You are on page 1of 5

ORAR CON EL

EVANGELIO
(y II)

La oración en voz alta


INTRODUCCIÓN

“Nunca seré capaz de hacer oración: es difícil hablar con alguien a quien no ves”.
Estas palabras, pronunciadas por un chico de quince años, se me quedaron bien
grabadas. una cosa bastante divertida.
EL PRIMER MANDAMIENTO

¡Menudo día el de hoy, Señor! Parece que no me sale una a derechas. Ahora que voy a hacer
contigo este rato de oración, empiezo pidiéndote perdón porque desde que me levanté todavía
no me había acordado de ti. He tenido la cabeza en mil rollos y no he sido capaz ni de decirte
una palabreja de cariño en todo el día. Y claro, si rasco un poco de porqué me ocurren estas
cosas, lo primero que me viene a la cabeza es que esta mañana, nada más sonar el
despertador, me he dado cuenta que tenía mucho sueño y me he quedado un rato largo en la
cama. La verdad Jesús, es que a esas horas de la mañana uno tiene mil excusas para no vivir
el minuto heroico... El otro día, sin ir más lejos, me pasó lo mismo que hoy, y me excusé para
dejarme llevar por la pereza el pensar que si me levantaba con todo el sueño que tenía, seguro
que ese día iba a estar de mala gaita, y que al final eso lo pagarían mis amigos y así no hay
quien haga apostolado... Mira, Jesús que morro tengo, pero en fin, tú ya sabes como soy yo, y
yo sé que tú me quieres con mis defectos siempre que esté dispuesto a luchar. Así que te pido
perdón por lo de quedarme en la cama esta mañana y te pido más ayuda para vencer mañana.

Y antes de coger el Evangelio para hacer este rato de oración, quiero saludar a la Virgen. ¿Qué
tal madre? Le estaba contando a tu hijo que hoy no me han salido bien las cosas, y que he
pinchado por la mañana y que en clase no me he acordado de Dios para nada, y que además –
eso sólo te lo cuento a ti- he vuelto a ir por la calle super despistado, fijándome en todo y con
más tentaciones que un tonto, y eso me pasa porque no vivo la presencia de Dios y voy
muchas veces al día con mil historias en la cabeza, dejándole a la imaginación que monte una
sala multicine en mi interior. Bueno Madre, menos mal que he acudido a ti cuando llevaba una
buena parte de la película que me he montado después de haber visto a esa chica en el
metro... Gracias Madre, y ayúdame a tener un corazón limpio, y grande y que se sepa muy
libre, y aléjame de todas esas tentaciones que sólo me acaban trayendo un montón de
problemas. Bueno, como sé que eres mi Madre, seguro que cuando me veas otra vez
despistado, me vas a echar una mano. Tú no te fíes de mí que soy un buen trasto.

Y a ti, San José, te pido que me hagas fuerte en la lucha y que sea un tío que no se achante
cuando los de mi clase se ponen a hablar de guarradas y yo no sé como cortarlas. Mira que son
bestias... aunque tú sabes que son buena gente y que yo tengo que quererles más y rezar más
por ellos y así les sabré ayudar mejor. Bueno custodio, dame un codazo cuando me veas
distraído en este rato de oración... Cojo el Evangelio y a ver qué me cuentas, Jesús:

Se acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y, al ver lo bien que les
había respondido, le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?

Esto es lo que se dice hacer una buena pregunta. Lo que este señor te dice, Jesús, es lo que yo
muchas veces te he preguntado: ¿qué es lo que más te agrada que yo haga por ti? Muchas
veces he pensado que soy incapaz de llegar algún día a cumplir todo lo que tú me mandas. Me
pasa que cuando una semana he logrado, por fin, vivir todas las normas de piedad, esa misma
semana no he cumplido bien mi trabajo o he sido un poco cutre con la lista de mortificaciones,
y luego va la semana siguiente y sí que mejoro en las mortificaciones porque hago más
examen, pero ya no he cumplido del todo las normas, sino que un par de días no fui a Misa y
otros tres se me olvidó el ángelus. Y así, Señor, no hay quien avance, por eso muchas veces
me desanimo porque veo que yo solo no puedo. Así que es bueno que me aclares que es lo
más importante que tengo que hacer para quererte de verdad. Por eso me interesa tanto saber
cuál es el primero de tus mandamientos, porque si cumplo ese, por lo menos amarramos y
vamos a lo importante, y el resto ya veremos cómo va saliendo. ¿Y cuál es, Jesús, lo primero
que me pides?, ¿cuál es tu primer mandamiento?:
Jesús respondió: El primero es: Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único
Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda
tu mente y con todas tus fuerzas.

Vaya, Jesús, esto sí que es amarrar por tu parte. O sea (otra vez me acuerdo del gresquillas de
Juan Pijo), que el primer mandamiento, en definitiva, es todo: amarte... pero en serio, de
verdad, al ciento por ciento, a toda máquina, vamos. Bueno, Jesús voy a escarbar un poco más
en tus palabras y así te voy entendiendo mejor. Tú le has dicho al señor del evangelio que te
ha preguntado cuál es el primer mandamiento que hay que amarte con todo el corazón, con
toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas... pero antes le has dicho eso de que
“el Señor Dios nuestro es el único Señor”. Supongo que lo dirás no solo por que Dios es uno
solo y no como los griegos que tenían más dioses que las pecas que hay en la cara del Piti,
sino porque los hombres siempre tendemos a poner lo primero en nuestra vida a cosas que no
son Dios pero que sí las tratamos como si fueran un dios. Por ejemplo, Señor, yo muchas
veces, pongo lo primero de mi vida a mí mismo, a mis cosas, a mi plan del fin de semana, al
cómo quedo, a si mi padre me dará la pasta que me falta para comprarme un juego de
ordenador, a lo que me divierte... y eso muchas veces es lo único que tengo en la cabeza. Por
eso, tengo que darme cuenta que tú eres el único Dios. Es decir, el único que compensa de
verdad, porque todo lo demás, aunque sea muy atrayente de primeras, no es Dios, no es el
motivo por el que tengo que hacer las cosas o dejar de hacerlas.

Madre, ayúdame a que me de cuenta de que Dios es lo único que compensa, lo único por lo
que vale la pena querer a la gente, y hacer las normas, y estudiar y vivir bien la pureza, y no
partirle la cara al creído que tengo a la izquierda de mi pupitre. Y haz que no le ponga el
nombre de Dios a todas esas tonterías que voy buscando cada día; el cómo me lo paso, el
cómo caigo a la gente, el sí le gusto a esa chica, etc. Eso está muy bien, pero no es Dios. Dios
es un padrazo que se le cae la baba por mí y que lo único que quiere es hacerme super feliz si
yo le dejo un poco de hueco en mi alma. Eso sí que compensa, eso sí que es Dios con todas las
letras.

Y yo, Señor, tengo que aprender a quererte con todo el corazón, toda el alma, toda la mente y
todas las fuerzas. Mira, Jesús, de las cosas que más me han atraído siempre de ti, es saber lo
mucho que amas y respetas mi libertad personal. Tú no deseas que yo te quiera por miedo a
que me condene, o que haga las normas de piedad para que no haya paquetillo de mi director
espiritual, o que viva la pureza para sentirme mejor. No Jesús, tú quieres que te ame porque
me da la gana. Tú no me pides que cumpla mil cosas y que no te falle nunca. Tú, lo único que
me estás pidiendo es que te quiera, que luche por quererte aunque sea un miserable bastante
curtido por la vida. Y que para amarte ponga todo mi empeño. Que yo haga todo lo que pueda
aunque sea bien poco... que tú ya harás el resto. Qué bien se entiende ahora lo que veíamos el
otro día en clase de religión que decía San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Eso es, Jesús,
lo importante es poner empeño para que tú y yo nos queramos y al resto de asuntos que les
den dos duros. Si el examen de ayer salió mal, pues muy bien. Seguro que tú y yo ese día
estaremos un poco más de bajón, pero lo importante es quererte, no el examen. Si ese amigo
mío, al que quiero mogollón, se le ha puesto cara de imbécil y ahora dice que eso de ir a Misa
los domingos es para los monaguillos, pues muy bien, voy a rezar más por él y ya saldrá de
esta, pero lo importante es que yo te quiera más y que yo vaya dejando que tú me puedas
querer más. Y lo mismo te digo de mis estados de ánimo y de si parece que mejoro o empeoro
en la vida interior, y de si las cosas me cuestan ahora más o menos que antes o de si este
domingo ganará mi equipo de fútbol o volverán a pegarnos una paliza como la semana
anterior... Jesús, lo importante es querer amarte. Qué bien se entiende esto en este rato de
oración.

Lo que me pasa a mí, Jesús, es que son muy pocas las veces que pongo empeño en amarte de
veras. Por ejemplo, tú dices que tenemos que amarte con todo el corazón, y yo muchas veces
el corazón lo tengo puesto en mi y en mis cosas. Y si tengo que amarte con todo el corazón,
¿con que trozo voy a querer a mis padres y a mis amigos? Ya se ve, Jesús, que con el mismo
cariño que pongo en querer a mi madre (por cierto, te mando un saludo de su parte y haz que
no sufre tanto por el hijo un poco trasto que le he salido), o en querer a mis amigos del cole,
pues con ese mismo corazón es con el que yo te quiero a ti, porque no tengo más que un solo
corazón... un poco cutre, pero uno solo. Y lo que tengo que hacer es poner ese corazón entero
para ti, y así me será más fácil querer a la gente, a la que me cae muy bien y a la que le tengo
un poco de ojeriza o de manía. Jesús, yo te entrego mi corazón entero, con todas sus miserias,
y así tú sacarás un corazón más enamorado, más dispuesto a poner verdadero empeño por
acordarme de ti a diario y por no fallarte ni un día Misa, ni por negarte esa pequeña
mortificación que sé que me estás pidiendo. Y si lucho por poner todo mi corazón para ti,
seguro que no lo acabo vendiendo por treinta malditas monedad de plata, que muchas veces
son mi egoísmo, mi como me lo monto, mi sensualidad, mi pereza o mi soberbieta.

Y si pongo ese empeño, también estarás tú presente en toda mi alma y en toda mi mente. Y
ayúdame a poner todas mis fuerzas en amarte, sin desanimarme cuando vea que fallo o sin
querer ocultar mis defectos para así no tener que luchar un poquillo más. Jesús que deje de
excusarme tantas veces para no reconocer mis errores. Ayúdame a no engañarme, a poner
todas mis fuerzas en agradarte a ti, en hacer en cada instante eso que me estás pidiendo, y
dame la valentía de saber pedirte perdón muchas veces al día cuando vea que me he
equivocado. Así será muy fácil que no me equivoque, porque cada vez que te pida perdón y
recomience, eso es quererte con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con
todas las fuerzas. ¿Y qué más me cuentas, Jesús, en tu evangelio sobre cuál es el segundo
mandamiento más importante?:

El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro


mandamiento mayor que éstos.

AQUÍ

Y le dijo el escriba: ¡Bien Maestro!, con verdad has dicho que Dios es uno sólo y no
hay otro fuera de Él; y amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con
toda la fuerza, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los
holocaustos y sacrificios. Viendo Jesús que le había respondido con sensatez, le
dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y ninguno se atrevía ya a hacerle preguntas.

You might also like