la superficie de la tierra, le
hizo suponer que se extiende hasta la luna, y que,
combinándose con el movimiento de proyección de
este satélite, le hace describir una órbita elíptica
94
alrededor de la tierra. Partiendo de los experi-
mentos de Galileo sobre el descenso de los graves,
determinó la altura á que la luna abandonada- á s(
misma descendería á la tierra.
Comparando la magnitud de las órbitas de los
satélites y la duración de sus revoluciones con las
mismas cantidades respecto á los planetas, llegó á
determinar las masas y densidades respectivas del
sol y los planetas acompañadas de satélites y la in-
tensidad de la pesantez en la superficie.
Teniendo en consideración que los satélites se
mueven alrededor de sus planetas casi como si és-
tos permanecieran inmóviles, reconoció que todos
estos cuerpos obedecen á la misma gravedad hacia
el sol. El principio de que la reacción es igual y
contraria á la acción, no le permitió dudar que el
sol ejerce cierta acción de peso hacia los planetas
y éstos hacia sus satélites, y que la tierra es atraí-
da por todos los cuerpos que gravitan sobre ella.
Este principio no es una hipótesis más ó menos
probable, sino que está perfectamente comprobado
por la experiencia y la multitud de fenómenos que
tienen lugar en derredor nuestro; es el descubri-
miento científico más grande y de más trascenden-
cia de los modernos tiempos.
Entre las ideas que pertenecen á Newton se en-
cuentra la de atribuir al agua un principio inflama-
ble, y que en el diamante se halla asimismo otro
principio inflamable. Teniendo en consideración el
gran atraso en que la química estaba cuando esto
acontecía, es de importancia suma la idea lanzada
por Newton, que ha venido después á confirmar el
análisis, demostrando, una vez más la fuerza intuí-
95
ti va de aquel Titán de la ciencia. Se había formado
en Cambridge un pequeño laboratorio destinado á
sus trabajos físicos y químicos, donde pasaba no es-
caso número de horas, ávido del descanso necesa-
rio, por haber estado largo tiempo abstraído con
las ciencias matemáticas. Cítase que un accidente
casual privó á la historia de interesantes datos y á
las ciencias físicas de curiosos documentos que hu-
bieran influido, á no dudarlo, en su rápido progre-
so. Parece ser -que se incendiaron los papeles de
su escritorio por un descuido con un animal domés-
tico, un fiel perrito, querido con delirio por el filó-
sofo, pero que hizo caer, en ocasión de hallarse
ausente Newton, una bujía encendida sobre la mesa
de su pupitre, reduciendo en pocos instantes á c e -
nizas el trabajo de muchos años. Se refiere que le
causó taí dolor esta pérdida, que cayó en profundo
abatimiento y aun alteró por algún tiempo su ra-
zón, cuyo hecho se encuentra consignado en diver-
sas obras que se ocupan de Isaac Newton ó de sus
libros, que han alcanzado universal renombre y
que han merecido ser en todos los idiomas trascri-
tos, cómo si deseara la humanidad entera identifi-
carse con las ideas de aquel genio.
La Academia de Ciencias de Paris en 1699 se
apresuró á enviar á Newton su diploma, y en 1701
la Universidad de Cambridge le nombró por segun-
da vez su diputado en el Parlamento, siendo ele-
gido dos años después presidente de la Sociedad
Real de Londres, cuyo cargo tenía grandísima im-
portancia é inmensa significación, con la particula-
ridad de haberle mantenido en este puesto por es-
pacio de veinticinco años.
. 9 6
Hacia Í70S decidióse Newton á publicar sus dife-
rentes trabajos, y por entonces dio á luz su Tratado
de Óptica, que abraza todo el conjunto "de sus ob-'
servaciones sobre la luz. Imprimióse en idioma in-
glés, y prontamente el doctor Samuel Clarke, céle-
bre por sus disputas con Leibnitz, se apresuró á
poner en latín "con tanto acierto y de un modo tan
exacto, que Newton quedó completamente satisfe-
cho, hasta el punto de hacer rico presente á Clarke
en testimonio de agradecimiento. Sin embargo,
todavía no pudo calcularse toda la importancia de
este libro, quedando reservada la apreciación de
su verdadero mérito para cuando se descubrió la
polarización de la luz. Entonces se comprendió toda
la importancia de algunos delicadísimos fenómenos
que Newton había señalado en la luz propagada, y
á la. cual dio atributos-conocidos con los nombres
de acceso de fácil trasmisión y de fácil reflexión.
Estas propiedades tan sumamente sutiles desapare-
cían á todas las observaciones, en términos que
algunos las creyeron hipótesis más ó menos lógi-
r

camente fundadas, pero nunca la exacta expresión


de los hechos incontrovertibles.
También dio á luz entonces dos disertaciones
analíticas tituladas De la cuadratura de las cunas
y Enumeración de las líneas de tercer orden, conte-
niendo la primera una exposición del método de las
fluxiones, y la segunda una elegante clasificación
de las curvas de tercer orden, con una exacta e x -
posición de sus propiedades.
El inmenso renombre que ya Newton había ad-
quirido hizo que fueran rápidamente arrebatadas
sus producciones, en términos de agotarse con
07
prontitud y tener que publicar nuevas ediciones
para satisfacer la ansiedad pública de conocer las
obras del insigne matemático y físico.
Las lecciones de óptica que explicó en la Univer-
sidad de Cambridge no quiso publicarlas por temor
de que le molestaran, ya en el último tercio de su
vida en que a l a sazón se hallaba, con interminables
controversias, de las que estaba más que al extre-
mo fatigado; pero afortunadamente confió los ma-
nuscritos á varias personas, y entre ellas á Gregory,
catedrático de astronomía en Oxford, y el año 1729,
cuando hacía ya tres que Newton no existía, se
imprimió el precioso trabajo, de tanta utilidad para
la ciencia. v

El 23 de Junio de 1676 escribió una carta Newton


á Leibnitz con las formas más corteses, donde hace
extensísimas consideraciones acerca de las algé-
bricas expresiones llamadas binomios, que han sido
la base de un inmenso progreso eñ el estudio del
álgebra.
Para dar exacta idea de Newton y sus obras, de
la importante misión que desempeñó en la ciencia y
de todo cuanto tiene relación con tan gran figura,
necesitaríamos escribir extenso libro y no concre-
tarnos á los estrechos límites de un artículo. Por
eso no hacemos otra cosa que mencionar á la ligera
sus libros y.sus descubrimientos, sin detenernos si-
quiera instantes brevísimos en meditar algún tanto
sobre la gran trascendencia de sus colosales obras.
Citaremos, sin embargo, un trabajo histórico de- •
bido asimismo á la pluma de ese portentoso ingenio*
cuya obra, por lo especial del asunto, que difiere
de las que constituían el objeto principal de sus e s -
7
98
ludios, merece conocerse. Se titula Observaciones
acerca de las profecías de la Sagrada Escritura,
principalmente sobre las profecías de Daniel y el
Apocalipsis de San Juan. Se propone en ella inter-
pretar el espíritu de las profecías, y se respira en
todo el libro profundísimo respeto á Dios y á sus
obras, ensalzando á la mayor y más imperecedera
de las glorias al sabio Artífice de tan inmensas ma-
ravillas. Dice que para comprender las profecías es
preciso tener conocimiento del lenguaje figurado
de los profetas y saber las alegorías que usaban.
Considera el cielo y la tierra para figurar los reyes
y los pueblos, cada cosa teniendo una significación
mística propia. Su trabajo de interpretación es in-
menso; no sólo abraza las épocas y acontecimien-
tos principales de los antiguos tiempos y una parte
de la Edad Media, sino también un conjunto de he-
chos particulares é investigaciones cronológicas que
prueban profundísima erudición adquirida en las me-
jores fuentes.
Newton alcanzó edad avanzada: á los ochenta
años leía sin necesidad de usar lentes y teniendo
íntegras sus facultades intelectuales. Pero forzosa-
mente había de obedecer á la ley de la naturaleza,
y comenzó en esta edad á sentir una incontinencia
de orina, síntoma de afecciones graves, cuyo pade-
cimiento le llevó poco después al sepulcro. En los
violentísimos accesos de dolor que le ocasionaba
la enfermedad que padecía, jamás se oyeron de sus
labios amargas quejas, sino la resignación propia del
que sabe sobreponerse á todas las contrariedades y
las espera con el semblante sereno. El 20 de Marzo
de 1727 falleció Newton. Su cadáver fué trasladado
99
á la célebre abadía de Weminster, y conducido por
seis lores de la clásica aristocracia inglesa. Sobre
su sepulcro hay una -inscripción que dice: «Glo-
ríense los mortales de q%eha existido im hombre que
tanto ha honrado á la humanidad.» Y ciertamente
para el viandante que medite sobre el epitafio, es el
mejor y más grande de todos los elogios que se
tributan al genio; es también la más cumplida justi-
cia que puede hacerle la posteridad.
SCHEELE.

También está rodeada la modestia de-su aureola


de gloria. Al recorrer las páginas del libro de la
ciencia, se encuentran con inusitada frecuencia
mareadas las huellas de un sabio, mucho más co-
nocido por sus obras que por su personalidad, s e -
mejante á un astro luminoso del que sólo percibié-
ramos el reflejo de sus "puros rayos que inundasen
de luz nuestras retinas, sin distinguir el origen de
donde partiera aquel hermoso fulgor que tantos os-
curos senderos ilumina y tantos escollos salva.
¿Dónde acudiremos á buscar el genio, oculto cual
la brillante perla én el fondo del mar, ó cual pre-
cioso metal en las entrañas de la tierra? ¿Cuál es el
dichoso país cuyos primeras auras mecieron su
cuna? ¿Cuál el nombre del casi ignorado descubri-
dor de tantos hechos científicos?
El -montañoso país de Suecia tiene también la
gloria de contar entre sus hijos á Carlos Guillermo
Scheele, que nació en Stralsun (hoy ciudad pru-
siana) el 19 de Diciembre de 1742. Su educación
102
científica fué en un principio muy poco esmerada,
razón mayor para apreciar doblemente los servicios
inmensos que prestó á la ciencia, siquiera haya sido
cual la modesta violeta que derrama su fragancia y
su encantador perfume sin atreverse apenas á le-
vantar su frente, ruborizándose ante la majestad de
otras flores menos aromáticas, pero de más gallar-
do porte.
.Hijo de un comerciante no muy acomodado y
además con once hijos, no podía recibir carrera que
exigiese grandes sacrificios; así es que á la edad
de catorce años comenzó los estudios de farmacia
práctica en Gotemburgo, sin tener'para su instruc-
ción otro libro que una obra antigua de Neumann,
titulada Premlectiones chemicm, donde estudió los
rudimentos de la química, con todos los errores de
que estaba entonces rodeada esta ciencia y que
tanto había de contribuir á deshacer su superior ta-
lento, en términos de dotarla de diferentes cuerpos
antes no conocidos, por lo que pasará su nombre
siempre unido á la historia de interesantes sustan-
cias.
Tenía poca disposición para aprender idiomas;
jamás conoció otro alguno que el alemán, que era
el que había oido en su infancia, y en el mismo con-
tinuó escribiendo sus Memorias; de suerte que tuvo
precisión de traducirlas para presentarlas á la Aca-
demia de Stokolmo.
Refiere Dumas en su notable libro titulado Leccio-
nes de filosofía química, que era tan grande el en-
tusiasmo de Scheele por los estudios químicos, que
robaba gustoso no escaso número de horas al sueño
para entregarse á los experimentos que de continuo
-103
practicaba; y asegura también que uno de sus co-
legas tomó á broma sus trabajos y tuvo el mal gusto
de colocar una sustancia explosiva donde tenia que
hacer sus experimentos. Acudió Scheele al sitio,
ignorando por consiguiente la superchería, y al co-
menzar sus operaciones en horas altas de la noche,
se oyó espantosa detonación que conmovió al edifi-
cio y alarmó á los vecinos que se entregaban tran-
quilos al descanso. Desde entonces fué sumamente
reservado en todos sus estudios prácticos, temero-
ro, más que de la perturbación, del ridículo, ese
acerado puñal cuyas heridas son tan difíciles de
curar en nuestra sociedad.
Todavía trascurrieron algunos años antes de que
Scheele pasara á Upsal, donde tuvo ocasión de c o -
nocer á dos de los hombres que más llamaban la
atención en Europa, al célebre Linneo, acerca de
cuyo valer hemos tratado ya, y á Bergmann, el
cual fué el primero que reveló el honrosísimo con-
cepto que Scheele le merecía, cuya revelación ve-
rificó en la extensa correspondencia que sostenía
con los principales sabios do su época.
La multiplicidad de sus científicos trabajos y la
importancia de los mismos le abrieron paso entre
las gentes y le sacaron sin él quererlo de la oscuri-
dad, pasando su nombre de boca en boca y lleván-
dolo la fama en sus alas cual suave céfiro que con-
duce tenue vilano donde se oculta el germen de
olorosa flor. A consecuencia de este renombre, llo-
vieron sobre él ventajosos ofrecimientos de perso-
najes de posición y hasta de príncipes, con objeto
de utilizar sus conocimientos y hacer que saliese
de la condición humilde á que se hallaba reducido;
104
pero los rechazó todos por abrazar el ejercicio de
una profesión donde en el retiro del hogar domés-
tico pudiera con independencia completa consa-
grarse á sus experimentos químicos.
Llegó á su noticia la muerte de un farmacéutico
residente en un pequeño pueblo de Suecia, y acu-
dió solícito á desempeñar la oficina de farmacia que
dejara vacante, deseoso, al propio tiempo que de
cultivar su especialidad favorita, de vivir en esa mo-
desta medianía que no lleva la gloria ni el aplauso,'
pero en cambio rica en los goces de la vida domés-
tica, en los encantos que proporciona el hogar. Sin
embargo, nególe la fortuna esa dicha que tanto
anhelara y en pos de la cual había ido durante mu-
chos años. Parece ser que las deudas que cancera-
ron la hacienda de su antecesor en la referida ofi-
cina de farmacia le produjeron larga serie de no
pequeños sinsabores, en términos que aquella pro-
metida existencia deslizándose cual tranquilo arroyo
por frondosa alameda, se convirtió en algunas oca-
siones en agitada y zozobrosa. Pero su trabajo
asiduo y su incansable perseverancia, concluyen
por vencer los obstáculos que á su paso se presen-
tan, paga á los acreedores y divide su tiempo entre
el desempeño de la profesión y las investigaciones
químicas para cuyos experimentos tenia tan hábiles
manos, de las cuales habían de salir descubrimien-
tos interesantes y cuerpos nuevos con la facilidad
que de la ram? del árbol brotan sazonadísimos
. frutos.
Cuéntase que, viajando el r ey de Suecia por fuera
s

de sus Estados, llegó á sus oídos la existencia en


Kjoping del eminente Scheele, y ordenó al ministro
405
que se le diera una condecoración, pero equivoca-
damente recayó en otra persona del mismo apellido,
empleado en la administración y que ningún mérito
reunía para obtener la recompensa^
- Se casó en 1786 y falleció dos dias después, toda-
vía en edad temprana, puesto que sólo contaba
cuarenta y tres años. Su breve paso por el mundo
no fué obstáculo para que dejase profundas huellas
que hayan causado la universal admiración, y que
la industria, la medicina y todas cuantas manifesta-
ciones de la inteligencia utilizan los conocimientos
químicos, recuerden la existencia de tan profundo
y sagaz investigador.
Veamos, aunque ala ligera, sus grandes trabajos,
que son la hermosa corona que más puede enalte-
cerle á los ojos de la posteridad. Se observa desde
luego, apoco que se medite, gran semejanza entre
el genio de Lavoisier y el de Scheele. Éste, como
Lavoisier, es un portento en la ciencia á que se de-
dica; como Lavoisier, descubre diversidad de cuer-
pos; pero distingüese el uno del otro en sus tenden-
cias: en Lavoisier, vemos el talento generalizador
que se eleva de lo sencillo á lo complicado, y luego
teoriza con sin igual brillantez; al paso que Scheele
es el talento analítico, el experimentador que en
su laboratorio desmenuza los hechos uno á uno,
para entregar el estudio completo y detallado de
cada cuerpo. .
Era el año 1774. Había consagrado Scheele hacia
tiempo, no escaso número de horas al estudio de la
sustancia, llamada magnesia negra, conocida tam-
bién con el nombre de jabón de vidrieros, que más
tarde denominaron los químicos bióxido de man-
, 106
ganeso. Esta sustancia la sometió á la acción de dir
ferentes cuerpos, observando los menores detalles
en cada uno de sus experimentos. Calentando esta
magnesia negra con ácido sulfúrico, obtenía una
sal de color de rosa, notando además que la reac-
ción va acompañada de efervescencia, ó sea del des-
prendimiento de un gas. Para conocer la naturaleza
do éste, puso en el cuello de la retorta donde tenía
lugar la reacción una vejiga comprimida, y bien
pronto pudo observar que aumentaba de volumen,
llenándose de un gas que avivaba la combustión.
Calentó la magnesia negra en un crisol con po-
tasa cáustica en contacto del aire, y observó que
resultaba una sustancia que al disolverse en el agua
tomaba un color verde, prontamente tornadizo en
rojo por la acción de un ácido ó por la del mismo
aire. Este cambio de color le indujo á denominar al
cuerpo camaleón mineral, por la semejanza más ó
menos remota entre el mismo y el reptil conocido
con ese nombre.
Pero entre sus trabajos sobre el mismo bióxido
de manganeso merece citarse sobre todos el que le
condujo al descubrimiento del cloro. Colocó una
onza de espíritu de sal (ácido clorhídrico) sobre
media de magnesia negra reducida á polvo fino.
Trascurrida una hora, observó que sin aumentar la
temperatura el líquido se coloreaba de amarillo, y
calentándolo se desprendía un fuerte olor á agua
regia. Adaptó también una vejiga al cuello de la r e -
torta, calentó ésta, y vio que la vejiga aumentaba
de volumen, y cuando la separó pudo observar que
estaba llena de un cuerpo aeriforme de color ama-
rillo, al propio tiempo que la destrucción de las
107
paredes de la indicada vejiga. Por está razón tuvo
necesidad de abandonar este procedimiento, susti-
tuyendo la vejiga con botellas llenas de agua, in-
vertidas en vasijas llenas del mismo liquido.
Describe minuciosamente las propiedades del gas
obtenido, que él designó con el nombre de ácido
muriático deílogisticado, y después Ampere con el
de cloro; nombre con que hoy le conocen todos los
químicos, designando á Scheele como el descubri-
dor de tan importante cuerpo. Al hablar de la des-
coloracion de las sustancias por el cloro, por ejem-
plo, las flores, que todas ellas pierden sus matices,
reflexionaba que el cloro siempre pasa al estado de
ácido muriático, fácil de reconocer por los abun-
dantes vapores que esparce en contacto del aire;
Insistiendo en esta circunstancia, comprendió que la
tendencia que tiene dicho cloro á adquirir algo, era la
causa de estas reacciones. No podía irse más lejos:
todavía no se conocía el hidrógeno, y se ignoraba
por consiguiente la gran afinidad que. existe entre
este cuerpo y el cloro.
Haciendo, pues, aplicación de esta idea, se podrá
en pocas horas descolorar telas que antes necesi-
taban muchos dias, valiéndose para este objeto del
sol y la humedad.
Pero el descubrimiento del c l o r o , suficiente <
para dejar el nombre de su autor grabado con ca-
racteres indelebles, hubiese largo tiempo permane-
cido oculto, á no ser por la amistad que existía en-
tre su descubridor y Bergmann, profesor de química
en la Universidad de Upsal, el que no descansó
hasta dar á conocer á sus discípulos, y al mundo
científico entero, el hallazgo que acababa de hacer
108
«I modesto farmacéutico, tan sabio como poco,
apreciador de su mérito y de sus condiciones de
químico de primer orden. .
Una-de sus más imperfectas obras es el libro so-
bre el aire y el fuego; pero va seguido de una Me-
moria acerca del análisis del aire, donde demuestra
que este cuerpo es una mezcla de dos fluidos elás-
ticos muy distintos, llamado el uno aire viciado ó
corrompido, y el otro aire puro. Llegó á estos re-
sultados mediante la descomposición que algunos
sulfuros alcalinos en contacto del aire experimen-
taban, y puede muy bien compartir con Lavoisiér la
gloria del descubrimiento de la composición del
aire, puesto que sus trabajos fueron del todo inde-
pendientes y valiéndose de cuerpos completamente
distintos para llegar al resultado.
El depósito que el mosto deja en los toneles
cuando fermenta, recibe el nombre de tártaro crudo,
y en esas heces del vino fué donde.Scheele encon-
tró un ácido que por él sitio en que existe se ha
llamado tartárico. Llegó á aislar el ácido del zumo
del limón y señaló un exacto procedimiento para
obtenerle; así es que se le considera como el des-
cubridor del ácido cítrico.
Próximamente tendría veintiocho años cuando es-
tudió el flúor mineral calentándole con ácido sulfú-
rico, y observó el desprendimiento de un gas enéiv
gico que tenía la propiedad de atacar fuertemente
el vidrio, cuya propiedad ha utilizado después la in-
dustria 'del grabado, y la química conoce con el
nombre de ácido fluorhídrico al cuerpo que se 3es-
prende. .
Existe Una materia de precioso color verde, que
109
la pintura emplea con frecuencia, la cual recibe
el nombre de verde de Scheele, por haber sido
•este químico el primero que la obtuvo poniendo en
contacto dos disoluciones, una de vitriolo azul (sul-
fato cúprico), y otra de arsénico blanco y potasa
(arsenito potásico). Pero este hermosísimo color
tiene el gravísimo inconveniente de ser altamente
venenoso; su aplicación á los objetos es fácil," mas
su adherencia es escasa y el menor roce destaca
partículas del mismo que, flotando en el aire, pue-
den producir graves envenenamientos. Más de una
consecuencia funesta ha habido que deplorar por el
empleo de los papeles pintados con el referido ver-
de, y por el uso que del mismo hacen los confiteros
para el adorno de las pastas que fabrican.
Debe la ciencia química á Schéele un método
nuevo para la obtención del ácido benzoico, así
como interesantes trabajos acerca de los ácidos ar-
sénico y úrico, sobre el azul de Prusia, sobre el
ácido málico y la naturaleza del éter. También en-
señó á distinguir la plombagina, mineral carbonoso
con el que se fabrican los lapiceros, de la molib-
denita, donde encontró un ácido especial llamado
más tarde ácido molíbdico.
Son también dignos de conocerse los experimen-
tos que le condujeron al descubrimiento de la bari-
ta. Calcinó en un crisol una mezcla de espato
pesado, polvo de carbón y miel; trató la masa, que
ora un sulfuro bárico, por el ácido 'muriático; ob-
tuvo una disolución (cloruro bárico) que precipitó
después por el carbonato potásico, y se formó,
como era consiguiente, abundante precipitado
blanco (carbonato bárico). Todo esto era con el
no
objeto de distinguir la barita de la cal, y, en efecto,
se le asigna el descubrimiento del óxido de bario.
Hemos enumerado rápidamente la vida y princi-
pales trabajos de Scheele. Se conocen algunos otros
de menos importancia, como son: una Memoria so-
bre la leche, y otra sobre la conservación del vina-
gre; pero los indicados bastan para dar aproximada
idea del mérito de su autor. Hemos visto grandes
obreros de la ciencia, podemos contemplar con la
historia en la mano genios que han dado impulsos
maravillosos á su perfeccionamiento; pero brotar
de las manos de. un hombre tantas sustancias que
parecía esperaban su contacto para darse á cono-
cei'j y andar tanto camino en vida tan excesiva-
mente breve, no puede concebirse sino hallándose
dotado de aptitud especialísima para el trabajo de
laboratorio, tan difícil y que sólo á pocos les es
dado alcanzar.
A Scheele le sucedió lo que generalmente acon-
tece á los hombres eminentes:.su apoteosis ha sido
postuma; pero el nombre del sabio farmacéutico
será como los de Lavoisier, Berzelius, Liebig y
Thenard, que vivirán lo que la ciencia química, por
grandes que sean los cambios y profundas las alte-
raciones que experimente.
CARBONELL.

Había ya trascurrido más de la mitad del si-


glo XVIII. Las ciencias físicas y naturales se encon-
traban en un estado de lamentable atraso, soste-
nido, entre otras causas, por la escasa considera-
ción que se tributaba á los que se dedicaban á ellas.
¿Qué abnegación no era necesaria para abandonar
el •florido campo de las ciencias morales y políti-
cas, que ofrecían por do quiera no escasos halagos
á sus cultivadores, y entregarse al aparentemente
molesto estudio de las ciencias de experimenta-
ción, donde no esperaban ni el aplauso público ni
los altos puestos de la política, sino la pura satis-
facción del platónico amor de la ciencia por lo que
es en sí?
En efecto, la falta de premio es á veces causa de
que no haya investigadores en determinados cam-
pos del saber; y es preciso imbuir la idea de que
todas las" manifestaciones de la inteligencia son
iguales en grandeza, lo mismo el sabio que con-
sume sus horas en el laboratorio ó discurriendo
•112
por los campos en pos de objetos naturales que en-
riquezcan una colección, como el poeta de preclaro
ingenio, de cuya brillante pluma brotan raudales
inmensos de encantadoras imágenes, al modo que
de un grupo de vistosísimas flores surge rico ma -
nantial de cristalinas aguas, viéndose en cada gota
los cambiantes de luz que pudiera ofrecernos des-
lumbrador diamante.
En el número de los sabios, más atentos al cul-
tivo de la ciencia en sí misma que al esplendor que
la rodea, se hallaba D. Francisco Carbonell y Bravo,
una de las glorias de España y de la ciudad de Bar-
celona, donde nació el 5 de Octubre de 1768. Des-
lizáronse sus primeros años en preliminares estu-
dios de humanidades, retórica y filosofía en el S e -
minario tridentino de la referida ciudad, donde ya
se dio á conocer por su no común talento y aplica-
ción asidua, para dedicarse más tarde al estudio de
la matemática, desde las ideas más sencillas hasta
las más sublimes abstracciones del cálculo. En este
linaje de estudios fué donde dio á conocer su ta-
lento claro y de aptitud especial para tan abstrusa
ciencia, donde las verdades tienen singular enlace,
sin ser posible solución alguna de-continuidad en
la extensa cadena que-las forma.
El padre de Carbonell era farmacéutico, y bajo su
dirección comenzó los estudios teóricos y prácticos
de una ciencia en la cual tan alto renombre alcanzó
y tanto contribuyó con sus luces á progresar y
enaltecer. El 29 de Enero de 1789, apenas cumpli-
dos cinco lustros, recibió el título de farmacéutico,
después de unos brillantes exámenes que verificó
ante la Junta de farmacia de.Barcelona. Pero en
•113
esta ciudad no existían grandes laboratorios ni mu-
seos extensos donde pudiera perfeccionarse en los
conocimientos de su nueva carrera; así es que, ávido
'de respirar más dilatada atmósfera y de colocarse
al nivel de la ciencia moderna, se trasladó á Madrid
para llenar tan laudable deseo, en cuya traslación
adquirió gran cosecha de conocimientos que des-
pués había de utilizar en bien de la ciencia con el
superior talento sintético de que fuera dotado por
Naturaleza.
Es de advertir que antes de esta época, merced
á su especialísima aplicación y claro ingenio, le ha-
bía condecorado la Universidad de Palma de Ma-
llorca, en 4 de Setiembre de 1785, con el titulo de
Doctor en Filosofía, distinción pocas veces otorga-
da á tan prematura edad, pues no debe olvidarse
que sólo contaba Carbonell en aquella época diez
y siete años. Con sólo anotar este dato, basta para
comprender que ya en sus albores se manifestaba.
aquella inteligencia muy superior á la generalidad,
y que tan frondosa primavera no podía menos de ser
precursora de abundante otoño, rico en copiosos y
sazonadísimos frutos.
Cuando hubo llegado á Madrid se presentó á unos
ejercicios de oposición á una plaza de la real botica,
pero no alcanzó el puesto á que aspiraba. Nada tiene
esto de extraño, porqué, á nuestro entender, no es
la fortuna de un momento dado lo que puede justi-
preciar el mérito; así es que vemos con frecuencia
jóvenes brillantes deslucirse en los ejercicios de un
certamen, mientras que otros muy inferiores á ellos
en ciencia, aunque superiores en audacia, llenan
mejor las exigencias del acto.
8
114
Sin embargo, no se desanimó por eso Carbónell,
sino, por el contrario, continuó sus estudios con
ahínco y asistió á las cátedras de física experimen-
tal, química, mineralogía y botánica, siendo esti-
madísimo de sus profesores, que veían desde luego
los rápidos progresos que diariamente hacía en e s -
tas ciencias, donde estaba llamado á ser una de sus
grandes lumbreras, para orgullo de. la nación que
ha tenido la dicha de contarle entre sus hijos.
Por entonces le abrieron sus puertas dos corpo-
- raciones científicas, el Colegio de farmacéuticos de
Madrid y la Academia médica matritense, honrán-
dose los distinguidos hombres de ciencia que á e s -
tos cuerpos pertenecían con llamar compañero al
nuevo socio, apenas salido de la adolescencia, cuya
fama comenzaba á extenderse por el público ilus-
trado, no sólo de su país natal, sino del reino en-
tero; lo cual es tanto más de tener en cuenta aten-
dida la escasa publicidad que á las ideas entonces
se daba, por no existir apenas el periodismo, que,
aparte de sus extravíos, no puede negarse que
constituye una de las principales vías de cultura y
civilización de un pueblo. •
La ambición de Carbónell no se hallaba con eso
satisfecha, y por esa razón emprende la carrera de
medicina en la Universidad de Huesca, en donde re-
cibió el grado de Doctor en 1795. De allí pasó á Bar-
celona, donde asistió tres años al Colegio de cirugía,
y más tarde á Montpeller, para escuchar las sapien-
tísimas lecciones de aquellos catedráticos de fama
universal y adquirir asimismo el grado de Doctor en
medicina en la facultad de Montpeller, dejando grato
recuerdo de su estancia, como la había dejado á su
115
paso por las cátedras de Barcelona, Madrid y Huesca.
Compartía sin embargo sus horas entre los estudios
de medicina y los de farmacia, química é historia
natural.
Vuelto á Barcelona, fué nombrado por el Colegio
de farmacéuticos Cónsul, ó sea uno de los cargos
más importantes de la corporación, y allí lució sus
eminentes dotes de hombre científico en las intere-
santes discusiones que con frecuencia tuvieron lu-
gar, aportando el cúmulo de conocimientos ad-
quiridos en los diversos ramos del saber que había
cultivado, los cuales brotaban de su privilegiado
ingenio, hábilmente combinados y con la originali-
dad impresa en todos sus detalles, al modo que las
semillas de una planta á tierra lejana trasportadas
dan por resultado vegetales de magnitud diversa,
de matices y fragancia variados, de virtudes dife-
rentes.
Carbonell publicó el año 1796 la primera edición
de su obra titulada Elementos de Farmacia, libro
de gran importancia, donde expone la ciencia con
especialísimo método, y que fué acogido con gene-
ral aplauso entre las personas sensatas, como lo
prueban los repetidos elogios que de todas partes
la tributaron, entre ellos, algunos catedráticos de la
Escuela de Farmacia do París. En la referida obra
divide todas las operaciones farmacéuticas en cua-
tro grupos, que son: división, extracción, mixtión y
combinación, y en la preparación de todo medica-
mento debería figurar necesariamente alguna ope-
ración comprendida en uno de estos cuatro grupos.
Fué reimpresa la obra diferentes veces, y Pomet la
tradujo al francés, lo cual habla muy alto en elogio
116
suyo, pues sabido es el concepto que tienen los e x -
tranjeros del escaso nivel á que se halla la ciencia
en España, para merecer la traducción de una obra
que haya visto la luz del lado acá del Pirineo.
Consideró Carbonell que la obra del farmacéutico
francés Baumé se hallaba muy distante de la perfec-
ción exigida por los adelantos de la química, por
cuyo motivo se decidió á publicar sus Elementos,
deseoso de proporcionar utilidad á los noveles que
al estudio de la farmacia se dedican, con objeto de
que funden sus conocimientos en las ciencias físicas
y naturales, base de la especialidad á que se con-
sagran, única manera de llegar á ser dignos de po-
seer honroso título y de ejercer con decoro su pro-
fesión..
En"el año 1800 publicó la tercera edición, dedi-
cada á la Real Junta superior gubernativa de Far-
macia, y también se hizo de la misma edición una
versión francesa por Cloquet, y en 1824 salió á luz
la cuarta en España, extraordinariamente aumen-
tada, en términos de haber sido una de las fuentes
a que acudieron Henry y Guibourt para la redacción
de m Farmacopea razonada. No consideramos^xen-
ta de defectos la obra de Carbonell, sobre todo mi-
rándola á través del prisma de la ciencia contem-
poránea, pero desde luego la juzgamos muy digna
de figurar como una de las primeras de su época y
de ser con fruto consultada en no poco frecuente
número de ocasiones. •
Establecida por la Junta de comercio de Barce-
lona una cátedra de química aplicada á las artes,
fué nombrado para desempeñarla en 1803 Carbo-
nell. Trabajó extraordinariamente en la formación
w
del laboratorio de la misma, hasta el punto de Ne-
gar á constituir un verdadero arsenal de la ense-
ñanza, muy al nivel de los conocimientos de la épo-
ca. Ocurrió por entonces á Carbonell un desgra-
ciado accidente, de esos á que están muy expuestos
los que se dedican á la química práctica. El 8 de
Junio de 1805 quiso demostrar éxperimentalmente
la síntesis del agua con objeto de comprobar la
composición de la misma, que ya el análisis, había
suministrado. En un voluminoso globo de cristal
estaba contenido el hidrógeno, de cuya vasija debía
salir este gas por un tubo , provisto de una ljaye, y
en el extremo del referido tubo, quemándose el hi-
drógeno, daba origen al agua que se condensaba en
forma de clarísimo rocío en un cuerpo enfriado.
Pero un descuido que cometió la persona que le au^
xiliaba en la operación, dejando entrar en el globo
de vidrio una pequeña cantidad de aire, dio por re-,
sultado la formación de mezcla detonante que pro-:
dujo terrible explosión y la ruptura en multitud,,de,
fragmentos del globo de vidrio. Hubo algunos herir
dos de gravedad entre los concurrentes, pero Car-
bonell quedó por completo desfigurado.y cbn,la
pérdida de un ojo. No faltó entre sus enemigos
quien, atribuyese el accidente á impericia; mas debe
protestarse con energía de aserto tan gratuito. Sa-
bido es que había asistido á los principales, labora-
torios de España y del extranjero á la sazón en que
ocurría lo que referimos, y, por consiguiente, no
pasó por alto en el experimento ninguna. precau-
ción. Pero durante un breve espacio, mientras él no
lo observaba, fué cuando por escaso cuidado de, la,
persona de quien se valía, se verificó la entrada de
Í48
uria corta cantidad dé aire en el aparató y ocurrió el
fracaso, que rio' fué motivo para retraer á Garboüell
de Continuar sus trabajos de química experimental.
Así es que la cátedra, Como dice uno de sus eru-
ditos biógrafos, fué durante algunos años el princi-
pal teatro de sus glorias, acreditando sus vastos c o -
nocimientos, y sobre todo, la inflexible lógica qué
presidía én todas sus explicaciones, su luminosa
concisión y claridad de lenguaje. Distinguíase asi-
mismo por lo ameno de su trato y lo comunicativo
cbn sus discípulos, lo cual no es muy frecuente efl
los catalánes, que son capaces de sacrificarse en
aras de la amistad y del saber, que tienen una labo-
riosidad superior á todas las comarcas de España,
qué han heredado el heroico y legendario valor de
Roger de Flor én los combates, pero que al lado d'é
estas graüdeá y sublimes cualidades son partidarioá
del afecto sin manifestaciones externas, concen-
trando la amistad en el seno de su conciencia,
como' concentran su actividad en el seno del ince-
sante trabajo;
Nadie puede disputar á Carbonell la gloría de ha-
ber'sido uno de los que primero han contribuido á
la propagación de los conocimientos químicos en
tfáestrtf país, por medio de la cátedra y del libro ,1

publicando numerosos opúsculos y traduciendo al-


gunas obras, entre las que deben citarse la de Qai' J

Mica aplicada alas artes, de Chaptal.


Conocedor de la enseñanza, dio á luz una Memo-
ria'qué', cori el título de Ensayo de un plan general
dentai'.'cièriciàif naturales en España, dilúcida de un
modo, razonado este importante asunto; y pó'có des- 1

pues tradujo un opúsculo de Fourcroy, titulado:


119
Discurso sobre ¡a unión de la química y la farmacia,
cuyo trabajo leyó este eminente químico en el acto
de su admisión en la Sociedad de Farmacia de Paris.
Carbonell mereció distinciones honrosas durante
su vida. Los monarcas le dieron señaladas muestras
del aprecio que de su talento hacían, las corpora-
ciones científicas y populares le señalaron los car-
gos de confianza y de interés. Del mismo modo
algunas de las principales sociedades extranjeras
se apresuraron á honrar la lista de sus socios con
su nombre. Así es que la Sociedad de Farmacia de
Paris, la de Ciencias y Bellas Artes de Montpeller, la
de Agricultura, Comercio y Artes de Narbona le
contaban en el número de sus corresponsales. Hoy
figura su retrato en el techo del paraninío de la
Universidad central al lado de los más eminentes
varones que han iluminado con el resplandor de su
genio- todos los ramos del saber.
Hé aquí, pues, á grandísimos rasgos bosquejada
la vida científica de una de nuestras glorias nacio-
nales. Sus discípulos, entre los que se cuentan natu-
ralistas y químicos de gran talla, los cuales han po-
dido más que nadie apreciar de cerca el inmenso
valer del sabio español, pudieron muty bien decir el
1S de Noviembre de 1837, dia en que espiró Carbo-
nell: Hoy baja á la tumba una de las lumbreras cien-
tíficas del primer tercio de nuestro siglo; hoy c o -
mienza para nosotros la obra de honrar á nuestro
maestro enseñando al mundo que somos sus dig-
nos discípulos.
GUVIER.

En el limpio horizonte donde se dibujan como en


cuadro fantástico los gloriosos recuerdos de los ge-
nios, descubrimos claramente las huellas de uno de
esos individuos pertenecientes á la egregia raza de
titanes que han pasado por el mundo para admirar
con los raros prodigios de su fecundo ingenio. Lle-
gar en una especialidad de los conocimientos huma-
nos á la cima de la misma, dominarla y poseerla
hasta el punto de poder fructíferamente enseñarla,
e s difícil, pero á toda hora lo vemos repetido, con
tal*de que haya aplicación asidua y regular aptitud
por parte del que aspira á tan señalada honra..Pero
cambiar el aspecto de una ciencia, darla giro nue-
vo, hacer en ella singularísimos y sorprendentes
adelantos, rodearla de nuevos dalos, iluminar con
la luz desprendida de una inteligencia clara los pro-
fundos arcanos hasta entonces vedados á la gene-
ralidad, sólo es propio del que merece llevar sobre,
sus sienes la corona inmortal del genio.
Por eso queremos mencionar en esta galería de
122
sabios que bosquejamos, el nombre de Cuvier, co-
nocido de todo el que haya saludado, siquiera sea
someramente, las ciencias naturales.
Jorge Cuvier, que ha merecido con justicia ser
conocido con el renombre dé Aristóteles del si-
glo XIX, nació el año 1769 en Montbeliard, en el
seno de una familia protestante. En el estableci-
miento denominado Academia Carolina de Stuttgard,
fué donde comenzó sus esludios, iniciándose en el
conocimiento de la lengua y literatura alemanas. De
la misma Academia han salido eminentes literatos,
siendo de advertir que es uno de los sitios donde
mejor se conoce y con más afición se estudia la li-
teratura española. En efecto, á sus sabios profeso-
res no han pasado desapercibidas las centellas que
lanzaran los genios de Calderón, Cervantes, Tirso,
Rojas, Moreto y Lope, y se complacen en saborear
las producciones de aquellos grandes colosos, con-
siderándolos como los supremos maestros, como los
depositarios de aquel divino ingenio que será siem-
pre orgullo déla humanidad, sin parar la atención en
el país donde vieron la luz.
Todavía muy joven empezó á dedicarse Cuvier ¡A
profesorado, poniéndose al frente de un colegio par-
ticular en Normandía, cuyo cargo estuvo desempe-
ñando por espacio de diez años, hasta que empezó
el estudio de la Historia natural.
El sabio agrónomo Tessier fué quién tuvo la glo^
ria de ver el alcance de su gran talento y observar
quesus ideas sehallaban muy por cima de las que
producen las vulgares inteligencias; así es que no
bien le hubo visitado en su modesto retiro, cuando
pudo observar las primeras llamaradas de aquel ge-
123
nio, y no se engañó ciertamente al presentir las
graneles esperanzas que encerraba el germen de
una futura vegetación, cuya lozanía y esplendor ha-
bía de ser la admiración de su tiempo. Fué llamado
á Paris á consecuencia de los informes de Tessior el
año 1795, donde con mayor espacio para tender los
altos vuelos de su inteligencia, se dio rápidamente
á conocer con su palabra y con su pluma. Sus lec-
ciones públicas de historia natural, dadas en el co-
legio de Francia, comenzaron á formar el pedestal
de su reputación científica. Supo, en efecto, pre-
sentar estos conocimientos, que se hallaban hasta
entonces en estado de lamentable atraso, con sor-
prendente novedad y revestidos de grandísima im-
portancia, demostrando el inmenso interés que en-
cierra una ciencia que debiera por todos ser cono-
cida si nó hemos de ser huéspedes completamente
ajenos al mundo que habitamos y á todo cuanto nos
rodea, formando nuestros encantos ó siendo la
causa de nuestras aflicciones y de nuestra muerte.
La cátedra de anatomía comparada fué una de
las que con más brillantez explicó en el colegio de
Francia, y era, á no dudarlo, la especialidad á que
más se prestaba su talento sintético. En esta clase
de estudio es donde se ofrece vasto campo al filó-
sofo para descender desde la humana organización
hasta las más sencillas manifestaciones de la vida
de los seres, para examinar que nada huelga en la
naturaleza, que obedece todo á inmutables leyes
sabiamente dictadas. En la anatomía comparada es
donde puede aprenderse mejor que en libro alguno
los detalles de la humana organización, porque
nada enseña mejor que el estudio comparativo y el
124
de analogías y diferencias; nada fija más las ideas
én la mente que de un modo sucesivo examinar un
mismo órgano en diferentes animales, detenerse en
cómo desaparecen ó adquieren, por el contrario,
gran desarrollo algunas de sus partes, para deducir
al propio tiempo la índole de las funciones que
aquel ser ejecuta, sus costumbres, la índole espe-
cial de sus instintos, todo, en fin, cuanto tiene rela-
ción con las manifestaciones de su vida.
Uno de los grandes servicios prestados á la cien-
cia por Cuvier, es su clasificación zoológica. Llenas;
de imperfecciones y sin satisfacer las exigencias de
los adelantos del saber las conocidas hasta su
época, no podía ménós de llamar profundamente la
atención el nuevo método dado á conocer por el
gran naturalista, en términos que todavía hoy sir-
ve de base á muchas clasificaciones modernas, que.
no son otra cosa sino las ideas de Cuvier modifi-
cadas más ó menos profundamente, y permítasenos
decir que con mayor ó menor éxito. Justo es afir-
mar que, en el estado actual de la ciencia, no llena
las aspiraciones la clasificación de Cuvier; pero no
es obstáculo esta circustancia á reconocer su mé-
rito, hasta el punto de que las ideas modernas estén
basadas en tan admirable trabajo, como si el tiempo
trascurrido, que para la ciencia es inmenso, en
atención á los agigantados pasos con que' camina,
no hubiese sido suficiente á destruir las sólidas ba-
ses sobre que aquel admirable edificio se constru-
yera.
A cuatro tipos reduce Cuvier todos los animales
en su clasificación, que distingue con los nombres
de Vertebrados, Moluscos, Articulados y Zoófitos, y
en ellos están incluidos, dentro de sus respectivas
clases, órdenes, familias, tribus, géneros y espe-
cies, todos los seres animales desde el hombre, ser
el más perfecto de la creación, imagen de la divini-
dad, hasta el microscópico insecto y el invisible in-
fusorio que vive dentro de otros seres.
La clasificación en cualquiera de los ramos de his-
toria natural es indispensable, si ha de adelantarse
un solo paso en su estudio; pero en zoología, donde
es tan inmenso el número de especies, la mente no
alcanza á concebir ese cúmulo de seres, si éstos no
se agrupan de un modo metódico. De aquí que una
clasificación será tanto más perfecta, cuanto más se
aproxime á las inflexibles lógicas leyes del método.
Por eso puede citarse la de Guvier como uno de los
modelos de distribución metódica de muchos miles
de seres, sin incurrir en censurables-anacronismos.
Buscar las analogías y diferencias entre los seres,
investigar su-organizacion, estudiar de un modo de-
tenido sus Junciones, sus costumbres, los instintos,
las modificaciones que tienen lugar en esa organi-
zación, según el clima, la alimentación,, edad, pre-
sencia del hombre respecto á la domesticidad, su
diversa reproducción según las circunstancias, todo
fué objeto de minucioso estudio para llegar á produ-
cir esa clasificación, suficiente por sí sola á perpe-
tuar el nombre de su autor, si otros muchos títulos
dé gloria no contribuyeran á colocarle en la cima
de los naturalistas del mundo.
Como resultado de sus grandes conocimientos en-
anatomía comparada, llegó á ser profundo geólogo
y á tener singular aptitud para el conocimiento de
los fósiles. Muchas veces se encontraba un órgano
126
aislado, una mandíbula, un fémur, cualquier frag-
mento de un animal cuya especie había desaparc?
cido largo tiempo hacía de la faz de la tierra á
consecuencia de algún cataclismo ocurrido en esta,
En este caso, recogía cuidadosamente Cuvier aquel
aparentemente despreciable resto, y con su imagi-
nación iba reconstruyendo el animal entero, cami-
nando .por una serie de inducciones lógicas, debi-
das á sus profundos conocimientos en anatomía
comparada y á su singular talento para este linaje
de estudios, donde alcanzó con justicia tan alto re-
nombre. La exactitud de sus inducciones vino á de-
mostrarse en muchas ocasiones, cuando al poco
tiempo se encontraba el animal en toda su totali-
dad y se podía observar la completa exactitud en-
tre el mismo y el que Cuvier habia dibujado, crean-
do con su genio y adivinando lo que hiciera natura-
leza, sorprendiéndola en sus secretos y llegando
á resultados verdaderamente maravillosos, fruto de
un talento intuitivo que sólo el verdadero genio
puede poseer. Esta singular aptitud le dio impere-
cedero renombre entre propios y extraños, citán-
dose como ejemplo de prodigio en los pronósticos
científicos. Para estas deducciones se valía de lo
.que llamaba ley de correlación de las formas y su-
bordinación de caracteres; pero estas leyes por
otra inteligencia aplicadas no producían ni con mu-
cho los brillantes resultados, los admirables pro-
gresos que su privilegiado ingenio daba á luz y que
tení.a la singular cualidad de engrandecer cuanto
(

tocaba.

Diferentes obras ha legado Cuvier á la posteri-


dad, entre las que tenemos unas «Lecciones de ana-
127
toraía comparada» en cinco tomos, acogida con sin-
gular aplauso, y que mereció ser premiada por el
Instituto con una recompensa muy raras veces otor-
gada: esta publicación tuvo lugar desde 1800 á
1805. Además, «El reino animal distribuido según su
organización,» obra en cuatro tomos, publicada en
1816; unas «Investigacioues sobre los huesos fósi-
les,» precedidas de un discurso sobre las revolucio-
nes del globo, 1821 á 1824; «Historia natural de los
peces,» en dos tomos. También publicó una «Rela-
ción de los progresos de las ciencias naturales desde
1789 á 1808,» donde hace extensos resúmenes que
pueden considerarse como verdaderas enumeracio-
nes de cuanto había ocurrido de notable en el ter-
reno científico durante el período que se propone
reasumir.
Escribió asimismo multitud de Memorias, que leyó
en el Instituto de Francia, de donde era miembro,
y diversidad de artículos en el Diccionario de Cien-
cias naturales y Biografía universal. Sin embargo,
Cuvier no rayó como escritor á la altura que enotros
conceptos. La naturaleza no concede por igual tan
eminentes dotes, y es indudable que cuando con
largueza otorga alguna sobresaliente cualidad, es
siempre á expensas de la deficiencia de las otras.
No es posible reunir en un mismo individuo la pluma
de Calderón, la espada de Gonzalo de Córdova y el
talento abstruso de Newton. Cambiad las aptitudes
de estas individualidades, y habréis descendido del
reino de los encantos, producidos por los geniss que
admiraron el mundo, á la triste realidad de las me-
dianías. No tiene el águila, no, el canto del ruise-
ñor, ni los brillantes tornasoles que adornan la cola
128
del pavo real van acompañados de sonoras notas
que encanten nuestros oidos. ¡Feliz aquel que logra
llegar á las cimas donde se cierne el genio, en
una de sus manifestaciones, sin pretender la univer-
salidad, imposible en la humana razón, imposible
en la naturaleza, imposible en cuanto nuestra mente
concibe!
Cuvier también representó su papel en el mundo
político. En tiempo de la Restauración fué consejero
de Estado en 1814, y par de Francia en 1831. No
desmintió en estos puestos las altas dotes de capa-
cidad que poseía, habiendo desempeñado en diver-
sas comisiones cargos importantes dónde demostró
su idoneidad. Acúsasele, sin embargo, de haber sos-
tenido en la tribuna algunas leyes impopulares; pero
si llevaban el sello de convicción profunda y en su
sentir contribuían al bienestar general, no debe
desmerecer en lo más mínimo porque no halagara
las pasiones de la muchedumbre, que muchas veces
suelen ser altamente injustas, sino que tuvo el va-
lor de oponerse á la opinión general por creerla ex-
traviada. ¡Ojalá tuvieran la misma fuerza de volun-
tad todos los que se dedican á las luchas políticas!
De lodos modos, en los cargos, ajenos á la cien-
cia, que desempeñó, dejó marcadas imperecederas
huellas de aptitud y probidad.
Cuvier murió en Paris en 1832. Su nombre ha pa-
sado á las edades futuras con sobrada justicia. Sus
ideas, serán la inextinguible luz que siempre alum-
brará las espinosas vías de la ciencia, y su figura
se verá siempre deslumbradora, por densas nubes
que oculten tan refulgente sol.
DAVY

Todo el que haya visitado la populosísima ciudad


de las orillas del Támesis, que constituye la capital
de la Gran Bretaña, donde el incesante ruido de las
máquinas forma un eterno himno á la industria y al
trabajo, no puede ménosde haber examinado la ce-
lebré abadía de Weminster. Es una verdadera joya
que forma uno délos mejores edificios góticos de Eu-
ropa, y es una de las 125 iglesias parroquiales de
Londres; pero con la particularidad de ser al propio
tiempo el panteón donde descansan los preciosos
restos de las celebridades de Inglaterra, de aquellos
restos que cuando estuvieron animados por el soplo
de la vida dieron á su nación tantos dias de gloria y
tanto contribuyeron á inmortalizarla. Allí se observa
el sitio denominado rincón do los poetas, donde en.
torno de la estatua de Shakspeare, que parece e s -
tar vertiendo de su pluma la inspiración que dio
vida á Romeo y Julieta, están los sepulcros de She-
ridah y Milton, de Thompson, de Garrik y tantos,
otros de gran importancia. A poca distancia de este

9
130
sitio descansa Pitt, el gran economista, y se halla
la estatua de Wat en actitud de estudiar el movi-
miento del vapor. No lejos se encuentra la capilla
de San Juan Evangelista, San Andrés y San Miguel,
donde existe una lápida conmemorativa de un quí-
mico eminente, de sir Humphry Davy. ¿Qué razones
hay para honrar la memoria de este ciudadano, c o -
locándole entre los más ilustres de su patria? Va-
mos á examinarlas, recorriendo, aunque á la ligera,
lo más importante de su vida.
El año 1778 y el dia 17 de Diciembre nació Hum-
phry Davy en Penzance, pequeña ciudad del con-
dado de Cornouailles. Su familia era pobre y su
padre vivía-con estrechez suma á expensas de su
oficio de tallista en madera. Siendo muy joven to-
davía Davy, trasladóse con sus padres á Varfell, si-
1

tio pintoresco á orillas del mar, cercado de monu-


mentos, con vegetación vigorosa, claro y. sereno
cielo, todo lo cual contribuyó á inspirarleaficion á
la poesía, que cultivó algún tiempo, á pesar de lo
diametralmente. opuesto de la índole de: l o s estudios
á que después- se dedicó y donde tanto había de
brillar: : ' • ' i•
Á los diez y seis años perdió á su padre, y la ¡mi-
seria á que se víó 'reducida' su infeliz madre le
Obligó á poner primero una humildísima tienda de
mercería, y más tarde una modesta posada, donde
se. albergaban los viajeros que iban atraídos por la
dulzura del clima y los encantos del país. Poco des-
pués ingresó cómo practicante al servicio de un ci-
rujano, Bingham Borlasse, que también preparaba
algunos medicamentos, consecuencia de lo cual
fué el aficionarse Davy á los estudios químicos.
131
A partir d e i s t a .ép.pca,. que.fué el^mes de Febre-
ro ¡derl^S^c^mienzajel.riiarip de su. vida, que, tuvo
lacuriosida(l de formar, ponsignandp e n c a d a una
;

de sus. páginas Iqs pensamientos y los actos más


importantes de gu existencia, sin olvidar aquellos
por los que tenía que reprenderse. El principal
motivo de su afición á la química fué el haber leido
uno.s¡ elementos ¿(e esta ciencia escritos por Lavoi-
sier:, ^aduci^p^: al inglés, que qompró Gregorio
W^t, el cual estuvo ¡alojado, 'accidentalmente algu-
nps ^ias:e^.casa..de l.a,.nia(lre' de Davy.
¡ ,.
t

Leyó, en efecto, con avidez suma el libro de


Laypisie.r, y.:no. tardó en comprender sii importan-
cia, , entablando, discusiones luminosas con "Wat,
que le abrieron nuevos horizontes, y se dedicó e x -
clusivamente desde entonces a la química. El joven
Bavy, ¡empezó .flflr.-^brjcái* lps^primejfts aparatos,
tjQso^s en.s^iprìg.en'j|comp gs natural, pprque'se va-
lía, de tubo?.inútiles.de .barómetro ypotros objét'ps
;

deteriorados,, g u e ^ n tritante, en, estos, itístruínén-


,tqs le,,yendió;...p.e,rp consiguió j^'ejjtappiftha^en'los
;i

aparatos y llegó á alcanzar inmensos, resultados.


Dirigiéronse sus investigapiones,,primeras, á d e -
terminar la especie de aire que contienen las .vesí-
culas de algunas,algas marinas, como losfucus
silictfoius y sqwrorw, áempsíraado que. las plan-
tas .marinas actúan eri el aire como las terrestres,
descomponiendo bajo j.ain,fl^enci'a deja.lüz el acido
carbónico.para fijar el carbono .y desprender 'el
oxígeno,,,,. ',, "
; , '.
P|or,entonces eldoctp.r Beddoes, "antiguo catedrá-
tico. <je química en ta Universidad'dé "Oxford, fundó
en Cliftón, cerca (Jé Bristol, uh establecimiento, que
132
con el nombré ele Instituto neumático, tenía por
objeto estudiar la acción qué los gases núévaniérité
descubiertos ejercían sobre el organismo. Separóse
Davy completamente de Bingtíam Borlasse y s é
agregó al Instituto neumático de Beddoos, donde
comenzó sus' trabajos sobre los; gases,' principal-
mente sobre el óxido nitroso, ó sea él protóxido
de ázoe. Confundido antes con el oxígeno, 'sé' había
fundado la teoría de qué era el principio'inmediato
del contagio y que producía los'nías desastrosos
efectos, respirado en corta cantidad ó aplicado so-
bre la piel. "'.'•'''.
Con objeto de comprobar esta teoría del conta-
gio, es por lo que Davy eligió para' sus estudios el
referido gas, y los primeros experimentos que
practicó fueron con el gas impuro mezclado con
aire, por cuyo motivo no consiguió resultados de
importancia'. En 1799 se propuso respirar el mismo
Davy el protóxido de ázoe puro, sin'tener en cuen-
ta para nada el peligro qué pudiera correr, caso
de ser cierta la teoría que imperaba entonces. Eñ
efecto, él gas pasó por todas las ramificaciones
bronquiales, sin producir molestia ni sensación al-
guna desagradable.
Repitió el experimento diferentes veces, y á los
cuatro dias respiró el gas por espacio de media
hora, habiendo experimentado una especie de vér-
tigo seguido dé una sensación de bienestar. Al dia
1

siguiente volvió á respirar el gas por más tiempo y


experimentó una suave compresión de los' múscu-
los, acompañada de agradable impresión. Todo's.los
objetos parecían oscilar en derredor suyo y él oido
se hizo más sensible. Las últimas inspiraciones die-
133
ron.; por, resultado aumentar estas sensaciones y
terminaron; por;.,una ir.resistibie tendencia al movi-
miento. Dice, que,nó recuerda, sino muy vagamente
lo que después le sucedió, pero qué le dijeron que
concluyó. por una . serie de, movimientos desorde-
nados. , .. . ,
Continuó, Dávy sus trabajos experimentales acerca
del mismo gas,, que después ha recibido el nombre
;

áñj/as de la alegría, debido á su acción fisiológica,


denominación, qu ejuzgamos impropia, pues según
; ;

hemos tenido ocasión de experimentar, se halla


muy distante de producir esa sensación en el ma-
yor número de, casos.
. El último experimento de esta índole, lo hizo en
presencia del doctor Kinglake el dia 26 de Diciem-
bre de.1799, y refiere. Davy. que perdió toda relación
con el mundo exterior, pasando por su mente miles
de seres de extrañas formas, imaginando nuevas
teorías y descubrimientos, y cuando Mr. Kinglake
le .hizo, salir de su delirio, experimentó/indignación
y mal humor. Por espacio de un minuto se paseó
por el cuarto permaneciendo indiferente á cuanto
le rodeaba. Después de estos trabajos se, hizo po-
pular el nombre de DaVy, y fué moda el respirar
dicho gas, que, al decir de las gentes, trasportaba
al mundo de los ensueños.. No se limitó el infatigable
investigadora sus trabajes sobre eí 'óxido nitroso,
sino que también hizo experimentos con el hidróge-
no, gas.dél alumbrado, ácido carbónico y oxígeno.
La respiración del hidrógeno en un principio no
1c producía efecto sensible; pero al, cabo de pocos
minutos, observó la dificultad, de respirar. En cuanto
a l g a s del alumbrado, aparecieron en un principio
134
lò.s músculos pectorales en Una especie'dé'parálisis,
y después perdió là facultad'dé percibir-los objetos
del mundo ë'ktèritir' con' una fuerte i sensación' de
!

opresíóij!'• ''. "'" •"'


¡
^t' :

Una mezcla de tres partes de ácido carbónico y'


una parte de aire, le produjo vértigo y soñolencia,
todos' estos trabajos contribuyeron á darle nombre
y á que en. 1801 ocupase una cátedrade química en
el Instituto Real de Londres, donde si bien es cierto
que al principio por su aspecto juvenil y sus mane-
ras no muy elegantes fué mal recibido, pronto le
abrieron paso íá profundidad de sus conocimientos,
su fácil palabra, la claridad con que exponía'làs
más inrrincadas teorías, eh'términos qué el audito- !

rio aumentó de.diáen'día, teniendo què traslàìiàf*


1 :

la cátedra á'local más amplio, y llegó muy pronto á'


ser umversalmente estimado por toda la sociedad
ilustrada d e l à capitaldé Inglaterra.
: ! 0

El año 1813 abandonó ' Londres por dos principa-


les motivos: uno dé ellos la falta'de salud, y otro
el deseo de viajar, por lo cual hacía tienipo' qué
experimentaba grandísima impácienciíí; Partió,'
1

pues, acompañado dé su esposa y dé su secretario


y preparador Faraday, jóyétí á la sazón dé diez y
nueve años, qué también ha sido ocra dé las gltíriás1

científicas. Detúvose seis'meses en Paris, díitídé :

conoció personalmente áBerthpllét, Laplace;'Cíi-


vier, Vaúqueiin, elbarofl dé.Humboídt y'G^y Lussaci
Afines dé Diòiembré de aquel, aflóátíandono áfPáris^ 1

y ál pasar por Fontainebleau Visito él paTá'cio.'dóh'de


pocos mfesës despues, Napoleón 'el''erando;' aquél
qué'cambiara elhi'ápá de Europa,' hab'fá'déj aïcfic'àr.
Allí admiró la belleza del bosque sobré'qué s^'éxi-
135
tiende el sudario del invierno, inspirándole una
composición poética la vista de aquellas grandes
extensiones donde el hielo brilla al contacto de los
rayos del sol, cuya luz s e descompone á través dé
los limpios fragmentos del^gua congelada. : ¡.
Visitó después el; químico-poeta los/ volcanes
apagados de la Auvernia, el Mónt-Blanc, entró en
Italia por: Niza, Florenciaj¡ Roma, Ñapóles, laLom-*
bardía y Suiza. En Milán visitó á Vóltá, franqueó
los Alpes y volvió después por el Tirol á Italia, con
objeto de pasar en estepaís'el invierno para volver
á Londres en la primavera de 1815;
Durante este viajé hizo muy notables trabajos-
acerca de. los colores que se,empleaban en la pin-
tura antigua y acerca de los medios para, facilitar, la
lectura de los. manuscritos de Herculano.' Po,co
tiempo después, de sTi regreso, inventó la lámpara
de seguridad de mineros que lleva su nombre y
que tanto ha contribuido.á evitar las inmensas, ca-
tástrofes qué en las minas de carbón de piedra te^
níánlugai? á consecuencia del espontáneo despren-
dimiento del gas llamado hidrógeno protocarbonado
que en contacto con el aire forma mezcla detonante,
de suerte que en el momento de penetrar inadverr
:

tidamente con una luz en aquellas¡galerías, se pro-


ducía una explosión que daba por resultado, el
hundimiento de gran parte.de la mina, dejando se-
pultados á los infelices qué en aquel sitio se encon-
traban; La lámpara,de!Davy evita estos accidentes,
pues se halla recubierta, la luz de una tela 'metálica
que.ampide la propagación del calor fuera del e s -
trecho recinto en que el cuerpo en combustión se,
halla encerrado por la referida tela.
436
Rehusó el privilegio de invención que desde luego
le pertenecía, dándose por suficientemente recom-
pensado con proporcionar tan gran, servició ¡ á la
humanidad. Segunda vez salió Davy de su país na-
tal el 26 de Mayo de 4848; atravesó la Alemania,
pasó por Viena, de donde:fué á Ñapóles, y después
comenzó sus operaciones de investigación sóbrelos
manuscritos de Herculano, donde;: como ya hemos
dicho, descifró sus enigmas, prestando ün señalado
servicio á la paleografía.
La Sociedad Real de Londres le honró con su pre-
sidencia, cuyo cargo tuvo que dimitir después én
atención á su mal estado de salud* -
El verano de 4828 iba desgraciadamente aumen-
tando su enfermedad, en términos que nada influyó
favorablemente, como esperaban sus amigos, su
permanencia en Roma y en Florencia, y en estas
peregrinaciones fué cuando compuso los Últimos
dios de un filósofo, que con tanta oportunidad llamó
Cuvier la obra del Platón moribundo- No bien hubo
llegado á Ginebra, cuando exhaló el último suspiro
e n l o s amantes brazos de su hermano, Su sepulcro
está en aquel cementerio al lado del de Pictel: en la
abadía de;Weminster ya hemos dicho que hay una
lápida que recuerda la existencia del eminente
químico.
- Los trabajos de Davy merecen un libro, i mucho
más que las ligeras consideraciones que pueden ha-
cerse dentro de los límites estrechos de un artículo.
Desde el año 4800 dirigiéronse sus investigaciones
á la acción de la electridad sobre los cuerpos, en
cuya especialidad practicó notabilísimas experien-
cias. Comenzó por desvanecer el error de que en la
137
descomposición del.aguapor laelectricidad se pro-
ducía, además de los gases oxígeno é hidrógeno,:un
:

residuo, formado por un ácido, ó uñábase.


.Las dudas, qué el gran Lavoisier suscitase acerca
de la simplicidad de los álcalis fijos (potasa y sosa)
y de las tierras (cal, magnesia y alumina) llamaron
la atención de Davy para someter estos cuerpos.á
la electricidad voltaica y llegará aislar los respec-
tivos metales que iconstituyen estos óxidos', en tér-
minos que puede ser un medio dé preparación de
los mismos, aunque muy en pequeña escala.
-:E1 descubrimiento del potasio y del sodio hizo
desdé luego pensar en descomponer del mismo
modo las tierras alcalinas (cal, barita, estroncianay
magnesia). Las primeras tentativas apenas dieron
resultado; pero modificando los i experimentos con
arreglo á algunas indicaciones de Berzelius y Pon-
tin, pudo conseguir la obtención de alguños;metales,
habiendo llegado á descubrir el bario, estroncio,
magnesio y calcio y obtenido pequeñísimas canti-
dades de los mismos, pero ya suficientes para poder
apreciar él brillo metálico y la pesantez, así como
su gran tendencia á combinarse con el oxigeno,
(

cuyos caracteres han sido bastantes para poder


distinguir y clasificar ¡estos metales.; ;;:
. Así llegaron á cumplirse las predicciones de.La-
yoisier, que había manifestado la no simplicidad de
los cuerpos llamados álcalis fijos y tierras alcali-
nas. No se dio, ¡sin embargo, Davy por satisfecho
con el descubrimiento de los nuevos metales, sino
que hizo de cada uno de ellos un detenido estu-
dio, demostrando que el metal potasio era el más
electro-positivo de todos, y el metaloide oxígeno
138
el más electro-negativo, cuya apreciación fué muy
fecunda en resultados; en términos que á estos c o -
nocimientos es debido el haber descubierto muchos
otros cuerpos simples que hoy enriquecen el catá-
logo de la q u í m i c a . i
De la electricidad hizo también otras aplicaciones
importantes, entre las que debe citarse la; que tiene
por objeto poner á cubierto el G o b r e con que están
forrados los buques de la incesante destructora a c -
ción del agua del mar. ¡:
Sus sorprendentes descubrimientos causaron sen *
sacion profunda en el mundo científico; el Insti-
tuto de Francia propuso á Napoleón! s e adjudicase
á Davy el premio ofrecido á quien hiciera más útil
aplicación de la electricidad galvánica, y el Capitán
del siglo no tuvo inconveniente en acceder á la
propuesta, á pesar de recaer én un hijo de nación
enemiga y rival.
En 1801 publicó en las Transacciones filosofóos
sus descubrimientos, y aparecieron también algu-
nos trabajos originales de Davy en varios periódicos
franceses. También escribió unas Investigaciones
químicas\ filosóficas referentes al óxido'nitroso y !

su respiración, que del inglés fueron traducidas.al


alemán. En 1812 publicó unos Elementos de'filosofía
química, qué se tradujeron al francos y al alemán,
y pooo después una obra de Química agrícola..
Todas sus obras fueron reunidas después de su
muerte por su hermano Juan en íiuevc tomos. A
esos volúmenes puede aeudirse para consultar con
fruto cuanto brotó del preclaro talento dé un gran-
de hombre. Allí está el verdadero testamento de su
genio y la patente de su inmortalidad. '
B E R ZELITI S.

Existe después de Lavoisier, eri la ciencia quí-


mica, otra gran figura, digna de. compararse cori
aquel radiante sol de inextinguibles fulgores. Ài
1

penetrar en el cultivado jardin del estùdio de la


ciencia indicada, hallamos, doquiera que nuestra
vista se dirija, indelebles señales, resultados sor-
prendentes de un talento dé gran talla quena sabido,
cual otros dé qué ya hemos hecho mérito, formar
dé la misma ciencia objeto de sus estudios, su más
imperecedero monuménto de gloria.
La'prueba más evidente de la inmensa altura iá
qué supo' elevarse, e s que su hombre y sus ODíás 1

atraviéáari inoólürnésias diversas generaciones den-


tro de un linaje'de estudios que hoy s e halla én
completo estado de 'trásfdrmación y donde menos
pueden buscarse ideas permanentes.
' Però todos respetan las obras y trabajos dé'Béí-
•zélius; todos saludan su nombre con la veneración
140
del maestro; todos miran al águila que alzó su vue-
lo á inmensa altura, y unánimemente es considerado
como uno de los grandes colosos de una impor-
tante especialidad de los humanos conocimientos.

II.

La antigua provincia'de Ostrogotia, en Suecia,


hoy prefectura de Linkoping, y el pintoresco sitio
denominado Wafnersunda, ha sido la patria de Ber-
zelius. En el último tercio del pasado siglo (año
1779) vio la luz primera. Dedicóse á los estudios de
medicina y química en la Universidad de Upsal, cé-
lebre establecimiento situado á quince leguas de
Stockolmo, que ha contado entre sus profesores á
Linneo, el primer..naturalista del mundo, á Berg-
mann, uno.de los que primero hacen mención de
las proporciones químicas, á Kronsted y otras cele-
brida.des.no menos dignas de figurar al frente de,la
historia de las ciencias.
Ya ventajosamente conocido Jacobo Berzelius.en
1799, siendo médico-director de los baños de Me-
devi, hizo el análisis de estas aguas, cuyo resulta-
do brillante le valió el que se le confiriese primero
el grado de Bachiller, poco tiempo después el de
Licenciado, y en 1802 su luminosa disertación so-
bre el galvanismo le hizo obtener con justicia, el
grado de Doctor en la facultad de medicina. :
Empezó á darse á conocer en la ciudad, de Sto-
ckolmo, donde parece, haber sido más pródiga la
naturaleza en sus- bondades, pues como,; afirma ¡el
gran geógrafo Malte Brun, seJeyanta en un elegan-
141
te y espacioso jardín, donde majestuosas montañas
que por una parte se encumbran guarnecidas' por
e i sombrío follaje de los pinos, alternando con las
ramas frondosas dé la encina y olmo, y por el lado
opuesto un ameno y fértil valle, donde se halla el
lago Malar con la superficie accidentada por varios
golfos y cubierta de rocas graníticas. Tal es la t o -
pografía de esta población, donde comenzó Berze-
lius á prestar señalados servicios en el magisterio.
Fué nombrado profesor auxiliar en la facultad de
medicina,' donde explicaba química y farmacia, y á
la vez daba lecciones públicas de química, que fue-
ron acogidas con singular aplauso por la numerosa
concurrencia que acudía á escucharlas.
Poco tiempo después fundó una Sociedad de me-
dicina en Suecia, y le abrió sus puertas la Acade-
mia de Stockolmó, que muy en breve quiso hon-
rarle con su presidencia; conocedora del inmenso
valer que- atesoraba. Asi le vemos á los treinta
y un años dirigiendo las discusiones dé una reunión
dé sabios, de fama europea, que se honraban y á
vanagloria tenían el que figurase á sü frente un j o -
ven cuyo brillante ingreso en el templo dé la cien-
cia había sido saludado con aplauso unánime, y ón
espacio muy corto se había levantado á las prime-
ras gradas de su precioso santuario.
Más tarde, la Academia de Stockolmó le nombró
su secretario perpetuo.
Un título de nobleza le fué concedido en 1838,
después dé trascurridos treinta años de profesora-
do, que constituyen una de las más brillantes é im-
perecederas etapas de la vida de la ciencia; pero
aunque no podemos menos de aplaudir el acto de
142
justicia del monarca que á la sazón regía los. des-
tinos de su patria, vemos el nombre de Herzelius
mucho, más alto que todas las .distincjpnes ,.qi?e
imaginarse puedan para premiar, servicios injpo¡r-
tantes. ' , '• • , ,.:

. Identificado con la ciencia, no,podía bruscániente


separarse de ella;>sí es que aun cuando el labora-
torio nq consumía suincesante.y laboriosa vida, no
por.e,so se entregaba en el último período d e , s u
existencia á la dulce paz del ocio, sino que el bu-
fete le servía de vasto campo donde seguir dando
á conocer las creaciones de su inteligencia. .
_. Su imagen, reproducida por el arle, nos confirma
lo que sus distinguidos é ilustrados biógrafos ase-
guran -respecto á su bondadoso carácter y cariñoso
trato. En el mayor número de sus discusiones cien-
tíficas, vérnosle casi siempre tolerante y dispuesto
á conceder, su aplauso doquiera que el mérito se
ostentaba, y si en alguna ocasión es duro, tal vez
en el fondo de su corazón lo deploraba y solamente
obedecía á las exigencias del espíritu de. escuela,'..
En medio del revuelto torbellino de la política y
siéndole muchas veces adversa la fortuna, vence
todos los obstáculos que á su paso encuentra, su
investigador espíritu no reconoce límite', y cuando
falto de recursos materiales, tan necesarios para el
estudio de las ciencias de observación, parece que
ha de detenerse en su carrera, ^continúa, por el
contrario, con naás ahínco sus fructíferos trabajos.
:143
Berzelius en su laboratorio fabricaba muchos de
los aparatos que en sus ulteriores experimentos le
habían de servir, llegando hasta á inventar algunos
y. mejorar no pocos d é l o s que, en su tiempo s e c o -
nocían, siendo¡sú perfección tal, que parecían sali-
f

dos de las manos del artífice más hábil:


. No limitado exclusivamente al horizonte de su
patria,.recorrió en diversas ocasiones otros países
de Europa* Bohemia, Inglaterra, Franela y Alema-
nia fueron los Sitios que visitó, dejando en todos
imperecedera huella de sus profundos conocimien-
tos. Su nombre traspasó asimismo las íronteras de
su nación, y las colectividades científicas extranje^
ras , así como los monarcas de países remotos, ¡le
:

colmaron de distinciones y honores, cual si á por-


fía pretendiesen galardonar al genio. .. w,,-.
Pero la gran actividad en que su cerebro había
estado durante muchos años no podía prolongarse
más. La-debilidad deila, materia ;sueumbía al pode-
roso impulso del espíritu; asi, la falta de la vista y
del oido, y más tarde la pérdida de la memoria,
empezaban á presagiar que aquella brillante antorr
eha¿ fafo purísimo de da ciencia de Lavoisier; se
hallaba próxima á extinguirse.
• Su muerte, acaecida en Stockolmo en Agosto de
1848, será dia de luto para el mundo civilizado.
Pero si en aquel triste dia pagó el tributo á la uni-
versal ley de la materia, de su sepulcro han bro-
tado.flores olorosas ;que jamás se marchitan,'y su
nombre durará tanto cuanto dure la humanidad. .
Hemos visto al hombre; recorramos á grandes
pasos sus obras para admirarle en todas ellas.
144

¡
Resultado inmediato de <sus trabajos en el mate¿
ríal científico, nos-hallamos en primer término con
la lámpara dé doble corriente, el papel de filtros y
el frasco de loción continua que llevan su nombre.
La lámpara de doble corriente* tan útil en lasánálir
sis químicas, puesto que la temperatura por ella
producida es muy regular y constante, se usa con
extraordinaria frecuencia.
Las purísimas aguas de los rios de Suecia, con
sus impetuosos torrentes-y pintorescas cascadas,
que atraviesan un lecho de sílice,' sirven para la
fabricación del apreciado papel de filtros, consti-
tuido por celulosa químicamente pura y que por
incineración deja solamente de su peso.
1
El frasco de loción constante, fundado en la teo-
ría de los'isifonesj-es una aplicación de no escasa
:

utilidad á los trabajos de laboratorio que permite


1

con- algún descuido lavar los-precipitado»'sin .que


se formen las falsas vias tan perjudiciales en las
lociones exactas.
Además, vasos de precipitados cuya forma favo-
rezca la reunión de las interpuestas partículas en la
masa de un líquido, á fin de evitar pérdidas de im-
portancia, en los casos de análisis. cuantitativas,- y
notables modificaciones en el uso del soplete, que
en sus manos llegó á ser un precioso instrumento
de análisis, son deudoras las ciencias físicas y ' n a -
turales al eminente químico sueco. Respecto a l a s
reformas que en el uso del soplete introdujo, le
145
sirvieron nada menos que para -escribir' un libro,
apreciable volumen que demuestra la utilidad que
-el referido utensilio prestar,puede en los casos de
investigación analítica, llegando á determinaciones
tan'exactas como las obtenidas por la vía húmeda.
Comenzando Berzelius por elevarse d é l o particu-
lar'á lo general,, debemos -considerarle como un
verdadero filósofo, en cuanto, dio leyes que ¡ala
combinación de los cuerpos regían; leyes que han
-sido; corroboradas! más y más con el;trascurso del
i tiempo. Eti' el interesante: estudio: de l o s equivalen-
tes químicos, existe uná'léy >que.lleva él nombre
1

del; ilustre sueco, relativa-á la heutralidad.de las


sales,! que.gamás/debe darse,al olvido cuando se
trata de. producir combinaciones en virtud de,las
-Cuales han dé'Originarse sales. Buen ejemplo de lo
anterior es, la obtención del sulfato* férrico,, por la
sobreoxidacion de laícaparrosa ¡pórl elácido¡ nítrico.
-Hay precisión de adicionar; ácido sulfúrico com'o es
sabido* la quinta parte.del peso del sulfato ferroso,
'áfin'dó que no resulte una sal.básica. •! : ;.' •
¡: i El conjunto de trabajos querepresenta la deter-
• minacipn de los léquivalentes dé un crecido número
de cuerposisimplesvservi'ria-por s i s ó l o para grabar
é n l a s inmortales páginas de la ciencia'Su preclaro
nombre i-Las minuciosas análisis cuantitativas que
tuvoíque:llevaría efecto, sólo- sóh posibles eniquién
réune'áiun gran genio ^generalizador un? talento
práctico • especial, circunstancias que rara, vez* se
encuentran reunidas, principalmente en los,indivi-
duos- nacidos 'bajo el poético i cielo-y ardoroso sol
de los climas meridionales.
Necesario es conocer algún tanto la práctica del

10
• • 146
laboratorio para' formarse;cabal idea del sinnúmero
1

de desecaciones,' de .pesadas, en las que apreciaba


hastaíraeoiones ded,iez;milígramo,Hque tendría rie-
'-cesidadi de i practicar, i para l e g a r k los resultados
•efeactós' que én sus cobras-consignó," resultados ¡que
e n s u gran* mayoría ninguno! de lo§ posteriores quí-
imieosha tenido precisión de rectificar en sus expe-
riencias ulteriores. • ' I! • .•/!•>-'•,'.•; ••' .'.,i.:/;•.-/
; Merece •tambien consignarse- lá' palabra todavía
i

¡conservada hoy en todos los • tratados lde¡ química


-inorgánica y'orgánica;,-.analítica -jji sintética,'.' poniel
nombre úe'fitérsa cataUtim. Gierto'es^que ésta -pa-
labra no explica "los hechos' á que se apllioa; pero
;

forzoso es confesar que no poseyendo ¡otra >denomi-


nación ¡más adecuada, menester era ¡dar un nombre
1

á la causa que modificaba tan profundamente lá;afi-


¡nidad en ciertas ocasiones. Tales>sony porejémpilo,
.la inflamación del' hidrógeno agraves del <musg o .de
-platino; la oxidación deValcoholítparaformar, e l á l -
dehido cuándo una espiral de platinó enrojecida se
expone á los*; vapores' deiaqúelliquido¡anhidrói;ila
-trasformacion dielj'ácid,o-sulfurioso' en¡sulfúricb al
(atravesar-por. elplatino dividid©; la descomposición
idel'agua^pxigenada ¡y:ibísulfuro.hd,e hidrógeno e n
! contacto: de muchos cuerpos; la facilidad exíraórdi -
naria con que el clorato potásico se descompone
"siempre qué s e calienta con- bióxido de.manganeso,
óxido¡ cúprico'-yx tantos otros casos que ¡citar pudié-
r a m o s , ^ que ino^escasean ciertamente--en. e l largo
1

-esfedioideila química, que sirven á veces para pre-


parar fácilmente: sustancias que pdr o t r o s m e d i o s
no SffConsiguen. . •'';'•:;. • •: í ,'
.147

'!!•:• , « V. r .ú<' •;•:)••. .Y.:;; - , :


r i , ! - , i , .-V/1

.¡¿.'¡ja gej^eioflj^e ¡exista,,epjtr/e là plectricijfad, y las (

cpnibinacipnesquímjpas,,, es un,interesantísimo^.es-
tudio, que; el ¡gran, Berzpljus colocó á ,1^ alluda,que ;

lioy.se^alla, .pe^cjj^ippj.a. ej,.afj9. ijJOty. ja, p j l á , ^ -


.triQa^ppr^lejan^.yqlta, ppniendOren.jCqntac.tp^ir
ferentes discos de zinc y cobre alternatiy^c.nte'COT
Jj0^3do^, np nodíap¡sus ^ectD3¡pasjar desapercibidos
| ¡ J

¿^r^Bejfzelius^y asociado, con Hisingér,.estudió,,cpn


$lguna. detpneión e.í,aparatQ, y,sp, propusieron obte-
(

jjer^gjcaq'des .resultados,, conio. así fué,¡ en efpc'tp,. ,dj-


irigi,én^ole ,nie,tód) cara,ente á, muchos.cuerpps y, ob,-
1
1 i

servando los diferentes fenómenos :qup¡ tenían Jue;ar


,^n.el mon¿$nj)q,que, el fluido, eléctrico, intervenga en
J^afjnidad^niplppuiar. .¡Gpnppjdas,. spn¡las inipppfanr
tes. ifjpas rel,'a |ivas á la ppla;ridad, e iéptrica,. mediante
i j ; t I

l a cual sp,.explican lqs fenómenos,de. pombinapipn,.


^leptri.ejda!if;s ,;pqntrarias acumuladas,^ e¡n, piin,tps
( j :

:Qpues|ps;.^e nna.'mqiópujgj ¡cuyos, puntos sp^denp.-


miflan.^o^,,; spparadps.pp.r: un ^eje'ideal,¡üamadp
.plapo.dp indifp.ren.cia,..tal. ps el .fundamento dp.la
.teoría, ejeptro-qulmjpa d,p¡ Berceli us. , .,- ,, f>i > t

Lo que acontece cuando varios, cuerpos so pa-


lien^an,,poíno la,turmajina,, ácido, tártrippy.tppap^o,
.que.'adquieren propiedades;eléptripas, le lia servido
..para pxplipar. de¡.esta manera el papel qup hape Ja
ielept-^ipidad pn las cp.mbinaeiones. Calentado, pru-
¡(lenpialmente, un cristal, de t^malina,,¡se observa
.durante, ,el .qnfriani jpnfp, fln estado .polar., .Si ,se¡ ,^a,ce :

.el, experimento con un cristal eptpro, se nota qup se


hallan sus extremidades polarizadas, que uno de los
148
extremos posee el fluido positivo y el otro el nega-
tivo, el centro del cristal indiferente, y á partir de
él aumenta con rapidez la electricidad hasta llegar
al extremo ó punto máximo del fluido. Úoto tras-
versalmente el Cristal, se comprueba" de igual modo
la'polarización en él fragmento,' y reunidos los pe-
: 1

dazos por las' fracturas naturales, neutralízase- de


nuevo el estado eléctrico y se regenera'él plano de
indiferencia. "
Es evidente, dice Berzelius, qué semejante pola-
rización del cristal de turmalina depende del modo
con que sé hallan yuxtapuestos los átbmós, "y lo
; ;

prueba todavía más la circunstancia de que ebcris-


tal no puede ser polar en otro sentido que en el del
eje:dé polarización. ; •• - > -
No es de gran importancia la objeción que á esta
téóríá se ha hecho, diciendo que la forma esférica
del átomo es incompatible Con la polaridad eléctri-
:

ca, porqué no se rechazan ni se excluyen estas


idéías. De consiguiente, en coritíépto'de Bérzéliüs,
la tendencia que tienen los cuerdos á unirse e s ' é l
!

resultado de las relaciones eléctricas bajólas que'se


hallan los átomos; que estos verifican su atracción
por los polos predominantes opuestos, y en llegan-
do á un estado suficiente de movilidad, rétiénense
con una fuerza igual á la que atrae por sus'polos
opuestos dos imanes. Cita este químico que cuándo
en una pila eléctrica se invierte el orden dé los pa-
res electro-motores, de modo que e l zinc ocupe el
lado negativo del conductor húmedo y la plata el
punto positivo del más inmediato conductor', se ob-
1

serva que el estado de polarización natural de éstos


metales es vencido por el estado inverso predomi-
149
nante en. Ia.--pj.la; ,1a plata aparece como positiva y el
zinc como negativo., , , • ,
'J3J hierro, metal electro-positivo, de gran afini-
dad para eí oxígeno^ susceptible de descomponer e l
agua b.ajp ja influenciare jos ácidos cqn los. .que se
Combina, puede jjiegar, no sólo á perder.su electri-,
cidad positiva, jsino á adquirir la opuesta, mediante
la '.acción d e ta pila eléctrica. Éste mismo .metal
(

cambia por completo sus propiedades eléctricas por


laj inmersión en. ciertos ácidos como e l nítrico fu-
mante, I]na espiral de hierro introducida en este lí-
quido no produce la menor refacción, y si se trasla-
daba otro, diluido, tampoco hay el menor fenómeno
químico; pero no bien se toca con un alambre que
no.haya experirnentadp el bañó.préyio de ácido fu-
mante, para que en el mismo momento se ^verifique,
una evolución molecular y e,l,¡hierro..reaccione.,con
intensidad extraordinaria. .... ..,. ., :;

>.,ÉS;Un e x p ^ m é n j o curiosjsiJrno. ;v , - . . . . ..

:
í
i t ;.;;;;;;^; Kn.
: í
;:! ; ;
:

. , Sabida es la importancia de Lavpisier, Berthollet,


Fourqrpy y Guyton de Mprveau, que .entre.yarios.de
los. timbres,¡de su gloria, cuentan con la de haber
dptatlo á.Ia ciencja de.uná nomenclatura sistemáti-
ca, trabajo verdaderamente digno delaconsidera-
ci.qn de tpd,o, el que á las ciencias, químicas y,, sus
:

auxiliares se, dedica, Berzelius .apreció en lo mucho


que, valía, este paso en e l progresp, científico, y
aceptó en su mayor parte lo establecido ppr los au-
tores indiqados., Sin ernbargo^^pparqcfó,mucho más
Í50
!
lógico asimilar lá homéncíatürái dé ibs Óxidos 'á' tó
que había para los ácidos, y erí lugar'dé' óxp.resaí
los nombres 'de' aquéllos "con los' ordinales 'pJóío,
dentó, etc., los' terminaba' éü ico y en oso, de un
!
modo análo^6'á' 'Cómo se practica 'en los ­ácidos!­
0№éce esta nomenclatura la véhtaja'de la facilidad'
1 !
en l'á's térmmacioneá ,' íó cüáT no acontece e'h'la'no­
ménélaíüfa francesa, una modificación' m'uy esen­
cial introdujo én los nombres 'de los súifurds.'iiás
1
combinaciones binarias dé que el adufre fórniá'par­
te pueden ser en unos casos básicas y énjótros ábí­
1
dák. Berzeíius denominó á las primeras 'Jfolffrós y
1
á las'segundas' súlfcdás, diferencia perfectamente
establecida; puesto'que de la 'combinación dé éstas
dos especies dé cuerpos resultan' las denominadas'
|i; ; í ,i !] !|!,
súlfosaiés. ;'';; '' '" ';'' ' ;."'';• •'' '"­
;
'Acordadas e'átás modificaciones', müy ' n'écésá'^
rias en nuestro concepto, relativamente á la nomen­
clatura química, continuó sus' incesantes trabajos
sobre la pila eléctrica, siendo resultado de ellos el
descubrimiento del cerio, que verificó en los prime­
ros años del siglo (1803) todavía en edad temprana.
Las fórmulas ó símbolos químicos fueron objeto
de modificación por Berzéliüá,' que iri'clicabá la' du­
plicidad por las rayas atravesadas ericas lítíéásj'y
designó el oxígeno por puntos; el azufré por fio­
más, él selenio por una cruz y el teluro por üháTÍ*
nea horizontal. ""''' '" ' • '•
Éste procedimiento'tierié' la ventaja de lá 'breve­
dad, perú én cambió puede'dar lugar éñ ocasiones
!
á errores'de' consideración cotífuñ'diéiído ütí /óxido
: i;fl !l : ;,
con un sulfuro. ' ''' " i
El año 1817 descubrió Bérzéíiiis el'seléiíio, ­veri­
151
íieando e l análisis de- un sedimento ¡rojizo que¡enr;
eontró en las cámaras de plomo donde se; • ¡obtenía»
el áeido ¡sulfúrico, empleando con este ;.ofej e¡to-.el
; ! ;

azufre.de las piritas deiFahlun. Es de gran mérito!


este'descubrimiento, porque sólo pudo hacer sus
trabajos sobre una escasa: cantidad de sustancia.
Hizo del. .selenio: un.completísimo estudio, con lo 1

cual demostró una vez más sus raras cualidades. :de


químico práctico» Hoy se.le rinde un ¡justo tributo^
dando «l selenio la forma de medallones con el
busto¡de su.¡descubridor. .-,;¡¡;¡¡ • -¡... • -'-r.,
:

Colocó Berzelius entre los metales al selenio;


pero trabajos posteriores han demostrado que per-
!

tenece por todos¡ sus; caracteres á los metaloides,


del mismo modo que su análogo el teluío..; .' i
Dio á ¡conocer un medio .exacto para descubrir
;

pequeñas,; cantidades de óxido,, poniendo en el.lír)


:

quido donde está contenido los reóforos de platin,oi


de una.pila, colocando en (¡1 extremo del hilo posi-
tivo una cantidad de, engrudo ¡de.;almidon, .que (

toma un color azul. Estudió detenidamente el io-.


duro de nitrógeno, ¡y i observó que en su ,desc,o;tn,pq-
sicion, cuando este, cuerpo; ¡detonaba-,se. producía,
iodo y gas nitrógeno. Cuando.se e&pqne, á, la,acción
del aire, vio que se separaba nitrógeno y se forma-
ban ácidos iódico y iodhídrico.
El estudio del carbono' éh sus diferentes estados
alotrópicos, desde el diamante al negro de humo,
fué^nietodizado,, por Berzelius, .admitiendo única-
mente¡tres.estados alotrópicos que.designó:por, las
tres primeras! letras; del ¡alfabeto griego * 6.x,, inelu-*
yendo; en el primero el diamante, en el segundo la
plombagina,. tanto natural como la procedente de
152
la fundición del hierro, el coke y algún otro carbón
menos interesante. Incluye en el carbono gama to-
dos aquellos que se obtienen con sustancias vege-
tales que no experimentan reblandecimiento, como
el carbón de encina, de pino, de abeto, el negro de
humo, y el carboiranimal.
-Es de gran interés el procedimiento dado para^ob-
!

tener e l b o r o , exponiendo á la acción del c a l o r e !


fluoruro bórico potásico con el potasio en un tubo
de hierro. De una manera-análoga obtuvo Berzelius
otros cuerpos simples, comb el titano, tántalo y
zireonío, dando á conocer procedimientos fáciles
para aislar sustancias de difícil obtención.
-Berzelius fué el primero'que obtuvo el; súlfldo
bórico, haciendo llegar una corriente de vapor de
súlfldo carbónico á una mezcla de carbón y ácido
bórico convenientemente calentado en un t u b o d e
porcelana. • ' ' •' " :
•'.•
Aisló por vez primera' el silicio; después de'ha-
beulo intentado Davy y Gay Lussac, consiguiendo
éstos solamente-un producto muy impuro que no
permitía en manera alguna estudiarlas propiedades
dé' éste cuerpo. También dio á conocer alguno de
los estados alotrópicos del mismo. - :

•••' • . ' • ' . • .•;,]•:, Vil.::. i!..;'-;:: Oi

BérzeliWs figurará siempre ' en primera línea entré


1

IOS químiéos' analizadores. Jamás desaparecerá de


los fastos' de la química el análisis minucioso prac 1

ticado en las aguas de P o r l á e n S u e c i a , dohde-en4


:

contró los nuevos ácidos ó tierra vegetal conocí 1


153
dos. con los nombres de úlmico,-geico y húmico. A
consecuencia de este análisis dio más tarde á cono-
cer un método práctico para preparar los' indicados
ácidos^ valiéndose d e d o s depósitos ocráceos dé las
aguas ferruginosas. 1
.. ¡¡. . , .'•,!•• •
...Son muy curiosos:y dignos de mención los estu-
dios que hizo relativos á la constitución de los áci-
dos. Anteriormente á la época de Berzelius, creíase
que el oxigenó, era el elemento indispensable en la
acidificación, hasta qué l o s trabajos de estequími-:
co, en unión con los de Davy y otros, deslindaron,
perfectamente la definición de los ácidos,: á fin de
que, en ella tuvieran cabida los hidr.ácidos. Suponía
Berzelius que en los ácidos anhidros todos los ele-
mentos están unidos entre sí,-, dé un ,módó distinto
queeuando hidratados. Es ingeniosa y exacta! esta
!

consideración. El grupo molecular, ^dice; que puede


formarse :más sencillo es el tetraedro,, por ejemplo,-
un>ácido anhidro,: el sulfúrico. Si este se halla com*
binado icón el agua, pueden suponerse cuatro esfe-
ras d,e. oxígeno, encima una de azufre y otra' debajo
de hidrógeno constituyendo un octaedro:. Así és qué
supone que las sales.son octaedros. También ad-
mite los ácidos denominadoscopulados. ¡-i.
-;Fué,el principal sostenedor de que los hidrácidos
no se combinan integralmente con; las: bases, sino
que¿''P<Hsel contrario,ceden su hidrógenoial'oxígeáb
de. estáSjipará dar lugar, á la formación dé agua, y
él cuerpo halógeno se combina ¡con el metal que
formaba;par4e de la base. Cita, en apoyo de esto, la
másconeluyente .de las pruebas; qiíe consiste en la
reacción que se verifica cuándo se-hace llegar Una
corriente de ácido bromhídrico á una disolución de¡
154
cloruro áurico, en cuyo caso se ve cambiar o l c o l o r
amarillo de la disolución del cloruro en rojo'ana-
ranjado debido al bromuro áurico, y queda el ácido :

clorhídrico disuelto: eh el agua. Esto, qúé no podrí» ! !

suceder si el cuerpo formado fuese un hidroelora-


to, tiene fácil explicación suponiendo:que' ©! cloro 1

se halla combinado con el oro y que esta combina-


ción es descompuesta por el ácido bromhidrico para
formar bromuro áurico. Prueba convincente y-'pal?
mariaiqueno ha sido rebatida por ninguno de los
partidarios de la opuesta escüelai ¡ > , .
Losiminuciosos trabajos prácticos verificados e n el
mineral de platino procedente de los: montes Uratei,
dieron por. resultado iel conocimiento exacto del
rodio,:paladio, iridio y osmio. •••»•<
Son notableSilas consideraciones qué hace sobre
el ácido hfponítrieo, combinación que no admite, y
sólo asegura que es la; unión de dos equivalentes de
ácido nítrico con. una de óxido nítrico y la deñomi*
na'! nitrato::nítrico. También merece mencionarse
que á él se debe el haber de terminado la composi- 1

ción de los ácidos sulfuroso, fosforoso yccarbóhícov


asírcomó: haber dado á conocer un imporiante me-; :

dio de purificar el ácido sulfúrico, del plomo y del


1

arsénico que contiene, haciendo atravesar una c o r -


riente de súlfidohídrieo por este ácidodespues de
diluido. Este medio es excelente y necesario ¡éin?
dispensable en ocasiones, porque la destilación: no
basta para privar de las indicadas • Sustancias ál
ácido sulfúrico., y cuando se trata :de emplear como'
reactivo ó medicamento,, es i imposible m apli«
cacion en estos sentidos si nó es químicamente
pUrO. ' • '•' •:','• ••;' -i ,' •:•• V I ' ' ' :
155
Berzelius fué el primero que, tratando de poner
en armonía con el dualismo'de Lavoisier las combi-
naciones de los óxidos metálicos con el cloro, dijo
que no debieran denominarse cloruros de óxido,
sino Compuestos dé ácido cloroso y una base, hasta
queloscxpérimentosposteriores déBalardhan ve-;
nido á demostrar, con el descubrimiento del ácido
hipoeloroso,que los antiguos cloruros de cal y de
1 1

sosa no son tales Cloruros sino hipoelóritos calcico:


y SÓdiCO. • ' ' :
' ' ' • •
Los brillantes trabajos-de Enrique Rose y Scháff-
gotsch acerca del acidó silícico no Han hecho más
qué comprobar las modificaciones isoméricas -que
Berzelius señaló én este euerpoi'con tan extradrdi-'
naria profusión esparcido ert la naturaleza.
1 1
"i
En Londres, juntamente con Marcetj confirmó los'
experimentos de Berthollet, padre, Vauquelin y
;

Thenard, acerca de la composición (del sulfuro dé


carbono, en los que se demostró que sólo había en
este cuerpo-azufré y barbónos destruyendo la idea
defendida'por'Glucelí el Cual suponía que estaba el
sulfidó carbónico formado por hidrogeno, nitróge-
no, carbono y azufre. Otros admitían que no conte-
nia carbono f si solamente azufre é hidrógeno, y,
por último, no faltaba quien defendía que el azufre
1

ordinario ó normal no era otra dosa'que un óxido


del azufré' que • contenia ¡ el súlfido carbónico: Todo
esto se puso en claro, por consiguiente, gracias á
los trabajos de Marcet y Berzelius. •'
156

.Las combinaciones quelosmetales forman con,el


carbono, fueron también objeto.de gran meditación
para Berzelius: La descomposición de los cianuros
por el calor, la acción que los hidrácidos tenían som-
bre los aceros, le.sirvieronipara determinar la com-i
posición de éstos y deducir reglas que no deben
darse al olvido cuando se trata del'temple, cuestión
importante, cuestión que puede significarla inver-
sión de capitales considerables. 1
, - . ! • : •'• _
-Agrupó los metales atendiendo á su escala elec-
tro-química, cuya clasificación, .si bien es seguida
por muchos químicos,i no deja de ofrecer el incon-
veniente; de todo agrupamiento sistemático; pero
incluye entre los metales el arsénico, en lo cual se
halla mucho, más acertado, en nuestro concepto,
que los que le colocan entre los metaloides. Las
grandes .analogías.que con el antimonio presenta,
?u combinación con «1 hidrógeno, su lustre brillan-
te j el carácter débilmente, ácido;: de alguno de sus.
compuestos oxidados, son razones que no pudieron
menos de pesaren el ánimo de este grande hombre
para llevar al grupo indicado el arsénico. De igual
opinión han sido-otros; reputados químicos moder-
nos, que han seguido: en este caso .por completo la
opinión del ilustre maestro.

Los consejos que da á los prácticos para la pre-


paración del importante y usual producto conocido
con el nombre de potasa cáustica, deben siempre
tenerse presentes cuando este cuerpo se prepara,
si ha de reunir las condiciones apetecibles de pu-
157
rezav tan-indispensables cuando se ha de usar eomo
1

reactivo en las investigaciones 'analíticas, de cuyo


resultado dependen á v e c e s gravísimas y trascen-
dentales cuestiones. .-- ••¡•' -i''-
-Si no temiéramos traspasar los límites que estos
ligeros apuntes han de teñéronos detendríamos en
sus importantes trabajos acerca,de la composición
del iñinioi é r i e í expedito y fácil método' q U é d i ó á
conocer para la' obtención dé la litina, del kermes
;

mineral, de las amalgamas de bario, extroncio'y


calcio, del ioduro potásico, y principalmente del
radical amonio:, cuerpo-objeto todavía hoy de con-
troversia; pero rio pretendemos; como hemos dicho,
hacer otra cosa que una reseña, si bien muy breve,
dé los descubrimientos de Berzelius.
1
' •• '
Nadie olvidará, al verificar el estudio de las sales
en general, que dio Berzelius una exacta definición
de esta clase de compuestos que,.aunque-larga,
comprendé todos los extremos que el actual estado
de la ¡ciencia, reclaman Entendía por sales las com-
binaciones de un radical positivo con un cuerpo ha'-
lógerio simple ó compuesto, ó bien la unión de un
radical positivo'ó negativo con un cuerpo anfígehó
simple ó compuesto. i •

'• IX. ••• ••;

La química' orgánica, ciencia donde¡ todavía falta


no poco que investigar, recibió de Berzelius pode-
roso impulso, como no podía menos de suceder, én
atención á lo íntimamente enlazados que estos co-
nocimientos sé hallan» con la medicina;: su principal
458
carrera. Efectivamente, el sinnúmero de sustan-
.cías á ,que ¡da ¡lugar el organismo en sus complica-
das funcionesi,!; valiéndose para estQ¡ de¡ ccmtp nú-
mero de elementos, no puede fácilmente ser.estu-
diado y conocido bajo todos sus aspectos como
sucede en los cuerpo.s minerales. Sin .embargo, el
progreso iniciado por, este ¡químico lia sido fructífe-
ramente después- secundado: por¡ Liebig, Gerhardt,
Wurlz, Odling.nBertheiot y.otros varios, que,han
contribuido á elevarla á la .altura¡en,que,hoy se,en r

cuentra. [-¡,- ,. ..,:>i-.;-. i.; ,!-¡¡¡¡-.,!


t :. ., • '•..
• ¡ La teoría de los ¡compuestos, copulados,^aplicada
;despuesalosalcaloides, es¡unadelasimeiores pruc-
Jjas¡de la claridad con-que ¡concebíanlas,¡ideas. el ;

gran Berzelius:. Respecto á. la consideración,de que


l o s alcaloides no son otra; ;cosa más quev amoniacos
copulados, no s e ¡ha¡ podido combatir, seriamente»
puesto qiue la¡producción,del alcaloide^artificial lla-
:

mado,' (iosimnina, la reacción que tiene lugar cuan-


4o..)unode-,estos:álpalisorgánicos se ¡pone,en con-
tacto ¡con l a ¡potasa,, y, ¡el, precipitado que con ellos
¡forma el cloruro,platínico,. s,©n:¡pruebas incontesta-
bles que afirman la exactitud del modo: de ver de
Berzelius. ...!-,¡¡,; ¡.
Sostuvo, contra la opinión de Liebig, que los cia-
nuros dobles de que forma parte el hierro no esta-
,ban constituidos por los. radicales ferrocianógeno y
ferricianógeno, sino que eran verdaderas sales do-
bles formadaslpordos, cianuros. En nuestra in.sig-
-nificante opinión, la teoría .del; lilugt.re, catedrático
¡de .la Universidad de, Giessen aparentemente seduc-
v

tora, no resiste ¡al:;análisis,• minucioso que de ella


verificó Berzelius..Nadie ha ajelado los-pretendidos
159
radicales, ni tieneigranimportancia la propiedad de
no ser venenosos jlos.ciaa,uros dobles, y en cuanto
;

.á.no,idescubrarse,ellbier,ro por sus reactivos, puede


i atribuirse*, como ¡algunos suponen, >á ,que estos ,cia-
• nucos son .eianosales, donde.los reactivos no res-
ponden, puesto que se emplean para buscar el
hierro en combinación electro-positiva, siendo así
que se halla en el compuesto electro-negativo.
El interesante fenómen'o de las fermentaciones, ó
sea el cambio que las sustancias orgánicas experi-
mentan después de la vida, para formar productos
de composición mási sencilla y . cooperar • d e , este
• múdo^al ©ternoícírbulode la materia,-no pasódes-
-apercibido áMos ojos de iBeiizelius,i y consideró to-
dos estos cambios como el resultado de la .acción
-catalítica/de los fermentos sobre las ::maíer.ias:íer-
-meníesciblesi explicación que, sé halla en armonía
con la manera, déi considerar! otros fenómenos aná-
logos de la'iquimicamineral.m <);.
-K Dio ¡un:método i muy ventajoso para preparaivel
íéter nituosoj por:el,!cual.se .ponen en - contactó iel
-ácido!¡nítrico .y el «alcohol ¡con el lintermedioidel
-agua,:evitando, de-eseimpdolos,inconvenientes de
;

una violenta reacción que podría ocasionar peligros


al operador, i l o s cuales desaparecen siguiendo el
procedimiento de Berzelius; pues' la Combinación
tiene lugar de un modo lento á través de una: masa
defiaguáj'iy:aunque tardan algunas horas, preferible
es lai pérdida; de esté tiempo á la exposición que én
•otro caso existe; Por eso se adopta siempre quo se
trata de preparar cortas cantidades de éter nitroso,
y además p ó r q ü e n o i se necesita, otro aparato: que
-un;frasc%/y:unitubQ:rpcto terminado on embudo.
160
: Las sustancias grasas estaban,' según él, forma-
das por un -óxido, al que dio ^ d e n o m i n a c i ó n de
;

lipíHco^peroíque^hoy se 'considéra como'un 'alcohol


triatómico, al que s e da el- nombre ¡de glieer&ia; el
antiguopriheipio dulce de los aceites, del cual la
medicina.y laquímitía utilizan sus aplicaciones; ' •

-;i!,Mos hemos detenido álgo'más e n e s t é artículo


porqué es difícil presentar en un^ cuadro abreviado
•todos lo? frutos que el talénto'de'Berzelius'produjo
eh beneficio .de ; la- química y ;sus ciencias auxi-
liares.': ' - ;
!. >-¡ >• ..'M •'•
Su gran tratado de química, que no tuvo la' for-
tuna de ver terminado; es,i'sin'embargoy ún.'monu-
mento: que' siempre atestiguará el justo renombre
de su sabio autor. Concíbese apenas qué una per-
sona porsí sola haya verificado' tal cúmulo¡dé; des-
cubrimientos v tal conjunto • de hechos, y :teorías
para, explicarlos em una ciencia de suyo árida> y
1

'difieffi,'! aunque: preciosa por. sus - múltiples aplica-


ciones.; •innoi'!);:- .! cí'.í.-.. • •.!!••
1
.• ••! •.! ',' ••, i¡
. Seguramente la industria, lá; medicina y todos los
conocimientos: que con estos'1estudios se relacio-
nan no serán ingratas para que su.historia .respec-
tiva, que es un fragmento de la .humanidad,; deje
de consignar brillante y gloriosa página á una de
las grandes lumbreras de la prim'era mitad de nues-
:

tro siglo. •• - • •. '


,La sociedad no paga con ••: ingratitudes á sus pre -
dilectos hijos. Cuando se despojad de lavf&Vmate-
161
rial comienza para ellos nueva é imperecedera
existencia, como si fuera brillante y coloreada ma-
riposa que sale de tosca crisálida (1).

(1) E s t a biografía e s l a ' q u e p u b l i c a m o s en 1 8 7 S , c o n a l g u n a s m o -


dificaciones q u e j u z g a m o s , o p o r t u n a s para armonizarla con los demás
artículos biográficos.

11
IIÜMBOLDT.

Es indudable que cautiva siempre la atención


todo libro de viajes, desde la novela en que las
galas del estilo y las seducciones encantadoras de
la. poesía adornan la fábula, hasta las narraciones
sencillas, pero exactas, de una expedición donde-no
haya motivo para excitar los sentimientos del lec-
tor, que tranquilamente dedica sus ocios á recorrer
las páginas,, siempre llenas de interés y belleza,
donde se refieren los episodios del ilustrado viaje-
ro. Nadie: puede negar que el complemento de una
instrucción esmerada,.es. visitar los diversos cen-
tros de actividad intelectual donde siempre se ad-
quieren nuevas y provechosas ideas que alimentan
el espíritu, al modo que la abeja liba el néctar de
aromática flor por .el campo esparcida, para procu-
rarse su necesario alimento.,
Pero si eleva de un modo notable el nivel de su
instrucción el,que, concurre á las grandes capitales,
donde se cultivan las ciencias por las primeras no-
tabilidades del universo, ¿cuánto no ensalza al que,
164
dedicado al estudio de la naturaleza, se lanza á los
peligros de lo desconocido, atravesando el árido
desierto, el frondoso vergel, la inaccesible monta-
fia, el hondo precipicio ó el bosque impenetrable,
el impetuoso torrente y el borrascoso Océano?
Muchos han sido los conceptos en virtud de los
que el barón Alejandro de Humboldtha merecido
ocupar dignamente ^gloriosas págihaSlen la historia
de la ciencia; pero bastaría solamente á llamar de
un modo profundo la atención de las futuras edades
sus atrevidos y provechosos viajes científicos, que
tanto enaltecen al superior ingenio, como al hom-
bre que lleva por invariable norma en sus empresas
la abnegación y el desprecio de su vida.
Nació, en Berlín,el 14 de Setiembre de 1769; y>sus
primeros i estudios los hizo en ->. da Universidad de, ;

Francfort. Et» tárdó,:sinembargó,,en¡pasar áiGottin-r


ga, donde,perfeccionó sus,conocimientos, profundi-
zando lá economía ¡política ,á la ;vez que las ciencias,
naturales, sobre todo la botánica. :
¡¡••; .'.;;•
Cuando no había salido aún de lá adolescencia;
de, ésa ¡dichosa edad én que aparece^el porvenir
lleno de arreboles,'sonrosados y. purpurinas tintas;
cuando sólo se respira él grato ambiente de*la feli- :

cidad y se, considera lá existencia como: risueña


auroraL.de. hermoso:dia, verificó Hiimboklt unaexr
!

cürsioa científica por Alemania, InglaterralyHplan-


da, publicándola su4erminacion:una Memoria donde
estaban consignadas l a s observaciones hechas-'en
:

las rocas basálticas.: Estefuésu primer trabajo, y en


él tíomenzó á:dar: muestras: íteuuna. profundidad > de
conocimientos f. un criterionada propios: de los ju-
veniles años: del autór/La, geologia^eonsigña efa<'el
!
¡tes
estudio do las rocas los; trabajos del joven Hum-
boldt como uno de los más interesantes que se .lle-
:

garoná eabfii-en,¡aquella fecha, .¡'¡¡s.

v Al año siguiente, que era ¡el 1794, pasó á Fr.ey-


berg, donde oyó las brillantes explicaciones del
gran, mineralogista Werner, cuyo nombre; va. inde-
leblemente unido, a l d e una clasificación .científica,
defectuosa .por la escasez-de conocimientos. quími-
cos que habi'a cuando,se publicó,; pero donde serré-
vela el talento generalizador del qr.e.la creara. Las
ideas, que .entonces adquiriera, .sumadas al, caudal
anteriormente recibigp, sobre todo e n - e l primer
viaje que emprendió con el célebre: naturalista
Eorster,el;cual llevaba impreso, el, sello del. yalpr
estoico, adquirido en ¡la ;qxpbdicionhpchü¡ con el ca-
pitán Cook alrededor del. globo, contribuyeron á
inspirarle la idea de. la publicación de una intere-
sante ¡obra..,;• ... ' , , .... ¡;;¡ • .
El año 4793 publicó la Flora subterránea deFrey-,
berg, que dedicó respetuosamente á su maestro, el
gran botámcP' Wildson, De esta ¡manera fundó una
ciencia,nueva,.¡cual e,s .la¡ botánica fósil,., que ha su-
ministrado datos importantísimos en laciencia pa^
leontológica. ,
¡; - ¡¡
Por entónces¡no había¡en ¡Kreybeng cátedra ¡oficial
de química, viéndose obligados los alumnos, para
adquirir tan necesarios conocimientos, á concurrir
á ¡enseñanzas particulares donde pudieran llenar el
lamentable vacío ¡que presen taba la ¡ enseñanza pú-
blica. Ya ¡comenzaron ¡á sentirse eniaquel país¡las
benéficas brisas que llegaban'd.el-país ¡donde:Ber-
thollet, y Lavoisier tenían el centro de sus trabajos.
Aquellas f ideasi llamaron de un ¡modo notable.4a
166
atención de Humboldt y l e impulsaron ¡describir
;

varios artículos e n e l D i a r i o de los Mineros,'anun-


ciando las grandes evoluciones que se verificaban
en la ciencia y contribuyendo á propagar tan' útiles
conocimientos. - ' - • •-'''
- ha profundidad eon que llegó á poseerla minera-
logía^ se completó notablemente desde el instaWte
que Comenzó los estudios químicos, que, á rió du-
darlo, soh el más indispensable'y poderoso auxiliar-
de aquella ciencia. - ;:

Fué nombrado én 1792 asesor del Consejo de las


minas de Prusia, y redactó una luminosa'Memoria-
acerca de la riqueza subterránea dé Anspach'y
líeyreuth. 'Por entonces organizó' f activó dé 'un
modo extraordinario la explotación, fundó en-Ste-
vefl<'uña' escuela de minas, estudió' détehidamerité
las salinas de Saltzbürgó y de Babiéra, y comenzó,
por último, una historia de la explotación* de las j

minas de aquel país en el siglo XVI.! ' : : 1 ;

En 1794 acompañó Humboldt al príncipe' de-Haf^


denber, que llevaba una misión diplomática á'los
Países Bajos, y poco después se OCúpó del análisis
del aire, de la germinación y respiración do las
plantas, de practicar experimentos fisiológieésqüé
dieron! por resultado la i publicación; de una obra
sobre la irritabilidad de las fibras musculares por la
electricidad. "• "•"••'•; •
i Pero todo esto sólo formaba los preliminares;de
su yidavqúe en lo sucesivo había ¡de engrandecer-
:

con' ¡sus notables » obras. ;La segunda-; mitad del


1 |!l j

and' 179S' la consagró;exelusivafflBnte'áíviajes geo-i


1

lógíéos por el tirol, la Lümbardíá y Suiza, y en 1796


tuvo el profundísimo pesar de perder á s u madre'..
í
167
Después de haber cumplido piadosamente con los
deberes de un buen hijo, comenzó el estudio de la
astronomía bajo la dirección del barón de Zach. La
Primavera de 1797 la pasó en Jena estudiando ana-
tomía práctica y haciendo los preparativos de un
gran viaje que há tiempo tenía, proyectado y de-
seaba con ansiedad poner en ejecución. a

Lo primero que hizo fué dirigirse á Paris con ofi-


jeto de.acompañar á varios hombres de ciencia que
iban á emprender una expedición á Egipto. Allí •fué
donde conoció entre otros al sabio naturalista Bom-
pland, que bien pronto había de ser su compañero
inseparable de viajes y su ilustrado colaborador en
interesantes obras. Pero le fué negada la autoriza-
ción para acompañar á losexpedicionarios, y vinoá
España creyendo poder embarcarse en la Coruña,
arribar á las costas de Berbería y unirse al ejército
franceSj aprovechando las caravanas que van de
Trípoli al Cairo á través del desierto. Las inmensas
dificultades que á tan atrevida empresa se oponían,
le hicieron desistir de su propósito.
Entónces:se dirigió , á Madrid y obtuvo permiso
del Gobierno español para visitar las colonias de
América, que inmediatamente utilizó, partiendo á
los referidos países en un navio español. Su inten-
ción era tan solamente atravesar América, para em-
barcarse en el Océano Pacífico, llegar á las islas Fi-
lipinas y á la India, después de haber recorrido las
tres cuartas partes del mundo.
Pero no bien hubo puesto el pié en tierra ameri-
cana, cuando llamó, desde luego su atencion'la
riqueza de aquel suelo, su fastuosa vegetación, la
multitud de encantos y de apreciabilísimos tesoros.
168
que para el hombre de ciencia reúne, en términos
que resolvió estudiar detenidamente aquel país, ol-
vidando por el momento el proyectado: viaje á más
apartadas regiones. •
¡En el mes de Setiembre de 1801, en unión de
Hompland, comenzó la exploración de aquellas cor-
dilleras gigantescas, deteniéndose en Quito, visi-
tando el volcán de Tunguraga, atravesando Rio-
Bamba, cuyas recientes ruinas recordaban con
dolor los horrores dé un terremoto, llegando des-
pués de grandes penalidades al Chimborazo, cuyas
nieves perpetuas prestan sublime majestad al gi-
gante de las montañas de América. Sabidos son los
peligros que tiene que arrostrar el que atrevido se
lanza á; esos viajes. La rarefacción del aire hace
muy difícil la respiración, los'intensos fríos parali-
zan los movimientos, la incesante presencia de
aquella inmensa sabana de nieve hiere la vista; pero
ninguno de estos inconvenientes bastó á detener á
los intrépidos exploradores. De pronto, una espán'-
tosa grieta que parecía la enorme boca de un abis-
mo sin fondo, interrumpe sü marcha; pero esta
interrupción,- lejos de aterrarles, les sirvió para
emprender investigaciones importantísimas sobre
la geografía física. •'
Dirigiéronse desde e l Chimborazo á Lima, visitan-
do el Callao, la Nueva-España, Filadelfia y varios
puntos de los Estados-Unidos, embarcándose para
Francia después de una expedición de seis años,
donde coleccionaron inmensas riquezas científicas,
representadas* por dibujos, manuscritos y ejempla-
res diversos.
Llegó á Burdeos el 3 de Agosto de 1804, y se de-
169
dicó por espacio do algunos años á clasificarlos
objetos y dar á la prensa'los preciosos documentos
que adquiriera en su viaje. Siete partes constituyen
una obra monumental de Humboldt, donde hay tan
ricos manantiales de ciencia. Se titulan: Viajes á las
regiones equinocciales'del nuevo continente; a l a s
cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas
de América; Conjunto de observaciones de zoología
y anatomía comparada; Ensayo político sobre la
Nueva-España; Observaciones astronómicas, opera-
ciones trigonométricas; Física general de la zoolo-
gía y Ensayo acerca de la geografía de las plantas.
•Al baron dé Humboldt corresponde la gloria de
haber sido el iniciador de la geografía botánica,
cuya ciencia es una de las especialidades más' im-
portantes del'estudio de las plantas.
-' Permaneció en Paris por espacio de veinte años,
compartiendo su tiempo entre la'redacción de la
obra mencionada y la asistencia al gabinete de
Cavier, al laboratorio de Gay-Lussac y al cultivó
de la amistad de la ilustre pléyade de sabios, qué á
la sazón existían en la capital de Francia. Contában-
se entre'estos Láplaee, "Berlhollot, Arago , 'Biot,
1

Brongniart, Lorenzo de Jussieú y varios otros. •


- Habiendo, sin embargo, terminado sus'publica-
ciones en 1827, volvió á Berlin, donde llegó á'ser
el consejero privado de Federico Guillermo III y dé
su sucesor; pero jamás quiso tomar activa parte en
la política, prefiriendo là dulce sosegada discu-
sión científica á la tempestuosa y apasionada d é l a s
luchas de partido. Apreciaba más el título de sabio
que el de primer ministro. T
- No cesaban de atormentar su imaginación los
470
deseos, tanto tiempo reprimidos, de explorar dete-
nidamente las Indias orientales. En 1829 se le pre-
sentó la ocasión de realizar tan apetecida idea. El
gobierno ruso organizaba un viaje de exploración
científica á la Siberia y el Asia central, y Humboldt
se ofreció gustoso á dirigirla. Emprendió, pues, el
viaje, acompañado del eminente micrógrafo Ehren-
berg y del gran mineralogista Gustavo Rose, her-
mano del no menos célebre químico analizador
Enrique, viaje de cuatro mil quinientas leguas,
llegando a las fronteras de la Songalia china, en las
playas del mar Caspio.
Los viajeros siguieron al Oeste, bajaron el Volga
hasta las ruinas de Bolgari y siguieron la pendiente
del Ural hasta una altura de mil quinientos metros.
En aquellos sitios pudieron observar los aluviones
de oro y platino, los criaderos de berilos, esmeral-
das y topacios y las minas de preciosa malaquita.
Encamináronse después por las márgenes del lago
Kolivan, llegando á la parte meridional del Ural;
visitaron el lago salado de Eltem, y dieron por ter-
minada la expedición cerca de Astrakara,
A este viaje se debe indudablemente el exacto
conocimiento del Asia central y el haber desvane-
cido los errores de que estaban plagadas las incom-
pletas descripciones que del referido país existían.
En el mismo viaje acumuló el barón de Humboldt
gran número de materiales para escribir sus Me-
morias descriptivas sobre las montañas del Asia, los
volcanes, lagos, etc., y sobre todo para el levanta-
miento de la carta geográfica del Asia central. . • •
También practicó observaciones astronómicas de
algún interés, como las que se refieren á los eclip-
• 171
ses de los satélites de Júpiter, y multitud de traba-
jos sobre-geografía, física ó historia natural, por lo
que lo-.abrieron sus puertas todas las academias
científicas del orbe, disputándose sus escritos-Ios
:

hombres ilustrados de todas las naciones y honrán-


dose con su amistad las eminencias de todos los
países»':-:'- '.' - ' ' " '
;

Después de una larga carrera de no interrumpidos


trabajos, quiso condensarlos en una obra que desde
luego se halla destinada á pasar á la posteridad y
vivir largo número de generaciones. Nos referimos
al Cosmos, obra enciclopédica: donde se halla re-
asumida la vida científica de tan ilustre sabio. En
ella demuestra que pueden estar perfectamente re-
unidas la severidad de la ciencia y las pintorescas
descripciones de las escenas de la naturaleza: No se
falta én lo más mínimo á la exactitud con admirar
:

la poesía en un volcan, en una tempestad, en la


imponente catarata'ó en el tranquilo lago que con
sus ondas besa la modesta flor que adorna las
orillas y perfuma sus cristalinas aguas. Antes al
contrario, sirven los atavíos poéticos de atractivo á
la severidad científica.
La más pintoresca descripción de la tierra y del
cielo se halla en el Cosmos de Humboldt, al paso
que los profundos pensamientos del más gran enci-
clopedista de nuestro siglo. En él hallareis, según
vuestras inclinaciones, cuanto pueda satisfacer la
imaginación ansiosa. Si sois matemático, descubri-
mientos astronómicos; si físico, observaciones me-
teorológicas; si naturalista, numerosas descripcio-
nes de animales y de plantas; si geógrafo, podréis
asistir desde vuestro gabinete de estudio á las cimas
172
de las más .altas montañas; si médico, apronderhri-
liantes ideasde fisiología experimental; estudiarla
composición del globo • « i o s ¡dedicáis á>: la química,;

y recrear vuestra fantasía ^cba* los encantos de la


naturaleza si sois poeta. i---.-.;. - í - i , i ..-•vidni-'i!
!

•..Por todo lo cuál también ma sido este contempo>-


raneo comparado con Aristóteles, cuya comparación
puede dignamente hacerse ,al examinar una ¿inteli-
gencia que ha abarcadOitantO', .profundizando¡en el
mayor número;de cuestiones que dilucidó. .- '
.«En Mayo de. 1859 dejó Alejandro de Humbóldt
ésta vida, ya próximo á los'noventa;áñQS. Después
de haber visto el peligro tantas veces yi haber estado
contemplando la muerte cara á cara en tantos>y tan
difíciles trances;de.su larga peregrinación por! el
: 1

mundo, quiso la Providencia que alcanzase edad


provecta, que muriese c ó n l a tranquilidad de la;lúz
que se.extingue, como si tratara/de'decirnos: «Ese
que más ha despreciado la v i d a e n obsequio á, la
ciencia, ha logrado llegaría una 'edad que;'solo e x -
cepoionalmente s e alcanza./» ;•/;:<";•:; ••; -. ,i!¡-..'
:
GAY-LTJSSAC. ' :
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-!Ü¡.. n t i ' í T > r.\¡ -j¿ ; -,:i¡. .;',•:;/:;;:.>: , n : i > : ; ('•_'..;>•

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Ü:i '" í'i I .i/ • >'.;«! r 1 1 ' ;
;! ',!• i'. !
'-•'> ¡l:'-'- ;-!•••

- Hemos'i'eeomdo los libros de más fama que; cons-


tituye» lainniensa ¡biblioteca :de las ciencia^físico* (

químicas y forman el preciada-galardóny;la perla


máspreciósa-de;la-corona que ciñe la ¡frente de dos
sabios; autores dei tan ricas joyas. En ellos hemos
tenpdo;multit¡Ed-de ocasiones déadmirar, entre otros
varios de cuyo profundo ingenió han brotado las 1

grandes: verdades que forman los eslabones -de/la


cadtína científica, al que va á ser objeto del ¡ presen-
te articulo, '..n'liv::.¡i: .'i/,
,•• Suíáombrese halla por do quiera inscrito con in-
delebles caracteres, cual cnserena noche de estío
1

se encuentra abrillantado el firmamento por mullir 1

tud'de estrellas cuyo centelleotíos'recuerda'laexis-


tencia -deJlejarias'lambieras.' Así són sus múltiples 1 ; ;1

©reaciones eri la ¡ciencia qü e > Cül tivó -con tanto fruto


1

como imperecedera ¡gloría^De gran' estitna son i l a s ; !

acabadas obras que'su bien organizado cerebío eon-


eibió y á las que rinde culto elmundo científico en-
tero. Es también una figura'muy digna de hallarse
174
en la honrosísima lista de eminencias de que veni-
mos haciendo una ligera reseña biográfica, supli-
cando al lector aparte su mirada de la pequenez de
quien escribe, para fijarla solamente en el objeto á
que dedica su tosca pluma.
José Luis Gay-Lussac nació el 6 de Diciembre
de 1778 en San Leonardo, pequeña ciudad del Li-
mousin. Su educación pmmerayfué debida al vir-
tuoso abate Bóurdéix, que se vio obligado á emi-
grar en la época del terror durante la revolución
francesa. Fué discípulo aprovechado, en términos
que ingresó el 27 de Diciembre de 1797 en la Es-
cuela politécnica, donde acabó su educación cientí-
fica, para después -dedicarse á investigaciones: pro-
pias, libre por completo de las, trabas que siempre!
impone-la vida-de estudiante. \ ¡ i , - : " * <•,
La buena fama,que en el indicado establecimien-
to había dejado, influyó en su nombramiento de
1

profesor repetidor do la Escuela politécnica) que


tuvo .lugar en 1." de Enero de: 1802'. ,;;c. • r,<
. U n a de las constantes ideas de Gay^Lussacíuéel
estudio físico y químico de las altas regiones de la
atmósfera, creyendo firmemente que habíai de;re-¡
portar á la,ciencia, en sus diversas manifestaciones,
notables adelantos, como asi en .efecto ha sucedido.
Quiso, remontarse materialmente más allá de.la re-
gión donde el águila: cierne su vuelo,, subir, donde
nadie había osado, para investigar la naturaleza y
enseñar, á la humanidad, algo, más'de, tonque-, yá
sabía, acerca de ese fluido que la rodea y donde
forzosamente se halla sumergida.
; ; ¡,
:

Para: conseguir su intento le,fué necesario em-,


prender un viaje aerostático.: :>,;:,:
175
Siempre es arriesgado el elevarse en la atmós-
fera en un aparato sujeto por sus condiciones es-
peciales á todo linaje de peligros, pero en la época
a que nos referimos, en que las ascensiones habían
sido en mucho menor número que hoy, se necesi-
taba más valor para emprender un viaje en globo
y estar á merced de los vientos. Sabido es que la
verdadera invención délos globos se atribuye á l o s
hermanos Montgolfier, fabricantes de papel en An-
-nonay, cuyo globo fué lleno de aire caliente por
medio de la combustión de la paja, por cuyo motivo
s e han llamado mongolfieras á los globos de esta
manera llenos. Un profesor de física en París, Char-
les, es el primero que empleó el gas hidrógeno en
lugar del aire caliente, y el primer viaje aéreo lo
emprendió Pilatre de Rozier el 24 de Noviembre de
1783 en compañía del caballero Arlandes, pero va-
liéndose todavía del aire caliente. Esta ascensión
partió del jardin de la Muette, inmediato al bos-
que de Bolonia. Diez dias después .repitieron dos
-físicos el mismo experimento valiéndose del hi-
drógeno.
Pero después de gran número de ascensiones lle-
vadas á cabo con más ó menos éxito, !á que verifi-
có Gay-Lussac en unión con Biot, en 1804, fué la
más notable, no sólo por la inmensa altura á que se
elevaron, sino por la multitud de datos con que
-enriquecieron á la ciencia.
El dia 24 de Agosto de -1804, á las diez de la ma-
ñana, se elevaron desde el jardin del Conservatorio
de artes y oficios, llegando á la altura de 4.000 me-
tros, y el 16 de Setiembre del mismo año repitieron
Ja ascensión elevándose á más de 7.000 metros.
476
Observaron en estas altas regiones una extraordi-
naria sequedad en el laire, en términos que el papel
y el pergamino tomaban igual aspecto que si hubie-
ran sido expuestos á la acción del calor,. La cespiv
raciony circulación se. aceleráronla consecuencia
de la extraordinaria rarefacción del: aire. Gay-Lús-
sae observó que su pulso aumentaba ¿asta 120; pul-
saciones por minuto, siendo en su estado nor-
mal 66. El cielo adquiría una tinta azul intensa muy
subida con tendencia á.négro,'y rodeábala los<;aero-
nautas sepulcral silencio que solemnizaba aquella
separación del mundo de los vivos en que se ha-
llaban. , •
Parece ser que cuando llegaron á determinada
altura, quiso Gay-Lussac subir más y s e despojó..de
algunos objetos que llevaba, entre ellos de una caja
que fué á -caer en un sitio poblado, como el globo
era invisible en aquella elevación y el cielo estaba
completamente sereno, creyéronlos;habitantes que
aquella caja descendía por arte mágico y se for-
maron multitud de conjeturas que la imaginación,
siempre inclinada á lo maravilloso, forja con faci-
lidad.
Los resultados de estas ascensiones fueron,el
consignar que la humedad del aire disminuye rápi-
damente en las altas.regiones de la atmósfera; -que
ésta se halla compuesta en todas sus partes de los
gases oxígeno y nitrógeno, y que lá fuerza magné-
tica de la aguja imantada disminuye con la altur a
del aire.
Los diversos viajes' que en globo se han hecho no
han tenido, con raras excepciones, objeto científico
como el emprendido por Gay-Lussac y.Biot. Así es
177
que, en el arte de la guerra, como medio de explo-
ración del campo enemigo ó de señal en las plazas
sitiadas, y sobre todo el servir para entretener al
público/han sido los objetos con que se han eleva-
do y todavía se elevan hoy los globos, limitada con-
siderablemente la utilidad que podrían prestar si la
ciencia hubiera ya resuelto elproblema de dirigir-
los á voluntad del aeronauta.
Pero no se limitó Gay-Lussac á los viajes aéreos,
sino que hizo varios terrestres, ya solo, ya en unión
con Humboldt. Observó diferentes erupciones del
Vesubio é hizo apreciaciones geológicas de grandí-
sima importancia.
Analizó el airé contenido en el agua, y observó
que tenía diferente composición que el aire normal,
pues en cien partes existían treinta de oxígeno,
mientras que el aire sólo contiene veintiuna cuando
no se halla disuelto en dicho líquido.
El año 1807 estudió los cambios de volumen que
experimentan los gases y vapores por la acción de
la temperatura, y dedujo una ley que lleva su nom-
bre, de grande*, importancia en el estudio de los
equivalentes químicos, y que se llama también ley
de los volúmenes.
En unión con el célebre químico Thenard, estudió-
los efectos de la pila eléctrica, de ese medio pode-
roso de cambiar la afinidad de los cuerpos, y conti-
nuó el camino que Davy había iniciado con el des-
cubrimiento de algunos metales por la acción de la
electricidad sobre sus óxidos.
Al año siguiente, 3 de Junio de 1808, le ocurrió
un accidente desgraciado. Parece ser que estaba
haciendo experimentos descomponiendo el agua por
12
178
medio del metal potasio, y sabida es la facilidad con
que. los fragmentos de este metal inflamado se pro-
yectan y esparcen en torno del operador, siendo
precisas, algunas precauciones para evitar terribles
quemaduras^ En este trabajo práctico se hallaba,
pues, Gay-Lussac, cuando un fragmento de potasio
inflamado le cayó en un ojo, á consecuencia de lo
cual estuvo en peligro, su: vida, debiendo al emi-
nente Dupuytren, gloria de la cirugía en el si-
gloXTX, la recuperación de la vista.
Hizo en unión también de Thenard importantes
investigaciones acerca del ácido bórico, demostran-
do que era un compuesto de oxígeno y boro, y que
el.ácido fluorhídrico se componía de hidrógeno y
flúor.,
Pero, á no dudarlo, uno de los hechos que más le
enaltecen es el: haber entregado á la ciencia e l i o d o
perfectamente estudiado,; bajo los diferentes aspec-
tos,que debe conocerse este interesantísimo cuerpo
simple. En efecto, bajo el punto de vista químico
y en el concepto terapéutico, es el iodo una de
aquellas sustancias que figuran en primera línea en.
el estudio de la química y la terapéutica, siendo en
ocasiones útil reactivo, y, manejado con, prudencia
poderosísimo medicamento.
En el año 1809 fué nombrado Gay-Lussac profe-
sor de química práctica en la Escuela politécnica,
llevando á la cátedra el gran caudal de conocimien-
tos adquiridos con el asiduo trabajo de algunos
años, esmaltado por las deducciones que su talento
claro }e sugirió. Por este motivo fué acogido el
nombramiento con singular aplauso de profesores y
discípulos, que veían en el nuevo maestro un digno
179
adalid de'las'CÍBrici^
adquisición' d é ' № cual n'áMa''dé sacar'la enseñanza
r: ú :
sazonadosfrutos. "' ' " ' ' • ""'­.
E13 de J unio de 1822 dio á conocer él aeróme'
tro'^qWsé' denomina alcóhóméfro 'centesimal, pre­
1 1
cioso' instrumentó' qué 'noá indica riié'diarite Sencillí '
sima operación la riqueza dé un'liquidó alcohóliéo;
apreciando Su densidad valiéndose del aparatito fío­
1
tatite qué'lleva él nombre del eminente químico y
; 1
físico; á's'¡ cómo'también nos'manifiesta la deh'sidá'd
, í
dé lo's *líqüidós'' más'ligeros que e l agua deStiTafíMy
! ;
dato 'üecesario é indispensable para conocerÍa vérM
1
dadera composición relativa de los referidos lí­
: [ :
quidos. ­ •'• ' ' \
­ Gáy­Ltíssádmodifiéó el bai'ótóetrO'de sifónVá'ffri
1
dé pbtlér trasportarle á largas' distancias sin tériiOf
de'que'Sufra'el ap'afáld'la'mén'ór ai'téraéiohV para Tó
ciiáí­utilizó l i s propiedades' de"' los orificios é'ápílaM
r e s t e n términos' quü prestó nO despreciables' Servi­
!
cios á las diferentes aplicaciones de lá cienéiá' éiü
qué' hay netíesidad dS praétic'arobservátíibtiés' b a r o ­
métricas al propio tiempo que s e emprenden largtís
viajes.
También ha quedado indeleblemente escrito el
nombre de Gay­Lussac en el estudio analítico de
los carbonatos alcalinos y los hipocloritos, por ha­
ber suministrado medios de conocer su pureza,
. practicando los ensayos denominados alcalimétricos
y clorométricos, que si es cierto se encuentran hoy
sustituidos por los procedimientos del químico ale­
mán Federico Mohr, no por eso dejan de merecer
bien de la ciencia los métodos de Gay­Lussac, que
todavia por muchos se practican hoy.
180
, üe la Escuela politécnica pasó; á ser catedrático
de la Sorbona, de ese,establecimiento que tiene,.la
gioria de haber sido la cuna de las mayores c e l e -
bridades de la nación francesa y cuyos vetustos
muros infunden al barrio latino de París un carácter
de severidad que en vano tratarán .de borrar las
modernas construcciones.
Gay-Lussac contó entre sus discípulos á Pelouce
y á Fremy, y entre sus amigos á Humboldt y Ara-
go; fué diputado en 1831 por su; pueblo natal, de-
mosteando valor en sus opiniones, aunque le fueran
perjudiciales, no posponiendo jamás su conciencia
á su conveniencia.
Publicó numerosas Memorias que constituyen, rica
biblioteca, donde están consignadas las,observacio-
nes que practicó en sus largas campañas científicas.
Su muerte acaeció el 9 de Mayo de 18S0 en París,
pudiendo decirse que, al terminar aquella existen-
cia, no fué cual la onda fugaz que produce la piedra
en las aguas del tranquilo estanque, sino como e s -
trella que lanza eternamente su brillo en el sereno
cielo.
ORFILA.

Cuando con el corazón emocionado leemos ávi-


damente las interesantes páginas dé los añales j u r

rídicos donde se consignan los más terribles episo-


dios riel crimen para que caiga la inflexible espada
d é l a justicia' sobre él- culpable, hallamos éntrelos
nombres de los qué han esparcido verdadera luz en
el oscuro campo de las dudas, el de un español que
merece figurar como uno de los campeones de la
ciencia toxieológica. • -
>'. Sí; Orfila, el gran Orfila, e l ilustre decano de la
1

facultad de medicina ¡de París,' él que ha dejado un


nombró tari glorioso', semejante.á una luminosa rá-
:

faga de - no extiwguible resplandor,' ha • nacidóién


!

española tiérrav'éri laiéiúdadíde Mahon; que entré


sus huióhasibelebridades históricas cuenta-la de 1

haber sidó'sitiada.por las tropas del corsario'Bar


: 1

baroja á principios del siglo XVI;'cuyo Sitio sostu-


¡

vo con heroica resistencia'. '


:
182
El 24 de Abril de 1787 nació Mateo Pedro Orilla.
Aquel dia ganó la ciencia uno de sus apóstoles; la
justicia una de sus más poderosas bases, y la huma­
nidad uno de sus grandes bienhechores. Aquel dia
alumbró el sol el germen de una eminencia que al
andar de los años había de ser una poderosa pa­
lanca en un orden dado de conocimientos y en una
de las más poderosas bases,de la­sociedad, cual es
la justicia, cuya misión es tan alta y cuyas decisio­
nes llevan en pos de sí tan gran trascendencia.
Sus primeros estudios se encaminaron á la carre­
ra de marina. Mas bien pronto manifestó su escasa
vocación por ella,. á la cual su familia mostraba
grandes deseos y llegaba hasta imponerle el man­
dato. Pero los azares á que á toda hora se encuen­
tra expuesto el marinp, la, 1цсрд constapte Ш en­
talpia с о д l o s elementos, hallándose á merced de,
olas cual boja sepa arrastrada por el vendaval, до
ppdjan ayepirse, :c.on, el espíritu.de оЬзегуэФд y
es,íudjp de. qup estaba dotado.; A s í e s que,, ¡ Ш- № b
c.qnc,p,er iqg «ncantí* que, ofrece 4e¡ vida Ш . ПШ> Да
sip igual belleza de la aurora cuando sobre, cubieri
ta ge miran los primorosos matices de la salida del
sol, las aves que cruzan en dirección 4 nuestra
tierra querida y, á­quienes 'midamos oonieinvjdjar, y
la superficie del agua rizada par dulcísimo céfiro,­
tqdos son motivos para patusiasmac al hombre* de
imaginación,enaltadas pero• •¿aa­¡.cuando ..existía # n
Orflla est# circunstancia, Ш >Ы fijado su atención
en otro, orden de estudios, que su cultivo le lleva»
rwjimás, tarde á sobresalir d e unmo4oipxtraordinaT
rifl.cn ellos y, .á desempeñar impoütantísimo papel
:
en la sociedad, prestando servicios d e u n interés
•183
mucho más grande del que á primera vista aparece.
Solamente hizo un viaje á las costas del Mediter-
ráneo, á bordo de un buque en calidad de segundo
piloto, con lo cual dio por terminada su primera
carrera.

II.

Abandonada de un modo definitivo la profesión


de marino-mercante, dedicóse á los estudios de
medicina, que comenzó en Valencia, donde los con-
tinuó con singular aplicación. De allí pasó á Barce-
lona, desde cuyo punto marchó á Francia, pensio-
nado, con objeto de estudiar la ciencia al lado de
los grandes maestros y de respirar en la atmósfera
eh que se hallaban los primeros médicos y quími-
cos del orbe.
Llegó á Paris el 9 de Julio de ,1807, cuando á
poco estalló la guerra con España, y le faltaron to-
dos los recursos pecuniarios, en términos que hu-
biese pasado Orfila las mayores estrecheces, si un
pariente suyo que residía en Marsella no viniese en
su apoyo, hasta que pudo recibir el grado dé Doc-
tor en 27 de Diciembre de 1811. Ya no pudo enton-
ces abandonar su patria adoptiva, y empezó á ense-
ñar química eh Páris con asombroso éxito, contando
entre sus discípulos á hombres tan eminentes como
Chomel, Cloquet, Beclard y otros varios, que más
tarde fueron grandes lumbreras en las especialida-
des á que se dedicaron, y que siempre recordaron
con gratitud y respeto al que fué su iniciador en el
camino de la ciencia.
184
El año 1814 volvjó á ponerse á disposición de la
Junta de Barcelona, la cual le relevó del compro-
miso que con la misma había adquirido. Rehusó
también por entonces la cátedra que el célebre
químico Proust dejó vacante, por no hallarse con-
forme con el plan de estudios á la sazón vigente.
Acúsase á Orilla de falta de patriotismo, por aban-
donar su país y haber dado á extranjera nación to-
dos los frutos de su ingenio y la gloria de su nom-
bre. Sin que tratemos de disculparle, creemos, sin
embargo, que las circunstancias que le rodearon y
la posición especial en que se hallaba le obligaron
á observar una conducta muy diversa de la que ha-
bría seguido á no hallarse bajo esta presión.
El .dial." de Marzo de 1819 fué nombrado cate-
drático de medicina legal en la facultad de Paris, y
á la reorganización de la enseñanza, se encargó
en el referido centro docente de la cátedra de
química, que desempeñó por espacio de treinta
años.
Comenzó su carrera de escritor por el Tratado
de toxicología general, notable por el gran número
de trabajos propios que contiene, así como por la
exactitud de los experimentos minuciosos consig-
nados en tan apreciable libro.
La obra de química médica que publicó después,
aunque notable, tiene poco de original; pero lo qué
principalmente hace honor á su memoria es el
Tratado de las exhumaciones jurídicas. En ella en-
contrarán los abogados y médicos no poco que
aprender cuando lean las instructivas páginas de
tan precioso libro.
También escribió Memorias especiales acerca del
185
envenenamiento por algunas sustancias, como el
arsénico y el antimonio.
- Durante diez y ocho años fué decano de la facul-
tad de medicina de Paris, en donde introdujo no
escaso número de mejoras materiales y dio un vi-
goroso impulso á determinado género de estudios.
Fundó una Sociedad médica de. previsión y socor-
ros mutuos, que alcanzó lozana vida y cuya inicia-
tiva fué debida exclusivamente á Orilla»
Además de su aptitud para el género de estudios
en que tanto brilló, cuales fueron la medicina legal
y toxicología,. poseía un, gran talento músico, cua-
lidad que unánimemente le conceden sus biógrafos.
El 11 de Marzo de 1853 murió Orilla. Aquella bri-
llante antorcha se apagó en breves dias, víctima
de una pulmonía, sin que alcanzaran á salvarle los
recursos de la ciencia, hábilmente puestos en prác-
tica por las eminencias médicas de Paris. L e g ó á la
Academia de medicina, á la Escuela de farmacia y
al Estado, una. suma de 120.000 francos, destinada
á la fundación de premios, y encargó que se hi-
ciera la autopsia de sü cadáver para contribuir al
progreso de la ciencia, queriendo prestarla servi-
cios aun después de la muerte. •• •
. Sus principales obras son: el Tratado de venenos
de los reinos mineral, vegetal y animal; los Ele-
mentos de química aplicada á la medicina y á las
artes; los Socorros á las personas envenenadas y as-
fixiadas; &\ Tratado de medicina legal; el Dicciona-.
rio de términos de medicina, cirugía, Jarmácia,:fí-
siea y química, y la Memoria sobre la absorción del
sublimado corrosivo. , ¡
Tales han sido los resultados que ha'legado ala
186
posteridad Orfila, donde puede comprobarse el gran
alcance de su genio, de igual manera que en la ga-
lería de retratos >de las celebridades contemporá-
neas podemos observar su penetrante mirada, e x -
tensa frente y demás signos de su no común talen-
to,',donde estaba dignamente colocado el honroso
armiño, símbolo del magisterio: ¡ i
Vamos á examinar la importancia de los trabajos
de Orfila y el •papel que le cupo desempeñar en al-
gunas ocasiones'de su vida científica, porque es' de
inmenso interés conocer algunos detalles que tanto
elevan a l a persona como a l a ciencia. .. •:•

;: , , • ••• ••" JJJ

Ya hemos visto que ha sido la ciencia toxicoló-


gica donde más se na distinguido Orfila y donde
tantos adelantos ha hecho,, en términos de ser uno
L

de los primeros toxieólogos, y por consiguiente


una de las autoridades á quienes siempre se acude
en ios casos de consulta.
La toxicología, como ciencia, no es antigua, pero
el envenenamiento' puede deeirse que lo es tanto
eomo el mundo. Debido primeramente al descuido
ó al acaso, fué más tarde un arma criminal de que
se valieron los que cobardemente desearon hacer
desaparecerá una ó más personas sin el estrépito
de ruidosa muerte y con lá probabilidad de quedar
sin castigo material su delito, por más que su.eon*
ciencia les ahogase á todas horas con aterrado-*
res. gritos. La casualidad, como decimos, debió ser
187
la profesora de los criminales. Así es que una plan-
ta, un hongo, un cuerpo de color más ó menos su-
bido, que en ocasión determinada producía la muer-
te al desgraciado que: los tomara inadvertidamente
como alimentos* sirvieron-ai malvado para ejecutar
planes de venganza que podía preparar dentro d e
las sombrasdel misterio, favorecido por el secreto
y rodeado de todas las circunstancias qüe¡ pueden
encubrir el delito, al modo que astuta serpiente e s -
pera-; para clavar su dardo escondida tras hermoso
conjunto de perfumadas y vistosas ñores que atrai-
gan con sus embriagadores aromas;y preciosos ma-
tices.,:- -
;

Los siglos XIV, XVI y XVII ofrecen e n sus anales


aterrador cuadro, bajo el punto de vista- del núme-
ro de envenenadores. La Toffana de Ñapóles, que
dio su nombre a l a célebre agua preparada con un
compuesto arsenical y que tantas víctimas produjo,
Catalina de Mediéis, Renata el Florentino,; Lucrecia
Borgia* lamarquesa de BrinVilliers-iy otros varios,
han • dejado infausta- memoria; de: ¡sus maldades por
el número de envenenamientos qué en la época re-
ferida: cometieron^ ' -'•i';;-' •-•:'."-"''• - ••;;•: !!'•'-
En Francia s en otras varias naciones se excita-
ron los ánimosíy cundió el recelo, hasta el punto de
perseguir á los judíos horriblemente,; por creerlos,
autores del- envenenamiento de las fuentes públicas.
Nadie estaba-seguro de las asechanzas de un mal-
vado. En- el agua que apagaba la sed,.en los alimen-
tos, en la copa del' ••festín-, en' el aroma.de una flor,
e n e l traje,-en una sortija; se hallaba enocasiones:
el arma traidora que aniquilaba la existencia. Había
venenos que recibían el nombre aterrador de pol-
188
vos de sucesión (1), para indicar el uso que hacían
de los mismos los que les estorbaban-las personas
cuyo fallecimiento era la posesión de una herencia.
En nuestros tiempos han- sido principalmente los
preparados de arsénico, y sobre todo el ácido arse-
nioso,lo que ha servido para consumar el mayor
número de estos atentados, sin que por eso hayan
sido excluidos otros varios venenos minerales, como
el sublimado corrosivo, y también los procedentes
del reino orgánico, como el ácido prúsico ó cianhí-
drico, la digitalina (extraída de la planta digital pur-
púrea) y todos los alcaloides, sobre todo la mor-
fina, narcotina, estrignina, brucina y nicotina.-
En la química aplicada á la intoxicación, cuyos
progresos son tan admirables, es donde tiene que
buscarla humanidad consuelo, y la justicia castigo
á tan aterradores cuadros. Esta ciencia es la que
se sobrepone á la maldad y parece nacida á casti-
gar al delincuente do quiera se oculte y cuantas
hayan,sido las precauciones que haya tomado-para
procurar su impunidad. Gracias á sus procedimien-
tos,¡puede descubrirse en muchos casos el veneno,
aun cuando atraviese varios organismos y hayan
trascurrido bastantes años desde que se consumó
el crimen. No basta que haya caido la losa del se-
pulcro sobre la víctima, porque la ciencia lleva á la
justicia más allá de la tumba, y enseña á los hom-
bres de ley sobre quiénes ha de descargar lodo él
rigor del castigo. No es tampoco suficiente que
preparesu delito con detenimiento y premeditación
para librarse de la responsabilidad. El riego de una

" (1) E l sublimado c o r r o s i v o ; i sea el cloruro m e r c ú r i c o :


489
planta con una disolución de arsénico, darla des-
pués a comer á un animal, hacer qué los restos de
este animal muerto á consecuencia del veneno Sir-
van de alimento á una ave qué vaya después á ser
eLadornado plato dé la mesa de determinada per- !

sona, no ha sido bastante para qué se oculte al re-


activo químico la presencia del arsénico y-haya po-
dido en más de; una ocasión el hombre eminente
que forma objeto dé éste artículo, llevar á los tri-
bunales el arsénico puro, bajo la forma deun.espe-
jito metálico (como en tales ocasiones se presenta),
y decir: «Ahí tenéis el crimen, oculto en la noche
;

del misterio; ahí tenéis un horrible delito; yo he


cumplido mi misión; á vosotros os toca castigarle*»
En nuestros tiempos las causas de Lafarge y La-
coste (de la primera de las cuales nos ocuparemos);
la del conde Bocarmé, asesino del desventurado
Gustavo Fougnies; el. Dr. Palmer, en Inglaterra; el
médico La Pómmerais, en Francia, y algunos en
nuestro país, menos ruidosos, pero no menos terri-
bles, atestiguan desgraciadamente que no h a d e s -
aparecido de los anales del crimen el.envenena-
miento.
En cuanto á las obras que tratan de los venenos,
creemos que la de Orilla debe colocarse, como ya
llevamos dicho, en lugar preferentísimo.
En los tiempos antiguos se habían descrito en li-
bros de diferentes asuntos los cuerpos venenosos,
su preparación y propiedades. Los griegos conocie-
ron lo que denominaron sandáraca, ó sea el súlfido
arsenioso (oropimente), que después se empleó
como sustancia.: colorante, por el bellísimo matiz
amarillo que posee.
190
Los misioneros nos hablan de algunos libros que
poseían los indios, donde se trataba de venenos y.
contravenenos, .
Dioseórides y Teofrasto escribieron también so-
bre venenos, y los médicos árabes;comoRasis,Me-
sue, Averroes y Avicena;, tienen tratados de anlído u

tos, locüal da á'conocér que debían haber estudia^


do detenidamente los vénenos< y su ¡acción sobré
el organismo. D é l a nota bibliográfica que Orilla
consigna en su tratado; de Toxicología general re*'
sultán ciento treinta autores que se han ocupado de
este asunto en los siglos XVII, XVIII y XIX. Aún.
pueden-agregarseimuchosmás ¡al indicado número;
contando-por una parto: las obras publicadas des-
pués de la muerte de Orilla; como las notabilísimas
y muy modernas de¡Draggeiidorff en, Alemania y
Rabuteau en Francia;-.y-por otra parlé las obras "dé-
análisis.química y. de; qüímiéai general^ donde sé 1 1

trata la cuestión del d éscubrimiento áó' venenos dé¡


r

una manera tan brillante como en Freseriius, Henry 1

Rose,:Gerhardty Chanoell, Will, Pelouce y FremyV


Wurtz, .etc. Además hayobras especiales; por ejem-
plo, algunas de botánica, donde se trata de plantan
venenosas. Comolos¡hongos;se,describen sus ca-
racteres para distinguir los venenosos de lps- que no
lo son, cuyas, noticias interesan de una ihanera s u
: 1

mámente ¡directa;ál toxicólogo; de igual suerte


que-los tratados de zoología se ocupan de la des*
eripcion- anatómica! d'el aparaté veqenosóde la ví-bo"-
ra, .del estudio de; los ¡insectos'venenosos, etcv' -¡

Pero el creador; dé la-química de la intoxicacionj


nohay que dudarlo, habido Oufila.'Laisagacidadgila:
exactitud, la perseverancia en la ex-perimentácioíJ¡, ¡
191
llegaron á proporcionarle resultados preciosos en
sus investigaciones.
Las obras de Devergie y de Briand y Chaudé,
merecen particular mención, cuando de este linaje
de estudios se trata, donde tanta parte tiene el re-
activo químico y el microscopio, que nos descubre
ignorados horizontes visibles con su poderoso au-
xilio. ¡\ ,
Cuando apareció la cuarta edición del Tratado fie
Tozicología, de Orilla, se publicó un artículo crítico
de la misma en Q\ Journal de chinde medícale, donde
s e hace cargo en primer término de las numerosas
ocupaciones del autor, que admírale permitan e n - .
tregarse á los trabajos de bufete, los que requieren
gran meditación.y prolongado reposo.. Pero la ener-
gía y. fuerza de voluntad de Orilla .podían hacerle
coordinar perfectamente su tiempo;para que. fueran
compatibles sus diversos trabajos.
Dilucida minuciosamente el referido artículo
cuanto se halla contenido en la obra del ilustre to-
xicólogo, principalmente la clasificación de los ve-
nenos.. ; . " ; ..
Los artículos nuevos ó refundidos completamente
p.or„el. autor, son también examinados por el cr,o-
nista, por ejemplo, los ácidos sulfúrico , nítrico y
oxálico; los venenos irritantes, los, denominados
narcotic97acr.es y,los.sépticos ,son presentados.al
juicio [público .como dignos.de la reputación de Or-
Día, .que la aparición de su nueva edición de la to- :

xicologia había, sido un verdadero acontecimiento


para la ciencia. ., ;. ¡„ ,¡ ,,,,
; .
192

IV.

La prensa periodica científica es uno de los po-


derosos medios de propagación de los nuevos ade-
lantos, é indispensable asimismo su incesante con-
sulta, si ha de tenerse noticia del gran número de
procedimientos nuevos y ventajosos que se dan á
conocer en toxicología; la que ofrece, como toda
ciencia experimental, á toda hora nuevos hechos
que consignar, que son otras tantas perlas de la
corona de gloria que ciñe las sienes de los laborio-
sos sacerdotes del trabajo.
Por eso encontramos en el Diario de química mé-
dica, y en otra porción de publicaciones, muestras
evidentes del talento de Orilla y de su no interrum-
pida laboriosidad.
Pero es indispensable que todo el que á la toxi-
cología se dedique no interrumpa la consulta de to-
dos los periódicos de farmacia, de medicina y de
química que se publican en el mundo civilizado, so-
bre todo en Alemania y Francia. En ellos se han ido
consignando los trabajos de Robin, de Claudio Ber-
nard, de Berthellot, de Flandin y Danger, de Bec-
querel, de Tardieu, de Bunsen y Kirchoff, de De-
vergie, de Chevallier, de Wurtz, deDraggendorff, de
Schneider y Fife, de Babó, de Fresenius, de Stass,
de Graham, que por su método llamado de diálisis
ha conseguido simplificar complicados procedimien-
tos, llegando á resultados exactísimos, y otra por-
ción que podríamos enumerar.
Después de haber hecho esta rapidísima reseña
por la historia de la toxicología, para poder desde
193
luego apreciar el brillante papel y la gran figura que
Orilla, representa en la misma, bien pronto se de-
duce que los adelantos de esta ciencia han cami-
nado paralelos con los progresos de la química, sin
la cual no es posible la toxicología. No se concibe
un buen toxicólogo que no sea profundo químico.
Pero no químico de bufete, no sólo conocedor de la
ciencia por el estudio en los libros, sino que haya
consumido largo número de horas en el laboratorio,
adquiriendo la necesaria destreza en el manejo de
aparatos y reactivos, cuya práctica tarda en adqui-
rirse según las condiciones de aptitud del que se
propone alcanzar el honroso título de químico.
Por eso Orilla, que reunía las condiciones de quí-
mico eminente, ha podido llegar á tanta altura en la
ciencia toxicológica.
En cuatro sesiones verificadas en la Academia de
Medicina de París, en Octubre de 1840, demostró
Orilla lo siguiente:
1." Que el ácido arsenioso y el tártaro emético,
introducidos en el canal digestivo ó colocados en
el tejido celular subcutáneo ,. son absorbidos rá-
pidamente y• conducidos al torrente circulatorio.
2." Que permanecen cierto tiempo en las v i s c e -
ras, pero que en las primeras horas que siguen al
envenenamiento, una parte de la porción absorbida
se elimina por la orina.
3." Que esta eliminación continúa por espacio
de bastantes dias, y de aquí que sea conveniente fa-
vorecer la secreción urinaria en estos casos.
4." Que es posible distinguir en el cadáver si el
ácido arsenioso ha sido absorbido durante la vida ó>
á consecuencia de una impregnación cadavérica.
13
194
5." Que existe en los huesos del hombre y de
muchos animales un compuesto arsenial.
6.° Que es fácil distinguir en el aparato de Marsh,
modificado, las manchas de antimonio de las de ar-
sénico.
7." Que se hallan en los terrenos de algunos ce-
menterios pequeñas cantidades de arsénico.-
8." Que es indispensable destruir las materias
orgánicas, por,medio del ácido nítrico ó el nitrato
potásico, antes de verificar los experimentos-en el
referido aparato de Marsh.
Sabemos, sin embargo, que no todo el estudio de
los venenos se encuentra encerrado dentro d é l o s
limites de la química. Es preciso conocer la acción
que los referidos agentes tóxicos ejercen sobre el
organismo; los síntomas que produce cada uno de
ellos en las desgraciadas víctimas que se hallan bajo
su terrible acción; la manera de remediar, si es to-
davía tiempo, los estragos que causan, y, por últi-
mo, el modo de reconocer en el cadáver las lesio-
nes causadas y demostrar por el reactivo químico,
el microscopio, la diálisis y demás medios, la exis-
tencia de veneno determinado, para poder decirle
al hombre de ley que camine seguro de la existen-
cia del delito.
Pero al par de estas consideraciones no podemos
menos de asegurar que los problemas de investiga-
ción de venenos, ya sea en sustancias procedentes
del organismo, ó en medicamentos ó alimentos, son
única y exclusivamente químicos, y sólo el que po-
sea á fondo estos conocimientos y tenga laboratorio
dotado del material suficiente, está en aptitud dé re-
solverlos. Aunque otra cosa se diga por algunos, y
195
sin que nosotros ¡afirmemos que el que posea deter-
minado titulo es más ó menos competente, desde
luego aseguramos que no debe aceptar el delicado
compromiso de informar á los tribunales en: estos
asuntos aquel que no haya trabajado mucho en >la-.
boratorios de química y no conozca más que super-
ficialmente los multiplicados estudios químico-toxi-
cológicos que forman biblioteca no escasa, la cual
no ¡se recorre en breve tiempo.
Además, el ejemplo delgran Orilla nos indica que
:

debe reunir condiciones especiales el que se dedica


á estos estudios. Primeramente, el secreto que debe
guardar, pues al fin se trata de las cuestiones, que
se hallan en el período sumario del procedimiento
judicial; después, la claridad para ser explícito en
sus afirmaciones; luego la vigilancia extrema sobre
los objetos que tiene bajo su custodia para evitar
que extrañas manos los sustraigan ó sustituyan;
además energía para desoír toda sugestionó: des-
preciar las amenazas, y, por último, cuidado extre-
mo en la absoluta pureza de los reactivos ó vasijas
que emplea, así como una probidad sin límites y un
hábito especial para no entretener con inútiles ro-
deos los informes periciales, sino ilustrar, la cues-,
tion, contestando de un modo categórico á las pre-
guntas hechas por la autoridad.

V.

Después de lo anteriormente referido^ queremos


presentar á Orilla en uno de los casos particulares
en que intervino y que contribuyó no poco á pro-
porcionarle uno de los más preclaros timbres de su
196
gloria y de su merecida popularidad. Aludimos al
proceso Lafarge, que tanto dio que hablar en Fran-
cia, y el cual muy sumariamente indicaremos para
que pueda juzgar el lector de la gran misión que"
en tan graves asuntos le está encomendada al toxi-
cólogo.
Era el mes de Enero de 1840, cuando un rico
propietario de algunas fábricas de hierro de Glari-
dier, llamado Carlos Lafarge, falleció rápidamente
y de una manera -tan inexplicable, que no tardaron
sus deudos en creer que un envenenamiento había
sido la causa que había puesto fin á sus dias. Las
. sospechas recayeron en la viuda por los motivos
siguientes:
Parece ser que había entre los esposos una dife-
rencia notable de costumbres y educación. La s e -
ñora, educada en el gran mundo, llena de hábitos
y exigencias aristocráticas, no simpatizaba con la
ruda franqueza de su esposo, sólo acostumbrado á'
tratar con los braceros que á sus fábricas concur-
rían. Las primeras manifestaciones de la tormenta
aparecen en una fatal carta que la señora, llamada
María Capelle, escribió á su marido con motivo de
un viaje que hacia contra su voluntad. En este do-
cumento le confesaba que amaba á otro, que la
perdonase, pero que la educación y los sentimien-
tos habían levantado entreoíos dos insuperable
barrera y que jamás podría obtener de ella más que
indiferencia ó desvío. Semejante documento llenó
de amargura al desgraciado Lafarge, y aun cuando
su señora se arrepintió después, llorosa, de haber
escrito la indicada carta, y aun la rasgó á su pre-
sencia, la paz que en el matrimonio se estableció
197
de nuevo, á partir de este momento, había de ser
necesariamente sobre no muy sólidas bases.
. Sin embargo, el olvido parecía haber tendido su
manto sobre aquellas desdichas matrimoniales, y
Lafarge hizo testamento en favor de su señora.
Tuvo su esposo que hacer un viaje para asuntos par-
ticulares, y parece ser que medió la más tierna cor-
respondencia entre ambos, en términos que mar-
dame Lafarge le dirigía cartas apasionadísimas la-
mentándose de su ausencia, hasta que á los doce
dias de su vuelta al hogar doméstico murió Lafarge
con los síntomas probables de un envenenamiento.
Se dijo que su señora compró dias antes arsénico
blanco, con pretexto de destruir las ratas que te-
nían invadidas las habitaciones, y ella misma ad-
ministró á su esposo alimentos y medicamentos
hasta que llegó su desgraciado fin.
María Capelle no permitía que asistiesen á su
esposo otras personas que ella misma, alejando del
aposento á los individuos de su familia que ansia-
ban ayudar en la asistencia á la esposa de la víc-
tima. Algunos declaran haberla visto añadir unos
polvos blancos á los caldos que administraba al en-
fermo; y hecho el análisis por Orilla y Devergie de
un pedazo de franela destinado a l a s fricciones,
también encontraron el arsénico. En el agua azu-
carada y el cocimiento de pan.que tomaba con fre-
cuencia en su postrera enfermedad, se halló asi-
mismo arsénico por otros químicos. Todo, pues,
venía á acumular horribles sospechas sobre aquella
señora.
El día señalado para la vista de tan célebre causa
en Tolosa fué un verdadero acontecimiento, pues
una inmensa concurrencia llenaba la sala de los d e -
bates y los alrededores del edificio en que habían
de tener lugar, deseosos de saciar la ansiedadde
oir las acusaciones y defensa en tan ruidoso pro-
ceso. Entabláronse disputas acaloradas respecto á
la culpabilidad ó inocencia de aquella señora, á las
cuales daba todavía más interés su presencia, donde
con fisonomía simpática, todavía bella á pesar de
los sufrimientos de una larga prisión, contrastaba
notablemente la palidez de su rostro con los fúne-
bres crespones que componían su enlutado traje.
Los discursos pronunciados tanto por el ministe-
rio público en su acusación como por los abogados
ert la defensa, son verdaderos modelos de elocuen-
cia forense y deben ser consultados por todos los
profesores de la ciencia del derecho que sé dedi-
quen á la especialidad del derecho penal, aspirando
al difícil título de criminalistas. Pero, como es na-
tural, el dictamen de los químicos había de ser la :

base sobre, que los argumentos descansaran, y de


aquí el gran interés y el importante papel que les
estaba reservado.
Orilla, como ya hemos dicho, intervino de un ;

modo activo en este asunto, y.copiamos á continua-


ción la carta que dirigió al abogado general M. Pai-
llet con motivo de una consulta que se dirigió al
ilustre químico-médico (1).
Dice así:
«Me' preguntáis en vuestra carta del 17 si é's'su-

(1) Algunas noticias .(aunque no todas) relativas al proceso. L a -


farge, las t o m a m o s do la Colección de causas célebres del Sr. Caravan-
t e s y de la Giceta délos Tribunale* dé'Francia. ''
-199
fi cien te para asegurar que contiene arsénico un lí-
quido recogido en el tubo digestivo de un cadáver,
ó preparado hirviendo en agua destilada una parte
del mismo, el que produzca con el hidrógeno sulfu-
rado precipitado amarillo. Debo contestaos que no
basta.
«Todos los autores prescriben que se reduzca por
un procedimiento cualquiera de los que se conocen
con este objeto ol precipitado amarillo para obte-
ner el arsénico metálico. He insistido mucho en
mis obras sobre la necesidad de recurrir á esa re-
ducción, y líe censurado á los que, prescindiendo
de ella, afirmaban la existencia de un compuesto
arsenieal en la materia de que se trata.
«Presentamos Mr, Barruel y yo en 1830, en el
tomo III de los Anales de química, un caso, donde
hallareis la respuesta á la pregunta que me dirigís.
Unos peritos, que no hay necesidad de nombrar,
suscitaron graneles sospechas de envenenamiento
sólo por haber obtenido un precipitado amarillo
esponjoso, tratando determinados líquidos por el
ácido sulfhídrico. Reconocimos el supuesto preci-
pitado arsenieal, y no contenía un átomo de arsé-
nico, no siendo.otra cosa masque una materia con-
tenida en la bilis. Mr. Chevallier acaba de insertar
en el último número del Diario de química médica
una nota donde anuncia haber encontrado dos v e -
ces desde 1830 una materia análoga.
«Recibid, etc.
ORFILA.»

La carta de Orilla es notable en el caso presente


porque destruía completamente los resultados de
200
un análisis que antes habían practicado otros quí-
micos y donde se descuidó la precaución á que se
refería. Sometidas á nuevo análisis todas las mate-
rias que antes lo habían sido; y ensayadas en el
aparato de Marsh por Dubois, afirmó no encontrar
arsénico. De aquí una divergencia que produjo,
como es natural, honda sensación en el tribunal y
el público, y fué necesario dirimir la discordia ex-
humando el cadáver de Lafarge y procediendo á
nuevo análisis.
Grandes dificultades ofreció la exhumación, como
era consiguiente en un cadáver cuya putrefacción
se halla en su mayor período de desarrollo. Ven-
ciéronse los obstáculos, tomando las precauciones
que aconseja la higiene, y se encomendó á Orfíla
(que antes no había intervenido sino en el análisis
de la franela) la delicada misión de decir la última
palabra en aquel grave asunto.
La acusación y la defensa pendían de los labios
del príncipe de la ciencia, como le llamaban con
justicia; y en efecto, todo el proceso se hallaba en-
tonces suspenso de la opinión del grande hombre.
Expuso ante el jurado Orilla un informe oral, y en
medio de tenebroso silencio, hizo las siguientes
afirmaciones:
1." Demostrar que existe arsénico en el cuerpo
de Lafarge.
2." Que no procedía este arsénico de los reacti-
vos con que se había operado.
3.° Que no es tampoco procedente de la corta
porción de arsénico que naturalmente existe en el
cuerpo humano.
4.° Explicar la divergencia entre los resultados
201
obtenidos antes con el que se presentaba en aquel
momento.
Examinó los inconvenientes de no tomar deter-
minadas precauciones en los trabajos analíticos, de
no manejar con oportuno conocimiento el aparato
de Marsh, tan precioso en sus resultados, y que Or-
illa modificó con ventajas, y otra porción de detalles
prácticos que son indispensables para el que em-
prende este género de trabajos.
En aquel mismo dia se refiere que se tornaron
blancos los cabellos de madame Lafarge, y su sa-
lud, ya quebrantada, se resintió de un modo ex-
traordinario. El-Jurado, después de una larga deli-
beración, la declaró culpable por mayoría de votos
y con circunstancias atenuantes. Al notificarla la
terrible sentencia, que á perpetua reclusión la con-
denaba, fué presa de una violenta conmoción ner-
viosa que más adelante dio por resultado una hi-
pertrofia del corazón.
Encerrada María Capelle en una celda de Mont-
peller, entregábase á veces, en medio de sus tris-
tezas, á las expansiones de la poesía (porque tam-
bién escribió versos), reflejándose, como es natural,
en sus composiciones la más tierna melancolía, en
términos de haber sido cuidadosamente por algunos
recogidas para formar curioso álbum. Por último,
el jefe del Estado la concedió el indulto, y volvió á
verse libre el 1." de Junio de 1852. Pero sólo so-
brevivió algunos meses á su libertad, pues se ha-
llaba la infeliz sentenciada á muerte por el tribunal
inapelable del Altísimo.
202

VI.

Ya hemos podido apreciar á Orilla.como perito


en una ruidosa causa criminal. Su talento superior
víó lo que para los demás había pasado desaperci-
bido, y pudo suministrar á un Jurado el más pre-
cioso dato para emitir su verechcto.
El informe de Orfila demuestra lo que vale el
químico en sociedad, lo mucho que significa ante
los tribunales'de justicia, la consideración, en una
palabra, que están obligados á guardarle los g o -
biernos y los hombres de la ley, sin que jamás lo
den al olvido. •
A Orilla le vemos siempre elevarse sobre el nivel
de los que le precedieron en los estudios toxicoló-
gicos, cualquiera que sea el punto de vista bajo
que se le considere. Si es en la filosofía de la cien-
cia, le vemos dar una clasificación racional, le ob-
servamos sagaz en sus investigaciones, y profundí-
simo en cuanto á la manera de' establecer las
consecuencias. Si es en los detalles, podemos ob-
servarle minucioso hasta lo inconcebible, desde la
acción que el veneno ejerce en el organismo, ó sea
la fisiología de la intoxicación, hasta la parte quí-
mica de la misma.
Había nacido para esa interesante especialidad.
Su fama resiste los embates del tiempo y desafía
el sudario del olvido en que jamás será envuel-
ta, porque está dentro del templo de la inmorta-
lidad.

FIN.
ÍNDICE.

»i«lHAS.

DEDICATORIA 7
AL LECTOR 9
Jerónirao Cardano 17
Parraentier 23
Franklin 29
Priestley , 39
Eduardo Jenner — 47
Cavanilles 53
Linneo 61
Lavoisier 72
Newton 89
Scheele 101
Carbonell IH
Cuvier 121
Davy ; 129
Berzelius 139
Humboldt 163
Gay-Lussac 173
Orfila 181
OBRAS CIENTÍFICAS
DEL DR. D. JOAQUÍN OLMEDILLA T PÜIG.

Compendio de química inorgánica y nociones de


química orgánica.
Manual del estudiante de farmacia.
Estudio de las lauríneas.
Diversos desinfectantes y su eficacia..
Estudio analítico de las manganesas.
Monografía de las leches y sus adulteraciones.
De la diálisis. (Premiada por la Academia Médico-
quirúrgica Matritense.)
Biografía de Berzelius.
ídem de Yafiez y Girona.
ídem de D. Fernando Amor. (Premiada por el Cole-
gio de farmacéuticos.)
Ídem de D. Quintín Chiarlone.
ídem de D. Nemesio Lallana.
Glorias de la ciencia. (Semblanzas de personajes.)

TRADUCCIONES.
Química de Stockardt.
Higiene privada y pública de Becquerel.
Ácidos orgánicos del Dr. Alvés.-

EN COLABORACIÓN.
Diccionario de farmacia, del Colegio de farmacéu-
ticos de Madrid.
Informes de obras científicas y análisis químicas de
sustancias.
BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

1103179685

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