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El duelo por las pérdidas que el adolescente tiene que afrontar (cuerpo infantil vínculos
infantiles, identificaciones primitivas) puede tener connotación depresiva a nivel clínico.
En estos casos las defensas del yo para superar la crisis difícilmente pueden llevar a la
enfermedad depresiva.
Un ambiente excesivamente protector debilita al yo, éste pone la segunda afuera y, ante
el incremento de pulsiones y sentimientos de odio y amor disociado, se ve indefenso y
debe recurrir a la enfermedad para compensar su ansiedad.
Cualquier herida narcisista es una fuente de odio, imposible de elaborar por la intolerancia
a cualquier ambivalencia: la debilidad de la autoestima sólo soporta suministros
narcisistas.
Las depresiones sintomáticas ligadas a cualquier enfermedad orgánica que duran lo que
la enfermedad.
Una fijación oral y frustración oral, que incrementa el sadismo y la fuerte ansiedad
persecutoria. Todo esto favorece la ambivalencia, la identificación proyectiva y la
formación de un superyó sádico, bases para el desarrollo de un cuadro depresivo.
Los tres cuadros no aparecen como episodios, sino más bien como enfermedad
progresiva.
Cabe agregar que los episodios depresivos en adolescentes mujeres de 15 años estarían
estructurando una caracteropatía corresponden más bien a la depresión. Son los únicos
cuadros depresivos que en la adolescencia se acompañan de mucha ansiedad y miedo a
su repetición.